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Luis Cáceres

Más allá de mis ojos

Barquisimeto, Venezuela.
A todo el que se sienta especial .
Mi corazón latía de manera
agitada. No quería sudar, ¡detestaba
hacerlo! Cada que me pongo nerviosa,
mi frente parece una fuente de agua
que se resbala hasta hacer que mi rostro
se torne brillante y ese aspecto se me
antojaba desagradable. Al menos para
mí. Pero no podía evitarlo. Esta vez
estaba tan preocupada, tan
angustiada, que temía que el maquillaje
empezara a correrse. Mi madre se
esmeró tanto que me había dejado
hermosa; aunque yo pensaba lo
contrario. No me consideraba tan bella
como mi hermana ¡ella si era realmente
hermosa! Por eso, mi alma se rehusaba
a aceptar que David, ese chico tan
guapo y agradable que conocí hace un
año, me hubiese dejado plantada allí
delante de Dios y al frente de mis
familiares a los cuales les complacería
devorarme con sus críticas como
siempre lo habían hecho a mis espaldas.
El cura, a cada instante observaba
impaciente su reloj. Hace media hora
esperaba al “desconocido” novio que
aún no llegaba. Mi madre sentada en la
primera fila de bancos me miraba de
una manera que yo podía interpretar
como un “te lo dije”. Ella, no lo conocía.
No entiendo por qué David nunca
acepto conocer tan siquiera a mi
madre. Siempre tenía una excusa
perfecta. Pero jamás dude de su amor.
Ha sido el único hombre después de mi
padre que me ha amado de una
manera desinteresada, pura y hermosa.
De nuevo no entendía como un chico,
blanco, de cabellos castaños, y ojos
verdes como aceitunas, se hubiese
fijado en una mujer como yo, débil,
indefensa, y sin un poco de gracia. Esos
eran los adjetivos que me daba cada
vez que podía, mi hermana Maira. Que
me miraba deleitándose de la angustia
que me invadía al no ver entrar por las
puertas del templo a David.
Comencé a recordar las tardes de
todos los jueves cuando mi mamá me
llevaba al psicólogo; meses después de
la trágica muerte de mi hermanita,
Anita. Ella tenía siete años cuando
aquella lluviosa tarde de marzo se fue al
cielo y nos dejó; bueno, a mí me
abandono cuando comencé mis
terapias con el psicólogo Richard
Dumont. Mis encuentros en el jardín con
mi hermana después de su “partida al
cielo” fue el desencadenante para que
mi hermana, Maira, me acusara de loca
y mi madre, Deborah, llamara al
psicólogo, primo de mi papá para que
me tratara. Me alegró saber que faltaba
solo unos días para el final de las
aburridas terapias con el psicólogo, pero
me llenó de una gran tristeza porque ya
no veía más a mi hermanita ¡había
desaparecido! ¡Ya no venía a verme!
Fueron muchas las noches que llore su
ausencia; aunque mi madre estuviera
tranquila porque ya estaba “sana”.
Recordé nítidamente aquella
situación de mi pasado, pues un día
antes de mi boda la cizañera de Maira
le inculco a mi madre que aquellas
presuntas alucinaciones del pasado
habían vuelto, y que David no existía. En
el fondo de mi corazón sabía que él era
real. Que no era un producto de mi
mente. Me negaba a creer que David
simplemente nunca existió, y todavía
con esperanza mezclada con un poco
de temor, esperaba allí frente al altar, sin
apuro y con un gran amor...
***

Y sucedió lo que todos pensaban.


