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10 A modo de ilustración: los padres saben lo polifacéticos y adaptables que deben ser al cuidar

a sus hijos. En un mismo día, tal vez desempeñen, entre muchas otras, las funciones de
enfermeros, cocineros, maestros, agentes disciplinarios y jueces. A muchos los abruma la gran
variedad de cometidos que han de cumplir. Señalan que sus pequeños tienen fe absoluta en ellos
y que no dudan que papá y mamá son capaces de curarles más pronto las heridas, zanjar todas
las disputas, arreglarles los juguetes rotos y responder a cuanta pregunta surja en su mente
inquisitiva. Algunos progenitores se ven muy pequeños, y a veces frustrados, ante sus propias
limitaciones. Se sienten ineptos para muchos de estos papeles.
11 Jehová es también un Padre amoroso. Dentro del marco de sus normas perfectas, no hay

nada que no pueda llegar a ser a fin de brindar los mejores cuidados a sus hijos terrestres. Así
pues, su nombre nos invita a verlo como el Padre ideal (Santiago 1:17). Moisés y los demás
israelitas fieles no tardaron en constatar que el Altísimo hace honor a su nombre. Vieron
maravillados cómo hacía que él mismo llegara a ser Comandante invencible, Señor de los
elementos, Legislador sublime, Juez, Arquitecto, Dador de comida y agua, Preservador de ropa y
calzado, y mucho más.
12 De este modo, Dios reveló su nombre propio, explicó su significado e incluso demostró que
es una designación idónea. Es innegable que desea que lo conozcamos como persona. Ahora
bien, ¿cuál es nuestra reacción? Moisés quiso conocerlo. Ese fue el anhelo que orientó toda su
vida y lo llevó a estar muy cerca de su Padre celestial (Números 12:6-8; Hebreos 11:27). Por
desgracia, la mayoría de sus contemporáneos no compartieron aquel deseo. Cuando él mencionó
por nombre a Jehová ante el Faraón de Egipto, el altivo monarca replicó: “¿Quién es Jehová [...]?”
(Éxodo 5:2). No quiso aprender más al respecto y, con aire despectivo, rechazó al Dios de Israel
como si fuera alguien insignificante. Tal actitud, nada infrecuente en la actualidad, ciega a la gente,
lo que les impide aprender una de las verdades más relevantes: Jehová es el Señor Soberano.
El Señor Soberano Jehová
13 Jehová es tan polifacético y adaptable, que merece la amplia gama de títulos que le asignan
las Escrituras. Pero estos no compiten con su nombre propio, sino que nos revelan más sobre su
significado. Por ejemplo, la Biblia lo llama “Señor Soberano Jehová” (2 Samuel 7:22). Este excelso
título, que aparece cientos de veces en las Escrituras, destaca su posición como el único ser con
derecho a gobernar el universo. Veamos por qué.
14Jehová es el único Creador. Dice Revelación (Apocalipsis) 4:11: “Digno eres tú, Jehová,
nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y a
causa de tu voluntad existieron y fueron creadas”. Estas solemnes palabras no son aplicables a
nadie más, puesto que todo lo que hay en el universo le debe su existencia a él. Sin duda, merece
la honra, el poder y la gloria propios de su dignidad de Señor Soberano y Creador de todas las
cosas.
15 Otro título exclusivo suyo es “Rey de la eternidad” (1 Timoteo 1:17; Revelación 15:3). ¿Qué

implica? Aunque a nuestra mente limitada le cueste comprenderlo, Jehová es eterno, es decir, su
existencia es infinita tanto en el pasado como en el futuro. De él dice Salmo 90:2: “Aun de tiempo
indefinido a tiempo indefinido tú eres Dios”. Por lo tanto, nunca tuvo principio; vive desde siempre.
Con razón se le llama “el Anciano de Días”, pues existió por tiempo incontable antes de crear
cualquier ser o cosa (Daniel 7:9, 13, 22). ¿Quién tiene razones válidas para cuestionar su derecho
a ser el Señor Soberano?
16 Con todo, algunos sí lo han cuestionado, como Faraón. Este problema se debe en parte a
que el hombre imperfecto se apoya demasiado en lo que percibe mediante el sentido de la vista.
Nos resulta imposible contemplar al Señor Soberano, ya que es un ser espiritual, invisible a
nuestros ojos (Juan 4:24). Además, si una persona de carne y hueso compareciera ante la
presencia inmediata de Jehová Dios, moriría. Así se lo indicó él a Moisés: “No puedes ver mi
rostro, porque ningún hombre puede verme y sin embargo vivir” (Éxodo 33:20; Juan 1:18).
17 Este hecho no debería extrañarnos. Moisés solo contempló parte de la gloria de Jehová, por
lo visto a través de un ángel que lo representaba. ¿Con qué efecto? Su rostro estuvo ‘emitiendo
rayos’ durante un tiempo después de aquella experiencia, de modo que a los israelitas les daba
miedo hasta mirarlo directamente (Éxodo 33:21-23; 34:5-7, 29, 30). Así pues, es patente que un
simple ser humano no podría ver al Señor Soberano en la plenitud de su gloria. ¿Se desprende de
lo anterior que es menos real que lo visible y palpable? De ningún modo; por ejemplo, aceptamos
sin vacilación la existencia de muchas cosas que no podemos ver, como el viento, las ondas de
radio y los pensamientos. Por otro lado, Jehová es permanente y no cambia con el paso del
tiempo, ni siquiera de un sinnúmero de millones de años. En este sentido, es mucho más real que
los objetos perceptibles a la vista o al tacto, puesto que el mundo físico sufre los efectos de la edad
y el deterioro (Mateo 6:19). Ahora bien, ¿deberíamos conceptuar al Eterno como una fuerza
abstracta carente de personalidad, tal vez una Primera Causa indefinida? Examinemos este
asunto.

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