Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Concepto de constitución:
En 1862 Ferdinand Lassalle preguntó qué es una Constitución, interrogante que intentó
responder en una conferencia, que dio lugar a la clásica obra que lleva por título
precisamente la pregunta planteada. A partir de entonces, diversos autores se han
preguntado lo mismo, y después de más de 140 años, cabe preguntarse si dichos esfuerzos
dan cuenta o no de una comunidad científica que intenta, en conjunto, resolver el problema,
y si es o no posible encontrar un concepto unívoco, neutro y científicamente válido de la
palabra “Constitución”.
Lassalle se pregunta qué es, en esencia, una Constitución, y advierte que las
respuestas formales nos permiten identificar cómo se forma y qué hace una Constitución,
pero no dan respuesta la cuestión planteada. Si la Constitución es la ley fundamental, cabe
preguntarse qué la hace fundamental, o qué la diferencia de otras leyes. Para ello es
necesario que la ley fundamental “ahonde más que las leyes corrientes;” que sirva de
fundamento a las otras leyes, es decir, “deberá informar y engendrar las demás leyes
ordinarias basadas sobre ellas,” y que sea “una fuerza activa que hace, por un imperio de
necesidad, que todas las demás leyes e instituciones jurídicas vigentes en el país sean lo
que realmente son.”3 Esta fuerza activa no son sino factores de poder, como, en la época
de Lassalle, eran la monarquía, la burguesía y otros. Concluye Lassalle que en esencia la
Constitución de un país es “la suma de los factores reales de poder que rigen en ese país.”4
Estos factores guardan estrecha relación con la ‘Constitución jurídica’, pues simplemente
“se cogen esos factores reales de poder, se extienden en una hoja de papel, se les da
expresión escrita y a partir de ese momento, incorporados a un papel, ya no son simples
factores reales de poder, sino que se han erigido en derecho, en instituciones jurídicas, y
quien atente contra ellos atenta contra la ley, y es castigado.”
Supremacía de la Constitución2.
En el orden jurídico establecido por la Constitución, las normas tienen distinto valor y
jerarquía: la Constitución misma, las leyes ordinarias, los decretos, etc., de donde nacen una
graduación jerárquica y el principio que se denomina “supremacía de la Constitución”. La
Constitución establece un orden jurídico-político, de donde surge la autoridad del Estado
dentro del marco que la misma determina; comprende y abarca toda la vida jurídica del
Estado. Se da vida a si misma.
Por ello: “la sola existencia de una Constitución basta para afirmar que el Estado de
Derecho, creado por ella, excluye todo el derecho que no nazca de ella, explícita o
implícitamente, porque ninguna manifestación de voluntad colectiva o personal, de
autoridad o de libertad, es apta para crear un derecho que, de una o de otra manera, no
tenga origen en la voluntad constituyente, expresada mediante la Constitución”.
La Constitución determina y fundamenta el orden jurídico, unificándolo a través de
dos vías. Por la primera establece una serie jerárquica de competencias, instituye a los
órganos encargados de ejercer las funciones que ella les encomienda como, legislar, juzgar,
administrar. Así, la Constitución funda el ordenamiento jurídico desde el punto de vista
formal, coordinando y unificación el poder del Estado. En la práctica, o anterior opera bajo
el entendido que si una norma es inferior debe conformarse con la superior. “Se persigue
que toda ley, en sentido lato, toda regla jurídica general, sancionada por la autoridad
pública y obligatoria para el pueblo, respete el valor jerárquico que la Constitución
establece. En definitiva, se trata de garantizar el orden jurídico constitucionalizado y la
supremacía formal y material de la Constitución. Por la otra vía, la Constitución determina
el contenido a través de su fin.
En tal sentido, una de las primeras medidas de protección, se encuentra en los
propios textos constitucionales, y se manifiesta en que ninguna norma o precepto legal,
decreto o tratado, puede prevalecer frente a las disposiciones expresas de la Constitución.
Otra forma de resguardo de este principio radica en el “juramento” o “promesa” de
cumplir y hacer cumplir la Constitución, que los ocupantes de los cargos o roles de mando
deben prestar al entrar en funciones, con las responsabilidades inherentes a su
quebrantamiento. Con todo, el constitucionalismo concibió mecanismos y técnicas de
mayor envergadura con miras a la preservación del principio de la supremacía.
