¿Se puede opinar sin conocer exactamente la Constitución Política de la Republica?;
¿Qué queremos, una nueva constitución o una reforma constitucional? Primero, no es necesario conocer exactamente la constitución (CPR) para criticarla, toda vez que su origen es ilegitimo. En particular, la legitimidad se la da la nación, toda vez que la soberanía recae en ella (Art. 5 CPR), y esta legitimidad puede ser de dos clases: legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio. Hay legitimidad de origen cuando la nación respalda el nacimiento de ese nuevo instrumento jurídico (en derecho hablamos de ordenamiento jurídico que se estructura como una pirámide, primero está la constitución y después las distintas clases de leyes y normas), cuya materialización se da por medio de la elección de representantes. Hay legitimidad de ejercicio cuando la nación respalda, no obstante su origen, la aplicación de una disposición. Ahora bien, como la soberanía constituyente originaria reside en la nación y la constitución tiene su origen en una dictadura, una forma de gobierno de facto, no se trata de una constitución legitima, más allá de que en la actualidad tengamos la posibilidad de elegir a nuestros representantes. Este primer punto, a mi juicio, constituye una razón suficiente para querer una nueva constitución. Ahora, por un lado está el origen de la constitución, y por otro lado, aquello que la constitución significa, y en este sentido, debemos entender la constitución como UNA FORMA DE PODER, que por consiguiente importa la organización política, económica y social de un estado, que en el caso chileno su organización sigue el modelo neoliberal. Qué quiere decir que la constitución sea una forma de poder, quiere decir que la constitución no se trata de un texto jurídico (solamente), sino que de las distintas formas en que se ejerce el poder político y el ejercicio de soberanía popular. Entonces, exigir una NUEVA constitución, es exigir un nuevo orden de fuerzas políticas. Cabe señalar que, desde 1980 a la fecha la constitución ha sufrido varios e importantes cambios, pero al haberse tratado solo de reformas, el modelo político y económico impuesto por la dictadura no se ha visto afectado. Entonces, atacar la exigencia de una nueva constitución bajo el argumento de que esta no es conocida íntegramente es una forma antidemocrática de enfrentar el conflicto, porque si bien la constitución actual tiene formas democráticas (separación de poderes, por ejemplo), el poder político se encuentra neutralizado (agenciado diría Deleuze), lo que implica necesariamente que no podemos (como pueblo soberano) pronunciarnos política y democráticamente sobre si es necesaria la existencia de administradoras de fondos de pensiones (AFP), sobre educación, sobre salud, etc., por eso además, es importante una nueva constitución fuerte en derechos (tema para otra reflexión). En cuanto a la segunda pregunta estaba enfocada a los cambios y a la dificultad de realizarlos, sin embargo, es necesario precisar si lo que queremos es una nueva constitución o una reforma constitucional. La constitución, en términos genéricos, se encarga de cuestiones fundamentales (dentro de los lineamientos que implica esta forma de poder, ya explicada), cuyo cambio es necesario para dar lugar a una nueva forma, democrática sustancialmente. Estos temas fundamentales son, por ejemplo: valores y principios de la constitución; derechos de las personas; estructura del estado y grados de participación, y qué se puede o no hacer en términos económicos, particularmente, el estado subsidiario. Entonces, si se quiere un cambio constitucional, primero se deberá estar a lo que señale la actual constitución; segundo, a la voluntad popular, y tercero, si así lo quiere la nación, al mecanismo de cambio constitucional. En el orden de ideas del párrafo anterior, determinar qué es lo que dice la actual constitución es esencial para visualizar un eventual cambio. En este momento, la discusión se paraliza al momento de revisar los casos y quórums, que consisten en el porcentaje mínimo de parlamentarios y parlamentarias para un cambio constitucional. En consecuencia, si no se cumplen con quórums la constitución vigente seguirá rigiendo, y más problemático aun, la constitución actual no supone un mecanismo distinto a la reforma para efectuar un cambio, por lo tanto, cualquier proyecto de nueva constitución, sin modificar la actual constitución, sería inconstitucional y por tanto, nace muerto. Es bueno recordar que Jaime Guzmán, como ideólogo de la constitución y miembro de la comisión Ortúzar (organismo dedicado a la preparación de la constitución de 1980), se jactaba de lo solida de la constitución, en el sentido que su modificación sea tan compleja que el modelo no pueda ser tocado. Ahora, lo que necesitamos para una nueva constitución es una reforma constitucional (aprobada con 2/3 o 3/5 de los diputados y senadores en ejercicio), que permita un plebiscito constituyente, es decir, un mecanismo de decisión política para efectos de determinar si se quiere o no una nueva constitución. Adicional a lo anterior, se discute el mecanismo para llegar a una nueva constitución, Congreso Nacional, convención constituyente, comisión de expertos, asamblea constituyente. El gobierno ha propuesto el mecanismo de congreso constituyente, cuyo concepto es gravemente impreciso, porque no se sabe a ciencia cierta si ese congreso constituyente se compone de los actuales parlamentarios, o una nueva elección de representantes y tampoco se conoce el nivel de participación ciudadana; inclusive puede tratarse de una asamblea constituyente a la cual la derecha le desconoce el nombre. Dicho lo anterior y armonizando con lo primeramente expuesto, lo que necesitamos es una reforma constitucional, pero solo para el fin de conseguir una nueva constitución, una nueva carta fundamental, una nueva forma de poder. Lo importante de esto, es que una nueva constitución, particularmente a través del mecanismo de asamblea constituyente corresponde a un momento relegitimador que alcanza todas las instituciones democráticas.