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ENTRE INGENIEROS Y

CIUDADANOS.

FILOSOFÍA DE LA TÉCNICA PARA DÍAS DE


DEMOCRACIA.

Fernando Broncano
AGRADECIMIENTOS

Este trabajo se ha escrito con la ayuda de los proyectos BFF2003-


04372 2003-6 y PR2005-0022 del Ministerio de Educación y Ciencia.
Casi todas las páginas se han gestado en varios cursos, conferencias y
conversaciones en cuyo discurrir he aprendido más que enseñado: mis
recuerdos y agradecimientos a los alumnos de los programas de Ciencia
y Cultura de la Universidad Autónoma de Madrid, Ciencia, Tecnología y
Sociedad de la Universidad del País Vasco, Postgrado en Filosofía y
Maestría en Filosofía de la Ciencia de la Universidad Nacional
Autónoma de México. A los alumnos y becarios del programa de
Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid, con quienes mi
interacción es más cotidiana. A los entusiastas investigadores de
multimedia del Centro Nacional de las Artes de México, especialmente
Flo Gouvrit, que me hicieron útiles sugerencias sobre la artificialidad. A
Paloma Atencia, Mónica Benítez, Manuel Cancelado, Rosa Elvia,
Mónica Lozano, Patricia Revuelta, Álvaro Carvajal, con quienes he
tenido ocasión de discutir algunos temas con más cuidado. A los colegas
de Filosofía de la Carlos III, Antonio Gómez, Carmen González, Rocío
Orsi, Carlos Thiebaut, Antonio Valdecantos por tantas discusiones. A los
ingenieros con quienes he discutido algunos temas entrelazados en este
libro: Miguel A. Salichs, Ricardo Sanz y, sobre todo, Javier Aracil. A
Salvador López Arnal, por su inestimable ayuda como editor de este
libro y por su entusiasmo. A Miguel A. Quintanilla, Javier Echeverría,
Andoni Ibarra, León Olivé, Ana Rosa Pérez Ransanz, Paco Álvarez,
Manuel Liz, Jesús Ezquerro, David Teira, Javier Moscoso, Javier
Ordóñez, Toni Gomila, Diego Lawler, Bruno Maltrás por la continua
conversación sobre esto y aquello. A Jesús Vega, por los años de camino
filosófico en su compañía. A Fernando, por su escepticismo y por unos
cuantos blues. A Alicia, por explicarme los cambios de sabor de los
neutrinos. A Paquita, por todo.

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C 1 LA DIMENSIÓN TÉCNICA DE LA DEMOCRACIA Y LA
DIMENSIÓN POLÍTICA DE DE LA TÉCNICA.

La experiencia de la modernización y las cambiantes relaciones entre técnica


y política

Ciudadanos ciborgs.

El camino de Telépolis a Trantor.

Información, control y política.

No toda democracia es posible en todo contexto técnico, no toda técnica es


posible en toda democracia.

C 2. OTROS MUNDOS SON POSIBLES: POSIBILIDADES


PRAGMÁTICAS Y NORMATIVIDAD TECNOLÓGICA.

Imaginación y posibilidades genuinas.

La naturaleza tensa de las condiciones de adecuación tecnológica.

La base material de la cultura y los contextos tecnológicos.

El horizonte de posibilidades.

Los paisajes de eficiencia tecnológica.

La contingencia en el espacio de posibilidades: las trayectorias tecnológicas.

C3 DISEÑO Y DESIGNIO EN UN MUNDO DE ARTEFACTOS.

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La naturaleza del diseño.

Identidad de los diseños.

Materiales para los objetos artificiales.

La forma del artefacto.

La función, el uso y la perspectiva del diseño.

Diseño dirigido a usuarios/inspirado en usuarios.

La representabilidad de los diseños.

Publicidad de los diseños .

Realizabilidad técnica en un mundo mal entendido.

C4 EL MITO DE LA MÁQUINA Y LA AGENCIA TÉCNICA.

La idea de agencia técnica y el poder.

La mecanización y los orígenes del pesimismo tecnológico.

Los oscuros presagios de la mecanización.

Tradición crítica y crítica a la tecnología.

Posibilismo y crítica.

La agencia humana en la civilización de las máquinas.

La era de las máquinas.

La agencia humana y la experiencia de enajenación.

Control y preservación de propiedades.

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C5 TRES FORMAS DE REPARAR EL ERROR DE EPIMETEO: EL
CONOCIMIENTO EXPERTO EN LA ESFERA PÚBLICA.

La tensión entre conocimiento experto y democracia.

La planificación social de la ciencia y la técnica.

La solución comunitarista o la República de la Ciencia.

El descubrimiento de la diferencia. O la contracultura como gobernanza.

El laberinto de las relaciones entre expertos y democracia.

El contrato social por la inserción de la ciencia y la tecnología en las


sociedades democráticas.

La esfera pública extendida.

La responsabilidad asumida y la responsabilidad compartida.

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PRÓLOGO

Siempre me ha resultado desolador el juego de qué (…) te


llevarías a una isla desierta. Habitualmente se pregunta por libros, para
inquirir en realidad qué libros son los preferidos, o cuáles se consideran
imperecederos, pero, bien pensado, ¿qué libros se llevaría uno a una isla
desierta? Es una pregunta estúpida. El mejor de los libros al cabo de
pocas lecturas sólo serviría para lamentar la ausencia de otros libros.
Más inquietante es proponer la cuestión sin restricciones: ¿qué te
llevarías a una isla desierta? La respuesta será inevitablemente errónea.
Los relatos de naufragios han sido siempre una forma de nostalgia de lo
perdido que intenta ser recuperado. Son un relato de pérdida y
reconstrucción de un trozo de civilización que consideramos nuestra
seña de identidad. Robinson es castigado a su isla por no haber
obedecido los consejos de sus padres y allí tiene que demostrar que es
un buen colonizador y amo de esclavos, sólo entonces será devuelto a su
civilización. En La isla misteriosa, los náufragos tendrán que demostrar
que sin útiles técnicos pero con el conocimiento científico del ingeniero
Ciro Smith es posible repoblar la isla de casi todos los artefactos que
enorgullecían a los habitantes de mediados del XIX, comenzando por
los explosivos de alta potencia. Los naufragios son siempre naufragios
culturales en los que las relaciones sociales y el entramado de utensilios,
bienes y artefactos muestra su densidad e interdependencia. Son modos
de pensar nuestra identidad entrelazada con personas, textos,
artefactos, instituciones e imaginarios. No es difícil pensar en qué nos
resulta prescindible, son tantas cosas y gentes, pero es imposible
responder a qué nos resulta imprescindible. Es sólo otra manera de
afirmar nuestra frágil existencia en un entorno en el que seríamos
incapaces de pensar separadamente lo natural y lo artificial y en el que
descubrimos que lo artificial es una parte de nuestra naturaleza. Y lo
mismo cabría decir de los relatos de escapadas al desierto, a los mares
del sur o a las huertas en el río. El que huye del mundanal ruido, y no
tiene criados que le asistan, no descansa, sino que cambia de trabajos
para iniciar otro mundo artificial, pues incluso el más austero eremita
dedica la su tiempo a plantar tubérculos y erigir ermitas.

La filosofía de la técnica comienza cuando abandonamos estos


relatos, que no son sino espejos oscuros de los que se dota nuestro
imaginario dolido, y reflexionamos desde dentro de una realidad técnica
sobre qué es la realidad técnica. Quizá no tenga el pedigrí filosófico de la
reflexión sobre el lenguaje, sobre la escritura, sobre la historia o sobre
el bien y el mal, pero es reflexión al fin y al cabo sobre una parte de
nuestra naturaleza que compete tanto al intelectual ensimismado como

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al fontanero al que esperamos desesperados toda una semana. Y si me
apuran y obligan a acudir a las autoridades, tendré que recordar que
Platón, a la par que sobre el Bien y sobre el Logos dedicó muchas horas
y páginas a pensar sobre la tejné y que su idea de un dios creador era la
de un artesano y no la de un intelectual. La filosofía de la técnica es una
forma de explorar de qué esta hecha nuestra realidad, de poner en
orden nuestros conceptos cuando ya las cosas que designan están
fabricadas y nos constituyen. Es una forma de pensar sobre lo que
somos y no una forma de pensar sobre útiles e instrumentos de los que
nos podamos distanciar en el cálido refugio de un despacho. Hay
filósofos que se excitan con las nuevas tecnologías y hay filósofos que se
refugian en las viejas artesanías: esos rosarios de alabanzas o denuestos
no son aún filosofía de la técnica, como no es aún filosofía del lenguaje
lamentarse de lo mal que hablan los adolescentes y escriben los
periodistas deportivos o imitar los estilos de Gracián o Wittgenstein. Al
filósofo, como al crítico literario, le pedimos que nos ayude a entender e
interpretar y no nos interesa si la película le gusta o le disgusta. Al
filósofo de la técnica debemos de pedirle en consecuencia que nos ayude
a entender e interpretar la trama de lo artificial que nos constituye y nos
importa poco si le molestan los ordenadores y le gustan los libros de
viejo o si, por el contrario, le apasionan los videojuegos y perder horas
en internet. El filósofo de la técnica es alguien que se mueve entre
ingenieros y ciudadanos y busca entre ellos y con ellos respuestas a la(s)
pregunta(s) por la técnica.

Hay algo de trágico en la tarea del pensar filosófico. Algunos


creen que la filosofía comenzó con la curiosidad, pero en realidad con la
curiosidad comenzó todo; la filosofía comenzó al descubrir que la
realidad está hecha de tensiones irresolubles, de decisiones que tenemos
que tomar entre bienes a los que no queremos renunciar y de intereses
contrapuestos que conforman por igual el sentido de nuestras vidas. En
este libro se aborda una de estas tensiones, la que existió desde sus
comienzos entre técnica y democracia, entre ingenieros y ciudadanos.
Las soluciones sencillas de la tecnocracia o del voto del ágora sobre
proyectos técnicos han sido probadas numerosas veces en la historia
como sendas equivocadas. La condena de Sócrates por la asamblea
ateniense, que escandalizó a sus discípulos y convirtió a algunos en
filósofos, significó un punto de inflexión en el pensamiento sobre los
fundamentos de lo social y sobre el lugar que los expertos deben de
ocupar en el ágora. La condena de Galileo, que suscitó el mismo
escándalo y produjo la nueva filosofía moderna recordó que la tensión
no había desaparecido y que el nuevo conflicto de autoridades era
también un conflicto de legitimidades, de fuentes de autoridad. El juicio
de Nuremberg a los jerarcas nazis y el informe de Nikita Khrushchev
sobre los crímenes del estalinismo, primeros pasos en el descubrimiento

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de la terrible faz que presentan los intentos de ingeniería de la historia.
El Protocolo de Kyoto sobre el calentamiento de la atmósfera, que nos
ha revelado que la naturaleza ya solamente puede ser salvada en una
Cosmópolis que aún está por nacer y que nos inquieta tanto como nos
atrae. A lo largo de la historia hemos comprobado una y otra vez la
existencia de límites técnicos en la democracia y de límites
democráticos en la técnica: los ingenieros y los ciudadanos se necesitan
mutuamente y continuamente se embarcan en controversias. Los
ingenieros, que ya sólo pueden ser pensados como ciudadanos y los
ciudadanos, que cada vez más necesitan pensar como ingenieros,
conviven de forma tensa en nuestras sociedades complejas e
interdependientes. El filósofo no ha inventado esta realidad y apenas
alcanza a interpretar algunas de sus claves. Su tarea es, decimos, trágica
pues está llamado a recordar que la realidad está hecha a la vez de
tensiones y constricciones y, en consecuencia, a recordar al ágora que
no puede prescindir de la autoridad de los expertos y a recordar a los
expertos que están definitivamente bajo la autoridad del ágora. Algunos
pensarán que las cosas son más sencillas: que hay expertos y expertos,
expertos buenos y malos, los que están con nosotros y los que están
contra nosotros, del mismo modo que en el ágora hay ciudadanos
buenos y malos, los que están con nosotros y los que están contra
nosotros. A quienes así piensan, el filósofo debe recordarles que, antes
que buenos y malos, los expertos deben ser expertos y los ciudadanos
ciudadanos y que eso es más difícil de conseguir de lo que se piensa y
que solamente cuando sepamos que es ser un experto en la ciudad y qué
son una ciencia y una técnica bien ordenadas en una sociedad bien
ordenada podremos después con tranquilidad expresar nuestras
preferencias por unas u otras políticas públicas.

En unas pasadas elecciones españolas, un partido político


inventó un curioso término y concepto: un argumentario de campaña
para uso de los candidatos, de forma que no tuvieran que perder tiempo
en pensar sus alegatos en los mítines y conferencias de prensa. Es cierto
que la filosofía es un arte de elaborar argumentos como la poesía lo es
de elaborar poemas, y en este libro el lector debe esperar argumentos y
exigir buenos argumentos, pero no me gustaría que estas páginas fueran
un argumentario para evitar a nadie la tarea de pensar. Sin renunciar a
exponer ordenadamente el estado de la cuestión en la filosofía de la
técnica contemporánea, sin renunciar a defender mis propias opiniones
con el rigor necesario, desearía más bien que este libro fuera usado
como un prontuario de preguntas relevantes y líneas de tensión o
fractura que nos constituyen.

En el Capítulo 1 presentamos el marco metafísico dentro del que


adquiere sentido el resto del libro: nos situamos en un lugar más allá de

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la diferencia entre naturaleza y cultura, entre técnica y cultura, en un
territorio fronterizo que calificamos como territorio ciborg, poblado de
seres que son producto simultáneo de los artefactos técnicos y de los
productos biológicos, en los que su biología ha evolucionado ya en un
medio cultural y técnico. En este territorio, las relaciones entre técnica y
política se descubren ramificadas y densas, cada polo constriñendo al
otro: la ciudad se hace informacional y la información política. Platón
nos recordó en el Protágoras la tensión entre las habilidades técnicas de
los humanos, repartidas desigualmente, y su sentido de la justicia,
repartido por igual a todos. No hay esperanza de resolver las paradojas
que nos presenta el Protágoras si nos colocamos solamente en uno de
los polos, peor aún, si creemos que la diferencia entre lo natural y lo
artificial señala alguna barrera, o zanja, cuando quizá no sea más que el
nombre que le damos a regiones dentro del mismo territorio ciborg.

En el Capítulo 2 reflexionamos sobre la técnica en el tiempo y


sobre la racionalidad tecnológica como una forma de temporalidad
humana que se mueve en un extraño territorio entre el mundo cotidiano
y el mundo imaginado. Pues la técnica es una forma (y un resultado) de
imaginar mundos, mas, en la medida en que algunos de esos mundos
serán reales o amenazarán con serlo, la técnica es una forma de agencia
humana sometida a condiciones normativas que no vienen de fuera,
desde algún código o imperativo que se superponga a la agencia técnica,
sino de las propias condiciones de constitución. La idea de racionalidad
tecnológica es sobre todo una reflexión sobre las fuentes de
normatividad de la técnica que resumiremos en dos imperativos de no
fácil cumplimiento simultáneo: la novedad y el control. Estos dos
imperativos hacen de la racionalidad tecnológica una racionalidad
necesariamente tensa y creadora de tensiones sociales. Pues la técnica
transforma las sociedades en las que es producida (como explican los
defensores del determinismo tecnológico) pero a la vez es transformada
por las sociedades en las que habita (contra lo que explican los
defensores del determinismo tecnológico) y este destino hace de la
racionalidad técnica un medio de solución a la vez que una fuente
permanente de conflicto histórico.

En el Capítulo 3 abordamos el primero de los aspectos de la


normatividad: la creación de alternativas novedosas y relevantes. Lo
hacemos refiriéndonos a la forma que adopta la técnica contemporánea
y que denominamos tecnología. Entendemos por tal la transformación
de la realidad que está previamente sometida a diseño público y
controlado por medios científicos. De forma que en este capítulo
trataremos de la novedad como resultado del diseño y del diseño como
una actividad que ha transformado definitivamente la técnica. El
concepto de diseño que compone el capítulo se aparta levemente del

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concepto extendido de diseño industrial, relacionado en parte con el
proyecto de un artefacto nuevo y en parte con su envoltorio estético. En
nuestro concepto, la actividad de diseñar es esencialmente una
actividad de representar lo no existente y de planificar su existencia
futura. En esta actividad no solamente cuenta lo que se diseña sino
también quién lo hace y para qué. De forma que, en nuestra
presentación, el diseño será ya desde su nacimiento una actividad
política, en el sentido de que formará y deberá formar parte de la polis
desde el momento en que se convierte en una idea que está plasmada en
un medio representacional público.

En el Capítulo 4 desenvolvemos la segunda de las condiciones


normativas en su complejidad conceptual y práctica: la idea de control
de la realidad. Puesto que ha sido el centro de todas las críticas contra la
tecnología, examinamos previamente el panorama de opiniones
radicalmente críticas con respecto a la tecnología: el pesimismo
tecnológico de origen humanista, el pesimismo metafísico y el
pesimismo del pensamiento crítico. En todos ellos separamos la validez
de sus críticas a tales o cuales aspectos de nuestro mundo de su
concepto de control técnico de la realidad. Nuestro argumento es que el
pesimismo comparte con la metafísica que desprecia, la metafísica
moderna, su idea de separación entre medios y fines, instrumentos y
acciones, mente que controla y realidad controlada. Frente a esta
concepción, y en la línea de nuestra idea fronteriza de existencia
humana, desarrollamos una idea de control como una dimensión de la
realidad, como forma de preservación de propiedades más que de
instrumento de una mente separada y perfecta. De forma que sin
abandonar el impulso y cuidado críticos concebimos el control en el
marco de la agencia humana como una medida de la calidad de tal
agencia, la de la estrecha dependencia entre lo que buscamos y lo que
conseguimos.

En el Capítulo 5 explicitamos las consecuencias que tienen para


la filosofía política las nociones normativas que hemos desarrollado en
los capítulos anteriores. Comenzamos exponiendo tres formas puras de
políticas públicas de la ciencia y la tecnología que fueron desarrolladas
en la mitad del siglo pasado y que conforman tres actitudes
contemporáneas muy extendidas. El punto de partida de nuestra
posición es el conflicto detectado por Platón entre expertos y
ciudadanos. El argumento que desarrollaremos es que las nociones de
justicia, libertad y capacidades (técnicas y cognitivas) están definitiva e
inseparablemente entrelazadas y que, por consiguiente, no caben
soluciones separadas. Si no cabe imaginar una sociedad justa sin una
capacidad suficiente de acción para todos sus ciudadanos, no cabe

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tampoco pensar en un desarrollo de las capacidades tecnológicas que no
forme ya parte constitutiva de nuestra idea de una sociedad justa.

No pretendemos haber resuelto los conflictos que presenta la


técnica contemporánea. La experiencia histórica es ambigua y
contradictoria. La técnica es vivida como riesgo permanente de
catástrofe, como fuente de autoritarismo sin medida, y es vivida a la vez
como promesa de bienes y soluciones. Nuestra sociedad es a la vez una
sociedad de riesgo y una sociedad de deseo. Quienes se especializan en
acentuar los riesgos no son conscientes de que excitan en la misma
medida la ira de ciudadanos deseantes, y quienes estimulan el consumo
y la devastación de la naturaleza y derroche de los recursos no son
conscientes de que contribuyen en la misma medida al incremento del
malestar ciudadano que llena de terrores su imaginación. Los mismos
ciudadanos que se oponen a las guerras imperialistas por el control del
petróleo exigen de sus gobiernos más y más seguridad y bienes, los
mismos ciudadanos consumidores desarrollan neurosis de inseguridad,
y de miedo al consumo que contamina. En todos los casos, el control de
la esfera pública y la democracia deliberativa es el único medio humano
que tenemos para hacernos cargo de estos conflictos. Es más, las
democracias contemporáneas no sobrevivirán si no desarrollan medios
para hacerse cargo de estos conflictos constitutivos, lo que exigirá una
progresiva educación en la técnica y en la democracia, y en el conflicto y
constricciones mutuas. No es cierto, no puede ser cierto, que, como
declaró un ilustre pesimista, sólo un dios pueda salvarnos. Para decirlo
de forma gruesa, y espero que los creyentes me entiendan y no se
ofendan, o nos salvamos solos o aquí no se salva ni dios. No encuentro
alternativas que puedan ser públicamente compartidas.

Por último, un par de caveats: este libro tiene una intención


didáctica, pero no es un manual. Podría ser empleado como tal a
condición de que el profesor no tenga la idea de manual como manual
de instrucciones o como sustituto de su labor explicativa. La bibliografía
empleada será solamente de una ayuda parcial al lector en la búsqueda
de ulteriores referencias. No es completa ni puede serlo en una trama
tan compleja de temas y problemas: uno cita los libros que tiene a mano
al redactar, no los que ha leído ni los que debería haber leído, ni los que
debería leer el lector para acompañarle en su camino de investigación.
Por ello pido las correspondientes disculpas que serán perdonadas si el
lector considera que una mayor información hubiera convertido el
trabajo en algo verdaderamente ilegible. A quienes crean que debería
haber ido más allá o quedarme más acá en las consideraciones críticas y
en la ira política les diré que creo que habría que escribir de forma que
quienes no piensan como uno se sientan en parte reflejados en sus
preocupaciones y al menos puedan compartir el planteamiento de la

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controversia. Y a los que desearían mayor rigor analítico en la
exposición y menos ejemplos, metáforas y analogías solamente puedo
pedirles disculpas: si pudiese escribir con el rigor de Quine no
necesitaría de tantas muletas en la imaginación, si pudiese pintar como
Anselm Kiefer, el gran visionario de nuestra época, no me dedicaría a la
filosofía.

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CAPÍTULO 1

LA DIMENSIÓN TÉCNICA DE LA
DEMOCRACIA Y LA DIMENSIÓN POLÍTICA DE
DE LA TÉCNICA

La experiencia de la modernización y las cambiantes


relaciones entre técnica y política

Si se pudiese resumir en una sola frase la filosofía crítica del


pasado siglo lo haría diciendo que el siglo XX comenzó pensando la
política desde categorías técnicas y terminó pensando la técnica desde
categorías políticas. La mirada filosófica del siglo despierta bajo el
asombro por el creciente poder de la técnica, que parece impregnar
imparable todos los ámbitos de la vida. En ese estado de asombro, en
sus últimos momentos, Joseph K., se somete a la lógica del poder con el
estupor de quien nada entiende salvo que está condenado desde
siempre:

“Ahora K. sabía exactamente que su deber habría sido coger él mismo el


cuchillo que pasaba de mano en mano por encima de él, e introducirlo en
su cuerpo. Pero no lo hizo; lo que hizo fue mover el cuello, todavía libre,
y mirar a su alrededor. No podía satisfacer del todo aquella exigencia ni
librar a las autoridades de su trabajo, pero la responsabilidad de aquél
último error no era suya sino de quien le había quitado el resto de las
fuerzas que hubiera necesitado” (Kafka, El proceso)

Este último estertor de responsabilidad habría sido apreciado en


su justo significado por Max Weber, quien ya había notado la
desaparición del carisma como fuente de dominación y su sustitución
por una asunción de responsabilidad que no es sino adaptación a una
lógica de racionalización. “Todas las luchas de partidos son luchas por
la ocupación de un cargo, así como luchas por fines objetivos” sostiene
en una conferencia pronunciada en Munich en 1918 y publicada con el
título de “La política como vocación”. Una adaptación a la lógica de la
funcionarización técnica de la sociedad que no está exenta del mismo
estupor con el que Joseph K. vive sus últimos instantes pretendiendo
ser responsable sin lograrlo. Este sentido de lo absurdo de la existencia,
que parece devenir directamente de la racionalización y
“modernización” de las sociedades, es contestado con un sentimiento de

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malestar o con una abierta rebelión metafísica. Heidegger indica que tal
vez aún no estemos preparados para comprender la técnica, enredados
como estamos, sostiene, en medio de la lógica moderna que entiende el
mundo como imagen. Son expresiones que caracterizan la experiencia
de la técnica y explican muchas de las actitudes intelectuales.

La Primera Guerra Mundial supuso la entrada de la técnica de


forma masiva en la estrategia militar. Los intelectuales alemanes 1 , que
creían pertenecer a la sociedad más moderna de la historia, observaron
aterrados como su ejército era derrotado por la aún más implacable
máquina industrial anglosajona: había comenzado el siglo XX en
términos culturales y el resto fue ya un despliegue de esta carrera
tecnológico-militar. Los críticos de la escuela de Frankfurt siguiendo a
Weber en su diagnóstico de los procesos de modernización,
denunciaron la tecnificación de las formas políticas, la adaptación
inversa a la lógica de la necesidad técnica 2 , estableciendo así el canon de
la crítica para el resto del siglo. Las sucesivas oleadas de actitudes
rebeldes, entre las que descuellan mayo del 68 y los movimientos hippy-
juveniles, comienzan y terminan denunciando a la técnica como origen
de la nueva lógica del poder y la dominación. Se piensa la política, el
poder, la estructura social, como ordenada por la tecno-cracia, por el
dominio de las consideraciones frías de los métodos operacionales y por
la extensión del pensamiento del ingeniero a todas las esferas de la vida.
El ensayo de Habermas, “Ciencia y técnica como ideología” subrayó
magistralmente esta invasión de la política por la ciencia 3 ; una

1 Es estimulante y reveladora la compilación de textos que ha realizado el


teórico del diseño de origen argentino, afincado en Italia, Tomás Maldonado,
recogiendo los debates sobre la técnica realizados en la Alemania de la
transición al siglo XX. Vd. Maldonado, T. (comp.) (2002) Técnica y cultura. El
debate alemán entre Bismarck y Weimar, Buenos Aires, Ediciones Infinito.
2 Sobre la intersección de los estudios sobre la tecnología y la teoría de la

modernidad, que incluye como marco paradigmático la escuela de Frankfurt,


véase Misa, Th. J., Brey, Ph., Feenberg, A. (eds.) (2003) Modernity and
Technology. Cambridge, MA. : MIT Press.
3 “La despolitización de la masa de la población, que viene legitimada por la

conciencia tecnocrática, es al mismo tiempo una objetivación de los hombres


en categorías tanto de la acción racional con respecto a fines como del
comportamiento adaptativo: los modelos cosificados de la ciencia transmigran
al mundo sociocultural de la vida y obtienen allí un poder objetivo sobre la
autocomprensión. El núcleo ideológico de esta conciencia es la eliminación de
la diferencia entre práctica y técnica” (Habermas, J. (1984) (or. 1968)
“Ciencia y técnica como “ideología”, en Ciencia y técnica como ideología, Trad
Manuel Jiménez, Madrid: Tecnos. El ensayo de Habermas es una reflexión
sobre las tesis de Marcase de que la racionalización que había postulado Weber
era además de una imposición de formas sociales una “racionalización” en el

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acusación convergente con la que encontraremos en Hanna Arendt de
invasión de la vita activa por las categorías de la vida de trabajo 4 . Hasta
la caída del Muro de Berlín, que se ha señalado con ingenio como el
final del siglo, la filosofía estuvo dominada por esta idea de que la
modernidad debería ser pensada como la adaptación técnica de la
política, como la adaptación técnica de nuestras formas de ordenar la
sociedad. A favor o en contra, en la expresión de un deseo de
racionalización social o de un malestar cultural irresoluble, la gran
filosofía del siglo pasado, incluyendo buena parte de lo que ha sido
considerada como tradición analítica, estuvo enmarcada por esta forma
de entender el proceso histórico contemporáneo.

sentido freudiano: una ideología que escondía una nueva forma de


dominación.
4 Arendt, H. (1993) La condición humana. Trad. Ramón Gil, Introducción de

Manuel Cruz. Barcelona, Paidós (or. 1958). Especialmente el epígrafe 42 “La


inversión dentro de la vita activa y la victoria del homo faber”, donde
establece este diagnóstico: “El hecho de que la alienación del Mundo Moderno
fuera lo bastante radical para extenderse incluso a la más mundana de las
actividades humanas, al trabajo y la reificación, a la fabricación de cosas y a la
construcción de un mundo, diferencia las actitudes y evaluaciones modernas
de las tradicionales de manera más aguda de lo que podría indicar una simple
inversión de contemplación y acción, de pensamiento y acción. La ruptura con
la contemplación no se consumó con la elevación del hombre fabricante a la
posición que anteriormente ocupaba el hombre contemplador, sino con la
introducción del orden jerárquico en la vita activa, en la que la fabricación
pasó a ocupar el rango que antes tenía la acción política” (o.c. p. 326). Lo
político, en tanto que esfera pública quedará invadido por los intereses
privados, por la reproducción biológica o personal en forma de intereses
económicos o simplemente intereses particulares.

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A finales de siglo comenzaron las Guerras de la Ciencia 5 . La
tensión se creó simétricamente en el lado de la ciencia. De todas las
declaraciones (la retórica ha suministrado las principales armas en esta
guerra) el título del libro del físico Steven Weinberg, uno de los padres
de la Teoría Estándar en Mecánica Cuántica, expresa contundentemente
la actitud adoptada por muchos científicos en la confrontación cultural:
Facing Up (Plantar cara) 6 . Weinberg dijo en voz alta lo que muchos
científicos pensaban, que los recortes en la financiación de la ciencia –y
de manera especial la renuncia del Congreso norteamericano, en su
sesión de 1992-93, a la construcción del Supercolisionador que habría
de elevar a la física americana a la categoría de líder— tenían mucho que
ver con la presión social de los críticos de la ciencia amparados en los
nuevos departamentos de Estudios de la Ciencia y la Tecnología o en los
viejos departamentos de Filosofía de la Ciencia. Años antes, Nature
había sacado en portada los retratos de la Banda de los Cuatro: Popper,
Lakatos, Feyerabend, Kuhn –se alegaba- eran los responsables de la
creciente actitud anticientífica en los medios culturales universitarios.
Los departamentos de filosofía y sociología de la ciencia, creados en los
años desarrollistas, los sesenta, con el objetivo confeso de extender la
mentalidad científica en la universidad, se habían convertido en focos
de crítica sistemática a la ciencia y la tecnología que ahora se veían
como otro campo más del ejercicio del poder. Los estudios de la ciencia
se habían poblado de feministas, ecologistas, radicales de izquierda y
aún militantes religiosos que mostraban en múltiples relatos históricos

5 Se denomina Guerras de la Ciencia a un proceso de controversia entre


científicos y autores pertenecientes al campo de los estudios de ciencia y
tecnología, incluso a veces entre científicos y científicos. En buena parte fueron
iniciados por Gross P., Levitt, N. (1994) Higher Superstition. The Academia
Left and Its Quarrels with Science. Baltimore: John Hopkins University Press,
“la broma de Sokal”, un artículo que parodiaba el estilo posmoderno filosófico
desarrollando un ininteligible argumento sobre física, o su colección de textos
filosóficos, Sokal A. , Bricmont, P. ( 1999) Imposturas intelectuales.
Barcelona: Paidós, fue un popular hito de esta polémica, que tuvo sus más
ardientes batallas en el terreno de la interpretación de la biología y
especialmente del significado del darwinismo, acusado unánimemente por la
izquierda crítica de abrir paso al darwinismo social (vd. Segerstrale, U. (2000)
Defenders of the Truth. The Battle for Science in the Sociobiology Debate and
Beyond. Oxford: Oxford University Press es la mejor reconstrucción hasta el
momento de esta historia). Una guía bastante ponderada y divertida es el
conocido libro de Hacking, I. (2001) ¿La construcción social de qué?.
Barcelona: Paidós. Encontraremos también un panorama tan cercano como
variado en, Ibarra, A. López Cerezo, J.A. (eds.) Desafíos y tensiones actuales
en Ciencia, Tecnología y Sociedad, Madrid: Biblioteca Nueva.
6 Weinberg, S. (2001) Plantar cara. La ciencia y sus adversarios culturales.

Barcelona: Paidós.

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que los resultados científicos y los productos tecnológicos no eran sino
construcciones sociales. La actitud crítica hacia el fenómeno científico-
tecnológico había variado imperceptible pero sustancialmente su
estrategia. Si los críticos de comienzos de siglo aceptaban la existencia
de una lógica particular de la ciencia y la tecnología, una suerte de
racionalidad instrumental, a la que oponían una forma de racionalidad
deliberativa de la que formaba parte el razonamiento sobre fines y
valores, la nueva ola de crítica empleaba el recurso al tu quoque: argüir
que la ciencia y la tecnología eran ellas mismas producto de la
negociación política, efectos abiertos de las estructuras de las
comunidades científicas y de ocultos ejercicios de poder.

Kuhn había sostenido que las redes de teorías eran proyecciones de


redes sociales. El razonamiento kuhniano se extendió sistemáticamente
a todos los dominios de la ciencia y la tecnología en un proceso que
Steve Fuller ha calificado de kuhnificación de los departamentos de
estudios de la ciencia 7 . Se estaba gestando una nueva mirada hacia la
cultura contemporánea: la que veía a la ciencia y la tecnología como
proyecciones o realizaciones de asimetrías y relaciones sociales que
tenían un contenido más profundo que el propio proyecto científico-
tecnológico y que alcanzaban a los propios fundamentos de la
ilustración o la modernidad. Si en la primera ola de crítica de la ciencia
y la tecnología las relaciones sociales se entendían como resultados o
productos de la racionalización, de la extensión de la lógica de la
eficiencia a todos los ámbitos de la existencia, la nueva ola, en un
ejercicio retórico de “el emperador está desnudo”, apuntaban la idea de
que la ciencia misma había sido constituida por las mismas relaciones
de poder que otras esferas de la realidad. No hay más relación entre la
búsqueda de la verdad y el sistema científico que entre la búsqueda de la
justicia y el sistema jurídico-legal. Ambos sistemas se constituyen, esta
es la alegación, como nudos de relaciones de poder, de negociaciones de
intereses, de conformación mutua de voluntades y resultados bajo la
presión y constricción de la dinámica de una controversia.

En este pendular movimiento entre técnica (incluyendo la ciencia


como técnica de la verdad) y política, la sociedad se había hecho a la
idea de que el conocimiento técnico (y científico) conformaba la más
importante fuerza de transformación (o fuerza productiva en el
vocabulario de Marx). El énfasis en la riqueza y en la cantidad de
producción había cambiado a lo largo de cien años en un nuevo énfasis

7 Fuller, S. (2003) Thomas Kuhn: A Philosophical History of Our Times.


Chicago: The University of Chicago Press . Véase también el ultimo capítulo de
este volumen sobre el contexto de Kuhn en la política estadounidense.

18
en que fueran las capacidades técnicas y cognitivas distribuidas
socialmente las que configurasen la medida de la riqueza de las
sociedades. Pues en estas capacidades reside la adaptabilidad de las
sociedades a los problemas y desafíos de una economía basada en la
innovación permanente y en la extensión planetaria de las redes de
financiación, producción y mercado 8 . El tema esencial de la nueva
sinfonía social es el puesto del conocimiento experto en el espacio de la
política y el orden de la sociedad. Pues el movimiento pendular muestra
dos formas del nuevo miedo al creciente poder de la técnica: o está
invadiendo la política, y por eso es sospechosa de estar ocultándonos las
relaciones sociales en una nube ininteligible de argumentos y artefactos,
o, en tiempos más recientes, es ella misma la nueva cara de un poder
que se disfraza de técnico pero que no es sino la máscara del poder
negociado de las élites que controlan el entramado de la ciudad. En
ambos casos, la técnica había sustituido a la naturaleza en ser la fuente
de todos los temores. Si la moral tradicional se había construido para
evitar la entrada de la naturaleza, lo instintivo y biológico, en el ámbito
de la conducta correcta, en la nueva sociedad del conocimiento los
filósofos críticos como nuevos moralistas estaban, están, trasladando la
valla de contención a la separación entre lo técnico y lo político.

Subyace a ambas separaciones, la tradicional entre naturaleza


animal y humana, la moderna entre lo técnico lo político, la esperanzada
idea que una clara delimitación de esferas es la mejor defensa contra el
miedo (que subyace a lo que se ha denominado sociedad del riesgo). La
experiencia de la técnica en el marco de los procesos de modernización
ha sido vivida, entre otras amenazas como la amenaza de la invasión de
la ciega necesidad técnica en el autónomo terreno de la política. Pero
quizá el remedio de la separación sea una esperanza basada en lo que en
el ámbito anglosajón denominan en intraducible expresión un caso de
“wishful thinking”. Pues la dicotomía que subyace al pensamiento de
nuestro siglo ha sido el resultado ella misma de una ilusión ideológica,
la de la separación entre lo natural y lo artificial, como ha denunciado
convincentemente Latour en su ensayo “Nunca fuimos modernos”. Pero
también, y por lo mismo, nunca seremos posmodernos. Espero que lo
que sigue contribuya a explicar por qué.

8 El trabajo pionero fue Bell, D. (1973) The Coming of Post-Industrial Society.


Nueva York: Harper & Row. La trilogía de Castells, M. (2000) La sociedad de
la Información Madrid: Alianza, es la versión más importante de la idea de la
sociedad del conocimiento

19
Ciudadanos ciborgs.

El “mundo de la vida”, nuestro territorio básico de identidad, se


ha transformado por la irrupción de aparatos técnicos que no son meros
instrumentos, sino máquinas automáticas que llenan nuestros ámbitos
familiares de funciones que anteriormente sólo eran visibles en el
comportamiento animal. Todavía, quizá, es pronto para que calibremos
hasta qué punto la entrada de la tecnología moderna ha significado una
transformación profunda de los procesos de construcción de la
identidad, personal y colectiva. No recuerdo bien mis primeras
cercanías con artefactos a los que comenzase a calificar de automáticos.
Estaban los automóviles, los camiones especialmente, principales
objetos de mi admiración infantil, después, claro, de los cazas de la
Segunda Guerra Mundial que coleccionaba en cromos con una
dedicación que no he vuelto a recuperar. También quizá los ascensores,
jaulas decoradas con maderas olorosas y espejos, que había que llamar
para que vinieran y luego reenviar a su lugar de origen y que exigían que
fueran cerradas las verjas corredizas antes de acceder a moverse. Pero
creo que ninguno de estos objetos podía calificarse de automático
aunque contuviera algunos sistemas de control mecánicos e incluso
eléctricos. El reino de los automatismos llegó con los tiempos de la
electrónica, de los relés y los transistores. Además de la primera
lavadora automática, que, como varón de mi época, tardé en entender y
del primer lavavajillas, con el que ya me familiaricé algo más, mi primer
objeto de admiración fueron las máquinas de escribir electrónicas de
cabezas intercambiables de IBM, capaces de escribir y de borrar con una
cinta de typex, y que aún observo con nostalgia en los últimos reductos
burocráticos resistentes a la informática 9 . Era la primera vez que
encontraba una extraña opacidad entre el movimiento que uno
efectuaba y el resultado causal que producía: el sistema obraba por ti y
la tecnología desaparecía para establecer un puente mágico entre tu
gesto y la acción realizada. En los años setenta mi entorno se había
llenado de artefactos cibernéticos, la mayoría lejanos, pues eran
máquinas alejadas del consumo normal aunque ya hubieran cambiado
radicalmente la tecnología de base. “Cibernética” es ahora una palabra

9 En los años 40 el arquitecto suizo Siegfried Giedion alertó del proceso de


transformación civilizatoria, que alcanzaba a todos los ámbitos de la
experiencia humana de la introducción de las máquinas (Giedion, S. (1948)
Mechanization Takes Command. A Contribution to Anonymous History.
Nueva York: Oxford University Press). Todavía apenas habían comenzado los
automatismos. Noble, D.F. (1984) Forces of Production. A Social History of
Industrial Automation. Nueva York: Alfred Knopf, es una cuidadosa historia
del desarrollo de los automatismos y de su importancia económica, política (y
militar).

