El pensamiento y la vida real del siglo xix condujeron al descubrimiento
formalmente científico de la constante y múltiple relación entre la medicina y la sociedad, y por consiguiente entre el modo de la medicina que se aprende y se sabe y el modo de la medicina que se dispensa y practica. Como el M. Homais de Molière con la prosa, el médico se encontró entonces con que, sin saberlo, estaba haciendo ciencia social. Pero al lado de lo que esa relación ha llegado a ser tras la Primera Guerra Mundial, no parece exagerado afirmar que aquel descubrimiento con el saber médico-sociológico a que entonces dio lugar: el que va desde Joh. P. Frank hasta Grotjahn apenas había pasado de ser un atisbo. De un modo o de otro, todos los órdenes de la realidad y todos los momentos operativos que se integran en la actividad del médico han revelado no sólo la existencia, también el carácter esencial y la enorme importancia que para la medicina posee la constitutiva socialidad del hombre enfermable, del hombre enfermo y del médico mismo. Aun cuando los temas y los datos hayan de reaparecer en las páginas subsiguientes, no será inoportuno un breve apuntamiento de los modos principales en que se ha hecho patente esa radical socialidad de la medicina: 1. El enfermar mismo. Recuérdese lo ya dicho acerca de la actual realidad del enfermar. Más aún: la causa de la enfermedad (ejemplos: la relación entre la localization del cáncer y la clase social de quien los padece, según datos recogidos por M. Pflanz, 1962; el «hospitalismo » que describió Spitz y la importancia nosogenética de las anomalías en la «urdimbre afectiva» del niño que ha subrayado Rof Carballo; la «iatrogenia social» de Illich), el sentimiento de estar enfermo y la configuración del cuadro morboso (ejemplos: la diferencia entre la úlcera gástrica del segador y la del profesor de filosofía, en frase de Marañón; las investigaciones sobre el problema síntoma-sociedad de A. B. Hollingshead y F. C. Redlich, 1953-1958, J. Ruesch, 1948-1953, etc.), sólo teniendo en cuenta el puesto del paciente en la sociedad pueden ser bien entendidos. 2. El diagnóstico. La relación entre el médico y el enfermo (modos de ella según la conducta de uno y de otro ante sus respectivos roles sociales, Talcott Parsons, 1951) y la efectiva formulación del juicio diagnóstico (véanse los datos antes consignados), por la sociedad se hallan siempre configurados. 3. El tratamiento. Estructura social, nivel y orientación de la economía, técnicas terapéuticas, rol y status del médico y del paciente, índole del contrato tácito o expreso consulta privada, seguro social, beneficencia que preside el encuentro entre uno y otro, vida hospitalaria, problemas que plantean el alta y la reintegración del enfermo ya sanado a su mundo; todo en el tratamiento se halla socialmente condicionado, aunque no todo en él sea últimamente social. 4. La prevención de la enfermedad. Como más arriba se dijo, preponderantemente sociales son los principios, las realidades y las perspectivas que hoy rigen y componen la medicina preventiva, y en términos de reforma de la sociedad se plantea la llegada a un futuro nivel de la existencia histórica en que sea mínimo el peso de la enfermedad sobre el destino del hombre. 5. Una nueva disciplina médica. Tan importante y tan múltiplemente real es hoy la relación entre la medicina y la sociedad, que en pocos decenios hemos asistido al nacimiento de una nueva ciencia, entre las varias que para el médico son fundamentales: la «Sociología médica». La bibliografía acerca de ella — norteamericana, sobre todo es inmensa; baste considerar la que contienen libros de conjunto como los de M. Pflanz (Sozialer Wandel der Krankheit, 1962), Η. Ε. Freeman y cols. (Handbook of Medical Sociology, 1963), R. M. Coe (Sociology of Medicine, 1970) y Ε. Gartly Jaco y cols. (Patients, physicians and illness, 1972). Al área de la Sociología médica pertenece asimismo la disciplina que desde 1966 como complemento de la «Psicosomática» H. Schaefer viene llamando «Sociosomática». Del mismo H. Schaefer y M. Blohmke son una Sozialmedizin (1972) y en colaboración con C. Von Ferber y K. P. ' Kisker un extenso Handbuch der Sozialmedizin (1975). Como en las partes anteriores, examinemos ahora la relación entre la medicina y la sociedad, según los temas en que tradicionalmente tal relación se ha planteado: actitud ante la enfermedad, formación del médico, situación social de éste, asistencia al enfermo, modos profesionales de la actividad médica socialmente determinados, ética médica. A. Desde