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EL LIDERAZGO
AL ESTILO DE
LOS JESUITAS
PARTE 1

CHRIS LOWNEY
EL LIDERAZGO AL ESTILO DE LOS JESUITAS

U
CONCLUSIÓN - Parte I

na investigación de la palabra liderazgo en el motor de búsqueda


Google arroja más de diez millones de páginas web. Un librero en línea
ofrece más de diez mil títulos sobre el tema. Aun sin tomarse de
líderes. Probablemente todo lo contrario. Muchas de esas obras
reforzarán lo que ya sabemos intuitivamente: que necesitamos más
líderes de principios y eficientes al timón de las principales corporaciones, liderazgo
personal más confiable en el hogar y en el trabajo, y más liderazgo visionario e inspirado
por parte de quienes nos entrenan, enseñan, asesoran y aconsejan.

También se puede afirmar con un alto grado de seguridad que ninguno de esos libros
destaca como rica fuente de liderazgo al puñado de amigos que hace unos 470 años se
reunieron para fundar una nueva compañía, para lo cual no parecían estar bien
preparados ya que no tenían ni un producto, ni capital, ni nombre para la compañía, ni
experiencia o plan de acción. Sus probabilidades de éxito eran bien escasas.

A pesar de todo, antes de que transcurriera mucho tiempo ya existía la Compañía de


Jesús, con un millar de miembros que operaban en cuatro continentes. En poco más de
una generación era la orden religiosa más importante del mundo, y posiblemente la más
importante de la época. Fueron los precursores de una estrategia para comprometer a los
no europeos, que un historiador ha llamado”una de las pocas alternativas al brutal
etnocentrismo de la expansión europea sobre la tierra”. Y fueron también los primeros
exploradores europeos que trazaron el mapa del río Misisipi, de vastas regiones del
interior de China, de las cabeceras del río Nilo Azul, de la Baja California y de áreas más
distantes aún, “regiones que ni la avaricia ni la curiosidad habían tentado a sus nacionales
a penetrar… lenguas de las que ningún otro nativo de Occidente entendía una palabra”.

La señal distintiva de la conquista jesuita no fue un cargamento de botines, varias


hegemonías usurpadas o banderas clavadas en nombre de los lejanos reinos europeos,
sino el conocimiento. Pronto Europa nadaba en mapas, libros de historia natural,
literatura sabia, gramáticas, diccionarios y estudios comparativos de teología producidos
por jesuitas en todo el mundo: la versión italiana de Ricci de los Cuatro Libros de
Confucio, los mapas del padre Marquette del Alto Misisipi, los diccionarios
confeccionados por los misioneros en el Asia para traducir el Japonés, el tamil, el
vietnamita y otras lenguas, los estudios celestes llevados a cabo por astrónomos jesuitas
realizados en extremos opuestos del mundo (Beijing y el interior de América del Sur).

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Europa aprendió de los jesuitas, pero también aprendieron los países que los
recibían. Immanuel C. Y. Hsü en The Rise of The Modern China hace el inventario
de los aportes culturales y tecnológicos de los jesuitas: “De ellos aprendieron los
chinos los métodos europeos de fundir cañones, las maneras de elaborar
calendarios, la cartografía, las matemáticas, la astronomía, el álgebra, la
geometría, la geografía, el arte, la arquitectura y la música. Al mismo tiempo, los
jesuitas hicieron conocer en Europa la civilización China. Fue el primer encuentro
de ésta y Occidente en tiempos modernos y le dio a aquélla la oportunidad de
modernizarse”.

Con todo, su innovación más visionaria e influyente parece en retrospectiva obvia,


casi inevitable. Algunas grandes ideas son tan ampliamente acogidas e imitadas
que olvidamos que en un tiempo fueron novedosas: el automóvil, el teléfono, los
sistemas escolares. Es cierto que escuelas y redes de escuelas las hubo desde antes
de los jesuitas, pero ninguna otra organización había instalado antes una en tan
grande escala y con tanta imaginación. Compañías globales muy importantes
luchan todavía por incorporar en sus negocios ciertas prácticas que fueron típicas
de las escuelas jesuitas hace cuatro siglos: reunir un personal multinacional,
gerenciar a través de las fronteras, idear y hacer circular incansablemente las
mejores prácticas y diferenciarse de los competidores mediante el compromiso de
entregar un producto “de calidad total”. Adonde quiera que fueran los jesuitas,
florecían los colegios: en Praga, Viena, Lisboa, Paris, Goa, Inglostadt y dos docenas
más de ciudades en solo la primera generación de sus esfuerzos.

CUATRO PRINCIPIOS QUE FUERON DECISIVOS

Infinitamente más valioso que el plan, el producto y el capital de los cuales


carecían los jesuitas fue el hecho de que los fundadores si tenían dedicación
incondicional a un modo exclusivo de trabajar y de vivir, a una vida en la cual se
integraban los principios del liderazgo, es decir, el conocimiento de sí mismos, el
ingenio, el amor y el heroísmo.

