Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
FABIO WASSERMAN*
Introducción
pequeño era este del modo bárbaro con que se ventilaban en nuestro país las
cuestiones y los derechos individuales y sociales”. Echeverría, Esteban, “El
Matadero”, en Echeverría, Esteban Obras completas (Buenos Aires: Antonio
Zamora) 1951, p. 435 (escrito en ¿1839-40? y publicado en 1871). Para no abundar
en notas, citaré de aquí en más esta edición, indicando el número de página entre
paréntesis.
3 Weinberg, Félix, Esteban Echeverría. Ideólogo de la segunda revolución (Buenos
Aires: Taurus) 2006, p. 117.
4 Schvartzman, Julio (director), “La lucha de los lenguajes”, en Historia crítica de
la literatura argentina (Buenos Aires: Sudamericana) 2003, Tomo II. Esta
ausencia se vuelve aún más notoria cuando se considera que en esa misma
7 Ramos Mejía, José María, Rosas y su tiempo (Buenos Aires: Emecé) 2001.
8 Para estudio de las lecturas de la obra echeverriana durante el siglo XX, ver
Quereilhac, Soledad, “Echeverría bajo la lupa del siglo XX”, en Laera, Alejandra
y Kohan, Martín (compiladores) Las brújulas del extraviado. Para una lectura
integral de Esteban Echeverría (Rosario: Beatriz Viterbo) 2006, pp. 113-146.
9 Para un panorama de la literatura del período, ver Korn, Guillermo (compilador),
El peronismo clásico (1945-1955). Descamisados, gorilas y contreras (Buenos
Aires: Paradiso) 2007.
10 La lista de obras que por diversas razones pueden filiarse en El Matadero es
amplia, destacándose “La fiesta del monstruo” de Jorge Luis Borges y Adolfo
Bioy Casares, “Las puertas del cielo” e incluso “Casa tomada” de Julio Cortázar,
“Cabecita negra” de Germán Rozenmacher y “El niño proletario” de Osvaldo
Lamborghini.
11 Jitrik, Noé, El fuego de la especie (Buenos Aires: Siglo XXI) 1971; Viñas, David,
Literatura argentina y realidad política: de Sarmiento a Cortázar (Buenos Aires:
Siglo Veinte) 1971.
El juez
de ser quien mejor encarna ese mundo bárbaro. Para Ramos Mejía, por
ejemplo –que en esto sigue casi textualmente a Echeverría, aunque
omitiendo una parte importante del relato original–, el juez “Era el cau-
dillo de los carniceros, pues entre ellos se elegía al más consular y fede-
ral. El juez se entendía directamente con Rosas, manejaba las volunta-
des de aquellos buenos lebreles y representaba en el local a la persona
del Restaurador y sus ‘Extraordinarias’”.14
Sin embargo, esto no es lo habitual, pues el rol del juez ni siquiera
es tergiversado: directamente suele ser omitido en casi todos los análi-
sis porque su presencia no se ajusta a las expectativas de los lectores ni
a las ideas corrientes sobre el rosismo. Aparte de los autores citados,
quisiera detenerme en otros dos cuyas interpretaciones han tenido una
gran influencia en las lecturas que se hacen del relato. El primero es
Juan C. Ghiano, quien en su clásico estudio casi no hace referencia al
juez, y sostiene además que los dos protagonistas son Matasiete y el
joven unitario, vale decir, los más genuinos representantes de esos uni-
versos incomunicables: el culto y el popular.15 El otro autor es Ricardo
Piglia, un crítico y escritor sensible al sistema literario y a la historia
quien, al prologar una notable adaptación del relato como historieta, lo
califica como una alegoría sobre las relaciones de poder. No obstante,
no hace mención alguna del juez, figura que de todos modos cobra un
pronunciado relieve en la historieta que adaptó Enrique Breccia.16
Por mi parte, entiendo que si se ensaya una lectura menos
prejuiciosa no cuesta demasiado advertir que el juez cumple una fun-
ción decisiva en la trama del relato. Tal como se vio previamente, esto
es señalado por Kohan, quien destaca su capacidad para poner orden
en esa suerte de caos informe que parece ser el matadero. Asimismo
propone una reflexión sobre la naturaleza de la violencia popular y la
14 Ramos Mejía, José María, Rosas y su tiempo (Buenos Aires: Emecé) 2001, p.
199.