20
que tiene resonancias de la modernización de los años sesenta cuando
se extendió la revolución tecnológica del control: “automático” era la
expresión popular correspondiente a “cibernético” en el lenguaje
culto 10 .

Los ciborgs llegaron mucho más tarde. El vocablo había sido


acuñado por Manfred Clynes y Nathan Kline en 1960 11 , dos médicos,
uno fisiólogo y psiquiatra el otro, que proponían un híbrido de
organismo humano y máquina para ser enviado al espacio. Pero fue
Donna Haraway en su Manifiesto por los Ciborgs 12 en los comienzos de
los años noventa quien convirtió el término en una categoría de la
filosofía política y de la filosofía de la tecnología. Haraway empleó el
término como una metáfora foucaultiana para indicar las identidades
híbridas de los nuevos ciudadanos y ciudadanas y de los nuevos
movimientos sociales y culturales. RoboCop, Blade Runner, Alien IV:
Resurrection 13 , eran categorías visuales que señalaban lo nómada y
heterogéneo de seres posthumanos que, como las mujeres mestizas, los
simios, los robots, etc, habrían quedado al otro lado de borde
categorizador y colonizador del progreso, como seres de la frontera sin
un lugar claro en el mundo, o al menos como habitantes de territorios

10 Vd. infra cap. 3 sobre la idea de automatismo y su importancia en la filosofía


de la técnica.
11 Clynes, Manfreed E., Nathan S. Kline (1960)”Cyborgs and Space”

Astronautics, (Septiembre 26- 27) 75-76. Cit. en Haraway, D. (1997)


Modest_Witnesss@Second_Millenium FemaleMan© _Meets_OncoMouse™.
Londres: Routledge.
12 Haraway, D. (1985) “ A Manifesto for Cyborgs” Socialist Review 80, pp. 65-

108, reimp. en Haraway D. (1995) Ciencia, Cyborgs y mujeres. Madrid:


Tecnos/Instituto de la Mujer.
13 La reflexión cultural sobre ciborgs, particularmente en la Red, se ha

convertido ya en una selva difícil de explorar e imposible de conocer. La


filmografía ha convertido a estos seres en iconos contemporáneos: RoboCop,
Terminator, Blade Runner, etc. Como novelas de ciencia ficción, además del
conocido Philip K. Dick, (1991) ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas.
Barcelona: Edhasa más próximo a la estética cyberpunk es Gibson W. (1984)
Neuromancer. Nueva York: Ace Books, Gibson W. (1987) Count Zero. Nueva
York: Ace Books; Gibson W. (1988) Monna Lisa Overdrive. Nueva York:
Bantham Books. Una buena y amplia panorámica desde los llamados estudios
culturales es Bell, D. ; Kennedy, B. R. (eds) The cybercultures Reader.
Londres: Routledge. Un tratamiento muy cercano a este capítulo, referido
solamente a la serie de los Alien, es Muhall, S. (2004) On film. Londres:
Routledge. Molinuevo, J.L. (2004) Humanismo y nuevas tecnologías. Madrid:
Alianza, ha desarrollado el significado de estos movimientos culturales para la
estética contemporánea.

21
indefinidos en los que la invisibilidad ocultaba la emergencia de una
nueva forma de identidad.

Nuestra tesis es que quizá los ciborgs sean algo más que una
categoría inspirada en una metáfora. Quizá sean la clave que nos
permita disolver viejas y ancestrales dicotomías entre lo natural y lo
artificial, entre la cultura y la técnica, entre la técnica y la praxis, entre la
representación y la acción. Tradicionalmente, todos los proyectos de
filosofía política, de epistemología y de antropología partieron de una
misma base que debemos a Aristóteles: somos animales racionales.
Después animales políticos, pero siempre sobre la base dual de
animalidad y racionalidad, Aristóteles lo expresó diciendo que tenemos
una doble naturaleza, la que nos da la biología y la que nos da el
lenguaje. En este marco todo queda del lado de lo animal o del lado de
la racionalidad, no hay instancias distintas. De modo que al definir la
ciudad se define como la asamblea de un tipo particular de animales:
animales que hablan, animales que razonan, animales que pactan un
consenso. Pero la singularidad de estos animales puede que sea en
realidad distinta a tenor de nuestra historia evolutiva particular: son,
somos, animales que han creado una especial relación con el entorno.
Animales autopoiéticos en un grado que no cabe en el marco de las
dicotomías entre lo biológico y lo lógico, entre lo interno a la mente, lo
intencional, y lo externo, lo causal físico y lo social.

Nuestra naturaleza animal es de un tipo muy extraño: tenemos


un cerebro extremadamente plástico, quizá la característica que lo
diferencia más que cualquier otra de los ingenios computacionales de
origen artificial: nuestro cerebro se adapta a tareas insospechadamente
variadas, a cualquier tipo de regularidades del medio. Y las más
importantes son regularidades que son fruto del propio cerebro. La
sociedad y el medio técnico son la fuente más importante de las
regularidades que conforman física y arquitectónicamente nuestro
cerebro: el lenguaje, que sería imposible de adquirir sin un medio social,
y el medio técnico, que recrea la naturaleza del cuerpo y del cerebro en
un sentido mucho más estricto de lo que se cree. Somos organismos
híbridos de lo técnico y no meramente animales hábiles. Y esta
naturaleza híbrida, que hizo de nuestras trayectorias históricas sendas
dependientes del contexto técnico más que de cualquier otro aspecto,
tiene y debe tener una reflexión que hasta ahora solamente se ha
realizado marginalmente en la filosofía. Andy Clark ha argumentado en
un reciente ensayo sobre la naturaleza híbrida de nuestra especie 14 ,

14Clark, A. (2003) Natural-Born Cyborgs. Minds, Technologies and the


Future of Human Intelligence. Nueva York: Oxford University Press.

22
sobre cómo nuestro cerebro plástico interactúa y se acopla con los
elementos estables de su entorno, los internaliza en forma de patrones
de conducta hasta el punto que ya no es posible distinguir el dentro y
fuera de la artificialidad: noto las gafas cuando no las llevo puestas, sólo
entonces las considero un instrumento, antes no son sino una
“tecnología transparente” 15 . El déficit de sensibilidad de mi oído a las
frecuencias altas, una gama de frecuencias que es esencial en la
comprensión del lenguaje, se palia con unos minúsculos audífonos
capaces de seleccionar las frecuencias, amplificarlas ajustadamente y
reaccionar a contextos de intensidad variable. Las gafas son un artefacto
técnico de la edad industrial, a pesar de la sofisticación de los materiales
y la curvatura; el audífono pertenece a la sociedad de la información por
la sofisticada estructura computacional soslaya con la que soslaya otro
déficit de percepción, del que también soy consciente de él cuando no lo
llevo y deja de ser una tecnología transparente. El cuerpo
contemporáneo acopla mecanismos internos o adapta su fisiología al
ritmo de los artefactos que constituyen su coraza: conozco a alguien que
lleva en su corazón tres bypases que le permiten una desenfrenada
actividad de congresos, viajes y libros; en la muñeca, el reloj se ha
convertido en un adminículo fisiológico más que ordena los ritmos
diarios a los que se acomoda el cerebro con una precisión de minutos.
En la ciudad, los movimientos de las personas y cosas coordinan gracias
a lo relojes que están distribuidos por doquier. A los cinco años
aprendemos a leer y a escribir: nuestros cerebros adquieren unas
prótesis mucho más profundas que modifican sustancialmente nuestra
vida. Aprendemos el lenguaje matemático, a dibujar en perspectiva,
aprendemos las rutinas del teclado, aprendemos a montar en bicicleta, a
conducir automóviles, aprendemos otras lenguas. Nuestros cerebros se
llenan de prótesis culturales como nuestros cuerpos empiezan a llenarse
de prótesis técnicas. Hemos sido siempre sin saberlo una suerte de
ciborgs. La naturaleza de ciborgs se enraíza en las dimensiones
fundamentales de nuestro estar en el mundo: el espacio, el tiempo, los
roles, la identidad. Los móviles, los automóviles, las señales de tráfico,
la televisión, etc. conforman en nuestros días nuestras identidades
primarias de ciudadanos actuando como tecnologías que han dejado de
ser visibles por su cercana familiaridad a nuestros hábitos.

15El término “tecnología transparente” se debe al teórico de la computación y


del diseño Donald Norman, para quien la computación debe “desaparecer”, el
usuario no debería ser más consciente de ella que del cristal de sus gafas. Cf .
Norman, D. (1999) The invisible computer. Why Good Products ccan Fail, the
Personal Computer is so Complex and Information Appliances are the
Solution. Cambridge MA: MIT Press.

23
El espacio, el tiempo y las identidades de los ciudadanos son los
elementos que conforman la ciudad. Ninguno de ellos es anterior ni
lógica, ni causal, ni históricamente a los otros dos. Las ciudades, los
propios ciudadanos, ésta es nuestra tesis, son, fueron, complejos
sistemas técnicos computacionales. Las ciudades son, fueron, ciudades
de ciborgs, de seres híbridos de biología y técnica.

Las murallas y la escritura hicieron la ciudad. La voluntad de


preservar las cosas que valen, que es el origen de todo lo vivo y el origen
de nuestros planes de vida, es también el origen de la ciudad: encerrarse
en unas murallas para preservarse del ataque de los vecinos insidiosos,
escribir su historia para preservar la identidad. Las murallas cerraron el
espacio interior y convirtieron a los aldeanos en ciudadanos: adentro y
afuera como condiciones primeras de una sociedad ordenada. Sin la
topología dentro-fuera que constituyen los muros, los humanos quizá
no hubieran encontrado un ámbito propio que mereciera la pena
conservar. La topología dentro-fuera crea el ámbito de acción del
ciudadano: actúa fuera para preservar del dentro, se convierte en colono
para hacer rica su ciudad y ocasionalmente para reproducirla. A
diferencia del nómada, el ciudadano tiene un marco de referencia que
ordena sus acciones y las somete a un plan. Al destruir ese espacio se
destruye su identidad: aunque los argivos sobrevivieran a Troya y los
fenicios a Cartago, su identidad había perecido con las murallas, y si
acaso se preservó algo fue gracias a los cantos de un ciego que fueron
transcritos por alguien. Bien lo sabían las legiones de Roma, que tenían
por costumbre destruir las murallas y sembrar los campos de sal de los
enemigos empecinados. Las murallas contemporáneas han aparecido
con otras formas: recordemos el Muro de Berlín, el muro que, ahora
físicamente, separa a israelíes y palestinos, las vallas que defienden las
fronteras de los países ricos, murallas que siguen teniendo un papel
conformador del espacio.

La escritura, de otro lado, estructura el tiempo de la polis y


preserva la memoria de la ciudad. Sin escritura no hay memoria y sin
memoria no hay ciudad. Antonio Gómez Ramos 16 ha señalado el
carácter político de la memoria en el discurso fúnebre de Pericles a los
muertos en la Guerra del Peloponeso: la tumba de los ciudadanos caídos
no es la tierra sino la memoria de sus conciudadanos. Si merece la pena
morir por la ciudad, sostiene Pericles, es porque no merece la pena vivir
sin ella. La ciudad, a cambio, escribe los nombres de los ciudadanos y
garantiza que no serán olvidados quienes cayeron.

16Gómez Ramos, A. (2003) “La política, los otros y la memoria” El rapto de


Europa 2, 69-78

24
Qué poco se ha notado esta relación interna entre la ciudad, la
escritura y la memoria, entre la ciudad y la congelación del tiempo
pasado: sin capacidades técnicas no hay memoria, como tampoco las
hay sin una voluntad explícita de unir lo ciudadano a la voluntad de
preservación del tiempo ido, de acoger la información perdida como
identidad viva en la información viva en la ciudad. Ser recordado es una
forma de pervivir en la ciudad. Pero ser recordado es sumamente
costoso en términos de capacidades computacionales. Se ha insistido
mucho en las necesidades instrumentales de los sistemas
computacionales para predecir el futuro (los conceptos y las teorías
científicas, por ejemplo), pero mucho menos en las necesidades de
preservación de la información y, en particular, en la preservación de las
identidades perdidas. La voluntad de persistencia en el existir de la
ciudad y su capacidad para la memoria colectiva constituyen a la ciudad
tanto como el espacio que un día fue cercado por los muros. Al igual que
las murallas, también la escritura tiene su origen en el barro: ladrillos y
tablillas fueron los materiales de los que se hicieron las primeras
ciudades a orillas de los grandes ríos. Es notable que este material
neolítico haya dado lugar a dos artefactos de funciones diferentes: el
orden del espacio y el orden del tiempo. Material plástico, capaz de
guardar el espacio y guardar información. Dos bienes imprescindibles
en la ciudad.

Nuestras capacidades están limitadas por las condiciones de


contorno de nuestra historia evolutiva. Richard Dunbar 17 , un
antropólogo cognitivo, ha avanzado la hipótesis de que nuestra especie
evolucionó a partir de transformaciones en el tamaño cerebral
siguiendo la pauta de la capacidad para computar relaciones sociales
que, según este autor, tendría un límite de especie en la capacidad para
computar las relaciones sociales que se entretejen en grupos de
alrededor de ciento cincuenta miembros. Si naturalmente nos perdemos
en comunidades de un número mayor que esa cifra, es mas que
probable que sea casi imposible construir la ciudad sin medios de
registro y computación más poderosos que la memoria humana. No es
casualidad que la escritura naciese en las civilizaciones ciudadanas de
los grandes ríos: nacimos del barro, sostiene el Génesis: fue en realidad
nuestro primer útero y nuestro primer computador, la memoria escrita.

Dos manifestaciones del incremento computacional que supuso


la escritura lo constituyen las leyes y el calendario. Las leyes son
artefactos computacionales que no pueden ser sostenidos sin escritura.

17Dunbar, R. (1996) Grooming, Gossip and the Evolution of Language,


Londres, Faber and Faber.

25
En las sociedades basadas en una cultura oral las leyes son difíciles de
preservar, no pueden ser transmitidas oralmente más que en forma de
refranes que apenas discriminan situaciones particulares. Los grandes
sistemas normativos exigen una cultura escrita. Así, el Código de
Hammurabi es el principal artefacto técnico que constituye una
evidencia de un pacto social estable. Mas el control del tiempo que
ejerce la ciudad se extiende mucho más allá del pacto social de las leyes.
Las leyes establecen la conducta ritual de los ciudadanos, cuándo y por
qué ofrecer sacrificios, qué alimentos y gentes son puros e impuros,
quiénes podrán ser sacerdotes y cuáles sus deberes. Si los muros del
templo establecen los lugares sagrados y los profanos, el orden del
tiempo, los tiempos de trabajo y plegaria. “Guardad mis sábados y
respetad mi santuario”, dice Yaveh, estableciendo así el Sabbath y la
Pascua, la fiesta de las siete semanas después de recoger la primera
gavilla, el día primero del mes séptimo, el día de la expiación y los siete
días de las tiendas. De este modo, el segundo logro de la escritura fue
uno de los primeros y más importantes signos de poder en la ciudad: el
calendario. Es la marca escrita del discurrir del tiempo, el mapa de los
días. Cuando las ciudades se unieron para constituir un estado o una
federación debieron resolver como primer problema la coordinación de
sus tiempos en un único calendario. Sin calendario no habría impuestos
ni prestaciones al poder: el poder es el poder de ordenar los tiempos; su
justificación será conservarlos, la constitución de la memoria. La
ordenación de los tiempos fue un trabajo siempre costoso. Hubo que
observar los cielos por generaciones y generaciones, registrar las
posiciones de las estrellas y de otros fenómenos conspicuos en la bóveda
nocturna, elaborar complicados cálculos y, al final, producir esas
primeras obras de la ciencia y la técnica que fueron los calendarios, los
primeros artefactos diseñados para computar 18 .

La conquista del tiempo por parte de la ciudad no había hecho


sino comenzar con los calendarios: el siglo XIV fue testigo de la creación
y rapidísima difusión de un artilugio cercano al calendario, el reloj de
volantes y pesas 19 . Jacques le Goff 20 ha estudiado cómo el reloj, en sus

18 La gran construcción que conservamos de los incas, el Machu Pichu, fue una
ciudad de astrónomos, un enorme observatorio de las estrellas en el que se
establecía el calendario por el que el inca dirigía su enorme imperio andino
desde el Cuzco. Sin esos aparentemente inactivos observadores el imperio no
hubiese tenido la impresionante efectividad centralizada que tuvo.
19 Por cierto, fue construido a imagen y semejanza de los cielos, tal como eran

entonces comprendidos, con esferas de planetas que encajaban unas en otras y


movían a las demás, por eso todavía hablamos de la “esfera del reloj”
20 Le Goff, J. (1983) Tiempo, trabajo y cultura en el occidente medieval.

Madrid: Taurus.

26
comienzos un artefacto meramente ornamental, contribuyó a cambiar
la naturaleza de las relaciones sociales cuando fue colocado en el lugar
más visible de la ciudad, la torre de la catedral, y comenzó a regular las
horas y momentos de los ciudadanos 21 . Los ciudadanos podían verlo “a
un tiempo” y armonizar sus trabajos y tareas al compás del movimiento
de la aguja de las horas. Los gremios comenzaron a reclamar que su
trabajo fuera recompensado no por el producto elaborado, sino por las
horas trabajadas. De este modo el tiempo de trabajo se convirtió en el
igualador de todas las cosas. Y fue por la misma época cuando nacieron
otros instrumentos ligados al control del tiempo: las bulas, que vendían
a los fieles descuentos en los días correspondientes de permanencia en
un insólito lugar que fue inventado ad hoc para vender su estancia, el
Purgatorio 22 , y las letras de cambio, que también vendían el tiempo, el
finito y regulado tiempo de disfrute del dinero ajeno por el que el
beneficiario había de pagar. Con los salarios modernos, que ya no
pagaban por gavillas o por trajes cosidos, sino por el tiempo de los
trabajadores, las letras habrían construido esa forma de existencia de la
ciudad que llamamos capitalismo, que, como Marx nos enseñó, es sobre
todo una forma de poder en el tiempo. Si el tiempo fue el ámbito
esencial en el que se instituyó la ciudad, la escritura fue la invención
técnica que la hizo posible. Pues la escritura, no lo olvidemos, fue ante
todo una invención técnica que exigió un largo periodo de desarrollo de
soportes físicos: la arcilla, el pergamino, el papiro, el papel, la imprenta,
el libro.

Las murallas, por su parte, siguieron un curso paralelo e


independiente hasta llegar al estadio que hoy llamamos Globalización,
que tiene que ver mucho con lo que Javier Echeverría ha llamado
Telépolis 23 , como forma de existencia contemporánea, en la que las
relaciones espaciales se hacen distales, la interacción entre los humanos
y entre los humanos y su entorno queda mediada por instrumentos que
permiten la transmisión de la información y de la acción y el control a
distancia. La intervención en el espacio es un mecanismo tan potente en
las configuraciones de los ciudadanos como la intervención en el
tiempo. Ir y volver: la experiencia del colono y del emigrante que está
mediada por la conexión a distancia con la ciudad que es el medio de
transporte. El emigrante y el colono son seres conscientes del transporte
como no lo son sus compatriotas. Anthony Giddens ha explicado cómo
la experiencia de la modernidad fue sobre todo una experiencia de

21 Mumford, L. (1971) (or. 1940) Técnica y Civilización. Madrid: Alianza


22 Le Goff, J. (1989) El nacimiento del Purgatorio, Madrid, Taurus
23 Echeverría, J. (1994) Telépolis. Barcelona: Destino; Echeverría, J. (1999) Los

Señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno. Barcelona: Destino.

27
desacoplamiento del espacio y del tiempo 24 . Los portugueses,
holandeses, ingleses y españoles fueron conscientes de la separación de
las trayectorias históricas y las trayectorias espaciales. El mundo se hizo
globo terráqueo y la existencia historia. Los nuevos navíos de alto
bordo, capaces de dar la vuelta al globo, consiguieron este
desacoplamiento trayendo noticias, especimenes, gentes de otros
lugares, pero del mismo tiempo. Los geólogos (el conde de Buffon)
descubren conchas marinas en los Alpes: traen especimenes de otros
tiempos que residían en el mismo espacio. La experiencia del ciudadano
moderno se hizo abstracta y desacoplada al separar el mapa de los días y
el mapa de las tierras. Se ha dicho que la Globalización contemporánea
es una más entre tantas globalizaciones producidas por la ciudad: la
confederación de los helenos, el imperio romano, las colonizaciones. Y
es cierto que hubo ciertas formas anteriores de Telépolis: la
confederación helénica fue siempre una confederación a distancia. Los
aqueos se unen contra el orgullo de Troya, Platón viaja a la Magna
Grecia a realizar su utopía, los griegos se hacen conscientes de su
identidad sólo contra los persas, los otros en la distancia, su cultura se
construye en un imaginario que les eleva a la categoría de los herederos
de Egipto, o de la Atlántida, dirá incluso Platón. Pero la globalización o
mundialización modernas nacen de la experiencia distal como una
experiencia del espacio abstracto desacoplado del tiempo que aún
espera ser incorporada como experiencia del ciudadano, que Telépolis
construya su muralla y su calendario.

En resumen, el entorno técnico de la acción establece el marco de


la acción. Nuestra forma de identidad más primaria 25 está mediada por
la conciencia sensorio-motora que surge de la distinción dentro/fuera al
igual que la ciudad, y que crea los primeros esquemas corporales, el
estar del cuerpo en el espacio. Ya desde este nivel primario, el espacio
se configura técnicamente por el medio y la distancia de nuestras
acciones. El resultado de la revolución de tecnologías de base que ha
seguido a la cibernética, la telemática, crea una experiencia de acciones
distancia, limitada anteriormente prácticamente al teléfono. Según
Echeverría, los medios telemáticos habrían establecido una experiencia
de lo distal en el tercer entorno que no habrían tenido los ciudadanos en
el primer entorno (físico) ni en el segundo entorno (ciudadano). Es
cierto, más aún, la idea de distancia está construida por las
interacciones del individuo y su entorno. Para decirlo con los términos
provocativos de Daniel Dennett, “yo soy la suma de las partes que

Giddens, A. (1999) Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza


24

Damasio (2002) The Feeling of What Happens: Body, Emotion and the
25

Making of Consciousness. Nueva York: Harcourt Brace

28
controlo”: la idea de control es computacional, cibernética, no espacial.
El espacio, el lugar, el entorno, se construye así como la suma de las
partes sobre las que se mueven las partes del mundo que controlo, sean
artificiales o biológicas. De esta forma llegamos a nuestra segunda
afirmación: las identidades personales y colectivas tiene que ver
también con la capacidad de control de la acción y por consiguiente
están tan constreñidas técnica como metafísicamente.

El camino de Telépolis a Trantor.

En Telépolis el tiempo cambia, sostiene Javier Echeverría. Si en


la polis antigua regía la simultaneidad y la coordinación, en Telépolis
habría fragmentación de los tiempos de las personas (de sus
personalidades informacionales).

“Así como en E1 y E2 (los entornos primero y segundo) el lema tempus


fugit expresa una verdad profunda, en el Tercer Entorno la permanencia y
la repetición de los estados electrónicos es frecuentísima (...) La
asincronía del Tercer Entorno no impide que en él se puedan producir
interacciones simultáneas o, como suele decirse, “en tiempo real”. Dicho
sea de paso, la locución muestra bien hasta qué punto la noción de
acción está ligada a la de tiempo presente.
En cualquier caso, aparte de las acciones asincrónicas, en E3 también es
posible interactuar sincrónicamente, y por ello el tercer entorno no es
propiamente sincrónico, sino lo que podemos denominar
multicrónico”. 26

Habría tantos tiempos como bucles encontramos en la red. Nexos


temporales que corren paralelos a las múltiples identidades con las que
los telepolitas se presentan en el foro global de la red de información.
Los telepolitas dejan que sus tarjetas y firmas electrónicas recorran
oscuros pasillos informacionales al tiempo que pasean por la red con
“nicknames” fingidos, aparecen en “chats” y foros, llaman a sus amigos,
ven las cenenes y sus guerras virtuales, toman prestadas las músicas del
innumerable archivo pirata, entran en las librerías amazonas, y sus
tiempos se simultanean y descoordinan, recorren horarios
inconmensurables, construyen un rompecabezas imposible de
relaciones. Pero en Telépolis no hay memoria, ahogada en la inundación
de memorias de las que está hecha Telépolis. En contraposición al
discurso fundacional de Pericles, la multiplicación de las memorias nos
habría llevado a una nueva situación en la que quizá no solo esté la red,
sino también, en cierta forma, nuestras ciudades y megalópolis del

26 Echeverría, (1999), o.c. p. 82

29
segundo entorno: ciudades sin cocer aún, en un “melting pot” que no se
mezcla, sociedades sin integrar las voces múltiples, redes ciegas en las
que los nudos sólo alcanzan a ver los intereses de los pocos nudos con
los que son capaces de conectarse, pero no tienen una visión de lo
general.

Si las voces de la mente y las voces del foro reclaman identidades


múltiples, la polis no tiene por qué ser diversa y fragmentada. Pues
nació precisamente de la fragmentación y variedad, para garantizar la
memoria, coordinar los tiempos, aunar las identidades. Mientras que
los seres que habitan la ciudad adquieren sus identidades en el tiempo,
llegan a ser personas en un largo proceso en el que no está excluida la
suerte, que necesitarán para preservar una cierta estabilidad en sus
narraciones, una coherencia entre sus yoes sucesivos y una complicada
integración con los nosotros colectivos, la ciudad transciende las
narraciones porque su función es hacerlas posibles. Con suerte y ayuda
de los amigos, se llega a ser persona, se llega a ser miembro de una
comunidad, pero se nace y se muere ciudadano. La ciudad nos cubre
antes y después de la identidad personal o colectiva. Nos cubre más allá
de la muerte y durante el azaroso discurrir de nuestras vidas. Una
ciudad fragmentada no es una ciudad, no existe aún en la maraña de
voces. Y éste es el sino de Telépolis: después de la polis, aún no es, y
quizá no llegue a serlo nunca, otra ciudad. No hay esperanza próxima
de que Telepolis sea tele-polis, por ahora solamente una inmensa estepa
de información llena de sendas y extraños caminantes y caravanas con
las que uno eventualmente se cruza. Es algo más que un sueño creer
que algún día Telépolis tendrá una memoria colectiva, como si en
Telépolis pudiera nacer el conocimiento. Telépolis no es la sociedad del
conocimiento, no es más que un espacio sin mapa. Se equivocan quienes
piensen lo contrario. La red de redes está vacía de conocimiento y no
tiene memoria. No aprende, no recuerda a los telepolitas. Las huellas
que aquellos dejan no duran más que la pisada del camino. Deja un
rastro, pero no una historia que merezca ser contada por ningún aedo.
Telépolis acumula páginas, registra señas, almacena datos. Tal vez
produzca la información que persiguen los oscuros poderes voraces de
la intimidad de los ciudadanos de la polis. Pero no hay más que poder
en Telépolis, no hay más que la fuerza bruta de los poderes
computacionales: es la selva antes del contrato social. En Telépolis hay
poder pero no hay autoridad. Susan Blackmore ha empleado una
metáfora para describir nuestras mentes que se aplica con más
propiedad a Telépolis: es una colección de máquinas de memes, una
selva de memes, patrones de información que circulan y contaminan, se
extienden como epidemias, pero no como argumentos o actos
comunicantivos. Telépolis seduce, contamina, pero no convence.

30
Muchos se quejarán de esta imagen negativa, aducirán que, al
contrario, Telépolis sólo es memoria acumulada, que no es otra cosa que
una red de inmensos cúmulos de registros. Y es posible que no carezcan
de razón pues es cierto que por su propia naturaleza Telépolis está
hecha de registros de información. Pero son remedos de la memoria de
la ciudad, no una forma más moderna e inevitable. Quizá quienes creen
en el determinismo consideren que esta doble existencia es un futuro
inevitable. De entre los más recientes mitos tecnológicos es más que
sorprendente el éxito con el que han sido recibidas las varias entregas
de de Matrix, la metáfora más perfilada del mito de Telépolis. Los
creadores de Matrix parecen haber meditado sobre uno de los oscuros
futuros posibles de Telépolis. En Matrix, los humanos viven en dos
ciudades trasunto e inversión de la ciudad del cielo y la ciudad terrestre:
Matrix y Sión son estas dos ciudades. Tiene Matrix sus oráculos, sus
vigilantes secretos y sus señores, los señores del programa. Son
proyecciones de la conciencia del programa que calcula todas las
posibles sendas futuras de las memorias virtuales en las que viven los
millones de cerebros alimentados de información artificial. En Sión
viven los pocos liberados que en una triste existencia han descubierto el
segundo y primer entorno y han decidido que son éstos entornos de
libertad. Pero Matrix no nos enseña ninguna profunda verdad sobre
nuestra existencia: no es más que una amalgama de seductores vacíos
tópicos filosóficos que ocultan un siniestro mensaje determinista sobre
el Tercer Entorno. Presentarlo como un camino inevitable de
virtualidad o doble existencia es una forma de sacarse de encima las
responsabilidades que desde la ciudad tenemos con este nuevo entorno
en el que discurre nuestra existencia. No es casual la metáfora
agustiniana de las dos ciudades: también en Matrix, sirve de coartada
para no cargar con la responsabilidad histórica, personal o colectiva.

Frente a Telépolis, Trántor es la ciudad-planeta de la trilogía de


La Fundación de Isaac Asimov. El planeta ha sido transformado entero
en ciudad. Ya no existe el dentro-fuera de las murallas, el territorio
sagrado y profano, la distinción natural-artificial. Todo es ciudad.
Trántor es la capital del imperio, la Roma de la Galaxia. Miles de
planetas campesinos alimentan a Trántor, donde habita una compleja
burocracia política y científica que dirige un imperio que se acerca a sus
momentos de declive. Asimov escribió La fundación en la posguerra,
cuando comenzaba a apuntarse el mundo en el que vivimos, cuando las
ciudades, Nueva York, de la que Trántor es la hipérbole, estaba
convirtiéndose en el centro de la historia. Trántor, a diferencia de
Matrix, es una irrupción del segundo entorno político en el tercero
tecnológico y computacional. Trántor es el producto de la completa
extensión de la ciudad al mundo físico y al mundo de la información.
Trántor resulta de la artificialidad completada, de la extensión de la

31
tecnología a todas las dimensiones de la existencia pero también de la
política a todas las formas de tecnología.

Cuarenta años de ecologismo y desarrollo de una conciencia de


respeto a la diversidad biológica y a los entornos naturales nos hacen
ver Trántor como una pesadilla del desarrollismo incontrolado. Cierto:
como todas las utopías, la estructura técnica de esa sociedad es una
extrapolación de la tecnología conocida, y el mundo vivido por Asimov
en los años de la postguerra era el mundo-máquina basado en la
separación completa de lo natural y lo artificial. El Trántor de Asimov es
una pesadilla bajo esa imagen, pero su metáfora, tan inspirada en la
Historia del declive y caída del imperio romano (1776-88) de Edward
Gibbon y en las filosofías de la historias que cundieron por doquier en
los años de la Guerra Fría, aún queda como pregunta sobre la extensión
de la ciudad en el espacio y el tiempo. Lo importante de la metáfora es
que Trántor no ha perdido su condición de polis. No se ha realizado el
oráculo de Mumford de que a más tecnología menos democracia. En
cierta forma, mutatis mutandis, Trántor es una sociedad bien ordenada,
que si está en crisis es precisamente porque está ensimismada en el
orden político y ha olvidado ya el saber científico y técnico que la hizo
posible. Aunque parezca lo contrario (pido disculpas al ecologista que
llevamos dentro por poner a Trántor de modelo) no es una sociedad
ajena a la idea de justicia, mucho menos si entendemos la justicia como
libertad. La libertad de los ciudadanos para llevar a cabo sus proyectos,
para ejercer sus capacidades.

La idea de libertad que ha sido el sueño y el proyecto de la


Ilustración tiene un amplio espectro de realizaciones, desde la idea
formal de ser libre entendido como no estar constreñido por otros, hasta
un nuevo concepto que sin renunciar al “no estar obligado” se pregunta
por las condiciones de posibilidad de la acción en libertad: pues no estar
constreñido no es meramente que nadie me impida hacer algo, sino que
en realidad pueda hacerlo. Tener capacidad como condición necesaria,
poder hacer, sin lo cual la libertad no es sino un sueño intelectualista.
Así nace la idea de libertad como justicia, o justicia como libertad, tal ha
sido defendida Amartya Sen 27 . Su discurso nace de observar cómo las
desigualdades a lo largo del mundo, incluidas las desigualdades en el
seno de las sociedades desarrolladas a las que estamos más ciegos por
más cercanas, entrañan sobre todo desigualdades en la libertad de los
ciudadanos. Para muchas personas, el acceso a las libertades primarias
exigiría la previa capacidad para plantearse objetivos, para tener planes
de vida y ver el futuro como futuro. En situaciones de grave degradación

27 Sen, A. (2003) Desarrollo y libertad. Barcelona: Planeta

32
de la existencia la primera víctima es la capacidad de desear y con ella la
posibilidad de diseñar la propia vida. Quienes están en la frontera de la
subsistencia o bajo el peso de la violencia no viven en un tiempo
humano sino en un completo y eterno presente. Para ellos el futuro y el
pasado se presentan como una oscura nube de sufrimiento y
desamparo. Pues bien, la ciudad y la tecnología se ocupan de dos
dimensiones del tiempo humano. La ciudad se ocupa de organizar el
tiempo de la identidad. Gracias a ella los ciudadanos llegan a ser
personas. La ciudad garantiza el derecho a proclamar el pasado propio y
a reivindicar la historia de la que uno llega. Y garantiza también el
derecho a dejar una huella en la memoria colectiva. La tecnología, por
su parte, se ocupa de garantizar un aspecto del futuro real de los
ciudadanos: se ocupa de preservar una forma de tiempo humano que es
el futuro como espacio de posibilidades accesibles, como oportunidades
de acción y capacidades de lograr los deseos alcanzables.

Información, control y política

Hubo una revolución tecnológica que constituyó la tecnología


sobre el trasfondo de las técnicas artesanales y dio lugar a la revolución
industrial. Comienza a finales del siglo XVIII y se desarrolla a lo largo
del XIX. Desde entonces la tecnología se ha ido extendiendo por todos
los territorios que constituyen nuestro mundo, desde los espacios más
lejanos, como los planetas del sistema solar hasta los más cercanos de
nuestra vida cotidiana y hasta los lugares más profundos y pequeños de
los micromecanismos de la vida. Los dos elementos constituyentes de la
tecnología son el diseño y el artificio. El diseño consiste en la capacidad
elaborar los objetos técnicos en un ámbito representacional, a través de
los poderosos medios representacionales que se desarrollaron a partir
de las matemáticas, y después llevarlos a la existencia mediante
métodos de reproducción eficiente, que pueden ser medios de
reproducción masiva en los objetos de diseño industrial. El artificio
constituye el elemento esencial de los objetos técnicos contemporáneos.
Con este nombre queremos significar que los sistemas técnicos son
complejos de sistemas de control, sistemas cibernéticos, como se
denominaron a partir del término griego cibernetes, timonel. De forma
que la capacidad de imaginar y construir eficientemente y la capacidad
de controlar son los elementos definitorios de la tecnología, lo mismo
que la verdad es el concepto que define constitutivamente la actividad
científica o el buen gobierno la actividad política.

Se ha convertido en un tópico de los programas políticos la tesis


de que debemos pasar de la Sociedad de la Información a la Sociedad
del Conocimiento: mientras la sociedad de la información es aquélla en
la que vivimos, la sociedad del conocimiento sería aquélla en la que

33
deseamos vivir, una sociedad en la que el conocimiento sea la forma
dominante de uso inteligente de la información y el medio esencial de
producción y reproducción. Es una afirmación que conserva algún
fundamento bajo tantas repeticiones irreflexivas y propagandísticas,
pero debemos pensarlo con parsimonia y cuidado. A este respecto, me
parece que el núcleo está en la importancia que ha adquirido la
información en los intersticios de la tecnología contemporánea, en cómo
ha sido el control de la información más que el mero control de la
energía el que ha configurado la tecnología contemporánea. El salto del
conocimiento a la información no es trivial, cierto, pero ha sido es
mucho menos comprendida la naturaleza de lo novedoso que introduce
la sociedad de la información.

Hay varias líneas que confluyen a lo largo de la historia de la


técnica en este dominio al que accede la información en la tecnología
contemporánea. Una de ellas, quizá la más importante, fue la invención
del primer artefacto de control por realimentación, el controlador de
flujo de vapor por inercia de bolas de James Watt. Se trataba de un
sistema muy simple que aprovechaba el principio de conservación del
momento de giro para controlar el flujo de vapor de una caldera. La
solución era sencilla y elegante. Vista dos siglos más tarde, significó algo
así como una revolución: la primera aparición en la superficie de la
tierra de un artefacto de realimentación o de un sistema de control, algo
que hasta el momento solamente existía en el terreno del diseño
biológico 28 . Fue una invención creativa que conformó las trayectorias
tecnológicas posteriores. Las revoluciones tecnológicas posteriores se
basaron en buena medida en el control de diversas fuentes de energía y
potencia y especialmente en la multiplicación ubicua de sistemas de
control. Los sistemas de control crearon la posibilidad de máquinas
complicadas en las que no solamente se transfería energía, como en las
máquinas antiguas, sino que se preservaban estados internos, la
temperatura particularmente. De este modo las máquinas comenzaron a
parecerse en alguna forma a organismos. Así aparecieron los primeros
“auto-móviles” a vapor o por motores de explosión, aparecieron los
grandes conglomerados de producción de bienes domésticos,
aparecieron las propias fábricas como artefactos en los que la acción
humana se limitaba a ser uno entre otros muchos sistemas de control.
En resumen, aparecieron los paisajes técnicos que configuran el mundo
contemporáneo.

La segunda revolución, que en cierta medida fue una


sofisticación de la revolución de los sistemas de control, vino con los

28 Véase más abajo cap. 4.

34
circuitos electrónicos complejos que realizan propiedades lógicas:
válvulas de vacío, relés, transistores, circuitos integrados,... Los
dispositivos variaron a lo largo de la historia, pero lo importante es que
apareció un nuevo y extraño sistema en la naturaleza, un sistema que
realizaba a través de los circuitos ciertas operaciones abstractas de
carácter lógico. Y junto a las operaciones lógicas, por un mecanismo de
iteración recursiva, apareció la complejidad, la computación compleja y
la simulación de operaciones inteligentes. Así nació la revolución de la
información. Los dispositivos de realimentación y los sistemas lógicos
recursivos transformaron la naturaleza en un modo que hoy ya podemos
comparar a escala histórica con la agricultura y la escritura. Un viejo
sueño que nació con las religiones del Libro, el judaísmo, el cristianismo
y el islamismo, fue el control de los signos y entre ellos de la naturaleza
como libro escrito por Dios, cuyo mensaje había que descifrar. De la
cábala a Ramon Llull, a John Wilkins y a Caramuel, a Leibniz, a Ada
Lovelace y Charles Babagge, el control de los signos había sido siempre
una trayectoria permanente del imaginario técnico. Habían buscado
lenguas perfectas que reprodujesen la lengua antes de Babel, la lengua
del pensamiento, la lengua de Dios; habían buscado sistemas
combinatorios que pudiesen ser construidos o realizados como
máquinas. La mezcla de sistemas de control, sistemas lógicos y
complejidad recursiva hizo posible una parte de este sueño: la humana.

