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congenere anticipado". __AJJaM .' Odr1gúe:Z.:Villamd, por su
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de los años '40 qu operó un cambio en lo modelos de es ·ritura
· en t()da América Latina''. En los "33 uentos", iu ·ditos hasta
ahora en español, Luis nmpodúnko l 'Oll'\llOl(I l 11fr nlnmiento
y la ruptura de los squt•m:io; lrnhltualt•s pnru ln11t:111r21r un nuevo
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· t llegan a dí visar o a un ruidoso ck..¡t I(• dl' 11rn11vnl por las caUes
""'. dt- Montvvld~o.
js Campodónico (J 1 31), falle iú en Paris a los 42 año" de edad.
'//Dedicado a la mú ica vh1Jc) en 1956 u 1"l'and" pura
·:rl._e·eciona:rse en armonía, dirección y compo, ici6n. Poco .
:µ:~~d·~1 e~reno de u "Mi terio del hombre olo" (SODRE,
, :nd:c;iµó.-defmitivamente la mú. ica y se dedicó po.r,entero
'%"'''"":6yi:l Pr?<Iuccióo abarcó todos los.g~ne:r:~· ,~~gr~~ .· • ·
'."'--~~:f.~11;:1'. ~uí, viyió- ~~~~,~~;zfgtsts1}wili~st1gf~;~
Luis Campodónico

33 CUENTOS

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C·; .
Luis Campodónico

33
11
CUENTOS •-

Postfacio de ANA MARIA RODRIGUEZ VILlAMILL

arca
'"La traducción francesa publicada por el MERCURE DE FRANCE e n París en l %9
no contiene los cuentos «La terrible», «Falso ret rato y epilafio» ni «Hada blan ·a•
INDICE
Pág.
El triángulo ........... ... .... ..... ........ ............... ... ........ ..... .......... ....... ... ..... ............ 9
Ella ....... ................. ..... ........ ........ .... ............... ....... ........ ......... ... ....... ... ........ 12
v·.
laJe ........................................ .,......................... ,.... ,.. ,.... .. .... ..... ... ............. 15
El fuego ...................................... ............... ..... ... ... .... ................................ .. 17
En el ómnibus ....... .... ..... .... ... ...... ..... .................................... ......... ... .......... 20
La rosa azul .......... .... .................... ......... ........ .......... ...... ...... ..... .. ............... . 22
En primavera .......... ..................................... .. ................ .......... ..... .............. 26
Mi querido Lord Richard .......................... ....................................... .......... 29
El boquete .................................................................................................. 33
Llevarlo hasta allá .............................................. ...... .................................. 37
Vamos, Marce lo, oye, Marcelo ............. ...... ............ ........ .............. ............ . 39

~
Crisopo ... ..................... ............................ ............ ....................................... 42
La cita ................ ............................................ ...... ....................................... 45
______ ~
_©_arca Contrabandistas .......................................................................................... 48
Qué alegría para Luisa .............................. .................. .................. ............. 51
ANDES1118 ~ Antes de perderme ........... ....... ...... .................... ....... ............. ..................... 54
Directamente ............ ................. ................. ...... ................... .... ................... 57
TEL.: 92 44 68 - Fax: 93 01 88
Huéspcdes ............................................... ..... .............................................. 61
Montevideo, 1995
Buenas Noches, Urbano ............ ................................................................. 64
Ahí .................................. ........................................................... ................. 67
No tiene derecho ............ ......................................................... ................... 70
Queda prohibida cualquier forma de
reproducción , transmisión o archivo Altos, seguros cipreses ....... ........... ............ ..... .......... ....... ........................... 73
en sistemas recuperables, sea para uso Falso retrato y epitafio ..... ..... ................... ...... ...... ........... ..................... ...... 75
privado o público por medios mecá nicos, Así que no creías ........................................................................................ 77
electrónicos, fotocopiadoras, grabaciones La terrible ................................................................................. .................. 78
o cualquier otro, total o parcial, d e l 11 mio tormento ..................................................... .......................... ........ ... 82
presente ejemplar, con o sin finalidad de Amo el viento negro ............................................... ...... .............. .. .............. 85
lucro, sin la autorización e xpresa del editor. Ambos ........................................ ............ ......... .. ............. .. ........... .... ......... .. 88
Noche y Día ......... ........................... .................................. .. ....................... 90
Furor de baldofios ......................... .............................. ............................... 94
Se terminó de imprimir en el mes de abril Gigante ............................................... ............. ........................................... 99
en los talleres grá ficos de ARCA S.R.L. Rey de oscura lana recia .............. .... ............. .. ....... .. ............ ................ .... 103
Andes 1118 - Montevideo, Uruguay Hada blanca ................ .......... ...... ... ............ ... .......................... ......... ........ . 106

Depósito Legal N11 297.047 Postfacio de Ana María Rodríguez Villamil ............... ........... ... .... ... ........ 109
Libro ARCA N11 451
Estos cuentos son treinta y tres
porque el autor,
después de reunir treinta y dos,
les agregó uno.
EL TRIÁNGULO

Llegó temprano. Aunque debíamos vernos uno de esos días, su


llegada me sorprendió. Ignoro la causa, pero su visita interrumpió mi
orden. No tenía que producirse entonces, yo lo sentí: algo, en mí,
protestaba contra aquella interrupción. Tal vez descontaba él mi sorpresa
y deseaba, justamente, tomarme desprevenido. ¿Con qué fin? No sé.
Llegó, pues, una mañana de otoño --de aire estremecido y árboles
cautelosos- inesperado, sin escrúpulos. Sus tres lados precisos relucían,
y nadie hubiese adivinado, en ese presumible acero, a la pobre cuerda, a
la chaura solapada, que tras fugarse de una ferretería, se constituyera en
triángulo durante media hora escasa, abrigada por un rincón de noche, en
algún parque.
Se posó sobre una de las sillas de la sala, y allí esperó mis palabras.
Yo no tenía ganas de hablar y tuve que disimularlo.
Nos conocimos en el teatro. Su actitud, junto a un cortinaje de la
platea, me pareció interesante. Conversamos un momento, en el intervalo,
y él, con pocos gestos de su vértice superior, me dio a entender que
compartía mis ideas. Acabábamos de ver el primer acto de «El avaro» y
yo me había lanzado a hacer consideraciones sobre la forma en Moliere.
Hasta organicé un paralelo (puramente exterior, arbitrario) entre esos
juegos puntiagudos y cierta pieza de Marivaux.
No sé cómo se me ocurrió ofrecerle un puesto en el Instituto. Acaso
su discreción influyó en ello. «Un portero casi mudo y aficionado a las
letras, un amigo fiel de la casa», habré pensado. Pero él no comprendió
luis CompodónicQ 33 CUENTOS

bien mi proposición. Como el sueldo distaba de ser exiguo y la tarea de me dije. Yo no veía figuras desde tiempo atrás. En el país donde vivo, los
complicada, parecía natural que Je propusiera sólo el puesto de portero, y triángulos son raros, y el gobierno, higiénico y rencoroso, ha prohibido la
aun con horario reducido. Por Jo demás, me estaba evidentemente vedado circulación a toda otra figura que no pague el impuesto a la falta de ruido.
encarar siquiera la posibilidad de nombrarlo profesor agregado. Recordaba, sin embargo, que una superficie no provoca sensaciones
Le expliqué, de consiguiente, cómo, por desgracia, mis poderes no particulares. «Así Jo supuse siempre, sin olra razón, al fin de cuentas, que
superaban Ja contratación directa de un portero (el anterior había abando- las distraídas lecciones de un tuerto profesor de liceo. »
nado el cargo, doce días antes, para consagrarse a un plantío de cebollas El seguía erguido, quieto, frente a mí. Para ocultar la consternación,
giratorias que poseía en el norte) y me atreví a suponer las ventajas de una volvía a caminar mientras un hiperbólico paréntesis sobre Historia de no
vida sedentaria pagada por el Estado. La explicación Je agradó. Creo sé cuál Literatura, se me escapaba de Jos labios. Menos agitado, retomé
recordar q 1e .;;us tres vértices se abrieron y cerraron a compás, tanto que · entonces el tema de su empleo, no sin destacar y condenar Ja villanía de
temí se cayese de Ja mesa donde apoyaba su base mientras yo bebía un quien prefiriese los cultivos a la cultura. Rematé proponiéndole, con la
cortado, a Ja salida del teatro. Quedamos en que antes de fin de mes euforia de un tímido que pierde pie, hacerse cargo de la portería a partir
decidiría si aceptaba. El Instituto esperaría hasta entonces. del día siguiente. Pese a mi vehemencia, no cesaba de espiar su superficie.
Luego, lo olvidé. Es decir, no: lo suspendí de mi memoria, como Pasaron varios minutos, acaso uno solo, muy largo. Articulé: «Mañana
cuando eliminamos de ella a una persona, seguros, inconscientemente, de mismo, si usted quiere. No tengo a menudo la ocasión de contratar alguien
que no reingresará a nuestra vida hasta tal o cual momento. A veces el de su talla. Soy sincero.»
r ·ingreso es sorpresivo, ya que las suspensiones no son recíprocas ni Mi entusiasmo cayó en terreno ingrato. No sólo evitó contestarme,
l'. on ·u ·rilan ·ntr • ellas. Así acaeció, para mi desconcierto, con él. sino que, a mi tercera frase, saltó suavemente al suelo, me dirigió una
;,011' ti ·Ma proponerle, exactamente? Ya: un puesto de portero. Yo breve reverencia y se deslizó, silencioso, hasta la puerta.
h11hl11 Insistido ·n t¡u • m • vics " aun cuando resolviera rehusar, porque Lo seguí. Vi cómo se perdía en el jardín, cómo desaparecía, y me
1lr, r11h1111IH11 más. No m · lo confesaba, pero me atraía, el triángulo. Y me quedé solo frente a los árboles cautelosos en el aire estremecido de otoño.
11sus111h11, t11mhié11. ¡,Me gustaba'! ¡,Lo notaba él? Irresistiblemente. Nece- Hoy me pregunto si él comprendió, gracias a mi torpeza, cuánto me
si 111h11 a · ·rearme. preocupaba su superficie, y si previó disgustado que me volvería excesi-
Lo hice mientras exponía las condiciones de trabajo en el Instituto, vo, inquisidor. En todo caso algo le molestó, ese día, y mucho, porque no
prolongando gestos indolentes con vueltas en torno a Ja mesita, so pretexto volví a verlo.
de dejar en el cenicero un poco de mi cigarrillo muerto. Quedé a poca
distancia. La abrevié inclinándome.
Entonces -justa lucidez- encontré lo que buscaba. Desde el (A Don Antonio Miguel Grompone)
comienzo, comprendí, el triángulo me fastidió más de Jo que me atrajo.
Ahora descubría el motivo: su superficie. Bien que entre sus lados no
hubiera, en apariencia, nada (a través se veía), cuando fijaba la mirada el
vacío fingido cambiaba. Me detuvo la duda. Como delante de un reflejo
en el vidrio de un tren nocturno, yo percibía dos imágenes, alternativa-
mente. Una, claro, el respaldo de la silla. ¿La otra? Una especie de
sustancia opaca, apenas insinuada, -su superficie-, su cuerpo, en suma.
Me asusté de veras. Un triángulo no tiene, en principio, más que sus
lados, y, dentro, el papel que le prestamos; al menos un triángulo de libro,

• IO
33 CUENTOS

agravase hasta el punto de atacarme. Quién sabe. También repetía aquello


de «miren que no me voy por causa ajena. Miren que no me voy .. .»
¿Se dirigirá a mí, cuando habla así? ¿O en general, a todos? Debí
preguntárselo, atreverme a plantearle el problema sin rodeos. Antes jamás
discutíamos, nosotros. Desde que nos casamos, siempre fuimos claros y
precisos. No temíamos la verdad porque vivíamos en ella. Yo, al menos.

ELLA De mi mujer ya no afirmo nada con confianza. Cuando una persona se


enferma así, no creemos que estuviese en su juicio nunca; teñimos su
pasado con el presente, y hasta nos dedicamos hábilmente a descubrir,
años atrás, gestos premonitorios.
En todo caso, nos lo confiábamos todo. Ahora, es distinto. Qué me
voy a atrever, yo, a conversar con ella como antes; ni a bajar a verla, me
atrevo. Hice mal, tal vez, en meterla en el sótano. Es muy húmedo, podría
Sólo ahora he comprendido que era peligrosa. ¡Me ha mordido enfermarse. Qué ironía. Más enferma de lo que está ... Bueno, no, esa es
una mano! No me importaría si no hubiese puesto esa cara, antes de saltar la cuestión. Si no está enferma, debo dar con su secreto. Si su enfermedad
para morderme. Se pareció a una gárgola de catedral, una gárgola viva. Así no es incurable, quiero decir; porque enferma, ¿cómo dudar de que lo esté?
sufre más, seguramente, pero ¿qué otro remedio que encerrarla? Si se El carácter difícil lo mostró desde el principio. Era muy olvidadiza,
r111 ·rus ·11 d ·su eslado podrían denunciarme. Se la llevarían, ellos también además. Cada noche debía recordarle todo, antes de acostarnos; me
111 t•11rcrrnríu11 y no la vería más. Sola para siempre. Creo que yo no pasaba diez minutos interrogándola. ¿Cerraste con llave? ¿Entró el gato?
11·si111irfa . ¿Preparaste la bandeja para mi desayuno? ¿Diste cuerda al despertador?
llchc huhcr un medio de curarla, tengo que encontrarlo. A veces me Otras cosas se las insinuaba, para no cansarla. Por ejemplo, bajaba la voz
pnrl'c imposihlc 4ue haya cambiado tanto en pocos meses, que se alejase Y le susurraba: chiquita, no te olvides de correr la cortina, por favor.
nsí. ·on puso irreversible, de mí, de nuestra vida regular, de esta realidad Mis preguntas y mis insinuaciones se sucedían sin descanso. Qué
1ran4uilizadora a laque ya no pertenece. Es tan duro comprobar que no me trabajo. Volvía del empleo a sufrir. Yo soy muy ordenado; tengo una sola
reconoce ... Y esas frases que le ha dado por repetir, últimamente. «Habría virtud, como dice mi jefe, pero sólida: el método. En la oficina me conocen
que cambiar de estación». ¿Qué querrá decir? Su desordc~n no debe carecer por eso. A una mujer le cuesta, por supuesto, aceptar un método como el
de lógica, hay un sentido en sus palabras. Acaso no se refiriese al tiempo, mío.
ni a una estación de ferrocarril, como pensé. Acaso se refiriese a la radio Ella puso unos seis meses en adaptarse. Todo el primer año se puede
del vecino. decir que luchó con dificultades. Otra de sus distracciones consistía en no
Cada noche, a esa hora, el vecino escucha su programa. En los cerrar jamás puertas ni ventanas. Y en dejar indefinidamente las luces
intervalos pasan música; se la oye, apenas velada, a través del jardín. Sí, encendidas. Allá iba yo, detrás, infatigable. Se lo observaba a fin de
debe referirse a eso, y razón no le falta . Ahora mismo, yo preferiría que ayudarla a mejorar, no con ánimo de vengarme. Siempre manifesté
cambiaran de estación: me llega un violín irremediable, y detrás, impoten- inclinaciones pedagógicas.
te, infantil, un piano. Comprendo que eso la molesle. Le costó aprender. Se rebelaba más bien contra las cosas pequeñas.
Pero no, exagero; con el programa de radio no se explica nada. Soy Si yo comprobaba que había olvidado las servilletas, al poner la mesa, o
ingenuo. Algo la habrá irritado especialmente, esta semana, para que se que tal o cual silla no se hallaba en su lugar, la observación la contrariaba
más que mi reproche diario por no darle de comer al gato. No reñíamos,
+ 12
luis Compodónico

pese a todo, porque me era muy sumisa. Lo único que la disgustaba


completamente, era entrar a mis archivos.
Llamo así al conjunto de pequeños objetos que guardo bajo llave en
una pieza del fondo. Me gusta coleccionar, y en siete u ocho años, he
reunido muchos: cajas de fósforos, tapones de botella, frascos, estuches
y otros, de toda suerte. Cada mes, el primer domingo, clasifico los últimos
entrados y los distribuyo en sus estantes, después d(: ficharlos.
Pensar que cuando se los mostré por primera vez --éramos novios,
todavía-, ¡le agradaron tanto! Hasta se divirtió, con ellos. De casados,
VIAJE
creo que sólo en una ocasión los volvió a ver, y porque le rogué que viniera
a admirar varias piezas nuevas. Ni nombrar, esos archivos, podía última-
mente; se ponía enojadísima.
Pobrecita. No he querido confesármelo, pero su mal debe ser
incurable. Si desapareciera, por lo menos, la violencia, la liberaría sin
rencor. Encerrada así, no sé cómo voy a hacer para darle de comer. ¿Y sus
necesidades? Ni un excusado, hay, en el sótano.
e on entusiasmo da vuelta otra vez a la manivela. Si anduviera más
rápido ... Es irritante, pero él aguanta bastante bien. Lo que le molesta
Bien. Eso lo resolveré mañana que es domingo y no trabajo. Ahora mucho, casi intolerablemente, es el cordón del zapato, con el nudo desatado.
voy a ordenar estas medallas que compré en un remate. Creo que iniciaré Lo atará apenas la manivela se ponga en marcha.
l:on ellas una nueva sección de mis archivos. Plan, plan, cm, cm; crrrrr... Anda. Ya, ya se mueve y él, corre. Pisa a
varios muertos, da saltitos sobre sus bocas entreabiertas o sus manos
crispadas, hace rodar algunos huesos. Al fin deja aquel osario en que cayera
tras un corto intento fallido.
(A Clara Staricco)
Después tiene que correr más rápido. Elude como puede los árboles del
camino, multiplica los esguinces, pero no trepa, por más que lo desea. Hay
que darse prisa pero con precisión, como si se tratara de esquiar, y por suerte
la situación no permite otro cálculo que el del instinto. Al término del
camino, no antes, vuela; despega-qué alivio-justo cuando logra, al cabo
de un esfuerzo extenuante, saltar arriba de la manivela e instalarse en ella.
Vuela. Pocos instantes bastan para que, abajo, las casas se sucedan,
ridículas como juiciosos juguetes. No se demora en observarlas porque teme
el vértigo; intenta volar por primera vez desde hace catorce meses, tras el
úllimo grave accidente que casi le costara la vida. Viaja hacia nubes lejanas.
Sus pies marcan en el aire el compás de una música silenciosa.
Quisiera atar, pese a todo, los cordones, pues ahora también el del otro
1.apato se ha aflojado; lo distrae demasiado este asunto. Para colmo el priml·r
zapato, a punto de salírsele, cuelga del pie.
«Para qué, la manivela y la carrera en el espacio, si este 1.aputo ... » .. 1.0
luis Compodónico

que pasa es que soy un manirroto.» Y no es juego de palabras: dos días antes,
al abandonar el hospital, sus excesivos presentes han asombrado a médicos
y enfermeras. Tan excesivos, que se ve obligado a trasladarse hasta tierras
extranjeras para roer un poco sus escondidos tesoros; no le queda un cobre.
Ni siquiera ha podido comprarse zapatos aéreos, antes de partir, y calza los
únicos de que dispone, finísimos, excepcionales, creados no para el vuelo,
sino para las grandes ocasiones.
«Manirroto y manivacío.» Se complace en el juego. Vamos, vamos,
mientras vuelo (¿por qué no?) otra vuelta de manivela, de otro modo corro
EL FUEGO
riesgo de perder impulso. Ya, por lo pronto, perdí la costumbre; ayayay, qué
trabajo me va a dar recobrar mis habilidades. No d h perder mi zapato-
sería un grave trastorno---, ni, por supuesto, el impulso. Vamos, otra vuelta
de manivela. Ya no recordaba este placer. Qué bueno.
Uno, dos; uno, dos, tres. Crap, crap, crac; cratacrap - crac. No cabe
duda: la manivela se está atascando. ¿Y ahora? Se interna ya, a prudente Quiero que me entiendan: no hice lo que hice por el placer de
velocidad, en una gran nube, un mar de algodón grisáceo. El algodón, destruir, m, menos, de molestar a nadie. ¡,Qué mal redundaría, además, de
húmedo, le refresca la cara y los brazos, pero le inquieta el ánimo. Sólo en quemar oscuras basuras en sus latas? Se equivocan, me desconocen
funcionamiento, tolera el agua, la manivela. ¿Va a herrumbrarse! El imaginan erradamente. Voy a ayudaros explicándome, aunque 1ant~
pcnsamienlo, recto como el vuelo, pero en dirección contraria, se aloja en grosería disgusta más de lo que dispone a la confidencia.
el ccrchro, bajo el pequeño lurbante de verano. Un plano de la ciudad me indicaba, en el barrio correspondiente, la
omprendiendo su peligrosa impotencia, aferrado a esta manivela sin calle que aú~ ~o había _visitad_o. (Nunca quemé más de una lata por calle,
gobierno, pide ayuda al cielo. «Oh dioses tan eternos», -reza con toda la Yesa deducc1on que se 1mpoma, al observar los trescientos sesenta y cinco
voz que el susto le deja-, «ya que no debo llegar hoy al país que guarda mis lugares por que pasé, debió sugerir, ya, que semejante orden no era obra
monedas, haced que conozca sin embargo buen destino y aterrice, sano y de tonto, ni de maniático). Mi método (evidente, también, si se examinan
sonriente, en una comarca hospitalaria, próspera, sin perder tampoco mis los ~echos con cuidado) era sencillo y eficaz. Trabajaba siempre en un
zapatos finísimos, que necesarios me serán en muchas circunstancias.» bamo muy alejado del que visitara la vez anterior. Dejaba transcurrir por
Algún dios dispone de buen grado que el viajero descienda y se pose lo ~enos t~es días y a veces, irregularmente, cuatro, entre las quemas.
nuevamente en una tranquila meseta. Salta a partir de las dos de la mañana, nunca después de las dos y media,
Allí, sano aunque no muy sonriente, examina con atención la manivela a fin de ~allar~e_a las tres en punto en el sitio elegido, según el tiempo que
y busca ponerla en marcha, sin éxito. Piensa entonces bajar al valle habitado, el recomdo ex1g1era a mi suave bicicleta. En la valijita trasera llevaba una
anlorcha húmeda de nafta, fósforos, papel y la ollita con agua.
a fin de proveerse de herramientas con que repararla. Pero antes ata
cuidadosamente los cordones de sus zapatos y enseguida, ya levantado el A veces-si un eventual transeúnte miraba-fingía salir del edificio
pequeño altar de ramas y hojas secas, se entrega con dulces brazos a la tibia con una lata_y la depositaba en la acera. Luego encendía la antorcha, y con
oración de gracias. «Üh dioses tan eternos ... » ·lla, enseguida, los papeles que antes introdujese en la lata. Ardían rápido:
Acaso no han transcurrido, desde que partió, más que unos pocos dos veces, no más, tuve que estimular el fuego . Mienlras él crecía yo
minutos. apagaba ~a antorcha en el agua, vaciaba la ollita, guardaba lodo y partía.
(A Amanda Berenguer) Ohraba siempre con guantes. Jamás evitaba ordenar las lalas vecinas : las

+ 16 17 •
luis Compodónico 33 CUENTOS

dejaba siempre mejor de lo que las _encontrara. En una ocasión pensé sin embargo, iba menos determinado a presenciar, por fin, mi acto
incluso barrer las basuras que caían con el traslado, pero deseché la idea completo. Acaso no me atraparan. Hacía tres años y siete meses que
por peligrosa. La operación se completaba en unos cincuenta segundos, y trabajaba.
no recuerdo haberme cruzado con nadie por Jos lugares que escogí. Se expandía, purísimo, entonces, el verano, sin exceso. Oh, Dios, era
Alguna vez, sí, oí voces detrás, cuando me iba, pero me faltó coraje para tan noble el aire de la noche en esa calle, y los faroles meditaban como
darme vuelta. No creo que me persiguieran. La hora coincide, en la santos.
mayoría de los barrios, con el único instante en que la ciudad duerme de Me quedé de pie, atento, hasta que el agente se precipitó sobre mí sin
veras, se calla, se ausenta. que yo, absorto como estaba, lo oyese llegar. No sé qué hado condujo
Partía, pues, de inmediato, y así se forjó la lenta melancolía que aquel señor, pero sabía de ironías, porque lo mandó en bicicleta. Fuimos
aumentó hasta decidirme a acabar con ella Ja última noche, esa que yo caminando juntos, mi mano derecha li •: ' a su izquierda, cada uno
quería gloriosa y fue mi cárcel: nunca había visto mi obra, nunca había empujando su vehículo con Ja mano libre, sin hablarnos.
observado lo que mis llamas conseguían. Y esta melancolía alimentó mi Lo demás -mal, más que bien- lo sabéis. Los diarios -con su
curiosidad, dio vida a un deseo,- venció a Ja prudencia. indispensable miopía- narraron lo que creyeron (quizá porque ignoraron
Lamentable melancolía, porque el alegre fin de mi esfuerzo era la alusión a mi antorcha) Ja historia de un pirómano. Ahora escribo estas
restituir una posibilidad al universo, volver acto una virtualidad que líneas en una celda seca, y en la alta ventana veo, si levanto la cabeza, el
necesitaba mi mano. Jamás entendí que no se dieran cuenta. Se trataba de cielo por encima de Jos techos.
cumplir un ciclo de días equivalente a un año. Sin mi paciencia, ¿cómo
hubiera ardido, durante un año entero, cada vez en una calle distinta, un
fuego inhabitual? (Lamentaba, sin duda, que no ardiese sucesivamente, (A Florence De/ay)
sin interrupción, cada noche. Me hubieran esperado, entonces, hasta dar
conmigo y obligarme a dejar la obra inconclusa.) Soñaba con el fuego -
mi fuego tierno y espeso--, con sus brazos amarillos, con su sombra
amenazando, en el muro, a mi sombra. Nunca Jo veía; apenas brotaba, yo
tenía que huir.
La restitución no carecía de importancia. Entre infinitas posibilida-
des, cada uno elige su actividad, su espejismo; yo elegí el mío. Una de las
cosas que no sucedían,desde siempre, y que quizá no sucedería jamás, era
esta: que varias noches por semana cantara el fuego en el silencio de una
calle. Lo obtuve.
Sólo que no se lo contempló normalmente, ni en su totalidad. Porque
quienes lo descubrieron no admiraron sus crecientes brazos, ni escudriña-
ron su sombra en las paredes, ni oyeron cómo cantaba; prefirieron correr,
serviles, a la Comisaría. Y así, tampoco él se incorporó en paz, sin
turbaciones, a la vida.
La melancolía de mi trigésimosexagésimoquinta noche se elevó
hasta parecerse a Ja desesperación; cuando salí de casa, aquel dos de junio,
pedaleando hacia la calle del Paraíso, lloraba como un niño. No por ello,

• 18
33 CUENTOS

se persiguen; árboles fugaces surgen, avanz.an un instante-gigantes intermi-


tentes- y saltan uno tras otro atrás, a la penumbra.
Comer, después de las intubaciones, porque hay que hacerlas en ayunas.
Treinta y siete, llevo. Treinta y siete mañanas me metieron un tubo en el
estómago para verquécara ponía. Después de varias muecas adquirí la técnica
de Ja respiración. Ya no molesta, aunque debe desga-;tar. Miguel, no.
El cuerpo un poco más gastado, y Miguel quién sabe si se aviene; una
EN EL ÓMNIBUS muchacha de veintidós años, sin embargo, no queda tan pronto sin recursos;
regresaré más gorda que en los días en que se me agujereaba un pulmón (sin
avisos ni sospechas). Tanta historia, y en quince o veinte años lo curarán con
una píldora. Se paga la cuota de la evolución. La evolución camina, no corre,
como este carro; corre, cien quilómetros por hora.
Todas las luces de la noche son ficticias. Un minuto, en el ómnibus Corre, con señores varios, casi todos empleados, algunos niños, pocos
que corre para no detenerse nunca. Ella comprende que ahora todo resulta más jóvenes; ella, la única muchacha, y seguramente mientras la miren dos
lamentable; ningún indicio, y la cabeza pesada, con esa impresión de bajar, de ancianas impertinentes, la única que bajará en el sanatorio. Ausencia de luz.
caer,- difícil es pensar. Siente los labios gruesos y le silban los oídos. Pica El ómnibus, la carrera,- igual aventura para todos; la señora con pájaros en
la piel donde entró la estreptomicina. Drogas modernas, eficaces como el el sombrero, el empleado de boina y este que duerme, aquí, -tengo piedad-
ómnibus que la lleva,- tengo piedad. ' que ronca ahora con su anillo de oro y su diente de oro y su bigote de oro
Tiene piedad del señor que se durmió sentado, a su lado, sin apagar la tímido. Cada viaje es una aventura. Todo traslado, todo movimiento es una
lucecita de lectura. Piedad del señor, tan educado, en su sueño, con las piernas aventura. Qué aventura. corre.
juntas; piedad de sus bigotes tímidos, de su anillo de oro y su diente de oro; Corre, el ómnibus envuelto en sus gases de locura, atraviesa un pueblo
piedad de su reloj. Piedad de su traje a cuadros y_ los calcetines de seda de un manso y dormido; sus luces hacen estallar, en una curva, los muros raídos y
color que no pega, piedad de su chaleco y su corbata colorada, de su sonrisa las ventanas de ceniza. como heridas arrancadas a un recuerdo. Sale, se cruza
equivocada y sus manos groseras. Las manos de Miguel, tanto más finas, que con un enorme camión que se estira en un ruido y desaparece. Ella se
está allá. sobresalta: Miguel, me habré dormido. Un minuto: la pesadez envuelve la
Miguel allá, tratando de pensar, de entristecerse; tratando de recordarla lo cabeza, la empuja hacia abajo, la oprime, de la nuca a la frente. No tiene fuerzas
bastante como para no creerse culpable. Sólo yo veo claro, tengo el valor de la para apretar la palanca que pone el asiento horizontal. Qué cansancio; es la
lucidez. Claro que la lucidez llega a deshora. Pero llega. y él saldrá de su pozo, estreptomicina. Voy hacia abajo, como en la cama, pero en el ómnibus. Va
como yo del mío. Cada sapo en el suyo,- pero él, pozo, en realidad, no tiene. hacia abajo y también hacia adelante, porque el coche corre, este minuto.
Y si me dijeron cuatro a seis meses, deben ser ocho o nueve, por lo menos. Corre ella en el ómnibus,- ella, él: en su sangre que golpea, el motor; en sus
Cada mañana, la aguja en la vena y el frasco invertido que se vacía gota piema'i vibran las ruedas, martillan juntos, viven, pulsan,- un solo latido.
a gota, durante tres horas. Luego ocho comprimidos repartidos en cuatro Latido y ruido, rugido, uniforme, permanente, corre por la carretera,
dosis, sin contar, tres veces por semana, la estreptomicina. Después de cinco envuelto en noche. ¿Destino? Ciudad habitual y pueblos intermedios con
meses de hospital, nueve de sanatorio no son nada. Cada mañana, el parada para enfermos. ¿Equipajes? En el vientre del ómnibus. ¿Puse sus
termómetro en el recto. Allá hay un parque y nos dan permiso para levantamos cartas, en la valija? Miguel. Ni siquiera me acuerdo; ni siquiera se acuerda.
a comer. Es mejor, el sanatorio.
La luz de los faros se adelanta a descubrir la carretera. Postes inmediatos (A Joni)

