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PROTOCOLO

Ruben Matesan-Lyotard; Lo Inhumano

La pregunta sobre la humanidad del hombre –según Lyotard– parece


estar vedada (Lyotard, 1998, p.11). Ya sea a nivel de una ontología de corte
dogmático cuyo modus operandi no ha hecho sino, imprimir su rúbrica en un
«modo privilegiado “pensar” que toma como punto de partida, el σοφός griego;
en tanto ὑποκείμενον, es decir, substancia o ente autárquico que resiste
invariable toda trasformación. El símil de tal planteo, en su veta moderna, se
traduce como sustrato subyacente: ego cogito y, más precisamente, subjetividad
sujeta no sólo a una ratio instrumental-calculadora sino también a una
“segunda naturaleza”, esto es, un lenguaje “formador” sin opacidad alguna.
Dicho sencillamente: el humanismo en el hombre es el garante de un
fundamento o «sol arkhico» relato total cuya narrativa edificante se traduce
paradójicamente, en una miseria inicial con sede en la infancia, como si en rigor
sólo se tratara de la mera escisión entre cultura y naturaleza, respectivamente.
Pero ¿acaso tal infancia mentada debe ser entendida como experiencia “muda”,
en el sentido literal del término, una in-fancia del hombre, cuyo límite
justamente el lenguaje debería señalar? (Cf. 2011, pág.63). Entonces ¿la
copertenencia de lo inhumano y lo humano? En este contexto cabe preguntar
¿en qué consiste lo inhumano para Lyotard?

: humano en el hombre, la miseria inicial de su infancia o su capacidad de


adquirir una segunda naturaleza que, gracias al lenguaje, lo hace apto para
compartir la vida común? Este llamado a lo inhumano es un llamado al
desajuste del esquema humanista.

En 1913, Apollinaire escribía ingenuamente: «Ante todo, los artistas son


hombres que quieren llegar a ser inhumanos». Y en 1969 Adorno, otra vez, con
más prudencia: «El arte se mantiene fiel a los hombres únicamente por su
inhumanidad con respecto a ellos».
Esta cita le sirve a Lyotard para sentar el marco general de una serie de
reflexiones en torno a temas como el tiempo, las nuevas tecnologías, el arte. El
principio es cuestionar las bases y el constructo falaz de lo denominado «ser
humano». Falaz en el sentido de que la humanidad y la cultura no son dirigidas
por la naturaleza, sino inventadas y programadas en un proceso educativo
fundado en ciertos estándares. Esta invención del hombre y su naturaleza abren
la puerta a ciertas interrogantes: humano en el hombre, la miseria inicial de su
infancia o su capacidad de adquirir una segunda naturaleza que, gracias al
lenguaje, lo hace apto para compartir la vida común?

Un ejemplo: la introducción que hace Lyotard al problema filosófico actual


sobre la destrucción del sistema solar (en 4,500 millones de años), y la
necesidad de preguntarnos si la humanidad logrará, para ese momento, haber
superado sus limitaciones corporales para llevar el pensamiento a las estrellas.
Esta premisa involucra reflexiones del tipo ciencia ficción, donde convergen
conceptos como la gran mónada de Liebniz, internet, y el viaje espacial, todo en
aras de la supervivencia del pensamiento (no así, tal vez, de la carne).

16 ensayos parten de esta premisa, en un libro poco asequible para un lector


común, por la velocidad y diferencia de temas que introduce en cada una de sus
reflexiones. Vale la pena considerarlo si en algún momento se pretende iniciar
un trabajo académico sobre nuevas tecnologías, posmodernidad o tiempo,
temas, desafortunadamente, limitados en la mayoría de los casos a las tesis
universitarias o doctorales bajo las que reciclamos el conocimiento. Para el
lector común, me parece que es un libro del que podemos prescindir.

Vivir con lo inhumano, es una cosa; estar subordinado a su voluntad sería algo
muy distinto.

-Giorgio Agamben, Infancia e Historia, Ed. Adriana Hidalgo, 2011.

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