David nunca se apareció en aquella
pequeña capilla del pueblo. La misma
donde había recibido mi primera
comunión. Aquella donde mi hermanita
Ana y yo solíamos jugar en la plaza de
enfrente y perseguíamos a las palomas
que revoloteaban en la fuente. De
nuevo estaba en la boca de todos, de
mi familia, conocidos y vecinos. De
nuevo era Mariana, “la loca” como me
llamaban en la escuela mis
compañeros. En ese momento me sentí
sola, decepcionada y creí lo que tanto
me repetía mi madre y mi hermana, que
David era producto de mi mente
trastornada que me había causado la
despedida inesperada de mi hermanita.
Salí de inmediato de aquella iglesia
corriendo como un corre caminos. No
podía soportar las miradas de lástima
que se posaban sobre mí, y me interné
en el bosque, en la profundidad del
bosque donde cada vez que me sentía
triste iba sin titubear. Allí sentada en la
orilla de un riachuelo observaba como
el agua corría lenta y silenciosa. El
cantar de los pájaros me acompañaba
al compás de mis lágrimas que
resbalaban sobre mis mejillas y caían
sobre una roca con hierbas húmedas
alrededor. Noté como en la otra orilla
un hermoso turpial estaba tomando
agua del riachuelo. Cada mínimo sorbo
iba acompañado de un paso inquieto y
nervioso. Yo reía cada vez que era
participe de esa linda escena. “La
naturaleza es tan sabia”, decía mi
abuela cada vez que me llevaba hasta
ese lugar. Ella me mostro ese sitio del
bosque. Era su escondite preferido. Su
secreto. Ahora era mi sitio, mi lugar, mi
escondite... y de David. Pues allí conocí
al chico de mis sueños. Al menos eso
pensaba que era. ¿Cómo dio David con
este lugar del bosque? Me di cuenta
que no era la única que lo conocía.
Mi vestido blanco como la nieve, ahora
se tornaba sucio y manchado. Mi
cabello despeinado y mi rostro... ¡todo
un horror! No quería llegar a casa. Sin
embargo, no tenía otra opción, así que
me levante y me disponía a marcharme,
cuando de pronto David estaba allí;
detrás de mí, con una sonrisa que junto
a sus brillosos ojos me inspiraban paz y
sosiego. Quería balancearme sobre él
porque sabía que era real, que mi
mente no me estaba jugando una mala
pasada. ¡No estoy loca! Gritaba en mi
interior, pero en mi rostro no dibuje una
expresión de alegría. Todo lo contrario.
Deduje que sabía que estaba molesta,
decepcionada. Espere que me dirigiera
una palabra; no obstante, me adelante
a la acción: “¿por qué? ¿Te divirtió
dejarme plantada y qué todos me
consideraran una lunática? Confié en ti,
David. Jamás quisiste conocer a mi
familia. Siempre te negaste a vernos en
otro lugar público. Acepté que esté
fuera nuestro lugar de idilio y así me
pagas...?”. Me escuchaba atento. Su
mirada no se apartaba de mis aguados
ojos. Allí fue cuando sus palabras me
daban una explicación: “perdóname.
Sé que no debí conducirte a esto. Es mi
culpa que ahora te sientas mal, ¡es
verdad! Pero si me aparecía en esa
iglesia de todas formas todos te
considerarían una lunática como tú
dices – una leve sonrisa se dibujó en sus
labios – lo del matrimonio fue una locura
de mi parte. Lo admito. ¿La razón? Es
difícil de comprender. El matrimonio no
se hizo para mí”. Aquella explicación me
pareció tan ilógica, insensata, y tan
poco sensible que quise romper en
llanto amargo. Él se acercó a mí e
intento darme un beso en la mejilla
como siempre. Como cada vez que nos
encontrábamos lo hacía. Y lo esquivé.
Le di las gracias por haberme hecho
saber cómo era el amor. A pesar de lo
que me había hecho, tengo que
confesar que fue mi primer amor en los
18 años de vida que tengo, y me hizo
comprender lo que era el sentimiento
de amor hacia otro chico. Al intentar
marcharme de aquel inesperado
momento, me detuvo, tomó entre las
frías palmas de sus manos mis mejillas y
mirando nuevamente de una manera
fija mis ojos me dijo: “acompáñame y te
mostrare todo”.
***

“Creo que te conté una vez que no


me gusta exponerme mucho tiempo al
sol”, dije llevando la palma de mi mano
derecha por encima de mi frente
tratando de ocultar mi rostro de aquel
inclemente sol de mediodía. Pareció no
escuchar mis palabras. Iba unos pasos
adelantados más que yo.
Caminábamos por un árido camino y
cada cinco minutos se levantaba una
pequeña ráfaga de viento que hacía
que del polvo se formaran remolinos
molestos. Ya no sabía si mis ojos estaban
rojos por las lágrimas o por la tierra que
en ellos caían. Estaba cansada. No
sabía a donde iba a parar, ¿dónde me
llevas? ¿Falta mucho? Preguntaba a
cada instante sin obtener respuesta
alguna. Nunca había visto tan serio a
David. Jamás me había dejado con la
palabra en la boca. Note cierto aire de
arrepentimiento de su parte, como si
hubiese deseado no llevarme hasta...
¡quién sabe dónde!. De pronto, visualice
una pequeña casa de aspecto humilde.
Era la única que había en la zona. Al
menos eso parecía.

