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Traducción de María Gabriela Ubaldini

Revisión de Valeria Añón


NACIÓN Y NARRACIÓN
entre la ilusión de una identidad
y las diferencias culturales

homi k. bhabha
compilador
Bhabha, Homi K.
Nación y narración - 1a ed. - Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores,
2010.
448 p. ; 23x16 cm. - (Sociología y política)

Traducido por: María Gabriela Ubaldini


ISBN 978-987-629-141-5

1. Teoría Literaria. 2. Estudios Literarios. I. Ubaldini, María


Gabriela, trad. II. Título

CDD 801

Título original: Nation and Narration

© 1990, Routledge, miembro de Taylor & Francis Group

© 2010, Siglo Veintiuno Editores S.A.

Diseño de cubierta: Peter Tjebbes

isbn 978-987-629-141-5

Impreso en Grafinor// Lamadrid 1576, Villa Ballester,


en el mes de octubre de 2010

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723


Impreso en Argentina // Made in Argentina
Índice

Agradecimientos 9

Introducción: Narrar la nación 11


Homi K. Bhabha

1. ¿Qué es una nación? 21


Ernest Renan

2. Tribus dentro de naciones: los antiguos germanos


y la historia de la Francia moderna 39
Martin Thom

3. La nostalgia nacional de la forma 65


Timothy Brennan

4. Un romance irresistible: las ficciones fundacionales


de América Latina 99
Doris Sommer

5. La desnaturalización cultural de los nacionalismos:


lecturas multiculturales de “Australia” 135
Sneja Gunew

6. La política postal y la institución de la nación 165


Geoffrey Bennington

7. La literatura: ¿el otro del nacionalismo?


Argumentos para una revisión 187
Simon During

8. Sir Joshua Reynolds y la esencia inglesa del arte inglés 209


John Barrell
8 nación y narración

9. Cuando el destino se hace manifiesto: los estilos


de la poesía de Walt Whitman 237
David Simpson

10. Desayuno en América. Historias culturales del Tío Tom 263


Rachel Bowlby

11. Filantropía telescópica: profesionalismo y responsabilidad


en Casa desolada de Charles Dickens 283
Bruce Robbins

12. Linajes europeos, contagios africanos: nacionalidad,


narrativa y comunitarismo en Tutuola, Achebe y Reed 307
James Snead

13. La lectura del inglés 331


Francis Mulhern

14. La isla y el avión: el caso de Virginia Woolf 351


Gillian Beer

15. DisemiNación. Tiempo, narrativa y los márgenes


de la nación moderna 385
Homi K. Bhabha

Índice analítico 425

Acerca de los autores 443


Agradecimientos

En primer lugar, quiero agradecer a los autores que han participa-


do en la escritura de este libro, quienes respondieron a una idea inusual con
creatividad y predisposición. Otras personas, menos visibles, también hicieron
posible que este volumen saliera a la luz. La participación efusiva de los estu-
diantes de la Universidad de Sussex en mi seminario “Novela y nación” acabó
por convencerme de la necesidad de publicar un texto de esta naturaleza. Mis
colegas de Sussex me brindaron estímulo y apoyo inusuales. Sin el entusias-
mo y los consejos de Janice Price, de Routledge, este proyecto nunca habría
levantado vuelo. En su trabajo, Janice combina el instinto alerta del editor
hacia lo que puede ser verdadero pero aún no ha sido probado, con una de-
terminación rigurosa de hacer las cosas bien. Mi editora Jane Armstrong fue
consciente de las múltiples posibilidades de este libro y su opinión ha sido in-
valorable. Sarah Pearsall y Giuliana Baracco, que se ocuparon del proceso de
producción, tuvieron una actitud paciente y comprensiva. Quiero agradecer
especialmente a James Donald, Stephen Feuchtwang y Robert Young, pues
pusieron tanta dedicación en su escucha, sus comentarios y su lectura, que
convirtieron mi trabajo en una tarea conjunta. James y Robert son editores de
editores y contribuyeron generosamente a “limpiar” el manuscrito. El trabajo
de Jacqueline Bhabha sobre la ley de inmigración y refugiados puso de relieve
la perspectiva histórica de la diáspora y las personas sin hogar en la narración
de la nación.
Uno de los autores de este libro, Jamie Snead, tiene un lugar especial que
ahora ha quedado vacío. Aceptó escribir su ensayo sin haber contado con mu-
cho tiempo y en circunstancias adversas. Me lo envió poco tiempo antes de
morir a causa de una prolongada enfermedad que había mantenido en silen-
cio. Fue en ese momento cuando aprecié su verdadera generosidad. Si bien
cumplió con los plazos que yo le había pedido, Jamie corrió desesperadamen-
te su propia carrera trágica contra el tiempo.

