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Secularización

La secularización (lat. saeculare, significa ‘siglo’ también ‘mundo’) es el paso de algo o alguien de una esfera
religiosa a una civil o no teológica. También significa el paso de algo o alguien que estaba bajo el ámbito de
una doctrina religiosa (siguiendo sus reglas o preceptos), a la estructura secular, laica o mundanal.12

La secularización también se refiere al proceso que experimentan algunos Estados o territorios cuando
diversas instituciones y bienes pasan de la esfera religiosa a la civil. Con la secularización, lo sagrado y lo
religioso se hacen más privados y ceden su preeminencia pública a la sociedad.

Proviene del latín saeculare, que significa ‘siglo’ pero también ‘mundo’. De ahí que secular se refiera a todo
aquello que es mundano, por oposición a lo espiritual, lo santo, o lo divino. De saeculum también deriva la
palabra «seglar», con la que se designa a los miembros de la Iglesia que no son clérigos. Así pues, «secular»
se opone a «religioso», como «profano» se opone a «sagrado».

El ateísmo es, en su sentido más amplio, la ausencia de la creencia en la existencia de las


deidades.1234 En sentido estricto, es el rechazo de la creencia de que cualquier deidad exista.56 En
una definición aun más restringida, el ateísmo es específicamente la postura que defiende que no
existen las deidades.1278 Se opone al teísmo,910 que en su forma más general es la creencia en la
existencia de al menos una deidad.101112

el termino proviene etimológicamente del latín athĕus y este del griego ἄθεος, que significa ‘sin
dios(es)’ y fue empleado de forma peyorativa para referirse a quienes rechazaban a los dioses
adorados por su sociedad. Con el surgimiento y la difusión del librepensamiento, el escepticismo
científico y el subsecuente incremento de la crítica de la religión, disminuyó el alcance del término.
Las primeras personas en identificarse a sí mismas con la palabra «ateo» vivieron en la Ilustración
durante el siglo XVIII. La Revolución francesa, notable por su "ateísmo sin precedentes", presenció el
primer gran movimiento político de la historia en abogar por la supremacía de la razón humana.

Los argumentos a favor del ateísmo abarcan desde aspectos filosóficos a perspectivas sociales e
históricas. Las razones para no creer en deidades incluyen argumentos de ausencia de evidencia
empírica, el problema del mal, el argumento de las revelaciones inconsistentes, el rechazo a
conceptos infalsables y el argumento de la no creencia, entre otros.Si bien algunos ateos han
adoptado filosofías seculares (como el humanismo y el escepticismo), no existe una ideología o
conjunto de conducta único al que todos los ateos adhieran. Muchos de ellos sostienen que el
ateísmo es una cosmovisión más parsimoniosa que el teísmo y que por tanto la carga de la prueba
no recae en quien no cree en la existencia de dioses, sino que es el creyente quien debe justificar su
teísmo.
1) Ateo/agnóstico intelectual

Este tipo de no creyente busca información y estimulación intelectual sobre el ateísmo. Les gusta debatir y argumentar,
sobre todo en sitios populares de Internet.

Suelen ser versados en libros y artículos sobre religión y ateísmo y tienden a citar estas obras con frecuencia.

2) Activista

A esta clase de ateos y agnósticos no les basta con no creer en Dios; quieren decirle al resto por qué rechazan la religión
y por qué creen que la sociedad estaría mucho mejor si todos siguiéramos su ejemplo.

Tienden a pronunciarse sobre causas políticas como los derechos de los homosexuales, el feminismo, el medio ambiente
y la protección animal.

3) Agnóstico buscador

Este grupo está conformado por personas que no dudan de la existencia de Dios pero tienen una mente abierta y
reconocen los límites del conocimiento y la experiencia de los seres humanos.

Silver y Coleman sostienen que el grupo está formado por personas que suelen cuestionar sus propias creencias y que
“no mantienen una posición ideológica firme”.