“bienvenida, estas a un paso de


saber la verdad que tanto buscas”, me
dijo con un tono sereno y decidido. No
comprendí en aquel momento lo que
me espera. Intente preguntarle de que
se trataba todo aquello pero solo se
limitó a decir: “allí encontraras la
explicación al por qué nunca me mostré
a tu familia”. Seguí sin entender.
Vacilando, me acerque hasta la puerta
de aquella casa de aspecto agradable.
Sencilla pero de buen gusto. Desvié mis
ojos hacia atrás y David ya no estaba
allí. Como siempre él desapareciendo
inesperadamente. Toque dos veces la
crujiente puerta y escuche unos pasos
en el interior de la vivienda. Pasos lentos.
Debí caer en cuenta que se trataba de
una anciana por la demora para abrirle
la puerta. La señora tenia cabellos
totalmente blancos, aunque su rostro no
estaba del todo cubierto de arrugas,
pero si vi cierta molestia al caminar.
“¿que desea, jovencita? Me dijo con un
tono molesto, “disculpe, me llamo
Mariana y deseo saber si esta es la casa
de David” fue lo que se me ocurrió
preguntar. Si David me había traído
hasta aquí era porque deseaba que su
madre o su abuela me diera una
explicación convincente que él no se
atrevía a darme. “si, esta era su casa
¿qué quiere de él?”, su tono se notó más
agresivo de lo normal, “perdone usted.
No quiero molestarla. Solo que el...”
“tengo unos frijoles en la estufa que no
quiero que se me quemen. Pase y
siéntese en uno de los muebles. Después
veo a ver que quiere con mi hijo”, sin
duda alguna tenía un mal carácter, eso
estaba claro. Obedecí a su orden.
Espere no menos de diez minutos y seguí
sin comprender. Sentía un sentimiento
de pena con aquella señora y me
preguntaba ¿por qué David no se
atrevió a entrar si era su casa, la casa
de su madre? Mientras espere a la
señora... ¿cómo se llamaría?, en fin,
mientras la esperaba me causo
curiosidad el ver un cuadro pintado en
lienzo de un chico especial, de síndrome
de Down, bien vestido y con una sonrisa
reluciente. Me causo curiosidad por que
creí haberlo visto alguna vez; pero, no
recordaba dónde ni cuándo. Cuando la
señora se desocupo de sus frijoles tuve la
osadía de preguntarle “¿quién es ese
chico? Creo haberlo visto una vez” la
señora rio irónica y me afirmo: “¿a que
juega usted? Me dice que quiere hablar
de mi hijo y no lo conoce. O lo peor
duda de si lo ha visto alguna veces,
¿qué quiere lograr con todo esto?” de
nuevo estaba más confundida que
antes. No entendía nada. David me dijo
que aquí encontraría respuesta y resulta
que me enredaba aún más. “solo
pregunte quien es ese chico” dije, y ella
respondió: “mi hijo, David”, ¡lo entendí
todo! Estaba equivocada, de seguro...
¡no! ¡un momento! Era el mismo David
quien me había traído hasta aquí. Él no
podía equivocarse, “señora, lo que
sucede es que mi prometido David que
nunca llego a nuestra boda el día de
hoy, y por eso usted me ve con este
vestido de novia, me dijo que aquí
encontraría respuestas del por qué el
me dejo plantada y sola el día de
nuestra boda, ¡solo quiero una
explicación! ¡Solo eso!” aquella señora
se levantó del sofá donde estaba con
furia e indignación: “¡respete la memoria
de mi hijo, niña ociosa! ¿a eso ha
venido? Para burlarse de la memoria de
mi hijo. Ese es mi único hijo – dijo
señalando el cuadro- y como vera usted
jamás se pudo haber casado y mucho
menos tener una relación y menos
ahora que falleció. ¡Váyase de mi casa
y no vuelva más!. Jamás me había
sentido tan mal como en ese mismo
instante. Me sentí culpable de la rabia y
las lágrimas de aquella señora. Salí
como alma que lleva el chamuco y de
nuevo seguía sin comprender nada...
***

