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El análisis de la Revolución Industrial debe hacerse, paralelamente, a las transformaciones

que tuvieron lugar en otras esferas de la economía y la sociedad. Así, además de a la


Revolución industrial habría que referirse a la Revolución Agrícola, a la Revolución de los
Transportes y a la Revolución Demográfica, entre otras. Es difícil establecer una serie de
nexos causales entre ellas, cuando las relaciones se dieron de manera interdependiente.
Parece indiscutible que la mayor productividad del campo tuvo su estímulo en el desarrollo
industrial, merced a la introducción de las nuevas técnicas de mecanización, la selección
de cultivos y la liberación masiva de obra campesina. Recíprocamente, la revolución
agrícola favoreció el despegue de la industrialización, permitiendo el suministro masivo de
productos del campo a la ciudad, haciendo posible el éxodo rural de la población
campesina y su concentración en agregados urbanos de tamaño creciente. Además, el
interés por la agricultura se trasladó también a los nuevos países descubiertos, alentando
la aventura de la colonización y la búsqueda de nuevas materias primas que la industria
demandaba. En consecuencia, el comercio internacional alcanzó cotas insospechadas,
favorecido por la revolución de los transportes. La máquina de vapor de Watt hizo posible
el desarrollo del ferrocarril y del buque de vapor, reduciendo las distancias (en tiempo) de
forma considerable. Por último, el incremento de los alimentos disponibles posibilitó la
revolución demográfica y el crecimiento de la población. El nuevo ciclo demográfico entró
en una fase de profunda aceleración. El mantenimiento de las altas tasas de natalidad y la
disminución de las de mortalidad dio como resultado un crecimiento vegetativo en aumento
creciente, fenómeno paralelo a la progresiva concentración de la población en la ciudad.
Fuente: Aguilera et al. (2008) Geografía General II. Geografía Humana. Madrid, UNED

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