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Edgar Wallace - El Guarda
Edgar Wallace - El Guarda
Edgar Wallace
textos.info
Biblioteca digital abierta
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Texto núm. 3000
Título: El Guarda
Autor: Edgar Wallace
Etiquetas: Cuento
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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El Guarda
Los reporteros de crímenes poseen gran cantidad de intereses y de
amigos, singulares en su mayoría. Su vida transcurre en una atmósfera
cuyo principal ingrediente es la sospecha. Wise Y. Symon era un gran
reportero de crímenes, un verdadero Napoleón de la especie, y su
grandeza se debía en grado no pequeño al hecho de que conservaba su fe
en la naturaleza humana. Y a que, según he observado, el título de
grandeza se basa con frecuencia en la mezcla de virtudes contradictorias.
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alcohólica por la noche y una nube de sopor durante el día.
Decir que las oficinas o incluso las prensas del Telephone Herald
murmuraban es, desde luego, una pintoresca inexactitud. Las oficinas de
los periódicos no murmuran. Traquetean, aúllan, emiten un continuo
«clic—clac—clic», pero no murmuran. Unas puertas de cristal giran
temerariamente, unos hombres empapados, abotonados hasta la barbilla,
entran con prisa alocada, arrojando de sí los chorreantes abrigos y
diciendo cosas impublicables acerca de los Favoritos del Gran Público que
dan como direcciones oficiales lugares inaccesibles y climatológicamente
insufribles.
Poco antes de las doce de una noche nevada, Wise Y. Symon entró con
andar ingrávido a presencia del jefe nocturno de redacción y se tumbó
sobre el escritorio. Nuestro sabio individuo se tumbaba invariablemente
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encima de cualquier cosa sobre la que no pudiera posar el pie. Su modus
operandi consistía en llegar al filo del escritorio y, encogiéndose como una
regla plegable, depositar la parte superior del cuerpo de este a oeste, por
así decirlo, apoyando la barbilla en las manos.
—Veo que no tienes ni idea del asunto, amigo O —acusó el señor Symon
(el nombre del jefe nocturno era Oliver, y le llamaban «O», alias «El Oliva».
—Bien, ¿qué haces aquí, de todas maneras? —se quejó el señor Oliver
lastimeramente—. Hay un periódico en espera de ser editado. ¿Alguna vez
has oído que tales cosas sucedan?
—¿Acaso podría yo saber algo de los bajos fondos sin estar al corriente de
eso? —reprochó Symon—. No, mi querido O, no he venido aquí para
refocilarme a costa tuya. No me he ataviado con una vestimenta tan alegre
por el mero placer de provocar la tantálica envidia de los esclavos del
periodismo. Tengo un motivo para esta misteriosa visita.
El señor Symon sacó con suma ostentación una pitillera de oro y extrajo
de la misma un gran cigarrillo turco.
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sagacidad infinitos. Tengo una nueva cita con él a la una, hora a la que me
presentaré en su costoso y palaciego piso, donde, rodeado de una
atmósfera de refinamiento y opulencia, procuraré extraer el cuerpo de un
reportaje cuya escurridiza cola se encuentra ya en mi mano.
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—Como podéis imaginar, yo no pierdo el tiempo con un millonario
cualquiera —dijo—. Si William no tuviera otro aliciente que la afición al vino
malo y a los mondadientes, hubiera pasado olímpicamente de él. Hace
muy poco tiempo que William ha comenzado a frecuentar los
establecimientos de moda. Me lo encontré bebiendo a solas en la parrilla
del Petroni hace cosa de una semana. Quizá fuera el cuello tan hortera
que llevaba, o la culata del revólver que vi asomándole por el bolsillo de la
cadera, o el habla tan soez con que se dirigió al camarero, pero el caso es
que una de estas cosas despertó mi interés. Así que me enrollé con él. El
hombre quería vivir a tope; tenía dinero a raudales y una capacidad infinita
para beber champán dulce. ¡Uf! Bueno, el chorbo parecía interesante.
Posee la mentalidad de una cabra y un vocabulario estrictamente limitado
a un centenar de sustantivos y media docena de adjetivos.
—Dijo que lo heredó de su tío. Mas no tiene pinta de ésos que cuentan en
su haber con esa clase de tíos. Lo seguí, pero se me escurrió. Esta noche
me he encontrado con él mediante previa cita… y he estado en su casa.
—Hizo una pausa—. Es el guarda del Banco Borthwick.
—Eso habla en favor del viejo Borthwick —dijo el director tras un momento
de silencio—. ¿Duerme tal guarda en el edificio del Banco?
—Sí y no. Tiene alquilado un piso anejo al banco. Es allí donde voy a
encontrarme con el.
—Sí. Pero me dijo que tenía que resolver cierto asunto antes de volver a
verme, lo que naturalmente picó mi curiosidad. Lo espié y lo vi meterse por
la entrada lateral del banco. Entonces lo recordé. Le había visto barrer las
escaleras… Paso todos los días ante el edificio.
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El director se consultó el reloj.
—No más tarde de las tres —dijo Wise Symon—. La historia me parece
buena, y me gustaría consignar la totalidad de los hechos en letras de
molde antes que la policía eche el lazo a nuestro hombre.
Eran las tres menos cuarto cuando Wise Symon entró en el despacho del
director.
—Te diré lo que me ronda por la cabeza —respondió Symon tras una
ligera vacilación—. Asocio esta nauseabunda prosperidad de Hopper con
la desaparición de Harrigay Ford.