Ni Loyola ni sus colegas fundadores entendían estos como principios de liderazgo,


ni los habrían considerado destrezas del miso, tal y como hoy usamos nosotros
estos términos. Más bien, tomados en su conjunto y reforzados por la práctica de
toda una vida, los tenían como un modo de proceder, una actitud integral frente a

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la vida. Respondían a las oportunidades y a las crisis, no echando mano de las
tácticas de moda sino operando hoy de la misma manera que habían operado ayer
y que operarían mañana, en el hogar y en el trabajo, en los éxitos y en los fracasos.

El septuagenario y moribundo Schall se valió de los mismos métodos de los cuales


se había servido como novicio a los 20 años en Roma. El astrónomo Clavius se
benefició en Roma de la misma disciplina del examen de conciencia que practicó el
músico Antonio Sepp en la reducción de Yapeyú. Y el mismo amor fortaleció a
Antonio Vieira cuando se enfrentaba a los esclavistas en el Brasil que cuando
asesoraba a jóvenes colegas jesuitas en Portugal.

No son las compañías sino las personas las que tienen conciencia de sí mismas, y
no son las organizaciones sino los seres humanos los que tienen amor. Liderar es
una elección personal. Cualesquiera que hayan sido los pasos en falso de los
jesuitas, ninguno olvidó que los líderes se desarrollan uno por uno, y ninguno
escatimó esfuerzos en el proceso de convertir a los jesuitas en líderes. Generación
tras generación, todo novicio hacía los ejercicios espirituales, basados en la
tortuosa vía que siguió el propio Loyola hacia el liderazgo personal efectivo. Loyola
atrajo a algunos de los mejores talentos de Europa, no por su inteligencia superior
y sus notables realizaciones, ni con un plan atractivo de negocios – ni ningún plan,
realmente. Su gran atractivo estaba en su habilidad para ayudar a los demás a
hacerse líderes. Su manera de dirigir a sus compañeros fundadores sirvió de
modelo para la compañía: todos tienen potencial de liderazgo y los verdaderos
líderes abren ese potencial en los demás.

REPASO DEL HEROÍSMO

El heroísmo inspirado en el magis anima al hombre a poner alta la mira y lo


mantiene siempre dirigido hacia algo más, algo más grande. Loyola exhortaba a los
novicios en Italia a “concebir grandes resoluciones y provocar deseos igualmente
grandes”. A otro equipo le recordaba que ninguna realización común y corriente
debía satisfacer sus ambiciones de excelencia. Su teniente Nadal recorrió la Europa
jesuita diciendo a los novicios que cualquiera que fuera el oficio que escogieran, no
se debía contentar con hacerlo a medias. El astrónomo Clavius desde su elevado
puesto en el Colegio Romano concebía la formación de “hombres brillantes y
eminentes que se distribuyan por las diversas naciones y reinos como gemas
brillantes”.

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Podría sonar esto como fantástica retórica de los jefes, pero los jefes creían y vivían
lo que predicaban, y no sólo vivían movidos por el magis y les hablaban a los
novicios de él sino que les pedían considerar este ideal y dedicarse a vivirlo. Los
novicios aceptaron la invitación y en todo el mundo jesuitas impulsados por el
magis empezaron a creer y actuar como si lo que estaban haciendo fuera “la
empresa más grande del mundo”. Y cuando muchos miembros de un equipo
piensan así, eso se convierte en realidad. Héroes movidos por el magis aportan
energía, ambición y motivación al trabajo; los resultados vienen por si solos.

El heroísmo hace a una persona soñadora y pragmática a la vez. Javier fue enviado
a la India, pero concibió la idea totalmente irreal de abarcar toda el Asia
(totalmente irreal, salvo que sus colegas que lo siguieron la realizaron). Los
maestros jesuitas de escuela secundaria trabajaban dentro de un espacio más
limitado, como era el salón de clase, pero con no menos heroísmo. Ese heroísmo no
se medía por la escala de las oportunidades que se les presentaban sino por la
calidad de su respuesta a ellas. Los líderes heroicos no esperan hasta que llegue el
gran momento: se lanzan a captar la oportunidad que esté a su alcance y extraen
de ella la mayor riqueza posible. El heroísmo está en la nobleza de comprometerse
con una manera de vivir que se concentra en metas más grandes que uno mismo.

REPASO DEL INGENIO

El Ingenio predispone a las personas no sólo para pensar de una manera original
sino para vivir de una manera original. Confiados en que la mayor parte de los
problemas tienen solución, hombres como Ricci y de Nobili exploraron tácticas y
estrategias que trascendían la estrecha mentalidad de sus contemporáneos
europeos. No era solo que Ricci y de Nobili fueran inteligentes y buenos
trabajadores sino que habían cultivado la actitud vital de la indiferencia -la falta de
apegos desordenados- y el espíritu de que todo el mundo sería su casa.