El dominio de la información es el dominio de lo abstracto. La


información es algo que se preserva en la estructura de algunos
procesos físicos: el teléfono preserva ciertos patrones causales que antes
habían sido preservados por las moléculas del aire agitadas por la
emisión de la voz, y que serán más tarde preservadas por varios
dispositivos que transformarán la energía cinética de las moléculas de
aire en pulsos eléctricos,; que, por último, volverán a ser convertidos en
agitación en las moléculas de aire por el conversor del teléfono. No
sabemos muy bien qué es la información más allá de estas ambiguas
descripciones, pero sin embargo podemos medirla y manipularla con
inusitada precisión. La información, como hemos visto anteriormente,
se constituye en el objeto de una nueva forma de tecnología que
manipula estos patrones abstractos que viajan de sistema en sistema, de
proceso en proceso. Por otra parte, dado que nuestra mente es en cierta
medida información, la interacción con la tecnología se hace más
sofisticada que en todas las formas anteriores, en las que la relación con
los artefactos se efectuaba más en su forma causal primaria, como
máquinas, como medios de transporte, como instrumentos o
herramientas. La información interactúa por su propia
transformabilidad con nuestro cerebro y por consiguiente con los
elementos que nos hacen específicamente seres conscientes, libres,
intencionales, etc. De ahí que la relación con la información sea mucho

35
más profunda que con los demás artefactos. De ahí que en cierta forma
cree un mundo virtual de existencia en un sentido analógico a cómo el
lenguaje interactúa con nuestra mente haciéndonos existir en una
segunda naturaleza que es la que crea nuestro pensamiento y nuestros
conceptos, independiente de la realidad física.

Responden los tecnófobos que la tecnología puede ser ella misma


incontrolable, que en lugar de abrir futuros posibles puede ser como los
rápidos del Oeste, corrientes que arrastren nuestra balsa dejándonos los
breves márgenes de libertad de mover a un lado u otro la pala con la
esperanza de mantenernos por un minuto más a flote. Es cierto si el
determinismo es cierto. Pero si el determinismo fuera cierto lo sería
tanto para la abundancia como para la escasez de tecnología. Los
deterministas sostienen que las decisiones tecnológicas configuran la
ciudad. El molino de agua trajo el feudalismo, sostuvo Marx, y el molino
de vapor trajo el capitalismo. Pero esa tesis vale tanto para el molino de
agua como para el molino de vapor: el molino de agua debería traer el
feudalismo. Y obsérvese la extraña consecuencia: si la tecnología
resultase ser no otra cosa que el modo en el que nuestra especie se
adapta a su medio, construyendo nichos artificiales, el determinismo
tecnológico no sería sino una forma de determinismo histórico. Pero ni
es cierto el determinismo tecnológico ni es cierto el determinismo
histórico. Nuestra existencia discurre en tanta libertad y justicia como
seamos capaces de alcanzar. Una y otra dependen en buena medida de
nuestro espacio de posibilidades. La misma tecnología no escapa a esta
regla, pues si hay un sentido en el que es verdad que las decisiones
tecnológicas configuran las ciudades, también lo es que la ciudad
configura la tecnología. Si en épocas pasadas las decisiones tecnológicas
surgían en el ámbito de la esfera privada y se difundían y extendían a
través de los mecanismos del mercado, la tecnología contemporánea es
cada vez más dependiente de las decisiones gubernamentales y aún de
la esfera pública.

Los tecnófilos y los tecnófobos creen que las tecnologías salvan y


condenan, que están a la par con los agentes humanos en el diseño de la
historia. Los tecnófilos y tecnófobos sufren la más vieja de las
enfermedades de la mente: el determinismo histórico. Les aterroriza
que el futuro no esté escrito en algún lugar del pasado: en los signos de
los cielos, en el vuelo del cuervo y en las entrañas de los pollos, para
algunos; en El Libro, para otros; en el libro de la Naturaleza que está
escrito en caracteres matemáticos, creyeron nuestros padres modernos,
en las configuraciones de los átomos, creyeron los físicos newtonianos.
Un futuro sin escribir atemoriza aún más que el destino que se teme,
por oculto que esté en las ciegas palabras del oráculo. Un futuro abierto
es una pregunta que deben contestar los vivos, que tal vez preferirían

36
morir antes que contestarla, porque saben que si la contestasen estarían
escribiendo un texto del que alguien podría hacerles responsables. La
responsabilidad asusta más que la muerte. Por eso somos deterministas
“por defecto”. Así nos ha diseñado la cultura: hábiles para
desentendernos de responsabilidades, actores miopes que se niegan a
vislumbrar más allá de unas pocas horas o días.

Los deterministas tecnológicos 29 creen que son las tecnologías,


los artefactos, los que crean las sendas que siguen velis nolis las culturas
y sociedades. Los deterministas tecnológicos no consideran que sean las
decisiones las que crean responsabilidades, sino las máquinas que
resultan de esas decisiones. El ingeniero norteamericano Lewis
Mumford, que se dedicó en los años cuarenta a la historia de la
tecnología y es conocido por su magnífico libro Técnica y Civilización 30 ,
distinguió entre tecnologías autoritarias y tecnologías democráticas. En
los primeros momentos de las civilizaciones se habría dado ya esta
separación. Las pirámides que construyeron mayas, sumerios, acadios y
egipcios son ejemplos de tecnologías autoritarias: existen movilizando
enormes recursos que exigen una concentración proporcional de poder.
En el otro extremo, el campesinado y sus artesanías de caza, pesca,
agricultura, ejemplificarían la línea de autosubsistencia y autarquía de
las tecnologías democráticas. Mumford fue un adelantado del
ecologismo que habría de florecer a finales de los años setenta.
Impresionado por las acumulaciones de tecnología que se produjeron
durante y después de la Segunda Guerra Mundial, por la energía nuclear
y por sus devastadoras realidades, desarrolló una visión pesimista de la
tecnología que conducía a una cierta forma de determinación: ciertas
tecnologías conducirían al autoritarismo (o serían ya esencialmente
autoritarias); ciertas formas de sociedad serían imposibles según qué
formas tecnológicas hayan llegado a ser dominantes. Los herederos de
Mumford se han convertido en legión, particularmente visibles en
ciertas formas de corrección política en el ámbito del ecologismo. Hace
años, la televisión emitía una serie alemana de dibujos animados que
mostraba un mundo maravilloso de enanitos artesanos que recordaban
a los campesinos de Mumford y a los hobbits de Tolkien (quien, por
cierto, sostiene en El Señor de los Anillos tesis muy similares, y por
similares razones a las de Mumford). Lamentablemente, los ejemplos
históricos y antropológicos de sociedades con baja tecnología y

29 Huguet, M. (2203) “El determinismo tecnológico” Claves de Razón Práctica,


134, 40-5, adopta una profunda mirada de historiadora a las tesis del
determinismo. He tratado también el tema en Broncano, F. (2000) Mundos
artificiales. Filosofía del cambio técnico. México: Paidós.
30 Mumford, L. (1971) Técnica y civilización, Madrid, Alianza.

37
democracia avanzada son difíciles de encontrar. No es más que una
observación empírica, pero apoya nuestra tesis fundamental: la
democracia es muy exigente en términos de información. Y la
información es lo más difícil de conseguir en el universo. Es la forma
más organizada de la energía. Las sociedades muy complejas demandan
mucha tecnología informacional, que, por su parte, las convierte en más
complejas. Y su misma complejidad las hace imprevisibles,
contingentes, robustas y frágiles a la vez: las sendas históricas que se
abren son mucho más intrincadas y abundantes. Los deterministas se
pierden en ese laberinto de posibilidades.

En el terreno de los optimistas tecnológicos, desde luego, se


encuentran también no pocos deterministas: todos aquellos que creen
que las decisiones tecnológicas llevan necesariamente al progreso, o que
definen el progreso precisamente por el desarrollo tecnológico.
Cualquier anuncio de un nuevo artefacto, cualquier nota de prensa de
un nuevo descubrimiento médico o farmacéutico viene acompañado de
una sutil asociación con un futuro perfecto del que ese descubrimiento
ya sería un ladrillo necesario. Pero nuestros inmensos vertederos están
llenos de esos futuros perfectos que se acumulan en enormes montañas
de deshechos. ¡Qué curiosa mezcla de determinismos optimista y
pesimista ha acompañado la inevitabilidad con la que se informa de las
clonaciones, como si nos pidiesen que aceptemos de buen grado ese
futuro maravilloso sin discutir razonablemente qué queremos hacer con
nuestras técnicas biológicas!. Detrás de cada anuncio asegurándonos el
progreso hay una exigencia de resignación a ese artefacto, la búsqueda
de un atajo para no tener que pasar por el foro público a la luz del día
para que sea examinado con todo el cuidado. Por eso quizá deberíamos
ponernos a pensar si acaso nuestra política no está ya siendo
configurada, no tanto por nuestras opciones tecnológicas, cuanto por la
resignación a su inevitabilidad, por ese descargo de responsabilidad con
el futuro que significa el limitar la política a los aspectos “sociales” y
dejar en manos del destino (en la forma de mercado o en otras formas
aún más ciegas) los inescrutables caminos de las formas tecnológicas
que construyen la ciudad. Porque el problema que discutimos es el de la
convivencia de la polis y la tejné, de la ciudad y la tecnología, de la
praxis y la tejné, si se quiere, pues si hay algún grano de verdad en los
determinismos, es el que señala las constricciones sobre el futuro que
establecen las capacidades tecnológicas y los hechos sociales; y si hay un
montón de equivocación, está en su poca receptividad a nuestras
capacidades de reflexión colectiva.

El núcleo de nuestra tesis es que el control, la capacidad de


control, no puede ser dividido en aspectos técnicos y aspectos reflexivos.
Nuestra naturaleza ciborg no establece distinciones. Controlar es una

38
forma de poner las intenciones a trabajar: es una forma de actuar en la
que los resultados de la acción realimentan las intenciones, que se
adaptan a sus propias consecuencias con el objeto de preservar el fin
principal. No por casualidad se empleó el término “cibernetes” para
nombrar a la tecnología de control, ya que el piloto es quien tiene a su
cargo el control del rumbo de la nave: observa las estrellas, la aguja de
marear, ahora el GPS y, teniendo en la cabeza el plan de navegación,
actúa continuamente sobre el timón para reordenar la navegación
preservar el rumbo.

Los aficionados a los videojuegos conocen bien las difíciles


habilidades de controlar un objeto sobre la pantalla. La monitorización
de los resultados de la acción (permítasenos el barbarismo) nos sirve
como un modelo primitivo del control a través de la reflexión. La
presentación en pantalla emplea nuestro sistema visual-motor para
controlar la acción, que no es sino un medio rápido y eficiente de
aprovechar algunos de nuestros propios sistemas internos de control
para el control del pequeño trozo de realidad que nos presenta el juego.
Nuestro sistema visual procesa las imágenes a través de dos canales,
uno el perceptivo que genera creencias y categoriza los objetos como
pertenecientes a una clase; el otro, el sistema visual motor, procesa las
imágenes activando intenciones y esquemas sensorio-motores para
actuar sobre el mundo. Son dos de nuestros grandes subsistemas de
control ínsitos del cerebro. El control de la acción a través del sistema
visual-motor opera sin conceptos, aunque no sin cálculo. Aquí todavía
no encontramos reflexión, pero sí unos modos sofisticados de control en
los que media la representación visual del objeto. El sistema sensorio-
motor es un conjunto de sistemas biológicos de control que poseen
todos los animales dotados de un cortex cerebral complejo capaz de
actuar a través de representaciones. Son ya sistemas de control
mediados informacionalmente. Mucho más complejos son los usos de
las imágenes a través del sistema de percepción: reconoce los objetos,
los cataloga a través de sus propiedades, deriva inferencias y extrae
objetivos para la acción, produce planes y activa decisiones. Este
sistema es, claro, mucho más lento, mucho más abstracto, pero accede a
todo el almacén de conocimientos, valores y responsabilidad de nuestro
conocimiento y de nuestras actitudes ante el mundo. En el sistema
perceptivo, visual en este caso, las imágenes son procesadas como
imágenes, tratadas como información, integradas en un complejo
sistema de representaciones que termina en una representación, la de
un objetivo que merece nuestra atención y ocasionalmente nuestra
acción.

Ya en los mecanismos más primarios de control de nuestro


cerebro observamos una mezcla de eficiencia y limitaciones. En una

39
actividad compleja de control como el Tour, el ciclista que baja un
puerto a ochenta o noventa kilómetros en el centro de un pelotón, a
apenas diez centímetros de distancia de los otros ciclistas, no puede
detenerse a reflexionar sobre sus acciones. Se caerá y pondrá en peligro
su vida y la de la mitad del pelotón. Tiene que confiar en un duro
entrenamiento que ha conseguido que su sistema visual motor actúe por
él en los milisegundos que tiene para tomar decisiones. Mas todo
aficionado sabe que, ceteris paribus, el Tour se gana con la cabeza. Al
subir un puerto con fuerzas limitadas, el ciclista ha de observar con
cuidado los signos de sus adversarios, resistirse a atacar antes de tiempo
o a desfallecer ante un ataque aparentemente definitivo, tiene que
pensar y pensar rápido aún cuando todo su cuerpo le pide que no
piense. Su sistema perceptivo, su memoria y experiencia deportiva
tienen que proporcionarle lo que su sistema motor ya no es capaz de
darle. Cada sistema tiene sus capacidades y sus limitaciones. El sistema
sensorio motor, como el sistema emotivo, es rápido, eficiente y
especializado. Pero no es plástico: controla una tarea pero no es capaz
de seleccionar nuevos objetivos y ordenar nuevos planes. El sistema
reflexivo de control es lento computacionalmente. Tiene que activar
enormes cantidades de información, hacer presente a la mente
numerosos modelos del mundo, explorar posibilidades, confiar en
clasificaciones borrosas y en decisiones bajo incertidumbre y riesgo.
Pero es un sistema plástico y adaptativo, tiene la mayor creatividad de
las posibles. Y tiene la virtud de hacerse responsable de las decisiones.
El sistema reflexivo opera en primera persona (del singular o del
plural). Todas las decisiones acaban en una movilización de recursos
que indica el compromiso de la persona o de la comunidad en la
decisión. Entre los sistemas sensorio-motores y las decisiones tomadas
bajo un largo tiempo de reflexión hay un ancho espectro de sistemas
intermedios: rutinas, mecanismos de decisión resultado de
adaptaciones evolutivas, sesgos unidos a la edad, el sexo, productos de
la cultura y el entrenamiento, modificaciones cerebrales fruto de la
adaptación a medios computacionales externos, etc.

No deberíamos pensar en nuestros sistemas de control bajo la


metáfora platónica de una escala en la que la razón ocupa el lugar más
alto. La razón es creativa, pero limitada en rapidez y opera con pocas
propiedades; las emociones son rápidas pero poco discriminativas; las
rutinas motoras son rápidas y eficientes pero poco plásticas, … , y así
sucesivamente. La tradición aristotélica así como otras tradiciones
culturales de origen oriental encontraron en la armonía y el equilibrio
una prescripción sabia de cómo combinar sistemas de control que a
veces se necesitan y a veces compiten entre sí. Y esto nos lleva de nuevo
a unir el tema del control con la idea de ciborgs y seres híbridos con la
que hemos comenzado.

40
En la especie humana los controles de los planes de acción sólo
son posibles con prótesis culturales y técnicas. Las limitaciones
computacionales de nuestro cerebro habrían hecho imposible la
civilización y la cultura sin las creaciones técnicas que permiten
trascender y transgredir nuestras limitaciones. Si los medios de
transporte modifican nuestro estar en el espacio y los medios de
comunicación nuestro estar en el tiempo, nuestros medios
representacionales: las imágenes, la escritura, los lenguajes artificiales,
las máquinas computacionales, …, modifican nuestras limitaciones
representacionales. La antropología computacional está por investigar,
pero cabe pensar en la mayoría de los artefactos culturales como
prótesis para superar nuestras limitaciones: los rituales, la música, el
baile, los ritmos, que permiten la coordinación de movimientos de la
tribu y llevan al cerebro, él mismo un sistema de coordinación de
ritmos, a un estado de excitación y comunión; las drogas naturales, los
hongos, el alcohol, los alcaloides naturales o artificiales, que mimetizan
los neurotransmisores de nuestro cerebro y se convierten en auténticas
y peligrosas tecnologías emocionales; la pintura, que extrae las
imágenes, las fosiliza y crea una realidad artificial; el lenguaje que
permite compartir pensamientos, contar historias, transmitir memes,
…; los hilos, marcas en la madera o la arcilla, cuentas en una cuerda,
que permiten contar cantidades contables, los recipientes que permiten
contar cantidades incontables, ….

No toda democracia es posible en todo contexto técnico,


no toda técnica es posible en toda democracia.

Muchas prácticas culturales como las que acabamos de señalar


son prácticas de coordinación social, de ordenamiento en el espacio y
tiempo de las conductas o de los espíritus. En la milicia, como todos
sabemos, desde los más viejos tiempos, los conductores de ejércitos
emplearon el sonido rítmico de los tambores, pífanos y tubas para
acompasar a la tropa de modo que ofreciese al enemigo un frente
cerrado y sin fisuras; al tiempo, el ritmo persistente excitaba los ánimos
y aliviaba el miedo de los que estaban a punto de enfrentarse. Estas
prácticas de coordinación son primarias: crean un orden puramente
visceral, no un orden en el que lo que se acoplen sean las voluntades
reflexivas de los ciudadanos. Las democracias griegas desarrollaron un
instrumento de coordinación derivado de instituciones más primitivas
que tenía por objeto el crear un tipo de orden particular fundamental en
la ciudad, el consenso. Se trataba, como puede imaginarse, del ágora y
de la asamblea popular. El ágora creaba un espacio material en el que
se producían acciones políticas en un sentido que Hanna Arendt ha
convertido ya en una categoría explicativa: allí el ciudadano libre
desarrollaba un ejercicio de imaginación más allá de las ataduras del

41
espacio que Arendt denomina de la labor y que ocupaba todas las tareas
de reproducción económica, doméstica o fisiológica. En el ágora era
posible el ejercicio sumo de la vita activa, la asamblea de los
ciudadanos y todos los órganos que emanaban de ella. El corazón de la
polis, por consiguiente, residía en este espacio y tiempo que, reparemos
en ello, era un espacio oral, era un instrumento básico de coordinación
dependiente del ejercicio oral: de ahí que la retórica fuese la técnica
cultural más importante para los ciudadanos pues de ella dependía el
correcto ejercicio de la actividad política.

Las ventajas y limitaciones de la oralidad no han sido muy


estudiadas, por desgracia, pero hay algunas aproximaciones. El finado
filólogo de Harvard, Erick A. Havelock 31 ha estudiado el pensamiento
platónico como un efecto en el terreno del pensamiento de un cambio
en el medio de transmisión cultural: el paso de la oralidad a la escritura.
Y no casualmente el pensamiento platónico tiene mucho que ver con la
crisis de la democracia ateniense que significa el juicio de Sócrates,
juicio al que subyace, me atrevo a decirlo, un malestar creado por la
progresiva complejidad de la democracia y las limitaciones que imponía
la oralidad. La necesidad de expertos independientes de la asamblea,
que proclamaba Sócrates, frente a las líneas más asamblearias, tiene,
más allá o más acá de lo político, unas resonancias claras de un
problema subyacente de medios de ordenamiento de voluntades en un
terreno informacional. Pues en cierto momento la dimensión
computacional del ágora se convierte en una limitación técnica al propio
ejercicio de la democracia. La oralidad tiene múltiples virtudes, entre
ellas la gran cantidad de información que la asamblea recibe a través del
lenguaje situado en el discurso, pero tiene la limitación de la presencia
del sujeto hablante ante la audiencia, una enorme constricción espacio-
temporal. Y tiene además unas mucho más profundas limitaciones de
memoria: el discurso oral se pierde con la memoria de los ciudadanos,
crea tantos compromisos como los que estén dispuestos a asumir los
ciudadanos que recuerden las palabras del orador y del proceso de
consenso. En este sentido, la república romana fue mucho más
consciente de esas limitaciones y dio un papel mucho más importante al
derecho como ley escrita y proclamada mediante un acto jurídico
constitutivo. Uno de los más importantes hallazgos computacionales de
la cultura escrita es la constitución. La constitución tiene que escribirse
y firmarse por los legítimos instauradores. Y uno de los efectos más
rápidos es precisamente lo que hace Aristóteles, poder comparar las

31Havelock, E. A. (2002) Prefacio a Platón, Madrid: Antonio Machado (or.


1963). Rocío Orsi, la helenista de cabecera de nuestro departamento, ha sido
quien despertó mi interés y pasión por Havelock.

42
constituciones precisamente porque están escritas. La escritura permite
un orden reflexivo que no sería posible en la pura determinación oral de
lo político.

Muchas otras constricciones técnicas de la ciudad han sido objeto


de reflexión a lo largo de la historia. Recordemos como ejemplo la
controversia acerca de relación de la república con su capacidad para el
ejercicio de la fuerza: si la república ha de dotarse de un ejército
profesional o si, por el contrario, el ejército no es sino el pueblo en
armas y ha de constituirse como milicia o guardia nacional, fue como
sabemos, objeto de fuertes discusiones que en el caso de la última
república española fueron importantes en la dinámica que llevó a la
derrota de la república. Hay una discusión política en todas estas
cuestiones, claro. Pero lo que me importa subrayar es que a veces la
república no es consciente de las constricciones técnicas de sus
deliberaciones y esta inconsciencia técnica se paga con creces en el
terreno de la eficiencia práctica y del malestar creado de fondo por
cuestiones que pueden tener su origen en un mal acoplamiento
computacional de lo político. La cuestión de fondo es cómo la polis hace
visible sus propios condicionamientos técnicos, cómo hace visible su
naturaleza ciborg precisamente para reordenarla de modo que se haga
transparente e invisible como lo son las lentillas que se acoplan a la
córnea.

El pensamiento feminista de los años sesenta popularizó un


eslogan que representaba una de las transformaciones más profundas
del siglo pasado, “todo es político”. Las feministas indicaban así que
cualquier aspecto de la vida cotidiana tiene una significación social que
transciende su pura funcionalidad: la organización doméstica, la
educación , la sexualidad, las costumbres y hábitos sociales, …, todos los
aspectos de la vida están definidos por relaciones sociales que caben ser
examinados a la luz de su carácter justo o injusto. Con la distancia de
cuarenta años, las, tan a menudo denostadas, manifestaciones de los
años sesenta hicieron visibles muchas de estas relaciones de poder y
establecieron la agenda política de las siguientes décadas. Los
programas de democracia radical que siguen motivando la discusión
contemporánea siguen pautas que estaban ya en germen en aquellos
movimientos de tan controvertido carácter. En un sentido que no se
separa de este espíritu cabría una reversión del eslogan para proclamar
que también todo es técnico. No existen relaciones sociales de poder o
autoridad sin la mediación del diseño técnico. La casi totalidad de las
críticas contemporáneas de la tecnología han subrayado el carácter
político de la tecnología: la tecnología expresa o capacita relaciones de
poder. Pero del mismo modo se puede sostener la dirección inversa: las
relaciones de poder expresan y capacitan formaciones tecnológicas.

43
Antes de que se me acuse de tecnopornógrafo, tecnoadicto o
cualquier otra cosa similar quisiera recordar que esta idea establece un
hilo conductor en el pensamiento de Michael Foucault, entre otros
autores que conforman en cierta forma el pensamiento crítico
contemporáneo. Foucault promovía un método que era hacer visibles
las relaciones de poder a través de sus marcas en el discurso, pero era
muy consciente de que las relaciones de poder se expresan a través de
prácticas sociales que tienen carácter técnico, como las prácticas de
vigilancia y de constricción sociales. No hay prácticas sociales si no es en
un medio técnico que permite que las prácticas tengan éxito o fracasen.
El objetivo es entonces hacer visibles los componentes y dimensiones
técnicas de las prácticas con el objeto de hacerlas objeto de la reflexión
social. Pues, para resumir en una sola frase las consecuencias de esta
doble dirección de la política y la técnica, cabría sostener que no toda
democracia es posible en todo contexto técnico ni todo contexto técnico
es posible en toda democracia.

Tiene razón Hanna Arendt en que solamente existe dimensión


política en el ágora: el ágora es el espacio de lo político, de modo que
hacer visible un aspecto político equivale a convertirlo en objeto de
escrutinio público en el ágora. El ágora es un espacio de presencias
donde los hombres y las mujeres constituidos en ciudadanos reflexionan
sobre todo lo divino y humano. Al llevar al ágora un tema o un artefacto
se hacen visibles sus significaciones políticas. Al ágora, y sólo al ágora, le
ha sido concedido la capacidad de transmutar las relaciones de poder en
relaciones de autoridad. Antes de pasar por el ágora las relaciones son
relaciones de dominación pura. Solamente después de ser discutidas las
relaciones sociales, si acaso son asimétricas, se convierten en relaciones
consentidas y legitimadas, en relaciones de autoridad, que solamente
puede estar fundamentada en la confianza.

El ágora es a la vez un espacio de reflexión y un espacio de


control. Como lugar de reflexión y controversia hace visible las
relaciones, los intereses confesables y las pretensiones de legitimidad.
Como lugar de control establece restricciones que son las restricciones y
reglas de las que se dota a sí misma la comunidad: instaura
instituciones y realiza los actos preformativos que convierten las puras
relaciones causales en relaciones bajo el imperio de la ley y del buen
orden social. Los dos aspectos del ágora son, de un lado, lo que se ha
venido en denominar esfera pública y, de otro lado, asamblea
constituyente, de la que emanan todas las instituciones. Bajo los dos
aspectos el ágora contiene a la vez una dimensión técnica y hace visible
o debería hacer visibles las dimensiones técnicas de la existencia
humana personal y colectiva.

44
Se suele pensar la técnica contemporánea como un almacén de
cacharros y una secuencia de operaciones reiterativas y aburridas. Se
suele pensar también como un campo de oscuras amenazas de
catástrofe y dominación. Pero se ha pensado poco en la tecnología bajo
la categoría modal de posibilidad como un conjunto de capacidades y
posibilidades pragmáticas, algunas admisibles, otras deseables y
muchas otras claramente inadmisibles. Es bajo esta luz cuando se hacen
más patentes las dimensiones técnicas de la política y las dimensiones
políticas de la técnica. Las posibilidades técnicas son trayectorias de
futuro que deben ser examinadas, deliberadas, transformadas y
reguladas en la esfera pública y en la asamblea. Pero la esfera pública y
la asamblea tienen ellas mismas una existencia técnica que es la que
hace posible sus capacidades efectivas de visualización y control. De
este modo, muchas de las reflexiones weberianas sobre los procesos de
racionalización adquieren un nuevo sentido cuando los consideramos a
la luz de sus capacidades técnicas. La burocracia fue un efecto de la
creciente complejidad de las sociedades modernas. De un lado tenía una
dimensión racionalizadora, fue resultado de la aplicación de los
principios de división del trabajo a la gestión social. De otro lado se
convirtió ella misma en una fuerza configuradora de las sociedades
contemporáneas, en un movimiento de autorreproducción de sus
propias estructuras. Pensada bajo la categoría de un medio
computacional, la burocracia desvela su carácter histórico y contingente
basado en las dependencias técnicas del archivo físico y de la cultura
escrita. Pensamos la burocracia bajo la imagen kafkiana de un ilimitado
laberinto de estanterías llenas de expedientes que registran los más
nimios detalles de nuestra vida. Esta pesadilla, ha mostrado con el
tiempo una fragilidad que no previeron los pensadores de la escuela de
Frankfurt, tan proclives al determinismo histórico como reacios a la
técnica 32 .

Hoy, muchos piensan en los medios técnicos de información


como una auténtica realización del Gran Hermano orwelliano, del que
sus remedos televisivos solamente serían un síntoma de que los
individuos han aceptado ser sometidos de forma definitiva a la
inspección constante de sus vidas, y en contrapartida han aceptado
deseosamente convertirse ellos mismos en espectáculo. Y es cierto que
la cibercultura es una forma técnica en la que dejamos rastros

32 Lo que no implica que haya formas de dominación más efectivas y con


menores limitaciones computacionales que las que muestra la burocracia.
Nuestra precisión es que la burocracia no es el destino histórico de las
sociedades modernas, sino una de las formas contingentes en las que se ha
producido la modernización.

45
electrónicos por todas partes, que permitirían un seguimiento
exhaustivo de nuestros movimientos e incluso de nuestros gustos y
deseos más allá incluso de nuestro conocimiento propio. En la
cibercultura, el policía universal del régimen autoritario tendría su
realización física en una parafernalia de troyanos que inspeccionan
nuestro ordenador, de gusanos que siguen nuestras compras, de
microchips que graban nuestras conversaciones y de cámaras que nos
observan incansables. Pero es la misma técnica que permitiría seguir los
rastros de los capitales especulativos y poderosos, la misma técnica que
podría hacer visibles las relaciones escondidas de las empresas
transnacionales y las oscuras relaciones de los aparatos terroristas y
militares, que podría inspeccionar metro a metro y segundo a segundo
la degradación de nuestro medio ambiente y la misma técnica que
podría hacer posible la educación universal y la formación de
capacidades básicas en las sociedades degradadas. Mientras muchos
filósofos de la política piensan en la esfera pública en un marco
weberiano del siglo pasado, de cultura escrita y burocracia del papel, las
negras fuentes del poder contemporáneo se mueven en los
aparentemente opacos pasillos electrónicos. Pero si cabe pensar en una
democracia cosmopolita en la que todo pueda y deba ser inspeccionado
en la esfera pública y decidido en la asamblea de los pueblos, sólo cabe
pensarla como un espacio construido por ciborgs ciudadanos para
ciudadanos ciborgs. ¿Tecnologías neutras que dependen de su uso?: ¿es
neutro nuestro cuerpo y depende de su uso?, ¿acaso usamos la técnica o
acaso “usamos” porque tenemos habilidades técnicas de uso? Y en ese
caso, ¿qué es la neutralidad?.

46
CAPÍTULO 2

OTROS MUNDOS SON POSIBLES:


POSIBILIDADES PRAGMÁTICAS Y
NORMATIVIDAD TECNOLÓGICA.

Imaginación y posibilidades genuinas.

La imaginación es la puerta que abre la realidad, que hace del


mundo una realidad abierta. La imaginación es, sobre todo, la
capacidad para buscar orientaciones cuando las sendas se han perdido.
Los filósofos recurren a la imaginación cuando el camino del
razonamiento atraviesa por territorios de escabrosa configuración
conceptual. Los mitos, las historias, las parábolas o los experimentos
mentales son los bastones del filósofo para ayudar a la comprensión en
ciertas ocasiones y para sostener el duro esfuerzo del pensamiento las
más de las veces. Si la metáfora es un recurso para explotar los varios
niveles y dimensiones de un concepto, la creación de una situación
posible completa nos transporta a escenarios conceptuales en los que se
ponen a prueba las intuiciones metafísicas sobre lo que es necesario y lo
que es producto de la contingencia histórica. En la distancia se
distinguen perfiles que la excesiva cercanía del discurso diario ensucia
con intuiciones y familiaridades que se alzan como un muro que nos
encierra en lo que los filósofos analíticos llaman las intuiciones
cotidianas y que otros filósofos calificarían, menos compasivos, como
ídolos de la tribu o puras expresiones de la ideología dominante. En la
distancia se hacen visibles las relaciones conceptuales distinguiéndose
de otras relaciones mundanas como las relaciones físicas, históricas,
sociales o psicológicas.

Algunas ficciones filosóficas han llegado a ser bien conocidas: el


anillo del pastor antepasado del lidio Giges, que, tal como nos cuenta
Platón en La República, hace desaparecer a su portador y le confiere
libertad absoluta para hacer el mal o el bien sin aparentes
consecuencias; el genio maligno cartesiano, que tiene el poder de
independizar el contenido de la verdad y con ello de arbolar la
posibilidad escéptica absoluta; la máquina de disolver controversias de
Leibniz, que lleva la idea de una lógica constitutiva del pensamiento a

47
sus últimas consecuencias, la de automatización de los argumentos y la
supresión de la conversación; la isla de aborígenes llena de animales
llamados gavagai de Quine, que nos sitúa en el extraño lugar de la
interpretación radical; los cerebros en una cubeta de Putnam, que nos
enfrentan a la distinción entre lo causal y lo intencional. Más allá, la
ilimitada variedad de extraños seres que pueblan la metafísica analítica
contemporánea: los hombres del pantano, los zombies, los
transmutados en murciélagos, los cerebros divididos. Son historias
extrañadas que nos hacen ver la realidad con distancia para ver más
claramente los conceptos con los que ordenamos la realidad cercana.
Son una parte de nuestra forma de relacionarlos con la realidad, la que
en la división social del trabajo corresponde al filósofo. Pero hay otras
formas de imaginación.

Toda literatura refuta la realidad. Escribimos para cambiar la


realidad, o al menos para imaginar que ha cambiado. De ahí que todas
las narraciones tengan mucho de experimentos mentales, pues no es
mucha la distancia entre concebir cambios en el comportamiento
familiar de los personajes y cambios en el orden de las cosas. En ambos
casos buscamos descubrir qué ha cambiado y qué permanece, pues
desde los griegos nuestra cultura se basa en la persecución de lo
permanente y necesario. De modo que a veces la más alocada historia
no es más que una búsqueda de un lugar familiar en el que refugiarse
cuando todo cambia. Aunque parezca mentira, no es distinta la
literatura en este objetivo del esfuerzo del filósofo empeñado en
empedrar sus textos de juicios analíticos y argumentos no derrotables.
Pues si hay más racionalidad de la que parece en la literatura, también
hay más deseo de lo maravilloso en la filosofía de lo que los filósofos
están dispuestos a confesar en público. Las proyecciones imaginarias de
la literatura se corresponden con la imaginación filosófica de lo posible.
Como sabemos desde Borges, todo sistema metafísico esconde una
metáfora, y viceversa: es la cruz de la imaginación, que nos habla tanto
de mundos posibles como de la mente y el mundo actual del que
suscribe la metáfora. Hacemos mundos con trozos de mundos, y los
hacemos porque tenemos capacidad de juego, aunque nunca, por más
que lo deseemos, nos alejamos mucho de éste, el mundo actual y real.
Hace unos años, un anuncio de televisión de colonias de navidad para
varones mostraba a una seductora mujer al borde de una piscina y una
voz en off femenina decía “hay muchos mundos, pero están en éste, hay
muchos hombres, pero están en ti”. Dejando a un lado el sexismo del
anuncio, no encuentro mejor resumen de la concepción actualista de las
modalidades, y quizá de una concepción naturalista como la que aquí va
a defenderse. Como ha explicado inteligentemente el antropólogo

48
cognitivo Pascal Boyer 33 respecto a las religiones, creaciones
paradigmáticas de la imaginación de lo maravilloso, lo sorprendente no
es la variedad de las religiones, variedad que ha sido uno de los
tradicionales argumentos de los agnósticos, sino lo contrario, la
sorprendente parca variedad de creencias que encontramos en todas las
religiones conocidas: “la idea de que hay almas invisibles de personas
muertas volando por los alrededores es muy común, mientras que la
noción de que los órganos cambian de posición por la noche es muy
rara. Pero ambas son igualmente irrefutables” (pg. 33). En la Biblia
encontramos relatos tan familiares como el del Rey David enviando al
hitita Urías al puesto más peligroso de la batalla con el objeto de que
muera y le deje el campo libre para acosar a su mujer Bethsabé. En el
evangelio, Cristo es condenado y muerto por crucifixión, baja a los
infiernos y resucita. La narración nos habla de situaciones familiares
que están trufadas de variaciones maravillosas y fantásticas que son
comprensibles tan sólo contra el trasfondo de los recursos cognitivos
familiares que contienen las metáforas 34 .

Las narraciones maravillosas refutan la realidad sin poner en


peligro su comprensión. Cuando las alternativas se desvían demasiado
de las situaciones cercanas, el precio es la ininteligibilidad que desfonda
la narración y la convierte en una sarta de palabras. El imaginativo H.G.
Wells es muy consciente de esta limitación de la creatividad en La
máquina del tiempo. Cuando el Viajero del Tiempo llega al tiempo
histórico de los Eloi y los Morlocks, se encuentra ante una técnica que
no conoce:

“Y aquí debo admitir que he aprendido muy poco de desagües, de


campanas y de modos de transporte, y de comodidades parecidas,
durante el tiempo de mi estancia en aquel futuro real. En algunas
visiones de Utopía y de los tiempos por venir que he leído, hay una gran
cantidad de detalles sobre la construcción, las ordenaciones sociales y
demás cosas de ese género. Pero aunque tales detalles son bastante
fáciles de obtener cuando el mundo entero se halla contenido en la sola
imaginación, son por completo inaccesibles para un auténtico viajero
mezclado con la realidad, como me encontré allí. ¡Imagínense ustedes lo
que contaría de Londres un negro recién llegado del África central al
regresar a su tribu! ¿Qué podría él saber de las compañías de
ferrocarriles, de los movimientos sociales, del teléfono y el telégrafo, de

33 Boyer , P. (2002) Religion Explained. The Human Instincts that Fashion


Gods, Spirits and Ancestors. Londres: Vintage
34 Una teoría de la metáfora como uno de nuestros recursos cognitivos básicos

ha sido desarrollada por Bustos, E. (2000) La metáfora. Madrid: FCE

49
la compañía de envío de paquetes a domicilio, de los giros postales y de
otras cosas parecidas? ¡Sin embargo, nosotros no accederíamos, cuando
menos, a explicarle esas cosas! E incluso de lo que él supiese, ¿qué le
haría comprender o creer a su amigo que no hubiese viajado? ¡Piensen,
además, qué escasa distancia hay entre un negro y un blanco de nuestro
propio tiempo, y qué extenso espacio existía entre aquellos seres de la
Edad de Oro y yo! Me daba cuenta de muchas cosas invisibles que
contribuían a mi bienestar; pero salvo por una impresión general de
organización automática, temo no poder hacerles comprender a ustedes
sino muy poco de esa diferencia”

Este curioso texto nos desvela la cercanía entre las narraciones


que encontramos en la literatura fantástica y las formas de narraciones
de lo maravilloso. En ambos casos refutamos la realidad actual
transponiendo ciertos rasgos a una situación otra en la que los rasgos
primitivos se convierten en un negativo de la sociedad deseada y
entonces son proyectados en situaciones que afirman lo contrario. La
descripción lejana de lo real nos propone respuestas a ciertas preguntas:
¿es posible otro mundo? Sí, contestamos, mira, en ese mundo las cosas
no son como aquí, son así y asá…; lo que queremos cambiar, en ese
mundo ya ha cambiado. De manera que construimos mundos con trozos
de mundos 35 y en ellos proyectamos nuestros miedos y deseos
transformando lo que nos asusta en seres benignos, o derrotando a los
malos que en la realidad nos pueden, o haciéndolos más malos para así
llamar la atención de los que aún no se han dado cuenta. La literatura
fantástica y la literatura de lo maravilloso tienen, pues, en común la
doble dirección en la que nos informan: de cómo es el mundo creado,
pero también y sobre todo de cómo es la mente y la sociedad del que los
ha creado, cuáles son sus creencias sobre este mundo y cuáles son los
puntos prominentes que desearía refutar. Nos habla también de sus
saberes y de sus ignorancias. Wells nos pide perdón por no describir las
máquinas del futuro del mismo modo que el evangelista no nos dice
cómo Cristo convierte el agua en vino. Hubiera sido mucho más
sorprendente que nuestro evangelista nos explicase que en realidad
Cristo preparó una ensalada para paliar el grado de colesterol de los
asistentes a la boda, o que les regaló con un soufflé con una textura
como la que nunca más llegarían a probar. El milagro palia una
necesidad percibida, y lo hace de manera misteriosa porque de otro
modo dejaría de ser una propuesta religiosa para convertirse en un
ejemplo del ingenio transformador de Cristo. De esta forma
aprendemos cuáles son los hábitos de la sociedad de la que nos hablan

35Es la tesis de Goodman, N. (1978) Ways of Worldmaking. Cambridge:


Hackett.