homi k. bhabha
Introducción
Narrar la nación
Homi K. Bhabha

Los orígenes de las naciones, como los de las narraciones, se pier-


den en los mitos del tiempo, y recién alcanzan su horizonte en el “ojo de la
mente”. Esta imagen de la nación –o de la narración– podría parecer románti-
ca en extremo y metafórica por demás, pero es precisamente de esas tradicio-
nes del pensamiento político y el lenguaje literario de donde surge la idea de
nación como una idea histórica poderosa en Occidente. Una representación
cuya compulsión cultural reside en la unidad imposible de la nación como
fuerza simbólica. Esto no significa negar el intento persistente de los discursos
nacionalistas de producir la idea de nación como una narrativa continua del
progreso nacional, el narcisismo de la autogeneración, el presente primitivo
del Volk. Tampoco esas ideas políticas han sido sustituidas definitivamente por
las nuevas realidades del internacionalismo, el multinacionalismo o incluso
el capitalismo tardío, por cuanto es posible advertir que la retórica de esos
términos globales con frecuencia es suscripta por esa prosa sombría del poder
que cada nación puede desplegar en su propia esfera de influencia. Lo que
quiero enfatizar con esa imagen portentosa y liminar de la nación con la que
comencé es la particular ambivalencia que aqueja a la idea de nación, al len-
guaje de aquellos que escriben acerca de ella y a las vidas de quienes viven en
ella. Una ambivalencia que surge de la percepción creciente de que, pese a la
seguridad con la que los historiadores hablan de los “orígenes” de la nación
como un signo de la “modernidad” de la sociedad, la temporalidad cultural
de la nación inscribe una realidad social mucho más transitoria. Benedict An-
derson, cuya obra Comunidades imaginadas allanó significativamente el camino
que se propone recorrer el presente libro, expresa con gran claridad el punto
ambivalente de surgimiento de la nación:

El siglo de la Ilustración, del secularismo racionalista, trajo consigo


su propia oscuridad moderna. […] Pocas cosas han sido (son) más
apropiadas para tal fin que una idea de nación. Si se concede gene-
ralmente que los estados nacionales son “nuevos” e “históricos”, las
naciones a las que dan una expresión política presumen siempre de
un pasado inmemorial y miran un futuro ilimitado, lo que es aún
12 nación y narración

más importante. […] Lo que estoy proponiendo es que el nacio-


nalismo debe entenderse alineándolo, no con ideologías políticas
conscientes, sino con los grandes sistemas culturales que lo prece-
dieron, de donde surgió por oposición (2000: 29-30).*

