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La Producción de la Naturaleza
La ‘verdad científica’, escribió Marx en una famosa frase, ‘es siempre paradójica’ sí se
juzga desde la experiencia cotidiana, la cual captura únicamente la apariencia engañosa
de las cosas’.1 De hecho, la idea de la producción de la naturaleza es paradójica, aún en la
sociedad capitalista, hasta el punto de parecer absurda sí se juzga desde la apariencia
superficial de la naturaleza. En general, la naturaleza es entendida precisamente como
aquello que no puede ser producido; es decir, la antitesis de la actividad humana
productiva. En su apariencia más inmediata, el paisaje natural se presenta ante nosotros
como el sustrato material de la vida diaria, el dominio de los valores de uso más que de
los valores de cambio. Como tal, la naturaleza está profundamente diferenciada a través
de un sin número de ejes. Sin embargo, con el avance de la acumulación de capital y la
expansión del desarrollo económico, este sustrato material es cada vez más el resultado
de la producción social. Y los ejes dominantes de diferenciación son también cada vez
más sociales en su origen. En suma, cuando esta apariencia inmediata de la naturaleza se
sitúa en un contexto histórico, el desarrollo del paisaje material aparece entonces como
un proceso de la producción de la naturaleza. Los resultados diferenciales de esta
producción de la naturaleza son los síntomas materiales del desarrollo desigual. Así, en el
plano más abstracto, es en la producción de la naturaleza donde el valor de uso y el valor
de cambio, el espacio y la sociedad, se funden uno con el otro. El objetivo de este
capítulo, es por lo tanto, reemplazar nuestra concepción de la naturaleza de tal forma que
el mundo dual de la ideología burguesa pueda reconstituirse en una totalidad integrada.
Esto nos permitirá analizar los esquemas reales del desarrollo desigual como el resultado
de la unidad del capital, más que ciegamente situar el proceso en el falso dualismo
ideológico de la sociedad y la naturaleza. El problema será separar los momentos
esenciales de la producción de la naturaleza de sus distintas apariencias.
Aunque Marx nunca habló explícitamente de la producción de la naturaleza, en su
trabajo está implícita una comprensión de la naturaleza que conduce definitivamente en
esta dirección. De hecho, Marx no tuvo en absoluto un concepto único y coherentemente
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Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The
production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature,
Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de
Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.
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manera acabada o sucinta, como sí lo está por ejemplo para el análisis del dinero, esta
metodología debe reconstruirse de las discusiones separadas sobre la naturaleza. Así
pues, en la primera parte de La Ideología Alemana, en pasajes aislados de los Grundrisse,
y más sistemáticamente, aunque menos evidente en El Capital, encontramos vistazos
ocasionales de la derivación lógico-histórica de la relación social con la naturaleza. La
primera tarea importante ha sido detectar estos indicios; la segunda, es manipularlos y
completar el complicado rompecabezas. Marx nos ha dado las cuatro esquinas y la mayor
parte de los contornos, además nos ha proporcionado la mayor parte de las piezas
singulares para completar la figura, sin embargo, estas piezas se presentan en contextos
de análisis totalmente diferentes. Lo que debe hacerse para conocer su significado, es
volcarlas, y tal como estaban, descubrir su aspecto original.
El sitio para comenzar es la producción en general, ya que ésta es la relación
material más fundamental entre los seres humanos y la naturaleza. ‘La producción en
general es una abstracción, pero una abstracción racional en tanto que realmente presenta y
establece el elemento común’ a todas las épocas de producción. ‘Ciertas determinaciones
pertenecen a todas las épocas, otras solamente a unas cuantas. [Algunas] determinaciones
serán compartidas por las épocas más modernas y las más antiguas’. Por lo tanto ‘los
elementos que no son generales y comunes, deben separarse de las determinaciones
válidas para la producción como tal, para que en su unidad –la cual de hecho surge de la
identidad del sujeto, la humanidad; y del objeto, naturaleza– no se olvide su diferencia
esencial’.4 Con la producción para el intercambio, las determinaciones generales de la
relación entre las sociedades humanas y la naturaleza se mantienen presentes, sin embargo,
como observamos en la crítica de Schmidt, la dialéctica del valor de uso y el valor de
cambio agrega una nueva dimensión a la relación con la naturaleza, una dimensión que es
particular de la producción para el intercambio más que de la producción en general. En
conclusión, han existido muchos modos de producción fundados en el intercambio
mercantil, sin embargo, con el triunfo del capital sobre el mercado mundial, un conjunto
completamente nuevo de determinaciones bastante especificas entra en la escena; la
relación con la naturaleza se transforma una vez más.
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I LA PRODUCCIÓN EN GENERAL
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producción. Existe por lo tanto una identidad abstracta del ser humano social con la
naturaleza: ‘El hombre es directamente un ser natural . . . provisto de poderes naturales
[y] tiene en los objetos reales, sensibles el objeto de su propio ser y de su expresión vital .
. . Un ser que no tenga su naturaleza fuera de sí mismo no es un ser natural y no
desempeña ninguna función en el sistema de la naturaleza.’9
La producción de la conciencia es una parte integral de esta producción general de
la vida material. En el sentido más amplio, la conciencia es simplemente la conciencia de
la práctica humana:
La conciencia de las necesidades, de los medios para satisfacer estas necesidades, y de las
fuerzas que afectan tanto a las necesidades en sí como a los medios para satisfacerlas (por
ejemplo, la ciencia, la religión primitiva, etcétera) –son fundamentales para la formación
de la conciencia humana. En esta forma, la conciencia como tal es el resultado natural de
la actividad humana productiva, y de las relaciones sociales que los seres humanos
establecen mutuamente para producir.
La imagen aquí expuesta sugiere una unidad general de la naturaleza con la
sociedad. Una unidad de la naturaleza con la sociedad en la que ‘la limitada relación de
los hombres con la naturaleza determina su limitada relación [“de los hombres”] de unos
con otros, y esta limitada relación de unos con otros determina la limitada relación de los
hombres con la naturaleza.’11 Esta no es la unidad de la naturaleza que preocupa a los
físicos, ni tampoco es la unidad idolatrada por la facción del movimiento ecológico en
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más elemental de la sociedad sino también la posterior división del trabajo y aún el
crecimiento poblacional;14 el excedente se vuelve necesario como un medio para
combatir las crisis sociales en su nivel más elemental.