Allí estaba él, lanzando piedras al


lago. No se percató que estaba tras de
él observando cada movimiento que
hacía. El lago apacible dejaba
escuchar su ruido al caer de las piedras.
La tarde estaba silenciosa. No se
escuchaba nada alrededor; aunque en
mi interior hacían eco las palabras de
aquella pobre anciana a la que había
herido en sus sentimientos por mi
imprudencia, ¡un momento! Era culpa
de David y ya era hora de encararlo, así
que lo interrumpí en su acción. “David,
David” al verme se sintió emocionado, lo
pude ver en la expresión de su rostro,
“¿qué sucedió? ¿Ahora lo comprendes
todo?” después de explicarle lo sucedió
le advertí que no iba a aguantar una
burla más como esa. Que estaba
cansada de ser “una loca” de
carretera. Esperaba que mis lágrimas lo
conmovieran y dijera la verdad, aquella
que hizo mi día pesado, triste, y confuso.
El día que se suponía seria la mujer más
feliz del mundo pues me estaba
casando con mí ser amado. Él guardo
silencio; esta vez, era más largo de lo
normal. No lo interrumpí sino que lo imite
y me senté a su lado mirando el lago.

“una persona que ve más allá de


las apariencias, de las fachadas, que es
capaz de mirar más allá de lo que los
ojos le hacen ver; es digna de admirar y
de amar”, dijo David rompiendo el
silencio. En ese instante no tuve idea de
lo que hablaba pero no quise
interrumpirlo. Yo había hablado
demasiado, ahora le tocaba a él
expresar lo que sentía. Necesitaba una
explicación y ese era el preciso
momento de tenerla y no podía
desaprovecharla. “¿recuerdas la
conversación con ese chico especial
en el hospital de la ciudad?” aquella
pregunta me trajo de manera veloz el
retrato que había visto en casa de la
anciana. Comprendí que ese chico por
el cual David me preguntaba era aquel
con el cual dure horas hablando y que
al final lo... “de seguro que si lo
recuerdas. Ese día los dos descubrieron
que tenían mucho en común. Hablaron
de lo que amaban y detestaban. A ti te
pareció sorprendente el hecho de que
un chico con síndrome de Down
pudiera tener una conversación
interesante y profunda como la que ese
día tuvieron. Te sentiste inferior delante
de él. Comprendiste en ese instante que
no era el diferente sino tú. Tú, que
teniéndolo todo no valorabas nada. Te
dedicaste a escucharlo con atención. Y
créeme... a él le gusto que lo
escucharas. Por primera vez una
persona le importaba lo que él dijera. Se
sintió digno de escuchar. Sus palabras
cobraron sentido en un mundo de
indiferencia. Su madre jamás lo
escuchaba. Lo atendía, sí, pero nunca
prestaba atención a lo que él quería
expresar. Hasta que llegaste tú. Una
chica joven, bella, y dulce ¿crees que él
pudo enamorarse de ti? ¡Por supuesto
que sí! Tú miraste más allá de su
apariencia, de su condición y eso hizo
que un sentimiento de amor naciera en
él. Tú te convertiste en su musa, en su
más importante inspiración hasta que...
por negligencia médica, dio su último
suspiro”.
Estaba atónita y no paraban de
correr lágrimas por mis mejillas. Mis ojos
no se apartaban de su suave mirada. Su
aspecto empezó a cambiar. Un destello
de luz lo hacía ver brillante. Era extraño...
“¿cómo sabes todo esto?” pregunte,
“porque ese chico soy yo. Lo que ves no
es el aspecto físico que la vida me dio.
Lo que ahora puedes ver es esa belleza
interior que tu descubriste en mí, por ser
capaz de ver más allá de tus ojos”,
“pero David, yo... te amo. ¿Qué va a
pasar con...?”, “siempre te voy amar.
Quizá nos encontremos de nuevo algún
día. Tal vez, con otros ojos, con otro
cuerpo, pero con las misma almas para
no olvidar lo que hemos aprendido”
La luz se hacía cada vez más
intensa. Ya no era perceptible a mis
ojos. La luz que emanaba de él me
impedía verlo, así que cubrí mi rostro. De
pronto estaba allí, sola y en el silencio
del lago. Mire alrededor y un turpial
tomaba agua a sorbos mínimos y con un
paso inquieto y nervioso...

“No te dejes guiar por las apariencias.


Aprende a ver más allá de tus ojos”.
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