•20 21 •
33 CUENTOS

de un arbusto. En realidad fue ella, la causa de mi encierro. Las otras flores


me interesaban menos. Ninguna poseía su fuerza tranquila, ni esa sobera-
na paz, que a veces me avasallaba.
Una tarde, mi hermana regresó antes de lo previsto, y me sorprendió
mientras le hablaba. Esto no hubiera traído mayores consecuencias. pero
se obstinaba en ignorarla. Con su astucia habitual, me preguntaba, una vez
y otra: ¿qué rosa azul? Yo se la mostraba, y ella insistía: ¡ahí no hay
LAROSAAZUL ninguna rosa azul!
El mar compensaba estas desazones. Casi siempre, cuando en casa
las cosas andaban mal. yo me iba a la rambla. Aun muy tarde, o muy
temprano, por supuesto. Nunca me cuidé de horas ni relojes. Tampoco del
almanaque, aunque lo vigilaba, de reojo, no fuera que se me pasara el
domingo.
S i me encerraron fue también por culpa mía, pero mis pacíficas
~ostumbr~s -estoy seguro- no entrañaban peligro para nadie, aunque
A ellos les preocupaba. en cambio, y cómo. Mi padre llegaba
gruñendo, invariable, a la una en punto; almorzaba y desaparecía con un
segundo gruñido. Mi madre permanecía en casa sobre todo para hablar por
inter~ses inapelables así lo decidieran. La huida y el orgulloso silencio me
teléfono, mientras manejaba el secador eléctrico con la mano izquierda.
pe~d1ero~, pero eran inevitables. Demasiado grande, el dolor de explicar
Luego acudía a no sé qué reuniones donde jugaba a las cartas, tomaba el
~o inexplicable, y más todavía con personas mal dispuestas a oírme, acaso
incapaces de hacerlo. té y planeaba nuevas reuniones. Rara vez cenaban en casa, lo que me
proporcionaba el único instante sereno, por completo, de la jornada: mi
Encerrado estoy; sólo me resta pensar otra vez en los hermosos días
cena, solo, frente al austero candelabro, en el gran comedor.
qu~ ~iví fuera de estas paredes, en los encantos a que me entregué,
dehc1osamente, allá en la quinta de mis padres. Mi hermana, por su lado, se ataba al tiempo con una soga y
Vivíamos cómodos, muy cómodos, incluso. La casa era de ellos pero clasificaba sus actos con parsimonia de anciana. Lunes, miércoles y
el parque-porellos olvidado- mío, y las tardes en el mar, de una tristeza viernes, inglés; los martes, gimnasia; los jueves, el cine, y los fines de
que me regocijaba. Les molestaba, en verano, que caminara entre tos semana el paseo con los amigos. Todo con la mirada en el reloj. Tenían una
á~b~les a la hora de la siesta; no sé cómo oían mis pasos tenues en la grava,
curiosa forma de estupidez; eran estúpidos reglamentados. Y vanidosos.
rn st de verdad les impedía dormir. Yo recorría la avenida cercada de Mi padre, por ejemplo, sufría mucho cuando le fallaba un negocio, porque
pinos, hablando en voz no muy alta, inventando historias de melancolía, eso, decía, le quitaba autoridad.
Ycon frecuencia ellos trataban de impedírmelo. Un día en que Ja extensión Yo, rey de mi tiempo, si el mar me llamaba, esa era la hora buena; allá
de mi h~storia me obligó a caminar hasta la noche, vinieron a interrumpir- me iba, cantando bajito una melodía de la que jamás me sacié. En el mar,
me vanas veces, para el té; y yo, desolado pero contenido, les decía el mundo se estremece sin cesar. Las olas no saben de descanso, yo me he
brevemente: iré más tarde, ahora déjenme concluir este capítulo. y ellos pasado horas, observándolas. Con ellas no hablaba; el mar no admite
se negaban, y volvían al rato, poniendo mi historia en peligro. diálogos, por supuesto, hay que respetarlo, y yo nunca pequé de indiscreto.
Qué inmóvil, el verano, en aquel parque. Tenía yo algunas flores No es lo mismo que la rosa, el mar. Por de pronto, no se le ve el fin. y nunca
plantadas por mi mano, y los domingos, cierto de no ser molestado (salían, se lo conoce. Y luego está fuera de uno, irremediable; no hay modo de
ese día) me iba a visitar una rosa azul que crecía con alto tallo. sola, detrás desentrañar su voz.
La rosa, por el contrario ... Yo ! legaba y la miraba, largamente. para
Luis Compoqónico 33 CUENTOS

que me reconociera. Ella exhalaba una fragancia fuerte, redonda, que me embargo su hermosura me turbaba; oía te mblar su carne firme y perfuma-
envolvía en su círculo, y apenas yo la bebía, la oía respirar. Entonces le da, bajo el vestido blanco ...
hablaba. Le contaba una de las historias inventadas en mis caminatas, pero Mi madre, interesada por última vez en mis asuntos, se encaprichó
modificada, como si la improvisara, a fin de que se creyera mi única en visitar a la rosa. Al final las llevé. ¿Dónde?, gritaba, igual que mi
confidente. hermana. ¡Dónde! Ahí, detrás de ese arbusto. No la veían, tontas. Ahora
No le referí mis visitas al mar; acaso la indispusieran . Cuando su sirve de adorno a la tumba ... No terminé la frase, pero era demasiado larde.
atención era mía, yo le hacía preguntas, y ella me explicaba lo que sucedía Mandaron por el jardinero, no se atrevieron a hacerlo ellas. Cuando
debajo, las pasiones de su tallo y su raíz, en el seno del montículo que sacaron al perro se pusieron histéricas, a causa de la mordaza y de las palas
coronaba. Tanto me contó que llegué a sentirme grave de los secretos que atadas. ¿Y cómo pretendían que lo enterrase?¿ Cantándole una canción de
oía. cuna hasta que se durmiera?
Nunca aprecié mejor la amistad de la rosa que al enterrar a mi perro Fue el día decisivo. No contesté a una sola de sus preguntas, y antes
Abril; gracias a su discreción, por mucho tiempo nadie supo dónde cavé de que iniciaran los conciliábulos con mi padre, aproveché la confusión
la sepultura. Cuando me preguntaron por qué lo había enterrado, empecé para escapar a la rambla. Allá pasé mi última tarde con el mar, seguro de
a explicarles -fue la última vez que traté de explicar algo- y ellos no que algo tramaban. Regresé de noche, tarde, ya, y debían dormir todos, a
entendieron; exigían que Abril estuviese muerto, para enterrarlo. Pero, juzgar por el silencio de la casa.
entonces, ¿cómo? ¿Aguardar durante semanas que la enfermedad le Al día siguiente, vinieron a buscarme unos hombres de blanco y con
devorase las vísceras? Despiadados, además de estúpidos. razones irrisorias me invitaron a acompañarlos. No me permitieron
No descubrieron la tumba y lo dejaron asfixiarse en paz. Yo hice las despedirme de la rosa. Mi madre permaneció encerrada en la pieza, y mi
cosas con tal cuidado, que nadie imaginó, bajo la rosa azul, la tierra padre, supongo, en su fábrica. Cuando partimos sólo vi a mi hermana, que
removida. Pobre Abril; de él, la rosa no me contó nada. Espero que no había revoloteado hasta entonces con un pañuelito en la mano, mostrando
sobreviviera mucho. En todo caso, unas horas habrán sido poco para los sus lágrimas a todos. Y eso que era miércoles, y a esa hora, normalmente,
meses de descomposición que le faltaban, si seguía vivo. ¡Ellos son los tenía clase de inglés.
torpes! Me querían convencer de que le diera una inyección. Pero, ¿y su
agonía? Pretendían evitarle la agonía. Yo no veo cómo hubiera cumplido
su destino, si moría en el sueño. El tenía que morir desesperado, eso había (A {:oise)
que respetarlo. Así fue. Yo le ahorré varios meses de dolor, y ya es
bastante. Más no hay que interferir en los designios de los dioses; sería
demasiado, el riesgo.
Lo buscaron con rabia; cavaron hoyos en todo el parque, pero yo no
solté prenda y no lo encontraron. Al cabo de dos días, mi madre resolvió
que no se buscaba más. «De todos modos, por más vivo que lo enterrara,
ya está bien muerto.» A mi hermana le dio por llorar, la muy tonta. Bien
quisiera que se ocupase de mí, de vez en cuando, en lugar de enternecerse
con un perro condenado al que acorté los sufrimientos. Pero ella, ni pensar.
Más bien lo contrario. Cuando todos empezaban a olvidar a Abril y ya no
me miraban con ojos reprobatorios, les endilgó la historia del domingo en
que me sorprendió con la rosa azul. Creo que la odié, aquel día; y sin
• 24
33 CUENTOS

pican, pero no me pican, y perduran.


La noción de puntos coexiste con otra, superpuesta o intercalada,
en_trelazada con ella, de finitud. Sé que me sería posible contar los puntos de
~1 cuerpo con su fingida dependenci a, \( 1 o eso dejo de percibirlos
Juntos. No los cuento por pereza. Juntos, no conjuntos.
Mis partes más secretas -recónditas- no son las que se podría
suponer. Acaso la jerarquía de lugares ha variado sensiblemente a causa de
EN PRIMAVERA la posición horizontal. Mis piernas, por ejemplo, se han vuelto secretísimas,
remot~, y aun descubiertas no habría para ellas comunicación posible con
el ex tenor. Por otra parte, sus puntos independientes son más numerosos, o
me lo parecen. Sólo en tomo a la rodilla derecha debe haber varias docenas
cad_a pun_to con su ardor, con su dimensión de ardor. Y el tobillo izquierd¿
esta creciendo solo por su cuenta. Lo siento crecer, como las uñas y el pelo.
Minuciosamente, punto por punto, siento-en mí cunde-el ser. tra parte secreta es mi nariz, aunque de distinta manera.
No sólo como un todo, pues, sino como suma de infinitas parcelas peque- Cada vez más circunscripta, más marcada, mi nariz va buscando
ñísimas, mínimas. Puntos, -viven por separado, aunque contiguos. Mi desvanecerse en su cara, sin conseguirlo; quiere borrarse, tira hacia atrás
pelo crece, pienso, y es ficción, porque no siento el pelo así, global, sino cada para desaparecer (¿por dónde lograría sal írseme sin daño?) y crea una zona
cabello, el esfuerzo sutil de cada fibra. Lo mismo las uñas, que se alargan de t.ensión cuyo equilibrio, sin embargo, no se rompe. Sus puntos miran
duras, milimetrales. En otros lugares no percibo crecimiento, pero sí una hacia dentro, aunque de espaldas; aspiran ; •i ~ -, como los ojos de un
suerte de fennento, una ebullición lenta, dulce ardor que se confunde con hombre despavorido arrinconado contra una puerta que quisiera abierta.
estremecimiento, sobre todo en el estómago, donde siempre habitó mi mal, El sexo es la única parte olvidada. No completamente; olvidada,
desde niño. Hay en él como una precisa quemadura: veo un volcán invertido 1~rq.ue es _la ~nica de la que no percibo los puntos. Se me da en bloque, y ni
que escupe sus fueguitos hacia las entrañas. ~ 14u1era d1stmgo sus ~omponentes. Masa limitada, masa blanda y cerrada,
Minuciosamente, cada poro se ha vuelto pozo de reducido escalofrío 111fonne, que no manifiesta uno solo de mis estados -si llamo estados a la
--como si la sorpresa conmovida me sacudiera igual que antes, en la calle, ·hullición y la picazón. Sobre el sexo, en cambio, el vientre prolifera, y de
ante un árbol- pero multiplicado, interno y sin fin . e 1, hacia arriba (hacia el estómago) los estados se multiplican como puntos.
Percibo desde dentro. Sólo conozco lo que en mí se concentra, lo que uerpo extrañamente suave. Me siento casto como un fraile virgen,
se me refiere como cuerpo, y aun eso, no me llega: soy yo quien lo despide, pc·ro _en pecado. ~difícil de precisar. Soy suave pero genero asperezas que
lo segrego despacio, sin prisa, ordenando mis alrededores. clc·sdu.:en la suavidad y se funden con ella para formar una tercera sensación,
Esta sensación sería unitaria, unificadora, si no existieran zonas de 1111ultánea a las otras; la de una suave asperidad, que, a ratos, las sobrevive.
picazón, como en las extremidades, esto es: en los puntos, en los extremos No es exacto que las sobreviva a ratos. Todo se da con la pennanente
de las extremidades: las yemas de los dedos de manos y pies. vc·lud dad de un cambio acelerado, monstruosamente acelerado, sin que no
Allí no se trata de estremecimiento. Sin embargo, tampoco me pica, 11hs1un1e otra permanente sensación de lentitud, de inmutabilidad, casi, me
allí: toda ansiedad ha desaparecido, me he vaciado de deseos. No. Mis 11h 111<lone. Los cambios -la aceleración de estados como la ebullición o la
extremidades carecen de apetencias, las siento sin gana de rascarme. pk 11:1.<111- , se verifican quizá por encima de la inmutabilidad, que resisle,
Acaso no deba llamarlas zonas de picazón. Zonas picantes, más bien: h11111 ·llos, sin necesidad de defender sus territorios: las vísceras, los
pulmon ·s, acaso toda la parte anterior del cráneo. (Esto no lo puedo
Luis Compodón[co

determinar debido a la rigidez de. la nuca).


En cuanto a mí, yo estoy aún más atrás. Entiendo por mí, la conciencia
que trata de unificar, de reunir el todo aunque mal lo consigue; la conciencia
de este cuerpo como ser de alguien: yo. R.C., de cincuenta y seis años. Estar
detrás significa, entre otras cosas, percibir las zonas del cuerpo yuxtapuestas
a mí, y saber asimismo que ellas son yo porque mi conciencia l~s abarca y
las conoce. Claro que esta noción se vuelve por momentos tan difusa, duda
tanto de Jo que trata de asir, que me parece hallarme casi fuera de este cuerpo.
De mi entorno, nada percibo. Sé que es primavera, por un aire finísimo
MI QUERIDO LORD
suspendido en tomo, como un perfume ligerame~te ix:sante en ~a parte
superior de mi pecho, y demorado en la cara. No 01go ruido pero siento en
RICHARD
los oídos un rumor acuoso, quizás un hilo líquido. Sin oírla ni verla, sé
también que hay gente cerca. . .
Recibo, asimismo, calor; o no, justamente, no lo recibo; lo sé detenido
- Usted debería avergonzarse de poner la fe sólo en el objeto,-
después del aire, impedido de seguir hacia abajo -hacia m~-:- a causa del
c: 111 ·ncié, severo, antes de terminar el té que quedaba en el fondo de mi
frío, -<ligo: el frío, no el aire frí<>-, que produce el sudor sohd1ficado sobre
11/U.
los poros.
h, sorry, Sir, contestó, momentáneamente confuso, Lord Richard.
¿Cuánto va a durar esto? No mucho, lo sospecho. Si mi zona de
Y guardó con torpeza el trompo y la cuerda en el bolsillo de su gabán.
inmutabilidad empieza a ceder y los estados ganan terreno, entonces tal vez
l ,u · •o permaneció inmóvil, pacífico, los ojos bajos. Parecía melancólico.
tenga miedo. Habrá, en ese instante, como una quebradura. ~tall~á una
- El Imperio Británico no durará eternamente, proseguí, pero Usted
humilde victoria, y picazones o ebulliciones aparecerán, con d1screc1ón, en
l t'll"' "'I deber de prolongarlo. Aquí todos los nobles están perdiendo el
un pulmón o una víscera.
1 1111, y con desvaríos sólo conseguirán precipitar su propia ruina.
No quisiera abdicar, me repito, aún todo depende de mí. No quisiera
Lord Richard levantó los ojos hacia mí y movió los dedos, nervioso.
abdicar, y probablemente lo hice ya, sin darme cuenta, y por eso he quedado
Yo sahfa que iba a pedirme, como siempre, que lo comprendiese; que
detrás de este cuerpo al que ya no volveré y que quizá se disuelva después
h 1lhucie nte primero y después firme, iba a argüir las ventajas de su
que yo. . .
l111111po, para sacarlo otra vez del bolsillo, so pretexto de mostrármelo
Probablemente lo hice ya. Pero, ¿lo hice yo? Ah, algo d1stmto, ahora.
hli·11. y lograr, poco a poco, ponerse de nuevo a manejarlo, como si sólo
·Se trata de una picazón en el pulmón derecho? ¿Comienza . a ceder la .zona
(, 1' 1ra1ara de ilustrar con un ejemplo su teoría de la concentración
inmutable? Desde que quedé así, anochecido, es la pnmera vez que siento
1•1u·luyc-nle. Pero esta vez yo estaba dispuesto, costara lo que costara, a
este cosquilleo: hay ansiedad, ahora, en algún lugar, pero me cuesta situarlo.
11111 k una lección. Me puse de pie de un salto, y teatralmente grité:
Creo que me han cerrado los ojos.
La concentración excluyente no existe, mi querido Lord Richard.
() sí. ·xiste, y consiste en morir.
\omprobé, pasmado, que mis palabras resbalaban sin afectarlo. Mi
(A Ricardo Campodónico)
r 1-111 , ;,no era espectacular? ¿No me había adelantado a su discurso? Y la
11·r 1ifü:adón, ¿no era de sorprendente habilidad?
1nsól ito, desconcertante, Lord Richard me sonrió con sus tres dienles
luis Compodóni<;o 33 CUENTOS

cariados, y mirándome con malicia, sacó el trompo y empezó a prepararlo, siguiente, volví a la carga. Terminaba el húmedo otoño y yo lamentaba
mientras susurraba: que Lord Richard insistiera en tomar el té en el salón, donde la elegancia
-Usted aspira a mayor sabiduría de la que en realidad puede de los muebles victorianos, la calidad de la alfombra persa, la comodidad
alcanzar. No sé si ese arrojo le costará caro; sé, sin duda, que morirá mucho de los sillones y las estatuas de Buda no compensaban, por cierto, la
más joven que yo, que a los sesenta y tres años conservo mi vigor de los ausencia de una parte del techo, sobre todo para alguien propenso a los
cuarenta, y mi apostura. r ·sfríos, como yo.
No recuerdo mi reacción exacta ante tales palabras. Seguramente al Intenté, sin éxito, conducir la conversación hacia la necesidad de un
comienzo creí que ironizaba, que aludía a su calvicie casi completa, o a su 1 • ·ho completo y el análisis de la puerilidad vanidosa que suponía su
artritis, o a las indiscutibles bolsas violáceas que colgaban bajo sus ojos obslinación en manejar el trompo únicamente a cielo abierto. Después,
como uvas heterodoxas. Pero debí intuir enseguida que hablaba en serio. 1 ·signado, sacudiendo mi redingote con escalofríos involuntarios que

Para conjurar el desastre de una discusión sobre su juventud, tomé de la disimulaba para no ofenderlo, volví, sin percatarme, a recalcar que el
cómoda el tablero de damas y le propuse una partida. l 111perio Británico necesitaba la colaboración de su inteligencia pues no
-¡Ah, no!- exclamó, teatral, a su vez; primero hacemos una podfa fiarse de los nobles depravados que distraían al rey de sus deberes
trompeada. ¿Dónde está su objeto? t• infec taban el Parlamento con su desidia.

Tuve que confesar que no lo llevaba encima, y aquí, probablemente, - La India, mi querido Lord Richard, ya la perdimos,- le recordé.
mi argumento relativo al Imperio se deterioró un tanto. La ausencia del Y lo mismo sucederá con Chelsea y otros barrios de Londres, si esto sigue
trompo en mi bolsillo, ¿no resultaba alarmante? Si yo, que predicaba la IN •

formalidad, me la permitía, ¿qué no se permitirían otros ingleses menos - Hay días en que usted rebosa pesimismo,- replicó, meneando la
preocupados por la tradición y la gloria? 1· 1h ·za. Los barrios de Londres saben muy bien cuánto les conviene

-No importa,- exageró Lord Richard, perentorio. Y se levantó con pr r111anecer en el Commonwealth, y ninguno se retirará sin pagar una
asco (un asco que yo merecía, debo reconocerlo) para rematar, sin darme mlcmnización.
tiempo a disculparme, mientras tiraba, iracundo, su trompo en el sillón: Esa tarde, aunque yo demorase luego en aceptarlo, me ganó defini-
-Prefiero no verlo por el resto del mes.- Dio media vuelta y se 1 11 1111 ·nte. Acaso porque el frío lo ayudó, o, digamos, porque los estornudos
dirigió al rincón que llamábamos de los suplicios morales, donde solía 1 1111 que yo subrayé mis sorbos de té, en contraste con su inimitable

permanecer de pie mirando la pared hasta que le pasaba el enojo. r m1idad, terminaron por doblegarme. Admití como indispensable inten-
Al mes siguiente me ayudó a justificarme con donaire y gentileza. No 1111 olro record con el objeto, y fundamentalmente ineludible demostrar
por ello renuncié a la crítica, claro está, pero para reconquistar el terreno i¡m· ).tiraba en ambos sentidos sin diferencia apreciable de velocidad.
perdido, oí pacientemente, durante cuatro días consecutivos, la historia 1>.-. l't111ocí los problemas imperiales y las espléndidas y urgentes solucio-
del trompo del rajá de Guardalanapur, y las diez y siete anécdotas 111· qu • exigían, y prometí que a partir del lunes siguiente lo ayudaría,
accesorias con que Lord Richard la aderezaba cuando trataba -<:orno 11111111· · horas por día, a probar varios trompos nuevos que justamente
desde un año atrás- el tema de su estadía en la India. 111'1 1 111 ·111regarle. Yo los lanzaría con la mano derecha, él con la izquierda,
Confirmó sin desmayos la destreza del rajá en el manejo del trompo, V 1111111urf amos los resultados.
el valor de su colección, que incluía piezas de madera, marfil estriado, oro Al despedirse, Lord Richard, como si temiera la presencia, imposi-
y petróleo cocido, y su condición de único vencedor de Lord Richard - hlc\ th·l uyuda de cámara licenciado meses antes, me dijo al oído:
por dos segundos y medio, bien lo recordaba yo--, en el tiempo de lJstcd no querrá creerlo, pero si obtengo ese record, el sitial de
rotación del objeto. 111 1111·1 Minislro será mío, y entonces oiré con gusto sus opiniones -
El quinto día, agotada la historia por lo menos hasta la semana 1 1111hl ·s- sobre el fu tu ro del Imperio .

• ·'°
Luis Compodón~co

Sabía que se engañaba. Conocía demasiado bien las intrigas políticas


y las frívolas mezquindades de Palacio para esperar semejante lucidez del
Partido y del rey. Pero acallé mi clarividencia y le respondí, con la mayor
amabilidad:
-Si así fuera, mi querido Lord Richard, Usted contaría siempre que
lo deseara con mis sinceros consejos.

(A Rudyard Kipling)
EL BOQUETE

Otra vez cerca y sin embargo lejana, aquella tos volvía a través
d · la pared. Ignoraba el señor Gris cómo seguir soportándola. Más de tres
111 ·ses hacía que provocaba, noche a noche, sus insomnios, que él la oía
pr ·guntándose quién tosería y cómo podía venir de ese lado, de una casa
ti ·socupada, abandonada.
Una tos tímida. Duraba poco, cada vez, y no variaba de intensidad.
Aguda, pero no demasiado, se esparcía sin eco, un instante, la primera vez
poco antes de que el reloj quebrara con su opaca campana la tranquilidad
ll · la medianoche.
Acostado, el señor Gris oía aquella tos por nonagésimoctava vez. A
p 1rl ir de ahora volvería, lo sabía, cada diez o quince minutos, hasta el alba.
l .11 más de una ocasión había comprobado su regularidad, desgraciada-
1111.'lllc, y escasas noches el cansancio por el trabajo del día, vencedor, le
huhfa ahorrado la tortura.
Boca arriba, tenso, el señor Gris esperaba su retomo contemplando,
r11 ·I vidrio superior de la puerta, los resplandores que el tubo de neón,
1kscompuesto, eructaba en el comedor; resplandores que se apagarían,
uhilamente, con una especie de ruido silencioso, hacia las doce y media.
Esta vez la tos duraba más de lo habitual. Había empezado breve, con
1111vidad, y crecía, más y más violenta. Esta vez, hacia la una, el señor Gris
l' revolvía, inquieto, en la cama, sin atreverse a encender la luz.
Una áspera curiosidad le irritaba el pecho; imposible seguir acosla-
ilo, .Qué hacer? Ya lo había intentado todo. Averiguada la dirección del
luis Compcxlónico • 33 CUENTOS

propietario de la casa abandonada, había, incluso, visitado la pieza inmutarse. Al terminar, estuve a punto de lanzar un grito-, de contento
contigua a su dormitorio, -vacía como las otras,. intacta, sin vida, ni o de rabia. La tos volvía idéntica, no más fuerte, y entre dos accesos,
siquiera de ratones. ¿Qué hacer? Alguien tosía, era indiscutible; alguien. faltaba la respiración lenta, cavernosa, que había imaginado. Transpiraba.
Allí, cada noche. Alguien tosía en esa maldita casa vecina, aunque Transpirando, el señor Gris se quitó la bata, raspó con fuerza los
mientras el propietario se quejaba de no lograr alquilarla, él hubiese bordes del boquete, lo limpió. Rápidamente barrió los últimos escombros,
observado los candados de la puerta única, y los firmes muros rematados dudó, los llevó al jardín. Lo molestaba la suciedad. El señor Gris era muy
por alambre y vidrios. Allí, alguien, sentado contra la pared, ovillado, nervioso y muy limpio. Al regresar, encontró la vela apagada. Trató de
quizá, tosía, y él no podía sorprenderlo. serenarse diciéndose que debió apagarla al cerrar la puerta con violencia,
¿Qué hacer? El señor Gris era muy nervioso, y la tos lo exasperaba aunque recordaba haberlo hecho despacio para evitar nuevos ruidos.
como un dedo apretado contra una magulladura. El tic que desde adoles- No quiso buscar cerillas en la cocina y admitió, de mala gana, la
cente contraía regularmente su mejilla izquierda, reapareció más a menu- ·lectricidad. El cuarto trivial, íntimo y apolillado de un solterón, acaso
do. Al comienzo había probado leer el diario en la cama, antes de dormir. ·mpleado de comercio. Sobre la tristeza de su madre, en el marco
Luego había trasladado la cama al comedor, pero desde allá, aun amorti- plateado, una leve capa de polvo; en el cajón entreabierto de la mesa de
guada, oía la tos igual. Por fin, había decidido vender su casa y mudarse, noche, un frasquito de píldoras sedativas.
pero no aparecía comprador. Esta noche tenía que ser la última. No podía Lo esperaba el boquete negro, sin la respiración lenta, cavernosa.
más. onsultó la hora y se acercó, no mucho; pronto la oiría otra vez. Se sentó
Se levantó sin encender la lámpara; desde la mesa de noche, entre en el suelo y enjugó con la manga del piyama el sudor que le chorreaba por
tinieblas, dentro de un marco plateado lo miraba su triste madre, muerta las sienes. Oyó la tos; igual, tan cercana y lejana como siempre, tímida.
once años atrás. Se echó la bata sobre los hombros y fue, sin ruido, hasta Desconcertado, el señor Gris se acercó más al boquete. «Por favor»,
la medianera. Escuchó con atención. La tos había cesado, pero recomenzaría balbució, agachado, «dígame cómo podemos hacer... para que usted no
pronto. Mientras tanto, nada. Ningún movimiento ni sonido que delatase tosa más aquí.» Se vio mezquino y ridículo; aclaró su voz, tragó saliva y
siquiera una respiración. No quería volver a la cama. corrigió: «quisiera ayudarlo», para confesar y suplicar enseguida: «no
No quería volver a la cama: apoyaba las manos contra el papel soporto más su tos. Por favor.» La mejilla izquierda se le contraía a una
pintado, como si quisiera perforarlo. Maldita sea. Eso, eso debía hacer: velocidad sorprendente.
perforarla, romper la pared y ver, mientras durase la noche; dar con el que Nadie contestó. Desapareció la tos. El señor Gris se arrodilló y se
tosía, averiguar por qué jamás lo oía de día. Sí, maldita sea, demoler la acercó todavía más; no se veía nada. Temblaba de miedo, pero de un
pared. Me puse la bata, encendí el neón del comedor y fui al jardín. Cómo miedo alegre: un miedo de deseo. El boquete, infinitamente, Jo llamaba.
no se me había ocurrido antes; el espesor de la medianera no pasaba de El boquete no era grande y tendría que encogerse mucho para pasar. (El
treinta centímetros: dos filas de ladrillos y el revoque. Resultaría fácil señor Gris era muy nervioso, muy limpio y bastante ancho). De todas
agujerearla con el pico. Recogí también una pala, un balde, la escoba. maneras, no Jo haría. Si primero no le contestaban, no lo haría.
Los primeros golpes me asustaron; interrumpí, trémulo, el trabajo, No lo hago. Permanecí arrodillado, la mirada fija en el agujero negro,
llenando la habitación con mi jadeo. Al cabo de un momento, la tos se oyó con una mueca idiota en la boca, las manos apoyadas en el suelo, el tic
de nuevo; dejé otra vez de golpear, pero la tos no se detuvo, y la tapé deformando mi rostro casi sin descanso. Luego me levanté de un salto,
renovando la furia de mi pico. Iluminado por una vela -sin saber por qué corrí a la cocina, volví con las cerillas. De nuevo arrodillado, tomé la vela
deseché la luz eléctrica-, golpeé cerca de hora y media, y corrí cinco encendida y la llevé, despacito, hacia el boquete. Una luz pálida entró en
veces al jardín con los escombros. Sin dejar de sacudir la herramienta, oí la pieza vecina. Allí no había nadie. Más confiado, introduje el brazo y
la tos a intervalos regulares, como de ordinario. Del otro lado no parecían miré bien. El corazón me latía muy rápido; de mi boca pendía un hilillo

• 34 35•
luis Compodonico.

de saliva. ¿Por qué no volvía la tos?


Destrozado, jadeante, el señor Gris se sentó ~n la cama sin dejar de
mirar el boquete. Apagaba la vela que aún sostenía su mano distraída,
cuando oyó de nuevo la tos. ¿Dónde? Detrás. Tosían detrás de él. ¿Cómo?
Contrayendo la mejilla, la boca abierta, abriendo mucho los ojos, el señor
Gris se volvió hacia la mesa de noche y vio el rostro de su madre
descompuesto por la tos. Cerca y sin embargo lejana, una tos tímida, capaz
de enloquecerlo. LLEVARLO HASTAALLÁ
(A Edgar Allan Poe)

L a luz sucia en los sucios hierros de la cama, el viejo acostado,


nmóvil, esperando -sin saber- el traslado, los minutos espesos de la
noche amenazada de tormenta, el perro que a ratos abre un ojo, mueve el
rubo, observa al moribundo y vuelve al sueño.
Muchas otras miserias ocultas, aún, en la bondadosa oscuridad de los
ri ncones.
El viejo acostado, el moribundo: una cabeza arrugada sobre la
ulmohada; los labios toscos no se juntan. Detrás del inmenso vientre -
· ·rro dominante- las piernas mutiladas, dos breves bultos bajo la
frnz.ada.
Antes, la familia había deliberado: la esposa, una anciana torcida, la
hija cuarentona tartamuda, el nieto débil y amarillo de trece años. Antes
hubfan decidido, pero vacilaban en comunicar su decisión al interesado.
La luz sucia en los sucios hierros de la cama, el viejo acostado,
nmóvil, esperando -sin saber- que se lo lleven. A su lado su mujer
llumándolo; él tratando de abrir los ojos. ¿Oye?
- A ver, vos, que sabés escribir.
Los párpados se levantan apenas. ¿Entiende? Permanece un instante
wmo extraviado, luego vuelve a cerrar los ojos. La vieja riñe con la hija;
·I hijo observa en silencio.
- A ver vos, que sabés escribir. Hacé unas líneas diciéndole lo t¡uc
queremos hacer.
Mejor antes que después .

• 36
luis Compodónico

La luz apremiante del relámpago, Jos presagios eléctricos del aire,


los plátanos sacudidos por el viento; de un moment.o a otro, la tormenta.
Casi las cinco.
A las cinco y diez, el viejo en su sillón de ruedas, envuelto en la
frazada. Le han dejado la cabeza descubierta para no dificultarle la agonía.
La vieja empuja el sillón, la hija y el nieto escoltan, uno a cada lado,
el perro se adelanta, espera, vuelve a adelantarse. De tanto en tanto, hay
que parar; la vieja quiere oírlo respirar. Al llegar a la avenida, se cruzan
con un obrero en bicicleta, que avanza entre las huertas y las casas bajas. VAMOS, MARCELO,
El ruido de la bicicleta en la noche, falso grillo, la tormenta suspen-
dida en el aire como el salto en las patas inminentes de la fiera, los plátanos
OYE, MARCELO
súbitamente -falsamente tranquilos.
En el sillón, la respiración se acelera, cesa, recomienza, vuelve a
acelerarse. La vieja apura el paso. Las ruedas de goma saltan sobre las
desigualdades de la acera,- y el viento bamboleándose. Atraviesan la Tienes hambre? No es grave ... Ciertamente, ¡ay! no será de
plazuela desierta. hambre que morirás. Habría que asegurarse, en cambio, de no morir de ese
Sea duda, sea vergüenza, sea miedo, la vieja habla al oído del •t-tujero deshonesto que te han hecho en el brazo. Sale demasiada sangre,
moribundo: por ahí, ¿no crees? Camina más despacio, sin embargo; con la prisa, la
-Viejo, ¿me oís? 11111110 que aprieta la herida se mueve y el pañuelo resbala.