El advenimiento de la nación como un sistema de significación cultural, como


la representación de la vida social más que como la disciplina de la organización
social, pone de relieve esta inestabilidad del conocimiento. Por ejemplo, las
descripciones más interesantes de la idea de nación, ya sea que provengan de
la derecha tory, de los liberales –con la posición aventajada de que gozan– o
de la nueva izquierda, parecen coincidir en la tensión ambivalente que defi-
ne la “sociedad” de la nación. Character of a Modern European State de Michael
Oakeshott es tal vez la descripción conservadora más brillante de la naturaleza
ambigua de la nación moderna. Desde la perspectiva de este autor, el espa-
cio nacional está conformado por diversas disposiciones contrapuestas que
intervienen en las asociaciones humanas, como la societas (el reconocimiento
de la existencia de reglas morales y convenciones de comportamiento) y la
universitas (el reconocimiento de la existencia de un objetivo común y un fin
sustancial). Al no fundirse en una nueva identidad, tales disposiciones han
sobrevivido como dogmas opuestos –societas cum universitate– “que imponen
una ambivalencia particular a todas las instituciones de un Estado moderno y
una ambigüedad específica al vocabulario de su discurso” (Oakeshott, 1975:
201). Según Hannah Arendt, la sociedad de la nación en el mundo moderno
es “ese ámbito curiosamente híbrido en el que los intereses privados adquie-
ren significación pública”, y los dos ámbitos se infiltran mutuamente en forma
incesante y fluctuante, “como olas en el caudal interminable del proceso mis-
mo de la vida” (Arendt, 1958: 33-35). No menos certero es Tom Nairn, quien
define la nación como el “Jano moderno” y afirma que el “desarrollo desigual”
del capitalismo inscribe tanto la progresión como la regresión, la racionalidad
como la irracionalidad políticas, en el código genético mismo de la nación.
Éste es un hecho estructural, que no admite excepciones, y “en este sentido,
la afirmación de que el nacionalismo es ambivalente por naturaleza es exacta
(no retórica)” (Nairn, 1985: 348).
Este libro explora precisamente la representación cultural de esta ambiva-
lencia de la sociedad moderna. Si la ambivalencia de la figura de la nación es
producto de su historia transitoria, de su indeterminación conceptual, de su

* En todos los casos en que fue posible rastrear la edición castellana de un libro
e identificar la cita correspondiente, hemos optado por incluir esa versión
con el número de página respectivo. [N. de E.]
introducción. narrar la nación 13

vacilación en cuanto a sus vocabularios, entonces, ¿qué efecto tiene esto sobre
las narrativas y los discursos que transmiten un sentido de “lo nacional”: los
placeres heimlich del hogar a leña, el terror unheimlich* del espacio o la raza del
Otro, la comodidad de la pertenencia social, las heridas ocultas de las clases,
los hábitos del gusto, los poderes de la afiliación política, el sentido de un
orden social, la sensibilidad de la sexualidad, la ceguera de la burocracia, la
visión estrecha de las instituciones, la calidad de la justicia, el sentido común
de la injusticia, la langue de la ley y la parole del pueblo?
El surgimiento de la “racionalidad” política de la nación como forma de na-
rrativa –estrategias textuales, desplazamientos metafóricos, subtextos y estrata-
gemas figurativos– tiene su propia historia.1 Benedict Anderson lo sugiere al
concebir que el espacio y el tiempo de la nación moderna están encarnados
en la cultura narrativa de la novela realista, y Tom Nairn lo explora en su lec-
tura del racismo postimperialista de Enoch Powell, basado en el “fetichismo
del símbolo” que invade su febril poesía neorromántica. Encontrarse con la
nación tal como está escrita implica poner de relieve una temporalidad de la
cultura y de la conciencia social más acorde con el proceso parcial, sobredeter-
minado, por el cual el significado textual se produce mediante la articulación
de la diferencia en el lenguaje, algo que se ajusta más al problema del “cierre”,
que desempeña un papel enigmático en el discurso del signo. Este abordaje
pone en tela de juicio la autoridad tradicional de aquellos objetos nacionales
del conocimiento –la Tradición, el Pueblo, la Razón del Estado, la Cultura de
la Elite, por ejemplo– cuyo valor pedagógico a menudo reside en el hecho
de que son presentados como conceptos holísticos, situados dentro de una
narrativa evolucionista de la continuidad histórica. Las historias tradicionales
no toman la nación en sentido literal, sino que, por lo general, suponen que
el problema consiste en la interpretación de “acontecimientos” que tienen
cierta transparencia o visibilidad privilegiada. Estudiar la nación a través de
su narrativa no implica centrar la atención meramente en su lenguaje y su
retórica; también apunta a modificar el objeto conceptual mismo. Si el cierre
de la textualidad es problemático por cuanto cuestiona la “totalización” de la
cultura nacional, entonces su valor positivo reside en que pone de manifiesto
la amplia diversidad a través de la cual construimos el campo de significados y