Entre aquellos podemos distinguir los siguientes:
Rigidez constitucional. Las disposiciones contenidas en la Constitución no pueden ser
modificadas ni derogadas en los mismos términos que las leyes ordinarias. Se estima
entonces que se está en presencia de una Constitución rígida. A contrario sensu, una
constitución flexible, es aquella que puede derogarse o modificarse por el mero órgano
legislativo, según el procedimiento ordinario. Inglaterra posee una ordenación
constitucional propiamente flexible. Sobre la base del “derecho consuetudinario” (common
law), que no es escrito, descansa en una pequeña sección escrita llamada “leyes
Constitución escrita. Por motivos de seguridad y de claridad se estima que las normas
fundamentales deben estar contenidas en un documento único, orgánico y solemne. La idea
de la Constitución escrita codificada es típica de los pensadores del siglo XVIII, ya que, a
través de ella, se pretendía plasmar por escrito las limitaciones a que habría de estar
sometido el Rey, que hasta entonces había sido absoluto. A partir de la Constitución
norteamericana de 1787, el hecho de tener un documento escrito sistematizado se
generalizó y la palabra constitución adquiere ese significado. En nuestros días la gran
excepción está representada por Gran Bretaña, que carece de un texto fundamental único y
donde las convenciones, costumbres y tradiciones desempeñan el rol más importante de su
organización política.
Control de constitucionalidad de las leyes. Son mecanismos ideados a través del tiempo
para salvaguardar la supremacía constitucional frente a posibles vulneraciones emanadas
por parte del órgano legislativo. Según la naturaleza del órgano llamado a ejercer la tutela,
se distingue entre control político, control jurisdiccional y control mixto.
Control político. En este caso es el órgano legislativo el que tiene a su cargo un verdadero
autocontrol de su actividad normativa. Su fundamento doctrinario radica en que, “siendo las
cámaras legislativas la representación más acabada del pueblo, son ellas las que tienen
mayor autoridad, por ejercer la función de control”6.
Control jurisdiccional. En principio parece una solución óptima y consecuente entregar a
los tribunales y, en particular, a los superiores, el control de la constitucionalidad de las
Junto a estas garantías fundamentales procesales, hay que mencionar otras que sin
revestir este carácter contribuyen también a reforzar la seguridad personal: la inviolabilidad
del domicilio y de la correspondencia. Obviamente esta garantía tiene igualmente relación
con el reconocimiento del derecho de propiedad en sus diversas formas. Suelen omitirse, al
señalar las garantías que protegen los derechos fundamentales, los recursos y acciones que
contemplan los ordenamientos fundamentales, para velar por la constitucionalidad de las
leyes. Sin embargo, son ellos instrumentos valiosos para la defensa de los derechos, por
cuanto permiten invalidar o declarar inaplicables aquellos preceptos legales que en alguna
forma los vulneren. Al terminar este esquemático análisis de los derechos fundamentales y
sus garantías, parece imprescindible puntualizar que es un hecho incontestable que ellos no
pueden ser caracterizados como “derechos absolutos”, dice Izaga, “ello equivaldría a decir
que son ilimitados e incapaces de normas que, de alguna manera, regulen o coacten su
ejercicio. Y eso es totalmente falso.
El poder político emigra desde el Jefe del Estado a la base del Estado, al pueblo; y ese
tránsito implica toda la modificación de instituciones y de conceptos donde tiene
protagonismo la separación de funciones. Los principales expositores de la doctrina fueron
el inglés Locke y el francés Montesquieu, ambos inspirados en la evolución experimentada
por las instituciones inglesas a partir de la segunda mitad del siglo XVII. Las líneas que
siguen procuran dar una síntesis del pensamiento de ambos autores. De acuerdo con su
concepción del origen del Estado, Locke expone en su obra: “Segundo Tratado de Gobierno
Civil”, la idea de que un contrato original hace salir a los hombres del estado naturaleza
para ingresar a la sociedad civil, donde encuentra seguridad. Pero el pacto no entraña
renunciar a aquella parte de libertad que Locke considera inalienable.