Sin embargo, la realización de un excedente social permanente, no es un resultado
automático de la posibilidad del excedente, sino requiere formas específicas de
organización social y económica que sean consistentes con la producción individual de
algo más que simplemente los medios inmediatos de subsistencia. Sin embargo, esta
producción ampliada y la consiguiente intensificación de la división del trabajo presentan
asimismo nuevas posibilidades. En resumen, el excedente permanente se convierte en el
fundamento de la división de la sociedad en clases. Una vez más, el excedente aparece
primero como una posibilidad a través de la cual una parte de la sociedad deja, total o
parcialmente, de desempeñar una labor productiva y obtiene tiempo libre a expensas del
resto de la población trabajadora. ‘Una situación que en principio es voluntaria y
discontinua posteriormente se vuelve obligatoria y regular.’ Y, de acuerdo con Engels,
esta transformación en una sociedad caracterizada por la apropiación del excedente es
acompañada necesariamente por el desarrollo del Estado y la esclavitud, y por la
consolidación de esta división entre productores y consumidores del excedente en una
división de las clases sociales: ‘la primera gran división social del trabajo estuvo
determinada, en las condiciones históricas generales prevalecientes, por desarrollo de la
esclavitud. De la primera gran división social del trabajo derivó la primera gran división
de la sociedad en dos clases: amos y esclavos, explotadores y explotados.’ No obstante,
este desarrollo depende también de ‘una revolución social que rompa la primitiva
sociedad igualitaria para dar paso a una sociedad dividida en clases.’15 El desarrollo
social rompe el armonioso equilibrio de la naturaleza. En una forma o en otra, este
excedente es obtenido de la naturaleza y para facilitar su producción y distribución
regular se requieren instituciones sociales y formas de organización especificas. Esto a su
vez modifica la relación social con la naturaleza. El individuo natural, abstracto (‘el
hombre’) no pertenece más a un simple medio ambiente natural en equilibrio, en tanto la
relación con la naturaleza es mediada a través de las instituciones sociales.
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resulta accesible para determinados individuos, de hecho, para clases sociales enteras, sin
desempeñar ningún trabajo, a través de ‘la contemplación pura’.
Con la producción para el intercambio, más que para el uso directo, surge primero
la posibilidad, y después la necesidad de la enajenación del individuo. La producción del
excedente y el consecuente incremento de la riqueza social no garantiza una clase
trabajadora más opulenta, puesto que surgen las diferencias de clase, y en consecuencia
existe una enajenación puramente cuantitativa del trabajo. El trabajo excedente de la
clase trabajadora es apropiado por la clase dominante. Sin embargo, la relación de la
clase trabajadora con la naturaleza también se modifica de una manera cualitativa, pues
aún cuando los trabajadores se relacionen directamente con la naturaleza por medio del
uso de su fuerza de trabajo, éstos son separados de su propio producto. El propietario del
producto, por otra parte, es separado de cualquier relación práctica directa con la
naturaleza debido a que es privado de su propio trabajo. Hoy, la enajenación del
trabajador no es simple enajenación del producto, sino debido al avance en la
especialización del trabajo, es también una enajenación de los propios compañeros de
trabajo y de sí mismo. Aunque predecible, esta enajenación evoca a su opuesto; la
creciente competencia y especialización en el proceso de trabajo (o aún en el control del
proceso de trabajo) suscita la necesidad de desarrollar las capacidades naturales de la
cooperación. En tanto los efectos perjudiciales de la enajenación recaen totalmente en la
clase trabajadora, los beneficios de la cooperación raramente les favorecen. Los
trabajadores renuncian a los beneficios cuantitativos de esta cooperación progresiva, en la
forma de trabajo excedente convertido en valor de cambio, y los beneficios materiales de
esta cooperación recaen en mayor medida en el nivel de las fuerzas productivas más que
en el nivel del trabajo individual. En resumen, con el desarrollo de la producción para el
intercambio el individuo humano se convierte en un producto social:
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Así, vemos cómo la evidencia de nuestros sentidos nos conduce a las invenciones
de la mente, que son materializadas después por la mano del artesano, para
satisfacer todas nuestras necesidades y proveernos de hogares seguros y
mantenernos vestidos, y para proporcionarnos ciudades, paredes, viviendas y
templos. A través de nuestras habilidades humanas, con las manos nos
abastecemos de comida en abundancia y variedad. La tierra ofrece muchos frutos
para la mano que los busca, y los frutos pueden comerse de inmediato o
preservarse para ser consumidos después. Nos alimentamos también de las
criaturas de la tierra, del mar y del aire, a las que atrapamos o criamos con ese
propósito. Podemos apresar y cabalgar animales de cuatro patas y apoderarnos de
su velocidad y de su fuerza. En algunos de ellos colgamos yuntas y a otros los
usamos como bestias de carga. Explotamos los agudos sentidos del elefante y la
sagacidad del perro para nuestros propios fines. De las profundidades de la tierra
extraemos el hierro, tan necesario para arar el suelo. Buscamos vetas
profundamente enterradas de cobre, plata y oro para uso y ornamento.
Despedazamos los árboles y utilizamos toda clase de plantas silvestres y
cultivadas para encender fuego y calentar nuestros cuerpos y cocinar nuestra
comida, y también para construir techos y protegernos del calor y el frío.
También utilizamos estos materiales para construir barcos con los cuales navegar
en todas direcciones y satisfacer todas las necesidades de la vida. Nosotros solos
podemos domesticar y controlar las fuerzas más violentas de la naturaleza, el mar
y los vientos, con nuestro conocimiento de la navegación podemos disfrutar del
beneficio de todas las riquezas del mar. También hemos tomado posesión de
todos los frutos de la tierra. Las montañas y los llanos existen para nuestro
regocijo. Nuestros son los ríos y los lagos. Sembramos maíz y plantamos árboles.
Fertilizamos el suelo irrigándolo. Embalsamos los ríos para conducirlos a nuestra
voluntad. Podría decirse que buscamos crear con nuestras manos humanas una
segunda naturaleza en el mundo natural.25
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naturaleza es mediada por las determinaciones del valor de uso como por las del valor de
cambio.
Sin introducir el valor de cambio en la naturaleza, la relación entre la primera y la
segunda naturaleza no puede ser entendida en su forma concreta. Podría resultar difícil
moverse más allá de la ambigua, limitada, y eventualmente ideológica pretensión de que,
por un lado, la naturaleza es social, mientras que por el otro, la sociedad es natural.
Igualmente limitada y problemática es la pretensión de que ambas están
‘interrelacionadas’ e ‘interactúan’ una con la otra; en tanto la interacción no es un
substituto de la dialéctica, la clave para ello está en el proceso de producción. Los
elementos de la primera naturaleza, anteriormente inalterados por la actividad humana,
son subordinados al proceso de trabajo y reaparecen para convertirse en materia social de
la segunda naturaleza. Aquí, a pesar de que su forma ha sido alterada por la actividad
humana, no dejan de ser naturales en el sentido que, de alguna manera ahora son inmunes
a las fuerzas y los procesos no- humanos –la gravedad, la presión física, la
transformación química, la interacción biológica. No obstante, éstos también se vuelven
objeto de una nueva serie de fuerzas y procesos que en origen son sociales. Así, la
relación con la naturaleza se desarrolla a la par del desarrollo de las relaciones sociales, y
en tanto estas últimas son contradictorias, también lo es la relación con la naturaleza.