Los párpados tiemblan, no se levantan. La boca dibuja un óvalo Vamos, Marcelo. Pareces un ciego borracho. Qué cosa. ¿Y por qué
profundo para aspirar el último aire húmedo y cálido, Ja cabeza resbala a k s disparaste, si no te habían descubierto? Eran muchos, mi viejo,
un costado. Se abren los ojos. Queda mirando sin sorpresa el bosque de 1k111asiados. Y con fusiles ametralladora, para colmo. Un par de tiros y te
eucaliptus. e ·apaste. Bueno, es una opinión. Claro que si después no te escabulles,
Le cierran los ojos. Lo bajan . Allí lo dejan. El perro se niega a volver. 11·s1as horas estarías tendido con agujeros como ese en todo el cuerpo y
Los tres de regreso, corriendo bajo la lluvia que les golpea las 11 ·ara seca.
espaldas -la lluvia franca, fuerte- y el sillón de ruedas demasiado Vamos, Marcelo, te pisan los talones. Disponen de medios, ellos.
liviano que resbala. ,Oyes ese ronroneo vago que parece un trueno persistente, lejos? Es un
Y la vieja que se para, de pronto: «mi viejo, pobre, no podemos hdi ·óplero. Un pajarraco de metal, sostenido por una hélice enorme.
dejarlo así.» 1\11 ·111ro de la cápsula de vidrio dos insectos te buscan en Ja tierra.
Y los tres corriendo otra vez, y el gran vientre y dos brazos que l. Y por qué abandonaste el revólver, al huir? Te quedaban cuatro
cuelgan y la cabeza que acomodan nuevamente en el sillón de ruedas. h 1l11s ... Bueno, es otra opinión. Oye, Marcelo, aún no te han derrotado.
Bajo la lluvia fresca, feroz, la carrera de regreso, el perro empapado, Aquella luz, a la derecha, al pie de la colina. Quizá te reciban con piedad
y las gotas de agua que corren por la boca del muerto. y ll· v "nden la herida sin preguntas. Vamos, Marcelo. ¿Qué te ha dado por
p1·11 Nar en tu madre? Un matón, a tu edad, acordándose de mamá.
( li OI 'Sl:O .
(A Héctor Massa) Oye, Marcelo, el problema es sencillo. Frente a los fuertes hay que
11•ilcr. Prueba en esa casa de la colina, pero si el asunlo falla, no le

•38
luis Campodónic<: UENIOS

ofusques. Es preferible salir vivo, y en la cárcel no lo pasarás mal. traes tu diploma, meneando la cabeza con gesto de padre bonachón ante las
Inconvenientes no faltarán. El pan será mohoso, y la sopa, agria. En la celda oc urrencias del hijito. El diploma, con marco y todo. Facultad de Medicina,
te acompañarán, por lo menos, dos tipos más; en un rincón, el camastro y varias firmas. Muy bien. ¿Y se llama? Aspungio. Federico Ismael
húmedo,- y quizá te obliguen a la homosexualidad. Pero, ¿qué te importa, Aspungio. Vaya nombrecito ...
si pocos años después saldrás para hacer lo que gustes? Oye, Marcelo, el diploma no trae la foto. ¿Y qué sabes, tú, si esa cara
Vivo,- es lo principal. Vamos, Marcelo, levántate, no te demores, ansiosa y humilde es la del doctor Aspungio? Como quieras. Confía en el
rápido. La casa está cerca. Así, vamos, eso es. Un esfuerzo más.¿ Qué hiciste d ·stino: a la gente como tú, la fortuna le es fiel. A lo mejor opera bien, el
con el pañuelo? No importa; utiliza la camisa, anda, desgárrala. Vamos. animal.
Menos mal que el brazo sano es el derecho. Corre un poco ahora. Vamos, ¿Qué dice? Está chiflado. ¡Qué va a haber! ¿En media hora, gangrena?
Marcelo, ya llegas. Golpea y no esperes que te abran; está sin llave. T · estará tomando el pelo. ¿O querrá convencerte de que debe amputarte?
Cara desagradable, la de este tipo, ¿no es cierto? El labio leporino, un Mira, Marcelo, eso sí, no te dejes amputar. Este zopenco es capaz de cortarte
ojo sin iris, blancuzco,- de vidrio, seguramente. Y ese modo de hablar, 1111 brazo sano, con esa cara.
mientras se rasca minuciosamente la frente con el índice. Tartamudea. Sólo - Usted me saca la bala y basta. Lo demás, ya veremos. Qué gangrena
sabe decir: «No sssse preocupe, no sssse preocupe; tu-tuvo suerte. Yo ssssoy ni qué ocho cuartos. Haga de cuenta que no hay gangrena, ¿estamos, viejo?
médico». Debiste hablar con más suavidad. Lo has ofendido, es evidente. Pídele
Sí, tuviste suerte, después de todo. ¿Viste cómo tenía razón? ¿Fue 1h i; ·ulpas, dile que por lo menos te ponga una venda limpia. Te vas a
buena o no, la idea de venir aquí? Y ellos deben buscarte por otro lado, el de sangrar. Mira, la hemorragia, de nuevo. ¿Qué hace? ¿Se va para adentro?
helicóptero no se oye más. Pero pídele al viejo que corra las cortinas, no sea Ah, no, exagera, el doctorcito este!
que la luz los atraiga. Oye, Marcelo, cuando vuelva, le ordenas tranquilamente que te vende
¿·Qué va a decir de tu herida? Se toma tiempo para examinarla,. me . y le deje llamar por teléfono. Vas a encontrarte mejor en la Jefatura. Qué
parece bien. Dice que la bala se alojó junto al hueso, que él no es c1-c1- 11 ·s ·arado. Tú, aquí, medio desvanecido, y él se enoja y se va. En cuanto
cirujano pero hay que intervenir enseg-guidita. vm·lva, sin más, telefoneas. Pero, ¿qué hace que no vuelve?
-¿C-cómo fue? Vamos, Marcelo, llama sin esperarlo. Busca en la guía el número de
No le contestes, Marcelo. Míralo en los ojos y que aguante. l 1 policía, y que el viejo se vaya al cuerno. El teléfono está en esa mesita.¿Te
- Ya hablaremos. Pri-primero lo opero y luego co-co-conversamos, 1•11 ·ontrarán, aquí? Recuerdas más o menos el recorrido, ¿no? Con dos o tres
¿eh? 1l 11os, los milicos dan enseguida; olfato y costumbre, ya verás. Vamos,
Guiña cómicamente el ojo sano, en señal de complicidad. Pobre tipo, M 1r ·"lo. ¿Por dónde se busca, Policía? Aquí, en la tapa. Toma, qué fácil.
ahora parece menos desagradable que al principio. Me repugna un tanto, e ~d111 .. .
aún, pero alcanza con que sea médico. No le vamos a exigir, además, que ¡Epa! ¿Qué quiere, este, con esa tijera de sastre? Sonríe, y el labio
sea bonito! h'¡H 1ri110 le tiembla. Te ha tirado en la cama de un empujón, te aplica un trapo
¿Será médico? Deberías pedirle una prueba. Anda, anímate. No es e 11 l 111ariz. Cloroformo, sin duda. Ay, Marcelo, en dos minutos vas a dormir
imposible, sacar una bala sin ser médico, pero parece preferible que este l111r111 ·dio. ¿ Y ahora? ¿Te va a cortar el brazo con tijera de sastre, el muy
viejo tenga título. Vamos, Marcelo, pídeselo. 1111 111111 '!
- ... algo que pruebe que usted es médico. (Jué bárbaro. No creo que sea médico.
Tú ríes como un enfermo, abstruso dueño de casa, y bien quisiera el
herido adivinar por qué. Ante todo debe reconocer que se olvida uno de tu
labio leporino, cuando tratas de mostrarte alegre. Lo gracioso es que aquí (A Kraft Korn)

•40 41 •
33 CUENTOS

y me hizo gata sin atender a ruegos ni lamentos . En fin, si fue injusto, lo


merecí, quizá, por canalla; y mi época de gata no careció de atractivos,
sobre todo gracias a Crisopo.
Así se llamaba un gran gato negro y sereno, de patas plateadas, que
vivía en la casa vecina. Caminaba con mesura, jamás se apresuraba.
h Fuimos amantes apenas nos conocimos, y de él parí mis primeros hijos.
Me asombro ahora de la facilidad con que me adapté a la femineidad.
CRISOPO 11 Porque si bien en cada vida no se recuerda nada de las precedentes y sólo
cabe ese recuerdo en las etapas intermedias (en las entrevidas, como las
llaman, técnicamente, los funcionarios de la Transmigración),- debí
rebelarme, sufrir de ser poseída.
Nada de eso. En cuanto encontré el lugar por donde escapar cada
noche al jardín, sólo deseaba juntarme con Crisopo y gozar, gozar hasta
delirar. El me enseñó delicias que no conocen los humanos, y comprendí
Sin duda, la vida de la que procedo es la menos importante de las
entonces que un gato viviera entre ellos sin envidia, compadeciéndolos,
seis que ya gasté, o al menos así me lo parece mientras medito en mi
incluso, en más de una ocasión. Las noches con Crisopo refulgían, a
~~s~do, envuelto por la tenue nebulosa gris donde mi alma aguarda el
menudo, hasta el amanecer, y yo regresaba a mi caja agotada y transpa-
JU1C10 del Supremo Cambiador y la determinación de mi futuro.
rente, un poquito jadeante, a medias dormida sobre mi propio ardor.
Habitaba una caja de cartón forrada con lana, y durante el día salía
Las horas infatigables en que duró nuestra lujuria cambiaron de
un par de veces al jardín, para usar impúdicamente de la tierra y el césped.
signo cuando apareció en la cara de Crisopo, mal disimulada por los
Mis dueños eran corteses y me mimaban; a menudo me ofrecían caricias
bigotes, una raya verdosa en forma de ese que nacía casi en la comisura
suplementarias y la buena carne nunca faltaba en mi plato de lata. Me
de los labios y terminaba en la oreja derecha. Al comienzo la tomamos por
llamaba entonces Pandora Bucea, y me habían conferido, en broma,
una mancha, pero no pudo lavársela, por más que se cansó de pasar por ella
títulos de nobleza: Condesa del Pino y Ciprés.
la lengua.
Cuando repaso mi vida anterior, la que me valió ciento ochenta años
Lentamente, la raya progresó en anchura y en relieve. A los tres
por tierras de Hades, donde pagué mis culpas, me entristezco. Ignoro si
meses, más o menos, Crisopo, que dejase de verme desde el fin de mi celo,
aún m~ queda una séptima vida por disfrutar, y esta duda me angustia.
no volvió, como debía, y tuve que obligarlo dando en la puerta de su casa
Otros tiempos, fueron aquellos del siglo dieciocho; care1;;ía de títulos, por
tales serenatas, que por no irritar a sus dueños, se resignó a salir. Sentía
cie~to, pero vi~ía sobre dos pies, calzaba lustrosas botas y en aquella
vergüenza, creo. La raya había crecido mucho y despedía un olor fétido.
región de Castilla en que naciera, no había moza que resistiera a mis
Lejos de lamentarlo, yo encontré en ella nueva excitación para mis
reclamos. Recuerdo bien la noche en que un marido traidor me enterró su
deleites; una excitación que prolongó desmesuradamente mi celo exacer-
puñal en los riñones.
bado. En los más firmes momentos de abrazo, aspiraba aquel aire horrible
Supongo que pese a los cambios de vida y de época, hubo en mis
y llegaba casi a un tiempo al goce y a la náusea. Mis sentidos se fueron
p~rsonas elementos comunes, algo que se mantuvo; felino debí ser, ya, por
afinando en el ejercicio, hasta que no toleré la ausencia de Crisopo más de
ejemplo, en mis tiempos de hombre. Y apuesto, encantador-aunque rara
unas horas. Al borde del desvarío, pasaba las tardes calculando, por el
vez encantado- también. Pero probablemente enojé al Gran Cambiador,
movimiento de la casa, lo que faltaría para la caída de la noche. Y no bien
porque después de cinco vidas masculinas, me cambió el sexo en la sexta,
Crisopo me acariciaba, yo aullaba, violenta, envuelta en su fetidez .
• 42 43•
lui s Compodónico

Las dos últimas semanas el olor me indicaba los progresos de la


mancha verdosa. Crisopo se escondía en lo oscuro para tomarme, venido
de no sé dónde. Lo habían echado de su casa y no se atrevía a intentar el
regreso. Comía poco, o bien su mancha lo devoraba, porque enflaquecía
de modo alarmante.
Una noche, lo llamé dos horas, pero no se mostró. Aguardé, ansiosa,
hasta poco antes del alba, y acabé por dormirme cansada, triste. No pensé,
loca de mí, que le hubiese sucedido nada. Su olor, en la tarde, me guió al
día siguiente hasta una esquina. Lo vi tirado junto a la acera. De su mejilla
quedaba muy poca cosa; se entreveía el hueso. Una nube de moscas lo
LA CITA
exploraba, lo olía, lo mordía. Debieron llevárselo enseguida, porque por
la noche volví al mismo lugar y ya no estaba.

(A Fernando Pereda e Isabel Gilbert) Empujaba delante un bastón buscador; detrás de los profundos
lentes negros, sus ojos eran dos pozos de olvido. A veces, inútilmente, la
mano izquierda tocaba la luz.
Bajaba por la calle de Médicis y entraba en el parque. Trotan dos
chiquillos por la avenida; al fondo, tras la fuente circular, enamorados
friolentos suben encorvados las escaleras mirando la tierra, las hojas
secas, los bancos vacíos.
«Acabo de llegar y ya estoy temblando.» Se sentaba. El sobretodo
negro y los guantes prolongaban hacia el suelo su perfil de pájaro. Recto,
tieso, frente a lo que no veía. «Está atrasada. Habrá perdido el ómnibus.
No tiene importancia.»
Ella llegaría pronto. Irían a la pieza de él, en la calle Monsieur le
Prince, se vigilarían mutuamente los silencios; por la ventana del quinto
piso se asomarían, y ella le describiría los techos tristes, donde los
recuerdos se enfriaban por la noche.
Atrasada, por primera vez. «Acaso no venga. A lo mejor no la oigo
más.» Daba un respingo, extendía el bastón, se levantaba alarmado. «No,
no, qué absurdo. Vendrá como de costumbre. Sólo que hoy quiere hacerse
esperar.»
La cita era allí, estaba seguro. No necesitaba tocar el Baudelaire de
piedra que les servía de referencia. «Ese magnífico miserable.» Desde un
banco lo miraba de reojo una anciana que tejía mientras su nieto jugaba.
Volvía a sentarse. «Cómo siento la tarde. Cerca de las seis. Octubre;
lu11 Con1podónico 33 CUENTOS

justo en medio del otoño. Debe estar hermoso, el Luxemburgo.» La 1 siempre. «Debe haber tenido un lío con el patrón, que la persigue. ¡Carajo!
anciana se levanta, llama al nieto, Jo toma de la mano y se marcha, rápido.
El gritaba: l Puta de mierda, a lo mejor es eso, se acostó con él.»
«No. Es incapaz de engañarme.»
-¿Qué hora es, por favor?
En lugar de responder, Ja mujer apura el paso, arrastrando al niño que ~ Los guardianes esperan sin hablar. El los oía, pero seguía, tieso,
dándoles el perfil de pájaro. El más viejo, persuasivo, le toma un brazo y
1
se detiene, quejoso, a recoger Ja pelota. «Le pregunté demasiado tarde. La señala al otro que Jo ayude.
asusté, quizá. Y esta Elisa que no viene.» Las campanas del Palacio -Tiene que irse, señor, no tema nada, nosotros Jo dejaremos en la
confirmaban Ja hora. puerta del bulevar.
«Ün ferme! On forme!» Una campanilla loca y pueril rompe la En vilo, Jos pies colgando, iba, estupefacto, sin resistencia. La boca
gravedad del aire. El parque se queda sin habitantes. Un momento, las apretada, se dejaba llevar, crispado. Su bastón golpeaba irregularmente la
sombras se organizan en el cielo como un dolor silencioso. La voz de Jos pierna de un guardián.
guardianes asusta a Jos pájaros que vuelan a esconderse. La furia Jo sacudía al llegar a la escalera, frente a la fuente. Se ponía
«Ün forme.» El no podía irse. No. Si Elisa venía, quería recibirla. Un a gritar, y su voz rodaba por los escalones, rebotaba en la grava y caía al
guardián Je pone una mano leve sobre el hombro. agua. Se revolvía como un epiléptico y sacudía Ja cabeza, aunque evitando
-On ferme, Monsieur.- La voz grave quiere homenajear su perder las gafas. Los guardianes se sacuden también, para no soltarlo. Sus
invalidez, como si dijera: «Usted es ciego, Jo sé, pero el parque se cierra palabras, mezcladas con las de él, se cruzan, se rompen:
a las seis. Lo lamento, váyase, por favor.»
«Irme. ¿Irme adónde?» - ... hacer de otro modo .. .
-Espero a alguien. - ... con un pobre ciego .. .
-Pero cerramos, señor; si usted esperaba a alguien, ya no vendrá, - ... pretende?
porque cerramos. No se entra más al parque por hoy. - ... que no puedo!
-No puedo irme. Espero a alguien. (Ella va a venir.) - ... culpa nuestra ...
-Pero, señor, ¿cómo quiere que venga nadie, si el parque va a estar - ... Elisa, usted no entiende, animal?
cerrado? (Este ciego inoportuno.) - ... misma historia, par de hijos de puta!
El permanecía sentado; entre las piernas, el bastón, y sobre el puño,
las manos enlazadas. Sentía Jos escalones rapidísimos, uno tras otro, su ruido seco. Los
«Ella va a venir, de un momento a otro.» (La necesito, a ella, necesito pies no conseguían fijarse, arañaban apenas Ja piedra. Después los
que venga.) Giraba, dirigía la mirada abstracta de las gafas: guardianes corren, con él en el aire, hasta empujarlo fuera. A través de la
-Va a venir, ¿comprende? ¡Déjeme en paz! verja Je ponen el bastón en la mano.
El guardián opta por avisar a un colega. Tomaba aliento, arreglaba su corbata. «Bah, tanto preocuparme, y a
«Las seis y cuarto, por lo menos, y todavía no vino. No la oiré más, lo mejor, esta Elisano me quiere ver más. Hasta me parece, de golpe, que
me ha engañado. O tal vez le pasó algo. Qué sé yo. Para mí todo es distinto, nunca me dio cita.»
más incierto, más peligroso. Yo soy todo interior. Ellos no comprenden, Serenado, empuñaba el bastón buscador y empezaba a empujarlo
porque viven asomados al mundo.» delante. Detrás de los profundos lentes negros, sus ojos, dos pozos de
Para él todo era distinto, más incierto, más peligroso. El era todo olvido.
interior. «Nada que hacer. ¿Nada que hacer?» No, el jueves se vieron y
quedaron en reunirse hoy. A las cinco y media en el Luxemburgo, donde
•46
33 CUENTOS

Se dispusieron en caravana. Delante, el vteJO, una mano en la


escopeta, la otra en la rienda de la mula. En medio el jefe, como en un
trono, y detrás el más joven, un muchachito de diez y nueve años, guiando
el último animal y también con arma pronta.
Inhabitual en extremo-por primera vez se cruzaban en aquel lugar
con la policía- el accidente les dictó precauciones inhabituales. Dieron
frecuentes rodeos para alejarse de los bordes del monte y frenaron la
CONTRABANDISTAS marcha a fin de llegar con noche cerrada. Transcurrida una hora, a medio
camino, la tensión disminuyó y olvidaron las precauciones. Corrían por
los parajes desde hacía años; instintivamente sus pies elegían la mejor
senda, y no había ya motivo para preocuparse.
Enfrascados en sus cavilaciones, rodeados de pensamiento, ajenos,
el viejo y el muchacho no advertían que el herido daba ahora muestras de
inquietud. Se movía mucho en su sillín oscilante, atisbaba el follaje,
Nadie conocía mejor que ellos aquel monte que de todo el
receloso. Buscaba algo, allá, o trataba de ver bien lo que apenas adivinaba.
departamento de Cerro Largo constituía tal vez el único paso al Brasil
De tanto en tanto, examinaba la espesura y disimuladamente discutía con
jamás hollado por la policía. Por eso, cuando la voz de alto surgió en la
sombras que desde allá le contestaban.
hondonada, los tres reaccionaron con la inmovilidad de la sorpresa. Pero
Poco a poco dejó de disimular. Al cabo de un momento en que
duró poco, porque los mandaba un cuarentón alto y orgulloso (marcado de
permaneciese erguido, pese a los tirones dolorosos de la pierna, para
cuchillo en la mejilla) jefe, más que por su fuerza, por la rapidez de sus
observar las sombras, pronunció confusos discursos; parecía hablar a
decisiones. Ordenó esconderse en la espesura y preparar las armas, y allá
todas partes, y no a rincones precisos, como hasta entonces.
corrieron, con sus mulas, dispuestos a defender a tiros la carga que traían.
El viejo se volvió para tranquilizarlo, seguro de que la fiebre
El tiroteo no fue largo; escasos de bala o amedrentados, los policías
explicaba aquella agitación. Después, él mismo sintió vagas inquietudes,
se retiraron al ratito. Con algo parecido a una sonrisa, celebró el jefe la
allá, al fondo del camino, menos claro a medida que osaban avanzar, más
victoria. Una herida en la pierna le impedía enturbiar el aire con sus
borroso. Consoló al jefe sin convicción. Así fueron un trecho, el uno
profundas risotadas.
escupiendo apóstrofes indescifrables, el otro tratando de sosegarlo y
-¿Cuánto creen que pondríamos, para llegar a la barraca, con paso
sosegarse.
más lerdo que el de venida?
Las sombras se acercaban demasiado. El viejo comprendió que
Los subalternos coincidieron: una hora y tres cuartos, pongalé.
oscuras amenazas se cernían sobre ellos, a ambos lados, e incluso sintió
-Vamos,- conminó. Vol vemos a la barraca. Descarguen una mula
como manos o pájaros urgentes que intentaban tocarlos, desde los árboles,
y acomódenme encima.
más solícitos que aquellas sombras que merodeaban lejos, en la indefinida
No se discutió. Volverían, entonces, al punto de partida, en territorio
boca negra.
brasileño. Renunciaban a entregar el contrabando. Mientras los otros
El jefe levantó la voz: «¡no las ven! Pero ¿cómo no las ven?
sobrecargaban dos animales para aliviar al que había de llevarlo, él mismo
Imbéciles. Nos acorralan, ni siquiera se puede saber qué son . Son muchas.
se vendó con un pañuelo. Casi no sangraba. No le encontraron una
No, poquitas, pero saltan.»
posición cómoda y optaron sencillamente por sentarlo y recogerle, despa-
Parecían sombras de aves grises, por la manera de planear, adelan-
cio, la pierna herida, para atársela al vientre del animal.
tarse y retroceder; ¿manos o pájaros?
•48 49•
lui$Compodónico

«No me toquen la pierna, déjenme, carajo»,- gritaba el herido, y el


viejo, ladeando la cabeza, lo contemplaba y espantaba ~nseguida a las
manos que querían quitarle la rienda. Manos cerradas, acaso pájaros
violentos, aleteaban, giraban y se retorcían; de nuevo se adelantaban y de
nuevo retrocedían, desde arriba caían, o se esfumaban en el suelo antes de
reaparecer.
Por momentos, el herido no les daba importancia y discutía otra vez
disimuladamente, sin reposo y con orden; explicaba a las sombras que QUÉ ALEGRÍA
prefería ignorar los pájaros, acaso manos, los cuerpos nublados y otros
puntos dudosos del espacio. Al viejo, la amenaza excesiva lo agobiaba. PARA LUISA
Planeaban muchos pájaros o muchas manos, por todos lados, removían el
aire, salpicaban las voces de ansiedad.
Titubeó, el viejo, casi se paró. Sus miembros se rebelaban. Detrás de
él, la cara del jefe--0jos alucinados y pelo revueltcr- lo asustaba más que H e comprado lo que el florista me aconsejó y por cierto que no
las palabras disueltas, atoradas que dejaba escapar. No se atrevía a es fácil, hoy, encontrar orquídeas tan hermosas. Aunque entiendo bastante
volverse. Basta. Tenemos que hacer algo. La escopeta. Preparó la escope- de flores-especialmente de angiospermas monocotiledóneas-dejé que
ta sin saber para qué. Se paró del todo. él eligiera porque sin duda es el más capaz en la materia; al menos, en su
Soltaba la rienda para volverse, cuando sintió un gran alivio. Miró parte práctica. Por otro lado, el amigo común que me dio la dirección me
hacia adelante con cuidado, vio el camino cubierto por la noche. Miró a autorizó a invocarlo, y en cuanto lo hice, comprendí que sería tratado
uno y otro lado. Oyó. Nada, en ninguna parte. Allá las sombras estáticas, como buen cliente. Esto aumentó mi confianza.
y aquí nada que se pareciese a un aleteo, ni, menos, a manos o pájaros. El «En ninguna parte encontrará una orquídea mejor», me dijo con los
monte, callado y tranquilo. Detrás, el herido también se callaba. ojos iluminados. Sentí que le agradaba satisfacerme, o satisfacer a nuestro
Alegre, el viejo se volvió. amigo. Y en verdad no exageraba. Llamar extraordinaria a esta flor es
Caído sobre el cuello de la mula, los brazos abi~rtos, medio colgado, superfluo, pueril casi. Ninguna palabra puede denominar tan completa
por la pierna atada. Abundante sangre corría por su espalda. perfección. Acaso sólo convenga decir que es una orquídea suprema,
Con algo parecido a una sonrisa, el muchachito limpiaba el cuchillo aunque Ja limito, llamándola así. Traiciono su incalificable esplendor.
con unas hojas. Tembloroso, aclaró, como en una confidencia: ¡Qué alegría para Luisa! No lamento en absoluto haber perdido la
-Tuve que tranquilizarlo; si no, nos enloquece a los dos. mañana en ir a buscarla. Aunque el florista estuviera más lejos, si dos
trenes y no uno hubieran sido necesarios para llegar hasta él, -hasta
ella- valía la pena. Comprendo que la gente me observara con envidia,
(A Carlos Maggi) mientras atravesé la estación, de regreso, dueño de esta sorpresa en su caja
de mica.
Bueno, tal vez no lo hicieran por admiración ante la orquídea, que
mal apreciaban, al cruzarse rápidamente conmigo. Más bien debía tratarse
de asombro por mi manera de llevar la caja. Nunca perdí esa costumbre,
y estoy habituado a las miradas de transeúntes desprevenidos, cuando
33 CUENTOS

Salimos. Nos instalamos en la barca y tomé los remos. Luciana,


sonriente, miraba las nubes que corrían al ocaso. Aún no tocaba el sol al
horizonte. Hubiese deseado una mirada suya, un gesto cualquiera de
ternura; su sonrisa me desconcertaba. Lejana y segura de sí. Dejé de remar,
osé sentarme a su lado. Me apartó, frunciendo el ceño. Señaló los remos
y exigió fríamente que siguiera; había que desembarcar antes de que
llegara la noche.
ANTES DE PERDERME Yo no le interesaba, ya. No me conocía. Iría conmigo hasta el final
sólo porque no tenía más remedio. Perdía su confianza. La perdía a ella
misma, antes de perderme yo. Luciana. ¿Una extraña?
Me refugié como pude en los recuerdos. Mis pensamientos vagaban
de la adolescencia para atrás, hacia la infancia, y saltaban de pronto al
pasado inmediato. Vi cosas muy olvidadas que me aliviaron. Hubiera
Terminaba la tarde cuando salimos de la gruta. La conversación preferido llorar, abdicar; llorar y verme llorar, acaso, tener piedad de mí.
había perdido poco a poco intensidad, y hablábamos con voz sorda, como No llegué a hacerlo porque abordamos, súbitamente.
se habla junto a alguien que duerme. Pese al diálogo, o a causa de él, Una isla. La cubría una vegetación sin ruidos, como si ningún
seguíamos solos. animal, grande o pequeño, la habitara. Tampoco soplaba viento cuando
Nos detuvimos en el umbral y nos callamos. La piedra no se imponía, dejé que la barca encallara en la frágil playa; el aire quieto no movía una
ya, su silencio quedaba atrás; su silencio áspero y antiguo, que exigía hoja. Busqué un camino pero no lo había.
acatamiento. Luciana se volvió. Tomó mi mano mientras observaba la Intenté ayudar a Luciana. Rechazó mi brazo y bajó por sus propios
piedra con tristeza; luego me miró lentamente en los ojos, cálidamente. medios. El sol se ocultaba. Empezaba a hacer frío. Una mirada suya, un
Tal vez presentía como yo la firmeza definitiva de la roca, su triunfo solo gesto, para soportar la angustia que cayó sobre mí cuando nos
ineludible. El camino recorrido, la hora y media de marcha, se volvían pusimos en marcha. Quise volverme para ver a nuestra barca balancearse
ridículos, sin retorno. Carecía de sentido, el viaje, o así me lo parecía. Y en la orilla, pero me faltaron fuerzas; yo sabía que no estaba más allí. ¿Qué
nuestra reciente complicidad,- pasado. Mantuve mis ojos en los suyos, milagro podía salvarnos? No hay milagros.
los sentí humedecerse. Una venganza, me hacía falta, no un milagro. Necesitaba vengarme,
Había que salir. Lo sabíamos, y no nos resistimos. Casi lo deseába- aunque ignoraba de quién o de qué. Tal vez de mí mismo. Me inquietaba
mos. Pese a la altura de la gruta -sus paredes ennegrecidas se perdían en el persistente silencio. Me inquietaban los árboles, el aire. ¿Ni siquiera
difíciles techos-, habíamos caminado un poco agachados, eludiendo las insectos, vivían en aquel lugar? Bruscamente, atraje a Luciana hacia mí.
gotas que transpiraban las estalactitas, allá lejos, y tratando de no tropezar Forcejeó y se liberó con un movimiento violento. Gesto grosero, vil. Yo
con los guijarros esparcidos en el suelo desigual. Todavía permanecíamos no quería hacerle daño, pero ella cometió un error: se echó a correr como
encogidos, como si no creyéramos en la boca de luz que se abría ante si escapara a un peligro, me incitó a perseguirla.
nosotros.
Daba a una delgada costa; al borde de una especie de lago, amarrada
a un poste, nos esperaba -supuse- una barca gris que apenas se
balanceaba. Ahora espero mi turno. Luciana yace a mi lado. He cerrado sus ojos;
sus labios serenos no revelan amargura y sobre sus manos, cruzadas sobre!
luis Compodónico

el pecho, hay un poco de la luna que ilumina este claro. La he desnudado


para besar mejor esa piel fina que siempre deseé acariciar. Mientras la
beso, aún empapo sus mejillas con mis lágrimas, y mi llanto es como un
grito suave y cobarde que ofrezco a la noche antes de perderme en sus
tinieblas.

(A Lucí/a O 'Kieman) DIRECTAMENTE

1 Usted avanzaba despacio entre la gente apretujada. Tropezaba,

¡ pedía disculpas, volvía el rostro, esperaba en un hueco que alguien más


resuelto lo cruzara y daba otro paso; giraba, miraba hacia la calle, hacia
la pared, tiraba para cerrarse la chaqueta, apresado entre dos distraídos.
Usted veía hombres más o menos quietos, vestidos pulcramente, muchos
1 sin corbata; veía mujeres de cadera fuerte y senos que asomaban, fecun-
¡ dos, entre las telas; veía muchachones grises, altos escuálidos, y
muchachones redondos, sanos, bobos, triviales; veía niños lamiendo el
helado que acababan de arrebatar a un vendedor ambulante, y niños que
lloraban, más niños todavía, entre las piernas de sus padres, o que miraban
la calle, hipnotizados, en los brazos de sus madres.
Usted avanzaba, tropezaba, se volvía, esperaba, daba otro paso.
Giraba, miraba, se tiraba de la chaqueta. Desde balcones adornados,- un
paquete de papelitos olvidado contra el pecho, muchas jóvenes y viejas
mujeres y algunos hombres. Por la avenida, detrás de una banda trepidante
de tambores, trompetas y bombardones, varias docenas de mujeres
uniformadas con pantalón corto, blusa escotada, botas rojas y altas gorras
doradas, lucían sus piernas flacas, gordas, inexactas y jocundas. Detrás se
bamboleaban primero, avanzaban después y se bamboleaban otra vez, los
gigantones y cabezudos. En torno a ellos brincaba algún viejo disfrazado
de viejo. Y los árboles estaban solos y ultrajados, y los oprimían.
Mezclándose con los tubos y bombardones y platillos y tubas y
tomillos de la banda, luchando con ellos, insistían los altavoces: «aquí
33 CUENTOS
luis Compodónico

viene, el maravilloso desfile del Carnaval 1960 por primera vez el dios la oficina, y qué postre, qué gustito, señor.» Un anciano de tiradores
Momo se viste en Montevideo con galas de estilo moderno directamente sostenía el bolso de una anciana blanca a lunares negros, encaramada a una
importadas desde el gran país hermano del norte, aquí viene, precedido de las sillas que durante la espera sirvieron para sentarse y ahora servían
por las extraordinarias girls de Palermo, (Tota, Cholita y Pochonga) con para ser más grande. Sí, señor, sí, señora, qué rico es, Ba-na-nel,- su
participación de los mejores conjuntos del momento, inaugurándose picazón se extendía por los brazos y bajaba hacia atrás, hasta los riñones.
además el sistema de alumbrado con luces metaforescentes, y por otra Un grupo de muchachos le cortaba el paso; en dirección contraria,
parte indirectas de dirección, ex 17' transmitiendo directamente, aquí abriéndose camino, se ofuscaban varios niños. Usted se detuvo a rascarse.
llegan directamente los extraordinarios y fabulosos negros lubolos Usted se detuvo a rascarse, y los ojos de una muchacha dejaron la
tamborileros, con sus escobilleros al frente, y detrás, más lejos, los avenida y lo observaron atentamente ; usted se puso a caminar de nuevo
mejores conjuntos que se disputarán los trescientos mil pesos de premios separando a los niños, chocando con ellos, como si huyese. Cada vez que
que ofrece la Comisión Municipal de Fiestas, tome aceite Candelitas, usted apoyaba un pie, recibía en las venas como un ruido sordo y doloroso,
señora, es el mejor, señores oyentes, no olviden que los caramelos Mireya en las venas. En la esquina, obstruida por un grupo denso, oliente, pleno
endulzan el pensamiento, estimados oyentes, estamos transmitiendo de promiscuidad, usted quedó debajo de un altavoz: transmitiendo direc-
desde la esquina ---<:alzoncillos marca Eudoxi<r- de la A venida 18 de tamente. Por la avenida llegaba un lento camión cubierto por estructura de
Julio y la gran calle Ejido, donde el magnífico desfile, con una noche madera y cartón pintados; un gran caimán verde abría las interminables
magnífica, como no podía ser de otro modo, el tiempo se ha presentado fauces fatuas; tome Ba-na-nel, convence a sus intestinos, no a la picazón.
magníficamente (pastillas Priestley, calman el dolor) y en una noche Como sobre cómodo caballo, en el caimán cabalgaban varias Totas
verdaderamente magnífica, aquí llega la murga «Venite al bulín ... » y Cholitas sudorosas, de falda corta y corpiño blanco, esforzándose por
A usted le dolía mucho la cabeza pero no tenía a Priestley en el reír y lanzando, de tanto en tanto, alguna desganada serpentina. La gente
bolsillo. Sobre su sien derecha, una tumultuosa puntada irradiaba estre- aplaudía y el caimán y las tolas oscilaban sobre su eje, cabeceaban como
mecimientos regulares hasta el centro de la frente. La transpiración le un barco, hacia adelante, hacia atrás, de proa a popa; la gente agradecía las
pegaba la camisa a las espaldas. La picazón del ombligo lo obligaba a serpentinas al caimán, a las cholitas y las tolas, agradecía al verano y al
detenerse a menudo para rascarse con rabia y disimulo. Quería y no quería buen tiempo; a la noche, al carnaval, a Momo y al Municipio de
dejar aquello, quería y no quería desviarse, usted, en la primera bocacalle, Montevideo, sobre todo; voces de hombres liberales destacaban su
hacia otra parte. Usted se sentía afiebrado, enfermo, y a ratos parecía reconocimiento, también, a los cuerpos jinetes del caimán. Voces cortas
amenazarlo uno de aquellos vértigos del invierno pasado. y vibrantes. ¿Habrían tomado Ba-na-nel?
« ... Venite al bulín, aunque sea mistongo.» Si está mal del estómago, Usted se retuerce ahora de dolor y picazón. Rascándose y
aplíquele Calmete: no produce acidez, la murga con sus característicos oprimiéndose las sienes, alternativamente, rascándose y tocándose la
chimpún de bombo y platillos nacionales, avanza, majestuosa, llevando, cabeza, usted corre. Corre a codazos, rascándose al golpear, desahogán-
al frente, con su música tradicional, a su director, el veterano vate Cipriano dose al empujar, hasta que, libre de la gente que lo insulta, usted salta a la
Cocoliche, vencedor de muchas lides»; y la mujer, frente a usted, sostenía avenida y se detiene en seco frente al «carro alegórico, transmitiendo, aquí
todavía una niña de tres años y levantaba el cuello rígido y cuadrado bajo está, directamente, el famoso carro del caimán con sus girls emociona-
el pelo grasiento para superar la elevada boina que le impedía ver. das»,-y se planta allí, espera, quieto, firme, como si ya no le picara nada,
Junto al bordillo, un agente de policía, simétrico al del bordillo de como si se le hubiese pasado la jaqueca. A cincuenta metros lo miran los
enfrente, observaba a la murga con bigotes apacibles y contentos. policías patitiesos. Usted levanta los brazos y grita que paren aquello
«... transmitiendo directamente, y tome Bananel, eso es, sí, señor, enseguida. Usted se pone pedagógico y explica: dejen esos carnavales,
qué rico es, Ba-na-nel, convence a sus intestinos mientras usted camina a váyanse a casa, cierren los balcones, olvídense de tanto ruido. Menos
Lui1 Campodónico

pedagógico, usted insiste: ¿no me entienden? ¡Cornudos!