Por lo común, las teorías políticas están ligadas a los hechos políticos y son sugeridas
por la realidad ambiente. Después de oscilarse entre el poder absoluto de la monarquía y la
dictadura parlamentaria con la república de Cromwell, y vuelta a la monarquía absoluta, se
alcanza, como resultado de esa oscilación, un equilibrio de fuerzas políticas que
restablecerá de otra manera la situación medieval, al tener que conciliarse el poder del Rey
con el poder del Parlamento. Esta situación de hecho, este modo de relación entre poderes
políticos, fue lo que sugirió la teoría de la división de poderes, dentro de un Estado nacido
del pacto, entre un poder ejecutivo y un poder legislativo; aquél dividido, a su vez, en dos
ramas: una administrativa y otra judicial, atribuidas ambas en principio al rey, pero
ejercidas por vías independientes. Todavía reconoce Locke, aparte de estos dos –en verdad,
tres– poderes, otro más, al que llama de prerrogativa y al que atribuye la decisión en los
casos de emergencia o excepcionales, lo cual significa reconocer que no obstante todas sus
divisiones internas y orgánicas, el Estado constituye una unidad.
Esta exigencia es otro de los postulados del constitucionalismo clásico y, junto a la garantía
de los derechos individuales, fue elevada a la categoría de verdadero dogma político: “toda
sociedad en la cual la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de los
poderes determinada, carece de constitución”, expresa el artículo 16 de la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Sobre el alcance de este principio nos
remitimos a lo ya expresado en el párrafo 23 de la Sección Sexta.
CLASIFICACIONES
Descritos los principios que informan la escuela del constitucionalismo clásico, estamos en
condiciones de comprender la distinción entre Constitución material y Constitución formal.
Constitución en sentido material es el sistema de normas –escritas o no escritas; codificadas
o dispersas– que se refieren a la organización fundamental del Estado. El concepto material
de Constitución se define, por consiguiente, por su objeto o materia. El sentido material no
hace relación ninguna a la categoría formal del origen del precepto, sino a que el objeto o
materia reglado sea de importancia fundamental. “La Constitución –dice Jellinek– abarca
los principios jurídicos que designan los órganos supremos del Estado, los modos de su
creación, sus relaciones mutuas, fija el círculo de su acción y, por último, la situación de
cada uno de ellos respecto al poder estatal”.32 Crear y estructurar los órganos supremos del
poder estatal, dotándolos de competencia, es, por lo tanto, el contenido mínimo y esencial
de toda Constitución. En tal sentido, todo Estado está constituido de una manera
determinada, específica y concreta; tiene una manera de ser, un modo de disposición de sus
elementos, una estructura en cuanto todo. La Constitución en sentido material coincide con
el concepto genérico o amplio de Constitución enunciado al iniciar esta Sección. La
Constitución en el sentido formal es el sistema de normas referidas a la estructura del poder
estatal, en cuya elaboración y mantenimiento se han observado las formalidades que
prescribe el constitucionalismo clásico. Se atiende, por consiguiente, a las formas y efectos
que reviste la técnica jurídica. “Sabemos que el constitucionalismo moderno ha codificado
generalmente las normas jurídicas fundamentales del Estado, para conferir la inmutabilidad
y permanencia; el texto escrito y rígido ha sido equiparado a una superley, a una ley de
garantías. La Constitución adquiere, con eso, un carácter emintemente formal; se distingue
de la ley ordinaria, no sólo por su objeto ni por el género de las cuestiones que trata, por su
forma de elaboración”.33 Planteada en estos términos la distinción, se puede concluir que
todo Estado tiene Constitución en sentido material, pero no todos la tienen en sentido
formal. La clasificación puede explicitarse tomando como referencia las constituciones de
Inglaterra y de los Estados Unidos de Norteamérica.