las culturas más primitivas (Ackerknecht), se halla condicionada por la situación histórico-social la actitud ante la enfermedad. ¿De qué modo a la nuestra la ulterior a la Primera Guerra Mundial la está modulando nuestro modo histórico y social de vivir? Las siguientes notas parecen ser las principales en la respuesta: 1. Una concepción más amplia y una estimación más profunda de la salud. La hoy tópica y todavía utópica definición de la OMS con su idea de que el hombre sano debe gozar de un «completo bienestar físico, mental y social» es tal vez la mejor prueba de ello. Como augur de nuestro tiempo y del que tras él venteamos, Nietzsche postuló la creación de una sociedad en la cual la salud llegue a ser «un decir sí al carácter total de la vida» y «el reino de una physis transfigurada». 2. La concepción en términos de «derecho» y no en términos de «don recibido» derecho a la salud, derecho a una asistencia médica bien calificada de la natural aspiración del hombre a «estar sano», y al mismo tiempo la universalización o planetarización de tal actitud, sólo occidental y minoritaria a comienzos de nuestro siglo. 3. Una confianza ilimitada, a veces mítica, en el poder de la ciencia y la técnica médicas. 4. La general no-resignación ante dolencias o trastornos que por su real o aparente levedad antes no movían a buscar ayuda técnica y, en consecuencia, un enorme incremento de la automedicación. 5. Una vivísima preocupación de la sociedad por salvar y rehabilitar vidas humanas. 6. Gomo reverso de todas las notas anteriores, pero formando cuerpo con ellas, la frecuencia con que el hombre actual, impulsado por el hedonismo, el fanatismo o la desesperación, tres consecuencias de la «vivencia de la crisis como hábito» antes mencionada, quiere y reclama su salud para destruirla. «¡Ninguna dicha te iguala, oh Salud!», rezaba en 1911 el frontispicio de la Exposición de Higiene de Dresde. «Puesto que eres mía, te gozo o te destruyo», dicen a la salud tantos hombres de hoy. Lo cual, como es obvio, condiciona la actitud de esos hombres ante el hecho y la experiencia de la enfermedad. B. Al iniciarse la Primera Guerra Mundial, la formación del médico parecía haber logrado un modelo punto menos que definitivo o metahistórico; sólo retoques perfectivos podrían experimentar con el paso del tiempo. Pues bien: las importantes novedades que en el saber y en la asistencia a la enfermedad se han producido desde 1918 han obligado a revisar a fondo ese modelo, sin que, por lo demás, haya surgido todavía otro al cual pueda considerarse universalmente válido. Muy en esquema porque la educación médica, objeto de varias revistas especiales, es hoy cultivada en Asociaciones de diverso ámbito y con frecuencia discutida en Congresos nacionales e internacionales, he aquí los principales puntos y temas de tal revisión: 1. La creciente imposibilidad de poseer individualmente todos los saberes y todas las técnicas que hoy exigen el diagnóstico y el tratamiento, por una parte, y la consiguiente necesidad de contar con especialistas informados y capaces, por otra, obliga a la formación de dos órdenes de médicos: el «general», técnicamente habilitado para discernir entre los casos que requieren la asistencia del especialista y los que no la requieren, así como para tratar por sí mismo estos últimos, y el «especialista », en el más amplio sentido del término. El curriculum del «médico general» puede quedar así notablemente reducido. 2. En tanto que «promotor de la salud», el médico debe ser capacitado durante los años de su formación para dirigir y organizar los equipos internacionales, nacionales, comarcales o locales que lleven a cabo esa tarea. 3. La creciente importancia de los aspectos psicológicos, sociológicos y antropológicos de la medicina hace necesaria la introducción de las correspondientes disciplinas por supuesto, de manera clara y concisa en el plan de estudios del médico. 4. No es posible considerar plenamente universitaria la formación del médico sin que éste sepa cómo a lo largo de los siglos han ido constituyéndose los saberes que posee y las técnicas que emplea; sólo así podrá entender su personal instalación como tal médico en el mundo en que existe. Bien orientada, la Historia de la Medicina debe formar parte de sus estudios. 5. La enseñanza debe tender a la integración y la coordinación del contenido de sus distintos ciclos. Son varios los modelos de «enseñanza integrada» hoy en ensayo, especialmente en las Facultades de Medicina norteamericanas. En España son dignos de mención los proyectos y las realizaciones de J. M.a Segovia de Arana y A. Gallego. 