El ingenio lleva a las personas a arrancar de raíz todo provincialismo, temor de lo


desconocido, apego a su posición o sus posesiones, prejuicios, aversión al riesgo y
la actitud de que “así es como lo hemos hecho siempre”. Cuando el individuo ve
todo el mundo como su casa, puede echar una mirada confiada, interesada y
optimista a las nuevas ideas, culturas, lugares y oportunidades. Librándose de
aficiones desordenadas que podrían impedirle exponerse al riesgo o la innovación
se apresta para lanzarse imaginariamente sobre las nuevas oportunidades.,

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Y mirando al futuro con optimismo, es más probable que encuentre esas
oportunidades y soluciones. Loyola llamaba a esto “vivir con un pie elevado”.

REPASO DEL AMOR

El amor comunica propósito y pasión al ingenio y al heroísmo. La misión de la


Compañía de Jesús de ayudar a las almas es una abstracción estéril hasta que el
amor la hace personal. El amor transformó la misión y la manera como los jesuitas
la acometieron. El colega de Loyola Jerónimo Nadal observaba: “Nuestro padre [es
decir, Loyola] decía que no debíamos ayudar fríamente al prójimo o en
movimiento lento. Y con ese simple dicho expresaba la finalidad de nuestra
Sociedad, esto es, acudir fervientemente a la salvación y perfeccionamiento de
nuestros hermanos”. El amor les daba el valor de enfrentarse a los más poderosos
cortesanos de España y a toda la mentalidad social que ellos representaban: “Me
dicen que Su Señoría se ha disgustado por que admitamos a tantos cristianos
nuevos en nuestra compañía… La Compañía no debe ni puede excluir a nadie. No
puede rechazar a ningún talento ni a ningún hombre de calidad, ya sea cristiano
nuevo o noble caballero o cualquier otra cosa”.

Es fácil entender cómo un espíritu de amor puede beneficiar a una compañía


dedicada a ayudar a las almas, pero el amor hace a todas las compañías más
fuertes. ¿Cómo? El amor permite a una compañía acoger a todos los talento, sin
preocuparse por su religión, color, posición social o credenciales. El amor es el gozo
de ver sobresalir a los miembros del equipo, “correr a toda velocidad a la
perfección”. Y el amor es el pegante que aglutina a los individuos en equipos leales
que se apoyan.

Los líderes movidos por el amor ven un mundo de seres humanos de


extraordinaria dignidad, sin miedo, sin codicia, que no engañan. Viven con la
premisa de que la gente da lo mejor de sí cuando trabaja para personas que ofrecen
genuino apoyo y afecto.

REPASO DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

El conocimiento de sí mismo arraiga y nutre las demás virtudes del liderazgo. El


que descubre quién es, qué quiere y qué defiende ya ha dado el primer paso hacia
el liderazgo heroico. Quienes han enseñado y han empezado a extirpar sus

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debilidades y apegos insanos están creando la indiferencia esencial para el ingenio.
Los primeros novicios jesuitas descubrieron el poder de señalar explícitamente sus
valores: así soy yo, esto es lo que defiendo, esto es lo que quiero. Ese proceso de
denominación tiene dos consecuencias. Primera, la mayoría se sorprende
gratamente al comprobar cuánto es ya lo que defienden, y se comprometen con
más energía con sus valores sólo por el hecho de expresarlos. Segunda, con el
proceso viene inevitablemente la revaluación: ¿Estoy satisfecho con esto? ¿Es ésta
la declaración de liderazgo que quiero hacer en el mundo? ¿Es éste el legado que
quiero dejar?

El conocimiento de sí mismo no es un proyecto de una sola vez. No menos


importante que la evaluación inicial que una hace de sus fortalezas, sus
debilidades, valores y visión, es el hábito diario de reflexión, el examen de
conciencia. Es una oportunidad de medir la vida, aspecto por aspecto, a la luz de
los principios y las metas. ¿Dicté la última clase con interés amoroso por mis
discípulos, o sólo mecánicamente por cumplir? ¿Apliqué hoy a mi trabajo la
imaginación, o me contenté con sólo hacerlo por salir del paso? Ésta es una
oportunidad de asegurarse de que uno permanece equilibrado en la misma línea
que siguieron de Nobili y otros: aventurando pero firme en sus creencias básicas.
El examen de conciencia parte del supuesto de que hasta los líderes cometen
errores, de que podemos aprender de ellos y de que cada uno tiene una capacidad
ilimitada de crecer y desarrollarse.

Aunque el concepto de íntima reflexión pueda sugerir la idea de aislamiento del


mundo, quienes la practican debidamente encuentran que los capacita mejor para
actuar en él con energía. Las tres ocasiones de rigor –“al levantarse”, “después de
la comida de medio día” y “después de la cena”- le ayudan a uno a alcanzar el estilo
de vida enfocado, de recogimiento, que los primeros jesuitas llamaron simul in
actione contemplativus, “contemplativo aun en la acción”. Como dijo un colega de
Loyola, “es increíble con qué facilidad se recogía nuestro Padre en medio del ruido
del mundo”. Llegar a ese punto no era un truco de la santidad; era el fruto de
continua y paciente inversión en el examen de conciencia: la dedicación inicial a
descubrir uno sus recursos, debilidades y metas, seguida por el hábito cotidiano de
la íntima reflexión.

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