En tanto el trabajo excedente se manifiesta principalmente en las mercancías
agrícolas, el poder económico y político se vincula más con la propiedad de la tierra. El
trabajo agrícola produce para el consumo directo o casi directo; intervienen muy pocos
procesos de intermediación. Sin embargo, con la continua división del trabajo comienzan
a intervenir un numero mayor de procesos. Un grupo de trabajadores y un grupo de
comerciantes, los cuales ninguno está relacionado directamente con la tierra, comienzan a
distinguirse a sí mismos. La producción de una segunda naturaleza ha acelerado la
emancipación de la sociedad de la primera naturaleza, y en el proceso ha agudizado la
contradicción, por completo inherente a la segunda naturaleza, entre una clase dominante
que está directamente vinculada a la primitiva segunda naturaleza de la tierra agrícola, y
por el otro lado, una naciente burguesía cuyo asiento político depende del control del
campo y del mercado. Conforme esta contradicción se desarrolla, se hace necesario que
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mercancía, expresado en el intercambio como valor de cambio, es una medida del tiempo
de trabajo socialmente necesario requerido para la producción de la mercancía. La
mercancía fuerza de trabajo no es la excepción; el salario del trabajador es una medida
del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción del trabajador. En
consecuencia, en el capitalismo, el producto excedente se presenta en la forma de
plusvalor. El valor de la fuerza de trabajo del trabajador representa sólo una cierta
fracción del valor producido durante un día de trabajo. Con la liberación histórica de los
trabajadores de los medios de producción, éstos se vuelven por completo dependientes de
la venta de su propia fuerza de trabajo. El capitalista por otra parte, liberado de la
necesidad de trabajar, es totalmente dependiente de la reinversión de una parte del
plusvalor para producir más plusvalor. Ambos, la realización y la reinversión del
plusvalor tienen lugar en condiciones competitivas que resultan de la propiedad privada
de los medios de producción, y esto obliga a los capitalistas individuales, si a fin de
cuentas existen para reproducirse a sí mismos, a hacerlo en una escala ampliada. La
estructura especifica de clase del capitalismo, por consiguiente, hace de la acumulación
de capital la condición necesaria para la reproducción de la vida material. Por primera
vez, ‘la acumulación por la acumulación misma’ es una necesidad impuesta socialmente.
El proceso de acumulación es regulado por la ley del valor, la cual se presenta
‘exclusivamente como una ley interna, como una ley ciega de la naturaleza frente a los
agentes individuales.’30
Derivada de las relaciones específicas de clase del capitalismo, esta estructura de
las relaciones económicas es única del capitalismo, e implica una relación radicalmente
distinta con la naturaleza. El capitalismo no es distinto de cualquier otro modo de
producción anterior en cuanto a que la relación con la naturaleza es mediada socialmente.
Sin embargo, difiere bastante de ellos en lo que constituye la esencia de esta mediación
social y a la complejidad de la relación con la naturaleza. La lógica de la mediación
social no es la simple racionalidad que surge inmediatamente de la necesidad de producir
y consumir valores de uso, ni aún de la lógica de la producción para el intercambio. Es
mejor dicho, la lógica abstracta unida a la creación y la acumulación de valor social lo
que determina la relación con la naturaleza en el capitalismo. Así, el movimiento de lo
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abstracto a lo concreto no es simplemente una bonita idea conceptual con la que Marx
haya soñado, sino es el movimiento perpetuo alcanzado en la relación con la naturaleza
en el capitalismo; las determinaciones abstractas en el nivel del valor se desplazan
continuamente a la actividad social concreta en la relación con la naturaleza. Esto resulta
en una única pero muy compleja determinación de la relación con la naturaleza –la
naturaleza como objeto de producción, la naturaleza humana, el proceso de
reproducción, la conciencia humana. Así como examinamos la producción en general y la
producción para el intercambio, debemos analizar la relación con la naturaleza en el
capitalismo a través de estos aspectos generales de la relación con la naturaleza.
Comenzaremos con la naturaleza como un objeto de producción.
Bajo el imperativo del proceso de acumulación, el capitalismo como modo de
producción debe expandirse continuamente para poder sobrevivir. La reproducción de la
vida material es por completo dependiente de la producción y la reproducción del
plusvalor. Con este objetivo, el capital deambula por la tierra en busca de recursos
materiales; la naturaleza se convierte en un medio universal de producción en el sentido
que ésta no sólo provee los sujetos, los objetos y los instrumentos de producción, sino es
también en su totalidad un apéndice del proceso de producción. De esta manera
‘pareciera paradójico afirmar por ejemplo que los peces sin capturar constituyan medios
de producción para la industria pesquera. No obstante, hasta el momento nadie ha
descubierto el arte de pescar en aguas que no contengan peces.’31
En el capitalismo la apropiación de la naturaleza y su transformación en medios
de producción se realizan por primera vez en una escala mundial. La búsqueda de
materias primas, la reproducción de la fuerza de trabajo, la división sexual del trabajo, la
relación trabajo-salario y la producción de mercancías y de la conciencia burguesa, se
generalizan en el modo capitalista de producción. Bajo el manto de un colonialismo
benevolente, el capitalismo destruye ante él todos los otros modos de producción,
sometiéndolos por la fuerza a su propia lógica. Geográficamente, bajo el manto del
progreso, el capitalismo intenta urbanizar el campo. ‘La historia de la Antigüedad Clásica
es la historia de las ciudades, pero de las ciudades fundadas en la propiedad de la tierra y
en la agricultura . . . La Edad Media (periodo Germánico) inicia con la definición de la
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tierra como el asiento de la historia, cuyo desarrollo posterior se mueve y avanza hacia la
contradicción entre la ciudad y el campo; la [Edad] Moderna implica la urbanización del
campo, y no la ruralización de la ciudad, como en la antigüedad.32
Acorde con esta expansión del capitalismo, se desarrolla el Estado capitalista.
Como todos los Estados anteriores, su función central es el control social en favor del
interés de la clase dominante, lo que significa que en la sociedad capitalista el Estado se
convierte en el administrador de aquello que el capital privado no está dispuesto o es
incapaz de hacer. A través de medios represivos, ideológicos, económicos y otros medios
sociales, el Estado pretende controlar la eliminación de las sociedades precapitalistas más
allá de sus fronteras y manejar al interior la represión de la clase trabajadora, y al mismo
tiempo garantizar las condiciones económicas necesarias para la acumulación. En
resumen, el Estado facilita y vigila la expansión estable del capitalismo.33 Así la
complejidad y el carácter contradictorio de la relación con la naturaleza comienza a
presentarse en una forma más concreta. En el capitalismo, la segunda naturaleza es
arrebatada progresivamente a la primera naturaleza, y ello se logra como parte de un
proceso totalmente opuesto y a la vez complementario: la generalización de la relación
capitalista con la naturaleza, y la unificación practica de la totalidad de la naturaleza en el
proceso de producción.