Esto no significa que estén confundidos, dicen los investigadores, sino que tienden a abrazar la incertidumbre.

4) Antiteísta

Este grupo manifiesta su oposición a la religión y a las creencias religiosas, generalmente posicionándose como
“diametralmente opuestos a la ideología religiosa”, explican Silver y Coleman.

“Los antiteístas observan la religión como ignorancia y creen que cualquier individuo o institución asociada a ella es
retrógrado o perjudicial para la sociedad”, escribieron los investigadores. “El antiteísta tiene un entendimiento claro (y en
su visión, superior) de las limitaciones y el peligro de las religiones”, agregan.

Estas personas son francas, fieles y, en ocasiones, beligerantes sobre su posición. Creen que “las evidentes falacias de
la religión deberían ser abordadas agresivamente”.

5) No teísta

El grupo más pequeño de estos seis es el de los no teístas, personas que no se involucran ni con la religión ni con la
antirreligión.

Puede tratarse en algunos casos de apatía o desinterés.

“Un no teísta no se preocupa por la religión”, dicen los autores. “La religión no juega ningún papel en su conciencia o
cosmovisión y no tiene ningún interés en el movimiento ateísta o agnóstico”, añaden.

“Sencillamente no creen y su falta de fe se traduce en una ausencia de la religión en cualquiera de sus formas”, explican
Silver y Coleman.

6) Ateo ritual

No creen en Dios, no se involucran con la religión y suelen pensar que no hay vida después de la muerte, pero esta clase
de no creyentes adhiere a las enseñanzas de algunas tradiciones religiosas.
“Las entienden más como enseñanzas religiosas sobre cómo vivir y alcanzar la felicidad que como un camino a la
liberación trascendente”, escribieron. “Por ejemplo, estos individuos pueden participar en ritos específicos, ceremonias,
oportunidades musicales, meditación, clases de yoga o festividades”, indican.

No debe confundirse con Gnosticismo o Ateísmo.

El agnosticismo (del griego α- [a-], ‘sin’; y γνώσις [gnōsis], ‘conocimiento’) es la postura que considera que los valores de
verdad de ciertas afirmaciones —especialmente las referidas a la existencia o inexistencia de Dios, además de otras
afirmaciones religiosas y metafísicas— son desconocidos o inherentemente incognoscibles.1

El biólogo británico Thomas Henry Huxley acuñó la palabra agnóstico en 1869. Sin embargo, algunos pensadores y
obras de la antigüedad ya habían promovido puntos de vista agnósticos, incluido el agnosticismo de Sanyaia
Belatthaputta (filósofo indio del siglo V a. C.) respecto de la existencia de cualquier forma de vida más allá de la muerte,
el de Protágoras (filósofo griego del siglo V a. C.) sobre los dioses y el del «Himno de la creación», parte del texto
sagrado indio Rig-veda (uno de los textos conocidos más antiguos, compuesto probablemente entre 1500–1200 a. C.),
acerca del origen del universo.

Desde que Huxley creó el término, muchos pensadores han escrito extensamente sobre el tema.
Relacion ciencia y relación
Ciencia y religión son las dos grandes visiones del mundo más importantes. Son fenómenos globales
presentes a lo largo de toda la historia de la humanidad. Las relaciones entre ciencia y religión se
pueden enfocar desde tres puntos de vista: histórico, epistemológico y sociológico. La primera
pregunta que se plantea es si son entre si compatibles o incompatibles. Dentro de la compatibilidad
se puede destacar su autonomía y desde ella el diálogo y la complementaridad. El problema de los
orígenes del universo, la vida y el hombre puede plantearse desde la religión y de la ciencia. Aunque
esto llevó a ciertos conflictos hoy encontramos que no tiene por que oponerse. El campo de la ética
es un terreno en el que ciencia y religión se encuentran.

Fe y salud mental
¿Cuál es la verdadera correlación entre la fe y la salud mental?

