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La filosofía contemporánea como época histórico-filosófica

Adentrarse en lo contemporáneo implica la tarea siempre difícil de pensar el propio


presente. Difícil puesto que en él nos hallamos inmersos y, así, resulta arduo lograr la
claridad necesaria para elucidar sus características y rasgos distintivos. No obstante, en
orden a intentar un abordaje a dichas características, recurriremos a una triple perspectiva
de análisis: en primer lugar, la peculiaridad de la fase de apertura en lo que respecta a la
filosofía contemporánea; en segundo lugar, la relación de ella con su predecesora, la
filosofía moderna; por último, con relación a la noción misma de ‘contemporaneidad’.

Con el giro copernicano efectuado por Kant en el ámbito de la filosofía, la


racionalidad del sujeto cobró una preponderancia manifiesta. Sobre este fundamento, la
modernidad filosófica construyó un proyecto histórico, el cual alcanzó con Hegel una
formulación muy acabada. El sistema hegeliano era un todo perfecto. Dentro de él, no
solo cualquier atisbo de fisura parecía insospechable sino que todo acontecimiento
singular de la historia, todo lo particular e individual, era explicado a partir de su inclusión
en una totalidad lógica, cuyo despliegue se hallaba regido por la Razón misma en pro de
la conquista de la libertad. Tal es el famoso “ardid de la razón”, fórmula acuñada por
Hegel en sus Lecciones sobre la historia universal.

Sin embargo, este proyecto que sacrificaba lo particular en aras de la razón universal,
de la libertad y del espíritu absoluto, comienza con el Romanticismo a percatarse de los
primeros signos de insatisfacción que generaba. Y ya en pleno s. XIX, surge una abierta
reacción filosófica contra dicho proyecto, manifestado en tres autores que conocieron y
estudiaron la filosofía hegeliana. El primero de ellos es Arthur Schopenhauer (1788-
1860), quien rompe con la idea de que los hombres colaboran de manera tácita en un
proyecto histórico de emancipación, pues en cada hombre hay voluntad de vivir, deseos,
pulsiones, las cuales no encuentran en la historia un sentido determinado. En palabras de,
“El individuo schopenhaueriano es incapaz de integrarse en un ideal abstracto superior,
en una subjetividad infinita, en la especie humana: nunca se sacrificará por algo en lo que
ya no cree” (2008, p. 21). Otro de los autores que brega por recuperar la individualidad
es Sören Kierkegaard (1813-1855). Este autor danés rechaza la subsunción del individuo
en lo general, la cual considera como un modo de escapar a la soledad radical –metafísica-
del individuo, que constituyen un momento irreductible de cada hombre. Por último, otro
de los autores que esgrime grandes críticas al proyecto moderno es Karl Marx (1818-
1883). Este autor, retoma las ideas de Ludwig Feuerbach, hegeliano de izquierda, y
considera que no solo el hombre de carne y hueso es el verdadero sujeto de la historia,
sino que este mismo se realiza, construye su propia esencia a través de ella. Esta historia
consiste en la satisfacción de necesidades materiales, renovadas constantemente, y su
motor no es sino la lucha de clases. De allí, la clásica definición del marxismo como
materialismo dialéctico (ibíd., p. 43).

Vistos de modo sucinto los pensamientos de estos tres autores, es claro concluir que
la contemporaneidad filosófica “encuentra en la reacción ante el absolutismo del sistema
hegeliano su punto claro de partida” (ibíd., p. 19).

Sin embargo, podríamos situarnos en una segunda perspectiva de análisis y calar más
hondo en la relación de la filosofía contemporánea con respecto a la filosofía precedente.
Si hay algo que caracteriza el derrotero filosófico a partir del s. XIX, es el distanciamiento
crítico que realiza sobre varios aspectos de la filosofía precedente. En primer lugar, se
toma distancia respecto del pensamiento metafísico. Dicho pensamiento, hegemónico en
la historia de toda la filosofía precedente, se caracterizaba por su pretensión de totalidad,
de dar cuenta de todo fenómeno y de remitirlo a un principio, fundamento ideal y último.
Además, este pensamiento suponía un modo dualista de comprensión de la realidad, por
medio del cual lo inteligible tiene prioridad y se halla en relación asimétrica respecto de
lo fáctico. No obstante, la filosofía contemporánea busca, de diversas maneras, oponer al
pensamiento metafísico el peso de lo existente, material, sensible e históricamente dado,
como sucede en el caso de las corrientes existencialistas, utilitaristas o marxistas o del
pensamiento nietzscheano.

