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Adoro te devote

Este hermoso poema fue compuesto por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII por petición del
papa Urbano IV para la solemnidad del Corpus Christi. Contiene siete estrofas que hablan del
misterio de la Eucaristía: Jesús, verdadero Dios y hombre, se hace pan. Los sentidos no lo saben.
Sólo la Fe lo puede percibir. Desconocemos cuándo fue musicalizado; permanecerá en el
anonimato la identidad del compositor que le regaló a la Iglesia uno de los cantos más importantes
de la tradición litúrgica.

Tratar de hacer un arreglo que mantenga el espíritu original de la canción, pero que a la vez sea
capaz de revitalizarla en el contexto del siglo XXI, ha sido verdaderamente un difícil desafío. Para
lograrlo, nos propusimos no intervenir en nada la melodía original. Así, cualquiera que conozca de
antemano este canto sabrá reconocer inalterado el inconfundible trazo maestro que ha resonado
durante siglos en los templos del catolicismo.

Una de las decisiones más importantes fue la de proponer una nueva armonización de la melodía.
Por una parte, porque en cierto modo armonizarla ya implica cierta traición a la composición
original. En efecto, el canto gregoriano fue compuesto para ser cantado al unísono y a capella, es
decir, sin acordes. No obstante, reponer el Adoro te devote al unísono y a capella sería como un
ejercicio de imitación costumbrista, objetivo opuesto a nuestra intención de darle vida para el
hombre de la actualidad. Para lograr esta meta, hemos optado por tomar prestados elementos de
lo antiguo y de lo nuevo, constituyendo así continuidad y novedad. El primer aspecto está
representado por el uso del latín, lengua en que fue compuesto el poema, y el uso del órgano,
instrumento tradicional de la liturgia romana. El segundo aspecto está representado por la
guitarra, instrumento que fue admitido en la liturgia hace menos de un siglo, por el uso del
ensamble de cuerdas, y el estilo de canto, que no es ejecutado por un coro lírico, sino más bien
popular.

También la armonía recoge ambos aspectos. Las tres primeras exposiciones del tema son
acompañadas por acordes propios del clasicismo. La cuarta exposición, en cambio, recurre a una
técnica más moderna: la melodía transita por las tensiones del acorde, produciéndose una
sonoridad más cercana a lo modal. Ya desgastada la melodía tras cuatro exposiciones, se recurre a
un cambio de tono mediante un puente modulante, basado en el último gesto de la melodía y del
poema: “te diligere”, es decir, “que te ame”. Este contrapunto remata en un intervalo triunfante
ejecutado por los solistas, acompañado de la entrada del coro en la nueva tonalidad. La
modulación es un aspecto moderno, que ayuda a la sensibilidad contemporánea a mantener la
atención, en contraste con la sensibilidad monacal, que no requiere de modificaciones exteriores
para guiar la concentración hacia la riqueza oculta de las cosas simples.

La quinta exposición es además adornada por un contrapunto de dos contra uno. El órgano
ejecutará dos corcheas por cada negra del coral, estableciéndose dos capas rítmicas, que
producen en el oído la sensación de velocidad y grandiosidad. Esto no es contemporáneo: es
propio del renacimiento y el barroco, llegando a su cumbre en la inspirada pluma de Bach.
La sexta exposición, ya instalada en la nueva tonalidad, profundizará la modernidad inaugurada
por la cuarta exposición. La primera mitad de la propuesta consiste en un pedal, sobre el cual
desfilan acordes tensos y coloridos, que dan el último refresco armónico del arreglo. La segunda
mitad reitera el patrón gradual descendente de la cuarta exposición.
La séptima y última exposición comienza sobre la misma nota que termina la sexta exposición,
produciéndose un traslape muy común en la música del siglo XX. Esta vez se vuelve a la simpleza
de la primera exposición: la armonía más clásica acompañando a una voz solista. Se produce así la
sensación musical de regreso al origen, que es plenamente coherente con el contenido poético de
la estrofa: si la primera estrofa decía que Jesús estaba oculto en el pan, la última estrofa anuncia
que este mismo Jesús oculto ahora puede ser visto, gracias a los ojos de la fe.

Fiel a la tradición gregoriana, el arreglo rescata el “amén” con el cual culminan los cantos
gregorianos. En estos tiempos, caracterizados por la dificultad del hombre para confiar en la
presencia del Dios Vivo, le rogamos al Señor que nos permita creer “aún sin haberlo visto” (Cf. Jn
20, 29) y que nos regale, como a los peregrinos de Emaús, reconocerlo en la fracción del pan. (Cf.
Lc 24, 31). Así sea.

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