* Heimlich y Unheimlich remiten, respectivamente, a lo familiar o lo conocido,


y a la conversión de lo familiar en extraño, lo que generaría el efecto de lo
siniestro. Estas nociones han sido desarrolladas por Sigmund Freud (véase el
texto “Lo ominoso”, en el volumen XVII de sus Obras completas [Buenos Aires,
Amorrortu, 1989]). [N. de E.]
1 Wright (1985) y Gilroy (1987) son dos aportes recientes significativos a este
abordaje.
14 nación y narración

símbolos que se vinculan con la vida nacional. Este proyecto tiene cierta acep-
tación dentro de aquellas formas de la crítica asociadas con los estudios cultu-
rales. Pese al considerable avance que esto representa, existe una tendencia a
leer la nación de modo bastante restrictivo: o bien como el aparato ideológico
del poder del Estado, que la lectura apresurada y funcionalista de Foucault
o Bajtín redefinen en cierta medida, o bien, en una inversión más utópica,
como la expresión incipiente o emergente del sentimiento “nacional popular”
conservado en una memoria radical. Estos abordajes son valiosos en la medida
en que dirigen nuestra atención hacia aquellos resquicios de la cultura nacio-
nal que fácilmente quedan relegados a las sombras, pero que son altamente
significativos, puesto que de ellos pueden emerger movimientos de personas y
capacidades analíticas de oposición –la juventud, lo cotidiano, la nostalgia, las
nuevas etnicidades, los nuevos movimientos sociales, la política de la diferen-
cia–. Éstos adscriben nuevos significados y direcciones diferentes al proceso
de cambio histórico. El desarrollo más progresista de estas posiciones adopta
“una concepción discursiva de la ideología. La ideología (como el lenguaje) es
conceptualizada en términos de la articulación de elementos. Como sostiene
Volóshinov, el signo ideológico siempre tiene múltiples modulaciones y, como
Jano, dos caras” (Hall, 1988: 9). Pero, en el fragor de la discusión política, la
duplicidad del signo a menudo queda borrada. La doble cara de la ideología
es tomada en su apariencia y su significado queda fijo, en última instancia, en
uno de los lados de la división entre ideología y condiciones materiales.
El proyecto de Nación y narración es explorar las dos caras del lenguaje mis-
mo, y por lo tanto su ambivalencia, en la construcción del discurso sobre la
nación, que es, también, un discurso de dos caras. Esto convierte al consabido
dios Jano en una figura prodigiosa por su duplicidad, adecuada para investigar
el espacio-nación en el proceso de articulación de elementos: donde los sig-
nificados pueden ser parciales por estar in medias res, y la historia puede estar
hecha a medias porque se encuentra en proceso de elaboración, y la imagen
de la autoridad cultural puede ser ambivalente porque se la capta en estado
titubeante en el acto de componer su imagen de poder. Sin esta concepción
de la performatividad del lenguaje en las narrativas de la nación sería difícil
comprender por qué Edward Said prescribe un tipo de “pluralismo analítico”
como la forma de atención crítica apropiada para los efectos culturales de la
nación. Pues la nación, como una forma de elaboración cultural (en el sentido
que Gramsci le da a este término), es un medio de narración ambivalente que
mantiene a la cultura en su posición más productiva, como una fuerza para
“subordinar, fracturar, difundir o reproducir, en igual medida que [para] pro-
ducir, crear, imponer o guiar” (Said, 2004: 232).
Cuando les escribí a los autores que colaboraron con este libro, tenía en
mente una concepción cada vez más fuerte, aunque algo extraña, según la cual
introducción. narrar la nación 15