El camión detenido. Las mujeres bajan del caimán, saltan, para mirar
al tipo que grita, que es usted. Los de la murga, lejos, empiezan a darse
vuelta para ver lo que pasa atrás. Aquello, esto, eso, todo, afirma usted con
energía,- todo es una equivocación: no tienen más que mirar los árboles.
Algunos miran los árboles, boquiabiertos. Usted no sigue porque se
lo llevan los policías. Un tercer vigilante surge de ninguna parte, toca pito,
indica a los del caimán que prosigan. Usted se tuerce y retuerce. Quiere
rascarse y no lo dejan y le duele terriblemente la cabeza. Desde los
HUÉSPEDES
altavoces, tras brevisíma confusión, Bananel olvida y vuelve a transmitir
directamente.

(A Clara Campodónico)
obligados, nos defendemos de la angustia animándonos mutua-
mente. Nunca nos pareció tan provechosa la amistad. El bosque cierra sin
embargo su noche en torno a nosotros, como en torno a seres desprecia-
bles. No deseamos detenemos, ni siquiera para examinar nuestras heridas.
Nos han agredido y robado, pero los bandidos se llevaron lo suyo: largo
tiempo recordarán, uno la puñalada en el vientre y el otro el golpe en la
cabeza. Arrecia la tormenta. La espesura no alcanza a contener la lluvia
que nos azota el rostro. La esperanza mengua. Nos sentimos al borde de
la resistencia, y sin embargo sabemos que no estamos malheridos, que
sólo la fatiga y la tensión nerviosa nos abruman.
Un rumor distinto, de pisada, tal vez de rama rota, nos frena. Un
movimiento, detrás de un árbol próximo, o sobre él. Sobreviene algo duro,
pero, al fin de cuentas, feliz. Desde las altas sombras, una, animal
indiscernible, se lanza sobre mí, y recibe en el acto, antes de tocarme, el
puñal de mi amigo. El puñal donde persiste, sin duda, la sangre del
bandido.
Descubrimos, hacia la ilerecha, en un rincón, una especie de choza
iluminada que acaso sin este incidente no habríamos advertido. A ella nos
dirigimos y la hallamos vacía.
Junto al fuego, en un espejo de marco carcomido, examinamos las
heridas: yo, dos rasguños en el cuello y un moretón, imponente pero
inofensivo, en la mejilla; mi amigo, un tajo debajo de una axila. No las hay
más. Las limpiamos, nos lavamos, secamos nuestras ropas rasgadas.

•60
luis Compodónico 33 CUENTOS

Comemos los restos que hallamos y bebemos de un agradable vino blanco. Hemos obedecido. Hemos llegado. Ahora se cumplirá nuestro
Aquí se acaba nuestra autonomía. Fingimos preguntamos si nos destino.
quedaremos o no a pasar la noche. Una cama demasiado maltrecha sirve Sube por nuestros miembros, aboliendo el cansancio, un extenso
de pretexto para desanimamos; además --decimos- nos inquieta el escalofrío, y el miedo. Cuando oímos pasos a nuestras espaldas, queda-
regreso del dueño de casa. El viento amaina y empieza a caer una tenue mos paralizados. Giramos despacio sobre talones que tiemblan, las manos
lluvia. No deben ser más de las cuatro y cinco, si anda bien, aún, el único aún apoyadas en la mesa, como torpes muñecos.
reloj de que disponemos. Un hombre alto, vestido de blanco hasta en los guantes, no nos sonríe
Ayudado por un farol vetusto, exploro el lugar y ef!cuentro un y nos mira con fijeza y con odio. Su cabeza vendada impide que se le vea
camino cercado de postes viejos y torcidos, que arranca detrás de la choza la frente. Se asemeja a la estatuilla de marfil. Sus labios se separan y
y se pierde en la noche. Pretendemos que el hallazgo es decisivo. Dejamos precisan:
el farol y partimos. Camino interminable. El cansancio se acumula en los -Mi hermano murió, pero quedo yo, para vengarlo.
músculos como plomo. Al cabo de media hora o algo así -a la luz de mi (Quisiera despertarme.)
encendedor el reloj indica las cinco menos veinte- tenemos de nuevo que
animamos mutuamente y la amistad, esta vez, nos parece poco provecho-
sa. Pero hay que seguir, nos lo ordenan. (A Dominique Sarrel)
(Quisiera despertarme.)
El camino mejor cuidado anuncia la proximidad de una casa. Lo
limita una empalizada nueva, regular, bien conservada. Pienso lo bueno
que sería echarse en la tierra húmeda; estoy sin aliento. Pero a unos
trescientos metros divisamos una gran avenida pavimentada, bordeada de
álamos. Nos apresuramos cuanto lo permiten nuestras piernas, apoyándo-
nos uno en otro, como dos leprosos medievales. Reímos, nos alegramos,
creo que sollozamos. Cumplimos las órdenes como siervos.
Amanece. El canto de copiosos pájaros sube de los álamos a saludar
las primeras manchas de luz que penetran en las cosas para dibujarlas
desde dentro, levemente. Humedad del alba entre las plantas. Tomamos
la avenida como si nos llevara hacia el descanso de una pieza acogedora.
Damos con una suerte de brevísimo castillo de incierta piedra, apenas
verdoso. Corremos un poco.
No hemos llegado a la pulida escalera, ni hemos llamado; se abre sin
embargo la gran puerta y un circunspecto anciano disfrazado de sirviente
saluda con una inclinación de cabeza y nos muestra el salón. Su seca
naturalidad nos sorprende; el gesto parece no amistoso sino formal.
Subimos, lo seguimos. Mientras el anciano desaparece, esperamos
juntos, pegados uno a otro. En la mesa de cedro reluce una indefinida
estatuilla de marfil, probablemente oriental. No la comentamos. Más atrás
se dibuja como una gran biblioteca. No levantamos la vista para observarla.
33 CUENTOS

descenso general de los muebles. Y del lavabo, claro. La vida se vuelve


tan distinta, a esta altura del suelo! Más plácida. más íntima, menos
perentoria.
iPensar que hubo una época, de mis veinte a veinticinco años, en que
caminaba con la cerviz erguida y pisando fuerte! Sostenía mi sombrero
con dos orejas militares, vanidosas, y deseaba resueltamente llegar más
arriba que los demás. El secreto de la satisfacción, por el contrario, se
BUENAS NOCHES, encuentra, sin duda, debajo de la buena gente. Hay que saber humillarse.
Hoy me sería ideal que las personas se agacharan al dirigirme la palabra.
URBANO Deleite sumo, gloria pacífica, la de quien ha logrado, definitivamente,
instalarse en esta bajeza. Los africanos, que en muchas materias poseen
gran experiencia, nos enseñan sus ventajas usando los talones --es decir:
los calcañares- con la gracia del canguro. Aúnan la eficacia y la belleza.
Debí esperar un poco más; quedo muy pesado, al terminar la Mis posaderas, por otra parte, almohadones naturales, suaves, lo toleran
comida, medio embrutecido. Bueno, de todos modos, en esta lamentable sin fatiga, amablemente.
habitación, no veo lo que hubiera podido hacer, a esta hora, salvo echarme Voy a deshacerme pronto del ropero, así mato dos pájaros de un tiro.
en la cama a pensar en él, como siempre que me siento triste. Compraré un roperito de niño. Aplicándole un espejo, me anudaré la
Lo que me molesta no es tanto la pesadez -acompañada del corbata en cuclillas; y hasta me vestiré, en parte. Creo que acabaré por
inevitable arrepentimiento por la cena exagerada- cuanto el no poder agradecerle su inesperada aparición, el modo subrepticio en que se
leer. Pero, ¿qué culpa tengo si a mi madre, que en paz descanse, se le incrustó en mi vida. Sin él, ¿cómo hubiera adivinado los beneficios de esta
ocurrió regalarme, el día de su última mudanza, semejante ropero? No lo posición? Cierto que sin el ropero, tampoco ... Es decir, sin mamá ... Pero
movería un centímetro por más que me esforzara, y entre él y la pared sólo él, él, causa primera, merece todos los honores.
queda este miserable hueco donde apenas entraría un niño. No debo elogiarlo demasiado; caería en contradicciones insalvables.
Por eso elegí la posición en cuclillas. Dentro del hueco, mirando a la A veces me resulta simpático. Ambos luchamos quizá con parecidas
pared, vengo a ser como una prolongación del ropero, en cierto modo; dificultades, en la vida de relación: lo que en mí es vanidad superada, en
clausuro el rincón. Oh, no me fue fácil aprender a mantenerme. Parece él es timidez. Pura y salvaje timidez; la más ruda, la que no se vence.
simple, pero al cabo de un rato los calambres pasan de las piernas a los Timidez determinada por su aspecto; con esos ojillos de roedor sin método
brazos, y a los hombros. Dediqué meses a ejercitarme. Progresivamente, y esas orejas de músico aficionado ... Me recuerda a mi tío Pericles. Una
lo soporté mejor. Todo es hábito, en el hombre. Le sobraba razón, a mamá, cabeza de tarado o de taimado; imposible saber si es bueno pero idiota o
cuando repetía eso. Todo es hábito. inteligente pero canalla.
Me he acostumbrado tanto, ahora, que en ninguna posición me hallo Leal, sí, lo confieso. Rara vez impuntual, jamás 'traicionó mis
más cómodo. Por suerte salgo rara vez, porque a cada rato me dan ganas esperanzas y desde que lo conozco se conduce como un alma fiel; sombría,
de ponerme así y me cuesta evitarlo, aun en la calle. acaso, y mezquina, pero fiel. Nunca me falló, y razones le sobraban. He
Se está muy bien, de cuclillas. Voy a vender esa horrible mesa y llegado a insultarlo. Ultimamente nos hemos visto poco y sin las cortesfas
compraré otra bajita, de las modernas, para comer. Y leer, también, frente del comienzo («Pero, ¿usted por aquí? Caramba, no sabía que éramos
a mi lámpara, a la que acortaré el pie. Desde mañana, voy a estudiar el vecinos.¿ Vive usted cerca?» etcétera); demasiado poco, nos hemos visto,
para que sus visitas alentasen mi urbanidad. Leal y puntual. Y como
•64 65.
Luis Comp:xlóvico

festivamente solía sentenciar mamá (única frase que heredó de mi


padrastro,- un resentido, enemigo de la juventud): «Lealtad y puntuali-
dad, rasgos son de la ancianidad.»
Ha sonado el timbre. ¿Quién, a esta hora? No abro. Ya se marcharán.
Que no toquen de nuevo. Son capaces de desbaratar mi plan, con el tiempo
que me ha llevado prepararlo. Y dale.¿ Qué tienen que insistir así? ¿No ven
que nadie responde? .
Pararon, menos mal. Si hubiera instalado mi dormitorio en la otra
pieza, como me aconsejaba mamá, ahora me ahorraría estas molestias. Al
AHI
fin de cuentas mi hermano salió ganando: se quedó con el dormitorio más
aislado.
Las once y cuarto, con todo. Está atrasado, hoy. ¿Cuándo se va a
decidir? Habitualmente sale hacia las diez y media. ¿Habrá olfateado Jo
que le aguarda? Vigilar así tiene sus inconvenientes. Otra vez, la puerta.
Realmente, qué modo de molestarme. Ah, mi hermano que llega. ¿Sería E n todo cuarto a oscuras un espíritu solitario nos espera. Más,
él que llamaba? No se irá a dormir sin saludar, el muy educado. aún, en un cuarto como ese.
-Buenas noches, Urbano. Llamé porque creí que había perdido la Estás frente a tu mesa de trabajo, solo, como cada noche. Son las doce
llave. Se me había caído por un bolsillo descosido. pasadas, y llueve fuerte . Según costumbre, Jaime se marchó a las nueve,
. Siempre en la luna. Y el otro que va a salir, justo ahora, con este aquí, después de la cocinera. Solo, y oyes el agua que fríamente golpea en la
distrayéndome. El palo, no lo suelto. No tiene por donde escabullirse. Cae ventana, del otro lado de las pesadísimas cortinas de terciopelo. Deberías
en mis manos o se da contra el ropero, o contra la pared. El hombre es más abrir esa puerta, encender la luz del cuarto y terminar de una vez, pero no
inteligente que el animal. Eso no lo decía mamá, que en paz descanse, sin puedes. Es demasiado di fíci 1, no puedes: sabes que en ese cuarto a oscuras
duda por rencor a su primer marido, mi padre,- pero es así. un espíritu solitario espera su oportunidad. No te atreves a suponer lo que
¿Y qué se queda, este, mirándome, ahí? Ya le di las buenas noches sucedería si entrases ahí, pero sabes que no te conviene probar.
¿no? ¿Por qué no se irá? Y el otro que no sale. Vamos, sal de Ja cueva' Qué ganas; unas ganas que te llevan a dejar la pluma y los papeles,
desgraciado. ' a levantar la vista hacia la puerta. Es grande, la puerta, como todas las de
-¿Qué haces? este innecesario palacio que construiste hace doce años. Es grande y sigue
-Combato a un ratón. cerrada, desde que pasaste la llave, por la tarde, después del almuerzo. No
volverás a abrirla. Se parece a las otras, pero si se la mira con cuidado, se
sospecha, primero, y se percibe, luego, la presencia que se esconde detrás.
l lay alguien, algo; una existencia, ahí.
Acaso no la haya sólo porque falta la luz, acaso se trate de un cuarto
•spccial. No entiendes cómo un espíritu solitario ejerce tal atracción sobre
li . O es que los más solos son los más capaces de atraer a los demás.
Percibes -escuchas, dirías- la presencia. También su fuerza. Una
fuerl'.a que tira hacia ahí, que te aspira. Te aspira una fuerza -fuertc-
todas las noches. Te ha distraído mucho este mes; te ha impedido entregar

•66
Luis Compodónico 33 CUENTOS

a tiempo trabajos para la Facultad. Has perdido demasiadas horas, Cuando miras ahí, pierdes la calma. Una sola vez sacaste un cadáver
mirando ahí, a esa puerta; días enteros, has perdido, escudriñando. del hospital antes de que intentaran identificarlo. El raciocinio se te nubla.
Varias veces has temido que se abriera, aunque nunca notaste La segunda vez, fue completamente distinto; se trataba de un pobre diablo
movimiento en el picaporte. Te persuades, no obstante, de haber notado con la cabeza deshecha y nadie vino a reclamarlo. Estás sudando. Eso
--cómo expresarlo-- la inminencia de un movimiento. El movimiento se crece, ahí dentro, y cuanto más crece, más te molesta. Si te vieran tus
produjo, lo crees. discípulos.
Si es el espíritu solitario, esa presencia, ¿qué sentiste esta tarde? Por ¿Por qué esconderse ahí? Has pasado y repasado las cosas que
cierto que evitas en lo posible entrar ahí; has ido trasladando al laboratorio guardaste. Recuerdas los usos de ese cuarto desde el primer día. En una
cada una de las piezas que te interesaban. Ignoras si quedaron algunas época permaneció desocupado mucho tiempo. Sólo sirvió de consultorio
notas para el informe al Congreso de Hamburgo, pero no irás a verificar. y de biblioteca, y, dos semanas, de depósito.
Lo que sentiste esta tarde demuestra que no te equivocas; ahí sucede Desocupado. ¿Es esa, la explicación? Un espíritu que se apoderase
algo, incluso de día. Ha sido extraño, desconsolador. Jaime --quieres del lugar cuando nadie lo visitaba. ¿Desocupado?
decir: Maije, como se llama, en realidad- sintió lo mismo. Te miró, Es imposible concentrarse y trabajar, en estas condiciones. Las doce
inmóvil, entre sorprendido e inquieto, y parecía incapaz de hablar. ¿Qué y media. Otra vez se te ha ido media hora distraído, atraído. Lástima que
sucedía para que hasta él se atribulara? Jaime-no, no, Maije- lástima que Maije (quieres decir Jaime) no haya
No hiciste nada particular; te inclinaste para recoger un cráneo que regresado aún.
se hallaba sobre la mesa de mármol, la bajita. Duró un minuto agudo, Sí. Hoy sientes muy bien esa presencia. La llamas un espíritu para
intolerable. Hubo un movimiento en el aire, como si alguien pasara junto darle un carácter más o menos abstracto, pero tú sabes muy bien que es
a vosotros. Te paralizaste. No se trataba exactamente de una persona, pero algo concreto y horrible. Como un cuerpo. Tienes que obrar, hoy. ¡Sst!
temías volverte para mirar. Maije --quieres decir: Jaime- habló y Silencio. No vas a pensar más hasta que vuelva Mai - no, Jai - no; no vas
aquello se evaporó. a pensar hasta que vuelva Jaije, o más bien, Maije-Jaime. Jaime, sí. Lo
Hoy tuviste la intención de pedirle que no saliese. Quedas desampa- sientes detrás de la puerta. Estuvo a punto de abrir y desistió. Tal vez
rado, desde que lo autorizaste a ausentarse cada noche. Saber que está en vuelva a cambiar de parecer.
la casa, que bastaba apretar un botón para que viniese, te aliviaba, los Se ha instalado muy cerca. Ves el picaporte -esta vez crees ver
primeros días. Debiste darle un solo día libre por semana, como hasta el nítidamente el picaporte girando. Vas a abrir, por fin; qué horror, van a
año pasado, y aprovechar sus salidas para dar un paseo tú también, salir ahrir. Ves el picaporte que gira. No cabe duda. Ahí, gira.
a ventilarle un poco. Necesitarías descansar más. Basta de mentiras. Cuando lo echaste, la semana pasada, Jaime--0
Sí, pero ¿cómo justificar el cambio? Desde luego, no le contarías lo Maije, si prefieres- te miró espantosamente y te dijo: «Si un día vuelvo
del cuarto.¿ Y cómo negarle, después de diez y ocho años de servicios, esta 11quí, no vendré más que a matarlo.» Gira. Es Jaime.
ínfima libertad de ahora, ese miserable recreo en el bar de la otra cuadra, Ahí. Que se abra, esa puerta. Ahí. Que se abra. Entre, Jaime-Maije,
un rato con dos conocidos? Hubiera sido absurdo. Y quizá ni lo aceptara, ·ntrc, Maije. ¡Jaime! ¡Mátame!
él. Pero sería mejor que estuviese aquí. Su carácter, su condición misma,
le dan un aire invulnerable ... Te tranquiliza.
A veces temes enfermar, con esta historia. ¿Habrás descubierto un (A Miguel Angel Campodónico)
secreto que no debías?¿ Y si hubieras atravesado una frontera prohibida?
Has trabajado sólo con materiales habituales. ¿Qué mal hay en ello?
Cientos de investigadores hacen otro tanto.
•68
IN I

1ris1 · d · 111111 si111ac i(111 qu · yo d ·s ·aha f ·liz. e ncant adora, inolvidable;


po11il'111l11 ni 11111l 1it·111po hu ·1111 ·nra. 111 · r •signo a lo peor y pregunto:
,No Ir ~11 s l1111 los pnl111 íp ·Jus'!
Y ·Ita, 11lil1, Y 1 1111 es q11 · 111 · inrpa ·i ·111 ", yo; ya, en realidad,
t•111plc·:111 1 111~ .. .,,¡11111<· . C'1111 111 11lµ11ra hía qu " se armó cuando salí del
p 11q111· r 111111111111 ·xh 1l 1cr 11, arra s1ra11dn al pelícano, con el tiempo que
pt·11U •·s1·11111lldo p 11 1dt·splstnr11111i s p ·rscguidores y atarlo, y el que gasté
NO TIENE DERECHO <'11 sr11·1111111t· pr r 1"1·11111r111 · lranqui lo, correcto, sin jadeos,- ya sería
11111 1 dt· q111· ,. 111 · 111 r · ·icrn una copa y se me agradeciera la gentileza.
'1'11v1• q11r pi 1111· 11lo1111 lll "s , todo esto. Ir cada día al Zoológico a estudiar
•·I h'11t·1111, los 111ovi111i •ntos de los guardianes, conseguir una jaula con
111rd 1, . 111111 ('11111io11 ·ta prestada,- y ¿para qué? Para que me reciba así, si
t' lo s · llama r ·dbir. No, no se llama. Tantos afanes, y ahora resulta que

Sonrío, le muestro el animal, le tiendo la cuerda y me mira con 110 1·gustan los palmípedos!
cara de pocos amigos. Y o sigo sonriendo, ya más cortés que sincero, Busco decir algo que la obligue a contestar, aunque sea un insulto,
pensando: bueno, es natural, se trata de un presente un tanto insólito, a uno y d · golpe me pongo a tartamudear, al borde de una crisis. Casi lloro:
no le ofrecen pelícanos en cada cumpleaños. Trato de justificarla, de - Me dijiste tantas veces que te encantan los animales. Tu jardín es
comprenderla. Por supuesto, ni se me ocurre pensar que le moleste la edad lindísimo, grande. El pelícano sólo come peces y tú tienes piscina ...
del ave, un poco vieja, en verdad. Espero que me invite a entrar, ¡,Dónde está el problema?
naturalmente, pero me equivoco. No dice nada; abre la boca como si fuese Le pegaría. Vacilo. Me desespera que rehúse.¡ No tiene derecho! Por
a bostezar y se queda ahí, elevada en el umbral. Y yo con la cuerda del lo menos podría quedárselo unos días, para darme gusto. Yo haría de
pelícano atada al índice de la mano derecha y el sombrero en la izquierda. ·ucnla que lo aceptó definitivamente. La idea me da fuerzas :
Carece de nobleza, su reacción, al fin y al cabo. ¿Qué se cree? No - Acéptalo por unos días. Si ves que no te gusta, me lo devuelves.
tiene derecho de conducirse así. Entonces abro la boca, a mi vez, no para ~ lo mandas directamente al Zoológico -sin decir quién te Jo dio, porque
bostezar sino para decirle, sin el tono imperativo que me gustaría emplear, sr no, van a hacer un escándalo y voy a terminar preso. Unos días, nada
casi mimosamente: más ...
-Brunilda, que los cumplas muy feliz. Te regalo este pelícano. Parece increíble, pero ella abre la boca todavía más grande. Tan
Pero ella muda, inmóvil. Si no me invita, no voy a pasar ... Compren- grande, que el pelícano la observa como a uno de la familia. Yo ya no sé
do que no es hora de recepciones, que ya mostró condescendencia qué hacer ni qué pensar. ¿Si estará enferma?
viniendo cuando quizás iba a bañarse, que ha sido muy amable evitando En eso, veo a varios tipos que corren por la esquina, uno de uniforme,
hacerse aguardar. Pero ella debe comprender, por su parte, que yo quise tocando el pito. ¿No te digo, yo? Con la incomprensión de Brunilda ... Qué
darle una sorpresa. Además, no me invitó a esta hora, la reunión es de desagradecida. No voy a tener más remedio que irme. Tanta historia por
noche, de acuerdo; pero ¿qué podía hacer? ¿Cómo iba a entrar al un pelícano viejo.
Zoológico después que cerraran? - Brunilda, por favor, acéptalo unos días. Tengo que marcharme
e nseguidita.
Empiezo a impacientarme y busco una frase con que romper el
silencio en que cayó mi saludo. Ni siquiera me detengo a considerar lo . ¡No tiene derecho! Inmóvil y muda, ni un pelo, mueve. Parece que
Jugara a las estatuas. Me veo obligado a huir. Los tipos arremeten derecho
•70 71 •
Lu11 Compodón ic~

hacia mí, y ya están cerca. No sé cómo voy a correr hasta la camioneta. La


dejé a dos cuadras. Y a éste, ¿quién lo mueve, sin jaula? Intento rodearlo
con los brazos y casi me saca la nariz de un picotazo.
-Está viejo pero no tanto, ¿viste, Brunilda?
No tiene derecho ... ¡Qué voy a correr! Ya no hay tiempo. Si ella nos
dejara entrar ... Ah, por fin se decide.
Entró y cerró la puerta, la muy infame. Nunca lo hubiera esperado de
ella. Qué desgraciada. Y yo creí que me quería. Mala suerte. Que me
lleven preso.
ALTOS, SEGUROS
Y me llevaron. CIPRESES
(A Julio y Beatriz Bayce)

Quizá la primerísima sensación era: una leve molestia en las


rodillas, torcidas desde tanto tiempo. Se llevaba las manos a la cabeza, al
torso, a las piernas; se demoraba comprobándose, volviendo a enterarse de
sí mismo. Arriba, la tapa había desaparecido, casi, y la tierra, ablandada por
las constantes lluvias, parecía arena movediza. Cosa incomprensible, la
distancia entre su ataúd y la superficie no llegaba a un metro. Tras un mínimo
c uarto de hora de gestos tenaces, se liberaba. Aún estallaba el trueno; once
campanadas distantes marcaban, enseguida, la calma nueva de la noche.
1lasta aquí, la primera etapa, afortunada -según se puede fácilmente
observar- libre de todo contratiempo.
Quieto, de pie, mirando con asombro un pájaro pardo que abandonaba,
fugitivo, un eucaliptus, admirando luego los altos, seguros cipreses, y
hcbiendo por los huesos el aire húmedo y secreto, iniciaba la segunda etapa,
1·vemente estática, en contraste notorio con la anterior. Quieto, de pie, la
·abe1.a levantada, mirando, admirando, bebiendo, parecía un viajero inédito
d ·I Apocalipsis. Sus brazos le ardían. En el lugar del pecho oscilaba un
·xtraño vacío, como años atrás, en los meses de enfermedad, un rato antes
d · las comidas.
De inmediato, sin transición, daba comienzo la tercera etapa, más larga.
Ad ·lantaba un pie, el otro. Caminaba despacio entre las tumbas. Le era fác il.
1~11dere1.aba una losa, tomaba por uno de los senderos empedrados. Junto a una
·ru7., la cara entre lac; manos, alguien permanecía sentado, como una estatua
ti· barro. Tenía deseos de hablarle, de preguntarle si a él también lo hahía
Luis Compodónic.o

despertado la tormenta, pero sólo se animaba a empe1a la frase: «¿También


a usted ... »
El otro levantaba el rostro, de cuencas vacías, movía la cabeza de barro
y volvía a llevar a ella las manos de barro, mientras su pie derecho raspaba
reiteradamente el suelo.
Continuaba caminando hasta que lo golpeaba la idea del regreso, de la
que no se libraría, ya, y con la cual abriría la cuarta y penúltima etapa:« Volver.
Volver y empezar otra vez. No pedir nada, a cambio; nunca contar nada. No
saber. Yo, ignorante. Volver. Instalarse en casa. ser de nuevo un hombre,
FALSO RETRATO
cualquiera. Ser.»
Ignoraba el tiempo transcurrido desde entonces. ¿Diez años?¿Treinta?
Y EPITAFIO
¿Más? ¿Mucho menos? No importaba. Volver, volver. ¿Quién sospecharía?
«Si hace poco, inventaré una historia; primero se sorprender~in. después, con
el hábito, terminarán admitiéndolo. Y si realmente hace mucho, entonces
nadie lo notará y pasaré por otro, cualquiera. Con tal que la casa siga en pie.»
Pero, ¿si estaba habitada? Iría a ver. Tenía que ir. Se lo repetía para
.A ~eces _pareces una santa. Acaso porque escondes tus ávidos
apetitos Y dejas ~emar a la niña que fuiste, de la que se demora, vaga, una
convencerse. Las callecitas de su barrio parecían desiertas. De los faroles caía, sombra, en la mirada que otorgas a las cosas cuando no las deseas. Otras
amarillenta, una paz sorda y breve. Esa paz aceptaba su tránsito. veces paree.es una sacerdotisa joven y negligente, que no advierte si es este
11 aquel. el n to adecuado, y no se preocupa por el lo, sabedora, en todo caso
Cada vez más impaciente, avanza a grandes pasos. «<Si mi ropa se
conservó, si pude salir indemne y sólo guardo rastro del barro, es que alguien d~ que su experiencia acierta, de que recibirá con mano sabia quien el az~
ha decidido mi regreso. Si existo, de este lado de la tierra, hay un motivo. Debo da s r~onga en su homenaje. Otras veces, aún, te desentiendes de las
dejarme conducir, mi lugar está listo. Vuelvo. Volver.» Los braizos le ardían sin ~· ·ahdades o las miras con distraído cansancio, para asombrarte -breve
embargo más que al principio, y los pies quemaban con dolores nuevos. No se 1111crvalo-- de lo mucho que te importó lo que ya no cuenta.
atrevía a mirárselos. En el lugar del pecho, el vacío oscilante se expandía Nunca ~ientes, o mejor, ocultas tan bien tu inquietud, que si la
La quinta y última etapa se inicia a su llegada. Por la persiana entreabier- mu ·siras nadie la sospecha verdadera, y te creen insumisa, desdeñosa,
ta, la casita de dos ventanas dejaba salir una luz mezquina. Estaba habitada. J~1g11ctona. Puedes decir la verdad impunemente, y nadie prestará fe.
¿Entonces? ¿Habían previsto todo salvo la casa? Debía ir a otra parte, acaso l 111110 te has acostumbrado a esa impunidad, tanto has confundido a los
1 : •r~ 1 s. que a ti misma te confundes, y ya no encontrarías, si la buscaras, ta
dar marcha atrás, regresar al pájaro pardo, al eucaliptus, a los altos, seguros
cipreses. Regresar a beber con los huesos el aire húmedo y secreto. 11lt1111a rn~scara qu~ diste a tus conflictos. Te ofreces a medias, esparces
r s trc1~1cc11rnentos indebidos, aceptas más de lo que rechazas, como en
Antes quería saber. La luz: ¿quién? Quería ver la cara del que lo había
puro .111 ·go.
despojado. Apoyándose en el alféizar de la ventana, miraba hacia adentro.
Entonces se veía a sí mismo en la salita, sentado en el sillón de cuero, un libro ~u·n.que lista pa~a. el hastío, al juego no llegaste sin embargo por
entre las manos, abismado en la lectura. ahuin1111cnl~ o por cm1smo. Una vez creíste, y tuviste por absoluto el
Rápidamente se volvía, como si temiese encontrar a alguien que espiara 111 ayor cspCJIS~~· Y amaste. El mayor espejismo, el amor que deshiciste
con él. La calle seguía vacía. Sin pronunciar palabra, caía. ¿Muerto? lur.io l:t~mo vidrio, rápido y frágil, entre las manos, para sustituirlo por
111111r ·s '".completos, insatisfechos, por circunstancias de amor. (Para ir,
1k l 1sa1111dad, a los momentos santos). Antes de aquella ruidosa ruptura
(A Lus A/varado y a Markarián)
Luis Campodónicq 33 CUENTOS