50
los evangelios y cuáles sus miedos y temores. Cristo cura cegueras, lepra
e hidropesía, pero no cánceres ni triglicéridos o tensión en tasa de
riesgo.

Los primeros escritos fueron libros de leyes o libros de milagros e


historias religiosas. En la edad moderna apareció una nueva forma de
literatura de lo maravilloso que está representada por la varias utopías
de Tomás Moro, Tomasso Campanella, Francis Bacon…, que descubren
y proponen nuevas formas alternativas de organizar el mundo social.
Las sociedades perfectas del Renacimiento se sitúan en lugares
extraños, desconocidos o incognoscibles para el lector (en las nuevas
indias, allende los mares, como después serán otros planetas,…). La
Nueva Atlántida nos presenta La Casa de Salomon, una institución de
investigación que es respetada por los ciudadanos de la Atlántida, que
estaba destinada a ser el modelo de todas las academias posteriores.
Más reciente, tuvo lugar la emergencia del género que hemos llamado
por pereza traductora de ciencia-ficción. En este género se exploran
futuros posibles, ucronías, ya no utopías. Se proponen cambios hacia
unas u otras configuraciones del orden de las cosas y se explican de
manera que nos informan en la doble dirección aludida de cuáles son las
expectativas y conocimientos tecnológicos de la época del que escribe,
que tiene que construir mundos alternativos o bien, si el material que
tiene a mano no es suficiente, o no lo es su conocimiento de la ciencia y
la tecnología, nos señala una laguna que es cubierta con el lenguaje de lo
maravilloso.

En un aparte, encontramos una tradición que, preocupada sobre


todo por las consecuencias sociales y medioambientales de la
tecnología, soslaya los detalles técnicos de su tiempo y va directamente
a las relaciones y consecuencias sociales. Esta literatura bordea lo
maravilloso y está cercana a las utopías, sean en su versión optimista
moderna, sean en su visión sarcástica barroca o romántica. Los viajes
de Gulliver, en especial el capítulo dedicado a la Isla de Laputa, es la
versión pesimista de La nueva Atlántida, el Dr. Frankensteink de Mary
Shelley es la expresión romántica del miedo a la ciencia mecanicista,
Noticias de Nothing Hill, de William Morris y Erehwon, de Samuel
Butler, son las antiutopías correspondientes al maquinismo. Philip K.
Dick, Stanislav Lem nos muestran igualmente las zonas oscuras de
nuestro mundo de viajes espaciales y seres híbridos. Ambos nos sitúan
en un escenario cambiante en el que lo que importan son los cambios
sociales y cuál es el efecto sobre la identidad humana. Sería una locura
pedirles cuentas a Lem o a Dick por los conocimientos científicos y
tecnológicos que soportarían la descripción del mundo crepuscular de
¿Acaso sueñan los androides con ovejas mecánicas?, o de la extraña
realidad del planeta Solaris, casi tanta como la que sería preocuparnos

51
por los conocimientos científicos que, en ausencia de digresión, ponen
sobre la arena de la discusión los profetas que relatan los milagros de las
personas en las que creencias.

Más allá de ser un instrumento o medio de reflexión social, estos


mundos posibles fantásticos han poblado nuestro imaginario de seres
extraños: supermanes, hombres masa, hombres X, hombres araña, toda
la extraña variedad de entes de la Guerra de las Galaxias,… Son seres
que ocupan gracias a los medios de comunicación el lugar de los santos,
las vírgenes y los ángeles de las culturas basadas en la religión. Es
mucho más probable que un niño de siete años conozca el nombre del
ser peludo de Star Wars que la denominación de la Virgen de la
Fuencisla.

En otra zona de la biblioteca de ciencia ficción encontramos un


tipo de volúmenes que narran posibilidades que extrapolan las
situaciones tecnológicas del tiempo y entrevén futuros alternativos
construidos con los recursos del momento. Los cuadernos de Da Vinci,
como sabemos, están poblados de máquinas que nunca llegaron a ser y
que anticipaban diseños que habrían de darse en el futuro: la bicicleta,
el paracaídas, el helicóptero, el avión. El submarino fue explorado
muchas veces antes de que Jules Verne en Veinte mil leguas de viaje
submarino construyese imaginariamente un artificio dotado de un
motor eléctrico de autonomía ilimitada que aún hoy nos asombra. La
ciencia ficción anticipativa, a diferencia de la ciencia ficción puramente
fantástica, extrapola los diseños y soluciones del momento para
construir imágenes que podrían verosímilmente convertirse en objetos
reales. Lo interesante no es si funcionan o no. Claramente, el diseño del
Capitán Nemo no podría funcionar, del mismo modo que tenemos hoy
sobradas sospechas de que Hal, el ordenador de 2001, una odisea en el
espacio pueda alguna vez adquirir la conciencia de supervivencia que le
hace convertirse en un asesino serial. No importa, son anticipaciones
cuya existencia hace más probable la existencia de tales ingenios u otros
similares. Son, diríamos, exploraciones vacías que hacen probable la
visualización de algunos diseños cuando llegue su momento de ser
construidos.

Las dos ramas de la literatura fantástica de nuestro tiempo


conforman lo que llamaríamos posibilidades imaginadas o posibilidades
cuya existencia constituye el imaginario cultural de cada época y
cultura. Nuestra mirada contemporánea está configurada por las
novelas y por el cine y las posibilidades imaginadas constituyen una de
las formas en las que nuestras sociedades rumian y elaboran su propia
condición. Superman, llegado de las granjas del medio oeste americano
supuso una forma de pensar las nuevas urbes conformadas tecnológica

52
y mediáticamente en los últimos años cincuenta y los primeros años
sesenta: Superman protegía al urbanita de nuevos miedos y peligros
creados por la civilización y que estaban lejos de los desastres naturales
de los que protegían los santos, seres fantásticos ya en decadencia en un
mundo más temeroso de los males que llegan de su propia construcción
que de los del cielo o el destino. Las posibilidades imaginadas, sin
embargo, no son meros escapes de la realidad, son las formas en las que
las diversas culturas refutan la realidad y expresan sus deseos bajo la
forma indirecta de metáforas. La fantasía nos habla así tanto del futuro
como del presente, expresa el modo en el que las culturas construyen la
forma de su deseo.

Estas posibilidades son reales en un sentido en que son reales los


sueños, en el sentido en que conforman las trayectorias del futuro
sesgando los planes, compromisos y valores de cada momento. No son
posibilidades genuinas o no lo son en el sentido en que constituyan
futuros accesibles, sino en el sentido de que intersectan con los futuros
accesibles haciendo visibles intereses y necesidades que se ocultan en
los estratos más profundos de la imaginación. Amartya Sen sostiene que
lo primero que se pierde cuando se cae en la extrema miseria es la
capacidad de desear y en el extremo contrario las sociedades ricas se
identifican por la hipérbole del deseo manifestada en esta
superpoblación de seres imaginarios. No siempre como deseos
positivos, claro. Si nuestra sociedad ha sido calificada por Ulrich Beck
como sociedad del riesgo, en la medida en que nuestras proyecciones de
futuro están constituidas de catástrofes en todos los ámbitos: guerras
nucleares, terrorismos masivos, destrucciones masivas de la capa de
ozono, virus y ataques biológicos incontenibles, enfermedades
producidas por la cultura del consumo industrial: vacas locas, gripe del
pollo, epidemias que transforman nuestros hábitos cotidianos, como el
miedo al SIDA, a los alimentos tratados biológicamente. Pero también
nuestra sociedad puede calificarse, como nunca lo fue, como sociedad
del deseo, como la sociedad que contiene un imaginario constituido por
los bienes de consumo, por los viajes masivos, por la cultura del móvil y
el automóvil, por el deseo insatisfacible que hoy constituye el principal
estigma de la miseria.

He comenzado por la alusión al imaginario colectivo porque


quiero sostener, a diferencia de lo que ocurre en las presentaciones
filosóficas tradicionales, que las posibilidades y la necesidad son
consecuencia no ya de la estructura desnuda de la realidad, sino
también y sobre todo de la estructura de nuestras intervenciones
sociales en la realidad. En realidad hay dos formas de entender la
génesis de las posibilidades en la literatura filosófica: la primera forma,
la más tradicional, es considerar que el filósofo tiene una especie de

53
acceso privilegiado a lo necesario porque es capaz de entrever las
condiciones a priori de cada campo. Al delimitar lo necesario, lo posible
y contingente se determina como consecuencia necesaria. Este fue el
proyecto de reconstrucción de los lenguajes que está presente en la
filosofía de principios del siglo XX, sea en el formato del positivismo
lógico, sea en el formato de la búsqueda de una filosofía como ciencia
estricta que promovía la fenomenología. El filósofo, el gramático, el
matemático establecerían los entramados, la arquitectura formal de un
campo y ahora sólo quedaría rellenar esos esquemas de contenidos
producidos combinatorialmente. No es cuestión de relatar aquí por qué
y cómo esta concepción entró en una progresiva fase degenerativa y
escolástica a lo largo del siglo XX generando una filosofía cada vez
menos relevante y cada vez más aburrida. La otra forma es, como ya
acabamos de insinuar, la que parte de las prácticas, los juegos, incluso
los juegos de imaginación, y es sólo a partir de ellos desde dónde
vislumbra los diversos tipos de necesidad.

El imaginario colectivo es la fuente de los deseos de cambios. Es


también, por ello mismo, uno de los componentes esenciales de los que
nace la normatividad en los diversos territorios de la acción humana. En
el territorio de la tecnología, la imaginación constituye no sólo una
fuente de impulso a la creatividad, es también un espacio en el que se
constituye la normatividad de la acción tecnológica. En lo que sigue
examinaremos cómo esta normatividad nace en las fuentes de los
deseos de cambio, y en particular en cómo la tecnología se entrecruza
con la imaginación de lo posible en formas particulares que son las que
conforman la racionalidad particular del cambio técnico.

Las dimensiones normativas de la racionalidad


tecnológica.

La filosofía apenas ha reflexionado sobre la tecnología como


problema filosófico. Lo poco que encontramos siempre ha sido como
resultado marginal de otros intereses en el marco de la crítica cultural,
política, ecológica, ética. Y, sin embargo, la filosofía de la tecnología,
antes, después o paralelamente a esas preocupaciones, es una rama de
la filosofía de la acción, una rama especial, ciertamente, en donde nos
situamos frente a una acción que tiene una estructura intencional
compleja, realizada por un sujeto colectivo y heterogéneo y un
resultado, el artefacto, también heterogéneo en los niveles de
realización ontológica. El modo en el que la tecnología conecta con los
trabajos de la imaginación creadora depende de su particular estructura
agencial. Quizá el carácter variopinto y transdisciplinar de los conceptos
y razonamientos necesarios para trabajar con los retos que plantea la
tecnología a la filosofía explica que los aspectos ontológicos y

54
epistemológicos hayan sido soslayados a favor de un predominio casi
absoluto de los acercamientos de carácter moral o político. Por otra
parte, la naturaleza histórica e interpretativa de los fenómenos
tecnológicos debidos a su irrupción en la vida cotidiana contemporánea
explica también que hayan predominado actitudes hermenéuticas
centradas más en pronunciamientos expresivos sobre todo el fenómeno
técnico antes que análisis detallados de los mecanismos por los que la
tecnología se convierte en una forma contemporánea de transformación
del medio.

Por alguna de estas razones y otras varias más lejanas, o que nos
resultan desconocidas, ha llegado a conformarse una especie de
dicotomía que se expresa en muchas manifestaciones neorrománticas
hacia la técnica. La dicotomía está entre lo que podríamos calificar
(simplificadamente) de actitud poética y una actitud técnica frente a la
naturaleza y el medio como dos formas de entender una metafísica de la
acción técnica. Mientras la actitud poética dejaría “hablar al lenguaje” 36
y adoptaría una suerte de posición contemplativa ante el discurrir de la
realidad, la técnica estaría regida por una hubris de dominio y control
que estaría sustentada ya en sus fundamentos por una concepción
cartesiana del sujeto como un ser dual, ajeno y enajenado de su
situación histórica concreta. El sujeto no se “siente” parte de la realidad
en la que está situado, por el contrario, la actitud de control y dominio y

36Charles Taylor conecta las ideas del lenguaje de Heidegger con su actitud de
“ecología profunda ante la técnica (Taylor Ch. (1995) Philosophical
Arguments. Cambridge (MA): Harvard University Press, especialmente
capítulo 6). La posición antisubjetivista heideggeriana contempla el lenguaje
no como un instrumento que presupone “ideas” previas, al modo de la
tradición ilustrada desde el XVIII (Locke, Condillac), sino como un “lenguaje
que habla” y posibilita el acceso a la realidad. Taylor recuerda la teoría
constitutivista del lenguaje de Herder, a la que pertenece Heiddegger, en la
que el lenguaje instaura una irreducible exigencia de corrección en la
identificación de un objeto que posea las propiedades que justifiquen el empleo
de una palabra o en la identificación del estado (propio) que justifique la
palabra, como cuando un hablante dice que tiene envidia: acierta con la
palabra y el término funciona porque es el término correcto que articula los
sentimientos (Taylor, 1995, p. 104). El lenguaje así constituye significados que
son expresados, que el lenguaje expresa (no que la subjetividad expresa). Lo
mismo puede aplicarse a las cosas que rodean a los humanos: exigen, expresan
en su reconocimiento una forma de corrección. La actitud técnica ante la
técnica, como la instrumental hacia el lenguaje, habrían sido formas
subjetivistas que impedirían esta escucha de la corrección que portan las
palabras y las cosas. Véase también el trabajo de Lafont, Ch. (1997) Lenguaje y
apertura del mundo. El giro lingüístico de la hermenéutica de Heidegger.
Madrid: Alianza.

55
la noción descorporeizada de sujeto estarían, según esta perspectiva,
estrechamente relacionadas. Todo lo producido bajo esta forma
civilizatoria sería ya un resultado moralmente cargado. Albert Borgman
es un filósofo norteamericano característico de esta actitud
neoheideggeriana de crítica a la tecnología 37 que resume todo un siglo
de crítica a la tecnología en la idea de que la tecnología es ya una
forma de moral:

“Algunos observadores (…) se quejan de que mientras que la tecnología


ha avanzado dramáticamente, nuestras aptitudes morales para
relacionarnos con ella no lo han hecho, pero su queja está radicalmente
equivocada, como lo está el divorcio general de la acción y la producción.
No es capaz de ver que un logro tecnológico, el desarrollo y adopción de
un aparato tecnológico ya constituye una decisión moral y siempre lo ha
hecho. Más precisamente, lo que necesita una consideración moral en la
producción no es tanto el producir como el producto. Pues, en tanto que
la producción es una suerte de acción, puede ser llevada hacia la
aplicación de la moralidad convencional que se ha desgajado
recientemente en las ramas de las éticas profesionales: ética de la
ingeniería, ética de los negocios, evaluación de riesgos. Lo que
permanece aún sin examinar es el poder de los productos, de los
resultados materiales de la producción que conforman nuestra conducta
profundamente. Cualquier teoría moral que piense que el medio material
de la sociedad es un espacio esencialmente neutral está profundamente
equivocada y es inútil; como lo es, de hecho la mayor parte de la ética
moderna y contemporánea” (Borgman 1992, p. 110)

Borgman piensa, pues, que ningún objeto técnico es neutro


moralmente y que, por consiguiente, debe ser evaluado como tal, del
mismo modo que evaluamos las acciones. El moralismo, la reducción
moral de la tecnología, de la tejné a la praxis, tiene un punto de razón y
una equivocación radical que nace en las mismas fuentes que el
pensamiento moral en que se inspira. La equivocación nace de su forma
esencialista de entender tanto la moral como la técnica. Mira a la
técnica como el señor al esclavo que se ha revelado, como la razón
instrumental que se ha querido convertir en señora de la razón, al

37Más abajo, en el capítulo 4, examinamos con más cuidado la actitud crítica


ante la tecnología que conecta con la línea pesimista. La cita de Borgman viene
a cuento de que su juventud le caracteriza como el último de una larga
tradición crítica que se remonta a Ivan Illich, Paul Durbin, Carl Mitcham, Don
Idhe, y otros filósofos reunidos alrededor de la Society for Philosophy and
Technology, que, por unas u otras causas, ha tenido una notable visibilidad en
nuestro país. La cita está tomada de Borgman, A. (1992) Crossing the
Postmodern Divide. Chicago: The University of Chicago Press.

56
tiempo que lo hace con la seguridad de quien bebe en las fuentes
seguras de la moral como “autenticidad” humana, como fidelidad a algo
que nos constituiría antes de, o paralelamente a, la técnica 38 . Los
artefactos técnicos, como el lenguaje, en ello tiene razón esta
perspectiva esencialista, construyen posibilidades, “abren mundos”, que
su propia existencia expresa como formas de vida. Pero se equivoca en
que la corrección de esas formas de vida esté dada antes de los sujetos
por alguna forma de autenticidad a la que debieran someterse los
humanos.

La acusación contra la técnica como expresando una forma de


pensamiento “técnico”, instrumental, se sostiene en cierta forma sobre
una imagen construida de la posición contraria. En el caso de la
acusación a la mezcla de cartesianismo y “tecno-cientificismo” los
componentes de esta imagen a medida de la acusa serían, los siguientes:

• Se produce una reducción instrumentalista que nace de la idea de que la


tecnología sería una forma de pensamiento que se atiene solamente a los
medios bajo la constricción de la mayor eficiencia y, en el caso de que se
introduzcan referencias sobre los fines, se hace de forma ilegítima,
extendiendo el razonamiento instrumental a la deliberación de los fines,
cuando no desbordando el dominio de competencia y convirtiendo en
“técnicas” cuestiones que no lo son en absoluto.

38 Max Horkheimer en su Crítica de la razón instrumental (Horkheimer, M.


(1973) Crítica de la razón instrumental, 2ªed. (or. 1967) Buenos Aires:
Editorial Sur) destila, a pesar de su apuesta aparentemente “crítica” en estado
puro, un no escondido esencialismo: “La filosofía ha de tornarse más sensible
frente a los mudos testimonios de la lengua; ha de sumergirse en los estratos
de experiencia que ella conserva. Toda lengua forma una substancia espiritual
mediante la cual se expresan las formas de pensamiento y las estructuras de fe
que tienen sus raíces en la evolución del pueblo que habla esa lengua” (p.174) y
más adelante. “La filosofía representa el esfuerzo consciente para fundir todo
nuestro conocimiento y toda nuestra intelección en una estructura idiomática
en la cual se llama a las cosas por su nombre verdadero. No espera, sin
embargo, hallar estos nombres en palabras o frases aisladas (…) sino en el
continuado esfuerzo teórico por exponer la verdad filosófica. Este concepto de
verdad – de adecuación entre nombre y cosa--, inherente a toda filosofía
genuina hace que el pensar esté en condiciones de resistir a los efectos
desmoralizantes y mutiladores de la razón formalizada o, más aún, vencerlos.”
(p. 187). Este componente identitario del pensamiento crítico es el que
cuestionamos aquí, no su impulso crítico social.

57
• La mezcla de ambición de control, de internismo representacionalista y de
abstracción del sujeto resulta en un pensamiento en sí mismo dominador y
expoliador de la naturaleza.
• El desarrollo incontrolado de la tecnología forma parte de la agenda oculta
del pensamiento moderno cartesiano, lo que se expresaría en el adagio
baconiano de “saber es poder”.

¿Sería practicable una filosofía de la tecnología ortogonal al


dilema de actitudes neorrománticas y tecno-cientificistas?. Si
queremos situarnos más allá de la obligación de elegir entre estas dos
perspectivas y queremos adoptar lo que filosóficamente entendemos por
actitud “crítica”, reflexiva e iluminadora tendríamos que desvelar el
oculto compromiso necesitarista que convierte a la tecnología en una
especie de destino al que nos llevarían algunos extraños vectores
incontrolables. Pues si en un extremo el determinismo tecnológico se
derivaría de alguna “esencia” humana, del pensamiento o la cultura
occidentales, para los tecnocientificistas, se deriva de alguna ley de
hierro del progreso que llevaría desde las leyes de la competencia
económica a las ventajas competitivas que, según ellos, solamente
pueden conceder más y más tecnología irrestricta. Pero no hay tales
esencias, no son sino efectos de trayectorias contingentes culturales que
pueden ser modificadas aún ya por el mismo acto de ser conscientes de
su existencia, ni tampoco las exigencias de la competencia económica
impone ninguna necesidad de creatividad económica. Mi propuesta es
que desarrollemos todo lo que hay de posibilista en el dominio de la
técnica, alejándonos de las formas ocultas de determinismo cultural que
subyacen a muchas de estas discusiones. En esta concepción
modalmente posibilista, la tecnología es un modo de transformar
colectivamente el presente, sujetándose a constricciones normativas
que nacen ya desde dentro de la propia naturaleza de las acciones
tecnológicas. En esta perspectiva, la imaginación de lo posible no es un
pensamiento ajeno al que la acción técnica se sometería como una
racionalidad que se atiene a fines, sino que formaría parte de la trama
misma del pensar lo técnico como pensar posibilidades genuinas.

La noción de racionalidad tecnológica señala que nos


encontramos en un dominio normativo, que no puede ser reducido a
prácticas sin condiciones de satisfacción. La racionalidad, por otra
parte, hace referencia al papel predominante que la acción y la teoría
de la acción tienen en la teoría de la tecnología, sin que ello suponga una
reducción moralista de la teoría de la agencia humana. La razón es que
tanto el dominio de la acción en general como el dominio particular de
la producción tecnológica comparten una misma dirección de las
condiciones de satisfacción de la naturaleza intencional que tienen

58
como acciones. Dentro del dominio general de la acción, la tecnología
tiene particulares constricciones en las decisiones que imponen un
principio de eficiencia tecnológica, constricciones que, ésta es nuestra
propuesta, tienen como objeto el ampliar el espacio de oportunidades o
de posibilidades pragmáticas y, en su caso, de estimular el
aprovechamiento y explotación de las oportunidades disponibles, es
decir, realizar transformaciones en partes del mundo que antes de la
representación técnica no hubieran sido posibles 39 . Nos encontramos
ante una forma especial de normatividad que depende de las tres
complejidades que señalábamos al principio, la de la intencionalidad de
la acción técnica, la del sujeto que toma las decisiones, un sujeto
colectivo y distribuido, y la de los productos de la acción, los artefactos
en tanto que sistemas funcionales en un nicho de otros artefactos de los
que dependen.

El núcleo común de las concepciones poéticas y tecnocientificista


de la tecnología es la caracterización de la tecnología como una forma de
racionalidad instrumental. En esta concepción, los planes tecnológicos
están constreñidos por una función de utilidad muy compleja (que
corresponde compositivamente a las funciones de utilidad de las partes)
a la que no son ajenas, al contrario, las formas de racionalidad que otros
caracterizan como “valores y fines” o “expresividad”. Robert Nozick 40
ha desarrollado una propuesta de cómo considerar estas dimensiones
dentro de una función compleja de utilidad. Lo que hacen, según
Nozick, tanto el aspecto moral como el simbólico es sustituir la función
de utilidad de la acción que es el caso particular por toda la clase de
acciones que paradigmáticamente representa esa acción con relación a
algún aspecto dado. Tomando esta idea de Nozick podemos postular
tres dimensiones en las que se introducen constricciones que
conjuntamente determinan la función de utilidad que de forma general
vamos a considerar como racional:

1) Dimensión simbólica: Se refiere al valor que toman las


acciones o su resultado, los artefactos como expresivos de una frontera
o signo de identidad del sujeto implicado en la tecnología. Los aspectos
simbólicos entran a formar parte de manera conspicua aunque variada
en la dinámica del cambio tecnológico. Quizá lo más característico sea el

39 Vega, J (2000) “La astucia de la razón en la técnica”, Arbor CLXVII, 657 (2000),
187-205 desarrolla un aspecto contingente de la racionalidad que no ha sido tratado
aquí, pero al que me remito como un complemento imprescindible de los aspectos de
la racionalidad que aquí se exponen.
40 Nozick, R. (1993) The Nature of Rationality, Cambridge, Harvard University

Press, versión española de Antoni Domènech, La naturaleza de la


racionalidad Barcelona, Paidós.

59
modo el que los usuarios toman decisiones con respecto a los
artefactos. Todos sabemos bien que los artefactos constituyen el modo
más poderoso de establecer señas de identidad, de ahí que las
dimensiones estéticas y simbólicas de los artefactos sean tan
connaturales a toda forma de producción tecnológica. Desde las modas
a los cacharros de los militares o las computadoras de última
generación, el valor instrumental está acompañado y en ocasiones
apantallado por los elementos expresivos que el usuario concede a los
artefactos de los que se rodea. La emergencia de las tradiciones de
diseño industrial a partir de la mitad del siglo XIX generó una rápida
conciencia de estos aspectos que no siempre han sido valorados
suficientemente por los historiadores del arte, y menos aún por las
sociedades que consideran ajeno a su patrimonio cultural el universo de
formas y diseños de artefactos.

2) Dimensión moral (y política) Al igual que en el caso de los


aspectos expresivos, los componentes valorativos son esenciales en la
existencia de los objetos técnicos y en la configuración de las opciones
tecnológicas 41 .

3) Dimensión instrumental. La dimensión instrumental surge


primitivamente como un cálculo de rendimientos del medio más
efectivo para conseguir un objetivo. La dimensión instrumental sólo es
posible bajo una mente altamente deliberativa que es capaz de
comparar diversos planes proyectados hacia el futuro y considerar cuál
de ellos es la trayectoria que consume menos recursos o energía para
resolver un mismo problema.

De modo que la racionalidad técnica contendría las tres


dimensiones. Pero esto no es un descubrimiento que deba
sorprendernos en absoluto pues cualquier forma de razonamiento
complejo, incluido el razonamiento moral, contiene las tres

41Langdon Winner se ha preguntado numerosas veces por las consecuencias


políticas de los artefactos. Aunque hay elementos indudables de compromiso
determinista en su teoría, no es menos cierto que las opciones tecnológicas,
como cualquier otra acción no solamente están conformadas por valores sino
que, por el propio hecho de su existencia, contribuyen a la configuración de los
valores de una sociedad en la que adquieren vida. Sería una ingenuidad pensar
que la decisión de usar el automóvil particular en vez del colectivo no es una
decisión que tenga un contenido moral y político. Otra cosa diferente es si tal
decisión configura todas las trayectorias posibles de una sociedad. Winner, L.
(1980) “Do Artifacts Have Politics?” Daedalus 109, 121-36. También en
Winner, L. (1987) La ballena y el reactor. Una búsqueda de los límites en la
era tecnológica. Barcelona: Gedisa.

60
dimensiones. La función compleja de racionalidad tecnológica sería
aquella que cumpliese una condición de maximización (o bien de
satisfacción) de la suma de todos los componentes de utilidades que
hemos señalado. En realidad no es la forma de la racionalidad lo que
caracteriza la racionalidad tecnológica, sino la calidad de los controles y
los contextos en los que se efectúa la deliberación. Que exista una
misma naturaleza en las decisiones racionales es lo que garantiza la
capacidad crítica. Sería muy extraño que pudiese sostenerse una
capacidad crítica trans-contextual si no supusiéramos una común forma
de racionalidad 42 . Si, como es razonable sostener, deseamos que los
sistemas tecnológicos se inserten en la esfera pública y se sometan a las
mismas normas de deliberación republicana que cualesquiera otras
secciones sociales, el precio es que consideremos que la deliberación no
puede cambiar de naturaleza cuando cambiamos de instancia.

El monismo en lo que respecta a la naturaleza de la racionalidad


es compatible con un pluralismo tan radical como se quiera en lo que
respecta al rigor contextual con el que son sometidas a escrutinio las
decisiones. No es lo mismo el rigor con el que elaboramos el
presupuesto mensual de nuestro hogar que el rigor y control que
deseamos en las empresas y en las instituciones públicas, no es lo
mismo el cálculo de riesgos que uno realiza al construir una pequeña
chapuza doméstica en su afición al bricolage que el cálculo que
exigimos a los ingenieros que planifican una central hidroeléctrica más
arriba de nuestra ciudad. Los márgenes de precisión, los márgenes de
error, la naturaleza de las pruebas, el gasto que estamos dispuestos a
realizar en sistemas de control y seguridad, los artefactos y sistemas que
invertimos en estas actividades de control, los controles de calidad en la
fabricación, etc. Todos estos elementos constituyen nichos de

42 Es algo en lo que han insistido autores como Davidson, quienes argumentan

convincentemente que el precio de tener formas de racionalidad distintas es la


imposibilidad de intelección de la posición del otro. Vd. Davidson, D. (1974)
“On the very idea of a conceptual scheme” v.esp. “De la idea misma de un
esquema conceptual”, en De la verdad y de la interpretación, Barcelona,
Gekdisa,1990. De manera que si fueran ciertas dicotomías tan profundamente
ancladas como extensamente aceptadas, por ejemplo la distinción
habermasiana entre racionalidad instrumental y racionalidad comunicativa,
sería difícil entender cómo desde una instancia pueden ejercitarse críticas
acerca de otra instancia en la que predomine otra forma de racionalidad. Y si,
por el contrario, nos resignamos a una autonomía basada en formas distintas
de racionalidad, otra de las actitudes más extendidas como disculpas ante las
críticas, la dificultad es aún más grave, pues afecta a cómo es posible articular
en un mismo contrato social instancias que obedecen a formas de racionalidad
diferentes.

61
actividades, artefactos, instituciones, reglas y normas, valores, y otros
heterogéneos elementos que componen los distintos contextos en los
que se llevan a cabo las decisiones.

Los contextos de calidad configuran una suerte de división


normativa del trabajo en una sociedad. Tenemos contextos distintos
porque las esferas de la acción social son también diferentes y porque
nuestras habilidades para el control de nuestras acciones individuales y
colectivas también lo son. La división en contextos de calidad atraviesa
las distintas formas de organización social. Los contextos de calidad
están determinados por el rigor normativo que estamos dispuestos a
asumir colectivamente. La diferencia entre contextos la establece la
diferencia entre las propiedades normativas. Así, podemos hablar de
contextos epistémicos, técnicos, morales, jurídicos, estéticos, etc. Pero
no necesitamos postular esferas sociales diferentes para cada uno de
ellos, pues las propiedades normativas que estos contextos establecen
afectan a todas las zonas de la organización social. Otra cosa es que el
sostenimiento y preservación de ciertos niveles de calidad exija una
cierta división social del trabajo. Es lo que hacemos al especializar gente
en educación, en cirugía, en limpieza de las calles, etc. Pero eso no
significa que la educación, la sanidad, la limpieza, la justicia o la belleza
no sean algo especializado que no concierna a todos los ciudadanos.

Ahora ya podemos dar un paso más para dilucidar la


normatividad que afecta a la racionalidad tecnológica. La normatividad
surge, como ya hemos insinuado antes, de las condiciones de
satisfacción que regula la intencionalidad técnica, que a su vez es parte
de la intencionalidad de la acción. La diferencia entre la acción técnica
del ingeniero y la actividad transformatoria de la abeja es, como ya
señaló Marx 43 , que el ingeniero se representa en forma de plan la
secuencia de acciones que debe realizar para transformar el medio,
mientras que la abeja realiza una secuencia de acciones que está inscrita
en su sistema neuronal predeterminado genéticamente. También la
acción de la abeja tiene cierta forma de normatividad que está dada por
la función propia 44 de la conducta que lleva a cabo. Esta función propia
se estableció cuando por el hecho de realizar esa conducta y transformar
de una cierta forma el medio los ancestros de la abeja actual adquirieron
una ventaja que fue heredada en su progenie transmitiendo así la forma
de normatividad biológica que portaba esa conducta, órgano o lo que

43 Lawler o.c. tiene una cuidadosa discusión del carácter intencional de la


acción técnica.
44 Millikan, R.G. (1984) Language and other biological categories, Cambridge,

MA, MIT Press.

62
fuese. Pero en el caso del ingeniero la normatividad está en la capacidad
inferencial y deliberativa del plan que se representa.

Un plan es un nudo de disposiciones inferenciales que deben


preservar unas ciertas condiciones de adecuación: la consistencia y las
condiciones específicas de adecuación del mundo a la mente que
establecen lo específico de la acción técnica. Estas condiciones de
adecuación son las que nos señalan cuando la acción llevada a cabo
siguiendo un plan es un logro o, por el contrario, un fracaso. La
normatividad surge de la propia estructura de la libertad humana, pues
no surge la racionalidad como una mera apuesta de azar contra la
naturaleza sino como una decisión libre de transformar el futuro de
acuerdo a una representación que el sujeto es capaz de elaborar
deliberativamente.

Las condiciones de satisfacción establecen el carácter de logro de


nuestro plan: hemos transformado el mundo, construido algo que no
estaba y ahora existe como resultado de nuestra acción, pero lo hemos
hecho siguiendo el plan en el que nos hemos embarcado, no los dictados
del azar o de otros planes que no hemos elaborado. Por ello podemos
hablar de logro técnico en el caso de las acciones planificadas mientras
que en otro caso hablamos de descubrimientos casuales. Así, mientras
que el descubrimiento de América fue un descubrimiento casual, el viaje
a través del Atlántico por parte de los navegantes dirigidos por Colón
fue un logro técnico de la navegación de la época. Ahora bien, en el caso
de la tecnología, dado que las condiciones de adecuación están en el
futuro, en un mundo que todavía no es, la naturaleza de logro no es en
absoluto trivial, sino que tiene componentes separables.

La naturaleza tensa de las condiciones de adecuación


tecnológica.

La normatividad de las decisiones tecnológicas nos lleva a un


viejo problema filosófico, el de las opciones que nos deja nuestro
concepto de libertad en relación con el determinismo. Puesto que la
amenaza del determinismo es una de las más importantes estrategias
filosóficas implícitas en el pensamiento contemporáneo sobre la
tecnología, la ligadura entre el concepto de acción, acción libre y
constricciones de la acción es una de las bases metafísicas de la
tecnología.

Es sabido que los teóricos modernos, en particular Locke,


crearon la distinción entre las “libertades de los antiguos”, basadas en la
idea de ser libre para algo, y las “libertades de los modernos”,
concebidas como ausencia de constricciones. Las libertades de los

63
modernos, la noción negativa de libertad, fue pensada para el dominio
político y está basada, como todo el pensamiento moderno, en una
concepción esencialista de la naturaleza humana, según la cual llegamos
al mundo dotados naturalmente de derechos que no pueden ser
restringidos por la sociedad. Kant desarrolló profundamente esta
noción y a él se deben los mejores argumentos incompatibilistas entre la
noción de libre albedrío y el determinismo. Para Kant, la esencia de la
acción libre está en la capacidad esencial para tomar una decisión
alternativa, sea no actuar, sea emprender otra ruta. La noción de
espontaneidad de la acción kantiana se basa en esta concepción
negativa de la libertad. Es, por supuesto, incompatible con el
determinismo, puesto que las condiciones de la acción intencional no
permiten que estén prefiguradas. Pero la noción de libertad negativa,
que tiene un interés indudable en el campo de la política, aunque ha
sido discutida con buenos argumentos por la concepción republicana,
respecto al problema del determinismo tecnológico no nos ayuda
demasiado. Es mucho más interesante partir de una noción de acción
libre como una acción que tiene capacidad para conseguir lo que desea.
La acción técnica es un caso de acción libre en este segundo sentido de
libertad que tiene que ver con la “calidad” realizativa de las acciones: las
acciones que emprendemos son más libres cuanto más nos acercan al
desarrollo de nuestras capacidades y al cumplimiento de nuestros
deseos. De manera que puede ocurrir que una acción determinada en el
sentido de sometida a constricciones sea libre y no lo sea, sin embargo,
una acción que no es coaccionada en absoluto pero que es incapaz de
alcanzar sus objetivos.

No obstante, tiene razón la idea kantiana de que las


prescripciones normativas, cual es el caso de la de racionalidad, deben
ser autonormativas. La libertad solamente se expresa como una opción
que se atiene a un principio que el sujeto se ha dado a sí mismo. Podría
aducirse que esta noción de libertad sigue siendo ajena a la racionalidad
de la técnica, puesto que captura solamente un elemento de la génesis
de la acción, a saber, la determinación de la intención, pero que no tiene
en cuenta las condiciones objetivas en las va a producirse la acción. Así,
la deliberación, que en el caso de la tecnología tiene que ver con las
operaciones de diseño, podría suceder como un proceso puramente
intelectual en un ámbito cartesiano en el que el sujeto no tuviese ningún
control sobre las condiciones de satisfacción de la acción. Pues mientras
que la libertad negativa se refiere solamente a un aspecto de la
formación de la intención, la libertad positiva por el contrario sí tiene en
cuenta el control que el sujeto ejerce sobre un ámbito de la realidad o
sobre las consecuencias de la acción.

64
La noción de sujeto racional como sujeto libre nos habla de la
calidad de la acción 45 . Un sujeto racional es el que hace y logra lo que
quiere. Dicho con otras palabras, los cambios que ocurren en la realidad
son producto de varios elementos que hacen que sus intenciones
encajen y produzcan cambios en la realidad. De modo que un elemento
central de la acción racional es lo que denominaremos la calidad de la
agencia. Debemos asegurarnos de que la acción se ha formado
adecuadamente (por ejemplo, que la actividad cognitiva no ha sido
perturbada por sesgos que atenten contra la validez de las inferencias).
Debemos también asegurarnos de que la acción es capaz de cambiar el
mundo en la dirección del efecto deseado, es decir, controla un conjunto
de cambios y eventos causalmente ordenados de tal forma que la
secuencia se adapta al plan o al contenido de la acción 46 .

En este sentido, la expresión de máxima calidad de la acción


podría pensarse con la ayuda de una analogía entre la correspondencia
o convergencia a la verdad que postula el realismo con relación al
desarrollo de la ciencia y la producción de la acción, de otro lado. El
correlato de esta correspondencia sería una convergencia hacia el
control de la realidad. Así como la convergencia hacia la verdad postula
la elaboración de un mapa completo de un hecho o dominio de hechos,
la convergencia hacia el control postula la constitución de una
capacidad para constituir un estado de mundo, un mundo artificial.
Controlar completamente un estado de mundo es algo así como
instaurar un punto fijo hacia el que convergen todas las posibles
trayectorias. Un ejemplo simple sería cuando nos proponemos
mantener una cierta propiedad en unos valores paramétricos, como por
ejemplo la temperatura ambiente entre 18 y 25 grados. Claro, al igual
que ocurre con la noción de correspondencia, la noción de control tiene
varios importantes problemas, algunos de los cuales tienen que ver sólo
de una forma marginal con esta analogía epistémica. Puede que el
control de esta variable genere descontrol en otras variables o quizá
puede que el control no sea en sí mismo interesante en un sentido
análogo al de que hay muchas verdades que no han sido nada
interesantes.