la nación es, dentro de las representaciones culturales de la modernidad, una


de las principales estructuras marcadas por la ambivalencia ideológica. Mi in-
tención era que desarrolláramos, en una tensión amable de colaboración, una
serie de lecturas que recurriesen a los postulados de las teorías postestructura-
listas de la narración –la textualidad, el discurso, la enunciación, la écriture, el
“inconsciente como un lenguaje”, por nombrar sólo algunas estrategias– para
evocar ese margen ambivalente del espacio-nación. Revelar ese margen es, en
primer lugar, refutar el supuesto derecho a la supremacía cultural, ya sea que
éste sea reivindicado por las “viejas” naciones metropolitanas postimperialistas
o por las “nuevas” naciones independientes de la periferia. Lo marginal o la
“minoría” no es el espacio de una automarginación jubilosa o utópica. Es una
intervención mucho más sustancial en aquellas justificaciones de la moderni-
dad –el progreso, la homogeneidad, el organicismo cultural, la nación pro-
funda, el pasado lejano– que, en nombre del interés nacional o la prerrogativa
étnica, racionalizan las tendencias autoritarias, “normalizadoras”, que existen
dentro de las culturas. En este sentido, entonces, la perspectiva ambivalente,
antagonista, de la nación como narración establecerá las fronteras culturales
de la nación para que éstas puedan ser reconocidas como umbrales de con-
tención del significado que, en el proceso de producción cultural, deben ser
atravesados, borrados y traducidos.
La “localidad” de la cultura nacional no está unificada ni constituye una uni-
dad en relación consigo misma, y tampoco debe ser considerada simplemente
“otra” en relación con lo que está fuera o más allá de ella. La frontera tiene
dos caras, y el problema del adentro y el afuera siempre debe ser en sí mismo
un proceso de hibridación que incorpore a “gente” nueva en relación con el
cuerpo político, genere otros espacios de significación e, inevitablemente, en
el proceso político, produzca lugares acéfalos de antagonismo político y fuer-
zas impredecibles para la representación política. El recurso a la nación como
narración enfatiza la insistencia del poder político y la autoridad cultural en lo
que Derrida describe como “el exceso irreductible de lo sintáctico sobre lo se-
mántico” (Derrida, 1975: 332). Como efecto de esa “significación incompleta”,
las fronteras y los límites se convierten en espacios intermedios a través de los
cuales se negocian los significados de la autoridad cultural y política. A partir de
esas posiciones narrativas entre culturas y naciones, teorías y textos, lo político,
lo poético y lo pictórico, el pasado y el presente, Nación y narración busca afirmar
y ampliar el credo revolucionario de Frantz Fanon: “La conciencia nacional, que
no es el nacionalismo, es lo único que nos dará una dimensión internacional”
(Fanon, 1963: 199). Es esta dimensión internacional, presente tanto dentro de
los márgenes del espacio-nación como en las fronteras intermedias entre las
naciones y los pueblos, lo que los autores han procurado presentar en estos
ensayos. El emblema representativo de este libro podría ser una “figura” quias-
16 nación y narración

mática de la diferencia cultural por la cual el espacio-nación antinacionalista y


