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El positivismo, pensamiento de especie socrática, es sólo uno de los síntomas del

nihilismo (Nietzsche). Son comienzos del siglo XXI y lo mexicano sigue siendo pensado
a partir del positivismo; la actual constitución mexicana (desde 1917) con poco más de
100 años de vida, producto de una violenta revolución “mexicana”, cuyo pilar es la
constitución de 1857 de esencia liberal, dota de un mecanismo de coerción más o menos
universal, nacional y social, que si bien, da a todas las partes en conflicto y a cada uno
de sus integrantes (incluyendo individuos ajenos a la nación) promesas de igualdad
sustentado en los artículos 1 y 2, en la realidad, con sus más de 700 reformas, no ha sido
más que un instrumento que incapacita la voluntad de grandeza de los mexicanos.

En el 102 aniversario de la promulgación de la constitución, celebrado el 5 de febrero de


2019 en Querétaro, el presidente Andrés Manuel López Obrador, proclamándose como
el orquestador de la cuarta transformación de México, habla de la necesidad de crear una
nueva constitución, sin embargo, lo deja en manos de las futuras generaciones, él sólo
prefiere combatir los malestares del país como la pobreza que asola a millones causada
por la corrupción, pero tan sólo ésta es un síntoma.

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