La división social del trabajo y el avance de las fuerzas productivas se desarrollan
aceleradamente –la segunda naturaleza experimenta una continua diferenciación interna.
Aquí la actividad científica es de suma importancia y se coloca a sí misma a la
vanguardia como una actividad separada. Su función principal es facilitar la producción
de la naturaleza en la forma de fuerzas productivas: ‘La naturaleza no fabrica máquinas,
no construye locomotoras, trenes, telégrafos eléctricos, hiladoras automatizadas, etcétera,
éstos son productos del trabajo humano; materiales naturales transformados en órganos
de la voluntad humana sobre la naturaleza, o de la participación humana en la naturaleza.
Estos son órganos del cerebro humano, creados por la mano humana; la objetivación del
poder del conocimiento.’ Así el ‘fundamento técnico apropiado’ para la industria
capitalista se logró hasta que ‘las máquinas construyeron máquinas’.34 La proliferación de
diferentes divisiones sociales y distintas subdivisiones del trabajo requiere el desarrollo
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paralelo de la cooperación social entre éstas para que el modo de producción pueda
funcionar como un todo. Han aparecido especializaciones completas que buscan
garantizar la cooperación social, sobresalen las múltiples actividades de servicios, desde
las actividades bancarias hasta la circulación masiva. La cooperación abstracta con la
naturaleza que caracteriza a la actividad humana productiva adquiere un carácter muy
concreto en el capitalismo. Ésta se desarrolla como un antídoto para la ‘anarquía en la
división social del trabajo’, una anarquía que es el resultado lógico de la competencia
basada en la propiedad privada de los medios de producción.
Con la división social del trabajo se desarrolla una división técnica del trabajo al
interior del lugar de trabajo, y es aquí donde comenzamos a ver algunos de los elementos
básicos de la producción de la naturaleza humana en el capitalismo. La producción de
una sola mercancía es dividida en numerosas y detalladas operaciones, al grado que la
actividad del trabajador individual se limita progresivamente sólo a unas cuantas
actividades motoras. Ello requiere también de un uso extensivo de ‘las capacidades
naturales de cooperación’ de los trabajadores, aunque, bajo el dominio del capital este
ejercicio de cooperación produce no únicamente el desarrollo de las capacidades
naturales de los individuos sino justamente lo contrario. Como los otros componentes
naturales del proceso de trabajo, las capacidades de cooperación del trabajador son
enajenadas; éstas se enfrentan a él como los poderes del capital. Esto sucede
precisamente con el capital fijo, que representa no sólo una gigantesca inversión de
habilidades manuales y científicas, sino representa también un ejercicio enorme de
cooperación entre los trabajadores. Frente a la maquinaria de los capitalistas, ‘el
trabajador se confronta cara a cara con las capacidades intelectuales del proceso material
de producción’ y a la impotencia intelectual de su naturaleza individual. La pericia
manual, intelectual y cooperativa se enfrentan al trabajador ‘como si fueran propiedad de
otro y como un poder dominante . . . Para crear el trabajador colectivo, y a través de él,
generar el capital, vasto en su capacidad social productiva, cada trabajador debe ser
empobrecido en sus capacidades productivas individuales.’ Como en la producción
simple de valores de uso para el consumo directo, el individuo, él o ella, realiza su
naturaleza en el proceso de trabajo. Pero las condiciones actuales de trabajo son tales que
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social. Los bebes de probeta, por lo general considerados como el primer paso en la
producción de la naturaleza, son más apropiadamente vistos como la última etapa. Lo que
comenzó, por un lado, con la producción involuntaria de la mano, y por el otro lado, con
los medios más primitivos para regular el embarazo, se ha reunido en un proceso único –
la producción de la vida misma.
Con la generalización de la relación trabajo-salario, la conciencia se desarrolla
aceleradamente. Las ideologías religiosas que insistían en el legítimo derecho a un lugar
propio en el universo de Dios se mantuvieron aunque fueron de uso limitado en la
justificación de la relación trabajo-salario. De esta forma, el desarrollo de la sociedad
burguesa se complementa con el desarrollo de la conciencia burguesa fundamentada en
las relaciones de intercambio, más que en relaciones de producción. Si las relaciones de
producción en el capitalismo se caracterizan por la explotación del trabajo con el objetivo
de extraer el plusvalor, las relaciones de intercambio en el capitalismo se fundamentan en
los principios de igualdad y libertad. La libertad para intercambiar las pertenencias
propias, y el intercambio de equivalentes, son los principios que caracterizan el
intercambio, y es a partir de ellos que surge la ideología burguesa. Por esta razón, Marx
para referirse sarcásticamente a la esfera del intercambio señala que ‘ahí gobiernan
únicamente la Libertad, la Igualdad, la Propiedad y Bentham.39 La esclavitud asalariada,
las desigualdades y el fundamento de clase de la propiedad que definen al proceso de
producción desaparecen en el mercado, en donde el comprador y el vendedor se
enfrentan uno frente al otro como iguales. Cualquier persona es un consumidor. Con el
consumo de masas, la publicidad, la televisión, los deportes espectáculo y demás, la
ideología burguesa representa la separación más exitosa de la conciencia del proceso
inmediato de producción. Donde este alejamiento resulta más exitoso, como en los
Estados Unidos, se llega a la conclusión de que las diferencias de clase no existen más;
implícitamente todos se han convertido en clase media.
Esta homogenización de la conciencia recibe un impulso del desarrollo mismo del
sistema de producción. Para poder acumular, el capital debe desarrollar continuamente
los medios técnicos de producción y ello implica el desarrollo permanente de la ciencia.
Si la ciencia avanza con el objetivo inmediato de desarrollar las fuerzas productivas,
29
Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The
production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature,
Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de
Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.
adquiere rápidamente una importante función ideológica, a tal grado que opera casi como
una religión laica. Sin embargo, esta homogenización de la conciencia es siempre sólo
una tendencia. Puede suceder únicamente en tanto la conciencia sea separada del proceso
inmediato de trabajo, y mientras ello sea favorecido por la creciente división del trabajo y
por el carácter abstracto del pensamiento científico, el modo de producción capitalista
permanece fundamentado en la distinción fundamental entre la clase trabajadora y la
clase poseedora del capital. Esto conduce en la dirección opuesta, hacia la diferenciación
de la cultura a través de parámetros de clase, y por supuesto, a una diferenciación
posterior sobre la base del género y la raza. Si se acepta la función de la ideología, la
conciencia continúa siendo un resultado directo de la práctica material; no obstante, en
tanto la sociedad está diferenciada, también lo está la conciencia. Mientras más explícita
es la lucha de clases en la práctica, más explícita es la diferenciación de la conciencia.