Por: Carlos Pinto | Fuente: psicologia cristiana

Hasta hace poco, la mayoría de los psiquiatras, médicos, psicólogos y otros profesionales de la salud
consideraba a la fe cristiana un factor negativo para la salud mental, señal de inmadurez psicológica y
generadora de neurosis y desajustes emocionales. En contraste, en la década de los noventa muchos la
perciben como un elemento salutógeno mental y espiritual. Este cambio de actitud está ganando fuerza en
la etapa histórica actual, denominada posmodernidad, cuando resurge el tema de la espiritualidad y se da
mucha importancia a lo trascendental y a la sanidad espiritual.

En este contexto conviene preguntarnos: ¿Cuál es la verdadera correlación entre la fe y la salud mental?
¿Qué sucesos históricos contribuyeron en el pasado para que la comunidad de profesionales de la salud
percibiera a la fe cristiana (y a la religión en general) como un agente de enfermedad y no de salud?
Finalmente, ¿qué razón hay para que actualmente tantos profesionales no cristianos legitimen la fe, y qué
consecuencias, tanto terapéuticas como pastorales, tiene esta nueva faceta de convivencia entre la fe y
las ciencias de la salud mental?

Breve recuento histórico

En un primer momento de la historia de la psiquiatría, considerado como la etapa de la medicina primitiva,


las enfermedades y los procesos de sanidad, tanto mentales como físicos, estaban muy ligados a lo
espiritual. No existían los especialistas (médicos, psiquiatras-psicólogos o clérigos); una sola persona
ejercía la labor diagnóstica y la curación de la dolencia. En este periodo era notorio el manejo de un
concepto integrado u «holístico» de la enfermedad y la salud, en el cual primaba lo espiritual, y el alma, la
mente y el cuerpo mantenían una relación de interdependencia (Alexander y Selesmick, 1995).

Un segundo momento de la historia de la salud mental se da a medida que la humanidad «progresa» en


las etapas clásica, media, renacentista y moderna. En este periodo surgen y se desarrollan las ciencias
naturales, con lo cual se provoca el abandono del concepto «holístico»
de la enfermedad-salud y se da lugar a perspectivas fragmentadas y especializadas. Se enfatiza lo natural
y se rechaza lo religioso por considerarlo primitivo-mágico. Las ciencias naturales suponen poseer la
verdad absoluta, objetiva y racional. Se describe al cuerpo humano en términos de leyes físicas y
químicas, y se excluyen los aspectos emocionales y religiosos del mismo. A la luz de estas explicaciones
materialistas, aun a los psiquiatras y a los psicólogos se los mira con sospecha, puesto que lidian con
aspectos subjetivos (no naturales) del ser humano. En parte por esta razón, los profesionales de la salud
mental, que anteriormente estaban interesados en lo trascendental, se ven obligados a abandonar esta
inquietud e incursionar en las investigaciones biológicas y cuantificables para no perder espacio en el
contexto histórico dominado por las ciencias naturales. De esta manera la religión y la naturaleza del alma
dejan de ser temas
«apropiados» para los profesionales de la salud.

Finalmente, un tercer momento se da en la época actual, la etapa posmoderna, caracterizada por el


resurgimiento y reconocimiento de la espiritualidad como un factor que se debe tomar muy en cuenta en
los procesos preventivos y terapéuticos en el área de la salud mental y física. La fe o la espiritualidad se
ha constituido en una variable real, no subjetiva. Es predecible, y para algunos hasta medible, por lo cual
es necesario considerarla en los tratamientos clínicos médicos o psicológicos. La oración, la lectura de la
Biblia y la participación activa en comunidades eclesiásticas son ahora consideradas factores terapéuticos
o prescripciones dadas por los profesionales de la salud mental a sus pacientes (Armentrout, 1995; Hill y
Butter, 1995). Más aún, en la actualidad profesionales clínicos no cristianos señalan que los «rituales
religiosos» pueden ser considerados como prescripciones espirituales porque son promotores de salud
emocional y generan fortaleza psicológica como capacidades de adaptación saludables del ego para
enfrentar situaciones de crisis tales como el divorcio, o enfermedades terminales tales como el cáncer, el
sida, etc.