6. Siquiera sea rudimentariamente, al médico deben serle enseñados los actuales métodos de la documentación científica. 7. El rápido progreso del saber médico obliga a la instauración de una «formación continuada», aunque el difícil problema de ésta diste mucho de hallarse bien resuelto. Naturalmente, las revistas, los Congresos y los cursos de perfeccionamiento y actualización son recursos principales. Un experto en educación médica (A. Neghme, 1974), ha señalado como «nuevos postulados doctrinales» en la formación del médico: a) Iniciación eficaz en el método científico, b) Contacto precoz con el enfermo, c) Estudio integral del hombre, d) Preocupación constante por la integración de la enseñanza e intensificación de los «métodos activos» de ésta, e) Atención suficiente a la historia de la medicina. /) Reforma de los métodos de evaluación de los resultados obtenidos en el proceso docente, g) Introducción de un buen «practicantado clínico» (clinical clerkship), h) Habilitación para el cumplimiento de los fines sociales de la medicina, i) Aprovechamiento de los múltiples recursos que ofrecen las técnicas cibernéticas. Es el nuestro, como suelen decir los norteamericanos, un changing World, un mundo cuyo cambio es a la vez incesante y rápido, y la enseñanza de la medicina lo acusa muy claramente. De ahí que también frente a ella se haga patente la perplejidad: una perplejidad que induce, eso sí, a la proposición de nuevas metas y a la invención de nuevos caminos. Debe decirse, en fin, que no todos los que practican actividades sanadoras se forman con arreglo a los principios y a los métodos de la medicina oficial o académica. Unos homeópatas, acupuntores, quiroprácticos, etc. porque aplican su educación universitaria al cultivo de las formas de la asistencia médica que hoy es frecuente llamar «medicinas marginales». Otros porque, pese a la general educación científica de nuestra sociedad, todavía hallan campo en ésta para ejercitar alguna de las variedades del más craso y tradicional curanderismo. Una pregunta surge ante el historiador: ¿lograremos un modo de vivir en el cual, a fuerza de eficacia terapéutica y capacidad de incorporación, la medicina «oficial» acabe definitivamente con las «marginales» y, por supuesto, con el curanderismo? C. También en lo relativo a la situación social del médico se han producido cambios desde la Primera Guerra Mundial. Muy a vista de pájaro, éstos parecen ser los más importantes: 1. Los pertinentes al rol del médico en las sociedades desarrolladas. Se han intensificado considerablemente las expectativas tradicionales, esto es, las tocantes a la eficacia terapéutica y preventiva del profesional de la medicina, y han surgido o se han perfilado otras nuevas: las «pautas alternativas» de los análisis sociológicos de Talcott Parsons neutralidad afectiva, orientación hacia la colectividad, opción por el universalismo, olvido de las vinculaciones sociales previas al contacto con el enfermo, especificidad funcional en la conducta; y con ellas, siquiera sea de manera incipiente, la convicción de que el médico puede hacer mucho para reformar la sociedad actual y para mejorar la naturaleza humana (Lederberg, Schipperges y Rodríguez Delgado, entre otros). 2. Los relativos al status del profesional de la medicina. A partir de la Primera Guerra Mundial, va desapareciendo la figura del «médico divo social», tan frecuente antes de ella. Todavía se da esa figura en el período de entreguerras G. von Bergmann y Sauerbruch en Alemania, Widal y Vaquez en Francia, Marañón y Jiménez Díaz en España, von Eiseisberg en Austria, Murri y Pende en Italia, Cushing en Norteamérica; hasta después de 1945, baste mencionar el nombre de Barnard, ha surgido a veces. Pero la invasora tecnificación del diagnóstico y el tratamiento, la creciente colectivización de la asistencia médica y el imperativo de la cooperación en equipo se han concitado para borrarla de la sociedad o atenuarla al máximo. Las técnicas pueden ser rápidamente aprendidas por cualquiera, y dan así la impresión de actuar socialmente por sí mismas (la «autonomía de las técnicas» de que ha hablado L. Albertí). La colectivización de la asistencia, por su parte, tiende a convertir al médico en funcionario. El equipo médico, en fin, da pocas facilidades al divismo. 