ambivalente se convierte en la encrucijada que conduce a una nueva cultura
transnacional. El “otro” nunca está fuera o más allá de nosotros; surge con fuer-
za dentro del discurso cultural cuando pensamos que hablamos, de la manera
más íntima y natural, “entre nosotros”.
Sin intentar hacer un resumen de cada uno de los ensayos, quisiera refe-
rirme a este movimiento, dentro de Nación y narración, que va de la unidad
problemática de la nación a la formulación de la diferencia cultural en la cons-
trucción de una perspectiva internacional. La historia podría comenzar en
muchos lugares: con la lectura que hace David Simpson del “cuerpo” multifor-
me del populismo estadounidense de Whitman y su evitación de la metáfora,
que es también una forma de evitar los problemas de integración y diferencia
cultural; o con la exploración que lleva a cabo Doris Sommer del lenguaje del
amor y la sexualidad productiva, que alegoriza y organiza las antiguas narrati-
vas históricas de América Latina, de las que reniegan los novelistas del “boom”
latinoamericano; o con el análisis de John Barrell de las tensiones que existen
entre la teoría humanista cívica de la pintura y el “discurso de la costumbre”
cuando se reúnen en la ideología de lo ornamental en el arte, y su compleja
meditación de lo inglés; o con el retrato que presenta Sneja Gunew de una
literatura australiana dividida entre la esfera pública anglocéltica y una esfe-
ra multiculturalista contrapública. Gunew presenta las voces excluidas de los
migrantes y los marginados, y las vuelve a llevar al punto en que perturban e
interrumpen la escritura del canon australiano.
En cada una de estas “ficciones fundacionales”, los orígenes de las tradicio-
nes nacionales resultan ser tanto actos de adhesión y establecimiento como
momentos de repudio, desplazamiento, exclusión e impugnación cultural. En
esta función de la historia nacional como Entstellung, no es posible trascen-
der o superar dialécticamente las fuerzas del antagonismo o la contradicción
social. Se sugiere que las contradicciones constitutivas del texto nacional son
discontinuas e “interruptivas” (Spivak, 1987: 251). Tal es el punto de partida
de Geoff Bennington, que hace un juego de palabras (con cierta presciencia
posmoderna) con la “política postal” de las fronteras nacionales, para suge-
rir que “las fronteras son articulaciones; los límites, por naturaleza, se cruzan
y transgreden”. A través de esos límites, tanto históricos como pedagógicos,
Martin Thom sitúa el célebre ensayo de Renan ¿Qué es una nación? Proporcio-
na una detallada genealogía de la idea de nación tal como emerge míticamen-
te de las tribus germánicas y, más recientemente, de las interrelaciones que
existen entre la lucha por consolidar la Tercera República y el surgimiento de
la sociología durkheimiana.
¿Qué clase de espacio cultural es la nación, con sus fronteras transgresivas y
su interioridad “interruptiva”? Cada ensayo responde esta pregunta de manera
introducción. narrar la nación 17

diferente, pero Simon During, en cierto momento de su exposición acerca del


“imaginario civil”, sugiere que “el hecho de que el mundo de la vida se encuen-
tre bajo la dominación moderna del estilo y la civilidad […] forma parte del
proceso de feminización de la sociedad”. Esta idea es explorada en dos contex-
tos muy diferentes: en la lectura que hace Gillian Beer de Virginia Woolf y en
el estudio de Rachel Bowlby sobre La cabaña del tío Tom. Gillian Beer adopta la
perspectiva del aeroplano –la máquina de guerra, el símbolo onírico, el ícono
de los poetas de la década del treinta– para enfatizar las reflexiones de Woolf
sobre la raza y el espacio de la isla, cuyas significaciones múltiples y marginales
–“los márgenes de la tierra y el agua, el hogar, el cuerpo, el individualismo”–
proporcionan otra inflexión a las luchas de Woolf contra el patriarcado y el
imperialismo. Rachel Bowlby escribe la historia cultural de las lecturas de La
cabaña del tío Tom, que debaten la feminización de los valores culturales estado-
unidenses, y a la vez produce una interpretación propia más compleja. Sugiere
que la narrativa de la libertad estadounidense pone de manifiesto la misma
ambivalencia que en el texto construye la naturaleza contradictoria de la fe-
minidad. América misma se convierte en el continente negro, y de ese modo
evoca doblemente la “imagen” de África y la metáfora freudiana de la sexua-
lidad femenina. George Harris, el otrora esclavo, parte hacia el nuevo Estado
africano de Liberia. Recién cuando la nación occidental aparece ante nuestros
ojos, según la famosa frase de Conrad, como uno de los rincones oscuros de la
tierra, podemos comenzar a explorar nuevos lugares desde los cuales escribir
historias de los pueblos y construir teorías de la narración. Cada vez que la
pregunta acerca de la diferencia cultural surge como un cuestionamiento a las
nociones relativistas de la diversidad de la cultura, revela los márgenes de la
modernidad. Como resultado, la mayoría de estos ensayos culminan en otro
lugar cultural que aquel del que partieron y a menudo adoptan una posición
“minoritaria”. El estudio de Francis Mulhern de la “ética inglesa” del universa-
lismo leavisiano conduce a la lectura de la última conferencia pública de Q. D.
Leavis en Cheltenham, en la que deplora la situación de riesgo que atraviesa
la Inglaterra que dio a luz a la clásica novela inglesa; una Inglaterra que hoy es
la Inglaterra de habitantes de viviendas sociales, de minorías no asimiladas, de
una emancipación sexual sin responsabilidad. De pronto se revela el sistema
paranoide de la “lectura inglesa”. James Snead termina su interrogación de la
ética y la estética del universalismo nacionalista occidental con una lectura de
Ishmael Reed, quien “revisa una cooptación previa de la cultura negra, para
lo cual usa un principio de narrativa que socavará los supuestos mismos que
dieron lugar a la apropiación previa”. Timothy Brennan ofrece una visión pa-
norámica de la historia occidental de la idea de nación y sus formas narrativas,
para finalmente tomar posición a favor de aquellos escritores hibridizantes
como Salman Rushdie, cuyo carácter glorioso y grotesco reside en su celebra-
18 nación y narración