-aquel fracaso-- miraste en el desierto la movediza sombra que la insatisfecha, llevaste en ti la nostalgia de ser devorada.
sombra de tu niña proyectaba, y quisiste alcanzarla. Fuiste limpia, hasta
Eso buscabas, y a ello tendías agudamente concentrada, firmemente,
entonces, de toda pluralidad: una, única, a la espera del milagro.
en el difícil esfuerzo del placer, al que te aferrabas obligada de muerte,
Después de la derrota creíste consentir en vivir sin esperanza. sólo porque dejaste de creer en la alegría.
Elegiste una búsqueda que de antemano sabías inútil y frustrada, aunque
Y acaso hoy (mañana, ayer) vuelta desde el polvo en la flor, en el
deliciosamente agitara la quimera sus espejos al sol. Pero sin esperanza no
pájaro o en la nube, rescatada tu risa por la química, revives, por fin,
se vive, y tú vivías. Te volviste, paradójica, más atrayente: que tu niña, o
alegremente, liberada a la vez de tu miedo y tu deseo.
más apelable. Y la mirada desamparada y tierna de la niña quedó detrás
de un brillo nuevo, agazapada, pronta a raros instantes de estupor, y el
brillo nuevo mostró en adelante una segura perspicacia,- la decisión de
(A lilí Salvo)
conseguir el placer que reemplazara a la alegría inencontrable, la resolu-
ción de proscribir, minuciosamente, la melancolía.
El placer es duro, y doloroso. Como lo bebiste, tus labios agregaron
a la sensualidad un pequeño gesto áspero, en tu rostro se dibujó una
voluptuosidad dolorosa.
No había peligro de que te desenmascarasen. En general, los hom-
bres se hablan y tratan sin sospechar su niño anterior o desechándolo. El
recuerdo subrepticio de la noche en que aceptaste convertir1te en una suave
y tranquila desesperada, quedó oculto. Quizá, si alguien lo hubiera
nombrado, arriesgases la muerte. Como nadie lo hizo, pudiste avanzar por
tus noches con aire condescendiente, antes dispuesta al sustento y al
cansancio que al encuentro contigo misma. Profetiza sin palabras, Casandra
muda que sólo hubiera adivinado su propio futuro, caminaste
impúdicamente entre estatuas olvidables, y la sed que despe:rtaba en tu piel
nuevos y nuevos temblores sólo provocó, por las caricias: de quienes se
asomaban a tu delirio, nueva y nueva sed.
Nadie lograse apaciguarte. Ese latente reproche dio ironía a la
dulzura concedida al amante después del sueño, y eludió con habilidad la
arrogancia de los que pretendían poseerte. Nadie lograse apaciguarte, y si
una vez pareció así, te desengañaste; reiteraste el oráculo, volviste a
tenderte junto al preferido que esperabas vencedor, y te encontraste luego
con las manos vacías y una tibia desolación en el regazo.
Ya nunca niña, el pasado para siempre hundido e:n tus pupilas,
devoraste a los amantes. Y seguiste intocada, transitando entre sus
múltiples ruegos, como un fantasma natural. Pero tu secreto, díscolo y
oscuro, aunque lo ignorasen, quizá, quienes rozaban con sus dedos la luz
tenue de tu cuerpo insaciable, fue el secreto del devorador: permanente
ULNIO

·atorce tipos que quisieron oírme, y todos me abandonaron. Ahora, ni


s iq~1iera el último está conmigo. Tendré que empezar solo. Es un problema
d ·fe. No, no me respondas. Ya sé lo que me vas a decir. Mira: si yo hi ciera
-:1so a gente como tú, nunca hubiese intentado nada, ni planear, ni soñar.
Porque lo que más me ha costado, aunque no lo parezca, ha sido
·unvencerme a mí mismo, admitir mi destino. Alto destino. En cierta

ASÍ QUE NO CREÍAS 111 ·dida yo necesitaba, más que hombres dispuestos a pelear, hombres que
111c a~udasen a creer. Por eso, los buscaba. Perdí muchos años porqut:
11 • ~s1té cuarenta de edad para confirmar, sin vacilación, por fin, que mi
d ·stmo era este, y no otro. Ningún otro.
No te agites, yo te perdono la incredulidad. Te volverás crédula
·uando recibas las primeras noticias. No, no te oigo. ¿Qué pretextos vas
11 oponer a mi obra? Si me hubieses dado hijos, no digo; ¿cómo conven-
Pero no puede ser ... ¿Así que no creías? Y te he !hablado de esto certe de que debía abandonarlos? Pero así, lo único que puedes enrostrarme,
diez y nueve años para que salgas ahora con que nunca me tomaste en serio ·s que te dejo a ti. Lo cual, a esta altura de nuestras relaciones, me parece
y que acabe con el disco! Te disculpo la vulgaridad, querida, y más te ohvio que no sirve, querida.
disculparía si no fuese tan inoportuna. No sé cómo me he dejado engañar Ya verás. Cuando te enteres de que nuestros heridos necesitan
tanto tiempo. Bueno, al comienzo, no digo: la juventud, las ilusiones de ·nfcrmeras, correrás a la sierra. No te culpo, ¿sabes? Después de todo, una
todo botarate de veinte años ... mujer no cree fácilmente en ideas. No, no me interrumpas. Aquí se trata
No, no abras la boca, no digas nada. Era un botarate, a los veinte años, d · vencer o morir, y eso, por lo general, asusta a las mujeres. El hombre,
lo reconozco, y no por casarme contigo; era un botarate como hay que ni contrario; oye: «vencer o mirar»,-quiere decir: «Vencer o morir», y se
serlo hasta descargar la estupidez de la adolescencia, y las ansiedades. ugiganta.
Pero después,- después, creo, demostré, en más de un discurso, mi fibra Y sin embargo, el ideal sería la mujer que colabora. Apasionada
de gran hombre; esta situación provisional en que me haUo servirá para ·01110 uno, resuelta. No te reprocho nada, ¿eh? Quiero decir que el ideal...
que aprecien mejor mi grandeza cuando pase a la acción. Te lo he dicho E11 fin, yo me voy, Amelia. Cumpliré con El y con la Patria. Mira, antes
cien veces, no es posible que no hayas comprendido. Y menos, todavía, d · irme, cóseme esta cartuchera aquí, ¿quieres? Gracias. Con Dios y con
que no me creyeras. In Patria. Debemos olvidar nuestros intereses personales. Te diré : si un
... no creías? Pero, ¿por qué no me lo confesaste nunca? ¿Hizo falta solo día hubiera sospechado yo que tú ...
que me vieras vestido así, con este casco y esta escopeta para que dudaras? ¡,Así que no creías? Es increíble. ¿Cómo qué? ¡Que no me creyeras!
¿Y cómo, si no, hubiera vivido en este maldito país, cómo, de no 1>ic1. y nueve años madurando el plan, buscando apoyo, juntando armas,
sostenerme la idea de liberar a mi pueblo? ¿No comprendes que para mí y llÍ . nada, como si eso no existiera, como si mi vida fuera encerrarme ocho
es imposible habitarlo sin que la sangre me grite: «derriba el sistema, barre horns ·n la oficina, llevarte al cine los viernes, salir al campo en el Renault
las estructuras, pelea»? los sáhados y volver los domingos de tardecita para visitar a tu madre y
Acepto que me conduje sigilosamente, bueno fuera ... Pero te dije, t'om ·r sus horribles albóndigas. Inconcebible. Pero, ¿y qué pensabas,
más de una vez, mis intenciones. Claro que si no creías ... ,·uundo te decía que tenía una reunión secreta y volvía a las dos de la
Yo fui lento; lento y precavido. En diez y nueve años encontré sólo 1111 ana'! No, no me contestes. Qué triste, qué triste, Amelia. Te imagina-
h 1s 'I" · yo ... Qué triste.
luis Compodónico U[N I S

Bueno, yo me voy. No, ahí, no; cósela acá, aprovecha esta franja de ¡Pásame el impermeable, dale! ¿Pero dónde te has metido? ¿Cómo,
tela y la agarras al pantalón. ¿Lindo, el pantalón, verdad? Y fortísimo. Me 110 estás en el teléfono? ¡Amelia! ¿Dónde estás? ¡Amelia! ¡Amelia!
durará toda la campaña. ;,Dónde se habrá metido? ¡Las siete y cuarto, y yo tengo que irme a
Bueno, me marcho, Amelia. Es posible que no nos veamos por ~ 111pe zar la revolución!
mucho tiempo. Tendrás que ser valerosa. Mientras la victoria parezca
indecisa, ellos le respetarán, no correrás riesgos. Después, te aconsejo que
huyas, si no, te emplearán como rehén. Te vas a la estancia de tus primos (A Franroise)
y allá te quedas, quietita, hasta que pase todo. Y o mandaré por ti, cuando
llegue el momento. No te pido fe, por supuesto, porque si hasta ahora ...
¿Con que de veras, no creías?
Qué barbaridad. Bueno, a ver: el dinero, los falsos documentos, el
cajón con armas, la caja de municiones, los mapas, la brújula, la radio. El
revólver, el casco y la escopeta. Estamos. Llámame un taxi, ¿quieres?
¿Qué me miras? ¡No pretenderás que salga para la sierra en un ómnibus
municipal y con esta ropa y toda esta impedimenta! Necesito un auto y
prefiero dejarte el Renault. Anda, pídeme un taxi.
Será difícil, pero los convenceré. Los paisanos son más puros que los
de la ciudad. Algunos se plegarán de entrada, y en cuanto contemos con
unos veinte bien adiestrados, ocupamos el primer pueblo del plan. ¡Etapa
uno, fase A! ¡Desde entonces, gobernará la inercia; la inercia todopode-
rosa! Ah, tengo que llevarme una muda limpia. Y me olvidaba del cartón
de cigarrillos y la gasolina para el encendedor. Dime, aquella valija verde,
chica, ¿la tienes ocupada? Dámela, también, y agrego unos libros y varias
toallas. Almohadas, me puedo llevar un par, ¿no? Necesito el pullover
negro, el más grande.
¡Caramba, qué lista larga! Y eso que pongo lo mínimo, lo imprescin-
dible para un poco de comodidad ... No, mira, la dejo, la valija verde. Es
demasiado bulto. Con comodidad o sin ella, triunfaremos. Es un problema
de fe, se trata de creer. Pensar que tú ... ¿No creías?
Eh, ¿todavía estás hablando por teléfono? Voy a poner la linterna, en
cambio, y aquel cuchillito de monte que me regaló tu tío. Hubiera
separado un baúl... Con la dificultad de mantener el secreto y reunir todo
a último momento, voy a acabar dejando cosas importantes. ¡Amelia! ¡El
cuchillo de monte, aquel que me regaló tu tío! Y el impermeable,
pásamelo, ¿quieres? Me lo voy a llevar puesto. Es mejor que esconda el
uniforme hasta que me instale. ¡Si por lo menos me esperase un cómplice,
en la montaña! Un solo cómplice ...
UINI OS

los puentes, cerraron las rejas; te dijeron que de allí no saldrías sin saludar
a tu madre, la reina, que aún no regresaba de viaje.¿ Cómo era posible tanta
· ·rcmoniosa crueldad? Pusiste entonces fu ria en los gestos, gritaste; tus
d ·dos aferraron las rejas, y no las soltaron por una noche y un día. Sin
1t ·nder al invierno, muda, los dientes apretados y deseando que tu madre
110 volviera, para vengarte de ella en ti misma.
Ya reunida con él, aumentó la furia, y cada día fue rosario de torturas.
LA TERRIBLE Qué horrible, explicar lo que no se entiende. Insultaste y odiaste, a fuerza
d · amar. Golpeaste a una mujer que decían su momentánea favorita, le
·orlaste las trenzas, le desfiguraste la cara con tijeras. El empezó a llamarte
< la terrible», y acaso más que tú a él te detestó, auténtico flamenco, porque
·11torpecías sus gulas y sus tranquilas tristezas, y hasta lo empujabas a
No ar con el suicidio.
Vinieron los vacíos. Rechazada por el amante, inalcanzada por el
E n cuanto lo viste, te supiste capaz de abdicar tronos y fastos, n:poso, tienes que contentarte con tu soledad. Te encierras en ella, entre
comprendiste que allí terminaba tu vida, morían tus deseos en un solo NU S sólidos y benignos muros, y cada día te instalas ante la misma ventana
deseo. Ya no eras libre, en ti ya no estabas; el aire te rodeaba equivocada- para mirarte a lo lejos, los ojos sin deseo, resueltos a aprender otras
mente, porque en él debía rodearte, y en su abrazo. Ausencia insoportable. n•p ras. Pero cuando regresabas al mundo, el espejo te decía, sin remedio,
Insoportable es la espera de la boda, y en el campamento mismo del qu · seguías amando.
encuentro, lo llevas a tu tienda. Y allí se amaron. Una sola vez reíste. En confusa tormenta, el barco en que viajaban
Desde aquel momento final con que ingresaste a la locura, se quemó purccfa zozobrar. Te arrojaste a sus pies y abrazaste sus rodillas, alegre de
tu paciencia. La fe es difícil, porque obliga a desconfiar de lo que vemos. morir con él. El barco no zozobró y te forzaron a componer tu rostro de
En los pujantes ojos que encendían en tu rostro negro fuego,- brotó pilnc ·sa.
entonces la fe sorprendida con que dudaste hasta el último día. Para alejarte de los asuntos de Estado, tu padre, rey, y tu esposo, te
Tu esposo,- frívolo o demasiado hermoso, busca amigas lujuriosas 1d111itieron reina sin otorgarte poderes. Discretamente opinaban mal de
donde cambian, con sus cuerpos distintos, las formas del placer que tu s largas estancias frente a la ventana, donde te mirabas a lo lejos, los ojos
desespera. Y como tú, al contrario, sólo deseas a él y sus formas, como sólo In d ·seo, mientras en tu vientre latía el sexto hijo.
con él cambia para ti el mundo en una noche, quedas presa de la turbia A la muerte del amado rozaste la paz, balbuciente y cruzada de
enredadera de los celos. 11111hras. Su cuerpo embalsamado no eludía más tu presencia, ni su sonrisa
Rebosan en tu vientre las vidas que te aislan. Esperaste un hijo varias lnv itaha a otras mujeres a seguirlo. Se queda quieto, humilde, en su ataúd
veces; seis, alumbraste, separada del padre, de tu esposo insolente que 1k 1ohlc, y cada noche vienes y lo admiras, y cada noche compruebas que
rehúsa ser tu amante, que durante meses te olvida para correr de las fiestas 11· rs 1i ·l. Ni siquiera la epidemia te obliga ya a separarte de él. Abandonas
a la caza, tras la risa de diosas desconocidas. ¿Y qué príncipe es este? ltur>1os y corres a Torquemada, llevándotelo en su caja. Por precauci6n,
Una tarde recibiste de muy lejos (de Bruselas) la carta en que el p 1111 ·vitar encuentros, sólo viajas de noche. Soldados con antorchas y
esposo ---como un amante-confesaba la necesidad de verte. No sopor- 1111111j ·s armados te acompañan sin entender tu alegría. Quisieran que
taste, de nuevo, aguardar, y ordenaste la partida inmediata. oh ·rnas ·s, ahora que eres reina verdadera, pero tú vas detrás de Felipe,
Pero el castillo de la Mota obedecía a un jefe sin prisas. Levantaron rn 111111 silla de mano.

+82
Lui1 Compodónico •

¿Y no habrá de despertarse? Por si acaso, dispones en cada pausa una


guardia armada en torno a su fino cuerpo inmóvil, y·ordenas se prohíba a
las mujeres acercarse al ataúd. Nunca paras en conventos de monjas, que
podrían tentarse. Si despertara, esta vez, sería sólo para ti.
También a Torquemada llega la epidemia, y huyes a otra ciudad, y
luego a otra, y a otra. Así vagáis dos años; él, humilde, en su ataúd de roble;
tú, amándolo como no te permitieran. Así besas cada noche el frío de su
rostro incambiado, su piel seca y definitivamente cerrada. Así vagas aún,
española terrible, enamorada de interminable esperanza; apenas lo crees
IL MIO TORMENTO
cierto, apenas crees que tu esposo esté a tu alcance, siempre quieto,
siempre solo, sin traición posible, esperando tu caricia, esperando tu
mano.

(A Manuel Flores Mora. Memoria de Juana, hija de Isabel de


B emasconi piafa fuerte, vuelve a la posición de pierna flexionada
1'1111 la rodilla en punta, trae una mano hasta el pecho, apoya la otra en el
Castilla y Fernando de Aragón, madre de Carlos Quinto)
1110 ropero que ocupa el centro del salón, abre mucho la boca y espera un
Negundo, dos segundos;

en sus oídos sonaba, poderosa, una séptima disminuida: la séptima


va. 4uc su amor, disminuido por ella, corría peligro. Bernasconi quería
c·llpulsar esa séptima, quería trompetas, claridades, triunfo. Por eso gime
tlul ·emcnte con sus mejores agudos: il mil tormento, il mio tormento. Su
1·11ormc boca desata céfiros.
•n la platea, el marciano disfrazado de hombre no comprende y se
tlu: • por lo bajo: gñññ - trrrrr - ptkp tsssss ...
Ondeaban los vestidos de Matilde Caracalla, de rodillas ante él, la
t' 1lw:r.a entre las manos, oculta en interminables cabellos sufriendo de no
111111rl11 ya hasta el próximo jueves.
11 mio tormento. Los ojitos de Bernasconi, en el fondo de remotas
1 1vrrnas, se fijan, lejos, en el remoto ideal, como en dirección de un brazo,
1k 111111 mano que señalaran. Desde el cielo, una luz amarilla cae sobre su
1lc-, ).!rucia y sobre el dolor de Matilde.
Al decir il mil tormento, la buena pronunciación exige a Bernasconi
~ e· tos wntrarios, y parece sonreír; por eso, al primer silencio, se apresura
11dc·s ·omponcr el rostro, le da sufrimiento contrayendo las comisuras de
lo l 1hios; larnhién agranda -lo poco que puede- sus ojitos, y sacude la

•84 85•
Luis Compodónico ,

¿Y no habrá de despertarse? Por si acaso, dispones en cada pausa una


guardia armada en torno a su fino cuerpo inmóvil, y·ordenas se prohíba a
las mujeres acercarse al ataúd. Nunca paras en conventos de monjas, que
podrían tentarse. Si despertara, esta vez, sería sólo para ti .
También a Torquemada llega la epidemia, y huyes a otra ciudad, y
luego a otra, y a otra. Así vagáis dos años; él, humilde, en su ataúd de roble;
tú, amándolo como no te permitieran. Así besas cada noche el frío de su
rostro incambiado, su piel seca y definitivamente cerrada. Así vagas aún,
española terrible, enamorada de interminable esperanza; apenas lo crees
IL MIO TORMENTO
cierto, apenas crees que tu esposo esté a tu alcance, siempre quieto,
siempre solo, sin traición posible, esperando tu caricia, esperando tu
mano.

(A Manuel Flores Mora. Memoria de Juana, hija de Isabel de


B emasconi piafa fuerte, vuelve a la posición de pierna flexionada
la rodilla en punta, trae una mano hasta el pecho, apoya la otra en el
1' 1111
Castilla y Fernando de Aragón, madre de Carlos Quinto)
1110 ropero que ocupa el centro del salón, abre mucho la boca y espera un
11cgundo, dos segundos;

en sus oídos sonaba, poderosa, una séptima disminuida: la séptima


v "'· 4ue su amor, disminuido por ella, corría peligro. Bernasconi quería
c•xpulsar esa séptima, quería trompetas, claridades, triunfo. Por eso gime
dul ·cmente con sus mejores agudos: il mil tormento, il mio tormento. Su
1·1111rmc boca desata céfiros.
En la platea, el marciano disfrazado de hombre no comprende y se
ilu.:c por lo bajo: gñññ - trrrrr - ptkp tsssss ...
Ondeaban los vestidos de Matilde Caracalla, de rodillas ante él, la
1• 1hc:r.a entre las manos, oculta en interminables cabellos sufriendo de no
111111rlo ya hasta el próximo jueves.
11 mio tormento. Los ojitos de Bernasconi, en el fondo de remotas
1 1vt mas. se fijan, lejos, en el remoto ideal, como en dirección de un brazo,
1k 111111 mano que señalaran. Desde el cielo, una luz amarilla cae sobre su
1lr, ~rada y sobre el dolor de Matilde.
Al decir il mil tormento, la buena pronunciación exige a Bernasconi
~e· tos conlrarios, y parece sonreír; por eso, al primer silencio, se apresura
11 tlrscomponcr el roslro, le da sufrimiento contrayendo las comisuras de
lo l 1hios; lambién agranda -lo poco que puede- sus ojitos, y sacude la

•84 85+
lu11 Compodónico UINI OS

nariz, y la melena, que roza el cuello de la gran camisa blanca. La mirada al foso. A una señal del director, enloquece de amor, y la Caracalla
Caracalla, capaz de eternidades, sigue llorando infatigablemente. ·011 él: ilmiotormento, ilmiotormento, y la orquesta con ellos:
11 mio tormento, repitió Bernasconi, picado por tanta inmutabilidad. ilmiotormento, ilmiotormento.
Y agregó un quinto tormento, pretexto para piafar a más y mejor, esta vez Dolor venturoso, esta vez, dolor a dos, en dúo: lloran de alegría,
con el otro pie, al tiempo que intercambiaba Ja posición de Jos brazos. 1cpi1cn las palabras sólo por la confusión del entusiasmo. Alfredo
Un instante, Bernasconi imaginó que Matilde se dejaba convencer y B ·rnasconi y Matilde Caracalla estrechan sus vínculos y retoman, juntos,
empezó a blandir sus recuerdos, y a citar el pasado feliz: ¿te acuerdas? 111 ·j illa contra mejilla: ilmiotormento.
Aquella tarde en que me diste tu manecita, y ambos etcétera. Se preparaba El telón empezó a bajar lentamente, y la orquesta dejó la séptima
ya para susurrarle, pianissimo, al oído, un ti amo caluroso y púdico-, dis minuida por trompetas, claridades, triunfos que llenaron el aire gracias
cuando resonó otra séptima, disminuida pero violenta, fragorosa, incitan- 11 a ·orde de la mayor.
do a la catástrofe, obligándolo a dar un respingo, como si hubiera oído un El público sale del arrebato para entrar en el delirio: salta sobre las
elevado cañonazo. La orquesta se metía demasiado en sus asuntos. h111acas, lanza al aire los sombreros, silba, grita, llora, ríe, exclama bravo,
En la platea, el marciano disfrazado de hombre no comprendía y se ~ · rasca, agita la cabeza, los brazos, Jos zapatos, aplaude, transpira, se
decía por lo bajo: gñññ - trrrrr - ptkp tsssss ... dl'svanece. Bemasconi y su Caracalla, quietos, mantienen la boca bien
Bernasconi echa atrás la tórrida melena, cambia la dulzura por el 1hi ·rra en la última vocal, para que se vea que siguen viviendo. La buena
odio, la ternura por el asco, Ja paciencia por Ja prisa; suelta una mano de ¡111111unciación les exige un gesto de desagrado, casi de repugnancia.
la Caracalla que apenas empezaba a acariciar y antes de que ella, El marciano disfrazado de hombre no comprende y se abre camino
desconcertada, intente el más mínimo gesto, profiere un grito terrible, 1 lrnvés de la muchedumbre, pensando: gñññ - trrrrr - ptk tsssss.
espantoso, gástrico, quirúrgico: il mio tormento, addio. Addio, il mio
tormento-tormento. Addio-il-mio, ilmio-addio, ilmiotormentoaddio-
addioaddio. (A Angela Molea de Campodónico)
Recobra alguna dignidad. Por el vestíbulo surgen guardias armados
con lanzas de cartón, rectísimos, bajo Ja pesada madera de los cascos, y Je
exhortan a coro: andiam, andiam. Y precisan también: partiam, partiam.
O sea que le dicen v ' monos, vámonos. Bernasconi gira sobre los talones
y Jos enfrenta wn el rostro blando pero viril: oh dolore, afirma, oh
terribiledolore, explica a sus soldados fieles, oh terribileterribiledolore,
confiesa a la platea.
Parecía dispuesto a marcharse cuando Matilde, felina, sintió de
golpe que le volvía el amor a los pechos y en vibrante salto tomó a
Bernasconi por el cogote incrustándole, sin pausa, amplias, obstinadas
vocales en la nuca: Alfredo, non partire, io ti amo, Alfreedo, oh dolooore,
non partiiiireeeeeee.
Los bigotes de Bernasconi --que en efecto se llamaba Alfredo- se
erizaron de sorpresa. Entreabre la boca y moja sus labios con la lengua,
como refrescando las ideas. Luego permanece pensativo un instante, se
vuelve y toma a Matilde en sus temblorosos brazos echando, de reojo, una
+86
l'l UI NIOS

!'rulas, verduras, quesos, harina para mi horno y alguna miel. Dispongo del
1•ua dara, en esta fuente, y del buen fuego, en esa chimenea. Y si quiero
11 ní a alcanza con que escuche. Afuera, las alas negras del viento esperan mi
1' 11110 con su canto, y de arriba cae, discreta, la voz de las estrellas.

A1sal ir, debo contenerme para no bailar. El, sin violencia, desordena mis
1 11 ·llos y confunde mi cuerpo con su caricia vigorosa, sutil y fresca. Camino

''l'I cnando mi entusiasmo, esforzándome en no correr, apaciguándome con

AMO 1"·11samientos lentos. Mis pies saben tan bien el sendero que ciego me
lll'Varían, pero aun así, prudente, voy reconociendo, uno a uno, los puntos de

EL VIENTO NEGRO 1r k r ·ncia. El arbusto, a la izquierda, más lejos la hondonada, luego el tocón
1•1111r111c. Las noches de luna, aunque la marcha es más fácil, más rápida, me
1 111110 todavía más, ando muy despacio. Tanto, que debo apresuranne, al

11 ~ 1 ·so. para evitar el sol. Me demoro.

Es que la luna me incita a apropiarme temblores que aún no domino. Al


Amo el viento negro sobre todas las cosas, y también el bosque, 1111111 ario de las luces fuertes, la suya me ayuda, y al llegar al bosque casi
aunque menos. No sé si es exactamente amor. Acaso lo que llamo ~or sea 1 k ~ lall "zco de placer. La piel, erizada, se entreabre finamente, vago entre los
más bien placer de posesión o deseo -irrefrenable:- de hun~u:me· de 1 1he11 ·s como un dios de tiniebla, levemente inseguro y sin embargo podero-
sumerginne en el viento negro y en el bosque, como s1 buscara d1lu1nne en 11111110. El viento, cansado de acaricianne -acaso inútil, ya- se multiplica
ellos volvenne ellos. Sé que cada vez que llega mi hora, mientras emprendo 1111111 a las ramas y habla un lenguaje complejo, desmenuzado, de incontables
ta m~cha por la noche del sendero que empieza en mi cabaña y termi?a en las 11111l1l'cs superpuestos. Me espía sin situarse con precisión en ninguna parte,
primeras frondosidades, me siento tierno y frágil como un ~bol JOVen; ,Y v v1t1,i la, astuto, mi andar de ebrio lúcido. Las noches de luna le gusta más
sincero, y dulcemente conmovido. Soy quien debo ser, Y nadie, nada podria uh r1 varme; sé que espera mi gran decisión, para la cual me he preparado
danne envidia. . . 1h1111111 ·tanto tiempo.
Todo este lado de la región, apenas poblada por distantes y sohtanos Alrnvieso el bosque en menos de una hora, y dos horas después de dejar
pastores, ofrece l.1 taja del viento fecundo que respiro hast~ embriag~e, h1' 11h11 11 me encuentro frente al miserable caserío. Sólo con luna entro en él;
y del bosqu , ..i l 11.: me dirijo cuando debo; sobre todo.del v1ent~: el rápido 111• '"' ·I linde, lo veo dormir tontamente bajo el viento negro, que al salir
aire negro, el desenfrenado, hecho aquí de sombras débiles y furtivas, allá de 1 111111111-10 de la espesura reúne otra vez sus fuerzas, se reorganiza, y, más
sombras profundas,- sombras, en todo caso, de las que ignoro ~a frontera, en 1111111 llko, cambia sus caricias por golpes, como si pensara, él también, que
las que paulatinamente penetro y donde desarrollo, muerto el d1a, el canto de 1111111 1111·11os para la gran noche.
mi gozoso silencio. . . l11111110 oficiaré. Será la etapa suprema de mi vida, su primera culmina-
Nadie viene. No hay coches, ni cartero, m tunstas. No se molesta a la ' h 11, rl n 1111i ·ni.o de una serie de momentos hábiles, agudos, que dedicaré al
tierra con trivialidades, no se responden preguntas, no se comenta el tiempo, 11 111111 y al hoS<1ue. Descubriré entonces, en el extremo apogeo de mis labios,
no se atienden visitas, no se sale para ofrecerlas. Se vive a la espera de la noche, 1111111111111 1hl ·s fuentes de goce, de gusto áspero.
como yo hago, durmiendo mientras el sol disipa, momentáneamente,_la A11111 ·I viento negro sobre todas lac; cosas, y también el bosque, aunque
sabiduría sagaz de la comarca, hasta que derrotado por la verdad, las montanas ll M1111 , y q11i:t.ás amulo mismo o todavía más esa palidez de la luna que alienta
lo devoran en el horizonte. 11l11pl1111s 1111 ·111c, 4uc me besa en la boca. Pronto oficiaré.
El ritmo de mis quehaceres no tiene deficiencias. Bajo sólo una vez por (A V/ad D. joven)
semana al lado malo del paisaje, y compro en el pueblo el mejor sustento:
89•
•88
UEN! OS

mes? ;,Empezaban el miércoles? Calixto y Fortunato apoyaron el pulgar


en la frente y se la rascaron con el índice. Las charreteras y las gorras con
visera negra las encontraban un tanto incómodas. Por lo demás, la mayor
part e del tiempo deberían trabajar separados apenas por metro y medio de
distancia, y prácticamente sin cambiar de posición.
Calixto y Fortunato dejaron de rascarse, se pusieron de pie y
p ·nsaron: vamos a probar, y que no se hable más de ello. Si todo anda bien,
AMBOS s ·guimos; si no, abandonamos.
Dificultades no faltarían. Ya, por lo pronto, el hecho de que el Banco
1·nrase a las cinco, los obligaría a transferir al crepúsculo su melancólico
11 1s ·o de dos horas por las avenidas, tomados de la mano. Pero, por otro
1ulo, ocho horas diarias de actividad eran más que suficientes para
1 11luhorar con la sociedad y en ningún lugar los tomarían por medio día.