3. Los dependientes del fenómeno de la impersonalización de las expectativas médicas de la sociedad, y por tanto de la confianza del enfermo. Con gran frecuencia éste confía, más que en el médico, en el remedio a que el médico recurre y en la institución donde se le atiende. En la sociedad actual, ¿qué extensión y qué sentido posee la expresión «mi médico»? Sin una respuesta satisfactoria a esta pregunta, al historiador de la medicina no le será posible conocer la peculiaridad del mundo en que vive. 4. Los que pone de manifiesto la crítica social del ejercicio de la medicina, tan dura hoy en muchos casos. Bien claramente la demuestran, para no citar sino tres hechos, el gran número de los procesos judiciales contra actuaciones médicas, el éxito mundial de la novela La ciudadela y la resonancia, también mundial, del libro de Illich antes mencionado; libro en el cual la desmesura de sus alegatos vindicatorios Némesis: diosa griega de la venganzase apoya sobre una amplia base de verdad. Qué lejos ha quedado la actitud social ante el médico de que fueron testigos literarios Balzac, Flaubert y Galdós; y bajo nueva forma, qué cerca de nosotros, quién lo dijera, el sarcasmo de Quevedo y Molière contra los ineficaces y doctorales galenos de su tiempo. D. En lo que atañe a la asistencia médica, las novedades surgidas con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, y sobre todo después de la Segunda, han sido de máxima importan de esos médicos son mujeres. La no-elección del médico por el enfermo es principio obligatorio. El modelo alemán no es sino la prosecución del que en 1884 iniciaron las Krakenkassen bismarckianas. Más de nueve decenios son, pese a inevitables dificultades y descontentos, una buena ejecutoria para un seguro social de cuño inicialmeníe burgués; pero el alza enorme de la asistencia médica ha comenzado a poner en crisis el sistema. Existen en él distintas cajas aseguradoras exigencia del capitalismo liberal, frente a los propósitos «estatalizadores» de Bismarck, paga el Estado un 25 % de los gastos originados por la asistencia, y el resto se reparte entre la empresa y los trabajadores. La reforma es inminente; en la Alemania actual, prototipo de la «sociedad del bienestar», ha comenzado a hablarse de «miseria hospitalaria». El modelo británico tiene su precedente remoto en las discusiones de la Poor Law Commission (1905) y su comienzo real en el National Health Service, creado por el conservador W. Beveridge en 1942, y puesto en práctica por un gabinete laborista, en 1947. El sistema concede al paciente cierta libertad en la elección de médico, se ordena en tres grandes servicios medicos generales o general practitioners, especialistas hospitalarios o consultants y sanitarios e higienistas y, salvo una módica cantidad a cargo del asegurado, paga todos los medicamentos que el tratamiento requiere. El National Health Service ha sido, por supuesto, criticado; pero nada menos que la British Medical Association declaraba en 1962 que el retorno a un ejercicio privado de la medicina en el Reino Unido es a la vez imposible e indeseable. Todavía no puede hablarse con entera propiedad de un modelo español en lo tocante a la asistencia médica colectivizada, porque la estructura y la dinámica del Seguro Obligatorio de Enfermedad, SOE, establecido por una ley promulgada en 1942, se hallan en trance de revisión, y porque con él coinciden o se asocian gran cantidad de instituciones asistenciales: mutualidades de cuerpos profesionales o promovidas por grupos de médicos libres, práctica privada minoritaria, hospitales de beneficencia, centros hospitalarios pertenecientes a las Facultades de Medicina y a los cuerpos militares. Hállase asegurado el 78,32 % de la población total, y los enfermos son atendidos en hospitales y ambulatorios del SOE y en hospitales con los que éste ha establecido convenio. Nadie niega los defectos subsanables del SOE español; pero el juicio de la BMA acerca del NHS británico puede sin duda serle aplicado. El modelo francés es el resultado de un hábil compromiso entre la llamada «medicina liberal» y la colectivización de la asistencia médica. Los enfermos son atendidos en los consultorios privados de los médicos, en hospitales públicos o en los hospitales privados que haya establecido convenio con la Seguridad Social, y las Cajas aseguradoras indemnizan al paciente o al centro asistencial con cantidades que en ocasiones cubren el 99 % de los gastos. Rige el principio de la libre elección del médico. Todos los trabajadores industriales y agrícolas reciben los beneficios del seguro.
Bibliografía: o Laín Entralgo Pedro. Historia Universal de la Medicina. o Guerra Francisco. Historia de la Medicina. Editorial Norma 1989.