Se realiza, asimismo, un cuestionamiento del sujeto moderno, considerado como


fundamento último de todo, cuyas principales características son la racionalidad y la
autonomía, desde las cuales todo puede explicarse. De esta pesada herencia moderna toma
posición la contemporaneidad filosófica, mas, en absoluto de modo unánime, sino que
acontece una pluralidad de respuestas. Algunas de ellas buscan restablecer la subjetividad
de un nuevo modo. Aparecen aquí los neokantianos y la pragmática trascendental de
Habermas, quien busca funda la racionalidad desde el diálogo y el lenguaje, en
contraposición a la solipsista y monológica racionalidad moderna. Otro potente intento
por refundar la filosofía del sujeto es la fenomenología de Husserl. Además, con el
estructuralismo se descubre que el conocer y el actuar humanos no pueden solo explicarse
desde la racionalidad sino que en ellos intervienen otros factores. En tercer lugar, surge
la problemática del estatuto epistemológico de la filosofía. Un problema de tal carácter
era impensado para toda la filosofía clásica, que la consideraba no solo ciencia sino de
entre ellas, la primera. Sin embargo, a partir de la paulatina independencia de las ciencias
particulares (naturales, sociales), establecidas sobre la base de resultados empírico-
positivos, comienza a cuestionarse el pensamiento especulativo, del cual no se puede
saber si es conocimiento verdadero o argumentación vacía. En este contexto, hallamos el
empirismo lógico, el cual postula que la filosofía debe ser una meteteoría de la ciencia, o
la analítica del lenguaje, para la cual todo filósofo debe ser un crítico del lenguaje. Todo
ello configura un rasgo fundamental de la filosofía contemporánea que es el intento por
aclarar cuál es su estatuto epistémico. De allí, por ejemplo, la búsqueda husserliana de
alcanzar una filosofía como ciencia estricta.

Desde esta segunda perspectiva de análisis, resulta manifiesto cómo el


posicionamiento crítico respecto de toda la filosofía que la antecede es un rasgo peculiar
de la filosofía contemporánea.

Por último, cabe analizar la contemporaneidad filosófica desde la noción misma de


‘contemporaneidad’. Cabe aclarar que con este término no se hace solamente referencia
a lo presente, a lo que pertenece a este tiempo o a la relación entre quienes comparten un
presente. Tales son nociones muy amplias para explicar lo que es la contemporaneidad
filosófica. Esta implica una actitud fundamental, un modo de ser del hombre. En palabras
de Agamben, quien trae a colación unas palabras de las Consideraciones intempestivas
de Nietzsche, “tomar posición respecto del presente” (2011, p. 17). Es decir, ser
contemporáneo es ser intempestivo, inactual y no dejarse obnubilar las luces del presente
sino intentar desarrollar claves interpretativas de dicho presente en orden a identificar las
sombras que siempre acompañan la luz. Además, tal actitud no solo se halla en relación
con el tiempo presente sino también con el pasado y el futuro. El contemporáneo
introduce discontinuidad, marca una diferencia en el tiempo y, de ese modo, tal tiempo
se vuelve distinto de todos los tiempos anteriores y habilita una nueva comprensión sobre
ellos. En otras palabras, el contemporáneo desarrolla cierta hermenéutica del presente
para una nueva interpretación del pasado. Y de la conjunción de estos dos momentos se
habilita una nueva relación con el presente para transformarlo, lo cual supone un modo
de relación con el futuro. Así, la filosofía contemporánea se ejercita en el diagnóstico de
la actualidad, en el reconocimiento de las crisis de diversa índole que afectan al hombre
(moral, de la que se ocupa Nietzsche; económica, bien estudiada por Marx o Foucault;
técnica, denunciada por Heidegger o la teoría crítica). Por último, vale la aclaración de
que todo intento de respuesta que se proponga desde la filosofía contemporánea, esta no
revestirá el carácter omniabarcante de antaño, sino que se ocupará de transformaciones
puntuales, contingentes, pero no por ello, menos importantes. Allí es donde debe trabajar
la filosofía.

En conclusión, habiendo analizado la filosofía contemporánea desde las tres ópticas


mentadas, podemos afirmar que esta supone un desafiante reto para el filosofar actual, el
cual, no obstante, lejos de inmovilizar, es el mayor de los estimulantes para el pensar.

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