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El anciano señor alto de los ojos azules y barba blanca

Ocurrió un domingo, cerca de las dos de la tarde.

Era una tarde preciosa de noviembre, de cielos azules y pequeñas nubes blancas, y
un sol que brillaba cálido sobre los árboles.

Había yo salido a pasear con mi pequeña hija de seis años y nuestras dos perritas,
al parque que algunos llaman Bosque de las Ardillas o Bosque de los Perros, según
he escuchado.

Me senté en una de las bancas del centro del parque, al lado de la vereda central,
mientras mi hija y nuestras dos perritas jugaban contentas a mi alrededor.
De repente vi que se nos acercaba, caminando hacia nosotras por esa vereda central
empedrada que recorre todo el parque de un extremo al otro, a un señor de edad
avanzada que me llamó la atención por su altura y su barba blanca.

Cuando ese extraño señor llegaba hasta donde estábamos nosotras, una de mis
perritas se dirigió hacia él por la vereda, moviendo su colita en gesto amistoso.
El anciano señor, al verla acercarse, le dirigió un saludo hablando en perfecto
español, a pesar de su aspecto notoriamente extranjero.
- “!Hola, cosa linda!” - le dijo en tono muy cordial y amistoso, y continuó
avanzando.

Nuestra otra perrita, que había permanecido a mi lado, dejó lo que estaba husmeando
y también fue al encuentro con este personaje.
- “¡Otra cosa bonita!” - exclamó el personaje al verla, y sin perder el paso siguió
avanzando hacia la banca en donde estaba yo sentada.

Dos o tres pasos después, al cruzarse con mi hija, hizo un gesto como de alegría y
sorpresa y dirigiéndose a ella le dijo - “¡Pero si son tres, las cosas bonitas!”
Habrá sido tal la sorpresa que causó en mi hija, que ella se quedó inmóvil y muda
como estatua.

Un instante después, nuestras miradas se cruzaron y le pude ver con detalle sus
ojos azules, su cara maltratada por los años, y su mirada dulce y amable detrás de
su pequeña barba blanca.

Entonces, sin dejar de caminar al pasar a mi lado, viéndome con su cara sonriente,
llevándose la mano derecha a la frente como en una especie de saludo militar, me
dijo dulcemente, dedicándome un guiño de sus ojos - “Cuatro”.

Sonreí tras ese gesto espontáneo y amable, y sólo pude decirle - “Gracias”.
El resto del domingo me quedé con el grato recuerdo de aquel fugaz encuentro con el
viejo señor alto de los ojos azules y barba blanca.

Epílogo
Unos días después me lo encontré por casualidad en uno de los pasillos de Superama,
pero él no me reconoció y yo no le dije de nuestro anterior encuentro en el Bosque
de los Perros.

Le pedí que si por favor no me ayudaba a alcanzar un sobre de fideo seco de uno de
los altos estantes. Él lo hizo fácilmente y me entregó el sobre de fideo seco,
regalándome su mirada sonriente y diciéndome - “Por supuesto que sí, con todo
gusto”.

Fue a mí a quien le dio mucho gusto verlo, aunque el viejo señor alto de los ojos
azules y barba blanca no me reconociera.
⁃ Debe comportarse así con todos los perritos y todas las personas - me
quedé pensando.

Cuento basado - con excepción del epílogo - en hechos reales.


11 de noviembre de 2019.
WKBC

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