A Calixto y Fortunato la cosa les pareció incierta: acas? exenta


de verdaderos atractivos, pero acuciados tal vez por la mcert1dum~re
El gerente dudaba de que fuesen necesarios dos ujieres para vigilar
l 1 puerta giratoria en las horas de afluencia y llevar de una a otra sección
d11rn111cntos en las horas calmas. Ambos habían destruido la segunda
misma, aceptaron. Una vez en casa discutieron las ~enlajas Y. ?esventaJas 1' u 1· de esa duda insistiendo en que acostumbrarían fácilmente al perso-
del empleo para decirse, al final, que más valía astr la ocas1on al vuelo, 1111 1recibir de uno, silencioso, los papeles, mientras el otro explicaba de
antes de que el pájaro cambiara de opinión. , . ljlll s ·trataba. Si bien el gerente aceptaba como poderosamente higiénico
Calixto y Fortunato no lo conocían pero parec1a seno, sever?. S~lo •' h· I' ·parto de energías, faltaba aún eliminar la primera parte de la duda,
les molestaba su sonrisa taimada, y más aún el modo vagamente inquie- 1h•11111strar que sólo gracias al esfuerzo conjunto de ambos la puerta
tante con que la cerraba, de pronto, como si recordase insonda~les secr~tos 1 1111ria del Banco Unido del Sur Para Varios Continentes Asociados al
que Ja amabilidad podía revelar. Sus palabras, por el con~rano, autonza- Nrn 1 • sería la más eficaz, la menos lenta y la más segura del país.
ban la mayor confianza. Y su sinceridad no carecía de vigor: A fin de preparar debidamente su victoria, Calixto y Fortunato
-En una palabra, ya que aceptan. les propongo una duda, una duda 1k1hrnron una hora al estudio y al adiestramiento. Aparecieron los
doble -habían oído-. Y sin duda, una duda, lo era, y propuesta con 111 l111rros problemas técnicos, presagio desgraciado e intimidatorio. El
honestidad y hasta con desenfado. . 111 !ocio adoptado preveía que Calixto, desde la izquierda, empujaba una
Pero esa sonrisa y el modo de cerrarla ... Calixto y Fortunato volvie- hoiu tk la puerta, y enseguida Fortunato, asomado desde la derecha,
ron a preocuparse, por más que en sus pechos crepitara la sen~ación de.un 111h•111111s alixto se separaba para dejar paso al cliente, palmeaba apenas
futuro menos indiferente para con el mundo, más armonioso, soc~al. '" h1111 siguiente y empujaba más la otra, al tiempo que Calixto vigilaba
Daban vueltas desde enero, buscando trabajo, y esta excelente solución 11 l 1 vuelta de la hoja que debía palmear, precediendo a la que debía
provisional no les impediría hallar, después, algo mejor. Por supu~sto •.no 111p11 11r .
tes corría ninguna prisa. Rentas magnánimas les ahorraban la obhgac1ón ( '1111 ·luido el primer ciclo, el esquema se repetía: Calixto, palmeo
del sustento. Habían resuelto trabajar para ocupar lo que llamaban «UD h11j11 uno, ·mpuje hoja dos; Fortunato, palmeo hoja tres, empuje hoja
lugar activo en la sociedad contemporánea». Lástima la sonrisa del 111111111, <'ulixto, palmeo, empuje; Fortunato, palmeo empuje; Calixto,
gerente, y el modo de cerrarla. .. . _ . 111111, do : Fortunato, tres, cuatro. Calixto, Fortunato, uno, dos, tres, cuatro.
¿Qué hacer? ¿Iban, como prometieran, manana, a probar los umfor- h l tnt todo era válido, en realidad, sin público, y por tanto casi nulo.
Luis Compedónico CUENTOS

No se podía impedir que un cliente se introdujese en la puerta antes o «Rápido, rápido, los señores que salen.»
después de lo debido, y apareciera frente a Calixto o a Fortunato preten- Cuatro exhortaciones bien colocadas y basta. Intentaron comunicar-
diendo entrar en el preciso momento en que iban a empujar otra hoja. s · con el gerente, pero el muy taimado se negó a recibirlos. No en balde
Además, la aparición de clientes demasiado lentos o demasiado rápidos Non reía como sonreía y cerraba su sonrisa de aquel modo .. .
complicaría la operación en grado imprevisible, ya que no les estaba Meditaron sobre las penurias que suele imponer el mundo a quienes
permitido exhortarlos o azuzarlos. A este respecto el gerente era conclu- h1 '. nestamente buscan incorporarse a la vida social y contribuir, con actos
yente: terminantemente prohibido hablar a un cliente como no fuese para 111 ilcs, a mantenerla bien organizada. Por suerte habían realizado su diario
contestar a una pregunta o saludo, y terminantemente obligatorio sonreírte pus o por la mañana temprano, y ahora podrían, sin remordimientos,
sin mirarlo a los ojos. 1· ·harse una siestita que los sosegase. La necesitaban. Una vez descansa-
Otros problemas se presentaron con el estudio detenido de aspectos dos, discutirían en detalle dónde pedir trabajo al día siguiente. Tanto
separados de la tarea. Quedaba indeterminada la actitud a tomar si a uno ( 'ali xto como Fortuna to poseían la fuerza de carácter que impide desalen-
de los dos la fisiología le exigía una visita al baño en horas de afluencia: 1 11 N • ante los primeros reveses.

no sabían qué hacer si dos personas coincidían, exactamente, la una


queriendo entrar en el banco y la otra queriendo salir de él. Se preguntaban
qué sucedería si tres o más personas se atrevían a entrar o salir al mismo (A José Pedro Díaz)
tiempo usando de los cuatro huecos de la puerta simultáneamente, o si dos
se metían en un mismo hueco (dos personas muy delgadas, por supuesto);
cuanto más se multiplicaban los problemas, con menos entusiasmo veían
el futuro.
Pese a ello, fieles a sí mismos, Calixto y Fortunato se presentaron a
las nueve en punto de aquel miércoles, relucientes en los uniformes con
charreteras y gorra, frente a la puerta giratoria.
No llegaron a las diez, porque hacia las diez menos diez, un palmeo
errado de Calixto provocó la caída de un cliente que a su vez, involuntaria
pero enérgicam~nle , arrastró a otro contra un vidrio. El vidrio estalló
cortando la nariz del primero y rebanando una oreja al segundo, mientras
Fortunato, que había intuido la catástrofe, se lanzaba para socorrerles,
recibía en el pecho otra hoja de la puerta y chocaba estruendosamente con
un tercer cliente a punto de salir.
Una hora después, hacia las once menos diez, completadas las
declaraciones a la policía, entregados los uniformes y las gorras, abando-
naban el lugar. El pequeño accidente les había sugerido la solución. ¡Era
tan fácil! Hubiese bastado con que los autorizaran a avisar a los clientes,
a dirigir el tránsito. Hubieran repartido la muchedumbre en dos corrien-
tes ...
... Tan sencillo ... Calixto: «Por aquí, no, señor.» Fortunato: «Un
momento, por favor, señorita.» Calixto: «Ahora, señora, vamos.» Fortunato:

•92 9.~.
UEN!OS

- No mucho más que su nombre. Se llamaba Sylvie Natt och Dag:


Silvia Noche y Día. En pocos momentos de expansión, sostenida por el
11 ·ohol, me enteró de la profesión de su padre, en Estocolmo, y de los
n1111dios interminables con que lo forzaba a admitir su permanencia en
1:rancia. No la ví tomar más de tres veces, y las tres se sacó los zapatos y
s · s ·ntó en la alfombra para dedicar su silencio a la audición repetida del
mi smo lied de Schumann. Intenté saber si la obra o el músico estaban de
NOCHE Y DÍA 1l1-1ún modo vinculados a su pasado, pero se negó a responder. No sé
1lc111án; no entendía el texto.

- ¿Por última vez? Un martes. Tuve que dejar el trabajo antes de


rwmpo. Contra su costumbre, me llamó por teléfono, insistiendo en que
v ni ·ra enseguida. Era una tarde de enero excepcional, con sol jubiloso y
1 111 ·s frías y sanas. Llegué hacia las cinco. Inexplicablemente, estaba
. ?
{,····
1h11111i ·ndo, o adormecida, y me abrió envuelta en la bata. Amé esos ojos
111·0111prcnsibles, en aquel instante, hasta su fondo verde y vacío, quise
-Alrededor de veinticinco años. Sueca de madre francesa. En París 111111 · ·rlos. Farfulló que yo había demorado demasiado y se volvió a la
desde el año anterior. Sincopaba su andar una levísima cojera sobre la cual 1 111111 , Permanecí en el vestíbulo, atontado, sin saber qué hacer. Después
nunca la interrogué. Taciturna, acaso menos indiferente de lo que aparen- 111 o d · nuevo; me invitaba a entrar en el cuarto.
taba pero raramente dispuesta a interesarse en las cosas; las contemplaba
con cierto inútil asombro, como necesariamente ajenas, y sólo se encendía Pasada la medianoche quise marcharme, pero me pidió que
en los momentos del amor. Entre frenesí y frenesí, las horas fatigosas, il1111111rrn con ella. En la madrugada, un ruido me sacó del sueño. Creo que
incuriosas, se estiraban como interregnos discutibles, refutables. A menu- 111kv111tarsc repetía en voz baja: «tanto miedo, tanto miedo.» Volvió con
do deformaba su rostro una mueca rara pero no trágica: la mandíbula 1111 vrlus y un retrato. Un retrato muy antiguo; el óvalo del rostro era
avanzaba, levantan do a los labios cerrados. 11111111 11 y apenas se distinguía los ojos, la nariz, la boca. Encendió la velas
111 1h puso frente al cuadro, sobre el tocador.
. ....?
{,

M · sentí desazonado, temeroso; apelé al humor sin resultado. Le


-No aceptaba verme más de dos veces por semana, sobre todo en pu unh d · quién era, el retrato; contestó que yo no podía comprender.
aquel primer otoño. Deambulábamos callados por los muelles del Sena, 1'111 111 1111·rn ve1. se apretó contra mí con un gesto parecido al abandono.
y a veces entrábamos en un cine. De pronto, sus ojos rogaban, húmedos, l 111111 i1111111fn, pero yo seguía despierto. Pasé más de una hora espiando
el beso y la premura. Volvíamos a su piso de la Avenida de Breteuil, y la 11 11 1 1h1"111 d · ángel desterrado, ya el retrato al que la luz de las velas,
noche era corta y la mañana alentaba ya, a lo lejos, la torre y su cielo. Un 1h 111 l'I 1·s11t·jo. volvía inquietante, ya los muebles penumbrosos.
dolor inaccesible, un dolor rehusado elevaba su mentón durante la agonía;
cuando gritaba, más parecía su grito de rabia que de placer. La dejaba Al 1lh11. Pas ·I día angustiado, preguntándome si debía llamarla,
dormida, ovillada; como un hermano que temiese despertarla, la besaba I""' h 111l111m· in ·luso el no haber sabido obligarla a contármelo todo.
en la sien y cumplía el rito de la escalera para evitar los ruidos del ascensor.
.
luis Compodónico

-De noche, por el diario. La decían noruega y no sueca. Pedían a


4uien la hubiese conocido que se presentara a la policía. Casi lo hago.
Ignoro qué cobardía --o qué respeto- me detuvo.

-No, no la lloré. Pero deseé que resucitara como si lo creyera


posible. Tuve necesidad de ver de nuevo sus ojos y de besarla en la sien.
Me asombré al recordar el olor de su piel. Soñé con su mentón y sus
cabe) los. Y lamenté entonces que nunca guiara la ternura nuestras manos,
que ningún engaño -ni siquiera el del hábito- entibiara, a lo largo de
FUROR DE BALDOFIOS
catorce meses, una relación tan imperiosa, desesperanzada. Y pretendí,
con esfuerzo, olvidarla.

-¿Hoy? No sé. Sí, la lloro. O no, es como si dudara de que haya


muerto.
q111:
e u ando 1lega de arriba la orden de bajar los baldes, los baldofios,
hasta entonces dormitasen o vagasen lánguidamente por las nubes
l'1111111 ángeles sin adoradores, se agitan, se excitan como avispas. Algunos
los más desalmados- aprovechan la tradicional indiferencia de los
e '1rl11s Medios para cometer fechorías echando, por ejemplo, sobre la
1 r 1111, cenizas, o piedras, o esponjas. Pero la mayoría cumple, mal o bien,
11111 su tarea, y llena los baldes de agua a medida que los va recibiendo o
111 vu ·fa regularmente a medida que los va llenando.
No todos los baldofios creen, sin embargo, en la bascendencia de su deber
y 11lc 1 In necesidad de distraerse y una excepcional capacidad para repetir
11M•l11clk mnente cada gesto hasta lo infinito suplen con ventaja la fe en la obra.
1~ 11 pocos minutos, el país que se halla debajo empieza a mojarse y
111 tt1•11t • dice : llueve.
<'011 ·luido el vaciado de los baldes, los baldofios se dividen en
111111111 ·s y parten formados de a cuatro en fondo, con una simetría casi
pc•1lr1'1 11, hac ia otras nubes, donde dormitarán , vagarán o languidecerán
1111 111 r l pr(1ximo trabajo.
1.1 pe ríodo que sigue a cada vaciado es tan duro de pasar como el
1mtr 11or, y un poquito más melancólico. Algún baldofio rencoroso en-
1 11 11t1 111 v · ·es modo de escapar a las tenazas de la melancolía cabalgando
11h1 t 1111 uvi(m y rompiendo rápidamente un motor o provocando su
11111 it 11 . En ambos casos los humanos que viajan en el avión se
11 lnlr 11111 n111 1 mi entras 4ue abajo, la gente dice: otro accidente.
luis Compodónico

Los baJdofios no tienen moral. A menudo, en medio de un día esplendoroso,


súbitamente-sin haber recibido la orden-- se ponen a baldofiar una ciudad y
arruinan la mañana o la tarde de miles de humanos. Otras veces agregan por su
cuenta al baJdofiaje haces de rayos y centellas y construyen conflictos
eléctricos que llevan a la tierra sustos, muerte y destrucción.
También suelen agazaparse en las nubes más bajas y posarse por la
noche en las montañas. Bajan por ellas con la increíble velocidad de los
seres altos, y una vez en la llanura o en el valle matan el tiempo volando
puentes, borrando caminos, derribando árboles y despeñando enormes GIGANTE
masas de arena y piedras. Los humanos dicen: qué terremoto.
Hasta llegan entonces a asaltar a los humanos que encuentran y los
golpean y matan sin el menor entusiasmo.
Sin el menor entusiasmo: no es seguro que los baldofios los odien.
Obran por juego, por espíritu lúdico, por ociosidad, por indisciplina, por
aburrimiento, por fatiga, por inercia. (La inercia es inmoral).
Acaso están hartos, pero es difícil decir de qué. Lo cierto es que con
J ohn Alexander Power fue innumerable paradigma de una socie-
dad heroica, y notablemente contribuyó a la grandeza monopolicana en
frecuencia se rebelan contra las autoridades célicas y pelean ferozmente los campos de la ciencia, la invención, la enseñanza, la literatura, la
con los jefes de cohortes. La lucha termina siempre del mismo modo: asistencia social, la diplomacia, el periodismo, los negocios y las religio-
muchos baldofios resultan evaporados, a otros se los castiga transformán- nes.
dolos en agua. Los menos -los más culpables- son enviados a trabajar Nació en la privilegiada Bostonus, colonia de M., el 17 de enero de
sobre planetas más largos, con menos horas de descanso anual. 1706, décimoquinto de los diez y siete hijos de un matrimonio casto,
Ninguna autoridad ha conseguido hasta ahora domeñar lo que en los ejemplar y obsedido. Su padre, que fabricaba blancas velas de barco -
Más Altos llaman comúnmente un furor de baldofio. Y este furor ha oficio pacífico y puritano pero poco remunerativo-- lo sacó de la escuela
ganado, dicen, algunos bienaventurados y hasta dos o tres santos que no en tercer año. Obligado, aprendió a leer solo.
tienen, siquiera, la distracción de los baldes. ES posible que el furor habite El niño alimentaba bien sus curiosidades. Comenzó a observar, en
ya las almas de los Grandes Jefes y hasta la de los Ultimos Discípulos, en sus ratos libres, la bahía de Bostonus, y un buen día cayó en la cuenta de
cuyo caso -¿cómo no temerlo?- quién sabe si el contagio no acabará, que tomando un barco podría partir. Alarmado, su padre pidió a John-
un siglo u otro, por afectar a Merlín y a los mismos Dioses. John, uno de los catorce hijos mayores, que distrajera a John Alexander.
En todo caso, cuatro santos han pedido ya que los degraden: quieren John-John publicaba un periódico, «The Statapouts», y no se le ocurrió
trabajar de baldofios. nada mejor que iniciar a su hermanito en el arte de tipos y prensas.
¿No es este un pésimo síntoma? ¿Qué vamos a hacer nosotros, Ansioso por instruirse, el niño olvidó momentáneamente el puerto y
condenados a nuestros caducos libros de conjuros y a nuestras carcomidas sus deducciones para leer los diarios. A menudo espaciaba las comidas a
escobas, pobres no sólo en medios de comunicación sino también en fin de tener con qué comprarlos, y así se originó la extensa flacura que
medios de organización, si de pronto cristalizara el bochorno y todo habfa de distinguirlo.
nuestro esfuerzo de milenios, nuestro minucioso trabajo y nuestra sabática
Autodidacta en Aritmética, en Golf, Algebra, Silvicultura, Geome-
y alegre perseverancia peligrase ante un furor desmedido y generalizado?
tría, Astrología, Gramática, Lógica, Cálculo Porcentual y Cálculo de Dios
No tendríamos más remedio que transformarnos en baldofias.
o Teología, aprendió incluso a escribir, y tan bien, que su Autobiografía,
(A Alberto y Oiga Mántaras)

99•
luis Campodónica
33 CUENTOS

obra póstuma, constituyó el primer clásico de la literatura m~nopol~cana.


Resuelto a expresarse, publicó en el «Statapouts» vanos art1culos no en esas indispensables informaciones, sino en las sentencias que acerca
con el meditado seudónimo de «Mistress Silence Pissenlit». Cuando de la honestidad, la urbanidad, la laboriosidad, la sobriedad, la discreción,
John-John descubrió al autor, perdió la paciencia y temiendo acaso que el el ahorro y el patriotismo, cerraban cada página. Compuso en total más de
raudal fraterno oscureciera su propio futuro, le hizo la vida imposible nueve mil, y algunas, para siempre encalladas en el alma nacional, se
poniéndole tachuelas en la sopa, serruchándole las patas de la cama, repiten aún hoy en todos los monopolios, por ejemplo: «Dios ayuda sólo
agraviándolo, en fin, con anónimos difamantes en qu~ }º trataba de a quienes se ayudan a sí mismos sin pedirle ayuda» (también conocida en
ecléctico. Entristecido pero enérgico, John Alexander evito la querella Y su versión abreviada: «Dios ayuda a los que no necesitan ayuda»), «Tanto
se marchó a Bobadelfia. va el cántaro al agua que al final se llena», etc.
Afortunadamente los bobadélficos, menos agresivos que John-John, A los cuarenta años, John Alexander Power, ya acumulados sabidu-
reconocieron de inmediato sus diversos talentos. Aliando sus an~iguos ría y dinero, se retiró de la enseñanza y los negocios para dedicarse por
sueños de viaje con nuevas preocupaciones, más maduras, por el bienes- entero a la política y la ciencia.
tar, Alexander deseaba, entre otras cosas, fundar una imprenta. Como ~I Desde joven acostumbraba reunirse con negociantes, comerciantes,
Gobernador de Pensilvania, Sir John Keith, le prometiese ayuda económi- vendedores y corredores de bolsa para cambiar ideas sobre la prosperidad
ca a un interés anual irrisorio, partió para Inglaterra con intención de del país. Su madurez impulsó estas reuniones y el grupo rebasó la ciudad
adquirir las máquinas. Pero Sir John hablaba, más que como gobernad~r, de Bobadelfia para transformarse en la «Monopolican Philosophical
como diplomático, y John Alexander pasó en Londres año y medio Society», que acogió a los terratenientes y mercaderes más poderosos -
lavando copas en restaurantes dudosos, para pagarse el regreso. Lo ganó más filósofos, en suma- de las colonias. Ellos echaron las bases de la
sobradamente, y hasta aprovechó su forzosa estadía para aprender el Declaración de la Independencia, y su generosidad facilitó la emancipa-
inglés, pero al volver, dueño de dos minervas, encontró, ay, a su prome- ción de los Monopolios Unidos.
tida Deborah Reed, casada con otro, ay. En 1753, las autoridades reconocieron sus méritos. Fue designado
' Apenas enterado, se retiró dos meses en los suburbios, a m~ditar Director General de Correos y allí, no sólo modernizó la gorra de los
sobre este imprevisto contratiempo. Y allí decidió que Deborah enviuda- carteros, sino que inventó, en pocos meses, tres docenas de sellos de color,
ría. Envenenó discretamente al esposo leyéndole, una noche de.torme?ta, forma y símbolo diferentes. También aprovechó su creciente influencia
varios poemas compuestos durante sus meditaciones, y de mmed1ato para fundar el Cuerpo de Bomberos, al que dotó de un uniforme verdegay
propuso a su ex novia el casamiento. Según esperaba, por ~us profundos y un casco con pararrayos extensible.
conocimiemtos de Psicología femenina, ella aceptó regocijada. . Al invento del pararrayos -su primera contribución, precisamente,
Alentado por el calor conyugal, creó entonces la «Pen~ylvam~ en el campo científico- siguió el experimento de la cometa eléctrica,
Gazetting», en cuyo primer número incluyó los poemas '.11ºrt~onos : sutil luego copiado en Europa, por el cual demostró que si la electricidad de una
y cínicamente dedicados «a la memoria del esposo d.~ ':'11 mujer» . Simul- nube se forma por la colaboración de dos polos, uno positivo y otro
táneamente inició la publicación anual del complej1s1mo «Joh? Power negativo, una cometa que imite la forma de una nube puede engañarla y
Almanach», del que salieron veintinueve ejemplares. Se exphcab~ en ·argarse de electricidad sin que la electricidad se dé cuenta. Así nació la
ellos las calidades de distintos productos, en particular bebidas, vestidos teoría de las cargas y descargas, cuyo corolario, a un siglo de distancia,
y perfumes que vendía él en sus almacenes; se in~ormaba sobre la hora de serfa la creación del Cuerpo de Fusileros de Marina.
salida del sol en cada día, las fases de la luna, el tiempo probable -tanto También estudió la llamada botella de Leyde, que en la ciudad de ese
el matinal como el vespertino y el nocturno---, la humedad ambiente y el nombre producía electricidad para honra de tres sabios agualandeses, y sin
santo de tumo. El valor principal del almanaque consistía, sin embargo, nsombro probó que el alcohol que pudo haber contenido la botella después
'lile tantos leydeanos la vaciaran, no intervenía ni por asomo en la
Luis Compodónico •

formación posterior de energía.


Lo que le valió ser condecorado con la Gran Cruz de Agualandia.
El erudito tratado de Geometría Energética «La electricidad y el
zigzag» donde expuso, hacia la vejez, todas sus conclusiones, mereció la
traducción en inglés, vietnamita y coreano del sur.
Su vida pública culminó cuando, durante las fiestas de la indepen-
dencia, consiguió convencer a sus conciudadanos de que cada Estado de
los Monopolios brillaba como una estrella, noción que impuso la bandera REY DE OSCURA
sideral.
El pueblo lo festejó como hombre público. Pero todos sabían ya que
sobre el político, y aun por encima del comerciante, el pedagogo, el
LANA RECIA
piadoso laico, el periodista, el filántropo y el escritor, un hombre de
ciencia -un gigante, como se lo llamó desde entonces- alentaba en él,
sereno descubridor de eléctricas verdades. T e llamas Bohr, y desde que razonas, eres fiel a tu nombre. Un
(Aplausos prolongados) día, muy pequeño, todavía, te miraste en un charco y dijiste suavemente:
«Bohr. Soy Bohr.» Y aceptaste, desde entonces, las consecuencias:
viviste según tu nombre, creciste, en todo, con forma de Bohr. Eres un rey
(A Angel Rama) de oscura lana recia, erizado y hosco; tu piel es alga tenebrosa, impene-
trable, indestructible. Como un áspero racimo de humo negro. Bohr: una
vocal lóbrega y prolongada, en el centro de ti, dando sentido a tu vida.
Muy joven, te sacaron de Su matra para traerte a una limpia región de
Dinamarca, blanca y fría. Pero tú seguiste cultivando tus oscuridades
opacas y calientes, desmentiste el paisaje sin escucharlo. Te dieron
nombre de pila a su modo: Nielsen. Nunca has sido Nielsen Bohr, eres
nada más que Bohr.
La casa que te asignaron es el único consuelo de tu exilio, la única
realidad que admite tu nostalgia; no porque en ella dispongas de gran
comodidad, sino porque en ella te dejan horas sin molestarte. Aquí vives
los días revisando el pasado, rememorando los cortísimos años en que tu
tierra abierta, ancha, generosamente te ofrecía horizontes y caminos
sombríos, selvas de forma cambiante, indescifrable, vida animal
numerosísima y ruidos cautos. Aquí sueñas cada tarde con una patria
demasiado lejana, preguntándote qué destino impropio te arrancó de una
naturaleza donde tan bien desarrollabas, precoz, tus potencias, para
desterrarte en esta pulcritud danesa con la que nada tienes que ver.
Aquí sueñas y te defiendes de la desesperanza calculando los meses
Luis Compodónico
33 CUENTOS

que te faltan para alcanzar las mayores fuerzas. No s~bes si vi~irán t~s
combatir los sueños, domeñar las debilidades. Tu fuga . No tendrán tiempo
padres todavía, y no les reprochas que te vieran partu escondidos, sm
de descubrirla. Te creen un chimpancé, y esperan domesticarte, tarde o
defender vuestro derecho; conoces el poder de tus pálidos raptores. Crees,
temprano. O imaginan que a lo más eres un orangután capturado antes de
sí, que tu padre debió, al menos por la forma, darles un susto, so~render­
volverse feroz. El día en que averigüen la verdad, será a costa de la vida.
los, explotar sus supersticiones o el instintivo temor de los dominadores
Eres Bohr, indomesticable, por cierto, y feroz lo serás si dejas al
hacia el dominado. ¿De qué sirvió, con ellos, la discreción? (Y de qué te
instinto sacudir tus brazos formidables. Eres Bohr, fiel a tu nombre. Rey
sirve ahora atormentarte. Es como quejarse de la humedad en medio de
la ni~bla, o del frío en el invierno. Si así fue es que así tuvo que ser, y nadie
de oscura lana recia, erizado y hosco; tu piel es alga tenebrosa, impene-
trable, indestructible. Como un áspero racimo de humo negro. Bohr: una
conseguiría someter a los demonios violáceos que rigen tu vida.)
vocal lóbrega y prolongada, en el centro de ti, dará sentido al resto de tu
Aquí sueñas, y mal; relámpagos de odio atraviesan tus ."~hes; Y vida.
truenos respetables y tambores, que te ordenan levantarte, res1st1r, esca-
par,- más de lo soportable. Tu descanso es ligero, acosado, escabroso. Y
de día confundes lo que deseas con lo que rechazas, tus miedos con tus
aspiraciones, y cuando terminas de soñar nunca sabes si e.s verd~d que has
decidido rebelarte y huir, o si prefieres prolongar tus odios pasivos y tus
abatimientos.
En las horas de la comida te disgustas más que nunca, ves la penosa
miseria de esta situación, su calidad inaceptable. Comes, porque tu
hambre es absoluta, y nada la distrae; tragarías lo que fuera. Lamentable-
mente, este horrible alimento escandinavo, que ellos devoran cada día con
el placer de la víspera, te repugna más que una serpiente muerta y
contribuye a entristecerte.
Con uno de tus hermanos lo pasarías mejor. Ver sufrir alivia el
sufrimiento, y alguna diversión inventaríais, además, para tratar de
olvidar. Sin embargo, es mejor que estés solo. Otro significaría, dentro de
poco, un obstáculo a tu fuga; y una fuga doble es imposible.
En la fuga debes concentrarte en adelante, en su preparación, en un
plan sin fallas, en el aprovechamiento de cada circunstancia que la facilite.
Registrarás uno a uno los actos de tus carceleros, sus gestos,~) Jugar en que
guardan las llaves, la distancia a que suelen ponerse de la reJa. Ya g~naste
parte de su confianza, te miran con ojos menos atentos que al comienzo.
A veces, hasta les eres indiferente, a esos desgraciados. Pobres. Su tarea,
no tienen más remedio que realizarla, para ganarse el pan; no son
responsables de lo que ordenan sus amos. Lamentarás hacerles daño,
golpearlos, tal vez estrangularlos.
No debes ablandarte. Han sido duros, contigo; si no ellos, sus amos.
¿Por qué los obedecen? Tu fuga: sólo pensar en ella, vivir para ella;

• 104
33 CUENTOS

Llamaste a mi muerte con un nombre distinto, y me exhortaste a morir


sabiamente. Tu heroísmo me embriagaba.
. E~ ti bebí la magia blanca, la del día. Y reduje la impaciencia pasada, su
ex1genc1a de fiebre, mis anchos insomnios de ave nocturna. Vencí escepticis-
mos con escepticismos más francos, dejé de creer para creerte mejor, y no
dudar, ya, en beneficio de la duda. Qué tarde llegaste, sin embargo. Cuántas
noches, esperándote, cultivé mi cadáver, me enamoré del barro de las tumba'i,
HADA BLANCA deseé una losa tranquila para mi injusto esqueleto.
Me enseñabas a olvidar. Pero como no se puede, conseguiste algo
mayor: que no lo necesitara. Luego, te entregaste a la alquimia del gozo y
levantaste en mi cuerpo claridades que ignoraba, y deseos que creía dormidos,
Ynecesarias potencias antes cubiertas de hastío. Renací a los veranos, gracias
a tu verano. El deleite asumía entre tus rubios cabellos, temblores fragantes
que no ~ apagaban. Hada de magia blanca, hada blanca. Y ninguna miseria
Tus ojos le llegaron un día de primavera, y tu sonrisa. No supo
prevaleció sobre la torre que elevamos en nuestro encantamiento.
entonces de qué bosque procedías, pero comprendió que un estanque azulado
Es posible que no tengas origen. También que cuando observas desolada
había roto una tarde su limpidez de espejo para pennitirte venir hacia él.
~os árboles, o cuando maravilladamente examinas una rosa que yergue
Comenzaban los campos de Francia a entregarse al ensueño, y ya cantaba el
inabordable su tallo ante el gris de tus ojos, te preguntes si como ella creciste
sol en la colina. El, ni vivía ni moría; oscilaba en un tiempo sin medida, pálido
desde un tallo improbable, hoy devuelto a la tierra. Un día regresarás al bosque
y cerrado. En ti tropezó su soledad con un obstáculo que parecía mármol vivo,
~retísimo. No sé si estaré para besarte y despedirte. Ahora-¡oh presente
y se quedó mirando tu suavidad sin entenderla.
mencontrable!- aún estoy contigo.
Niña fresca, te amó. Amó la tristeza que denunciaba tu alegría, yel miedo
Aún te tengo entre mis brazos, como una fina flor, sabia y cansada.
de tu voz en las tormentas; amó tu cuerpo curvado de sorpresas, y el dolor de
Sosegada del riesgo del amor, estás aquí, sonríes al martirio. Hada blanca, te
tus flancos; amó la tranquila precisión de tu pecho. Y cuando inclinaste la
olvidas toda en ti y mi voz no te alcanza. Me ofreciste tu grito, tu trino entre
cabeza, tu perfil le fue dulce como una medalla.
dos albas, y fuimos pozos de luz entusiasta. Hada, espíritu que nunca tendrá
Venías de un bosque y lo supe más tarde. Un bosque de anémonas
cielo y sin él morirá, mal inmolada; hada martillada que te evades, un rato, del
escondidas, y de grandes, admirables árboles; un bosque de liebres y ardillas
duro cautiv~rio; niña que consentiste en ser prisionera y te enajenaste para que
superiores, que respetaban tu mirada y velaban tu reposo. Un bosque, tal vez,
no te sometJeran.
donde a paso de flauta reinabas largamente, mientras no te decidías a partir
Niña, hada. Te nombro mientras toco el aire que te cerca y beso tus
para buscarme. límites, antes agredidos por mi penumbra.
Nos tendimos en la ternura misma, como en un charco de luna que la
Duermes aquí: en silencio vertiste agudas alegrías sobre mis espaldas;
noche ofrecía a los hermanos secretos. No nos hablamos, y tanto dialogaron
alegría en mi sangre, en mi piel sin esperanza. Y encallé en el seno de tu playa
sin palabras nuestros labios, que sólo así nos explicamos. Cómplices entramos
para resucitar con tu agonía.
sin prisa en las melancolías de París. Sentí que te quería hasta el último día de
Y ahora, fragilidad sonora, te oigo soñar. Y temo despertarte, y sólo te
mis párpados, y empecé a conocerte. No encontré desapacibles misterios en
contemplo.
tus manos; eres dueña de todas tus verdades. Firme y flexible, intrépida
bailarina de gestos sensuales, desmentías la tristeza y me invitabas al sol.
(A Franroise)

• 106 107 •
POSTFACIO
ANA MARÍA RODRÍGUEZ VILLAMIL

1. Luis Campodónico: un «raro»

Hablar de Luis Campodónico obliga a repasar el panorama literario


nacional de los últimos cuarenta años y a buscar su articulación con el
acontecer cultural latinoamericano y mundial. Es imposible no tener en
cuenta la existencia de las sucesivas vanguardias que irradiaron su
influencia a lo largo de nuestro siglo; aquellas que precedieron y siguieron
a la primera y la segunda guerra mundial.
Ya Angel Rama incluía uno de sus cuentos más inquietantes-»E/
triángu/o »-en su antología Aquí, cien años de raros, publicada en 1966
<1 1• Por «raros» entendía Rama aquellos autores cuya escritura no se ceñía
a los modelos realistas tradicionales, caracterizándose por la búsqueda y
la experimentación, enriqueciéndose con elementos insólitos, utilizando
lo fantástico sin encasillarse en los modelos clásicos del siglo XIX y
obrando con provocativa libertad.
El término, acuñado por Darío, adquiere en las páginas de Los raros
111 el significado de refinado, único, excepcional y transgresor. Su resonan-

·ia modernista tiene la virtud -y la dificultad- de sellar un pacto entre


los nuevos escritores, que protagonizaron la ruptura experimentalista de
los años cuarenta en adelante, y aquel primer impulso original que, a partir
de los simbolistas en general y de Lautréamont en particular, signó la
evolución de las corrientes estéticas del siglo XX. No se planteaba
•ntonces el debate actual acerca de si estos dos momentos respondían
respectivamente al fin de la modernidad, haciéndola extensiva o no a las
vanguardias europeas de los años veinte, y el comienzo de una