45 Vega, J. (2001) “Reglas, medios, habilidades. Debates en torno al análisis de “S


sabe cómo hacer X”, Crítica, 33/98, 3-40 desarrolla las condiciones de satisfacción de
la acción técnica que están presupuestas aunque no desarrolladas en nuestro concepto
de calidad de la acción.
46 Esta noción de acción compatible con el determinismo es la defendida por

Dennett en su último trabajo hasta el momento, Dennett, D. (2003) Free Will


Evolves, Nueva York, Penguin Books.

65
Un segundo elemento presente en la calidad de las intenciones en
la acción técnica tiene que ver con la naturaleza dinámica y cambiante
de la realidad. Se trata de la novedad como acceso o ampliación de los
horizontes de posibilidades en las que se mueve el sujeto de la acción.
La novedad consiste aquí en el acceso y ampliación del horizonte de
posibilidades en las que se mueve el sujeto de la acción. La novedad
implica crear accesos allí donde no existían, mas precisamente porque
se hace desde una situación desde el presente al futuro puede ocurrir
que la novedad y el control, en tanto que postulados constitutivos se
encuentren en tensión, del mismo modo que la búsqueda de la verdad
relevante y la evitación de los errores pueden entrar en competencia en
el contexto epistemológico de la ciencia.

La tensión entre novedad y control es una tensión que debe


valorarse en sus justos términos: pues no hay efectos estables de
control, una especie de efecto trinquete 47 establecidos por las cotas de
control que se consiguen en los diseños tecnológicos 48 . Hay ciertos
niveles culturales de riesgo admisible que se establecen como
constricciones legales, normativas y que se sostienen sobre capacidades,
hábitos e instituciones bien establecidas en las sociedades particulares.
La acción de calidad no puede perseguir el control exhaustivo: tal
control podría ser compatible con posibilidades alternativas de
realización de las capacidades, y en cualquier caso con la realización de
los deseos actuales que motivan la acción. De ahí que de nuevo
debamos repensar la noción de libertad positiva como un componente
esencial de la racionalidad. Si la idea de control nos lleva a un aspecto
de la calidad de las intenciones, la idea de novedad nos lleva hacia otro
aspecto diferente, hacia la noción de capacidades que pueden
desarrollarse en un ámbito particular.

En varios otros lugares 49 he propuesto considerar la idea de


espacio de posibilidades pragmáticas como el ámbito en el que se

47 La idea de “efecto trinquete” ha sido desarrollada por el psicólogo


canadiense Merlin Donald (Donald, M. (1991) The origins of modern mind.
Three Stages in the Evolution of Culture and Cognition. Cambridge (MA):
Harvard University Press) para referirse a las capacidades adquiribles y
adquiridas por la mente humana por el hecho de que existe la “zona de
desarrollo próximo” de los artefactos e interacciones culturales.
48 Cualquier manual de diseño tiene capítulos extensos sobre fiabilidad y

control. Como muestra, el muy interesante Dhillon, B.S. (1998) Advanced


Design Concepts for Engineers, Lancaster, Penn, Technomic Publising
Company.
49 Especialmente en Broncano, F. (2000) Mundos artificiales. Filosofía del

cambio técnico. México: Paidós.

66
dilucida normativamente la racionalidad tecnológica. Las posibilidades
pragmáticas conforman un ámbito relativamente objetivo, mas bien
contrafactualmente objetivo: son las posibilidades que pueden ser
actualizadas dados los recursos técnicos de una sociedad particular. Las
posibilidades pragmáticas son relativas a las posibilidades
representadas y, a su vez, a las capacidades de éxito particular en la
actualización de esas posibilidades. Tenemos, pues, un elemento
representacional y un elemento práctico, el de “ser capaz de”, el de
conseguir o asegurar el éxito en un proyecto que se emprende 50 .

A estas capacidades prácticas las hemos llamado desde siempre


habilidades, destrezas, recogiendo los elementos de corporeidad que
hay en estas nociones. Quizá la idea de capacidades prácticas sea más
apropiada para aplicarla al dominio de la tecnología pues permite
introducir elementos mucho más heterogéneos que los que parecen
asociarse paradigmáticamente a las nociones de habilidades y destrezas.
Pues en las capacidades tecnológicas deben incluirse relaciones sociales
e instituciones, como son las capacidades de organizar el diseño, la
producción y la difusión tecnológicas, o las capacidades de acceso a la
información disponible, a las soluciones ensayadas, o los medios de
control de calidad y fiabilidad de los artefactos disponibles.

Las posibilidades y las capacidades de realización permiten una


mirada hacia la tecnología distinta a la habitual, basada en la
confrontación entre necesidades y recursos 51 . Las nociones de
necesidad, deseos y recursos son excesivamente relativas a un contexto
para fundamentar una ontología de la técnica. Para una cierta visión
“consumista” de la historia, las necesidades son infinitas y los recursos
limitados y escasos; para una visión contraria, es posible llevar una vida
de opulencia limitando los deseos a necesidades básicas, para las que
sobrarían los recursos. Por otra parte está la atinada observación
orteguiana de que el hombre es un animal en el que los deseos exceden
siempre a las necesidades. Nuestro argumento es fundamentar la acción
técnica en la libertad dentro de las capacidades técnicas y las
posibilidades pragmáticas abiertas por los proyectos técnicos. Es un
punto de vista indéxico que se mueve a través de contextos muy

50 El componente normativo de la racionalidad en el espacio de posibilidades


pragmáticas tiene que ver con una vieja idea de racionalidad como capacidad
de crear y aprovechar la oportunidad. Es la idea de racionalidad como astucia
que ha estudiado Jesús Vega.
51 Martín Juez, Fernando (2002) Contribuciones para una antropología del

diseño, Barcelona, Gedisa, contiene unas atinadas observaciones sobre las


relaciones entre necesidades, deseos, habilidades y recursos. Véanse pgs. 45 y
sg.

67
distintos y de balances varios entre necesidades y recursos. Las
posibilidades son objetivas, el balance entre necesidades, deseos y
recursos es una variable que permite más tarde situarse en el espacio de
posibilidades, pero es posterior al establecimiento del horizonte de
posibilidades.

Retomemos ahora el hilo de la acción técnica intencional como


acción libre. La tecnología constituye una forma de acción social, una
acción transformativa del medio que está sometida a las condiciones de
satisfacción como las dos que hemos establecido, la del control de la
realidad y la de la apertura de nuevas posibilidades pragmáticas no
establecidas hasta que los proyectos tecnológicos no han llegado a la
existencia física o al menos conceptual. La ingeniería es el arte de hacer
visible lo que hasta el momento solamente forma parte de lo posible en
un sentido ajeno. Lo meramente posible puede ser conocido o
desconocido, puede ser deseable o indeseable, puede ser bueno o malo,
legítimo o ilegítimo. La tecnología es la forma de acción social en la que
al elaborar planes o proyectos esas posibilidades se contemplan
cercanas y por esa misma razón surge un momento reflexivo sobre la
acción que haría actual esas posibilidades, una vez que sabemos que
existen las capacidades necesarias para hacerlo. Las nuevas
posibilidades genuinas tienen un doble efecto: el primero es creativo,
establecen una nueva forma de resolver un problema; el segundo,
mucho más importante, generan retroactivamente un proceso de
reflexión que contribuye a proponer nuevos objetivos, nuevos deseos,
nuevos temores y, ocasionalmente, nuevas normas. Nada de esto
hubiera sido posible sin la nueva posibilidad abierta. En sentido
estricto, una nueva posibilidad pragmática amplía la libertad en el
sentido positivo, en la medida en que las comunidades y las personas
pueden proponerse objetivos, fines y valores que anteriormente no
existían. La novedad tecnológica suministra así una base ontológica
para los objetivos, fines y valores humanos.

Representacionalmente, el plan establece un espacio de


posibilidades alcanzables, un grupo de alternativas y al tiempo, en tanto
que plan, fija un punto, un estado de mundo que se hará realidad como
cumplimiento del plan. El plan no es formulable más que en la medida
en que representa de forma explícita los subplanes y grupos de
operaciones disponibles para ser llevado a cabo. En tanto que plan, que,
como señalamos al comienzo, conforma un nudo de inferencias
prácticas, crea un espacio de posibilidades que son las alternativas que
son realizables dado el plan, a través de la posible combinación de los
elementos que constituyen el plan. Pero la decisión de convertirlo en un
proyecto realizable selecciona una entre las alternativas, convirtiéndola
así en una oportunidad.

68
El pensamiento contemporáneo ha restringido el campo de la
naturaleza humana o al menos ha sometido a controversia profunda las
formas heredadas de esencialismo. Desde el proverbio de Simone de
Bouvoir que inicia el debate feminista contemporáneo, “no se nace
mujer, se llega a serlo”, la idea de una esencia de objetivos y valores,
incluídos los llamados “derechos” fundamentales, debería ser tomada
con sospecha y escepticismo. Todos los valores y normas son fruto de
conquistas sociales de reflexión, de formación de hábitos, de
compromiso institucional y capacidad de control social 52 . Pues bien,
nuestra tesis es que la tecnología genera un espacio de posibilidades
pragmáticas en el que tienen sentido nuevos fines y valores.

La tesis puede tener un contenido trivial que conviene despejar.


En cierto sentido cualquier acción humana genera un cambio que hace
posible la emergencia de nuevos valores y fines. Desde un punto de vista
contingentista (o indeterminista, según algunos), sólo el pasado está
escrito, el futuro se modifica con cada ejercicio de la acción libre. Al
realizar una acción se introduce necesariamente una bifurcación en las
nuevas opciones que sólo surgen por el hecho de que nuestra acción ha
modificado por infinitesimalmente que sea el espacio de trayectorias
futuras. Es lo que recoge el verso machadiano de “se hace camino al
andar”. La trivialidad de nuestra tesis surge de que la tecnología es una
subclase de la acción intencional, un tipo de agencia. La creación de
nuevos valores y fines es un componente esencial del modo en el que los
humanos hacen la historia a veces bajo las condiciones que ellos mismos
eligen y a veces por las consecuencias no queridas de sus acciones. La
tecnología participa de esta “creación” del futuro, incluida la creación de
los valores y fines que configuran los futuros deseables. Pero el núcleo
esencial de nuestra tesis proviene más bien de la rigurosidad de las
condiciones de adecuación de la acción tecnológica. Pues establecemos
planes de transformación que están obligados a ser eficientes, a
transformar el mundo en la dirección del plan.

La acción tecnológica es una acción en la que establecemos


sistemas de control de calidad de la intencionalidad de la acción más
rigurosos que en la acción cotidiana, más sometida a los azares del

52 Carlos Thiebaut ha desarrollado una forma asimétrica de cambio de


perspectiva moral entre los fines deseables y los fines indeseables. La
conformación de la subjetividad moral de las comunidades estaría dada por
una suerte de necesidad moral que se instaura cuando al visualizar un daño se
establece una norma incondicionada de “nunca más”. De esta manera se puede
hacer compatible una tesis ontológica sobre la naturaleza “construida” de los
valores con un objetivismo irreprochable. Vd. Thiebaut C. (2004) “La
renaturalización del mal”. Manuscrito.

69
contexto. En la acción tecnológica la novedad y el control deben
compensarse en un modo en el que se garantice que lo que se planea, y
no más de lo que se planea, se lleve a efecto. En un plan novedoso se
crea un estado de mundo que por el momento sólo tiene existencia
representacional, pero la convicción de que esa posibilidad es accesible,
y sólo lo es por la existencia del plan, desarrolla una cuestión reflexiva
sobre los objetivos que creará o crearía la actualización de esa
posibilidad. Es la condición de eficiencia de la tecnología lo que
constituye su importe reflexivo, la garantía sobre el futuro aún no
existente, lo que provoca la deliberación libre no solamente acerca de
emprender o no la acción sino también sobre los nuevos espacios de
posibilidad creados por la realización del proyecto.

A una cierta forma de necesitarismo optimista que ha regido el


pensamiento tecnófilo, y a la misma forma de necesitarismo pesimista
que forma parte del ludismo, le ha sucedido una interesante forma de
pensamiento reflexivo basada en la sospecha acerca de las promesas
infundadas de la tecnología. Es la idea que recoge el Principio de
Precaución (no adoptar decisiones tecnológicas sobre las que se tengan
dudas acerca de las consecuencias que pueden provocar). Pero en
realidad tal principio solamente es un componente razonable de la
deliberación tecnológica que tiene sentido en el marco de un contexto
tecnológico en el que se han formado dudas razonables sobre los
proyectos elaborados. Mas repárese en que las posibilidades sobre las
que delibera y decide la precaución son relativas al marco contrafactual
que instaura el proyecto. La cuestión esencial es cómo afecta a nuestra
responsabilidad el que los proyectos sean eficientes y realizables, pero
también el que abran posibilidades de riesgo que, por el propio hecho de
la novedad, son posibilidades más temibles no contrastadas.

No es soluble la tensión entre control y novedad. No lo es


racionalmente, y no es prudente la opción por ninguno de los dos
extremos. La utopía de mantener el control de la realidad en que se vive
es ciega a las interrelaciones con otros contextos y a la naturaleza
dinámica y contingente de la realidad. Sólo se pueden hacer constantes
algunos parámetros a costa de perder oportunidades, a costa de reducir
el espacio de deseos y objetivos. La utopía de la innovación irrestricta ya
fue desvelada por Mary Shelley: el precio del creador es la voracidad de
sus criaturas. La racionalidad tecnológica, bien es cierto, no es menos
tensa que otras formas de racionalidad, lo que ocurre es que está
sometida a restricciones de responsabilidad a las que no están
sometidas otras formas menos fiables en sus promesas, aunque no
menos peligrosas en sus riesgos.

70
La base material de la cultura y los contextos
tecnológicos.

Los argumentos que hemos desarrollado se mueven en lo que se


ha venido en llamar el “espacio de las razones”, el espacio en el que se
gesta la acción intencional. Es un espacio importante para considerar
los aspectos ontológicos de la acción técnica, pero aún está
excesivamente descontextualizado de lo que son las formas históricas en
las que se realiza la técnica. El paso siguiente es considerar las
posibilidades tecnológicas en el dominio contingente de la historia,
particularmente de la historia de la tecnología. Tanto las técnicas
artesanales como la tecnología se realizan como formas de cultura que
se organizan en contextos particulares, en regiones espacio-temporales
en las que las técnicas, los proyectos, el conocimiento, la imaginación, el
uso y la recepción comunitaria configura las trayectorias que siguen los
planes y los artefactos.

Debemos aclarar, antes de continuar, la ambigüedad que


conscientemente mantenemos entre técnicas artesanales y tecnología
basada en el conocimiento científico. Aunque nuestra argumentación es
independiente de esta división, es necesario reparar en ella ahora
puesto que vamos a referirnos a la realidad histórica. Las técnicas son
patrones de acción que pueden ser artesanales o tecnológicas. No hay,
pues, división entre técnica y tecnología: la tecnología es un complejo de
actividades que incluyen técnicas basadas en el conocimiento científico.
La diferencia esencial, histórica, es la que se produce entre las formas
artesanales y la organización tecnológica de las técnicas. La artesanía se
basa en la repetición de diseños o proyectos técnicos existentes. El
artesano es un maestro hábil en la reproducción de morfotipos que han
tenido éxito anteriormente, y que ha aprendido a producir observando
la producción de otros ejemplares del mismo tipo. Las variaciones en los
diseños son mínimas, generadas por el conocimiento operacional que
adquiere el artesano o por la presión directa de los consumidores y
usuarios de los útiles que fabrica. La mente del artesano obra de modo
general como un reproductor de “memes”, no como un creador;
exceptuando, claro, los elementos creativos que siempre se producen.
La introducción de la tecnología fue ante todo la introducción de la
actividad de diseño como una actividad esencialmente creadora, basada
en métodos sistemáticos y en medios representacionales propios y,
sobre todo, fundamentada en un conocimiento fiable, científico de los
distintos niveles ontológicos del diseño y del medio al que va destinado.
La diferencia en los efectos de la artesanía y de la tecnología es enorme,
particularmente por la velocidad de exploración de lo que podemos
considerar el espacio de diseños. En el primer caso sigue pautas lentas,
basadas en las ocasionales y parsimoniosas variaciones en un diseño,

71
que, por otra parte, no pueden ser excesivamente audaces puesto que el
medio cultural al que van dirigidas será incapaz de asimilarlas en forma
de patrones de uso. En el caso de la tecnología, los diseños son medios
sistemáticos de producir innovaciones que incluyen también la
educación en el uso de los nuevos útiles y artefactos. La tecnología crea
el artefacto y al tiempo crea el usuario (aunque en una consideración
grano más fino habría que hablar de una coevolución de la creatividad
del diseño y de la creatividad del usuario 53 ).

Hechas estas aclaraciones, la idea de posibilidad tecnológica y de


racionalidad respecto a un espacio de posibilidades puede considerarse
hasta cierto punto independiente de la división entre artesanía y
tecnología, que sería una concreción histórica de los modos de
construcción de las posibilidades pragmáticas. Lo que necesitamos
ahora es una noción de este espacio relativa a las regiones históricas
concretas.

La primera observación es que la tecnología pertenece a un


contexto denso de cultura: puesto que además de elementos
representacionales implicados en los planes y en el conocimiento
técnico y científico necesario para realizarlos, la cultura es sobre todo un
sistema de artefactos producidos por los proyectos tecnológicos y de
actividades de producción y de uso. Conviene en este contexto observar
que los hechos culturales pueden ser heterogéneos desde el punto de
vista ontológico, pero, como ha recordado recientemente Dan
Sperber 54 , todos los hechos necesitan un realizador material. En este
sentido es en el que cobra una dimensión especial la tecnología en el
conjunto de la cultura pues son los objetos técnicos los soportes
materiales sin los que la cultura es imposible. La cultura es, como suele
definirse desde una perspectiva biológica, la información que modifica
la conducta de los seres vivos y no es transmitida a través de los genes.
Aunque excluyamos el lenguaje del dominio de los artefactos, lo mismo
que excluimos las formas imitativas de transmisión de la información, la
cultura humana se realiza prioritariamente en un mundo de artefactos:
artefactos simbólicos, como fueron las pinturas y después la escritura,
artefactos técnicos y artefactos comunicativos 55 .

53 Bijker, W.E. (1995) Of Bicycles, Bakelites and Bulbs. Towards a Theory of


Sociotechnical Change, Cambridge,Mass. MIT Press.
54 Sperber, D. (1996) Explaining Culture: A Naturalistic Approach, Oxford,

Blackwell.
55 Es muy interesante la explicación que Merlin Donald realiza de la

coevolución de la mente y los artefactos culturales (Donald, M. (1991) o.c.)

72
Los artefactos crean en conjunción con los humanos estructuras
nuevas. Si nos referimos a los individuos tendríamos que hablar de
mentes extendidas y en lo que respecta al medio en el que cambian estas
mentes como resultado del aprendizaje, los artefactos, en unión con
otros crean una zona de desarrollo próxima, concepto establecido por
Vigotsky para indicar el medio que permite que un individuo desarrolle
capacidades y habilidades que no lograría por su propio desarrollo en
un contexto diferente. Los artefactos, en este sentido no solamente
incorporan cultura, sino que materialmente son capaces de cambiar las
mentes que crean y transmiten la cultura. Quizá el ejemplo más
importante en la historia de la cultura fue la invención de la escritura,
que creó un medio representacional permanente para las acciones
comunicativas a través del lenguaje, con lo cual se multiplicó la
capacidad de transmitir información sin necesidad de depender del acto
verbal presente. La escritura permitió una cultura colectiva no
dependiente de la transmisión oral, permitió, por ejemplo, la
recopilación de normas independiente de las emisiones verbales y, por
ello, permitió la emergencia del derecho. Si siguiéramos solamente en la
historia de los artefactos representacionales y comunicativos,
podríamos hablar de la emergencia de los lenguajes matemáticos, de la
imprenta, de los medios representacionales técnicos modernos y,
contemporáneamente, de las telecomunicaciones. En este momento en
el que estoy escribiendo mi ordenador se constituye en una parte del
mundo que realiza operaciones que son continuas con mi mente, y
especialmente con mi memoria y con mis capacidades comunicativas.
Sin las operaciones que realiza el ordenador la tarea de pensar y escribir
este trabajo se haría probablemente mucho más tediosa y lenta. Por
ejemplo, en este momento mi ordenador me dice que he efectuado 61
revisiones del documento, lo que significa que lo he abierto otras tantas
veces y que en todas ellas he introducido una modificación, y que el
tiempo total que llevo ante él es de 614 minutos. Nada me dice acerca
del contenido del trabajo, pero obtiene una información que yo jamás
hubiera recopilado por mí mismo (es muy poco interesante). Pero es
una información metarrepresentacional, tanto como lo son otros
muchos pensamientos que cruzan mi mente acerca de mi trabajo
mientras lo voy realizando.

La interacción de artefactos tecnológicos, capacidades y


conocimientos técnicos y sistemas sociales en los que se realizan estas
composiciones crea como sistemas emergentes ciertos patrones cuasi-
estables que llamaremos contextos técnológicos. Son marcos que no
tienen más entidad que el ser acumulaciones y convergencias
contingentes de muchas historias causales, cognitivas y prácticas. En los
contextos tecnológicos confluyen todos esos elementos heterogéneos
que constituyen el entramado de la tecnología: los agentes, los

73
proyectos, el conocimiento, los artefactos informativos, los artefactos
producidos, las instituciones, códigos, normas, los medios de
producción, de circulación, los usuarios y los hábitos de uso. Un
contexto está definido por la relevancia causal de los elementos que
contiene, por la importancia de sus interacciones y por la relativa
estabilidad de estas redes de interacción. Lo esencial de un contexto es
que esa relativa estabilidad crea una forma de apartado cultural que
tiene consecuencias medioambientales sobre el propio desarrollo
tecnológico. Así, se crean dos elementos de especial importancia para el
desarrollo de los planes y artefactos tecnológicos: el horizonte de
posibilidades tecnológicas y los paisajes de eficiencia tecnológica. El
primer concepto hace alusión a las capacidades representacionales
dentro de un contexto, el segundo a las capacidades realizativas y las
condiciones de adecuación de la tecnología.

El horizonte de posibilidades.

Los mitos tecnológicos de la época preindustrial tenían que ver


con la creación directa de vida: Golem, Frankenstein y, quizá, en
ancestrales sueños machistas de seres esclavizados que hagan el trabajo
humano, como las criaturas del aire, Ariel y sus ayudantes, que en La
tempestad de Shakespeare ayudan a Próspero a cumplir sus sueños de
venganza. En la segunda revolución industrial se generalizan los
instrumentos de control, lo que hace que en la segunda guerra mundial
se desarrolle la idea de cibernética, de una nueva clase de artefactos que
tienen sus propias estructuras de control automático, no dependientes
de la mano, el gesto y la mirada humanas. El sueño de un esclavo no
humano probablemente sea anterior a la revolución industrial y tenga
que ver más con los juguetes mecánicos, los autómatas que
conformaron la conciencia cartesiana moderna 56 . Pero la cibernética da
origen a un sistema más complejo basado en la idea de retroactividad
sistemática: el primer mecanismo quizá fuera el sistema acoplado del
cañón antiaéreo y el radar, más tarde surgió la idea de los robots
industriales. Hasta aquí tenemos solamente un conjunto de sistemas
que realizan patrones de control basados en rutinas bien establecidas.
Posteriormente, la cibernética, o ciencia de los sistemas automáticos, de
control se une a la ciencia del procesamiento de la información dando
origen a la moderna robótica. Esta confluencia constituye un buen

56Las nuevas perspectivas de la robótica dependiente de la automatización y de


la programación flexible son tratadas en Brooks, R. (2001) Robot. The future
of Flesh and Machines. Londres: Penguin; Warwick, K. (1997) March of the
Machines. Why the New Race of Robots will Rule the World. Londres:
Century. Una inicial aproximación histórica, en Word, G. (2001) Living Dolls:
A History of the Quest for Mechanical Life. Londres: Faber & Faber.

74
ejemplo de la idea de contexto tecnológico. La confluencia genera
dinámicas nuevas, crea cambios radicales en la noción de sistemas de
control y origina en buena parte las revoluciones tecnológicas de los
años setenta y ochenta. Interesa observar cómo la emergencia de este
contexto tecnológico cambia y modifica las expectativas tecnológicas, o
lo que llamaremos el horizonte de expectativas tecnológicas es decir, el
conjunto de objetivos tecnológicos que se postulan como objetivos
potencialmente realizables. Los proyectos tecnológicos nuevos no
garantizan que el objetivo sea realizable, pero se emprende un camino,
el de conseguir agentes autónomos, capaces de actuar libremente en un
contexto abierto con la convicción de que el objetivo es alcanzable. La
idea de construir genuinos sistemas autocontrolados constituye un
punto del horizonte creado por la convergencia de la tecnología de la
información y la automática o cibernética 57 .

El ejemplo de la robótica puede generalizarse a otros muchos


dominios que constituyen el conglomerado de la tecnología. La
confluencia de elementos heterogéneos crea confluencias contingentes,
pero estables, que sostienen patrones emergentes. En ellos se establecen
proyectos sociales que de otra forma serían imposibles. He señalado la
diferencia entre la imaginación tecnoficticia, que es importante como
fuente de representaciones, y las expectativas que crean proyectos
tecnológicos realizables, basados en realizaciones objetivas y en redes de
artefactos, habilidades y conocimientos ya existentes, es decir, en
realizaciones culturales efectiva: esta diferencia se sostiene porque los
contextos tecnológicos crean horizontes de posibilidades objetivas en las
que las comunidades tecnológicas, y en general todos los implicados en
lo que podría ser denominado “sujeto” de la tecnología, de manera que
los compromisos y proyectos se emprenden como otros tantos planes en
la vida, como planes en los que el riesgo del fracaso se compensa con las
expectativas de que existen capacidades para llevarlos a buen fin.

Los paisajes de eficiencia tecnológica.

La idea de paisaje de eficiencia tecnológica tiene su ancestro en


genética de poblaciones, en donde se habla de paisajes de eficacia
relativos a ciertos genes que tienen mayor eficacia biológica que otros.
Richard Dawkins 58 . El espacio de posibilidades tecnológicas es un
espacio objetivo, es el conjunto de proyectos que podrían ser llevados a

57 Miguel A. Salichs, catedrático de ingeniería de sistemas y automática de la


Universidad Carlos III de Madrid me ha sugerido interesantes consideraciones
sobre la robótica contemporánea.
58 Dawkins, R. (1996 ) Climbing Mount Improbable Londres, Penguin

75
cabo con éxito en una comunidad particular, dado un estado concreto
espacio-temporal de esa comunidad. Mas el hecho de ser objetivo no
significa que las posibilidades tecnológicas sean visualizadas como tales
posibilidades. Para ello es necesario algo más, una representación
objetiva de alternativas viables que pueden ser llevadas a cabo y que
sirven como punto de contraste para evaluar la eficiencia conseguida en
los proyectos tecnológicos. Los paisajes de eficiencia tecnológica
establecen un espacio de soluciones alternativas para cada problema
relativo a un contexto tecnológico particular.

Quizá podría postularse una idea de paisajes de eficiencia


tecnológica incondicionados y construidos intercontextualmente. Pero
este espacio, perfectamente imaginable es poco operativo para dar
cuenta de la racionalidad tecnológica. Tendríamos que comparar, por
ejemplo, el rendimiento de las carabelas portuguesas con los rápidos
veleros decimonónicos o los yates de alta competición fabricados en con
materiales compuestos. No es imposible, claro, se trata de la navegación
a vela, pero sólo tiene utilidad si pensamos en un mundo platónico de
veleros. Es mucho más interesante construir los paisajes de eficiencia
relativamente al horizonte de expectativas creadas en un contexto.

La contingencia en el espacio de posibilidades: las


trayectorias tecnológicas.

En el territorio determinado por un contexto, los agentes, los


sujetos tecnológicos, ingenieros o complejos creativos de ingenieros,
usuarios y empresarios, en el marco de una cultura, que incluye una
cultura tecnológica particular, exploran el horizonte de posibilidades y
crean proyectos tecnológicos que conforman el paisaje real de
alternativas tecnológicas en cada punto geográfico y temporal concreto.
Esta exploración, y el desarrollo subsecuente de alternativas a las que
conduce, está sometido a la normatividad de las condiciones de
adecuación que hemos postulado anteriormente: la eficiencia, entre el
control y la novedad. Pero el hecho de la exploración, como puede
deducirse de la misma metáfora del horizonte de posibilidades, de
confesado origen gadameriano, es un acto esencialmente histórico: pues
el horizonte es algo dinámico y relativo a la situación y “situacionalidad”
esencial del sujeto creador. Y el sujeto de la tecnología, como cualquier
sujeto real no es un sujeto omnisciente. Sus capacidades de exploración
están limitadas por sus capacidades cognitivas, por las relaciones y
redes sociales en las que se encuentra inserto, sin las cuales no será
posible el desarrollo de proyectos tecnológicos particulares, y está
limitado también, lo que no debe dejarse a un lado, por las profundas
dependencias que tiene una tecnología particular respecto a las otras
tecnologías que la rodean y sin las cuales los proyectos no pueden ser

76
llevados a cabo con éxito, primer mandamiento de todo sujeto creador
en la tecnología.

Los contextos tecnológicos forman complejos en los que se


realizan estas condiciones situacionales históricas. En ellos los agentes
configuran trayectorias tecnológicas. Son éstas largas secuencias de
acciones y decisiones tecnológicas: proyectos y diseños, elecciones entre
tecnologías alternativas, sustituciones tecnológicas parciales, etc. Los
agentes existen siempre como miembros de instituciones en las que se
toman las decisiones tecnológicas: empresas, instituciones sociales.
Estas instituciones son los recintos conformados por las trayectorias
tecnológicas. Y las trayectorias tecnológicas son el medio por el que los
agentes adquieren una cultura tecnológica particular que conforma sus
decisiones. Así, podemos hablar de las tradiciones de los ejércitos de tal
o cual país, del grado de calidad que tienen los artefactos fabricados por
esta o aquélla empresa, de la tradición de innovación de cierta
empresa...

Se trata de una categoría que explica por qué no todos los agentes
reaccionan de la misma manera en los contextos tecnológicos, por qué
se introducen diferencias que tienen efectos históricos. La robótica
contemporánea de “frontera” se refugia, por citar un ejemplo de
trayectoria tecnológica, en las grandes empresas tecnológicas japonesas
de componentes electrónicos, en vez de en las grandes firmas de
tecnologías informáticas. Estas trayectorias configuran elecciones en los
artefactos creados, por ejemplo, en que los robots en el mercado de
consumo masivo se dirijan hacia el uso lúdico o quizá hacia los
electrodomésticos 59 .

Las trayectorias tecnológicas son sendas erráticas que exploran


las cumbres del paisaje de eficacia de un cierto contexto siguiento las
capacidades, el aprendizaje, los recursos que tienen las personas que
componen una comunidad tecnológica particular. Las trayectorias
tecnológicas son las que constituyen el desarrollo tecnológico como un
proceso no lineal, no dirigido por ningún blauplan sino constituido por
sendas que deben ser reconstruidas narrativamente.

Este carácter histórico y contingente se aplica también y


especialmente a lo que en cada contexto conforma las tecnologías de
base, las que conforman los constituyentes de todas las demás
elecciones. Así, lo que contemporáneamente se ha venido en llamar

59Tiendl, R. (2002) “¿De dónde viene la fiebre japonesa?” Mundo científico


(La recherche) 233, abril pp 62-65; véase también Brooks (2001).

77
nuevas tecnologías, el uso masivo del procesamiento de información en
la automática, en las telecomunicaciones, en la conformación de redes
de conocimiento. Podemos hoy reconstruir el proceso seguido por
sendas que conducen, por ejemplo desde las primeras redes
informáticas militares y académicas a la actual internet, pero sólo
narrativamente podemos explicar cómo y cuándo las grandes empresas
de telecomunicaciones, presionadas por el uso, por la reutilización de
las redes por parte de los usuarios, decidieron tomar decisiones que
llevan al uso masivo de la red, a la creación de amplios canales de
telecomunicaciones, etc.

En los contextos tecnológicos en los que se producen las


trayectorias obran muchos elementos de orden social y político y no
estrictamente tecnológico. El historiador del MIT, Loren R. Graham 60
ha reconstruído la vida de Peter Palchinsky, un ingeniero de la Rusia
revolucionaria de comienzos del XX que intentó crear una cultura
favorable a la tecnología en la Unión Soviética, en donde llegó a ciertos
cargos intermedios de planificación y muy pronto fue barrido por la
insolencia prepotente del estalinismo, que había elegido un camino de
industrialización sin miramientos para alcanzar a las potencias
desarrolladas, sin pensar en los costos humanos, y ni siquiera en pensar
si la alternativa tecnológica elegida era la más acertada:

“A partir de 1930 los ingenieros de la Unión Soviética se alejaron de los


planteamientos generales, sociales y económicos que Palchinsky había
considerado intrínsecos para sus tareas técnicas. Una de las razones de
este cambio, sobre todo durante las décadas de 1930 y 1940, fue el
miedo. A continuación de las purga de principios de los años treinta los
ingenieros soviéticos entendieron perfectamente que si deseaban vivir sin
complicaciones debían concentrarse en las estrictas tareas técnicas que
les asignaban los dirigentes del partido […] Dejaron de plantear
cuestiones sobre la seguridad de los trabajadores y sobre las viviendas de
los trabajadores […]

La segunda razón por la que los ingenieros estrecharon la


definición de su trabajo, con efectos a largo plazo hasta el día de hoy, fue
la modificación del plan de estudios. Las escuelas de ingenieros dejaron
de depender del Ministerio de Educación, que se ocupaba de la
enseñanza en general, y se traspasaron a los ministerios industriales,

60Graham, L (2001) El fantasma del ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la


industrialización soviética, Barcelona, Crítica (originalmente, The Ghost of the
Executed Engineer. Technology and the Fall of the Soviet Union, Cambridge,
MA Harvard University Press, 1993.

78
cuyas instituciones ofrecían a los estudiantes unos objetivos
restringidos e instrumentales. Los profesores de estas escuelas de
ingeniería evitaban los temas relativos a política y justicia social y se
concentraban en la ciencia y la tecnología […] En las décadas
posteriores a 1930 la Unión Soviética preparó más ingenieros que
ningún otro país del mundo; pero estos ingenieros, con una visión de las
cosas llamativamente circunscrita, únicamente pretendían aumentar la
producción, con olvido de todos los demás factores. La educación que
recibieron los nuevos ingenieros no solamente era más restringida que
la de sus predecesores de la época zarista, sino también más limitada
que las de sus colegas de otros países” (Graham, (2001) pp 107-9)

Las lecciones de la Unión Soviética son universales. En el


contexto de la sociedad burocrática, se crearon trayectorias tecnológicas
industrialistas que no tenían en cuenta otros intereses que los fines de
los burócratas empeñados en una loca carrera por el “progreso”. Ni las
reglas económicas, ni, sobre todo, la calidad de vida de los trabajadores
y ciudadanos fue tenida en cuenta al construir las obras faraónicas. Los
elementos simbólicos de la ingeniería predominaron en sus elecciones
sobre los otros componentes de su función de racionalidad tecnológica.
El costo en sufrimientos, genocidios y degradación medioambiental
todavía no ha sido calculado y explicado en sus detalles.

La cultura es el medio en el que se configuran las trayectorias.


Seria tentador la subordinación de la tecnología a la supuesta
racionalidad de la política o aún de la visión moral de los sujetos,
suponiendo que tal visión le permita un alcance superior en el horizonte
de posibilidades. Tal era el argumento estaliniano, quien no confiaba en
absoluto en la pretendida autonomía de la que hacían gala Palchinsky y
otros ingenieros de la primera revolucionaria. El caso Palchinsky es
aleccionador. Se trata de un ingeniero proveniente del proletariado, de
simpatías anarquistas y de formación cosmopolita que creía en el efecto
social de las nuevas ingenierías para acrecer la calidad de vida de los
ciudadanos. Sabía que las nuevas tecnologías serían imposibles sin un
proletariado bien alimentado, en buenas viviendas y con una educación
alta. Sabía que sólo en estas condiciones puede prosperar un genuino
altruismo por la nueva sociedad soviética. Palchinsky creía en el poder
educador del diseño compartido, en la discusión de los problemas
complejos ingenieriles. Su fantasma aún ronda por Europa.

79
80
CAPÍTULO 3

DISEÑO Y DESIGNIO EN UN MUNDO DE


ARTEFACTOS.

¿Cuánta realidad tienen las cosas que vendrán, las que aún no
existen pero han comenzado a ser pensadas por las mentes más
imaginativas? Javier Aracil, ingeniero industrial de la Escuela Superior
de Sevilla, experto en métodos de automatización y cercano a la
filosofía, como otros muchos ingenieros, más de los que se piensa, ha
enseñado a lo largo de muchos años que una parte de la tarea de los
ingenieros es simular la realidad, inventarse modelos de los que no cabe
preguntarse si son buenas correspondencias con la realidad cuanto si
funcionan o no como guías para la acción 61 . En este capítulo vamos a
examinar esta capacidad de simular lo no existente desde el punto de
vista de una de las dos condiciones normativas de la creatividad
tecnológica, la de inventar posibilidades o crear posibilidades, de
entrever caminos, en definitiva, con la astucia como capacidad racional,
una virtud que los antiguos reconocieron en Ulises como paradigma de
la racionalidad tecnológica, al decir del viejo clásico de Adorno y
Horkheimer 62 . Consiste esta capacidad en la actividad de diseñar
objetos y artefactos que aún no existen y que tal vez nunca lleguen a
existir. Es digno de notar esta característica de la práctica ingenieril de
trabajar de un lado con un pie en la eficiencia y con otro en la
imaginación. Como el dios Jano, la ingeniería presenta una doble cara
de actividad instrumental y de actividad creadora. No siempre se
considera la ingeniería bajo esta luz, más bien se tiende a contemplarla
como una parte menor de la gran cultura, cuando no como lo opuesto a
ella. No sería tan grave la situación si solamente se tratase de una
opinión externa y si los propios ingenieros no hubiesen internalizado en
algún sentido la idea de que su actividad se encuentra regida
únicamente por las reglas de la racionalidad instrumental. La

61Aracil, J. (1995) “Notas sobre el significado de los modelos informáticos en


simulación” en Broncano, F. (ed) Nuevas meditaciones sobre la técnica.
Madrid: Trotta.
62 Horkheimer, M., Adorno, Th. (1994) Dialéctica de la ilustración.

Fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta (or. 1944)

81
historiadora de la tecnología Rosalind Williams 63 , que ha tenido la
oportunidad de seguir muy de cerca la evolución de la enseñanza de la
tecnología en una institución tan prestigiosa como el MIT, pues fue
decana durante veinte años, se quejaba de la presión creciente en la
edad de la información para suprimir todos los elementos no
instrumentales de la educación de los ingenieros. Mi propuesta, y éste
es en parte el tema de la conferencia, como un ejemplo aplicado, es que
se tome en serio la idea de la ingeniería como una forma de cultura y
que, como tal, se consideren sus aspectos humanísticos, conceptuales,
de relación con la sociedad, desde dentro, desde las propias dinámicas
del trabajo de investigación, de los proyectos, desde el pathos y nos sólo
desde el ethos de la profesión de ingeniero. El caso que propondré es el
concepto de diseño, uno de los centros que justifican la profesión de los
ingenieros, en especial en lo que se refiere a una actividad creadora de
artefactos, innovadora o, como se decía antes, inventora.