15 Ghiano, Juan Carlos, El Matadero de Echeverría y el costumbrismo (Buenos
Aires: CEAL) 1968.
16 Piglia, Ricardo, “Echeverría y el lugar de la ficción”, en Fierro (Buenos Aires)
1984, Nº 1.
tan ruin y pequeño que nadie lo notaría en los corrales a no estar aso-
ciado su nombre al del terrible juez y a no resaltar sobre su blanca pin-
tura los siguientes letreros rojos: ‘Viva la Federación’, ‘Viva el Restau-
rador y la heroína doña Encarnación Ezcurra’, ‘Mueran los salvajes
unitarios’. Letreros muy significativos, símbolo de la fe política y reli-
giosa de la gente del matadero” (p. 433).
Del mismo modo, cuando el unitario es llevado a la casilla, también
puede apreciarse que en ella aparecen elementos que dan cuenta de la
cultura y la violencia popular junto a otros que remiten a un cierto or-
den institucional regido por la escritura:
“La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa
de la cual no salían los vasos de bebida y los naipes sino para dar lugar
a las ejecuciones y torturas de los sayones federales del Matadero.
Notábase además en un rincón otra mesa chica con recado de escribir y
un cuaderno de apuntes y porción de sillas entre las que resaltaba un
sillón de brazos destinado para el Juez. Un hombre, soldado en apa-
riencia, sentado en una de ellas cantaba al son de la guitarra la resbalo-
sa, tonada de inmensa popularidad entre los federales, cuando la chus-
ma llegando en tropel al corredor de la casilla lanzó a empellones al
joven unitario hacia el centro de la sala” (p. 440).
En cuanto al juez, su primera actuación se produce en el marco de
la descripción del matadero como un mundo carente de normas. El
texto muestra, sin embargo, que este era obedecido por esos sujetos
que sólo parecían conocer la violencia irracional:
“Alguna tía vieja salía furiosa en persecución de un muchacho que
le había embadurnado el rostro con sangre, y acudiendo a sus gritos y
puteadas los compañeros del rapaz la rodeaban y azuzaban como los
perros al toro y llovían sobre ella zoquetes de carne, bolas de estiércol,
con groseras carcajadas y gritos frecuentes, hasta que el juez mandaba
restablecer el orden y despejar el campo” (p. 435).
Y lo mismo sucede una vez que el unitario es derribado y rodeado
por los matarifes, ocasión en la que se produce el siguiente diálogo:
“—Degüéllalo, Matasiete: quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como
al toro.
[...]
—¿Tiemblas? —le dijo el Juez.
—De rabia porque no puedo sofocarte entre mis brazos.
—¿Tendrías fuerza y valor para eso?
—Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame.
—A ver las tijeras de tusar mi caballo: túsenlo a la federala” (p. 441).
El diálogo continúa, pero es intervenido por los matarifes, que nue-
vamente son reprendidos y silenciados por el juez, dando paso al inte-
rrogatorio del unitario:
“—A ver —dijo el Juez—, un vaso de agua para que se refresque.
—Uno de hiel te haría yo beber, infame.
Un negro petiso púsosele al punto delante con un vaso de agua en
la mano. Dióle el joven un puntapié en el brazo y el vaso fue a estrellar-
se en el techo salpicando el asombrado rostro de los espectadores.
—Este es incorregible.
—Ya lo domaremos.
—Silencio —dijo el juez—, ya estás afeitado a la federala, sólo te
falta el bigote. Cuidado con olvidarlo. Ahora vamos a cuentas. ¿Por qué
no traes divisa?
—Porque no quiero.
—¿No sabes que lo manda el Restaurador?
—La librea es para vosotros esclavos, no para los hombres libres.
—A los libres se les hace llevar a la fuerza.
—Sí, la fuerza y la violencia bestial. Esas son vuestras armas; infa-
mes. El lobo, el tigre, la pantera también son fuertes como vosotros.
Deberíais andar como ellas en cuatro patas.
—¿No temes que el tigre te despedace?
—Lo prefiero a que maniatado me arranquen como el cuervo, una a
una las entrañas.
—¿Por qué no llevas luto en el sombrero por la heroína?
—Porque lo llevo en el corazón por la Patria, ¡por la Patria que vo-
sotros habéis asesinado, infames!
—¿No sabes que así lo dispuso el Restaurador?
—Lo dispusisteis vosotros, esclavos, para lisonjear el orgullo de
Consideraciones finales