109.
luis Compodónico • 33 CUENTOS

postmodernidad. Baudelaire<~l. «Le beau est toujours bizarre» es su fórmula de 1855. El


Cierto es que los simbolistas, al hacer de la obra de arte una fuente término, utilizado por Rama, estaría designando, de una manera muy
de sugerencias infinita, contribuyeron a romper esa visión unívoca de la amplia e imprecisa, la escritura de la modernidad y su articulación con
realidad, típica del realismo artístico y a plasmar, como lo dice Eco m, el aquella que la sucede. Desde la curiosa alianza entre «respeto y audacia,
tipo de obra abierta, en todas las ramas del arte. No se trata de una literatura tradición e innovación, temas modernos y formas antiguas» que se opera
que niegue la realidad, sino que el concepto mismo de realidad ha en la poesía de Baudelaire, en adelante, muchas «aleaciones» han sido
cambiado. Lo fragmentario, lo disímil y difuso, el punto de vista particu- posibles. <6 > La transgresión es más o menos aceptada, según se exprese
lar, entra a formar parte de la visión del mundo de hoy, así como la manteniéndose dentro de los márgenes tolerados de «normalidad».
dimensión imaginaria, antes ausente. Como lo señalara Eco, este cambio En cuanto a que esta tendencia se manifestara como una línea
de perspectiva es también el de la ciencia del siglo XX -teoría de la «secreta» dentro de la literatura uruguaya, como lo señala Rama, se debió
relatividad de Einstein- y surge de la experiencia cotidiana del mundo, a la fuerte tradición realista de nuestras letras. Así señala Hugo J. Verani
del hombre de este siglo. mque:
También es cierto que la literatura hispanoamericana acompasó su
ritmo al de la literatura mundial a través del Modernismo; y que éste «En el Uruguay existió, sin embargo, una vanguardia «Secreta»,
integró con absoluta libertad creadora, multiplicidad de tendencias, desde de un autor sin antecedentes. Cuando se estudian las manifesta-
el Romanticismo hasta el Simbolismo. ciones de la vanguardia de los veinte, suele omitirse a un escritor,
Del mismo modo, los elementos que diferenciaban a las vanguardias ignorado en su tiempo, considerado hoy como uno de los reno-
europeas del 20 entre sí no fueron transplantados mecánicamente en vadores de la narrativa hispanoamericana, el único que influye
América Latina, sino que sufrieron una elaboración diferente y coexistie- sobre las generaciones posteriores. Me refiero, es claro. a
ron, además, con las manifestaciones de la segunda etapa del Modernismo. Felisberto Hernández ( ... )es el primer narrador uruguayo en
Como lo señala Nelson Osorio <4 >, la necesidad de ruptura respondió en interiorizar el proceso narrativo, en cultivar una narrativa
América al sentimiento de inadecuación de las formas literarias en concebida como empresa imaginaria, una narrativa de límites
relación a la realidad hispanoamericana y no fue meramente un fenómeno imprecisos entre lo real, lo surreal y lo fantástico.»
de transplante. En este sentido, si la vanguardia europea promovió a la
latinoamericana, ésta surgió como expresión de una necesidad, manifes- Del mismo modo, hemos señalado en otro lugar <Kl la utilización de
tándose de manera original. lo onírico, lo simbólico, lo maravilloso y hasta lo fantástico, en las obras
Si la crítica se vio enfrentada hasta hace algunos años, a la dicotomía de Enrique Amorim, quien adelantaba, de una manera que pasó desaper-
realismo-fantástico, distinguiendo como cotos cerrados e inmixturables cibida para la crítica, las tendencias que luego se generalizaron en la nueva
lo extraño, lo fantástico y lo maravilloso, diferenciándolos a su vez de novela latinoamericana.
géneros afines como la ciencia ficción y la novela policial, hoy realismo La narrativa del siglo XX rompe con el discurso monológico y
y fantástico no se contraponen. Ellos se integran en una misma línea que monocorde del realismo. La novela latinoamericana conjuga los contra-
va de una menor a una mayor o máxima experimentación, que concede rios incluyendo lo fantástico y lo maravilloso, sin dejar de ser referencial.
mayor o menor lugar a lo extraño, lo fantástico o lo maravilloso. El 1 a experimentación opera hasta el último extremo del juego de las
término «raro», por lo tanto, englobaría una multiplicidad de posibilida- palabras, al límite de hacer estallar el lenguaje, independientemente del
des de escritura, a partir de una nueva concepción de lo real y una nueva marco referencial o sin éste. De un extremo a otro de este movimiento
concepción estética. «La irregularidad, es decir, lo inesperado, el asom- p ·ndular que va del realismo verosímil a la escritura de los telquelistas.
bro, son una parte esencial y característica de la belleza», escribía ·xiste toda una gama de posibilidades estéticas.
luis Compodónico • 33 CUENTOS

postmodernidad. Baudelaire<S>. «Le beau est toujours bizarre » es su fórmula de 1855. El


Cierto es que los simbolistas, al hacer de la obra de arte una fuente término, utilizado por Rama, estaría designando, de una manera muy
de sugerencias infinita, contribuyeron a romper esa visión unívoca de la amplia e imprecisa, la escritura de la modernidad y su articulación con
realidad, típica del realismo artístico y a plasmar, como lo dice Eco m, el aquella que la sucede. Desde la curiosa alianza entre «respeto y audacia,
tipo de obra abierta, en todas las ramas del arte. No se trata de una literatura tradición e innovación, temas modernos y formas antiguas» que se opera
que niegue la realidad, sino que el concepto mismo de realidad ha en la poesía de Baudelaire, en adelante, muchas «aleaciones» han sido
cambiado. Lo fragmentario, lo disímil y difuso, el punto de vista particu- posibles. <6 > La transgresión es más o menos aceptada, según se exprese
lar, entra a formar parte de la visión del mundo de hoy, así como la manteniéndose dentro de los márgenes tolerados de «normalidad».
dimensión imaginaria, antes ausente. Como lo señalara Eco, este cambio En cuanto a que esta tendencia se manifestara como una línea
de perspectiva es también el de la ciencia del siglo XX -teoría de la «secreta» dentro de la literatura uruguaya, como lo señala Rama, se debió
relatividad de Einstein- y surge de la experiencia cotidiana del mundo, a la fuerte tradición realista de nuestras letras. Así señala Hugo J. Verani
del hombre de este siglo. 171 que:

También es cierto que la literatura hispanoamericana acompasó su


ritmo al de la literatura mundial a través del Modernismo; y que éste «En el Uruguay existió, sin embargo, una vanguardia «Secreta »,
integró con absoluta libertad creadora, multiplicidad de tendencias, desde de un autor sin antecedentes. Cuando se estudian las manifesta-
el Romanticismo hasta el Simbolismo. ciones de la vanguardia de los veinte, suele omitirse a un escritor,
Del mismo modo, los elementos que diferenciaban a las vanguardias ignorado en su tiempo, considerado hoy como uno de los reno-
europeas del 20 entre sí no fueron transplantados mecánicamente en vadores de la narrativa hispanoamericana, el único que influye
América Latina, sino que sufrieron una elaboración diferente y coexistie- sobre las generaciones posteriores. Me refiero, es claro, a
ron, además, con las manifestaciones de la segunda etapa del Modernismo. Felisberto Hernández ( ... ) es el primer narrador uruguayo en
Como lo señala Nelson Osorio <4 >, la necesidad de ruptura respondió en interiorizar el proceso narrativo, en cultivar una narrativa
América al sentimiento de inadecuación de las formas literarias en concebida como empresa imaginaria, una narrativa de límites
relación a la realidad hispanoamericana y no fue meramente un fenómeno imprecisos entre lo real, lo surreal y lo fantástico.»
de transplante. En este sentido, si la vanguardia europea promovió a la
latinoamericana, ésta surgió como expresión de una necesidad, manifes- Del mismo modo, hemos señalado en otro lugar <K> la utilización de
tándose de manera original. lo onírico, lo simbólico, lo maravilloso y hasta lo fantástico, en las obras
Si la crítica se vio enfrentada hasta hace algunos años, a la dicotomía de Enrique Amorim, quien adelantaba, de una manera que pasó desaper-
realismo-fantástico, distinguiendo como cotos cerrados e inmixturables cibida para la crítica, las tendencias que luego se generalizaron en la nueva
lo extraño, lo fantástico y lo maravilloso, diferenciándolos a su vez de novela latinoamericana.
géneros afines como la ciencia ficción y la novela policial, hoy realismo La narrativa del siglo XX rompe con el discurso monológico y
y fantástico no se contraponen. Ellos se integran en una misma línea que monocorde del realismo. La novela latinoamericana conjuga los contra-
va de una menor a una mayor o máxima experimentación, que concede ri os incluyendo lo fantástico y lo maravilloso, sin dejar de ser referencial.
mayor o menor lugar a lo extraño, lo fantástico o lo maravilloso. El La experimentación opera hasta el último extremo del juego de las
término «raro», por lo tanto, englobaría una multiplicidad de posibilida- palabras, al límite de hacer estallar el lenguaje, independientemente del
des de escritura, a partir de una nueva concepción de lo real y una nueva marco referencial o sin éste. De un extremo a otro de este movimiento
concepción estética. «La irregularidad, es decir, lo inesperado, el asom- p ·ndular que va del realismo verosímil a la escritura de los lelquelislas.
bro, son una parte esencial y característica de la belleza», escribía ·xisle toda una gama de posibilidades estéticas.
33 CUENTOS
lui; Compodónico

En su semblanza de autores simbolistas, decadentes y parnasianos, en una vía de acceso, de intercambio con la realidad.
Darío incluye a una mujer, Rachilde, a quien llama la «anticristesa». Marginal también quiere decir del extremo o del borde, esto es,
Según ella todos ellos son «instigadores de ideas», «conduciendo sus fronterizo. El tipo de escritura que se quiere englobar bajo el término
ideas carniceras a los asesinatos de las viejas teorías, de los viejos «raro» se desliza por esa frontera que separa -o une- sueño y lucidez,
principios, abriendo locamente los ojos del espíritu( ...).» 191 La ruptura que como lo hace la escritura de A. Somers, como lo hace también la escritura
encarnan estos escritores no es sólo estética sino filosófica. Se rompe con de Lautréamont. Por ese camino riesgoso se mueve la obra de Luis
las certezas y el orden del mundo que impregnaba las filosofías de los Campodónico.
siglos anteriores: Dios ya no existe. El término «raro» viene a designar a Campodónico es, entonces, por su actitud estética y su temática, un
todo aquel autor cuya obra expresa no sólo la fisura del concepto de «raro», heredero de la ruptura experimentalista de los años cuarenta que
realidad, sino la del concepto del hombre en su relación con ésta y con la operó un cambio en los modelos de escritura en toda América Latina.
idea de Dios. En este sentido, la obra de Lautréamont es un tras tocamiento Angel Rama, por su lado, en un artículo escrito con motivo del prematuro
total que supera los límites de tolerancia del sistema. fallecimiento del escritor en 1973< 12 >, considera a Campodónico como uno
Si es posible la filiación de los temas de los experimentalistas de hoy de los más originales exponentes de la «nueva vanguardia» latinoameri-
con los del siglo XIX, las técnicas y modalidades de escritura, que están cana de los años cincuenta. Esta «renovó la concepción de la literatura,
reflejando una visión del mundo, no son obviamente las mismas. Esa línea acometió una rigurosa experimentación, modernizó el instrumento litera-
secreta, que marcaba Rama, transitaba por el camino de las sensaciones rio, engendró nuevos lenguajes artísticos, incorporó escuelas y movi-
y sentimientos ambiguos, inconfesos y extremos, por el de las imágenes mientos». Señala también que las generaciones futuras lo reconocerán
insólitas. Sus temas, tan queridos por los poetas malditos, incluían las «Como un maestro o un congénere anticipado».
relaciones eróticas ambiguas, como lo ilustra la relegada novela de
Horacio Quiroga, Historia de un amor turbio,< 10>la perversión, el horror,
la muerte y la descomposición del cuerpo, siempre al filo de la frontera que 2. Arte total: la búsqueda de la trascendencia
separa la percepción normal de los sentimientos y percepciones extremas,
donde el sexo y la muerte se aproximan. La llamada «contracultura» de 2.1 Misterio del hombre solo
hoy, al reivindicar lo imaginario y lo fantástico, la novela negra o el
erotismo (l ll, está retomando los temas y las posturas de los poetas Poseedor de un talento abarcador, incursionó con igual facilidad en
malditos, pero en otro contexto. Si «raro» puede tomarse como equivalen- el campo de la música, el teatro, la poesía y la narrativa. Nacido en 1931 ,
te de «marginal» o «underground», el término estaría nombrando una comenzó desde muy joven su actividad como pianista primero, luego
constante cultural que surge con el concepto de modernidad, que está lambién como compositor. En 1955 emigró a Francia, donde continuó con
ligado a la literatura ciudadana, y que se manifiesta como una tendencia su doble actividad musical y literaria. En 1952, había comenzado la
transgresora y anti burguesa. Solamente que las formas de la transgresión ·omposición del Misterio del hombre solo, obra que retomaría en los
11 1 os 54 y 58 y que sería estrenada el 28 de octubre de 1961 en el auditorio
han variado, como ha variado la noción de realidad, así como la de insólito
y fantástico. La dimensión del absurdo, relacionada con la experiencia del d ·I SODRE. En ella se explicita una estética que no sólo se ubica en la
totalitarismo, suscitó el sentimiento de alienación del hombre en medio de vanguardia de las nuevas tendencias musicales, sino también del nuevo
una sociedad basada en falsos valores. La caída del sistema de pensamien- leal ro del siglo XX. En el programa del concierto, el autor, consciente de
to decimonónico, que concebía la historia del hombre como un proceso que se trata de una obra inusual, trata de allanar la dificultad de su auditor/
lineal, dirigido hacia un progreso seguro de la humanidad, hace que hoy ·spcctador, explicando su proposición artística múltiple. De sus afirma-
más que nunca, se desvanezcan las certezas. El arte se convierte entonces c iones surge una verdadera coincidencia con algunos de los postulados del
luis Compoqónico 33 CUENTOS

teatro contemporáneo: los volúmenes».

«¿Qué es un misterio? Una obra, no de teatro o para el teatro, Podemos, efectivamente, relacionar su estética con la del Cubismo,
sino en teatro, donde texto, acción, música, decorado (o situa- por la voluntad de organizar sus materiales para crear con ellos algo
ción espacial) y luces, alternan, uno tras otro (o con otro) nuevo, diferente y, al mismo tiempo, el reconocimiento de la raíz incons-
compartiendo sucesivamente el hilo conductor, y se originan en ciente de su impulso creador, de donde extrae sus materiales, lo vincula
una concepción total, totalizadora, salidos de una misma mano. también al Surrealismo.
Una obra cuyos personajes son no sólo los actores, los cantantes-
mimos (coro) y las bailarinas, sino también la música y las luces. «Sin quererlo tanto como dejé salir a la conciencia la necesidad
O si se prefiere, donde cada uno de ellos es un instrumento.» <13 > de expresión por la palabra paralela a la musical -así porque
era inevitable aunque yo lo ignorase, llegué a una forma : el
La adopción de formas escénicas medievales o del teatro griego, la Misterio (... ). Lo que cuenta, en todo caso, es la conjunción
importancia acordada a la iluminación y a los elementos del decorado, la absoluta que intenté entre texto y música.»( ... )
sustitución de los temas «sociales» por cuestionamientos metafísicos, son
todos rasgos que se fueron dando en el nuevo teatro del siglo XX. Pero su 2.2 La estatua, el triángulo, el fantasma
formulación en este caso es un hallazgo personal y originalísimo.
Esta concepción donde «texto, acción, música, decorado( ... ), luces, En el mismo programa de concierto intenta una definición de su
alternan uno tras otro (o con otro)» es básicamente la misma propuesta ·stilo y su temática, luego de decirnos que la palabra Misterio le fue
estética que anima su última obra, Corta-pulgares. <14 > Su concepción sugerida por H. Tosar.
simultaneísta le llevó a combinar, en el Misterio, elementos de las
distintas artes; en su obra poética posterior este rasgo se expresó, además, «la obra se vincula con el Misrerio Medieval, y el tema -
por la composición de poemas en tres idiomas. insoluble- y su tratamiento, vuelven la palabra «misterio»
En Corta-pulgares (novela), el lugar de los recursos musicales, significativa. Claro que el misterio medieval no constituye su
lumínicos y plásticos es ocupado por los elementos del lenguaje que único antecedente, por más que carezca de antecedentes inme-
cambian y se yuxtaponen. Si cotejamos nuestra cita anterior con los diatos en las formas musicales teatrales.
conceptos explicativos que aparecen en el prólogo a la edición de un El estilo resulta de la alternación entre lo abstracto y lo más
fragmento de esta obra, encontramos similitudes sorprendentes. inmediatamente real. En este sentido mis personajes se encuen-
Los distintos componentes del texto «sólo cuentan por su valor tran a medio camino entre la estatua y el fantasma, entre el
accidental en el conjunto», «pueden variar de jerarquía» y «SU valor hombre detenido y sus demonios. Teatro estático, como su
absoluto ha desaparecido». De este modo, los diversos capítulos pueden música, plástico y, sobre todo, sin tiempo cronológico constante.
leerse en cualquier orden, no existe tiempo cronológico sino un presente Establezco aquí estas comprobaciones tratando de ver desde
infinito. Las conjugaciones y los modos verbales «sufren distorsiones» o fu era una obra que concebí -in mente- con lentitud, que me
«cambian de función». «El texto resulta de la superposición de células, ya acompañó nueve años.( ... ) Lo único claro-totalmente-en mí,
enteras ya fragmentarias» y el lector debe colmar los vacíos «como los desde los primeros balbuceos del poema, desde los apuntes
espacios entre dos pedazos de piedra de una estatua mutilada o en un iniciales.fue la paradójica presencia de unas voces oscuras que
monumento en ruina». También nos dice allí que a este tipo de escritura elevaron este canto: un canto rebelado, rebelde; el canto dt' 1111
«podríamos llamarlo una especie de Cubismo literario, una literatura de .\'l'r que, frente a su muerte, duda, se enamora de su cadávu ( rr1

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lui1 Campodónic¡,o 33 CUENTOS

su esfuerzo por aceptarlo) apostrofa luego y ridiculiza, al Dios de las explicaciones que el autor, por lo visto, acostumbraba a hacer para
que desea, como si esperara que, ofendido, el deseado se mostra- la mejor comprensión de sus intenciones creativas.
ra, y termina otra vez en el escepticismo, o -¿quién sabe?- en
la duda o en la aceptación. Pero aun esto lo comprobé a «Carla/Clara (Clara, ¿dónde está Carla?) debería ser una
posteriori, y fue premisa de la construcción que surgió después especie de cuadro múltiple constituido por la acumulación de
del impulso casi ciego.» diferentes instantes de la locura y de los terrores de un personaje
que se debate entre dos mujeres, o quizás entre los dos rostros de
Surge claramente, de las palabras del propio escritor, la doble una misma mujer, -incapaz de amar otra cosa que no sea su
vertiente ---consciente e inconsciente- del acto creativo. Los materiales propia muerte y poco a poco es tragado por ella. Cada escena,
que serán luego sometidos a la lucidez organizativa del creador, se le o más bien cada cuadro, lanza una luz nueva sobre sus deseos,
presentan de manera impositiva; son «esas voces oscuras que elevaron sus temores, sus inhibiciones, sus recuerdos, luz que ilumina
este canto». La instancia inconsciente es nombrada por el autor con varias como un rayo proyectado sobre fragmentos incompletos y a
palabras que la representan. Estas son, «lo más inmediatamente real», el veces mutilados de un fresco.
«fantasma», los «demonios», que afloran a la conciencia. «La estatua», Podríamos suponer que toda la acción de la obra tiene lugar
«el hombre detenido» expresan la tensión entre las pulsiones inconscien- en la imaginación del protagonista, pero ésta, también, quizás no
tes y la lucidez organizativa que tiende a la abstracción. Del «impulso casi sea otra cosa que la respuesta de un desequilibrado a los actos
ciego» surge la «premisa de la construcción», palabra clave, que señala de una mujer (o de dos) perversa, quien lo ha arrastrado hacia
la instancia consciente de la creación. un mundo insoportable de destrucción interior y de terror, que
En esta obra, como en Corta-pulgares, no existe el tiempo terminará devorándolo.» <17 >
cronológico sino un «presente infinito». Este es el escenario de un
enfrentamiento: el ser se enfrenta a la Muerte y a Dios a quien «desea» Se desprende de este breve resumen, en lo temático, un conflicto
y «apostrofa», en el mejor estilo Lautreamontino, provocando el entre un hombre y dos mujeres que podría ser la representación simbólica
desdoblamiento entre el ser y su cadáver (como Maldoror y su réplica, el de la conciencia desgarrada entre las pulsiones de vida y muerte, o la vida
adolescente). Enfrentamiento a tres puntas, el triángulo conflictivo estaría psíquica devorada por lo instintivo, lo irracional devorando a la razón. La
aquí presente, generador de culpa, frustración y escepticismo. imagen femenina desdoblada, la relación triangular, evoca distintas
Retenemos la caracterización de su estilo como «la alternación entre asociaciones; la relación incestuosa, la madre devoradora del hijo, la
lo abstracto y lo más inmediatamente real»; de sus personajes «a medio trinidad, el triángulo, imagen de la perfección. En todo caso, plantea la
camino entre la estatua y el fantasma»; su teatro es «estático». La palabra fragmentación de la conciencia, del «yo»; esos «fragmentos incompletos»
«estatua» vuelve significativamente u obsesivamente, a lo largo de su o «mutilados» de un «fresco», fragmentos que pertenecen a esa unidad
obra o de sus comentarios sobre ésta; recordemos que así se llama su superior y perdida de la personalidad.
primera novela publicada. <IS> El triángulo, que da nombre a uno de sus
cuentos más conocidos, parece constituirse en imagen condensatoria del Su producción dramática, por otra parte, puede dividirse según su
conflicto interior del autor. En su obra teatral titulada Carla/Clara contenido. Carla/Clara y Ganimedes manifiestan la veta lírica y meta-
(Clara.._¿_dónde está Carla?) <16>, representada en el Théatre National de física del escritor, ya presentes en el Misterio. Sus otras obras, Spartacus
l'Odéon y publicada en París (1973 ), el conflicto planteado es también sera pendo ( 1959), escrita para la bienal de París, ¡A ve, Bum! o ¡Pobre
triangular. Conviene aquí citar el resumen de la obra que aparece en la Pum! ( 1968), Problemes de Paradis, se caracterizan por un enfoque
contratapa de la publicación francesa; pues por su estilo reconocemos una sal frico. e1 RI

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Luis Compodór¡ico 33 CUENTOS

Volviendo al programa de concierto que nos sirvió de punto de La búsqueda de la perfección formal -arte intemporal «inhuma-
partida para esta exploración, el autor continúa tratando de definir su estilo no»- un ideal de objetivismo poético, depurado, sin artificios, pero con
diciéndonos que este canto 1() emprendió «a guisa de venganza»; y agrega: una honda raíz fantasmática, humana. La estatua podría representar esa
búsqueda del centro, del equilibrio, pero que se revela imposible; porque
«Este misterio(... ) se desliza en general por zonas ajenas a los la estatua finalmente se deshace, está perennemente deshaciéndose, como
movimientos pasionales del teatro romántico; aunque contiene el hombre mismo y su sustancia.
sin embargo, una pasión puntiaguda. La verdadera pasión es
lenta, honda, no destellante ni exterior. Los sonidos temblorosos Algo más nos dice aún este programa de concierto, tan rico en
no deben embriagarse de su propia fuerza. El único clímax contenidos para comprender la obra de Luis Campodónico. Y esto es en
prepara un instante de locura del personaje principal y crea el relación a su público.
alivio de una -por fin- explosión. En el resto retuve el aliento,
quise sobriedad; la intensidad de un clásico, digna, púdica. ( ... )» «Siento indispensable y urgente (lo dije en un programa de
«Si me preguntaran cómo expresaría en pocas palabras la concierto de París, en 1958) el regreso del teatro, la poesía y la
búsqueda a que dedico mi trabajo -allí donde la conciencia música a su origen de misterio, de comunicación, de encuentro
interviene en él- diría que persigo un arte humanamente inhu- mágico. Un regreso que debe limpiar al arte de movimientos
mano. bihumano, en la medida en que aspiro a la intemporalidad, retóricos, de solemnidades de cartón, liberándolo de la tontería
a una obra que resista al tiempo histórico, al psicológico, al disfrazada, de aquella ilusión que alguien llamó, a propósito de
cultural; humanamente tal, desde luego porque, como mía, está un músico alemán, «la hojalatería heroica», y que en varios
condenada a ser cosa de hombre, cosa imperfecta, aun en su países -transitoriamente así lo espero- principios
perfección.» extramusicales y extrateatrales han establecido como necesidad
y dogma.»
Diez años después, Campodónico sigue fiel al planteamiento estéti-
co del Misterio. Podríamos relacionar estas palabras con las que aparecen Campodónico busca la comunión con el «otro» interior -la unidad
19 de la conciencia- y el vínculo con ese «otro» exterior, el «tú». De una
expresadas en una carta a su familia del 19Nl/7l. < >
manera personal, sus temas son los del hombre contemporáneo; la
«Simplificaré diciendo que he llegado a los 40 años realizando, ·onciencia de su soledad, de su separación, de su alienación, la inexistencia
en una sola, varias crisis a la vez. Esas crisis eran indispensables de Dios, la certeza de la muerte, el absurdo de la vida. En el último párrafo
para cavar un poco más hondo. Cuando se hace ejercicio de del programa citado nos habla del «hombre en su soledad», «el espectador.
esencialidad, cada tantos pasos, en el descenso, uno se da cuenta ·I auditor: ese pozo silencioso», el «arte como la forma más hermosa de
de que no ha bajado bastante. Es como explorar una infinita rrror, la forma más pura de fe, la única manera de engañar, por un instante,
gruta. Me creía profundo, y no lo era. Creía estar abordando una In eternidad». El arte es el vínculo entre el creador y el espectador-auditor,
literatura (poesía) esencial, y qué lejos estaba de ella( ... ) y todo y ·sta fraternidad es la única solución al pozo de la soledad, que sólo puede
consiste -no es poco- en zafarse del tiempo, en acceder, en 11 ·var a la muerte y al suicidio.
pretender, en tender a, acceder a la intemporalidad. Si no los La obra dramática de Luis Campodónico expresa los dos postulados
libros serían meramente documentos históricos. contingentes, lundamentales del teatro de vanguardia: la soledad del hombre y la crisis
que pasan. Para que no pasen, tienen que ser sin tiempo. Vaya ti 1 idioma. La ambivalencia del lenguaje, su inconsistencia, como fruto
pretensión. En esto estoy( ... )» ilr una sociedad que ha pervertido las relaciones humanas y que deja al

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luis Compodónico 33 CUENTOS

hombre enfrentado al sin sentido de la vida. La desarticulació~ del matado, busca refugio primero en la Rambla y la proximidad del mar
lenguaje se acentúa en su obra Corta-pulgares, d~ la que fue pubhcado frente a la compañía del gas (p.15), luego en casa de un amigo, Claudio
un extracto en 1971, a medio camino entre la obra de teatro y la novela. (p.24), al que le cuenta su problema. Se va de allí (pp.38-39), con la idea
fija de realizar un último deseo y con la promesa de volver a reunirse con
su amigo. Su experiencia en el hotel -(Adela es el nombre de la
3. La Estatua, 33 Cuentos prostituta, su imagen alterna con la de su mujer, Virginia)- fracasa, y no
es más que la prolongación de su pesadilla, de su monólogo interior, que
Hemos intentado, a través del examen de los textos que el autor se hace obsesivo y transita peligrosamente por la frontera de la cordura,
escribió explicando su propia obra, aproximarn~s a algu~as de sus hasta hacerse delirante. En las inmediaciones del Parque Rodó (p.59) se
constantes temáticas y estructurales. Su obra narrativa no es ajena a ellas, encuentra con otro amigo, Pepe, que lo invita a su casa. Este, que ignora
sino que las confirma. lo sucedido, le da a optar entre participar en una reunión en la planta baja
La publicación de su primera novela, La estatua (Arca, 1964), o dormir en la planta alta. Femando se baña (p.62), y se acuesta. Su sueño
coincide con su abandono de la música para dedicarse a las letr~. En es~a (pp.65-67; 69-72; 75-77; 81-86) es tan pesadillesco como su vigilia y
fecha también regresa a París, con su esposa e hijas, luego de un mterlud10 alterna con el relato de la fiesta. Aparece en él la imagen de la estatua y
montevideano, adonde se encontraba de vuelta desde 196 ~.A ~artirde 1960 del niño perseguido por ella. Durante la reunión, llama Claudio, que busca
venía trabajando en diversos textos narrativos, dos novelas méd1tas: La mano a Femando, pero no revela la causa (p.68). Pepe, intrigado, duda entre
1201
sobre el sueño y Los exilios. En 1969 publica en París sus 33 Cont.es Yen despertarlo o no. Finalmente no lo hace (p.72) y le ruega a Julia, una amiga
1971 un extracto de Corta-pulgares. Entre estas dos fechas escribe múltiples que participa de la reunión, que averigüe con Femando qué es lo que pasa
relatos, poemas y novelas (inéditas), entre los que desta~amos los Poemas (pp.74-75). Esta aprovecha para seducirlo mientras duerme provocando
plurales, publicados en la revista Maldoror de Montevideo, en 1972. ·n él la confusión (p.76): cree que es Virginia. Pepe, siempre dudando si
despertarlo o no, le deja una esquela en la mesa de luz diciéndole que llame
At hablar del enfrentamiento planteado en el Misterio, decíamos que u Claudio, y se va a dormir (p.80). De la página 81 a la 86 tiene lugar, como
éste provocaba la disociación, el desdoblamiento del protagonista. Pode- ya señalamos, el tramo final del sueño pesadillesco del protagonista.
mos constatar que este mismo conflicto es el que aparece en La Estatua, Luego Femando se despierta, vuelve a bañarse, lee la esquela, piensa un
así como en su obra teatral Carla/Clara, constituyéndose en el meol~o de plan, despierta a Pepe (p.91) y le pide dinero y el auto prestado. Su plan,
ta escritura de Campodónico. Nos interesa destacar aquí la recurrenc~~ ~e huir a Meto y de allí pasar a una estancia. Toma por Bulevar Artigas para
ciertas líneas temáticas y de ciertas imágenes obsesivas. Esto perm1tma salir de Montevideo y maneja a toda velocidad, sumido en un monólogo
llegar a determinar las claves simbólicas o el confli~to incons~i~nte Interior pesadillesco, especie de reve éveillé (pp.91-95; 100-104; 106-
subyacente, que aflora reiteradamente en la obra de Luis Campodomco. 114) donde revive una vez más su drama: Virginia está viva, todo fue un
Nll ·ño (pp.114-118); pero el drama vuelve a comenzar pues en la bandeja