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mí me asaltó la misma idea. ¿Dijo nuestro hombre algo que te produjera la
impresión de que sabía algo acerca de la desaparición de Ford?
—Nada.
—¿Cuál es tu hipótesis?
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trabajo adicional que reclamaba su escasa clientela.
Uno de los cajeros tomó la tarjeta del señor Symon y desapareció con ella
tras una puerta del fondo. Regresó para llamar con una seña a Symon, y el
viejo Borthwick se levantó desde detrás de la mesa tapizada de cuero,
donde pasaba la mayor parte del día leyendo a través de una lupa los
informes periodísticos acerca de las bolsas y negociaciones extranjeras, y
ofreció su gran mano al visitante.
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—Quiero saber si puede usted proporcionarme alguna noticia acerca de
Ford.
—Ha llegado de Australia hace sólo dos días —informó el señor Borthwick
volviendo a guardarlo en la caja fuerte.
—Bien, creo que eso es todo cuanto quería preguntarle —dijo, ocultando
su desilusión lo mejor que pudo.
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y se marchó al tiempo que el viejo banquero soltaba una risilla.
—¡Oh, hace mucho tiempo, tanto que no lo puedo recordar! Eran viejos
amigos en los días anteriores a que papá fuese… —Sus labios temblaron.
—¿Y después?
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—Mis teorías carecen de base —admitió Wise Symon—. De todas
maneras, faltaré esta noche a mi cita con William. Si sólo es un vulgar
heredero, y no el fascinante criminal que yo pensaba, ha dejado de
interesarme.
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garabateado: £ 10.000.
Symon volvió el papel y miró de nuevo la anotación. Sus ojos eran una
hoguera de triunfo cuando devolvió el papel al policía.
—Lo sé todo. Vayamos a ver al viejo Borthwick. Lleva ese papel contigo, y
creo que podremos decirle muchas más cosas sobre su vigilante de las
que le gustaría oír.
—Tienes el reportaje todavía por hacer —repuso Siddon, que conocía los
requisitos de la prensa diaria.
—Está hecho.
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—Las birlé cuando no mirabas. Formaban parte de los efectos personales
del difunto Hopper. ¡Ajajá ésta es la llave!
Pasaron adentro del oscuro pasillo y cerraron la puerta tras de sí. Corría
paralelo a la oficina exterior. A la derecha había una escalera que
conducía a las dependencias superiores y, presumiblemente, al
alojamiento de Hopper. Al fondo del pasillo había otra puerta, que no se
abrió hasta que todas las llaves fueron probadas. Se encontraron entonces
en la oficina exterior misma, de frente al despacho privado del señor
Borthwick.
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—Siddon —dijo Wise Symon—, éste es el señor Harrigay Ford, quien, a
menos que mucho me equivoque, lleva prisionero en los sótanos de este
banco desde que amenazó con cambiar su cuenta a otra entidad.
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—El viejo Borthwick era un jugador —dijo Wise Symon a su jefe a primeras
horas de la mañana, cuando las prensas del Telephone Herald rugían, al
parecer, de exultación motivada por el ingenio y el arrojo del personal—.
Ha sido siempre un especulador, y cuando Ford amenazó con retirar su
cuenta comprendió que estaba arruinado. Cogió a Ford cuando éste se
hallaba drogado y lo metió en el sótano. ¿Nunca se ha fijado usted en que
todos los bancos están construidos de manera tal que constituyen cárceles
ideales? El guarda había de estar en el secreto; nadie más visitaba el
sótano. Por lo tanto, había que untarle con dinero. Ford fue aprovisionado
con comida, un libro de cheques y una pluma, y cada vez que las cuentas
de Borthwick necesitaban equilibrarse, el prisionero tenía que elegir entre
extender un cheque o sufrir; el viejo banquero es tan fuerte como un roble,
pese a su edad. No creo que Hopper tuviera comunicación alguna con el
prisionero, pero al parecer Ford trató de sobornarlo para conseguir su
libertad, anotando la suma que estaba dispuesto a pagar en el dorso de un
trozo de cheque y deslizándolo en la mano del guarda en un momento en
que el viejo no estaba mirando. Borthwick debió de descubrirlo. Le alarmó
mi visita, pero probablemente le alarmó aún más la actitud de Hopper.
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Edgar Wallace
Edgar Wallace creó el "thriller" con su novela Los Cuatro Hombres Justos
(1905), y consolidó este género narrativo con su obra posterior. Las
investigaciones detectivescas realizadas en sus novelas requieren siempre
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un profesionalismo, y suelen desplegarse con el concurso de la maquinaria
policial, lo que las diferencia de la corriente de la "novela problema" o
"novela enigma", donde se supone que el lector dispone de todos los
indicios necesarios para resolver por sí mismo el misterio, rivalizando así
con el protagonista de la narración, generalmente un detective aficionado.
No obstante, Wallace sí brinda frecuentemente al lector la posibilidad de
ejercer sus propias dotes de detección. Recordemos como ejemplo los
problemas de habitación cerrada planteados en The Four Just Men (1905)
Los Cuatro Hombres Justos, The Clue of the Twisted Candle (1917)
(traducida como El misterio de la vela doblada) o The Clue of The New Pin
(1923) (La pista del alfiler). No obstante, incluso en estas novelas
prepondera la acción sobre el análisis. Esto se debe a que, como
cultivador del thriller (narración inquietante), Wallace da preferencia a la
tensión dramática y a la unidad narrativa sobre la lenta exposición de
indicios característica de la "novela enigma".
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