Inglaterra tiene una Constitución material, porque se rige por leyes y convenciones
constitucionales que se refieren a la organización fundamental del Estado, como la ley que
mutiló atribuciones de la Cámara de los Lores (1911) y la que Meció el sufragio universal
(1918), y varias convenciones constitucionales que dan a su sistema político el carácter de
parlamentario. En cambio, no tiene Constitución formal, porque al carecer de un poder
constituyente no existe diferencia entre esas leyes constitucionales y las ordinarias. Por otra
parte, no existe un texto escrito único y de naturaleza orgánica. La Constitución
norteamericana, en cambio, presenta los caracteres de Constitución tanto en sentido
material como formal. En efecto, la Constitución de 1778-89, con las diez primeras
enmiendas, contiene el fondo de la Constitución con su tabla de derechos humanos y la
reglamentación de los poderes. El artículo V de la misma Constitución propone los trámites
necesarios para su reforma, trámites complejos que no son necesarios para la formación ni
modificación de las leyes ordinarias. Consta, además, en un documento escrito,
solemnemente promulgada por el pueblo y es la base de todo el ordenamiento jurídico
norteamericano.34 Otras clasificaciones que habitualmente aparecen en los textos –y a las
cuales nos hemos referido incidentalmente en esta Sección– carecen, a nuestro entender, de
relevancia. En efecto, para el constitucionalismo la Constitución debe ser necesariamente
escrita, rígida y establecida por el poder constituyente, cuya titularidad de ejercicio reside
en el pueblo o nación. Las constituciones no escritas, flexibles y otorgadas sólo podrán ser
consideradas como tales desde el punto de vista material. Conserva interés la clasificación
que se hace entre constituciones breves o sumarias y constituciones desarrolladas. El
problema no es meramente cuantitativo como parecen entender algunos autores. No se trata
del mayor o menor número de capítulos o artículos que tiene el texto constitucional, sino
del aspecto cualitativo, del alcance de las normas. La Constitución breve o sumaria se
limita a regular los aspectos esenciales de las instituciones que establece y encomienda a la
ley ordinaria su reglamentación o complementación. Por el contrario, las constituciones
desarrolladas pormenorizan materias propias de ley ordinaria. Las constituciones chilenas –
con la excepción de la de 1823, “moralista” de Egaña– han sido breves o sumarias. La
doctrina se inclina preferentemente por la Constitución breve o sumaria. Estimamos que la
clasificación entre Constitución escrita y Constitución real es perfectamente válida en su
contenido, pero resulta equívoca en cuanto a la terminología empleada. La alusión a
constituciones escritas como uno de los factores de la contraposición, excluye a cierto tipo
de normas fundamentales, respecto a las cuales también puede originarse la antinomia que
se procura evidenciar. Por tal motivo, estimamos más esclarecedora la distinción entre
Constitución y régimen político. Aun cuando el tema será profundizado en la Sección de los
Regímenes Políticos (tomo II), creemos oportuno trazar aquí un esbozo de este
planteamiento. La premisa fundamental de esta clasificación se traduce en el siguiente
enunciado: la verdadera configuración política de un pueblo no es siempre lo que aparece
en los textos constitucionales. La Constitución tiende a desfigurarse en su aplicación
práctica. “La puesta en marcha de la Constitución produce un cierto orden, el orden
constitucional, que tal vez se separe un poco –o mucho– de la imagen de orden concebida
por los constituyentes, o de la deducida por los exégetas del texto (en el caso de
Constitución escrita)”.35 Las causas que pueden provocar este desfase entre lo que dice el
texto constitucional y la realidad son complejas y, para su adecuada comprensión, es
preciso conocer el rol que en la vida estatal desempeñan las fuerzas políticas. Intertanto,
debemos adelantar que la vida política se nos presenta como un constante fluir que no
puede quedar paralizado por un texto constitucional. De ahí que surja la idea de régimen
como un continuo fluir vital de las situaciones concretas del poder. Se trata, en síntesis, de
visualizar el proceso dialéctico que se origina entre vida y organización, devenir y
estructura. Desde esta perspectiva, Jiménez de Parga define la Constitución como “un
sistema de normas jurídicas, escritas o no, que pretende regular los aspectos fundamentales
de la vida política de un pueblo”. El régimen político –según, el mismo autor– es “la
solución que se da de hecho a los problemas políticos de un pueblo”. Como tal solución es
efectiva, el régimen puede o no coincidir con el sistema de soluciones establecido por la
Constitución. Lamentablemente la mayoría de las veces esta coincidencia está muy lejos de
producirse.
Tipologías
Reforma de la constitución.
Bases de la Institucionalidad
La familia
El bien común
La nacionalidad Chilena:
a) Fuentes
b) causales de pérdida
c) Excepciones a la igualdad entre chilenos y extranjeros en chile.
EL PRINCIPIO DE LA IGUALDAD