3.1 Comencemos por resumir brevemente la peripecia íl ·I desayuno hay un cuchillo afilado. El lector también duda; no sabe qué
del protagonista, el argumento de su novela, La Estatua rs real y qué es soñado. Cuando está a punto de cometer el crimen (¿por
r gunda vez?, ¿por primera vez?) termina estrellándose contra un árbol.
3.1.1 Argumento El lector comprende entonces que el protagonista seguía en el auto y no
r ·ncontraba en su casa, despertando de un mal sueño (p. 119 y fin de la
Femando Alvarez huye por la ciudad, luego de haber intentado novela).
asesinar a su esposa con un cuchillo de cocina. Convencido de que la ha Mientras tanto, su monólogo ha alternado con la peripecia de los
lui~ Compoc!<'>nico 33 CUENTOS

amigos: (pp.95-100) llega Claudio a lo de Pepe. Sale a buscar a Femando Disociación y proliferación. La disociación espacio-temporal, la
al punto indicado. No lo encuentra, y vuelve, le cuenta la verdad a Pepe multiplicación de los espacios -debida a la fusión o alternancia entre
(pp. l 04-106). Nos enteramos de que Virginia no m.urió. Hay una condena sueño y realidad-, es un rasgo que encontramos en distintos planos del
de la frivolidad de Pepe y Julia, suerte de perversidad. discurso, no sólo en la estructura narrativa, sino también en el plano
verbal. Pensamos que tiene que ver con el tema de la identidad personal
3.1.2 Temas y procedimientos - » ... ¿quién soy yo?»- con la unidad y la fragmentación de la persona-
lidad. En este sentido, relacionamos la imagen de la muchedumbre en el
La acción de la novela nos es transmitida mayoritariamente por el primer párrafo de la novela, y del movimiento de la ciudad (p.7). La
monólogo interior del protagonista, aunque éste no es el único p~nto de impresión que se desprende es la de que la ciudad es también un cuerpo,
vista, sino que se completa y alterna con los relatos de los amtgos de con sus infinitas partes, un ser vivo. La fragmentación del pensamiento,
Femando. La obra tiene, por lo tanto, un fuerte contenido onírico. Sueño Y su disociación, que se convierte en repetición obsesiva, aparece en varios
realidad se alternan, se chocan, se yuxtaponen. El monólogo del protagonis- lugares. En el monólogo que tiene lugar en el prostíbulo, la repetición del
ta nos hace transitar por diversos niveles de la realidad, objetiva y psicoló- motivo de los jazmines en el empapelado de la pared se torna obsesivo y
gica, produciendo efectos fantásticos: el sueño dentro del s~eño o el reve persecutorio.
éveillé; el sueño como realidad, la realidad como pesadilla -cuando
despierta es para estrellarse-, la reversibilidad del tiempo. Encontramos, «Una pared de hotel, cubierta de papel floreado. Simétricos
en el plano verbal, la utilización de imágenes insólitas que acompañan, en jacintos (¿jacintos o jazmines?) (... )y adentro el corazón late
general, la temática obsesiva del autor: la muerte •. el crimen (p.15~. Encon- muy rápido y en las venas cuántos pulsos de más, sin humildad,
tramos también aspectos líricos y cadencias musicales de la escntura. enloquecidos. Cuentas difíciles. Los jacintos -o los jazmines-
El tema del crimen de la mujer, insinuado desde el comienzo (p.7), reciben un gran círculo de luz de la lámpara que vela en la mesita
cuando el protagonista deambula por la ciudad y se refiere a los cuerpos (... )Nadie se salva de nada mirando un tabique; ¿para qué lo
«cuerpos, cuerpos no airados pero tampoco inertes, cuerpos quizás miras? Con el interés de los niños que admiran imágenes de
bastante sólidos, en los que no entra fácilmente un cuchillo (hay que saber iglesia. Eso es una imagen: el santo tal o cual. ¿No significa otra
guiarlo) cuerpos de hombres y mujeres, más y menos distintos, .q~e cosa? Debería. Entonces¿ cómo no sucede nada? De un santo se
cruzan, avanzan, se rozan»; se vuelve a insinuar en la p.12 y se exphc1ta exige un milagro. El niño no sabe que lo exige. ( ... )De una pared
en la p.13, donde aparece el nombre de la mujer, Vir~ini~. La ambivale~cia o de un tabique, con jacintos o con jazmines ¿qué se espera ?
en su sentimiento hacia la mujer, así como la exphcac1ón de los motivos ¿Qué exiges tú? Las.flores no se mueven. No hay brisa en e/papel.
(pp.19-21) nos va trazando los rasgos de un maniático, que se expresa No hay jardín que las contenga (... )otras manos( ... ) Miles de
también en el amor y el rechazo por la muchedumbre (p.7 y 16). La palabra metros de ese mismo papel y docenas de manos de obreros que
«manía» o «maniáticos» aparece en reiteradas ocasiones. «Mire que se pegaron en docenas de habitaciones, cientos de metros; cuántas
obstinaba y se obstinaba. Buscaba mi locura, o su muerte.»( ...) «Ü~sesio­ manos trabajando, basta de manos, tantas manos, tanto afán y
nado, también, obstinado en otro sentido que ella. Dos eminentes tantas horas de trabajo circunspecto. Y ahora el tabique dócil,
maniáticos. Pero sólo yo sobreviviré.» (p.19) rnbierto de descoloridas simetrías. ¿Para qué? ¿ Para qué tantas
Idéntica situación de agresividad dentro de la pareja plantea su manos?( ... ) » (pp.43-44)
cuento «Ella», donde un marido igualmente maniático termina encerran-
Se pasa de la inmovilidad al dinamismo obsesivo en las imágenes de
do a su mujer en el sótano.
111 llores que se multiplican y manos que también lo hacen hasta resumirse
luis Compodónic~ 33 CUENTOS

en una, la propia mano con la que mató, con la que cometió el crimen. 3.1.3 Música y escritura
Todo ello como un niño desde la cama, mirando un tabique que
separa de otro dormitorio donde hay seguramente «Otros dos», otra pareja. Describe el descenso al estado de inconsciencia a través de la
Podríamos preguntarnos si no se trata aquí de la repetición de una escena relajación; se siente invadido por una «gran paz» y va hacia una «planicie
infantil generadora de angustia: los otros dos, ¿podrían ser los padres?; las blanca». La mente en blanco, se desliza por el camino del sueño,
manos que se multiplican obsesivamente son también generadoras de abandonando aparentemente, toda preocupación: «Y por el sueño mi voz
culpa, ¿por el crimen cometido contra su mujero por algún crimen sexual? avanza, «¿a qué distancia de mí mismo? y hacia el sueño de la planicie -
Crimen, culpa y decapitación --o atentado contra el cuello de Virginia- blanca». La voz separada del ser, en una nueva disociación, el protagonis-
son ideas asociadas: ta vuelve a evocar la imagen del niño. Este párrafo donde se describe el
descenso al sueño es, también, un ejemplo de lo indisolublemente ligada
«Tú de nuevo con el tabique. Y cuántos hoteles y cuántos los que está la música en el espíritu del creador. Sentimos que estamos ante
tabiques y las flores de papel (... ) te inquietan los jacintos (los una partitura, ante la explicación de la acción de una pequeña ópera.
jazmines) y no sabes cómo enumerarlos(... )¿ Llevará alguien la
cuenta de las flores pegadas en paredes de hotel como éste? ¿Y « Pianissimo. Por la blanca superficie -levemente verdosa,
de todos los del país? ¿Y del mundo? Eso no aclara el hecho de tenue- su paso de duende enguantado, su paso de niño grande.
que por un solo gesto de mi mano derecha me vea ahora obligado Sin tiempo exterior, parece, hacia la inconsciencia. Dormir. Un
a semejantes cálculos. brazo se estiraba, se adelantaba la mano aunque supiera que no
Y pretendes sumar ese tabique (o esa pared) y apreciar sus tocaría ese horizonte, por el mero placer de sentir que iba hacia
jacintos o jazmines; un lápiz distraído los pintó, ¿no te das él; cortaba el aire con dulzura. Vas a olvidar. No lo sabrás,
cuenta?, para un comercio ajeno y tú no los conocías. (... ) cuando duermas, no serás consciente del tránsito. No probarás,
Ella que pronto se abrirá como corola regular, ella, jacinta, como antes, a guardar el recuerdo del último segundo, en la
jazmina, (... ).Ella te ha apretado con furia la mano derecha; se frontera con el sueño. Un ritmo de flautas lejanas al unísono.
eleva en ti un dolor fuerte: -Mi mano, Virginia, mi mano!» Virginia; tú no quisiste, no sabes cómo habrá sido. No quise,
(pp.45-47) Virginia, ¡vive! Y me donní sin llorar.» (p.64)

Con la proliferación de las flores aparece la multiplicidad de perso- Hay una cadencia musical en su escritura dada por las repeticiones:
nalidades, la duda acerca de la identidad, el tema del niño que era o es, « SU paso de duende enguantado, su paso de niño grande». La palabra
hasta la recuperación de la unidad cuando vuelve a acostarse, esta vez en otra ccdormir» es una única frase breve que marca una pausa, una introducción.
habitación, la que le presta su amigo, al que encuentra en las cercanías del 1.a frase siguiente da cuenta del movimiento del brazo, de su dirección,
parque. «También somos cuerpo -sobre todo lo somos», dice. (p.62) El hacia el horizonte y prolonga esta acción; la estira todo a lo largo de la frase
placer de meterse entre las sábanas, de recuperar la posición habitual, que contrasta con la brevedad de la anterior («dormir»): «Un brazo se
termina en la certeza acerca de su identidad: «( ... )sí, era él ~sta vez no r sriraba, se adelantaba la mano( ...) cortaba el aire con dulzura». «Dulzu-
cabían trampas- era Femando Alvarez en uno de sus gestos habituales "'" se corresponde con niño y con duende, creando una atmósfera mágica.
inconscientes». (p.63) Recuperación de la unidad-antes la fragmentación l.u ·go sigue otra frase corta: «Vas a olvidar», que introduce otra serie
se había expresado a través de una pluralidad de personajes imaginarios- donde la repetición de la palabra «no» imprime una cadencia hipnótica,
búsqueda de la identidad a través de las sensaciones primarias, corporales. 1111 ·nos lleva cada vez más hacia lo profundo del sueño. Este «pianissimo»
Estas sensaciones son el preludio a un viaje interior, a través del sueño. r cierra con «Un ritmo de flautas lejanas al unísono» y el recuerdo de
Luis Compod~nico 33 CUENTOS

Virginia. Con la palabra ¡vive!, se agrega una última nota llena de como una mano abierta y persistente». El olor que se convierte en mano
sentimiento y se cierra este pequeño aire o aria con la frase «y me dormí es una imagen que evoca el crimen con la mano, asociado a la escena del
sin llorar». hotel; es el agente del crimen, el vehículo de la agresividad contra la mujer
y quizás contra la iglesia: lo sagrado.
3.1.4 La pesadilla. Imagen de la estatua
3.2 Los cuentos
Flautas, tambores y, finalmente, campanas acompañarán, como
música de fondo, la pesadilla del protagonista. También la mujer-muñeca, Los cuentos que hoy presentamos al lector representan su obra más
que aparece en ella y que luego se agrandará hasta convertirse en una accesible, comparados con la dificultad de obras como el Misterio,
estatua, entona una letanía a la que responde el niño, como una especie de Carla/Clara o Corta-pulgares. Esto no quiere decir que no respondan,
oración, nos dice el autor. Ambos, mujer y niño, visten togas ceñidas como como toda su producción artística, a una rigurosa y cuidadosa concepción.
imágenes de iglesia. Otros elementos simbólicos aparecen en este sueño Ya Angel Rama le encontraba parentesco, en su «modo preciso de dibujar
-el bote, el remo, el lago, el bosque, el jabalí, la tormenta, el brazo con una realidad», con G. Eyherabide y J. Sclavo. Por su manera de integrar
el puñal, la cabeza del protagonista que emerge del lago y dialoga con el elementos de historietas, nosotros lo emparentamos también con Mario
niño-- que no podemos, en este breve recuento, analizar aquí. Levrero, especialmente. Sin embargo, estos cuentos, escritos en castella-
Sólo destacaremos la mano que reaparece nuevamente como agente no, no fueron publicados en su versión original, hasta ahora. Sí lo fueron,
del crimen, y la herida en el cuello que al serle infligida, convierte a la en cambio, en la editorial Mercure de France, traducidos al francés por su
muñeca-mujer en una estatua que se resquebraja y cae hecha pedazos. Así esposa Fran~oise Campo. Esta circunstancia hace que el libro en francés
termina esta pesadilla, que comenzó con un fuerte olor a jazmín: sea una obra en colaboración, donde podemos también apreciar las
condiciones de la traductora. El cotejo de ambas versiones nos permite
«Hay un olorfuerte a jazmín. No quedan, para Fernando, detrás, también apreciar cómo, en ciertos casos, Ja versión francesa acentúa Ja
sino confusos recuerdos que desembocan, confusamente, en la técnica especial de Campodónico, ese modo preciso de describir. En
misma idea (confusa) y que son para ella como inexorables ríos, olros, concretamente en «Amo el viento negro», el francés no llega a
de remoto e inexorable origen, echándose en un único lago de lransmitir con la misma intensidad la fuerza que recorre a la versión
penumbra. La misma preocupación, la misma locura: lago que original.
se ensancha sin que lo advierta(. .. ) En estos cuentos existe un humor juguetón, a veces negro, que
Hay un olor a jazmín cada vez más intenso. Sube a la garganta, in legra elementos de cuento infantil e imágenes de historieta («Viaje») y
la aprieta; rodea la cara, como una mano abierta y persiste; se '!lle a veces se conjuga con una visión negra e irónica de las relaciones
navega; se navegaba sentado en un bote rojo, muy rojo, como humanas («Ella») o adopta los rasgos del absurdo («No tiene derecho»):
roja rosa; (. .. )» (p.65) diversas maneras de ejercitar la lucidez. Hay cuentos que parecen respon-
tlcr a una misma técnica narrativa y cuyos personajes están emparentados
Las palabras «idea (confusa)», «inexorable», «lago de penumbra», por encarnar un rasgo obsesivo, maníaco y estereotipado, que llevan hasla
«locura», remiten al temor a la locura y a la muerte y quizás también a la us últimas consecuencias, hasta Jos límites de lo absurdo y lo grolesw.
mujer que aparecerá luego como imagen enorme y perseguidora del niño 1.11 acentuación del punto de vista, la focalización selectiva, destacu 1111
aterrado. Preocupaciones veladas detrás del sesgo humorístico, que es por u pecto de esa realidad como bajo un lente de aumento.
otra parte una constante a lo largo de la obra. El olor a jazmín, que sube «El triángulo» es la historia de un acontecimiento insólilo: 111
a la garganta, recuerda el asesinato de Virginia: «la aprieta: rodea la cara, 111 upción sorpresiva, aunque esperada, de un elemento que interrumpe lºl

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Luis Com¡xxfon ico 33 CUENTOS

orden establecido por el narrador en su vida: «interrumpió mi orden». a una supuesta explicación racional. Sin embargo, en el texto el triángulo
pre-existe a las especulaciones del narrador. Tiene una vida propia, es
«Llegó temprano. Aunque debíamos vernos uno de esos días, . u capaz de responder y de manifestar alegría o disgusto: responde a la
Llegada me sorprendió.» conversación en el teatro con su vértice superior y a la propuesta de
trabajo, que le agradó, abriendo y cerrando sus tres vértices a compás.
Lo insólito del caso es que quien así irrumpe es un triángulo. El
narrador no parece sorprendido por este hecho, sino por su llegada ... »tanto que temí se cayese de la mesa donde apoyaba su base
sorpresiva. Imagina su origen como una cuerda, una «chaura solapada» mientras yo bebía un cortado, a la salida del teatro.»
que se fuga de una ferretería y se «constituye en un triángulo». Nos cuenta
la instancia en que se conocieron, en un teatro, con motivo de la función Se le atribuyen cualidades: es discreto. Y al final del cuento se dice:
de «El Avaro», de Moliere. Simpatizaron y conversaron en el entreacto:
«Algo le molestó ese día, y mucho, porque no volví a verlo.»
«Y él, con pocos gestos de su vértice superior, me dio a entender
que compartía mis ideas». (... ) «Yo me había lanzado a hacer Esta personificación del triángulo es una forma del absurdo, una
consideraciones sobre la forma en Moliere» . manifestación de lo imposible como algo normal y posible. La dimensión
subjetiva se objetiva, toma cuerpo y llega a lo insólito dentro del absurdo.
Terminada la función, conversaron en un café, ocasión en que el Si para los lectores lo increíble reside en el hecho de que un triángulo esté
narrador aprovechó para ofrecerle un puesto de portero en el Instituto. dotado de voluntad, para el autor-narrador lo inquietante se encuentra en
Después de este encuentro nos dice que lo olvidó: «Luego, lo olvidé. Es el hecho de que tenga un cuerpo que se le escamotea de manera subrep-
decir, no: lo suspendí en mi memoria.» Nos enteramos de que, si bien el ticia.
narrador lo había «suspendido» de su memoria, también había provocado La mente humana es capaz de generar criaturas inexistentes en el
el encuentro y lo esperaba, porque en el fondo se sentía atraído por el mundo real pero que irrumpen en el universo literario, en ese pequeño
triángulo: «Y o. había insistido en que me viera, aun cuando resolviera mundo recreado que es el texto, con la fuem1 de un hecho real. El triángulo
rehusar, porque deseaba algo más. No me lo confesaba, pero me atraía, el entraría a formar parte del muestrario de seres imaginarios, al mismo título
triángulo. Y me asustaba también.» Finalmente descubre el motivo de su que el Unicornio.
fascinación y de su repulsión, es decir, de su ambivalencia: el hecho de que En este sentido, el triángulo que es capaz de sentimientos, se
el triángulo tuviera cuerpo. emparenta con el balcón de Felisberto Hernández. El cuento puede
calificarse de fantástico, absurdo e inquietante.
«Una especie de sustancia opaca, apenas insinuada, su superfi- Si ya es absurdo, para un pensamiento racional, pensar que el
cie, su cuerpo, en suma.» triángulo pueda estar dotado de voluntad, un rasgo de mayor sutileza aún
es atribuir lo inquietante a su «corporeidad», a su opacidad, no ya a su
Esta característica se le revela de golpe y lo «asusta», generando el animación. Este -figura geométrica o instrumento musical- se
sentimiento de inquietante extrañeza. «cosifica», tiene algo de acechante, pierde la transparencia del pensa-
miento. Del mismo modo sucede con las palabras, cuando entran a ser
Podríamos pensar que ese triángulo concreto es la materialización objetos de experimentación dentro del recinto cerrado de la creación
del pensamiento del autor, de aquellos juegos de planos que éste descubrió literaria. El triángulo viene a ser una metáfora de la creación, lúdica, con
en Moliere y Marivaux. Pero esto sería una suposición que vendría a suplir sus brillos y opacidades.
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luis Compodónico 33 CUENTOS

Desde el punto de vista formal, encontramos que el cuento cumple En« Ella», la postura creativa es la misma. El relato del hombre que
con las reglas del relato fantástico. Comenzando por. la sorpresa inicial, quiere explicar al lector lo que sucedió con su mujer, a partir de una
hasta el miedo experimentado ante la doble naturaleza, ambigua, del primera aseveración que nos informa acerca de su agresividad --ella lo
triángulo, material y espiritual, estos hechos insólitos rompen un orden mordió-se va desarrollando en dos niveles de significación: aquel en que
cotidiano pre-establecido y que está materializado en el texto por una se va caracterizando la actitud anti social de la mujer, y el otro donde va
imagen evocada al comienzo y al final del cuento, cuando aparece y surgiendo retratada la personalidad del marido -un maniático del orden.
desaparece el triángullo: El cuento se va atornillando de modo que cada dato que nos ofrece el
relator sobre sí mismo es otra vuelta de tuerca, cuyo resultado final será
«Llegó, pues, una mañana de otoño -de aire estremecido y el mensaje diametralmente opuesto al que se expresa al comienzo. El
árboles cautelosos- inesperado, sin escrúpulos.» lector constata que el marido es el loco maniático que ha terminado
encerrando a su mujer en el sótano, para que no perturbe su «orden».
Y al final: Quizás se trata del mismo orden que el triángulo, a su vez, interrum-
pía, según confiesa el relator de ese cuento, introduciendo una posibilidad
«Lo seguí. Vi cómo se perdía en el jardín, cómo desaparecía, y diferente. El registro es el del humor grotesco y absurdo, al mismo tiempo
me quedé solo frente a los árboles cautelosos en el aire estreme- vehículo de un tema: el de la violencia y la relación de poder dentro de la
cido de otoño.» pareja.

«El triángulo», «Ella» y «Viaje» configuran un mismo cosmos de En« Viaje», se manifiesta la tendencia lúdica, así como el componen-
creatividad, representan diversos enfoques de una misma postura «expe- te subjetivo de la creación, que podríamos llamar la tendencia a volar
rimental». Lo importante no es dar cuenta de una historia «real» sino que libremente por los caminos de la imaginación, por mundos de fantasía, que
la historia es el pretexto para manifestar una visión particular, centrándola asume rasgos de historieta o de cuento de hadas. Todo ello envuelto en una
sobre un aspecto preciso. En el caso de «El Triángulo», la concreción de gran dosis de humor, sin dejar de lado algún rasgo macabro y un detalle
una abstracción, el planteo de una paradoja: el triángulo forma parte de la obsesivo --el de los zapatos desatados- que le da un aire de sueño
realidad cotidiana, pero presenta un aspecto escondido, extraño, acechante, pesadillesco o de fantasía, al estilo de Lewis Carroll.
disimulado, oculto: su transparencia deja entrever una cierta materialidad. El tema es un viaje que dura «unos pocos minutos» . Viaje estrafala-
La dimensión del absurdo se instala en lo cotidiano bajo una rio a bordo no se sabe de qué, porque lo único que se menciona es una
apariencia racional. La interrogación metafísica, acerca de la realidad de manivela que posibilita el vuelo. El motivo del viaje parece ser la pasión
lo aparencial: la posible materialidad de lo invisible; la posibilidad de que del vuelo, a la que se agrega la necesidad económica. Desde el comienzo,
exista una continuidad entre materia y espíritu, tema fantástico catalogado hay un detalle que molesta al protagonista:
como tal por Todorov. (21 >
La «realidad estremecida» que se abrió a la posibilidad de que esta «Con entusiasmo da vuelta otra vez a la manivela. Si anduviese
anécdota exista se vuelve a cerrar con un nuevo estremecimiento sobre el más rápido. Es irritante, pero él aguanta bastante bien. Lo que
final del cuento, cuando el triángulo se aleja para siempre, circunscribien- le molesta mucho, casi intolerablemente, es el cordón del zapato,
do de este modo el espacio poético --creativo-- asimilando la creación con el nudo desatado. Lo atará apenas la manivela se ponga en
a la pura ficción y a la libertad del hombre que descubre su individualidad marcha.»
en el cuestionamiento de la realidad objetiva. (22 >

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luis Campodóoico •

El cuento está enmarcado entre estos sentimientos: «entusiasmo» e de los recursos típicos del género de la aventura heroica alternando con el
«irritación». El afán por atarse el cordón y la irritación que este desorden gesto nada heroico de atarse los cordones. El cuento empieza y termina
produce en el protagonista deja traslucir una frustración y emparenta este con el planteo de esta irritación finalmente conjurada. A esta veta lúdica
cuento con los sueños pesadillescos, donde un detalle insistente y aparen- y humorística, se adscriben cuentos como «Los Baldofios», que recuerda
temente sin sentido encubre quizás un significado profundo y reprimido. a Cortázar por la invención de criaturas originales, o «JI mio tormento».
Todo el episodio está dibujado con precisión aunque es suficientemente
elíptico y deja voluntariamente zonas de sombra escamoteando a veces En «El fuego», el protagonista es también un obsesionado por el
aquello que podría darle algún sentido lógico al cuadro. Es el caso de Ja orden pero de otro signo, subversivo. Se trata de ir en contra del sistema
manivela que aparece desde el comienzo. Nos preguntamos qué es la establecido metódicamente, imponiendo el orden de otro sistema: el de la
manivela, comprendemos confusamente que sirve para poner en marcha belleza del fuego. Quizás todos sus cuentos rompan los esquemas habitua-
algún vehículo, quizás un aeroplano; pero luego nos dice que salta sobre les, para instaurar un nuevo orden diferente, insólito, el orden que el
la manivela. Y entonces Jo vemos convertido en un equilibrista, especie espíritu creativo puede dar al mundo y que no tiene por qué coincidir con
de Barón de Munchausen, surcando los cielos. Cuando logra volar, las los fines concretos, cotidianos, prácticos y, por ende, traducidos por
casas vistas desde la altura parecen «ridículas como juiciosos juguetes». gestos y visiones rutinarias y gastadas. El orden, la repetición son
La palabra manivela atrae quizás la otra, manirroto, y da lugar a la necesarios, sin embargo, aunque parezcan gestos mecánicos, porque se
explicación de su vuelo. Su excesiva generosidad «sus excesivos presen- traducen en la regularidad imprevisible para los demás, del gesto creativo.
tes», «tan excesivos que se ve obligado a trasladarse hasta tierras extran- Para los espectadores es la maravilla renovada y no el gesto mecánico;
jeras para roer un poco sus escondidos tesoros; no le queda un cobre.» pero detrás está la mano del artista responsable y consciente.
El humor está dado por el contraste entre un lenguaje evocador de las La última frase del cuento «ahora escribo estas líneas en una celda
novelas de aventuras -»tierras extranjeras», «escondidos tesoros»- y seca, y en la alta ventana veo, si levanto la cabeza, el cielo por encima de
un lenguaje coloquial, con la expresión familiar «no le queda un cobre». los techos», emparenta al protagonista con el poeta encarcelado: Verlaine,
El mismo procedimiento produce efectos cómicos, de humor negro, al «le ciel est par dessus le toit», marcando de este modo, el destino de todos
intercalar Ja palabra «roer», que unimos con un animal desagradable, con Jos infractores.
algún suplicio del infierno de Dante, entre aquéllas evocadoras de cuentos A esta misma categoría de seres diferentes, incomprendidos por su
fabulosos. entorno, pertenece el niño de «la rosa azul», pariente espiritual de otro
Otra imagen utilizada con el mismo procedimiento, al comienzo del niño, protagonista del cuento de Armonía Somers «El pensador de
cuento, es aquélla que le lleva a imaginarse al protagonista caído en un Rodin», a quien se encierra por haber manifestado su diferencia.
osario por haber osado intentar tomar el impulso del vuelo. El juego de
palabras no lo propone el autor en este caso, pero corresponde al espíritu La visión poética de Campodónico no es precisamente negra o
lúdico y experimental que sí es una propuesta explícita, del autor al lector. fúnebre. Sentimos brotar muchas veces el sentimiento de feliz unión con
La figura del hombre que vuela se hace payasesca, luego adquiere el Cosmos, con la totalidad de la creación, una sana alegría de estar vivo,
otros detalles -»turbante de verano»- que sugiere las historias de en suma, un lirismo vital y muchas veces sensual. Su cuento «Hada
alfombras mágicas y sobre el final hace una invocación al cielo y a los blanca», dedicado a su esposa Fran~oise , es en realidad un verdadero
dioses, alternando lenguaje y conceptos elevados con Ja preocupación poema, un canto al amor verdadero, donde ella ocupa el sitio del hada
pedreste por sus zapatos. La historia concluye con un feliz aterrizaje y blanca, aquella que seguramente ha aventado las tendencias nocturnas, la
como las historias de viajeros de Ja antigüedad, con un sacrificio a Jos atracción de la muerte que le caracterizaban:
dioses. El sentido juguetón del cuento se afirma sobre la burla divertida
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«En ti bebí la magia blanc(l, la del día( ... )» Esta primera frase, con la que se abre el cuento, podría prestarse a
«Cuántas noches esperándote cultivé mi cadáver, me enamoré equívocos. En realidad se está aludiendo a la proliferación que anuncia la
del barro de las tumbas, deseé una losa tranquila para mi injusto descomposición del cuerpo. Se trata de la percepción interna de alguien
esqueleto( ... )» que acaba de morir, hasta el momento en que el alma se separa del cuerpo.
«Un día regresarás al bosque secretísimo. No sé si estaré para En el cuento llamado «En el ómnibus» la vivencia del tiempo y de la
besarte y despedirte. Ahora -oh presente inencontrable- aún vida están dados desde una particular situación; la del viaje nocturno en
estoy contigo.» ómnibus:

La sensualidad aflora aún cuando se trata de describir su tendencia «Todas las luces de la noche son ficticias. Un minuto e11 el
suicida o necrófila. Nos habla de su amor por el «barro de las tumbas», y ómnibus que corre para no detenerse nunca.»
sentimos que su experiencia pasa a través del tacto, de aquello que puede
tocar con las manos o sentir con la piel. Idéntica sensualidad encontramos La realidad exterior al viaje se hace «ficticia»; el tiempo mismo es
en el cuento «Amo el viento negro». En él, el tema nocturno del goce aholido. Parece que sólo contara, para la protagonista, la situación de estar
sensual unido a la muerte, se expresa de manera magistral. cmharcada en el ómnibus, dejándose llevar por la modorra y la sensación
Varios indicios nos van llevando a descubrir cuál es la identidad del física del rodar de éste. Sin embargo, todo ello es filtrado a través de la
protagonista del relato, un joven que vive solitario, esperando siempre la vivencia que se le asemeja, de la enfermedad-la tisis-. El universo de
llegada de la noche para gozar del viento negro y del bosque. La la cnfermedad, con su tratamiento previsiblemente largo, con la rutina de
dedicatoria «A Vlad D. joven», nos confirma que se trata de Drácula en los medicamentos, a la espera de la mejoría, implica también una aboli-
la etapa previa al comienzo de su carrera. Aflora en el relato la sensualidad l'Ífü• del tiempo, una suspensión en el tiempo y en el espacio, un
inherente al concepto mismo del vampirismo, unida a la muerte y a la u sl11111iento. En suma, idéntica realidad vivencial a la del viaje nocturno.
noche; el placer necrófilo de alimentarse de seres vivos. Drácula se Li1 vidu de «los sanos» o de la salud, vista desde la realidad del enfermo,
presenta como un sibarita, un exquisito. La sensualidad del protagonista r 11 11111 lklicia como lo son las luces de la noche desde el ómnibus en
está localizada en la boca, los labios. La actividad vampiresca está 11 um:tui.
sugerida en las palabras con las que se anticipa al placer: Em.: ontramos en este relato planteada la relación entre ficción y
rc11lidatl objetiva. Es aquélla una realidad autosuficiente, auto referencial,
si hien mantiene un diálogo con los referentes extra ficcionales, es decir,
«Pronto oficiaré. Será la etapa suprema de mi vida, su primera .: on el mundo exterior. Es esta concepción la que ya hemos analizado al
culminación, el comienw de una serie de momentos hábiles, hahlar de cuentos como «El triángulo», o «El fuego», y que defiill' 111
agudos, que dedicaré al viento y al bosque. Descubriré entonces, particular visión del autor. Podemos encontrar una filiación de c~111
en el extremo apogeo de mis labios, innominables fuentes de concepción y de esta práctica, en la escritura de Armonía So111t•1 11
goce, de gusto áspero.» También en ella la ficción es un campo de juego, un territorio 1ll'
intercambio entre las vivencias que vienen de lo profundo del inco1111' 1r11
La muerte, en el cuento «En primavera» dedicado a Ricardo le y el impacto de una particular realidad exterior sobre la suhjt·11vuli11l 1h•I
Campodónico, es una sucesión de estados sensitivos: creador. Reconocer esta filiación es, al mismo tiempo, rrn1t111l r 1 1
importancia de la obra de Armonía Somers, así como 111¡trllr111•m1111h• 111
«Minuciosamente, punto por punto, siento -en mí cunde- el escritura de Luis Campodónico a una línea que dc~mo11 1rlvl111llur' omo
ser.» propia y original dentro de las letras uruguayas r hi111umo111H'rlu111•
• 134 1,H •
NOTAS

( 1) A. RAMA, Aquf, cien •ños de n1ros, ARCA, Montevideo, 1966.


(2) R. DARIO. Los R•ros. Ediciones Continental. Buenos Aires, 1943; (primera edic. Mauddi,
Bs.As .. 1905).
(3) U. ECO. Obr• •blerta. Editorial Seix Barral. Barcelona, 1965.
(4) N. OSORIO, MHlfkstos, procl•m•s y polimlcas de I• nngu•nll• lltrr•ri• hlspm-meri-
nna. Prólogo. selección y notas . Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela. 19Kll.
('.i) Citado por G. DE TORRE. Hlstori• de l•s llten1tu,.. de nngu•nll•. Tomo l. p.46; Ed.
Guadarrama. Madrid. 1971.
(6) Citado por C. PICHOIS. lntroduction fl La Fleun du M•I. Gallimard, 1992.
(7) H.J. VERA NI, L85 nngu.nll•s llttn1riu en Hlsp•no8mirkll. Manifiestos. proclamas y otros
escritos. Prólogo. F.C.E., 1990; (primera edición, Bulzoni Editorc, 19116).
(KI A.M. RODRIGUEZ-VILLAMIL. «Mitos. símbolos. supersticiones y creencias populares• en
l...11 Curehl. dc E. AMORIM. edic . crltica,coord. F. AINSA,colccc. Archivos, UNESC0, 19118.
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•RU••. memoria de Maestría. Universidad de la Sorbonne Nouvelle. Paris 111. 1977.
(9) R. DARIO, op. cit .. p. 118.
( IO) H. QUIROGA. Hlstori• de un •mor turbio. Biblioteca Anigas. colección Clásicos Uruguayos.
Montevideo, 19611.
( l ll Ver a este respecto el prólogo de C. BLIXEN a E11tn1ños y ntn1njrros. ARCA. Montevideo.
1991.
( l 2)A. RAMA, «Luis Campodónico. un adelantado•. en ~t.rch8. Montevideo, 2111211973 .
(l.l)EI texto completo del programa se induye en el estudio de G . PARASKEVAIDIS. «Luis
Campodónico: Apuntes biográficos y aproximación a su obra musical», Montevideo, 1991
(in~dito) .
( 14) L. C AMPOOONICO. Coupe-Pouc:n, Les Lcttres Nouvelles, Paris, 1971 . Prólogo y trmducción
del lexlo al franc~s por Fra~oisc Campo. (La traducción de la.~ cita~. del franc~s al espallol. es
mla.)
(1511.. CAMPOOONICO. 1...11 nhltu•. ARCA, Montevideo, 1964.
( 1611.. CAMPOOONICO. C•rl8'Cl•n1 (Cl•n1, ou nt C•rl•'!l. Editions Pierre Jean Oswald, 1973,
París.
( l 7>La traducción del franc~s es mla.
( 1K)G . PARASKEVAIDIS. op. cir.
(19)G PARASKEVAIDIS. ihid .
(20>L. <.:AMPODONICO . .B Contn, Mercurc de France, 1969.
121 )T. TOOOROV. lntrnductlon ii l• lillin1ture rHtulique. Editions du Scuil. París. 1970.
12211 . BESSIERE. Le ricll rHhlstique, la ~ti4ue de l'incenain. Larnussc Universil~. coll .
·Th~mcs el tutes". Paris. 1974.

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