‘El modo de producción de la vida material condiciona el proceso general de la vida
social, política e intelectual. No es la conciencia de los hombres lo que determina su
existencia sino es su existencia social lo que determina su conciencia.’40
El capitalismo no es único en su habilidad para producir naturaleza. La
producción en general es la producción de naturaleza:
En lo que el capitalismo sí resulta único es en el hecho que, por primera vez los seres
humanos producen naturaleza a una escala mundial. De ahí la brillante observación de
Marx, más de 120 años atrás, que ‘la naturaleza que precedió a la historia humana . . . ya
no existe absolutamente en ninguna parte (excepto quizás en unas cuantas islas coralinas
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pre-fabricada, en cualquier forma que ésta pudiera presentarse, sino demostrar hasta qué
punto la naturaleza ha sido alterada por la agencia humana. Donde la naturaleza
sobrevive inalterada, kilómetros bajo la superficie terrestre o años luz hacia adelante, lo
hace únicamente porque aún resulta inaccesible. Si es necesario, podemos dejar que esta
naturaleza inaccesible sostenga nuestras nociones de una naturaleza idílica, pero ésta será
siempre una naturaleza ideal, abstracta, producto de la imaginación, una naturaleza que
jamás conoceremos. Los seres humanos han producido la totalidad de la naturaleza que
hasta ahora les ha sido accesible.
La unidad de la naturaleza a la que conduce el capitalismo, es ciertamente una
unidad materialista pero no es la unidad física o biológica de los científicos naturales.
Por el contrario, es una unidad social enfocada en el proceso de producción. Empero, esta
unidad no debe entenderse como sinónimo de una naturaleza no diferenciada. Existe,
como vimos anteriormente, una diferencia entre la primera y la segunda naturaleza. Sin
embargo, a la luz de la producción de la naturaleza por el capitalismo y de la tendencia a
hacer de ésta un proceso universal, ¿qué tan relevante resulta esta diferencia respecto a la
unidad de la naturaleza? Indudablemente la estructura económica se presenta a sí misma
como una segunda naturaleza: ‘en toda producción no planificada y desorganizada las
leyes de la economía se enfrentan a los hombres como leyes objetivas, ante las cuales son
impotentes, es decir, adquieren la forma de leyes naturales.’ Por esta razón, Marx
comprendió que su tarea en El Capital era la de desnudar ‘las leyes económicas del
movimiento de la sociedad moderna’. Su ‘punto de partida, a partir del cual la evolución
de la formación económica de la sociedad se explica como un proceso de la historia
natural, podría, menos que ningún otro, responsabilizar al individuo por relaciones cuya
creación él mismo únicamente contribuye a perpetuar, sin importar cuan subjetivamente
se coloque por encima de ellas’ Los seres humanos sin duda hacen su propia historia,
pero no en circunstancias de su propia elección sino determinadas y heredadas del
pasado.49
Sin embargo, existe un problema latente al explicar las leyes de la economía y la
sociedad en este modo eminentemente naturalista, pues el mismo Marx también señaló,
en su famosa carta a Kugelmann del 11 de julio de 1868: ‘Es imposible alterar cualquier
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las leyes naturales seremos finalmente capaces de distinguir y revelar las leyes naturales
que sustentan la historia humana. Y ello puede lograrse únicamente en el proceso de
destruir y derribar las barreras sociales que se nos presentan como leyes naturales.
Aquellos que en la sociedad poseen una comprensión más precisa de la naturaleza
humana no son los supremos sacerdotes que predican la naturalidad (entendida como
inexorabilidad) de buena parte de la conducta humana y social. Sino son quienes tienen la
certeza de que las monstruosidades sociales pueden ser destruidas. Son ellos quienes
mejor comprenden que los seres humanos pueden crear algo más humano.53
En su incontrolada marcha hacia la universalidad, el capitalismo impone nuevas
barreras a su propio futuro. Crea una escasez de los recursos necesarios, mengua la
calidad de aquellos recursos aún no consumidos, propaga enfermedades nuevas,
desarrolla una tecnología nuclear que amenaza el futuro de toda la humanidad, contamina
la totalidad del medio ambiente que debemos consumir para poder reproducirnos, y en el
proceso cotidiano de trabajo amenaza la existencia misma de quienes producen la riqueza
social vital. Sin embargo, el capitalismo debe desarrollar una fuerza intrínseca capaz de
desenmascarar cuan anti-natural y vulnerable resulta este modo de producción, y lo
transitorio que puede ser históricamente. No es sólo la relativa novedad del capitalismo lo
que conduce a su transitoriedad, sino es la producción de sus propias contradicciones
internas lo que garantiza ese carácter temporal. La producción de la naturaleza es el
medio a través del cual estas contradicciones se vuelven concretas. En sociedades
anteriores, la relación contradictoria con la naturaleza se expresaba como una crisis de
escasez, y el efecto era inmediato. Igualmente fundamental como el proceso de
producción, las crisis de escasez representaban también los limites últimos de la
sociedad; la escasez natural determinaba los límites del desarrollo social. En el
capitalismo, las crisis sociales se concentran todavía en el proceso de producción, pero
ahora yacen en el corazón de un complejo sistema social. La producción de la naturaleza
es universal, pero en este proceso las contradicciones internas se vuelven igualmente
universales. Actualmente las crisis no surgen de la interfase entre la sociedad y una
naturaleza externa, sino de las mismas contradicciones esenciales del proceso social de
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producción. En tanto las crisis sociales se atribuyen todavía hoy la escasez natural, ésta
deberá entenderse como una escasez producida socialmente en la naturaleza.
Sea en la forma de energía nuclear o como una sublevación de la clase
trabajadora, la contradicción inscrita en la producción de la naturaleza emana de la forma
misma del capitalismo. Así, de ninguna manera debemos interpretar a Marx
metafóricamente cuando escribe que ‘la naturaleza misma del capitalismo forja sus
propias barreras’, la última de las cuales es la clase trabajadora, distinta del resto de la
humanidad por constituir los esclavos asalariados del capital. Esta ‘barrera inherente’ [la
clase trabajadora], logrará que, ‘en una fase determinada de su propio desarrollo, [el
capitalismo] se reconozca a sí mismo como la más grande barrera para su propia
54
existencia, y por lo tanto, lo empujará hacia su propia destrucción’. En el proceso de
luchar en contra del capital, es la clase trabajadora quien podrá conquistar la oportunidad
real de definir la naturaleza humana. Ello de ninguna manera significa sugerir que, por
definición, la clase trabajadora actual es en cierta forma más natural que las otras clases.