La naturaleza del diseño.

El término “diseño” tuvo su momento de esplendor en la década


de los ochenta del siglo pasado cuando las empresas descubrieron la
importancia de la presentación del dibujo. Fueron los días en que se
extendió el dicho “¿estudias o diseñas?” que ironizaba con aquella fiebre
de elaborar las más peregrinas presentaciones de una copa o una silla
con la sola condición de que resultasen lo más posible incómodas de
usar y lo más posible extravagantes de figura. De manera que el diseño
de los años ochenta hizo ricos a algunos empresarios de moda pret a
porter y fabricantes de bienes de consumo, pero contribuyó en poco a
hacernos comprender la estructura y dinámica de los sistemas
tecnológicos. El diseño se hizo tan visible que ocultó la importancia real
del diseño.

El diccionario de la RAE de la Lengua estipula así su terminología


y define así el término:

diseño: (Del it. disegno). m. Traza o delineación de un edificio o de una


figura. // 2. Proyecto, plan. Diseño urbanístico. // 3. Concepción original
de un objeto u obra destinados a la producción en serie. Diseño gráfico, de
modas, industrial. // 4. Forma de cada uno de estos objetos. El diseño de
esta silla es de inspiración modernista. // 5. Descripción o bosquejo verbal de
algo. // Disposición de manchas, colores o dibujos que caracterizan

63 Williams, R. (2000) “All that is Solid Melts into Air”. Historians of


Technology in the Information Revolution” Technology and Culture 41, pp
641-68.

82
exteriormente a diversos animales y plantas.

La definición recoge los varios aspectos (y no solo usos) del


término, pero como suele ocurrir cuando hay un problema conceptual,
lo hace de manera sesgada. En este caso parece estar sesgada
precisamente hacia esas inclinaciones culturales a las que nos
condujeron los excesos del postmodernismo que imperó en los alegres
ochenta. Si, por el contrario hubiésemos elegido el Oxford Dictionary y
buscásemos el término design, encontraríamos subrayados algunos
aspectos diferentes, lo que nos hablaría de nuevo de las inferencias
culturales y de uso en los diccionarios que se pretenden normativos. Así,
en el diccionario inglés se recogen varios sentidos distintos

boceto: (de productos, coches, máquinas). Donde se recogen algunas


expresiones en las que se aplicaría el término como “el curso está mal
diseñado”, “tiene algunos defectos de diseño”, “todavía está en un
estadio de diseño”, “tecnología de diseño”
decoración, dibujo
modelo
disciplina (estudia diseño)
estilo, línea
plan (deliberadamente, “por designio”, “más por accidente que por
designio”

y así mismo, en la forma verbal, se recoge la posibilidad de


diseñar: jardines, casas, pero también máquinas, ropa; y también planes
y proyectos de acción.

Una apreciación con cierta dosis de maldad nos llevaría a pensar


que los académicos españoles se han dejado llevar por un concepto
“italiano”del diseño, mientras que los redactores del Oxford Dictionary
tienen en cuenta más el uso habitual en ingeniería, que va más allá de
los elementos envolventes del objeto para descender a los pasos que
hacen posible el nacimiento del objeto artificial. No es casual que el
término inglés design signifique a la vez dibujo y designio, pues nos
habla de los dos componentes esenciales del diseño, que no quedan
subrayados suficientemente en el diccionario español; a saber, el
carácter de plan complejo y el medio representacional en el que se
expresa este plan.

El punto de esta sutil discrepancia es fundamental para entender


los avatares del concepto de diseño y la importancia que tiene en la
formación de los ingenieros. La idea de diseño industrial tiene que ver
con los mismos orígenes de la ingeniería. Comenzó siendo una idea
ligada a la presentación de los productos pensando en su producción

83
industrial. El diseño, en este sentido, parecía ser una actividad llevada a
cabo después de haber concebido e incluso realizado los primeros
prototipos de un nuevo artefacto. En las ciudades industriales inglesas
nació como una reacción al modo de presentación barroco de los
objetos: William Morris, Gottfried Semper 64 , y otros pioneros fueron
dando origen a uno de los principios por los que se guiaron los primeros
movimientos de diseño, “la forma sigue a la función”. Buscaban guías o
principios generales para la producción de objetos industriales,
especialmente los que tenían un destino de bienes de consumo masivo,
y en ese camino encontraron un medio reflexivo irreversible sobre la
práctica investigadora del ingeniero creador, del inventor. Hoy el diseño
industrial se ha ido convirtiendo en una disciplina y en un arte básico en
nuestras sociedades industriales pero antes que nada fue una forma de
pensar el propio trabajo. Para decirlo un tanto superficial y quizá
injustamente, los diseñadores son o fueron algo así como los filósofos de
la ingeniería, pues su actividad tenía que ver ante todo con el pensar y
hacer objetos con una intención allende lo que en un lenguaje plano
pudiéramos considerar como ingenios eficientes. Su investigación tenía
que ver más con cómo son los objetos que funcionan que con el mismo
hecho de funcionar. Al pensar en cómo deberían ser los objetos los
diseñadores estaban realizando a la vez una doble operación: la creación
de objetos, al menos la creación conceptual, y la reflexión sobre el
mismo hecho de crear un nuevo objeto.

La idea de diseño hace referencia a una operación conceptual por


la que un objeto o proceso nace, se hace realidad, pero se hace realidad
primeramente en la mente del ingeniero antes de llegar al estadio de la
producción física. En imágenes, en palabras o en símbolos de otra clase,
el diseño es una compleja operación que tiene una peculiar existencia
intencional. Como ejercicio intelectual, un diseño es un acto por el que
algo, un objeto o proceso adquieren existencia intencional. Y esta
extraña expresión de “existencia intencional” nos suena casi como un
oxímoron, una contradicción en los términos, pues parece que la
existencia intencional lleva a los diseños al mismo campo de realidad
que las brujas y los duendes. Sin embargo en esta aparente paradoja
está el misterio y la profundidad humanística de la actividad ingenieril.
Que un objeto nuevo llegue a la existencia sin ser pensado es un hecho
de la naturaleza. Nosotros mismos llegamos a la existencia por efecto

64 Una presentación correcta de la idea de diseño, de los momentos más


importantes de su historia y métodos es Bürdek, Bernard E. (1994) Diseño.
Historia, teoría y práctica del diseño industrial. Barcelona: Gustavo Gili.
Véase también el más resumido pero no menos interesante Maldonado, T.
(1977) El diseño industrial reconsiderado. Definición, historia, bibliografía.
Barcelona: Gustavo Gili

84
de un sistema de información-acción contenido en el ADN y en los
órganos reproductores, pero en ninguna forma somos pensados antes
de existir. Sin embargo, la más humilde de las bifaces del homo habilis
fue pensada en su forma cuasi-simétrica antes de llegar a la realidad
física. Y en segundo lugar, y lo más importante de todo, es que es el
contenido de esa existencia intencional es lo que controla el proceso de
realización físico. En este sentido pensamos el diseño de una manera
amplia como algo que ha sido producido bajo el control de algo y de una
manera estricta como la parte de un objeto que es representada antes de
ser realizada y de la parte realizada que llega a ser precisamente porque
fue pensada antes.

Las comparación de un ser vivo y un ser artificial nos lleva a


directamente al corazón del problema del diseño. Un ser vivo es un
sistema funcional, un conjunto ordenado de órganos y miembros
interdependientes que están ahí porque hacen algo y precisamente
porque hacen algo determinado están ahí: sus vasos transfieren los
fluidos necesarios para el metabolismo, sus tejidos soportan el peso, la
tensión o protegen el interior, sus células realizan los cientos de
funciones básicas de transferencia de energía que llamamos vida, etc.
No podríamos entender un ser vivo sin entender su “diseño” formal y
funcional, su anatomía y fisiología. Esta estructura y funcionamiento
nos cuenta una historia de selección y de transmisión de los rasgos
heredada por la información genética que fue seleccionada en las
distintas generaciones. En este sentido primario, un diseño es una
forma de la complejidad de la naturaleza que repite patrones
establemente a causa de que hay una división funcional del trabajo
causal entre replicadores y vehículos de transmisión de la información,
entre organismos y material genético que controla el desarrollo de un
organismo. En un sentido secundario un diseño es una compleja
especialización funcional que no contradice el sentido primario: ciertos
sistemas de funciones (los artefactos) llegan a ser porque antes
“funcionan” otros sistemas de funciones, los que asociamos con la
actividad de pensar y concebir, que a su vez fueron producto de los
sistemas de funciones que dieron origen a los tejidos cerebrales.
Hofstadter llamó a este ascenso el eterno bucle de oro que lleva desde
las hormigas al clavecín bien temperado de Bach. Los diseños son, en el
sentido secundario que tendrán sentido en ingeniería, los objetos
“diseñados2” por sistemas que han sido “diseñados1”.

Un caso fronterizo que merece la pena dilucidar con más cuidado


del que se le dedica es el diseño producido por sistemas informáticos
(no el sistema de diseño ayudado por el ordenador, sino el auténtico
sistema diseñado autónomamente por ordenador, lo que ya es el caso,
por ejemplo, en el caso de microcircuitos extremadamente complejos

85
para la mente humana) que han sido diseñados para diseñar 65 . Estos
artefactos, el creador y el creado, son ellos mismos artefactos y al
tiempo nos remiten a la frontera lábil entre lo natural y lo artificial 66 . En
un cierto sentido, son objetos ultra-artificiales, el prototipo de todo lo
artificial; en otro sentido, son ejemplificaciones de la creatividad de la
naturaleza, de la morfogénesis controlada por biomorfos o por
tecnomorfos. En estos sistemas también hay cierta forma de
representación previa que controla el proceso de creación y la diferencia
con la actividad humana de diseño radica no en que esté más allá o más
acá de una supuesta frontera de lo natural y lo artificial sino en la
manera especial en la que se produce esta existencia previa intencional
o representacional que después controlará el proceso. En los seres vivos
esta existencia es informacional, está repartida entre la molécula de
ADN y los complejos de enzimas y ARN que hacen que la estructura
genética se exprese en proteínas. En los actuales y futuros ordenadores
diseñadores la existencia es también informacional, se reparte entre los
operadores que generan una representación y los sistemas periféricos
que trasladan esa representación a un modelo visible o real. En los seres
humanos la existencia es además de informacional intencional: hay un
complejo de operaciones mentales que tienen un componente especial,

65 Nigel Cross, uno de los más conocidos autores sobre métodos de diseño ha
planteado una pregunta derivada con la que Türing, hace ya cincuenta años,
dio origen a la Inteligencia Artificial (¿Puede pensar una máquina?): Cross, N.
(2001) “¿Can a Machine Design?” Design Issues 17: 4, 44-52. Su respuesta es
interesante pues refleja la misma perplejidad de Türing: depende de lo que
entendamos por diseñar, aunque en general responde afirmativamente a la
pregunta.
66 Maximo Negrotti ha postulado recientemente tres condiciones para que un

objeto sea considerado como artificial: la primera, afirma, que haya sido
construido por humanos; la segunda, que haya sido inspirado por un objeto
natural (o un órgano o función natural) y la tercera, que haya sido construido
con otros materiales distintos a los del objeto natural (Negrotti, Maximo
(2001) “Designing the Artificial: An Interdisciplinary Study” Design Issues
17:2, 4-17). Negrotti está interesado en alejar la idea de diseño de lo que llama
el “Síndrome de Prometeo”, la convicción de que la tecnología consiste en
inventar objetos para dominar a la naturaleza. Opone el “Síndrome de Ícaro” o
la propuesta de considerar la tecnología como una invención de objetos que
reproduce, repara o sustituye funciones o sistemas naturales. Se encuentra
dentro de una línea que remite todo lo artificial a funciones naturales y, en
particular, humanas. Aunque es interesante como propuesta para recuperar
valores ecológicos en el diseño, me parece que no recoge buena parte de las
trayectorias tecnológicas que inventan nuevas funciones alejadas de lo natural
(viajar por el espacio, nanotecnologías, etc.) y no permite que haya creación de
funciones genuina sin tener que caer en el Síndrome de Prometeo, pongamos
por caso, para “mejorar” la naturaleza.

86
la deliberación y la voluntad expresa de llevar a cabo algo que hasta el
momento no existía en el universo y que por el hecho de la actividad
creadora y de la voluntad de llevarlo a cabo adquirirá existencia real.
Este elemento que añade la creatividad humana tiene dos dimensiones,
la de “responsividad” o disposición a responder a las propias
representaciones y la responsabilidad de las propias representaciones.
En el primer aspecto los humanos se representan sus propias
representaciones, establecen variaciones, ensayos, deliberaciones; en el
segundo aspecto, los humanos se hacen cargo del hecho de que por su
creación deliberativa algo nuevo existirá en el mundo.

Como ya puede sospechar el lector, estamos refiriendo la


artificialidad a una característica específicamente humana, la
capacidad, y la obligación asociada a ella, de hacernos cargo de nuestras
acciones. La técnica está asociada a nuestro impulso para controlar las
condiciones de la existencia mediante una naturaleza o medio hecha a
nuestra medida. Los humanos se adaptan al medio adaptando el medio
a sus deseos. Como sostenía Ortega, los humanos no tienen medio,
tienen entorno. Se rodean de “grúas” y andamios para alcanzar más
altura que la que sus medios biológicos les permitiría 67 . Ese impulso
puede llevarse a cabo por nuestra capacidad para el diseño, para la
representación de los cursos de acción, para la deliberación asociada a
esa representación sobre el curso más deseable y, por último, para el
ejercicio eficiente del plan previsto. Todas estas características hacen de
los diseños ámbitos que tienen sus normatividad propia que nace de las
mismas condiciones de producción de los diseños. En la secuencia de
operaciones mentales y de ensayos que conducen a la producción de un
objeto, el momento esencial es aquél en el que juzgamos que ese diseño
en particular es la mejor solución al problema que pretendíamos
resolver mediante ese diseño. Pues bien, ese juicio, que es siempre un
juicio de valor, es el que crea responsabilidad sobre el producto que
llegará a la existencia por medio del diseño. Ese juicio convierte al
ingeniero en responsable de su entorno: gracias a su intervención, el
entorno humano cambia e introduce una variante, por mínima que sea,

67La idea de que la cultura está constituida por “grúas” y andamios ha sido
popularizada por Dennett, D. (1995) Darwin’s Dangereus Idea, Nueva Cork,
Penguin. Fue anticipada mucho antes por Vigotsky, para quien la cultura
constituía un “entorno próximo” que permitía a las personas alcanzar la
realización de acciones que por sí mismas hubieran sido incapaces de llegar a
realizar. Una grúa, en este sentido biológico, es una intervención en el medio
que permite transformaciones mucho más profundas. La más importante de
todas las grúas o andamios fue el lenguaje, después las matemáticas, la
escritura, etc. En el primer capítulo ya hemos tratado las consecuencias
identitarias de estas prótesis culturales.

87
en todas las trayectorias futuras. Para decirlo un poco enfáticamente
pero con toda la conciencia de su significado, la acción del ingeniero
introduce cambios en la historia y, en un sentido profundo, cambia las
condiciones de la existencia, por más que no tenga conciencia de estas
consecuencias de su acción.

Precisamente por esa responsabilidad asumida es más que


necesario tener presente en el juicio que conduce la producción de un
artefacto las condiciones de su legitimidad, hacer presente que los
diseños son mejores o peores, en definitiva, a reflexionar sobre las
condiciones por las que este juicio del “hágase” tan prometeico son
condiciones de legitimidad. Es cierto que los filósofos sienten a menudo
la tentación platónica del filósofo rey, de andar por ahí diciéndole a todo
el mundo cómo deben hacerse las cosas, y es cierto también que casi
nunca nadie les pide cuentas por esa moralina con la que impregnan
todo, pero también es cierto que en una cierta división social del
trabajo, al filósofo le toca la responsabilidad de recordar que nuestros
juicios crean responsabilidad, y que por ello debemos atenernos a las
condiciones de legitimidad que hacen que los juicios sean sabios y
adecuados. Del mismo modo, no es menos urgente recordarle sea al
ingeniero o al filósofo que las condiciones de legitimidad deben referirse
en primer lugar al modo en el que se produce este juicio sobre el que
descansa la responsabilidad y que antes de imponer con toda rapidez
algún código de valores hay que reflexionar con cuidado sobre estas
formas de construcción del juicio técnico. Pues se bascula entre una
tendencia a quitarse la responsabilidad de encima de formas
contrapuestas, unas veces aludiendo a una supuesta necesidad técnica,
que determina cualquier decisión alternativa y otras imponiendo una no
menos supuesta obligación moral que no atiende tampoco a las
posibilidades y cursos de acción técnica alternativas. De ahí que sea tan
relevante volver una y otra vez sobre la naturaleza del diseño. No
porque vayamos con ello a aprender a diseñar mejor, sino porque de
este modo aprendemos algo sobre qué es lo que hacemos cuando
diseñamos y sobre cómo se producen nuestros juicios sobre un curso de
acción posible.

Un diseño, para decirlo rápidamente, es una respuesta novedosa


y eficiente a un problema práctico. Estas tres condiciones componen
sendas dimensiones del juicio técnico. A saber: presuponen un
problema práctico y postulan la eficiencia y la novedad en la solución a
ese problema. Nada hay de trivial en estas tres características: ni en lo
que sea un problema práctico, ni en la novedad, ni en la eficiencia. Las
tres características son borrosas, esencialmente borrosas, y sin embargo
son condiciones imprescindibles en la formulación de un juicio técnico.
La categoría de problema, en primer lugar, hace referencia a la visión de

88
futuros alternativos posibles. Cuando un curso de acción está
determinado por la armadura causal del devenir no hay problema, el
único problema si acaso es el de conocer lo que nos espera y aceptarlo.
Los problemas nacen cuando sabemos que las cosas podrían ser o haber
sido de otro modo distinto a lo que son o han sido, cuando
contemplamos situaciones o mundos posibles alternativos y decidimos
cambiar el curso de las cosas para que uno de esos futuros posibles se
haga realidad. La categoría de problema práctico cala en lo más
profundo de nuestra naturaleza. Los animales no reflexivos no tienen
problemas sino reacciones. La idea de problema solamente tiene sentido
por la activación de un espacio de posibilidades alternativas que se
conjeturan accesibles desde la situación actual.

Un problema puede existir previamente a la consideración o


puede haber sido descubierto en el proceso de deliberación que conduce
al diseño. La gran mayoría de la investigación tecnológica consiste en
buena medida en descubrir problemas, en observar las cosas de un
modo diferente de tal modo que se descubre una posibilidad alternativa.
En esto reside en buena medida la creatividad de la técnica, en
descubrir que las cosas podrían ser de otro modo y plantear un
problema. La noción de problema considerada de esta forma nos
muestra cuán radicalmente equivocadas están las consideraciones
meramente instrumentalistas de la técnica, como si fuera posible pensar
en medios sin haber pensado antes en fines alternativos. Al ser
planteado un problema se activa una nueva forma de deliberación que
se representa las propias capacidades: ¿podremos resolverlo? ¿tenemos
los medios suficientes, las habilidades, el conocimiento disponible?. Los
problemas así pasan a formar parte del imaginario de la sociedad en un
nivel que configura nuestra representación del tiempo. Observadas en
términos estadísticos, las sociedades con muy bajas capacidades
ingenieriles son sociedades muy acomodaticias con su propia situación
y muy deterministas respecto a sus alternativas. Pues la fuente del deseo
está situada allí donde se comienzan a entrever posibilidades distintas.

La segunda dimensión del diseño es la elaboración de una


solución novedosa. La idea de novedad, como la de problema, es
esencial al pensamiento técnico. Donde no hay novedad solamente hay
repetición. Curiosamente, la tecnología tiende a pensarse desde ámbitos
culturales ajenos como un campo dominado por el tedio y la repetición,
cuando es precisamente lo contrario. El ingeniero o “ingeniador” es el
sucesor del personaje astuto lleno de trucos y recursos que era capaz de
suministrar a los ejércitos una salida allí donde el común de los
guerreros era incapaz de encontrarla con el recurso de su propia fuerza.
El “ingeniador” articulaba caminos allí donde no existía, máquinas allí
donde la fuerza humana no alcanzaba, señuelos allí donde la apariencia

89
era más importante que la realidad, refugios allí donde la naturaleza no
ofrecía amparo, y potencia donde las fuerzas escaseaban. La novedad se
le exige al ingeniero como el valor al guerrero. Los recursos que ya
conocemos, las técnicas que ya empleamos, los artefactos que
constituyen nuestro entorno habitual no crean problemas, los han
resuelto ya y por eso están ahí. Cuando nos planteamos un problema es
porque consideramos que el curso futuro de acontecimientos necesita
un giro, una variación que solamente puede ser inducida por la
presencia de un artefacto o recurso nuevo. A veces formamos ingenieros
como repetidores y como administradores de lo que ya existe. Las
empresas y administraciones de las sociedades que se conforman con
copiar demandan administradores de técnicas, conservadores de los
recursos existentes, sin considerar que al hacerlo están cercenando la
capacidad para plantearse problemas, lo más grave y, secundariamente,
la capacidad para buscar soluciones novedosas a los problemas.

Al especificar que un diseño es una representación novedosa de


un objeto que llegará a la existencia a causa de que esta representación
avocamos una perplejidad, la que nos suscita la noción de lo nuevo. Un
nuevo modelo de automóvil es un objeto nuevo en un sentido muy
distinto al de los primeros aeroplanos cuyo centenario estamos ahora
celebrando, o un nuevo modelo de ordenador con respecto al primer
computador digital, etc. Aunque no es el momento de explorar esta
categoría tan interesante metafísicamente, la de la novedad, sí cabe
decir que la novedad absoluta es casi imposible, y que lo que realmente
diseñamos son aspectos de los artefactos: nuevas funciones, nuevos
materiales, nuevas formas, etc. Ciertamente, el diseño de funciones
nuevas es siempre mucho más novedoso que el de formas y éstas que el
de materiales, pero solamente en una primera aproximación que nos
sirve como aclaración de la noción de diseño.

La tercera condición del juicio que hacemos al decidir un diseño


es la eficiencia. La idea de eficiencia nos acerca a la idea de prudencia,
como la de novedad a la de astucia. Una solución es eficiente si es la
adecuada, si recluta los medios más adecuados para resolver el
problema sin crear otros problemas, es decir, si induce una trayectoria
histórica sin modificar todas las adyacentes, para expresarlo en los
términos de temporalidad y posibilidad que estamos empleando para
caracterizar los diseños. La eficiencia ideal es la de aquél recurso que
resuelve un problema y sólo un problema y no genera ningún otro. Por
el contrario tendemos a pensar las técnicas bajo las categorías
económicas del menor gasto para el mayor beneficio, cuando la idea de
gasto y beneficio solamente tienen sentido en una consideración externa
de lo ingenieril. La idea de prudencia que adjuntamos a la de eficiencia
tiene que ver mucho con el componente esencial de la acción técnica

90
que es el control de las posibilidades. Una solución prudente,
extremadamente prudente, es la que controla al máximo las
posibilidades de las que nos hacemos directamente responsables: en la
situación ideal, un diseño es eficiente si tiene éxito en permitir todas y
solamente las posibilidades contempladas en el diseño.

Es el momento de resumir la introducción a la noción de diseño:

Hemos remitido la noción de diseño a la idea de capacidad de


controlar nuestras transformaciones del medio a través de una
representación previa del producto. Hemos señalado que esta es la
forma específicamente humana de relacionarse con el medio,
transformándolo en un entorno que constituye entonces el ámbito de
nuestra supervivencia. Los artefactos, lo artificial, no sería pues otra
cosa que la parte del mundo que ha sido diseñada y que existe porque
ha sido diseñada. Hemos definido los diseños respecto a tres
características constitutivas que crean cierto grado de responsabilidad y
de obligación: la de problema práctico, la de solución novedosa y la de
solución eficiente. Como resumen diría que esa es la esencia de la
técnica del ingeniero y establece lo que es su actividad principal:
deliberar sobre problemas, conjeturar soluciones novedosas, asegurarse
de que son eficientes.

Identidad de los diseños.

Los diseños son, pues, la explicación de cómo llegan a la


existencia los artefactos que son los productos de la acción técnica, sus
resultados. Si un diseño tiene una existencia “abstracta” parecida a la
forma de existencia que tiene un programa de ordenador, los artefactos,
por su parte, existen en varios niveles de descripción ontológica.
Comencemos por la distinción entre ejemplares y muestras. Si en algún
dominio tiene sentido la distinción entre muestras y tipos es
precisamente en los artefactos. Un bolígrafo “Bic Cristal” es una
muestra del tipo “Bic Cristal” como el sonido bilabial “b” es una
muestra del fonema consonante “b” o una letra escrita “b” lo es de la
letra “b” del alfabeto español. La distinción entre tipos y ejemplares es
importante en la historia del diseño, una disciplina en la que se
examinan las trayectorias de innovación a lo largo de la historia y que
debería ser considerada como uno de los instrumentos de reflexión
cultural más importantes, lo que no es el caso quizá por el rechazo
cultista a todo lo artificial. Los catálogos de la producción industrial,
documentos invaluables y desvalorizados de nuestra cultura, nos
muestran claramente las categorías de artefactos fabricados en serie que
se basan en la distinción entre tipo y muestra sin la que no se
comprende la revolución industrial. Pues bien, lo que hace que dos

91
artefactos sean muestras del mismo tipo es que tienen el mismo diseño
o que han sido producidos siguiendo el mismo plan. El diseño, pues, es
también la operación que nos permite investigar las categorías de
nuestra cultura 68 .

Quizá aclare la identidad de los diseños la compleja estructura


sobre la que se extiende. En primer lugar debemos reparar en la
composicionalidad del artefacto o complejidad estructural del artefacto.
Los artefactos están formados por partes heterogéneas que tienen
formas específicas para cumplir funciones distintas y suelen también
estar hechos de materiales adaptados para esas funciones. Es una
característica suficiente para considerar un útil como producto humano:
entre los animales, muchos de ellos capaces de fabricar instrumentos,
no encontramos útiles de complejidad estructural o que hayan sido
producto de otros útiles. Los chimpancés del Gombe fabrican pequeños
bastoncillos que introducen en los termiteros, y hay que señalar que la
técnica de conseguir termitas con esos bastoncillos no es sencilla, pero
los chimpancés no parecen haber sido capaces de crear objetos que
exijan cierto grado de composicionalidad: ni pueden crear ningún
artefacto para cuya fabricación sea necesario fabricar antes otro
artefacto o útil, ni artefactos, como es un arco, que necesite partes
funcionalmente diferenciadas: el arco tensor, la cuerda, la flecha, la
punta, el estabilizador de plumas, etc. Un artefacto, así, es un sistema
producido mediante una forma de intencionalidad instrumental de
orden superior que ajusta las partes. En esto consiste el diseño, en la
capacidad de construir mediante la composicionalidad de las
representaciones, planes parciales que se articulan para conseguir un
plan global que da origen a un objeto articulado.

Estos planes parciales se mueven en niveles distintos de jerarquía


ontológica. Así, los artefactos son objetos en los que podemos distinguir
claramente tres niveles de diseño: el material del que están hechos, la
forma que adoptan y las funciones que cumplen.

68Notemos sin embargo que la identidad de los diseños es una noción sutil que
no siempre es tan clara como en la producción en serie. El que los diseños sean
públicos precisamente tiene como consecuencia que en ocasiones la identidad
de un diseño sea sometida a discusión jurídica, como ocurre en los casos de los
casos de patentes. Las fronteras que determinan que dos diseños son el mismo
son más bien borrosas y dependen de los factores que consideremos
relevantes. Mientras que dos automóviles de la misma marca y modelo pero de
distinto color podemos considerarlos muestras del mismo diseño, el color
puede ser determinante en otros diseños como el elemento relevante de la
distinción (por ejemplo, en un sistema de señales de banderas en navegación).

92
Materiales para los objetos artificiales.

Una interesantísima característica de la técnica es la capacidad


para encontrar materiales cuyas propiedades físicas sean explotadas
para los propósitos de la técnica. En buena medida la historia de la
técnica y después de la tecnología es una historia de la búsqueda,
explotación y más tarde del diseño de materiales. Las rocas, arcillas,
fibras vegetales, madera, cuero, hueso, metales como el cobre, estaño,
hierro, fueron los materiales primigenios que durante milenios
compusieron las estructuras y elementos funcionales de los artefactos.
Las más importantes revoluciones técnicas fueron producidas por la
capacidad para usar nuevos materiales. Es lo que ocurrió con la arcilla,
más tarde los metales y, dentro de ellos, especialmente el hierro, que
ofrecía enormes dificultades de manipulación. La revolución inducida
por los ingenios de vapor tuvo que esperar a las capacidades de
manipulación del hierro para construir continentes que soportaran las
enormes presiones necesarias para el uso eficiente de la energía. La
historia de la técnica es en buena medida una historia de búsqueda de
materiales. Recientemente se han comenzado también a diseñar los
propios materiales, es decir a producir materiales aprovechando
inteligentemente diferentes propiedades físicas. Las revoluciones
industriales más recientes tiene que ver con el diseño de materiales
nuevos compuestos como el hormigón armado y el pretensado, la fibra
de carbono, los materiales compuestos de resinas y cerámicas, o, el más
influyente en la configuración de la tecnología contemporánea, la pasta
de sílice dopada que se emplea en los microcircuitos 69 .

Aunque los paleontólogos y antropólogos son muy conscientes de


ello, no se repara suficientemente en la complejidad que exige la
búsqueda y explotación inteligente de materiales. Mientras que las
especies que elaboran técnicas como son los chimpancés explotan los
materiales que ofrece su territorio, las culturas líticas del homo habilis y
especies más tardías explotan conocimientos sofisticados del territorio,
localizaciones, mapas mentales y formas de organización social
suficientes para sostener la tarea de búsqueda de materiales. Hay una
sensible relación entre la complejidad social y la explotación de
materiales. Se ha afirmado que el Neolítico, fase en la que se domestican
las especies animales y vegetales, acabó con las sociedades cooperativas
primitivas, pero no fue tanto la explotación doméstica agrícola y

69José Fernández Sáez, profesor del Departamento de Medios Continuos y


Estructuras de la Escuela Técnica Superior de la Universidad Carlos III de
Madrid, me ha sido de sustanciosa ayuda en la clarificación de las nociones
sobre materiales.

93
ganadera cuanto las exigencias de obtención de materiales necesarios
para sostener estos complejos técnicos y artesanos. Solamente
sociedades con una compleja estructura de orden y división del trabajo
son capaces de explotar los minerales, arcillas y otros materiales
empleados en el Neolítico y Calcolítico.

Por último, se ha argumentado también desde el campo


posmoderno 70 que la revolución microinformática ha conducido a una
suerte de “inmateriales”: la distinción entre programa (software) y
soporte microelectrónico (hardware) estaría más allá de la distinción
entre materia, forma y función. Pero sólo es correcto en la medida en
que señala uno de los elementos esenciales del diseño contemporáneo:
las formas, las funciones y los materiales son muchísimo más
interdependientes que en cualquier otro momento de la historia. Porque
realmente los materiales para la microelectrónica son tan materiales
como los materiales para la nanotecnología. En absoluto son
inmateriales, son, por el contrario, ultramateriales: son sus propiedades
físicas y químicas las que han sido diseñadas.

La forma del artefacto.

La forma de los objetos es un dominio especialmente cercano al


diseño. De hecho los manuales de diseño son esencialmente manuales
de “dibujo” de formas de objetos que resuelven problemas específicos y
la actividad de diseñar se iguala a la de dibujar la forma de los
artefactos. La historia del diseño industrial reciente es en realidad la
historia de las tensiones entre los defensores del funcionalismo y los
defensores de un predominio de las formas sobre la función desnuda

Mies van der Rohe, eje de la escuela de Berlín que configura en


buena parte todo el diseño contemporáneo escribe a comienzos de los
años veinte

“Los rascacielos revelan su osada configuración estructural durante la


construcción. Sólo entonces parece impresionante la gigantesca trama de
acero. Una vez colocadas las paredes exteriores, el sistema estructural,
base de todo diseño artístico, queda oculto en un caos de formas triviales
y carentes de significado...
En vez de tratar de resolver nuevos problemas con formas antiguas,
debemos desarrollar las nuevas formas a partir de la naturaleza misma de
los nuevos problemas.” (en la revista Frühlicht de Bruno Taut, citado en

70Lyotard, J.F. (1987) La posmodernidad explicada a los niños, Barcelona


GEDISA

94
Banham, R. (1985) p. 270 71 )

La noción de forma del diseño se configura en el siglo XX se


desarrolla desde el pensamiento funcionalista, que supera el
composicionalismo, el neoclasicismo y las formas de esteticismo
heredadas del siglo anterior, cuando la máquina debe esconderse detrás
de una forma estéticamente aceptable al sentido común.

“Rechazamos toda especulación estética, toda doctrina, todo formalismo


[...] Rehusamos reconocer problemas de forma; reconocemos sólo
problemas de construcción.
La forma no es el objetivo de nuestra labor, es sólo el resultado. Por sí
misma, la forma no existe. La forma como objetivo es formalismo, y por
eso la rechazamos.
Los templos griegos, las basílicas romanas y las catedrales medievales
tienen importancia para nosotros como creaciones de toda una época, no
como obras de arquitectos individuales,... Son expresiones puras de su
tiempo. Su verdadero significado reside en que son símbolos de su
época. La arquitectura es la voluntad de la época traducida en espacio.
Si descartamos toda concepción romántica, podemos reconocer las
estructuras en piedra de los griegos, la construcción en ladrillo y
hormigón de los romanos y las catedrales medievales como osadas
realizaciones técnicas... Nuestros edificios utilitarios sólo podrán llegar a
ser dignos del nombre de arquitectura si interpretan verdaderamente su
época mediante una expresión funcional perfecta.” (cit. en Banham, R.
(1985) pg 175).

Mies van der Rohe une los problemas de diseño, en el sentido


artístico de dibujo y forma, a los problemas de diseño industrial, a la
construcción de la estructura, la industrialización de los métodos. El
funcionalismo de comienzos del siglo pasado configuró de manera
determinante la forma de los artefactos. Quizá después ocurrieron
muchas cosas que llevaron durante la época de la filosofía postmoderna
a un desprecio del funcionalismo como filosofía de las formas, pero aún
siguen siendo válidas estas palabras de Banham escritas en 1981 para la
segunda edición inglesa de su trabajo sobre el funcionalismo:

“En los años cincuenta todos éramos revisionistas y hablábamos en son


de mofa de nuestros mayores y superiores que todavía permanecían

Banham, Reyner (1985) Teoría y diseño en la primera hora de la máquina.


71

Barcelona, Paidós, sobre la 2ª ed.inglesa del original de 1960. Se trata de una


magnífica reivindicación del pensamiento funcionalista de comienzos del siglo
XX.

95
aferrados a “las fatigadas certezas de los años treinta”. Creíamos,
apasionadamente, que el funcionalismo no bastaba, […] Sin embargo, era
evidente que su inadecuación radicaba para nosotros tanto en el hecho
de que el funcionalismo como teoría hubiera impulsado a la arquitectura
en el sentido de una mecanización irresponsable, sino en el hecho de que
el funcionalismo, una vez llevado a la práctica, había fracasado al no
alcanzar el punto al que el desarrollo de la tecnología podría haberle
llevado, y consiguientemente, no conceder también a la arquitectura el
poder de materializar las promesas de la Era de la Máquina” (Banham, R.
(1985) p. 19)

La forma organiza en el espacio las relaciones causales que


constituyen el diseño funcional. La forma es el modo en el que se
conectan las propiedades de los materiales y las funciones adscritas a
esos materiales, es el modo en el que los ingenieros crean, más sólo en
la medida en que instauran nuevas relaciones causales, aquéllas que
serán los soportes de las nuevas funciones, las que crearán los ámbitos
de posiblidad que instauran los diseños.

En el extremo contrario, la tendencia postmoderna que dominó


el diseño de artefactos de consumo desde los años ochenta insistió
mucho más en los elementos simbólicos asociados a la forma, en el
impacto estético del artefacto por encima de su dimensión funcional. Se
comenzó a pensar el un artefacto como un objeto semiótico que portaba
significados a través de la forma. Y una vez que se comenzó a entender
los objetos y los espacios como nudos de signos también se comenzó a
jugar con los puros signos con propósitos comunicativos, de sorpresa,
de atracción puramente comercial. En cualquier caso, el impacto de las
tendencias posmodernas de diseño convirtió esta actividad en el centro
de la producción industrial masiva de finales del XX y probablemente
sea parte ya de un movimiento irreversible. Ahora comenzamos a ver en
las formas algo más que efectos lineales de la función: adquieren
significados que influyen sobre los usuarios de maneras sutiles pero no
por ello menos poderosas y por ello nos conducen a una controversia
que solamente puede resolverse caso a caso, la del peso relativo de las
formas y las funciones.

La función, el uso y la perspectiva del diseño.

Pese al debate posmoderno sobre la fuerza de las formas, siempre


volvemos a al núcleo funcional de los artefactos y al peso de su
identidad funcional. Los artefactos son la función que cumplen. Las
funciones constituyen la perspectiva bajo la que son contemplados los
artefactos ante los que es necesaria la ingeniería inversa, la perspectiva
del diseño sin la cual no podemos llegar a entender la existencia del

96
artefacto. Si desconocemos la función, que es lo que nos ocurre con
algunos objetos de culturas lejanas, o con objetos sofisticados que no
pertenecen a nuestro círculo de utilidades accesibles, los artefactos son
solamente amasijos de formas. Es aquí donde aparece en la no
trivialidad de la ingeniería inversa. Los prehistoriadores son muy
conscientes de la necesidad de una teoría de la función de los
artefactos 72 . El antropólogo de las técnicas André Leroi-Gourham
(1911-1986), en El hombre y la materia y en El medio y la técnica 73 se
propuso construir una teoría sistemática de los artefactos basada en la
relación entre el útil, la memoria y el gesto: los tres nos indican un
sistema de interacciones que constituye el sistema funcional. Entre sus
muchas investigaciones encontramos por ejemplo un interesantísimo
estudio sistemático de las armas cortas, clasificadas respecto a las
operaciones corporales básicas y respecto a los componentes
estructurales del útil: el peso del astil o mango (PA), la longitud del astil
(LA) y varias relaciones entre ellos como su peso relativo y la relación
del peso relativo respecto a la longitud. Esta clasificación nos habla de
por qué las formas elementales son seleccionadas en cada cultura:
debemos estudiar sus hábitos, su gesto y su memoria.

La noción de función y de uso están entrelazadas en la práctica y


es una fuente de problemas para la noción de diseño. La función, para la
mayoría de los estudiosos 74 , contiene un elemento intencional: función
es el uso para el que se selecciona una forma. La función es algo
normativo que aparece en la cabeza del diseñador como solución a un
problema, que produce un beneficio, y en consecuencia es representado
para formar parte del artefacto: su forma, sus componentes. El uso es,

72 Recientemente Manuel Calvo, un prehistoriador de las Islas Baleares, ha


criticado con razón las inferencias funcionales en las que se han basado
muchos estudios de los restos líticos prehistóricos. En ellos está almacenada
nuestra información sustancial acerca de las culturas que nos precedieron,
pero, como observa certeramente nuestro autor, la mayoría de estos métodos
olvidan la autonomía de los niveles: una función puede realizarse en múltiples
morfotipos, y un morfotipo puede realizar varias funciones a un tiempo. En
ambos casos, los materiales con los que se pueden realizar los morfotipos para
realizar funciones son o pueden serlo, a su vez, diversos. Calvo, M. (2002)
Útiles líticos prehistóricos. Forma, función y uso. Barcelona, Ariel
73 Leroi-Gourham, A. (1988) El hombre y la materia. Evolución y técnica I,

Madrid, Taurus (original: Evolution et Techniques. T.1L´Homme et la


Matière, París, Albin Michel 1945/1973); LEROI-GOURHAM, A. (1989) El medio
y la técnica. Evolución y técnica II, Madrid, Taurus (original: Evolution et
Techniques. T.2: Milieu et Techniques, París, Albin Michel 1945/1973)
74 Véase la discusión en Calvo, M. (2002) pp 16 y sig.

