Está en la página 1de 1

¡Asalto!

La tía Josephine, antes Josefina cuando vivía arrimá por Lares, trajo el coquito.
Usualmente es lo primero que se acaba en la fiesta. Pero esta vez, la botella aún conserva el sello.
Noto algo peculiar en este, tiene un color amarillento. Aprovecho que nadie lo ha bebido y me doy
los honores. Al primer buche siento mi tráquea cerrarse y, sin poder contenerme, lo vomito a
chorros.

— Está cortao, ¡qué asco!

— No, silly — se burla una voz extranjera.

Al parecer mi cara muestra la incomodidad y repone:

— Don’t you recognize me, dear?

Al principio no tenía la menor idea de quién podría ser aquella señora rubia de acento forzado. Se
me acerca y me besa ambos cachetes. Al oler su perfume a rosas muertas, comprendo que esta
‘gringa’ es mi tía Josefina. Mamá ya me había advertido, pero no la imaginaba así. Acto seguido,
toma un vaso y se sirve del coquito.

— ¡No, tía! ¡Está dañao! — inútilmente trato de advertirle, pues se lo toma con deleite.

— Sweety, this isn’t coquito. That’s for the poor. Now we drink eggnog. Delish!

Sin poder entender ni la mitad de las palabras que dijo, me sonrío incómoda y huyo a la cocina.

— ¡Asalto!

Respondo con un grito y dejo caer el vaso de agua. Por la ventana que da para el patio, veo cómo
comienza a llegar la parranda. Limpio los vidrios y me dirijo al exterior.

Aterrorizada vislumbro lo que traen aquellas personas. En la mesa de madera, al ladito del
pernil, se comienzan a amontonar las ofrendas del parrandón. El pobre lechón comienza a
camuflarse del panorama detrás de las hamburguesas, los hotdogs y el eggnog. Y como si fuera
poco, entonaron la melodía de un Yínguelbel y un tal viejo Santacló, en vez del Palo palito de
siempre. Decepcionada, me sirvo un plato de pernil, un pedacito de tembleque y me oculto en el
cuarto. Sola, mis lágrimas adoban el cuerito del pernil, y mi inestabilidad, crea un terremoto que
quiebra el tembleque.

Gabriel Meroli
21 de diciembre de 2018
Mayagüez, PR

También podría gustarte