Al ser una clase enajenada mediante el control que ejerce la sociedad que la emplea, la
clase trabajadora es en todos los sentidos no-natural y es un producto del capitalismo. Ni
tampoco se está sugiriendo la imposibilidad del socialismo. Lo que se está afirmando, no
obstante lo inevitable de la sublevación; es que resulta una ley natural que el animal
humano, cuando se ve despojado de los medios para satisfacer sus necesidades naturales,
reaccione a esta privación, algunas veces violentamente y algunas veces en una forma
socialmente organizada. La forma de la sublevación no está regida por ninguna ley
natural sino es un resultado social. El triunfo de esta sublevación traerá consigo la única
oportunidad histórica para que los seres humanos puedan transformarse en sujetos
sociales partícipes y no en sujetos naturales de su propia historia.
IV CONCLUSIÓN
Cuando Isaiah Bowman, el gran geógrafo imperial, enseñaba en Yale, él solía decir a sus
alumnos que ‘sería posible construir una ciudad de cien mil habitantes en el Polo Sur y
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equiparla con luz eléctrica y teatro de ópera. La civilización podría pagar el costo’. Esto
ocurrió justo en el tiempo en que la expedición de Peary había alcanzado el Polo, en
1909. Aún cuando la idea de un Polo Sur urbanizado probablemente representó más una
severa rectificación a su previa atracción por el determinismo ambiental, indudablemente
Bowman estaba en lo correcto. Con el mismo ánimo solía afirmar que ‘podríamos
también levantar en el Sahara una cadena montañosa lo suficientemente alta para
provocar una tormenta’. Y en un sentido más general, 20 años después, Bowman fue más
preciso al señalar que ‘el ser humano no puede mover montañas’ – no sin antes ‘dejarse
llevar por tal imposibilidad’.55
Predeciblemente, la producción de la naturaleza ha seguido una trayectoria guiada
menos por la imposibilidad extrema del evento físico y más por la rentabilidad del evento
económico. Igualmente previsible, quizá sea en Norteamérica, que abriera el camino a la
expansión del capitalismo mundial de 1918 hasta 1973, donde podemos encontrar los
ejemplos más admirables de la producción de la naturaleza. Al respecto, Jean Gottmann,
en su análisis iconoclasta de Megalópolis, señala lo siguiente:
Los Prometéicos esfuerzos que por mucho tiempo habían permanecido confinados
a los sueños de los europeos, renunciaron a un status quo en sus propias tierras
natales, deshaciéndose de las viejas ataduras de esta vasta naturaleza . . . .
Mientras ahí existió el tiempo y propósito para la expansión de las tierras baldías,
se desarrollaron las grandes ciudades de Megalópolis, mediante una división del
trabajo más sofisticada, del mayor intercambio de servicios, un comercio
incrementado, y la mayor acumulación de capital y de personas, un horizonte
infinito de recursos ilimitados para una sociedad opulenta.
La expansión de Megalópolis difícilmente hubiera podido suceder sin ese
ímpetu Prometéico tan extraordinario. Conforme la frontera se vuelve más urbana
en esencia, y en tanto la naturaleza a domesticar se transforma perceptiblemente
de los bosques y las praderas, en las calles de la ciudad y en las multitudes
humanas, quizá resulte más difícil ahuyentar los buitres que atemorizaron a
Prometeo.56
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maravillosa (a la que Engels en el mismo trabajo sucumbe una y otra vez) considerando
el contexto del triunfalismo científico del siglo XIX. En este sentido, la producción
industrial de bióxido de carbono y de bióxido sulfúrico hacia la atmósfera ha tenido
efectos climáticos por demás incontrolables: sí todavía queda alguna duda, un número
creciente de científicos apoyan la posibilidad de un efecto invernadero y el consecuente
derretimiento de las capas de hielo, mientras que muchos de aquellos que rechazan la
idea, esperan un enfriamiento igualmente dramático; y el incremento en el contenido de
bióxido sulfúrico en el aire es responsable de la lluvia ácida. Ni siquiera la producción de
la mano humana –o quizá ésta en particular– fue en absoluto un proceso controlado. Así,
mientras más completas y elaboradas son las producciones humanas, el sistema
capitalista se vuelve más anárquico. Tal como los contaminantes son productos integrales
del proceso de producción aunque no constituyen su objetivo inmediato, mucha de la
producción de la naturaleza no es el objetivo premeditado de la producción. El proceso de
producción es bastante premeditado, pero su finalidad inmediata, la ganancia, es estimada
en términos del valor de cambio y no de valor de uso. En consecuencia, el aspecto del
control es sumamente importante pero sólo hasta que comienza a entenderse en este
contexto. La primera pregunta no es si la naturaleza está controlada o hasta qué punto
está controlada; ésta es una cuestión planteada en el lenguaje dicotómico de la primera y
segunda naturaleza, de un dominio pre-capitalista y de un no-dominio sobre la naturaleza.
El problema real es cómo producimos naturaleza y quién controla esta producción de la
naturaleza.
El capitalismo desarrolla las fuerzas de productivas hasta el punto en que la
unidad de la naturaleza se vuelve nuevamente una posibilidad. No obstante, en el
capitalismo esta unidad permanece siempre como una eterna promesa en la marcha hacia
la universalidad. El capitalismo crea los medios técnicos para cumplir esa promesa, pero
por sí mismo es incapaz de cumplirla. La alternativa, como señaló Marx, es socialismo o
barbarie; cualquiera de los dos representa una unidad de la naturaleza. La cruel ironía de
esta alternativa es más crítica actualmente, en tanto que con la amenaza de la guerra
nuclear, la barbarie unifica la naturaleza sólo para destruirla. Sin embargo, la sociedad de
clase que amenaza con la derrota de un final barbárico, igualmente promete la ambición
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del socialismo. El socialismo no es una utopía como tampoco es una garantía. Es sin
embargo, el lugar y el tiempo dónde y cuándo la unidad de la naturaleza se convierten en
una posibilidad real. Es el campo de batalla para desarrollar un auténtico control social
sobre la producción de la naturaleza. Muy temprano en su vida, Marx imaginó el
comunismo como una ‘legítima solución al conflicto entre los hombres y la naturaleza’.59
El que tal afirmación resulte verdadera, todavía está por verse –y por realizarse.