97
sin embargo, la instrumentación real que hace el usuario del artefacto.
Los usos no siempre corresponden a las intenciones del diseñador.

De esta forma, tenemos dos fuentes de identidad para un


artefacto. La primera, la más importante, está constituida por las
funciones propias del artefacto y sus componente, que a través del
proceso de diseño configuran la forma y la elección de los materiales. El
concepto de función contiene, por su parte, dos elementos: uno causal,
la conducta que realiza un componente o todo el aparato, el otro, en el
que estriba la normatividad de las funciones, histórico: explica por qué
el componente forma parte del artefacto. Esta duplicidad del concepto
de función se expresa diciendo que una función F de un X (bien un
componente, bien un artefacto completo) es a) una conducta C que
realiza X y b) que el que X realice C explica que X esté ahí. En la
evolución biológica, el proceso de reproducción de los sistemas que
contienen X a causa de que el que X haga C confiere una eficacia
biológica relativa superior a los organismos que portan X, explica que X
tenga como función propia o adecuada F. En la tecnología, el cerebro
(o los cerebros) de los diseñadores sustituyen el largo proceso de
variaciones al azar y reproducción a través de generaciones por el más
corto proceso de la deliberación entre varias alternativas imaginadas y
la selección de una de ellas. En lo que respecta a la génesis funcional el
cerebro no es tan diferente de la evolución biológica: una parte produce
variaciones virtuales y otra parte elige las más prometedoras 75 .

75 Queda fuera de la consideración de este trabajo una reciente línea de


investigación de mayor interés. Se trata del diseño evolucionario. El diseño
evolucionario aprovecha un método de computación, la programación
evolucionaria para aplicarla al diseño de objetos. En la programación
evolucionaria muchas variaciones de un programa se someten a evaluación y
se reproducen aquéllas que son más acordes con una cierta intención de
realización del programa. A través de otras técnicas, también nacidas en el
contexto de ejemplificación evolucionaria de la computación, en particular las
de la llamada Vida Artificial, podemos usar estas reproducciones para generar
diversas versiones de artefactos que son sometidas a evaluación. Tanto la
evolución como el diseño evolucionario son procedimientos no intencionales,
inconscientes. Pero el diseño evolucionario tiene la intencionalidad derivada
de los programadores del sistema, pues su elección de los parámetros por los
que va a ser seleccionada una cierta variante convierte a estos programadores,
o usuarios del programa, en una suerte de medio inteligente lamarckiano que
dirige la evolución. De manera que las técnicas de diseño evolucionario son
instrumentos que amplifican la capacidad representacional y computacional
del diseñador (véase más abajo) pero no son “sustitutos no intencionales” del
diseño intencional. Lo cual no obsta para que sean una de las líneas más

98
Hay un elemento originario que da identidad a un artefacto: el
momento en el que fue elegido el artefacto o componente, a causa de la
conducta que realizaba y el beneficio que producía. Tanto en la selección
como en la intención, se trata de un momento histórico que,
relativamente a ciertas condiciones normales, establece la función. En
el caso de la tecnología, la función puede representarse por un punto
fijo en el espacio de posibilidades. Es la posibilidad elegida para ser
realizada a través de la existencia del artefacto. Esta función y las
condiciones normales de operación del artefacto se especifican
habitualmente en el manual de instrucciones del artefacto.
Corresponden a la zona de responsabilidad del diseñador (que incluye,
en el caso de los ejemplares de un mismo tipo, al fabricante y al
distribuidor del aparato).

Las perspectivas con las que el usuario se enfrenta al artefacto


pueden coincidir o no con las del diseñador. Normalmente se solapan,
pero no coinciden necesariamente. De ahí que cuando tomemos la vida
del artefacto en un intervalo de tiempo un poco más largo, el usuario
pueda incluirse en cierta forma en el proceso de diseño. Para una cierta
corriente 76 , lo propio de la tecnología serían los cambios en la función
debidos a la perspectiva del uso, de manera que la regla serían las

prometedoras de innovación en métodos. He aquí algunas buenas


introducciones tanto al diseño como a la programación evolucionaria:
Bentley, Peter J. (ed) (1999) Evolutionary Design by Computers, San
Francisco, Morgan Kaufmann; Boden, Margaret (1992) The Creative Mind:
Myths and Mechanisms, Londres, Basic Books (hay versión española en
Gedisa), Gero, J. ; Mahler, M.L. (eds) (1993) Modeling Creativity and
Knowledge-Based Creative Design, Hillsdale, NJ, Lawrence Erlbaum;
Goldberg, David (1999) The Design of Innovation: Lessons form Genetic
Algoritms, Cambridge MA, MIT Press; Holland, John (1975) Adaptation in
Natural and Artificial Systems Ann Arbor, University of Michigan Press;
Koza, John (1992) Genetic Programming: On the Programming by
Computers by Means of Natural Selection, Cambridge MA, MIT Press;
LANGDON, B. (1998) Genetic Programming and Data Structures: Genetic
Programming + Data Structures = Automatic Programming !, Boston MA,
Kluwer; Langton Chris (1995) Artificial Life: an Overview, Cambridge MA,
MIT Press Mitchel, Melanie (1996) An Introduction to Genetic Algoritms,
Cambridge MA, MIT Press; Todd, S.; Latham W. (1992) Evolutionary Art and
Computers, Academic Press.
76 Preston, Beth (1998) “Why is a Wing like a Spoon? A Pluralist Theory of

Function” Journal of Philososphy, 95, 215-54; Bijker, W.E. (1995) Of Bicycles,


Bakelites and Bulbs. Towards a Theory of Sociotechnical Change,
Cambridge,Mass. MIT Press; Bijker, Wiebe E., Law, J. (eds.) (1991), Shaping
Technology, Building Society: Studies in Sociotechnical Change. Cambridge,
Mass, MIT Press.

99
exaptaciones más que las adaptaciones, para usar el término
introducido por S. J. Gould para este evento evolutivo. De manera que
los artefactos no tendrían identidan independientemente de la que les
es conferida por la mirada de los usuarios. Puesto que esta idea se ha
convertido en un dogma de la escuela constructivista, es conveniente
que hagamos alguna matización al grado de verdad que contienen estas
apreciaciones.

Es verdad que el segundo elemento que hemos establecido para


la identidad de un artefacto es el uso, que es conceptual e
históricamente parcialmente autónomo respecto a la función elegida.
Así, las posibilidades que instaura un artefacto a través de las funciones
propias que le dan existencia no son las únicas posibilidades
pragmáticas que establece ese artefacto. Por el contrario, los usuarios
establecen normalmente derivas genéticas en la reproducción del
artefacto a causa de otros usos que para aquéllos para los que fue
diseñado. El automóvil es en la mitología americana el habitáculo
preferido para la iniciación sexual, lo que no fue la intención primigenia
de los Ford y otros diseñadores, aunque ha sido un uso crecientemente
contemplado por los diseñadores, que han incluido algunas
comodidades al respecto. Esta reutilización es un caso en el que la
acción de reutilización es intencional, pero no es intencional el proceso
de rediseño del sistema, más que a través de las intenciones del
ingeniero, fabricante, etc., que repara en las virtuales ventajas de
aprovechar las nuevas oportunidades de uso. En los casos normales hay
que hablar más bien de coevolución de las intenciones del diseñador y
del usuario.

Lo que no excluye que en un futuro se incluyan de forma


consciente las percepciones del usuario en el propio proceso de diseño,
y no sólo en el de control 77 . En 1994 se realizó en el XeroxPARC (Xerox
Palo Alto Research Center) un interesante experimento de observación
del proceso de diseño 78 . Se trataba de observar como distintos sujetos se
enfrentaban a una tarea de diseño de un elemento de una bicicleta, un
transportín para objetos o personas. Se tomaron grabaciones del
pensamiento en voz alta de los diseñadores con la intención de teorizar

77 Para la inclusión del usuario en el proceso de control, Broncano, F. (2000),


o.c. y Broncano (2002) “Diseños técnicos y capacidades prácticas. Una
perspectiva modal en filosofía de la tecnología” en Actas del Congreso
Internacional sobre Filosofía de la Ciencia, Barranquilla, Ediciones de la
Universidad del Norte (próxima publicación)
78 Los resultados fueron después desarrollados en un taller en Delft organizado

por Kees Dorst y publicados en Cross, N. ; Christian, H. Dorst, (eds) (1999)


Analysing Design Activity, Chichester, John Wiley and Sons.

100
posteriormente sobre los procesos de creación. El experimento
interesante puede extenderse también, quizá a cómo podrían
interactuar ingenieros y usuarios en la tarea de realizar diseños más
adaptados a las perspectivas del usuario. Las pocas experiencias de
diseño cooperativo no permiten sino lamentar que no se hayan
extendido aún estos métodos. Mientras no existan estas formas de
diseño cooperativo, las intenciones del usuario obrarán como un medio
inteligente de proliferación de artefactos, pero no como un medio
inteligente de diseño.

Diseño dirigido a usuarios/inspirado en usuarios.

Donald Norman 79 es un científico cognitivo que se ha dedicado


últimamente a popularizar algunas ideas sobre el diseño de los
artefactos basados en la accesibilidad humana, en lo que está siendo
llamada no muy felizmente “usabilidad”. El mensaje importante de
Norman es que sobre el diseño recae la responsabilidad de lograr que la
tecnología y los humanos convivan pacíficamente. La tecnología debe
permitirnos controlar la realidad sin perder el control de nosotros
mismos. De ahí que una de las primeras y más importantes
propiedades de los diseños es que se inserten de forma armoniosa en
nuestras vidas. Merece la pena comentar sus dos propuestas más
conocidas en relación con la usabilidad de los artefactos. La primera es
lo que Norman denomina transparencia de las tecnologías. Por
tecnologías transparentes entiende diseños que apenas dejen ver el
sustrato tecnológico que hace posible el funcionamiento del aparato.
Los ejemplos paradigmáticos de Norman son los diseños de
ordenadores personales a lo largo de la historia reciente. La
transparencia de la tecnología tiene que ver con la capacidad de los
ordenadores para no perturbar al usuario, incluso al usuario más
incompetente. Deberían quizá prever un modelo de intenciones de
usuario tal que el artefacto interactúe realmente con sus intenciones,
incluso con sus intenciones erróneas, de forma que no tenga que estarse
preocupando continuamente de cómo funciona la máquina sino de lo
que son sus fines personales para los que emplea la máquina.

Lo que Donald Norman está proponiendo es más bien un diseño


de tecnologías opacas que de tecnologías transparentes. Los primeros
ordenadores personales que se difundieron exigían de los usuarios un
dominio de algunos comandos del sistema operativo, DOS,

79Norman D. (1999) The Invisible Computer. Why Good Products Can Fail,
the Personal Computer is so Complex, and Information Appliances are the
Solution. Cambridge, MA: MIT Press

101
particularmente, haciendo casi visible las operaciones fundamentales
del ordenador. El estilo de diseño de Apple fue, como sabemos, en la
dirección contraria, en la dirección propuesta por Norman de hacer que
el usuario no tuviese que acceder a los elementos básicos de la
tecnología. Esto nos presenta un problema de orden conceptual que
debería ser objeto de un debate social. La presión por la transparencia
de la tecnología lleva en la dirección que ya fue anticipada en la novela
de Wells La máquina del tiempo. Los eloin, la nueva especie humana,
vivía en un entorno tecnológico que no controlaba, ni siquiera veía, las
máquinas se encargaban de cuidarlos y de alimentarlos.
Desgraciadamente eran alimentados por los morlocks, seres oscuros de
las cavernas y seres industriales, que, a su vez, se alimentaban de eloins.
La metáfora de Wells es bien clara: una tecnología transparente nos
libera de la esclavitud de los artefactos, con los que interactuamos sin
sentirlos. Pero nos hace esclavos y dependientes de artefactos que cada
vez son peor entendidos. Los automóviles antiguos podían ser
reparados con piezas reutilizadas de otros automóviles, incluso de otras
marcas. Cuando se viaja por países en desarrollo no es inusual observar
la permanencia de los viejos talleres mecánicos que pueden hacer andar
un auto inservible. Los modernos talleres han sido diseñados como
clínicas del automóvil, ni siquiera se reparan: se diagnostica y se
sustituye el paquete funcional entero.

Uno podría pensar que se trata de una cuestión de gustos de


diseño y de consumo, pero en realidad el debate sobre la “usabilidad” y
transparencia de la tecnología es un debate de fondo sobre nuestra
civilización que debe ser abierto cuanto antes. La tecnología
transparente, que creo que debería ser promovida, no puede sin
embargo llevarnos a una trayectoria social de olvido de la tecnología,
por el contrario, debería ir acompañada de una progresiva educación
básica tecnológica y no puramente científica. Pues bien puede ocurrir
que el subproducto sea un usuario cada vez menos lúcido y más
confiado en la máquina que no entiende. Lo cierto es que necesitamos
mapas de la tecnología que nos rodea tanto como necesitamos los
mapas del mundo que nos proporciona la ciencia y la educación
científica.

La segunda idea que promueve Norman en su cruzada por la


humanización del diseño es la contemplación de las emociones en el
diseño de los objetos. En un sentido su propuesta es muy clásica, sigue
la tradición de la idea de diseño como envoltorio amigable o emotivo de
los artefactos, tradición anclada en las escuelas de diseño industrial.
Pero Norman tiene una intención más profunda que la puramente
estética. Aboga por una auténtica antropología del diseño que no se
limite al estudio ergonómico sino que haga visibles las relaciones

102
prácticas, cognitivas y emocionales de las personas con los artefactos.
La idea de una psicología del diseño está aún por desarrollar. Entre
otras cosas por la profunda desconfianza de ingenieros y humanistas y
científicos sociales.

Resumiendo las propuestas de esta sección acerca de la identidad


de los artefactos, nos encontramos con la idea de que los artefactos
tienen una existencia compleja en varios elementos de su organización:
los materiales, la forma, la función, el uso. El diseño es la actividad que
representa todos estos niveles, y lo hace mediante elecciones que
refuerzan unos elementos u otros dependiendo de los intereses que
guíen al diseñador. Las diversas escuelas de diseño encuentran en esta
pluralidad de niveles el objeto fundamental para sus elecciones y sus
propuestas son propuestas que nos conducen a resaltar unos u otros
aspectos de la identidad de los artefactos. No hemos entrado, sin
embargo, en esas controversias. Nos parece mucho más importante
descubrir la base para la trama de argumentos que llevan a unas u otras
tendencias. Al final, para suerte o desgracia, el ingeniero
contemporáneo ya no puede sustraerse al debate cultural que desde la
Bauhaus al menos ha calado en los propios fundamentos de la técnica,
llevando el mundo de lo semiótico a donde el ingeniero más clásico
temería horrorizado que llegase: al propio diseño de los objetos.

Las controversias sobre el predominio de los distintos aspectos


del diseño nos lleva directamente al corazón de la idea de diseñar
objetos para dar origen a su existencia, idea que, como venimos
insistiendo, constituye el corazón de lo técnico y el fundamento de la
existencia del ingeniero. Desde el punto de vista de esta actividad de
diseño aparecen tres condiciones que dieron nacimiento a la tecnología
moderna y la separaron definitivamente de las artesanías:

El diseño debe ser representable.

El diseño debe ser público.

El diseño debe ser realizable.

La representabilidad de los diseños.

La revolución industrial y la técnica moderna comenzó cuando


los ingenieros navales sustituyeron las viejas formas de construir
buques basadas en la sabiduría práctica de los carpinteros navales de los
astilleros por las operaciones pautadas siguiendo las instrucciones del
plano. El plano o proyecto inventó la tecnología: a partir de su
existencia cambiaron las operaciones técnicas que ya no estarían

103
guiadas por la imaginación y el trabajo sobre el objeto, sino por las
estrictas medidas representadas en el plano. Fue una transformación
que no se hizo sin resistencias, pues los carpinteros navales las
interpretaban como una intromisión en su trabajo de un petrimetre
alejado del trabajo práctico. Sin embargo la representación formal de un
artefacto aseguraba, entre otras cosas, la repetibilidad ilimitada de su
forma y por consiguiente también de sus funciones. En adelante, el
barco que hubiese sido encontrado eficiente podía ser repetido aún sin
conocer cuál era la causa diferencial de sus capacidades de navegación
superiores. La representabilidad del objeto en un plano permitía
también su fabricación en una escala inferior y la observación en un
laboratorio de ensayos de sus propiedades y rendimientos. Por lo
mismo, un error en el diseño podía ser corregido en el plano antes que
en la realidad haciendo mucho menos arriesgada la fabricación final.
Por último, la representabilidad de un diseño aseguraba la posibilidad
de estandarizar la fabricación de las piezas del artefacto, el diseño de
máquinas adecuadas para la tarea de fabricar piezas similares y, en
consecuencia, la producción en masa de los objetos.

No hay diseño sin un medio representacional para realizarlo. Las


capacidades de planificación y proyecto de la mente humana son
limitadas. La mente humana puede ser buena jugando al ajedrez a causa
de que el espacio de configuraciones está muy bien definido, pero en los
demás contextos prácticos, la mente depende de la interacción del
lenguaje y de sus capacidades de representación en imágenes, que no
son excesivas. Esto explica el lento desarrollo de la tecnología en la
historia hasta que surgieron los lenguajes representacionales útiles en
los procesos de diseño. Un medio representacional está constituido por
un formato que codifica la información y un conjunto de operadores que
permite transformarla. Así, en la imaginería en perspectiva, que en
entre los siglos XV y XVIII se convierte en el medio representacional del
diseño tecnológico, el formato lo facilita la imagen bidimensional,
mientras que los operadores de transformación son los que resultan de
la aplicación de las reglas de la geometría proyectiva. Esta conjunción
convierte a lo que antes fue simplemente un medio de expresión en un
auténtico medio representacional que hizo (y hace) posible la
tecnología. Es cierto que el paradigma de medio representacional es el
lenguaje, y casi sólo el lenguaje, precisamente por la claridad y precisión
de las reglas de transformación. Pero debemos pensarlo con más
cuidado.

El lenguaje tradicional del diseño ha sido el llamado dibujo


técnico. Es una extensión aplicada de la geometría proyectiva que nos
permite manipular y transformar la imagen de un objeto, una vez que
conocemos sus medidas. La transformatividad de la imagen mediante la

104
transformación de la proyección es esencial para los múltiples
propósitos que cumplen los diseños, desde dirigir la producción del
artefacto hasta comprobar sus capacidades composicionales 80 .

80 Uno de los aspectos esenciales de los medios representacionales es la


capacidad multimedia de representación. Los medios representacionales son
inútiles científicamente si no pueden ser integrados en un modo de
comunicación y pensamiento multimodal. La traducibilidad de la información
desde unos a otros formatos es absolutamente esencial, especialmente cuando
tenemos en cuenta los complejos procesos de conocimiento distribuido en los
que múltiples científicos de formación diferente experimental y teórica deben
colaborar coordinando sus actividades en medios representacionales
diferentes. Los sociólogos que han estudiado las actividades de los laboratorios
han subrayado la importancia de las traducciones aparatos y formatos
expresivos diferentes. Pensemos, por ejemplo, en un problema que deben
resolver quienes emplean pequeños ordenadores coordinados en paralelo para
resolver problemas de cálculo que de otro modo serían imposibles por el costo
de los grandes ordenadores, o incluso por la complejidad de la computación:
¿corresponden las constricciones técnicas de la red a las divisiones naturales
de los problemas del cálculo en subtareas?. Es un problema que en parte
depende de las características de cada pequeño ordenador, y de sus
capacidades de cómputo, en parte de los sistemas operativos en los que se
trabaje, y en parte de la propia representación del problema. En estos casos,
cada vez más corrientes en la investigación contemporánea, la traducibilidad
entre medios representacionales se convierte en una de las principales
constricciones del problema. La computación va a depender de estas dos
capacidades: integración de formatos y coordinación de medios. La
coordinación, en muchos casos, depende una posibilidad de conversión de
medios representacionales y esto depende de los formatos en que se codifique
la información (digital y analógico como paradigmáticos). Esta conversión
hace que la representación sea transportable. Las capacidades
computacionales de un sistema dependen de las propiedades de los medios
representacionales en que se ejecuten. La computación consiste en hacer ver
(descubrir) cierta información sobre un estado de cosas mediante
transformaciones representacionales. Computar requiere almacenar y extraer
la información mediante la manipulación de estados representacionales en un
medio. Los medios representacionales públicos son artefactos simbólicos en
los que se deposita información interpretable; forman parte de la memoria
semántica externalizada de un sistema cognitivo complejo, y por consiguiente,
son recursos cognitivos externos que se activan en coordinación con recursos
internos de los sistemas cognitivos. En este sentido, son transformaciones
prácticas en el medio que modifican el contexto cognitivo en cuanto abren o
cierran posibilidades informativas, pues el medio representacional determina
la accesibilidad de la información. De aquí su importancia dentro de los
contextos cognitivos: cada medio representacional determina un tipo de filtro
informacional y, por tanto, define un acceso y un horizonte informacionales;
cada medio representacional delimita un conjunto de accesos cognitivos al
entorno informacional; estos accesos están diseñados según el uso que se haga

105
Pensemos en los planos de un buque de guerra de finales del siglo
XVIII, en los de un puente de metal, como los desarrollados a partir de
los años 30/40 del siglo XIX, o en las primeras máquinas de vapor
desarrolladas por Watt. Eran artefactos que tenían una inusitada
complejidad para la época y que fueron llevados a cabo mediante
técnicas de diseño consciente en un medio representacional como el
dibujo de sus múltiples componentes. Sin el dibujo técnico hubiesen
sido imposibles el desarrollo de componentes con medidas
estandarizadas y fabricadas por artesanos o industrias dispersas, pero
que debían encajar luego en el montaje y la fabricación del artefacto.

Los elementos de forma y, por consiguiente, las medidas precisas


de los componentes son las propiedades esenciales de la
composicionalidad de los artefactos, de manera que no es extraño que
no puedan existir diseños sin un medio como el que suministró la
geometría proyectiva 81 .

El segundo e igualmente imprescindible medio para el desarrollo


de la tecnología moderna fue el análisis matemático. El cálculo de
variables permitió la simulación de la dinámica de los sistemas, y por
ello también la simulación del comportamiento de los artefactos a los
largo de procesos como por ejemplo, de sometimiento a cargas,
probando así sus capacidades de resistencia y funcionamiento en las
condiciones particulares especificadas. Es difícil exagerar la importancia
de estos dos medios representacionales, y especialmente del análisis en
el desarrollo de la ingeniería. La importancia de la modelización en el
diseño es la característica fundamental de la ingeniería contemporánea:
penetra mucho más profundamente en la estructura funcional y permite
la proyección en el futuro a través de la variación en los parámetros y
condiciones iniciales 82 .

del medio. La idea es que la capacidad representacional determina también la


información que es accesible, pues de otro modo los vehículos informacionales
no producen una información representable. Piénsese en alguien que tuviese
alguna capacidad de captar los infrarrojos “visualmente” pero fuese incapaz de
representar los resultados en un formato inteligible: la información sería
igualmente inaccesible para él y para quien careciese de esta capacidad.
81 Un magnífico estudio teórico sobre el significado de este medio

representacional es Pérez-Gómez, A. (1999) Architectural Representation and


the Perspective Hinge, Cambridge, MA, MIT Press.
82 Como ejemplo de la aplicación de las técnicas de modelización al proceso de

diseño, véase por ejemplo Du, Xiaoping; Chen, Wei (2000) “Towards a Better
Understanding of Modeling Feasibility Robutness in Engineering Desing”
Journal of Mechanical Design 122 385-94.

106
El tercer paso importante en el diseño ha sido la creación de
modelos complejos de nuevos materiales. La posibilidad de diseñar los
propios materiales con los que están constituidos los artefactos, ha sido
posible, por supuesto, mediante el desarrollo científico de la química.
Pero el desarrollo de nuevos materiales es él mismo un resultado
tecnológico que no hubiera sido posible sin los medios computacionales
que permiten las ordenaciones espaciales complejas de las moléculas.

El uso sistemático de la computación en el diseño es otro de los


cambios que merece la pena desarrollar con más extensión de la que
aquí disponemos 83 . Los métodos de CAD (Computer Asisted Design)
han transformado completamente las viejas prácticas de dibujo. Pero
aún son más interesantes por lo promisorio el uso de los propios
ordenadores como instrumentos de diseño automático.

Quizá uno de los elementos más interesantes que está aún por
desarrollar sea el de la creación de un auténtico lenguaje funcional.
Existen pocos intentos desarrollados de crear una auténtica ciencia de
las funciones, o más modestamente, de medios representacionales
funcionales. Un reciente intento interesante es el de Stone y Wood 84 .
Estos autores proponen clasificar las funciones a través de la idea de
flujos: de material, de señales y de energía, de modo que se conforman
un núcleo sistemático de clasificaciones que dependen tanto de las
características del contenido ontológico del flujo como de las
operaciones que se realizan. Surgen así funciones abstractas como:
RAMIFICAR, CANAL, CONECTAR, CONTROL DE MAGNITUD,
CONVERTIR, SEÑAL, SOPORTE. Es un intento de sistematización que
indica, por el carácter cercano al lenguaje cotidiano que tienen las
denominaciones, cómo la ontología y sistemática de las funciones son
todavía programas que esperan un urgente desarrollo.

Publicidad de los diseños.

Las controversias contemporáneas alrededor de muchos


productos, o incluso de tecnologías completas, como la tecnología de
reactores nucleares para la producción eléctrica, las biotecnologías
aplicadas a los organismos genéticamente modificados, a la
investigación en tejidos para xenotrasplantes o los desarrollos en
reproducción humana, han puesto de manifiesto la profunda
desconfianza de muchos movimientos sociales acerca de la

83Véase nota 6 más arriba


84Stone, Robert.B.; Wood, Kristin, L. (2000) “Development of a Functional
Basis for Design” Journal of Mechanical Design.

107
transparencia del sistema de ciencia y tecnología. El carácter público de
los productos de la innovación ha sido uno de los puntos de mayor
controversia, particularmente cuando el desarrollo de los métodos de
investigación masiva en el genoma ha generado numerosos productos
patentables (y patentados), razón por la que las biotecnologías, en
buena medida, se han convertido en las receptoras de una gran cantidad
de capital de riesgo. Este aspecto de la tecnología (y de la ciencia, pues
no podemos ya separar las controversias en el aspecto político en ambas
categorías) ha llevado a muchos críticos a insistir en el componente
público de la tecnología como una reivindicación que está en la línea de
una forma de mayor control social democrático sobre su desarrollo.

Este debate es extremadamente importante: en absoluto debe ser


minimizado (o peor aún, ninguneado). Sin embargo, es un debate que
en el orden lógico debe seguir a un cuidadoso trabajo ontológico y
epistemológico acerca de la naturaleza de la tecnología y de los diseños
en particular. De hecho siempre fue así. La epistemología, en lo que
respecta a la ciencia moderna, estuvo siempre en una profunda relación
con la política. Pero nunca hubo relaciones de subordinación, sino más
bien de lo contrario. Hay dos momentos en la epistemología moderna
que conviene recordar con cierto cuidado para repensar lo que ocurre
ahora con la tecnología en general y con los diseños en particular. El
primero fue la reivindicación de la privacidad, de la primera persona,
como autoridad última en el razonamiento que conduce a la aceptación
racional de una creencia. Esta reivindicación tiene relación con la el
socavamiento que la filosofía moderna realizó en el Principio de
Autoridad: nada recibido socialmente, ni siquiera la fe, es suceptible de
ser aceptado sin el filtro de la autoridad de la primera persona. De aquí
a una construcción solipsista del conocimiento solamente hay un paso,
que dieron algunos filósofos muy consistentes, entre los que Berkeley
tiene un lugar de honor. Pero hubo un segundo momento que se
produjo al compás del desarrollo de la filosofía experimental. La
autoridad de la primera persona fue puesta en tela de juicio en tanto
que “primera persona” aislada de sus relaciones sociales. Fue el
momento del desarrollo de las primeras arenas públicas de evaluación
de los experimentos, particularmente entre los filósofos naturales
ingleses de Cambridge y Birminghan. La autoridad de la primera
persona se admitió pero sólo en tanto que sujeto que se hacía
responsable de una intervención pública en la que sostenía mediante
experiencias abiertas lo que postulaba como creencias aceptables. Esta
segunda filosofía es paralela, pero independiente de la primera en el
origen de la ciencia y el conocimiento moderno. De su independencia, y
aún inconsistencia, da cuenta, como es bien sabido, la trayectoria
filosófica de Wittgenstein entre ambas tradiciones. En el primer sentido
la reivindicación es que el conocimiento es privado, pero tiene una

108
proyección y un origen política indudable: minar la autoridad de la
filosofía y la teología, dejando en manos de la autonomía individual el
control de las decisiones epistemológicas. En el segundo sentido el
conocimiento solamente existe en un ámbito público intersubjetivo, en
un sistema de reconocimiento mutuo de autoridad y habilitación
cognitiva y práctica. Sin embargo en este segundo sentido la proyección
política es mucho menos evidente, pues supone la previa existencia de
una comunidad legítima de iguales, de seres capaces de entender y
valorar los argumentos y extraer las correspondientes inferencias.

Tenemos así tres sentidos del debate sobre la publicidad de un


objeto, de los diseños en particular:

Si son apropiables públicamente

Si son objetos de representación privados

Si son objetos representables en el ámbito público 85 .

Algunos autores que han reivindicado el elemento “práctico” y de


habilidades de la tecnología, y de los diseños en particular, podrían
quizá argumentar a favor de la existencia de ciertos elementos
esencialmente privados en el proceso de diseño, del mismo modo que
en el ámbito paralelo de las estética también se suele considerar al
menos la existencia de un núcleo privado e incomunicable de esta
experiencia, por muy socialmente determinada que esté su génesis. No
obstante, nuestro argumento sobre la representabilidad de los diseños
nos lleva a considerar que la proposición fundamental es la tercera.
Solamente existen diseños porque pueden ser representados los
componentes intencionales del proyecto en un lenguaje que es público y
que es, él mismo, el producto de técnicas y artefactos dirigidos a la
representación.

Pues bien, este carácter público de los diseños es el que garantiza


precisamente el sistema que a veces se somete a controversia, la
“patentabilidad” de los diseños. Pues una patente es un acto normativo
por el que se hace público un diseño.

Es cierto que el sistema de patentes es un sistema institucional


que garantiza ciertos derechos adquiridos a través de la innovación. Es
muy interesante a este respecto el origen del derecho de propiedad

85Véase para un tratamiento más extensor Vega, J. (2002) “Ciencia privada,


conocimiento público”, Isegoría, 25 (2002), 247-260.

109
sobre un invento: se garantiza que un trozo de futuro pertenece al
descubridor. Para ello el sistema de patentes debe garantizar
públicamente algunas propiedades del diseño: que sea interesante y
responda a un problema práctico, que estén expuestas las pautas
esenciales para la construcción del artefacto, que el artefacto de hecho
sea realizable y funcione. Se exigen, por último, referencias a otros
artefactos y métodos existentes ya en el sistema social. La patente
garantiza derechos, pero la patente solamente puede obrar si lo hace a
través de un sistema completamente público de información. Lo que se
patenta es, pues, el diseño: un objeto representacional que hasta el
momento ha estado en un ámbito privado, pero que tiene en virtud de
su expresión en un medio representacional un carácter abierto,
escrutable y reproducible. La patente da fe de su carácter público y
asigna un derecho al autor, pero al mismo tiempo garantiza el acceso a
la información sobre el artefacto.

Si observamos cuidadosamente es un sistema jurídico similar al


sistema normativo de publicaciones en el caso de la ciencia. Una
publicación científica es un documento que tiene un carácter normativo
y que está escrita en un lenguaje público, pero además que ha
sobrepasado ciertos tests normativos de originalidad, relevancia y
fiabilidad (aunque no, repárese cuidadosamente, de verdad). Mediante
el acto de publicarlo en una publicación que tiene normas y está a cargo
de personas competentes, los editores, la comunidad convierte esta
publicación en un documento, en un objeto que puede ser aducido como
información, es decir, en un objeto de la esfera pública.

La apropiación o no, en el sentido de los incentivos que


potencialmente pudieran obtenerse por el uso, es una cuestión diferente
que está siendo debatida crecientemente. El debate, ahora sí, es
claramente intrumental y de interés para las políticas públicas en el
ámbito de la innovación y el desarrollo.

El punto esencial es, sin embargo, cuál es la esfera pública


relevante en el caso de la tecnología. De acuerdo a ciertas instituciones,
por ejemplo el Bureau of Patents and Trademark, muy probablemente
esta esfera pública esté constituida por el sistema del código civil que
regula las relaciones de mercado, pero quizá sea conveniente una
segunda y más penetrante mirada: pues una invención tecnológica
supone una apertura en el espacio de posibilidades.

El punto central de mi cuestión es ¿cómo podemos garantizar

que el espacio de oportunidades se convierte en una parte de la esfera

110
pública?. Aquí nos encontramos con algunas situaciones un tanto

extrañas, como podría ser el caso de alguien que sostuviera que el

futuro es de quien lo entreve o hace posible a causa de su invento. O,

por el contrario, puede debatirse si el futuro es algo que compete a

todos y por consiguiente debe abrirse un espacio de discusión del

diseño en todos sus niveles. Este tipo de cuestiones especulativas no

responden aún a la pregunta de cómo es posible hacer que el futuro

entre en la esfera pública. Las discusiones más habituales se refieren

únicamente a las constricciones de orden moral que se imponen

sobre los sistemas tecnológicos, pero la cuestión que sigue abierta es

el de cómo puede desarrollarse un sistema de proyectos y diseños en

la esfera pública.

Realizabilidad técnica en un mundo mal entendido.

En los duros tiempos de la guerra fría, una buena parte del


imaginario social expresado en las novelas, películas, etc. tenía que ver
con las actividades de las grandes potencias para robarse unas a otras
los planos de las armas barrocas que formaban parte de la carrera de
armamentos. En Cortina Rasgada, de Alfred Hichtcock, Paul Newman
encarna a un físico que es reclutado como espía para viajar al este y
convertirse en el interlocutor de un profesor que ha resuelto un
problema de balística intercontinental esencial para el desarrollo de las
nuevas generaciones de misiles. La capacidad de los americanos para
llevar a cabo la construcción de tales amenazantes artilugios dependía
de la resolución de un problema, creo recordar, sobre la estabilidad de
un tipo de combustible: resuelto el problema, copiando la fórmula, el
misil se convertía en una real amenaza que podía llegar a la existencia.

La idea de realizabilidad de los diseños nos conduce a la cuestión


sobre las capacidades técnicas de una sociedad particular para hacer
real la existencia de un artefacto hasta ese momento en estado
puramente de posibilidad conceptual. La realizabilidad de un diseño es

111
una clase particular de posibilidad: es una posibilidad accesible desde
una situación dadas las capacidades técnicas de una cultura.

Pero no tenemos una buena aproximación más allá de lo intuitivo


a lo que queremos expresar con la idea de “capacidades técnicas”. El
ingeniero y profesor de métodos de ingeniería Billy Vaughgn Koen 86 ha
definido el método del ingeniero como “el uso de heurísticas para causar
el mejor cambio en una situación pobremente entendida dentro de los
recursos disponibles” (p.94). Koen ha elaborado su propuesta desde la
cercanía de su trabajo didáctico a la práctica de la ingeniería y merece la
pena que tomemos muy en serio su definición aparentemente escéptica
y alejada de toda visión utópica de la ingeniería: nos habla de una
comprensión del ingeniero más parecida a la de un artesano que
dispone de una caja de herramientas y de soluciones que a la imagen del
arquitecto del universo que uno podría inferir de la idea de diseñador.
El ingeniero no es omnisciente, no es desde luego omnipotente: hace lo
que puede con los recursos técnicos y heurísticas a las que puede
acceder desde su posición. Si entendemos en estos términos tan
humanos el proceso de diseño, como un acudir al almacén de recursos
para crear algo nuevo conceptualmente, y un volver a acudir para
llevarlo a la práctica, entenderemos la realizabilidad como una senda
bastante sinuosa, a veces no previsible, que nos lleva desde un boceto a
un producto. Las capacidades técnicas serían entonces algo así como el
almacén de recursos al que acudir para resolver un problema. En el
almacén se archivan conocimientos prácticos, recetas, cacharros,
instrumentos, otros proyectos y experiencias fallidas, etc.

Desde la perspectiva de las capacidades técnicas, una sociedad,


una empresa, un laboratorio de diseño, puede entenderse entonces
como un nudo en el que convergen habilidades, saberes operacionales,
“experiencias”, en el más honesto sentido de la palabra, recursos,
información, un cajón de sastre, en definitiva que nos permitiría si lo
ordenásemos conjeturar con plausibilidad si seremos capaces o no de
llevar a cabo una tarea. La realizabilidad, entendida así, tiene un
aspecto subjetivo de confianza en la capacidad de un cierto complejo
humano de realizar una transformación como la especificada en el
diseño, y desde un punto de vista objetivo se traduce en que esa
confianza esté fundamentada en la existencia real de recursos y de la
habilidad para movilizarlos en orden al objetivo buscado.

86Koen, B.W. (2003) Discussion on the method. Conducting the Engineer’s


Approach to Solving Problems, Oxford, Oxford University Press.

112
La presencia de un diseño inquieta necesariamente, perturba la
estabilidad del grupo. Aunque sea el más inocuo, la aparición de un
diseño genera siempre un horizonte de expectativas en las que se mezcla
el riesgo, la incertidumbre, el deseo y la esperanza. El paso de un
problema a un diseño, de un diseño a un prototipo o modelo simulado y
de un prototipo a un ejemplar útil es siempre un paso delicado que
trasciende lo puramente ingenieril. El ingeniero tiene que saber que
está modificando las trayectorias históricas, que se debe hacer
responsable de lo que le toca y de todo lo que le toca, y por eso la
realizabilidad debería dejar claras las esferas de responsabilidad. Pero lo
inquietante o esperanzador de un diseño estriba en su realizabilidad, en
que, en conjunción con las capacidades técnicas de una sociedad, puede
llegar a ser real y afectar radicalmente a las trayectorias históricas.

113
CAPÍTULO 4

EL MITO DE LA MÁQUINA Y LA AGENCIA


TÉCNICA.

La idea de agencia técnica y el poder.