ción de que el inglés ya no sea un idioma inglés. Como señala Brennan, esto
permite percibir de modo más elocuente que las condiciones poscoloniales y
neocoloniales son posiciones categóricas, a partir de las cuales es posible ha-
blarle tanto a Oriente como a Occidente. Pero estas posiciones, más allá de las
fronteras de la historia, la cultura y el lenguaje que hemos estado explorando,
son proyectos políticos peligrosos, aunque esenciales. La lectura de Dickens
que hace Bruce Robbins equilibra los riesgos de apartarse de las “verdades
éticas locales” de la experiencia humanística mediante las ventajas de desarro-
llar un saber para actuar en un sistema global disperso. Robbins sugiere que
nuestra atención a la aporía debería ponerse en contrapunto con una intencio-
nalidad que se inscribe en poros: el conocimiento práctico, técnico, que abjura
del racionalismo de los universales y a la vez mantiene el sentido práctico, y la
estrategia política de lidiar profesionalmente con situaciones locales que en sí
mismas se definen como liminares y fronterizas.
América nos conduce a África; las naciones de Europa y Asia se reúnen en
Australia; los márgenes de la nación desplazan el centro; los pueblos de la
periferia regresan para reescribir la historia y la ficción de la metrópoli. La
historia de la isla es relatada desde el ojo del aeroplano, que se convierte en el
ornamento que mantiene en suspenso lo público y lo privado. El bastión de lo
inglés se desmorona ante la aparición de los inmigrantes y los obreros de las
fábricas. El gran aparato sensorial de América “a lo Whitman” es sustituido por
una fotografía ampliada de Warhol, una instalación de Kruger o los cuerpos
desnudos de Mapplethorpe. El realismo mágico producto del boom latinoame-
ricano se convierte en el lenguaje literario del mundo poscolonial emergente.
En medio de estas imágenes exorbitantes del espacio-nación en su dimensión
transnacional, están aquellos que aún no han encontrado su nación: entre
ellos, los palestinos y los sudafricanos negros. Lamentamos no haber podido
sumar sus voces a las nuestras en este libro. Sus preguntas persistentes están
allí para recordarnos, en cierta forma o medida, lo que debe ser válido tam-
bién para el resto de nosotros: “¿Cuándo fue que nos convertimos en ‘un pue-
blo’? ¿Cuándo dejamos de ser ‘un pueblo’? O ¿estamos en vías de serlo? ¿Cuál
es el vínculo entre estas grandes preguntas y las relaciones que mantenemos
entre nosotros y con los demás?” (Said, 1986: 34).
introducción. narrar la nación 19

referencias bibliográficas

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