El concepto de esquizofrenia nunca ha sido unitario y las concepciones de la enfermedad han
reflejado diferentes modelos psicopatológicos sobre los síntomas y su origen1. Emil Kraepelin enfatizó el aspecto deficitario de las funciones psíquicas afectadas, Eugen Bleuler la desorganización del pensamiento y la afectividad, y Kurt Schneider el valor de las experiencias psicóticas psicológicamente incomprensibles. El resto de los modelos clínicos que han sido propuestos son meras variaciones o mezclas de estos. El DSM-IV es un ejemplo de cómo los modelos clásicos han sido integrados “por consenso” en un único modelo, que no respeta los modelos originales, sino que por el contrario los desvirtúa en un conglomerado de síntomas que no sólo no ha aumentado la validez externa del concepto sino que ha introducido una marcada heterogeneidad en el mismo2. Las piedras angulares de la clasificación kraepaliniana de las psicosis endógenas son la dicotomía entre la demencia precoz vs enfermedad maníaco- depresiva y el concepto de entidad nosológica aplicado a estos trastornos. Esta concepción presupone que ambos trastornos poseen causas, mecanismos fisiopatológicos y manifestaciones clínicas específicas. Este modelo nosológico ha impregnado gran parte del concepto posterior de esquizofrenia, a pesar de que el mismo Kraepelin puso en duda tal sistema en su postrero y seminal artículo titulado Las formas de manifestación de la locura3 y describió síndromes intermedios tales como la parafrenia, la paranoia y las psicosis mixtas.