La religión: ¿realidad o fantasía?

Para entender las razones históricas de la mutua sospecha entre la fe y la salud mental es necesario
reconocer el tiempo y legado que nos dejó la perspectiva freudiana. Sigmund Freud ha sido justamente
reconocido como el pionero del psicoanálisis por sus investigaciones neurológicas y por sus estudios sobre
la histeria, la identificación del fenómeno del inconsciente, las represiones y la estructura de la
personalidad. Sin embargo, Freud surgió en el momento histórico antes mencionado, en que se iniciaban
las ciencias naturales con las explicaciones materialistas, cuantificables y biologistas. Bajo esta influencia
y por su propio mundo interno, se presentó como ateo e hizo afirmaciones radicales sobre la relación
entre la religión y la salud mental. En sus obras El porvenir de una ilusión (1927) y Moisés: su pueblo y la
religión monoteísta (1939), por ejemplo, describió a la religión como una ilusión y como un elemento
neurotizante que atenta contra la salud mental de las personas. Según él, el creyente es inmaduro y
busca a Dios para resolver su ansiedad y necesidad primitiva de protección (Freud, 1907).

Los discípulos de Freud adoptaron una perspectiva negativa hacia la religión y catalogaron a las personas
religiosas como inmaduras y neurotizadas. Sin embargo, sería un gran error rechazar la totalidad de las
enseñanzas del famoso pionero del psicoanálisis en vista de su conocido ateísmo, y más aún sin
considerar la influencia que en él ejerció el tiempo en que vivió. Como señala Vitz (1988), un estudioso de
Freud, el rechazo de la religión por parte de éste no se basó en conclusiones observadas en su trabajo
clínico sino más bien en proyecciones y presupuestos personales.

En términos freudianos, la «salud mental» se da cuando la persona es consciente de sus necesidades y


asume el control de las mismas. Esta posibilidad desaparece, según Freud, cuando una persona creyente
vive bajo un código religioso, lo cual provoca que se viva bajo una fantasía y no una realidad. Lo implícito
en esta afirmación es el percibir a la fe como algo irreal y no parte inherente en la persona.

En contraste con la perspectiva freudiana, Carl Gustav Jung señala que la fe es algo trascendental y
verdadero en el ser humano. Para él la «salud emocional» está relacionada con la capacidad que tiene la
persona para lograr la plenitud psicológica y espiritual. La experiencia religiosa es terapéutica siempre y
cuando no sea muy teórica ni extremadamente emocional. La tarea del psicólogo es consolar a toda la
persona, su psiqué (su alma) y su espiritualidad.

Aunque la psicología de Jung acepta la realidad y la importancia de la fe como un elemento que contribuye
a la salud, también es cierto que la fe a la que él se refiere es mística y sólo reconoce a un «dios
arquetipo» que está presente en el inconsciente colectivo. No es una fe personal que se da en un
encuentro reconciliador con el Dios de la historia y de la redención humana. Sin embargo, Jung tiene el
mérito de reconocer la espiritualidad como una variable real e inherente a la persona.

Correlación, oportunidad y desafío


Investigaciones realizadas mayormente en la década de los noventa concluyen que en un ochenta por
ciento de los casos la fe está asociada a beneficios que ésta presta en el área de la salud mental y física.
Esta es una posición muy acorde con la ideología de apertura mística de estos tiempos posmodernos.
Ultimamente diversos organismos de salud se han referido en sus revistas profesionales a la correlación
positiva entre la fe y la salud mental. Así, por ejemplo, se afirma que la fe no es dañina sino favorable en
casos como el de la depresión, el suicidio, la delincuencia, el alcoholismo, el bienestar emocional, el
divorcio, las enfermedades físicas o mentales, etc. Se indica también que las personas con una fe activa
tienden a ser menos depresivas y a no considerar el suicidio como una solución a sus problemas, y tienen
mayor fortaleza emocional para enfrentar crisis tales como la del abandono de la pareja o de
enfermedades terminales, y en general presentan un estilo de vida saludable.