Lo cierto es la lucha alrededor de este conflicto, la sublevación en contra de la
escasez. En muchos sentidos ésta es una batalla por el control de lo que es ‘socialmente
necesario’. Como ocurre con la contaminación, mucha de la producción de la naturaleza
es el resultado impredecible e incontrolable del proceso de producción. Estos pueden ser
productos integrales del proceso de trabajo, pero la contaminación y muchos otros
elementos producidos de la naturaleza, no son portadores de ‘tiempo de trabajo
socialmente necesario’. La batalla por el socialismo es la lucha por el control social para
determinar qué es y qué no es socialmente necesario. Al final, es una batalla por controlar
lo que es valor y lo que no lo es. En el capitalismo, este es un juicio resuelto en el
mercado, un juicio que se presenta a sí mismo como un resultado natural. El socialismo
es la batalla para juzgar la necesidad no en función del mercado y su lógica, sino
conforme a las necesidades humanas, en función no del valor de cambio y la ganancia,
sino del valor de uso.
Más tarde en su vida, Marx fue menos ambiguo respecto a la relación con la
naturaleza, y más reservado acerca de lo que el comunismo podría o no podría ser. El
siguiente pasaje de El Capital se refiere a este aspecto, sin embargo, comparado con sus
primeros escritos, éste es políticamente más concreto, preciso y resolutivo:
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naturaleza como por una fuerza ciega; logrando además su objetivo con el menor
gasto de energía y en las condiciones más favorables y más merecedoras de su
naturaleza humana. Sin embargo, en ello persiste todavía un ámbito de la
necesidad. Más allá del cual comienza el desarrollo de esa energía humana que
constituye un medio, y en sí mismo, constituye el ámbito real de la libertad.
Libertad que empero, en adelante puede florecer sólo teniendo a este ámbito de la
necesidad como su fundamento. La reducción de la jornada laboral es la
condición previa fundamental.60
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nostalgia. Tan pronto como los seres humanos se separaron de los animales al comenzar a
producir sus propios medios de subsistencia, empezaron a colocarse a sí mismos cada
vez más al centro de la naturaleza. A través del trabajo humano y de la producción de la
naturaleza en una escala global, la sociedad humana se ha colocado a sí misma justo al
centro de la naturaleza. Quererlo ver de otra manera acaso es nostalgia. Precisamente esta
centralidad en la naturaleza es la que alienta la ansiedad frenética del capital por controlar
la naturaleza; pero la idea de controlar la naturaleza es un sueño. Es el sueño soñado cada
noche por el capital y su clase, en la víspera del siguiente día de trabajo. Mas, el control
social, verdaderamente humano sobre la producción de la naturaleza, es el sueño
realizable del socialismo.
1
Karl Marx, Value, Price and Profit (Londres, 1899), p. 54.
2
La cuestión de si el trabajo de Marx debe entenderse como una continuidad o como una
secuencia de periodos claramente separados no es un problema nuevo. Comienza con la
publicación de algunos de sus primeros trabajos a principios del siglo XX, ninguno de los
cuales se había publicado antes. Más recientemente, el defensor más fiel de esta visión
del trabajo de Marx dividido en periodos específicos ha sido Louis Althusser. Véase For
Marx. Varios escritores se han opuesto a esta diferenciación entre un jóven Marx y un
Marx maduro. Véase particularmente Bertell Ollman, Alienation: Marx’s Concept of Man
in Capitalist Society (Cambridge, 1971). Véase también William LeoGrande, ‘An
Investigation into the “Young Marx” Controversy’, Science and Society 41 (1977), 129-
51.
3
Marx, Grundrisse, pp. 100-1. Para una argumentación interesante sobre el método
lógico-histórico en el capítulo 1 de El Capital, véase Harry Cleaver, Reading Capital
Politically (Austin, 1979).
4
Grundrisse, p. 85. Cfr. también la afirmación de Marx de que ‘debemos entender
primero a la naturaleza en general, y después a la naturaleza humana modificada en cada
época humana’, El Capital, 1, p. 609n.
5
Marx y Engels, German Ideology, p. 63.
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production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature,
Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de
Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.
6
El Capital, pp. 42-3, 71. (En esta traducción de El Capital, la palabra ‘naturaleza’ a
veces aparece escrita en mayúsculas, no obstante, respetando otras traducciones, y dado
que el original en alemán está escrito en mayúscula como un sustantivo mas que para
añadir significado, al citar he mantenido las minúsculas en todos los casos. Así mismo,
Marx utilizó la palabra ‘hombre’ y ‘hombres’ para referirse a la humanidad o a los seres
humanos. En un afán de simplificación, mas que evadir el problema del lenguaje sexista,
en las citas se mantienen los vocablos originales.
7
El Capital, 1, p. 177.
8
Karl Marx, Early Writtings (Harmondsworth, 1975), p. 355.
9
Ibid., pp. 389-90.
10
German Ideology, p. 47.
11
Ibid., p. 51.
12
Ibid., p. 42.
13
Frederick Engels, Origin, pp. 251-2; Donna Haraway, ‘Animal Sociology and a
Natural Economy of the Body Politic, Part II: The Past is the Contested Zone: Human
Nature and Theories of Production and Reproduction in Private Behaviour Studies’, Signs
4 (1) (1978), 38. Véase también Gordon Childe, Man Makes Himself (Nueva York,
1939), y Charles Woolfson, The Labour Theory of Culture (Londres, 1982).
14
Rosa Luxemburg, The Accumulation of Capital (Nueva York, 1968), p. 77; Ernest
Mandel, Marxist Economic Theory (Londres, 1962), pp. 27-8. Para un resumen del
debate sobre el origen y la función del excedente en el contexto de los orígenes urbanos,
véase David Harvey, Social Justice, pp. 216-23.
15
Engels, Origin, p. 220; Mandel, Marxist Economic Theory, pp. 40, 44.
16
El Capital, 3, p. 883.
17
Grundrisse, p. 146.
18
El Capital, 1, p. 352.
19
Origin, p. 232. Véase también Lawrence Krader, Formation of the State (Englewood
Cliffs, NJ, 1968); Elman R. Service, Origins of the State and Civilization (Nueva York,
1975).
20
Origin, pp. 120-1. Véase también German Ideology, p. 52.
21
German Ideology, p. 122.
22
Ibid., p. 52. A menudo se cita a Marx afirmando que la conciencia es el ‘flujo directo’
de la práctica humana, para tacharlo de determinista, reduccionista o algún otro ‘ista’.
Casi nunca se le cita cinco páginas adelante, en el párrafo donde Marx explícitamente
clarifica esta afirmación general y provisional. Aquellos que tergiversan a Marx en esta
forma no entienden la naturaleza lógico-histórica de la argumentación.
23
Grundrisse, p. 247-8.
24
Karl Marx and Frederick Engels, The Comunist Manifesto (Nueva York, 1955), p. 30.
25
Cicero, De Natura Deorum, II, 151-2. Véase The Nature of Gods, traducido por Horace
C.P. McGregor (Harmondsworth, 1972), pp. 184-5.
26
Count Buffon, citado en Glacken, Rhodian Shore, pp. 663, 665, 664. Para una
discusión de Glacken sobre Cicero, véase pp. 144-6.