Otros estudios señalan que la fe es un elemento positivo para la salud mental porque ofrece proveer un
propósito definido para la vida, tener fe en Dios, poseer una amplia capacidad de amar y perdonar,
facilitar la capacidad de meditar y experimentar paz interior, y el sentirse parte de una comunidad, lo cual
conlleva un sentimiento de aceptación.

La gran oportunidad que nos traen estos tiempos posmodernos es la apertura al tema de la espiritualidad
y a la posibilidad de un diálogo entre la fe y la salud mental. La fe, que antes era tema negado, es ahora
un tema legitimado. En la actualidad, tanto en la sociedad civil como en la religiosa se buscan experiencias
místicas y de sanidad, y se pone énfasis en el valor terapéutico de la fe. Este ha sido y es una realidad,
pero cuando se lo exagera, la fe se torna fantasía y un agente patógeno de la salud mental. Hay estudios
que indican que una iglesia condenatoria, rígida o excesivamente «emocional» está asociada con una vida
emocional inestable y hasta neurótica (Angelit Guzmán, 1989; Hill y Butter, 1995).

La persona creyente no puede manipular a su antojo la gracia sanadora de nuestro Dios Creador. No es el
gritar más fuerte, ni el danzar o el gemir lo que «convencerá» al Todopoderoso para que realice un
milagro de sanidad. Este es un esfuerzo vano y que puede exacerbar desórdenes mentales tales como
depresiones y sentimientos de culpa en la familia congregacional. El buscar momentos o experiencias de
sanidad puede convertirse en procesos de enfermedad cuando se distorsiona el elemento de la fe y se la
magnifica interactuando con características propias de la posmodernidad.

El gran desafío que estos tiempos posmodernos plantean a los profesionales cristianos de la salud y a los
pastores de iglesias es el de evitar presentar la fe bajo un sentido utilitario. La posmodernidad produce
personas y sociedades propensas al consumismo, pero los pastores y los profesionales cristianos de la
salud mental están llamados a formar discípulos íntegros, no consumistas de milagros de sanidad. Dios no
está interesado en momentos de sanidad sino en un proceso continuo de transformación hacia un estilo de
vida sana, un proceso de santificación y restauración de la imagen de Dios en el ser humano. La fe
cristiana, por lo tanto, no debe ser presentada como la panacea para la prevención o la curación de
dolencias. Su significado va mucho más allá de la curación de una enfermedad temporal.

Por otra parte, la posmodernidad ofrece al investigador cristiano la gran oportunidad de presentar
evidencias de sus estudios con plena libertad. De esta manera la fe, tanto la del psicólogo cristiano como
la del paciente, no tiene que ser negada sino más bien expuesta y utilizada como un recurso terapéutico,
pero dentro del marco de referencia de un proceso y no como un evento meramente místico. Cabe anotar,
sin embargo, que preocupa que profesionales de la salud mental prescriban intervenciones espirituales
cuando no son coherentes en su vida personal con esta vivencia de fe.

Conclusión

La historia nos muestra que por mucho tiempo la psicología negó el factor espiritual y lo percibió como un
factor patógeno en el área de la salud mental. Sin embargo, en tiempos posmodernos se legitima y
magnifica el aspecto positivo de la fe como factor de salud. Estas posiciones exageradas no son
facilitadoras de procesos de sanidad mental. Por lo tanto, se requiere mayor diálogo y evaluación por
parte de quienes se dedican al trabajo clínico o pastoral. En este contexto, los profesionales cristianos de
la salud mental tienen la gran oportunidad de presentar sus observaciones y experiencias clínicas en
forma seria y científica con miras a definir el uso terapéutico de la fe dentro de los marcos teológicos y
psicológicos correspondientes.

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