27
Grundrisse, p. 252.
28
Ibid., p. 881.
47
Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The
production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature,
Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de
Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.
29
El Capital, 1, p. 169.
30
Ibid., 3, p. 880.
31
Ibid., 1, pp. 180, 181n.
32
Grundrisse, p. 479.
33
Sobre las dificultades y debates alrededor del análisis del Estado, véase Colin Barker,
“The State as Capital’, Internacional Socialism 2 (1) (1978), 16-42; J. Holloway y S.
Picciotto, State and Capital (Londres, 1978); James O’Connor, The Fiscal Crisis of the
State (Nueva York, 1973); Suzzanne de Brunhoff, The State, Capital and Economic
Policy (Londres, 1978). Sobre el debate Miliband-Poulantzas, que sintetizó mucho de la
discusión sobre el Estado, véase Ralph Miliband, The State in Capitalist Society,
(Londres, 1969); Nicos Poulantzas, ‘The Problem of the Capitalist State’, New Left
Review 58 (1969), 67-78; Ralph Miliband, ‘The Capitalist State: A Reply to Nicos
Poulantzas, New Left Review 59 (1969), 53-60; Ernesto Laclau, ‘The Specificity of the
Political: The Poulantzas-Miliband Debate’, Economy and Society 4 (1975), 87-100;
Ralph Miliband, ‘Poulantzas and the Capitalist State’, New Left Review 82 (1973), 83-93;
Nicos Poulantzas, ‘The Capitalist State: A Reply to Miliband and Laclau’, New Left
Review 95 (1976), 63-83.
34
Grundrisse, p. 706; El Capital, 1, p. 384.
35
El Capital, 1, pp. 360-1, 350, 645.
36
Engels, Origin, p. 223.
37
Joan Smith, ‘Women and the Family’, Internacional Socialism 100 (1977), 21-2. Para
una evaluación y una crítica de los diferentes puntos de vista sobre el matriarcado y la
clase, véase Joan Smith, ‘Women, Work, Family and the Economic Recession’, ponencia
presentada en el simposio ‘Feminism and the Critique of Capitalism’, The Johns Hopkins
University, (Abril 24-5, 1981). La conclusión de Marx y Engels de que la proletarización
pudiera liberar a las mujeres de la dominación pareciera haber sido un poco optimista,
aún concediéndole el beneficio de la duda.
38
Sobre la necesidad de la familia en el capitalismo, véase Barbara Winslow, ‘Women’s
Alienation and Revolutionary Politics’, Internacional Socialism 2 (4) (1979), 1-14. Para
una perspectiva distinta, véase Irene Bruegel, “What Keeps the Family Going?’,
Internacional Socialism 2 (1) (1978), 2-15.
39
El Capital, 1, p. 176.
40
Karl Marx, A Contribution to the Critique of Political Economy (Londres, 1971), pp.
20-1.
41
El Capital, 1, p. 181.
42
German Ideology, p. 63.
43
Grundrisse, p. 646.
44
G.W.F. Hegel, Philosophy of Right, traducción de T.M. Knox (Londres, 1967), p. 20.
45
Sohn-Rethel, Intellectual and Manual Labour, pp. 28, 56-7.
46
Grundrisse, p. 409-10.
47
El Capital, 1, p. 183.
48
Marx escribe: ‘La tierra sucumbe a la renta una vez que el capital es invertido, no
porque se invierta el capital, sino porque el capital invertido hace a esta tierra más
productiva de lo que era antes . . . . También esta renta, que puede transformarse en
48
Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The
production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature,
Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de
Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.
interés, se convierte en una renta diferencial absoluta una vez que el capital invertido se
amortice’ – El Capital, 3, p. 746. David Harvey desarrolla este argumento en Limits, p.
337.
49
Friedrich Engels, Anti-Duhring (Londres, 1975), p. 425; El Capital, 1, p. 10, Karl
Marx, The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte (Nueva York, 1963), p. 15.
50
Marx a Kugelmann, 11 de Julio de 1868, Marx-Engels, Selected Correspondence
(Londres, 1934), p. 246.
51
Comunist Manifesto, p.14.
52
Friedrich Engels, Dialectics of Nature (Moscú, 1954), p.180.
53
Esto evidentemente otorga un papel fundamental a la ciencia, pero a la ciencia crítica,
pues en general, la función ideológica de la ciencia ha sido la de lograr que relaciones
específicamente sociales aparezcan como naturales, es decir, como inevitables. Como
Marx escribió, la lógica de la economía política ‘resulta ser para el intelecto burgués una
necesidad obvia impuesta por la naturaleza tanto como el trabajo productivo por sí
mismo’ (El Capital, 1, p. 81). La diferencia entre la ciencia natural y social admite un
fetichismo de la ‘naturaleza’ como el objeto de la investigación científica natural, y
permite a la ciencia social construirse a sí misma frente a la ciencia natural, tomando a la
sociedad como su objeto natural de investigación. De acuerdo con Marx y Engels, no hay
sino una ciencia única, no existen ciencias diferentes para la naturaleza y para la
sociedad. No obstante, la unidad de la ciencia es un proceso práctico, una unidad que
debe desarrollarse. Como escribieran Marx a Engels, la ciencia debe cuestionarse ‘hasta
el punto en que pueda ser entendida dialécticamente’, (Selected Correspondence, p. 123.
Respecto a las denominadas ciencias ‘naturales’ en particular, lo anterior implica
recuperar la política que de hecho le pertenece a la ciencia pero que le ha sido expropiada
y hecha a un lado. Si estamos en lo correcto acerca de la producción de la naturaleza, la
política de la ciencia involucra distinguir las leyes naturales de las creaciones sociales,
no en términos de ciencia natural versus ciencia social, sino como ciencia versus
ideología. Al respecto, véase la crítica de Valentino Gerratana al evolucionismo post-
Darwinista: los científicos preocupados por la evolución, ‘quienes más que ninguna otra
persona contribuyeron a demostrar la historicidad de la naturaleza, terminaron por negar
y excluir el proceso histórico precisamente en aquella parte donde la historia natural es la
historia humana’. Ello significó una ‘inversión metodológica’ –un regreso ‘hacia la
afirmación de las leyes históricas del desarrollo social como leyes eternas de la
naturaleza’. Gerratana, ‘Marx and Darwin’, New Left Review 82 (1973), 60-82.
54
Grundrisse, p. 410.
55
Isaiah Bowman, Geography in Relation to the Social Sciences (Nueva York, 1934).
56
Jean Gottmann, Megalopolis, (Nueva York, 1961), p. 79.
57
Origin, p. 253.
58
Dialectics of Nature, p.180.
59
Early Writings, p. 348.
60
El Capital, 3, p. 820.
61
Schmidt, Nature in Marx, p. 196.
49