El espacio normativo de la tecnología está constituido de forma


esencial por dos dimensiones respecto a las cuales determinamos si tal o
cual artefacto técnico es un logro humano en una particular situación y
contexto. En los dos anteriores capítulos nos hemos referido
especialmente a una de ellas, a la expansión de las capacidades del
sujeto particular (individual o colectivo) que produce la ampliación y
apertura del espacio de oportunidades accesibles, y que es realizada
como “diseño” de lo que será un nuevo objeto en el poblamiento de lo
real. Esta primera condición tiene que ver con una de las dimensiones
de la libertad: la que está unida a la imaginación de alternativas
deseables. Es una dimensión necesaria para el ejercicio de la agencia
entendida como capacidad de transformación de la situación presente,
pues, como sabemos, los humanos no tienen simples conductas, su
modo de existencia es la acción intencional, que implica el dominio de
las posibilidades imaginadas como componente esencial de la
motivación. Sin embargo, por necesaria que sea, la dimensión de
apertura de la realidad cualifica solamente una parte de la agencia
humana 87 . Más allá, valoramos además que los logros sean logros
humanos, logros propios, logros en los que el estado de cosas
pretendido sea un producto de la acción y solamente de la acción, y no
un resultado causado por el azar lleno de consecuencias no buscadas.
No siempre se cumple de manera completa esta condición y, para ser

87Llamaré “agencia” a la capacidad de actuar libre e intencionalmente y llevar


a cabo lo decidido. La agencia es así una capacidad que supone una previa
representación de los objetivos, de los valores y normas que guían la acción, así
como una deliberación sobre la propia habilidad para llevar a cabo esos
objetivos, sobre la oportunidad de actuar, etc. Repárese en que el que lo
logrado sea fruto de la propia capacidad y no de la suerte es un elemento
constitutivo de la agencia, a diferencia de otras formas de acción. Podría
aducirse que “agencia humana” es una redundancia tan tonta como “persona
humana”, pero no podemos excluir que encontremos formas de agencia
limitada en otros seres, incluidas algunas máquinas.

114
realistas, de hecho casi nunca. La regla es, por el contrario, la ubicuidad
de las consecuencias no queridas de la acción, que las acciones humanas
alcancen sólo en parte al cumplimiento de los deseos; en otras, por el
contrario, cambian la trama de las cosas y producen o pueden producir
consecuencias ajenas no buscadas o, peor aún, extremadamente
temibles y no deseadas. “El camino del infierno está empedrado de
buenas intenciones” dice el refrán, enseñándonos la primera lección de
la prudencia.

El saber que hay consecuencias no queridas es el fundamento


metafísico del principio prudencial de precaución ante las realizaciones
novedosas. Es un principio regulador que poco a poco va conformando
las legislaciones más sensatas de las sociedades que son conscientes de
su poder técnico pero también de los riesgos inducidos. Para quienes
solamente ven la novedad como la dimensión esencial del progreso, el
principio de precaución se convierte necesariamente en el único
principio político de la tecnología. Pero la novedad es solamente una de
las formas que asume la agencia humana. La segunda es la que nos
permite propiamente cualificar la agencia como agencia: la capacidad
de realización efectiva de lo que se pretende. Y es ésta la dimensión
normativa que está en el trasfondo de lo que generalmente se entiende
como eficacia técnica 88 . La idea de eficacia contiene estratos y facetas
múltiples que han dado lugar a numerosas discusiones acerca del lugar
más o menos central que ocupan en la racionalidad técnica. Los dos más
importantes son, el primero, la economía de medios respecto a los fines,
que hizo que los críticos de la escuela de Frankfurt mezclasen la
racionalidad económica y la tecnológica como partes de una misma idea
menguada de racionalidad; el segundo, la idea de rendimiento
entendido desde la termodinámica como el menor gasto energético que
depara la mayor potencia. No son ninguno de los dos elementos
despreciables del diseño técnico, pero no constituyen el núcleo
normativo de la técnica. No la racionalidad económica por una razón
empírica: la técnica implica generalmente un desbordamiento del
espacio de cálculo económico. La introducción de una nueva tecnología
puede o no hacerse por la búsqueda de un nuevo beneficio, pero en
general la historia de la innovación tecnológica sería inexplicable si
hubiera estado sometida a las reglas del mínimo costo 89 . En lo que

88 Quintanilla, M. A. (1986) Tecnología: un enfoque filosófico. Madrid:


FUNDESCO; Queraltó, R. (2003) Ética, tecnología y valores en la sociedad
global. El caballo de Troya al revé. Madrid: Tecnos.
89 En Broncano, F. (2000) Mundos artificiales. Filosofía del cambio técnico.

México: Paidós, hemos insistido en que la creatividad técnica no puede


explicarse por razones de beneficio, entre otras cosas porque es la introducción
de una nueva técnica la que modifica los espacios de decisión en los momentos

115
respecta al rendimiento de potencia, es sin duda un considerando
importantísimo en el diseño de artefactos pero lo es entre otros muchos
valores que conforman la idea de buen diseño. Por citar solamente un
escenario bien conocido, la economía energética puede ser de valor más
bien secundario cuando nos situamos en un ámbito en el que estamos
deliberando sobre diversas alternativas energéticas, algunas de las
cuales, pongamos por caso, quizá sean menos eficientes pero son
ecológicamente más deseables.

El núcleo esencial normativo, que está presente de forma distinta


en los anteriores valores, y que en general determina el peso de todas las
deliberaciones, es el grado de control sobre un aspecto de la realidad
que introduce una nueva tecnología. La fuerza normativa de este criterio
deriva de que es un elemento constitutivo de la agencia humana:
establece el grado de dependencia metafísica entre el plan o
representación de la acción y el resultado conseguido.

La idea de control ha sido interpretada como el pecado original


de la tecnología, como el manifiesto de la soberbia humana y su
desprecio por una naturaleza degradada a bien de consumo. Desde los
críticos pesimistas de la tecnología al moderno pensamiento feminista
sobre la técnica se ha entendido que control es voluntad de poder,
dominación y rapiña. No negamos, al contrario, que sea una parte
consustancial a la lógica del capitalismo. No negamos, al contrario, que
en la sociedad del deseo haya un punto de locura y ceguera a las
consecuencias de unas vidas y una civilización asentadas en el consumo
sin sentido. No negamos, al contrario, que en la lógica de los poderosos
ilusionados con la fuerza simbólica de los cacharros técnicos, el
desprecio a todo lo que no sea la pura adoración sin contexto del
artefacto constituya la regla de muchas alternativas tecnológicas: el

más importantes, y así ha sido entendido por la tradición schumpeteriana en


economía. Pero es que además, si nos atenemos a la historia, y consideramos
que los principales desarrollos técnicos contemporáneos tienen mucho que ver
con los desarrollos militares, no es difícil mostrar que tales desarrollos son
difícilmente achacables a consideraciones económicas. Por el contrario, como
muestran los déficits de los grandes estados militares, la carrera de
armamentos es más que otra cosa un derroche económico. Esta tesis ha sido
defendida con cuidado histórico referido al caso americano y a la introducción
de la automatización (que será el caso paradigmático considerado en este
capítulo) por Noble, D. F. (1984) Forces of Production. A Social History of
Industrial Automation Nueva York, Alfred Knopf. Para el caso de la primera
industrialización soviética es extremadamente interesante el ya citado Graham,
L. (2001) El fantasma del ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la
industrialización soviética. Barcelona: Crítica (or. 1993).

116
cacharro más grande, el más poderoso, el más brillante, cueste lo que
cueste y cause lo que cause. Pero no es esto lo que pretendemos
defender en nuestra presentación de la normatividad de la tecnología.
Antes bien, por el contrario, el control de la agencia es, debe ser, un
supuesto previo a todas estas situaciones particulares históricas de
cómo se ordena una civilización particular. El control es más bien algo
que está situado en estratos más profundos de la acción humana, es una
condición de posibilidad (parcial) de cualquier agencia. La moral misma
supone el control de la acción: deber implica poder, algo que a veces se
olvida en las consideraciones puramente intencionales de la moral. Y
poder, en este sentido, es poder hacer y no poder desnudo.

Lewis Mumford 90 , el más conocido y persistente de de los críticos


culturales de la tecnología, sostiene que hay un hilo conductor en la
avaricia de poder a lo largo de todo el proyecto científico. La revolución
científica, sostiene Mumford, significó en su desbancamiento del
geocentrismo, el ascenso de un nuevo dios sol, una teología del poder
que se conserva hasta la moderna industria y tecnología:

“A medida que la potencia mecánica se incrementaba y la propia teoría


científica se hacía más adecuada mediante la verificación experimental, el
nuevo método ampliaba su dominio y con cada nueva demostración de
su eficiencia apuntalaba el tambaleante esquema teórico sobre el que
estaba basado. Lo que comenzó en el observatorio astronómico terminó
en nuestros días en la factoría de funcionamiento automático y
controlado computacionalmente. Primero el científico se excluyó de la
imagen del mundo que había construido a sí mismo y con él una buena
parte de sus potencialidades orgánicas y sus afiliaciones históricas. A
medida que este sistema de pensamiento se difundió por todos los
departamentos, el trabajador, incluso en su más reducido aspecto
mecánico, fue excluido del mecanismo de producción. Al final, si esos
postulados permanecen sin respuesta y los procedimientos institucionales
se mantienen intactos, el propio hombre será separado de cualquier
relación significativa con el medio natural o con su propio medio
histórico” (Mumford, 1970,p. 66)

Expresa aquí Mumford una filosofía decadentista de la


revolución científica y tecnológica: no habría sido una modalidad de
humanismo sino lo opuesto, un paso atrás en la autonomía humana, un
ideal sustituido por la idolatría del poder. Mumford coincidiría con Kant
en considerar que la revolución científica fue esencialmente una

90Mumford, L (1970) The Myth of the Machine. The Pentagon of Power.


Nueva York: Harcourt

117
inversión del antropocentrismo medieval pero, a diferencia de Kant,
sostendría que la nueva idea de una naturaleza ajena a los designios
humanos no abre paso y permite una nueva forma de autonomía basada
en el juicio, sino que, por el contrario, emprende un sendero que
seguirán las posteriores trayectorias históricas transmitiendo a todas las
instancias de la civilización moderna el oscurecimiento de lo humano y
el ascenso del poder basado en la máquina y el mecanismo.

La palabra “poder” es insidiosamente ambigua, no sólo en


castellano pues permite al menos tres sentidos distintos cuya confusión
origina una buena parte de los debates sobre la legitimación de muchas
instituciones y de escepticismo sobre las normas. En primer lugar,
“poder” es “poder para”, capacidad de agencia; en segundo lugar,
“poder” puede significar asimetría en el control de la realidad y, sobre
todo asimetría en las relaciones humanas. El poder en este segundo
sentido es poder sobre otros, poder sustentado no en el libre
consentimiento reflexivo sino en la amenaza y la disciplina. Por último,
“poder” equivale en ocasiones a autoridad. La autoridad, a diferencia
del poder en el sentido anterior de dominio/sumisión es una relación
asimétrica libremente aceptada por la que algunas personas ceden a
otras una capacidad de control, y lo hacen de forma reflexiva,
consentida y confiada. El conductor del autobús no tiene poder sobre los
pasajeros, sino autoridad: podrían elevarse en asamblea y sustituirle, si
tal cosa fuese necesaria porque hubiese suscitado la desconfianza 91 ,
pero entretanto la relación usual es de autoridad respecto a una acción
particular: la de la conducción del autobús. Las relaciones de autoridad,
claro, son cesiones de control restringidas a un ámbito concreto de la
acción. Concedemos autoridad a un profesor para que nos enseñe lo que
sabe, pero no, pongamos por caso, para que nos diga qué tenemos que
hacer o para que acose nuestra conducta sexual.

La idea de control de lo real, entendido normativamente como


dimensión constitutiva de la agencia humana, pertenece al primer
sentido de la idea de poder, es decir, de capacidad para poder hacer.
Ocasionalmente, en ciertos contextos, puede reflejar también relaciones
de autoridad: cuando la acción es colectiva y exige confianza en el saber
hacer de los otros componentes del equipo. En estos contextos la
organización social pasa a formar parte de la acción técnica en todos los

91Agradezco a los miembros del programa de doctorado de Ciencia, Tecnología


y Sociedad de la Universidad del País Vasco sus discusiones que me han
obligado a precisar muchos términos, entre ellos la relación del control con el
poder. La relación de la autoridad y la confianza la debo en parte a las
discusiones con Patricia Revuelta.

118
niveles y las relaciones de dependencia que toda relación social entraña
hace que las capacidades se asienten sobre relaciones de poder social,
que pueden ser, a su vez, consentidas y legitimadas y por tanto son
relaciones de autoridad o simplemente relaciones de sometimiento puro
basadas en la necesidad, como ocurre en la gran mayoría de las
relaciones de producción.

La acción técnica, como cualquier otra acción humana, adquiere


significado social en la medida en que transforma a la vez que es ella
misma conformada por las relaciones sociales de poder2, en el sentido
de control de otros. Ahora bien, en tanto que acción técnica solamente
puede entrar en relaciones de poder2 si previamente es entendida como
acción técnica en nuestro primer sentido. El doctor y el chaman pueden
tener ambos una cuota importante de dominio sobre otros 92 , ambos
pueden ocupar similares posiciones en la trama de las relaciones
discursivas, y su voz puede tener consecuencias parecidas sobre los
pacientes o sobre los miembros de la tribu. Enfocada así la situación,
ambos tienen poder2 sin que ello quiera decir que lo tienen o han
adquirido por las mismas razones o causas: en la arqueología del poder
las relaciones discursivas, el que los sujetos pacientes atiendan a
discursos similares sobre su miedo a la enfermedad, en nuestro caso, no
son lo único constitutivo de las relaciones de poder. Las condiciones de
éxito de las acciones de uno y otro personaje se asientan sobre
capacidades de realización no puramente discursivas sino de control
efectivo de lo real. Sería algo más que una locura, un delito de ceguera
social, no considerar las dimensiones sociales de la acción técnica, pero
también es un conspicuo delito de ceguera técnica la reificación en las
cosas de las relaciones sociales de asimetría. Las relaciones de poder
implican relaciones subjetivas de sumisión, las relaciones técnicas de

92 Merecerían un examen más profundo y matizado que el que aquí podemos

hacer las tesis de Foucault sobre las relaciones entre poder y técnica. En su
trabajo de 1969 en el que desarrolla con bastante claridad su programa
historiográfico, Foucault, M. (1970) La arqueología del saber. México: Siglo
XXI, deja claro que lo que a él le importa es la reordenación de los discursos
históricos para mostrar quién habla, bajo qué relaciones de poder lo hace y en
qué contextos institucionales (laboratorio, hospital, cárcel, etc.) lo hace. En
este sentido, la arqueología foucaultiana es descriptiva, no explica las
condiciones de éxito que están implicadas en las relaciones de poder. Se trata
de un método histórico para desvelar la trama de las asimetrías en el discurso.
El paso a considerar que estas asimetrías son las que constituyen también las
condiciones de éxito técnico, tal como ha sido defendido en cierta forma por
autores pertenecientes a su tradición, como ejemplarmente lo es Bruno Latour,
es un paso que no está dado en el propio Foucault ni es implicado
necesariamente por sus tesis.

119
control implican relaciones ontológicas de dependencia entre lo que se
quiere y lo que se consigue. Se trata de una diferencia en las condiciones
de éxito que no tiene por qué implicar ninguna tesis de neutralidad
política o moral de la técnica. Ninguna acción humana es neutra en
estos sentidos. Pero tampoco las acciones morales y políticas están
exentas de las condiciones normativas de la capacidad efectiva de
agencia.

La técnica moderna entra en la historia conformando la


civilización a través de la revolución industrial. Fue aquella posible por
la convergencia de varios elementos, no todos de orden técnico aunque
sí lo fueran algunos muy importantes; y el primero de ellos fue la
posibilidad de una plataforma representacional de los objetos a través
del lenguaje del diseño, tal como hemos estudiado en el capítulo
anterior. El diseño permitió dos posibilidades convergentes: la creación
de máquinas y la repetición estandarizada o normalizada de piezas.
Ambas realizaciones están en la base de la transformación industrial.
Las industrias se configuraron como estructuras orgánicas de
producción alrededor de enormes máquinas que producían de forma
estandarizada. Ciertamente, las industrias convirtieron en apéndices de
las máquinas a enormes masas de niños mujeres y hombres; crearon las
nuevas conurbaciones modernas, la cultura de la ciudad frente al
campo; llenaron las ciudades y el paisaje de nuevos objetos técnicos, las
máquinas. La civilización industrial se convirtió en una nueva fuente de
asimetría de poder entre las naciones: la máquina de la guerra se
articuló alrededor de la propia civilización industrial. Las nuevas
naciones ejercieron su poder militarizando su industria y demostrando
tener no más valor militar que otras sino más capacidad productiva de
máquinas de destrucción. Desde la guerra franco-alemana de 1870, que
tanto asombró a los franceses en su derrota y que provocó la Comuna,
pasando por la guerra colonial de los boers; pasando por la Primera
Guerra mundial, que de nuevo provocó dos revoluciones en los estados
derrotados, Alemania y Rusia; pasando por el fáustico final de la
Segunda Guerra en las industrias de la muerte de los campos de
exterminio, en los bombardeos masivos de la población civil alemana y
en las bombas de Hiroshima y Nagasaki; pasando por la carrera de
industrialización y militarización que se llamó Guerra Fría, la
civilización industrial constituyó la primera y más importante de las
experiencias históricas de la cultura contemporánea. La cultura y el
pensamiento contemporáneos son incomprensibles sin entender cómo
se elaboró la experiencia industrial. El individuo frente a la masa, la
conciencia y la causalidad, la crisis de la ciencia ahora determinada por
la técnica, la funcionalización de la gestión política y económica, la
soledad ante la historia, y tantos otros temas que conforman la
experiencia filosófica de la primera mitad del siglo XX, son formas en

120
las que se manifiesta esa experiencia de la civilización industrial. Toda
esta experiencia histórica de la revolución industrial explica que la
técnica se haya vivido y elaborado conceptualmente como malestar, en
unas ocasiones, como asombro en otras y como desfondamiento y
derrota de la voluntad individual en mucha más.

No es sin embargo la única forma, ni la más correcta, de pensar la


técnica. Pensar la técnica exige repensar aquella experiencia que había
hecho dudar a Heidegger de que estuviésemos aún en condiciones de
pensar la técnica. Es pensar las condiciones de su propia normatividad
sin perder de vista la forma de inserción de las producciones técnicas
que fueron un día civilización industrial y hoy quizá globalizaciones,
sociedades del conocimiento y sociedades posindustriales. Remontarse
a esta situación originaria de asombro, por encima de la pura
presentación de “casos” de amenaza o fracaso técnico como única
justificación de un activismo antitécnico que acaso no alcance más
profundidad política que la molestia académica. Es pensar la técnica
como condición normativa de la acción social, que exige tanta
legitimación como desesperanza en la consecución de un concepto
aceptable, consensuado, estable, de civilización técnica como forma
social de nuestra cultura contemporánea. En definitiva, es considerar la
técnica como una dimensión de nuestro concepto de justicia y de
sociedad ordenada. Es, por último, también, un momento de reflexión
sobre el desafío cultural que suponen las llamadas “nuevas tecnologías”
como medio expresivo.

En definitiva, pensar la técnica normativamente es ejercer una


forma de crítica de la razón práctica que no se resume en imperativos
sino en un examen cuidadoso de las condiciones bajo las cuales la
agencia humana se convierte en una agencia razonablemente virtuosa,
de los condicionantes de la calidad de la agencia. Si el sujeto (personal o
social) aparece en esta crítica no será como un presupuesto a priori que
ejerce un control de medios ajenos. En capítulos anteriores hemos
establecido como punto de partida la experiencia de una existencia
ciborg, de seres biotécnicos que se auto-transforman transformando el
mundo. El sujeto estará ahí como un logro del control sobre la realidad,
no como una justificación del control de la realidad: el sujeto devendrá
él mismo como un resultado contingente y no como un presupuesto
necesario. En muchas trayectorias el sujeto se diluye en masa deseante o
aterrorizada, en sociedad de consumo o en sociedad de riesgo, en
muchas otras trayectorias aparece como sujeto disminuido, como sujeto
de malestar cultural, en otras, las menos y las más complicadas, aparece
como resultado de una sociedad bien ordenada en la que los humanos
han aprendido a soportar el peso de su existencia responsable. Si
enfocamos así las cosas, el pesimismo tecnológico que ha dominado el

121
pensamiento sobre la técnica a lo largo del pasado siglo aparece con una
nueva luz y sus errores y aciertos se dejan entrever con mayor grado de
contraste.

La mecanización y los orígenes del pesimismo


tecnológico.

Los oscuros presagios de la mecanización.

El pesimismo tecnológico colorea de gris la mayor parte de la


cultura filosófica contemporánea. Más allá, como ha popularizado el
sociólogo Ulrick Beck 93 , compone un elemento constitutivo del
malestar social, de la sospecha acerca de la tecnología que caracteriza
como sociedad del riesgo, que no es otra cosa sino la permanente
sospecha de que los accidentes más graves que amenazan la propia
existencia humana se deben o pueden deber a las consecuencias de los
sistemas tecnológicos. En último extremo, tanto el malestar filosófico
como el malestar social hunden sus raíces metafísicas en una cierta
forma de ver la tecnología como algo distante y lejano al sujeto
“verdadero”, es decir, al sujeto moral y político.

El modo generalizado de entender la técnica contemporánea ha


sido bajo la categoría de la alienación: la técnica aliena al trabajador
cuando está en el marco del aparato productivo, convirtiéndole en un
esclavo de la máquina, aliena al ciudadano convirtiéndole en
consumidor y situándole en una realidad virtual a través de los
poderosos medios de comunicación de masas, haciendo innecesaria la
dictadura, aliena al propio pensamiento crítico que queda esclavo de
una episteme de producción, aliena, en fin, a la sociedad trasladando las
categorías del pensamiento técnico a la política y constituyendo una
nueva forma de autoritarismo basado en la adaptación inversa a las
“razones técnicas”. En esta consideración es esencial la comprensión del
medio técnico como un “medio” ambiente que revierte en la
conformación, en la transformación de lo humano y adopta el lugar que
ocupaba antes la naturaleza como forma de destino.

Las variaciones de este tema son complicadas y sutiles. Ya

hemos señalado la impresión que causó en los intelectuales europeos

la aparición de la “gestión”: la aplicación a los grupos sociales de

122
técnicas que habían nacido en la producción industrial, en las

fábricas de Ford de automóviles, y que ahora se traducían una

mecanización de las acciones sociales. Jacques Ellul, quizá el más

radical de los pesimistas entiende este proceso como una extensión

de la máquina a la sociedad:

“La técnica integra la máquina en la sociedad, la vuelve social y sociable.


Del mismo modo, construye el mundo que le es indispensable, pone
orden allí donde el choque inherente de las vidas había acumulado
ruinas, clasifica, ordena y racionaliza: hace en los dominios abstractos lo
que la máquina hace en el dominio del trabajo. Es eficaz, y lleva consigo
a todas partes la ley de la eficacia” 94

No se trata, según Ellul de una mera adaptación del hombre a la


máquina, sino de la aparición, insiste, de una nueva forma de acción
bajo nuevas leyes:

“Si se puede cualificar la máquina como forma superior de saber hacer, la


mecanización resultante de la técnica es la aplicación de esta forma
superior a todos los dominios ajenos a la máquina hasta el punto que
podemos decir que la técnica es característica de aquellos dominios
donde la máquina no cuenta” (o.c. p. 5)

La técnica es para Ellul un medio que se ha independizado, una


auténtica realidad que conforma la existencia, ordena todo aquello a lo
que alcanza, hasta el punto de que solamente puede ser resistida
mediante una reconceptualización de la agencia humana y la
racionalidad como esencialmente pasivas frente al activismo de muchos
pro-tecnólogos.

Muchas de las críticas a la alineación técnica han surgido en el


contexto de la arquitectura. Los movimientos de renovación de la
arquitectura moderna, desde William Morris y el movimiento Arts and
Crafts, pasando por Adolf Loos y más tarde por la Bauhaus, sólo por

93 Beck, U. (1998) La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad.


Barcelona: Paidós (or. 1986)
94 Ellul, J. (1960) La technique ou l’enjeu du siécle, Reed. París: Económica

(1990) p. 5

123
citar algunos casos muy conocidos, se originan en las cercanías de la
profesión de los arquitectos, lo que no debería extrañar pues su oficio
les llevaba a contemplar de cerca las terribles consecuencias de la
industrialización, desde la vivienda, por llamarla así, en los enormes
barrios obreros de las ciudades industriales, a las circunstancias más
nimias del diseño burgués, que llenaba las casas de latones y bronces,
espejos y lacados producidos industrialmente para ocultar tras los
brillos de la acumulación la vaciedad de su vida. S. Giedion fue uno de
los arquitectos que generalizó su experiencia hasta una meditación
global sobre el fenómeno de la técnica contemporánea en los años de la
Segunda Guerra Mundial. En su Mechanization takes Command 95 ,
Giedion reconstruyó históricamente cómo los más cercanos aspectos de
la vida cotidiana fueron invadidos por la mecanización. Giedion todavía
alcanzó a observar la progresiva sustitución de la artesanía complicada
por la fabricación industrial, y elevó esta experiencia a categoría
interpretativa del fenómeno técnico. La cadena de montaje en las
nuevas fábricas del primer tercio del siglo XX, invento que está en la
base de la experiencia social de lo técnico, es contemplada como un
organismo que se reproduce invadiendo las vidas cotidianas, como una
especie de Alien que colonizase nuestros cuerpos con sustitutos
mecánicos. ¿Qué ocurre –se pregunta Giedion— cuando la
mecanización se encuentra con una sustancia orgánica? 96 Giedion narra
históricamente su idea de que lo mecánico va sustituyendo las funciones
básicas, va “invadiendo” el medio humano: el movimiento, que con la
fotografía en movimiento permite ser visualizado como puro
mecanismo y así reproducido en las cadenas de montaje convertido en
ejercicio mecánico; la diferencia, que desaparece por la estandarización
y la intercambiabilidad de las partes; el pan (sic), que con las máquinas
cosechadoras ya no es sino un producto industrial y pierde incluso su
carácter simbólico; la propia muerte, que con los grandes mataderos de
París (el mercado de La Villette, construido por el prefecto Haussman)
y Chicago, con su invención de las cadenas de despiece, se convierte en
industria de carne. El proceso de mecanización, sostiene Giedion,
comenzó siendo una forma racionalista de eliminar trabajo y
movimiento inútil, alcanzó en seguida a la artesanía a la que sustituyó
por la industria, más tarde a los productos orgánicos (agricultura), por
último, alcanza a los trabajos del hogar y constituye desde entonces en
una forma de existencia que domina nuestras vidas. El libro de Giedion
ocupa setecientas cincuenta páginas en desarrollar
pormenorizadamente el largo proceso de mecanización que hemos

95 Giedion, S. (1948) Modernization takes command. Oxford, Oxford


University Press.
96 Giedion, S. o.c. p. 6

124
sintetizado aquí en cuatro líneas. Giedion pasó largas horas en la oficina
de patentes de Estados Unidos estudiando los innumerables
mecanismos que reconstruye en el libro, desde un dispositivo para
matar vacas desarrollado en Chicago a la bañera de aluminio. Al final, el
argumento es la propia reconstrucción histórica, que nos deja una
sensación de proceso inevitable 97 .

En la misma línea, Lewis Mumford extrapola el maquinismo


como figura de la existencia en la civilización técnica. Mumford remite
lo que llama megamáquina a los orígenes ancestrales de la técnica.
Según Mumford, siempre habrían existido técnicas que tendrían como

97 Es interesante comparar las miradas de los historiadores. No muy lejano de


la época de Mechanization está también la obra del historiador de la tecnología
Samuel Lilley, Lilley, S. (1957) Automation and Social Progress. Nueva York:
International Publishers. Lilley examina el argumento generalizado de que la
automatización está generando la mayoría de los problemas de la época
contemporánea. Su juicio es mucho más matizado que el de Giedion: “La
automatización no crea en conjunto problemas nuevos. Solamente
encontramos una o dos excepciones: el hecho de que reinvierte la vieja
tendencia a reemplazar trabajadores especializados por los que no lo están
origina nuevos problemas de formación en la edad madura. Pero en general la
automatización solamente intensifica problemas que han estado con nosotros
por muchos años” (Lilley, 1957, pg. 148) . Su diagnóstico es que esos problemas
son “consecuencias de basar una economía sobre la idea de que toda
producción debe ser llevada a cabo para el beneficio privado y el modo en el
que en tal economía la producción crece inevitablemente más rápido que el
poder de compra de los consumidores” (o.c. pg. 148). Esta mirada de
historiador económico crítico es característica de la perspectiva política de las
izquierdas del momento. No menos interesante en su matiz es la más cercana
historia de la automatización Noble, D. (1984) Forces of Production. A Social
History of Industrial Production. Nueva York: Alfred Knopf. Noble mezcla la
mirada crítica a la tecnología con la estructura social. Su interesantísima tesis
es que la automatización fue un proceso dirigido mayoritariamente por
intereses militares, menos cercanos a consideraciones económicas que a las
propiamente militares. La tesis de Noble se resumiría en que el cambio
tecnológico e industrial es un subproducto hasta cierto punto de los intereses
políticos de dominación y del papel de los militares en los estados del siglo XX.
Quizá merezca la pena contrastar ambas con el sensato juicio de Joel Mokyr,
uno de los más respetados historiadores actuales de las relaciones entre
economía, ciencia y tecnología, en particular su reciente: Mokyr, J. (2002) The
Gifts of Athena. Historical Origins of the Knowledge Economy. Princeton,
University of Princeton Press. A diferencia de los casos que estamos
examinando, incluido Giedion por supuesto, Mokyr nos señala las
importantísimas constricciones económicas y sociales en el desarrollo
tecnológico, como fueron, son, los costos de información, la estructura de
transportes, etc.

125
condición de funcionamiento la sumisión de una comunidad a un orden
basado en la función técnica. El sistema complejo sociedad-artefactos
en su totalidad sería el que constituiría lo que Mumford llama
megamáquinas. Su ejemplo favorito son las pirámides, cuya
construcción sería imposible sin un grado altísimo de autoritarismo
exigido en la ingeniería social: la movilización y ordenamiento de los
trabajadores en orden a la construcción de los monstruosos
monumentos. La megamáquina sería un modo de organizar la
civilización que habría destruido las formas alternativas autosuficientes
y autogestionadas de los campesinos. La técnica se convierte así en
agente, en sistema conformador de orden social. Lo artesanal y lo
industrial no representan épocas particulares de la historia sino formas
de entender la técnica que han estado siempre presentes en todas las
civilizaciones: la técnica “democrática”, pequeña, autosostenida,
artesanal y poco ambiciosa, y la “megamáquina” que une personas y
artefactos en obras (estrictamente) faraónicas. La máquina es sobre
todo la máquina de poder:

“Dos mecanismos fueron esenciales para hacer que la máquina


funcionase: una organización fiable del conocimiento (natural y
sobrenatural) y una elaborada estructura para dar órdenes, llevarlas a
cabo y seguirlas. Lo primero estaba incorporado en el sacerdocio (…) lo
segundo en la burocracia. Ambas fueron organizaciones jerárquicas en
cuya cumbre estaban el supremo sacerdote y el rey. Esta condición sigue
siendo verdadera hoy día aunque la existencia de factorías automatizadas
y unidades reguladas por ordenador esconda los componentes humanos
y la ideología religiosa esencial incluso a la automatización actual” 98

En una mirada oscura a la historia humana, Mumford cuantifica


el balance entre los beneficios y maleficios de la técnica a favor de estos
segundos, que habrían sobrepasado con mucho cualesquiera bienes que
la técnica hubiera podido traer y cancelarían su ocasional valor. La
técnica como forma social está en la base de lo que Mumford llama
“creatividad negativa” de la especie humana: “los dos polos de la
civilización son el trabajo organizado mecánicamente y la destrucción
organizada y el exterminio. En términos generales las mismas fuerzas y
los mismos métodos de operación fueron aplicables a ambas áreas.”
(Mumford, 1967, pg. 221). La mecanización es, en definitiva, para
Mumford una desviación de la trayectoria antropológica de la
humanidad. La máquina es una degeneración de sus potencialidades al

98Mumford, L. (1967) The Myth of the Machina. Technics an Human


Development. Nueva York: Harcourt, Brace & World Inc. pg. 199.

126
servicio del poder. El maquinismo obra así como una fuerza histórica de
dimensiones evolutivas, cósmicas. Es, en este sentido, un continuador
de una tradición que en el siglo XIX había sido manifestada
principalmente a través de la literatura. Mumford había escrito en 1927
un prólogo a una de las más crepusculares distopías del siglo XIX, el
Erehwon de Samuel Butler, una narración de un mundo de valores
invertidos en el que los enfermos son condenados penalmente por el
crimen de su enfermedad. Allí aparece el “Libro de las máquinas”, un
antecedente de los modernos mitos de Terminator y de las luchas de
los humanos contra máquinas que habrían evolucionado hasta hacerse
autónomas:

“Así que aún ahora las máquinas servirán a condición de ser servidas
ellas mismas, y eso también de acuerdo a las cláusulas que estipulen; en el
momento en que esas cláusulas no se cumplan, las máquinas se
sublevarán y ora se aplastan ellas mismas y cuanto esté a su alcance , oran
se tornan traviesas y rehúsan en absoluto trabajar. ¿Cuántas personas en
la hora presente se hallan viviendo en un estado de servidumbre respecto
a las máquinas? ¿Cuántas pasan su vida entera, desde la cuna a la tumba,
atendiéndolas día y noche? ¿No está acaso claro que las máquinas están
ganando terreno sobre nosotros cuando reflexionamos sobre el número
siempre en aumento de aquellos que les están ligados como esclavos y de
aquellos que consagran su alma entera al adelanto del reino de la
mecánica” 99

Escrita en 1874, Erehwon (inversión de “nowhere”, ningún lugar,


utopía) es una de las reflexiones que acompañaron en la literatura a la
crítica a la cultura industrial. Junto con Wells y William Morris, Butler
pertenece a una tradición de críticos de la técnica ingleses (con
Jonathan Swift y Mary Shelley como antecesores) que invierten
especularmente las utopías para mostrar la otra cara de la cultura
técnica. Mumford es quizá el más cercano a ellos desde su condición de
historiador o más bien filósofo de la historia de la técnica.

Ellul, Giedion y Mumford, en resumen, son técnicos disidentes


que se convierten en profetas de negros presagios sobre nuestra
civilización. Sus libros fueron y son leídos por muchos participantes en
movimientos sociales de oposición a tecnologías particulares (centrales
nucleares, DDT, etc.) e inspiran buena parte del pensamiento ecologista
en el terreno de la tecnología. En los tres obra una cierta forma de
determinismo. Conciben la mecanización como una senda irreversible

99Butler, S. (1977) (orig. 1874) Erehwon. Barcelona: Producciones Editoriales,


pg. 245

127
que está destruyendo todos los vestigios de existencia humana. La
técnica es una forma civilizatoria, no es la suma de políticas y decisiones
particulares sobre las que quepa la reflexión crítica. Han creado una
forma de mirar el entorno tecnológico que conforma uno de los modos
de elaborar contemporáneamente la experiencia de la técnica. Sus
juicios, elaborados en las décadas del despegue tecnológico, los años
cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX son ahora un lenguaje común
en los medios de comunicación y han pasado a formar parte de los
discursos cotidianos en los que se expresa el malestar con la tecnología
en una de las formas de vivir la existencia contemporánea que llamamos
ya sociedad del riesgo. El determinismo que expresan con respecto al
desarrollo tecnológico, sin embargo, cala mucho más profundo en los
estratos de la conciencia ciudadana hasta los niveles en los que aparecen
elementos de orden casi antropológico, como es el miedo ancestral al
indeterminismo, incluso aunque el futuro abierto deje una puerta a la
esperanza. Consuela más la historia de la decadencia irreversible que
una historia zigzagueante en la que el futuro esté aún por escribir. Y ése
es precisamente el mensaje que acompaña la crítica, merecida por otra
parte, de Ellul, Giedion y Mumford. Hasta cierto punto son leídos como
ancestralmente eran escuchados las voces proféticas, como un anuncio
de que no hay salvación posible y que la destrucción está a la vuelta de
la esquina. Por algún misterio del alma humana, se compensa la alarma
que estos mensajes encienden con el calor que produce el sentimiento
de que todo está escrito.

En otro apartado está la meditación humanista y filosófica sobre


el fenómeno de la técnica moderna. Ernst Jünger y Heidegger crean
figuras distintas que concluyen en esta misma idea de conformación
humana por el medio técnico. Ambos piensan la técnica moderna con
categorías nietzscheanas, como formas o figuras de la voluntad de
poder. En el caso de Jünger 100 , un conservador inicialmente
protecnológico, el trabajador como figura representaría la voluntad de
usar la tecnología hasta el final, como plan de movilizar totalmente la
sociedad, de convertir la guerra en un asunto industrial más que en
lucha entre personas. Heidegger no tiene la visión optimista de Jünger
pero sí comparte en cierta forma su visión de la tecnología. En Ser y
tiempo había desarrollado una noción instrumental de lo técnico como
parte del mundo que acaba y responde a la solicitación de la mano, en
una teoría, en definitiva que mostraba el modo de existencia del dasein
como ser esencialmente técnico en tanto que abierto al ser. Pero la
tecnología es algo diferente y, según Heidegger, monstruoso. Es la
aplicación de un modo de pensar calculador, un modo que oscurece el

100 Jünger, E. (1990) El trabajador: dominio y figura. Barcelona: Tusquets.

128
pensamiento, un modo de pensar el mundo objetivado como “reservorio
de energía” o, como escribirá más ácidamente, como una “gran
gasolinera”. “El hacer salir lo oculto –sostiene en “La pregunta por la
técnica”—, que prevalece en la técnica moderna, es una provocación que
pone ante la naturaleza la exigencia de suministrar energía que como tal
pueda ser extraída y almacenada” 101 . Ésta es la base de su conocida
comparación del puente y la presa del Rhin como dos formas de
existencia técnica. Si la técnica pretecnológica podía ser aún pensada
como desvelamiento, la tecnología es gestell, armadura determinante de
nuestro estar en el mundo. De ahí, sigue Heidegger, que cuanto más
pensemos en términos tecnológicos, más nos atrapa esta forma de
pensamiento. La resistencia, si es posible, sólo lo será como
desasimiento 102 . Ellul había postulado la diferencia entre civilizaciones
activas y civilizaciones pasivas “grupos humanos que se han vuelto hacia
la explotación del suelo, hacia, la guerra y la conquista (...) y grupos que
se han vuelto hacia ellos mismos, trabajando lo justo para mantenerse,
concentrados en mantenerse” 103 . Esta actitud, que fue reivindicada en
una parte apreciable por todos los movimientos de malestar de los
famosos años sesenta (del siglo XX), lleva hacia una forma de despego
de la decisión, del no hacerse cargo de las circunstancias, que une el
deseo de no ser responsable con una innegable irresponsabilidad ante
situaciones que pudieran haber sido cambiadas con un buen
planteamiento público.

En el marco de la tradición heideggeriana, la americana Society


of Philosophy of Technology en la que participan Don Idhe, Albert
Borgman, Carl Mitcham, Langdon Winner, entre los más conocidos
filósofos contemporáneos de la técnica, es heredera de este espíritu
crítico con la tecnología de dimensiones civilizatorias. En general,
enfrentan la tecnología con otra forma de entender la civilización que

101 Heidegger, M (1994) (1954) “ La pregunta por la técnica” en Conferencias y


artículos. Trad. Eustaquio Barjau. Barcelona: Ediciones del Serbal, pg. 17
102 En “Serenidad” desarrolla algunas claves de esta actitud: “Pero también

podemos hacer otra cosa. Podemos usar los objetos técnicos, servirnos de ellos
de forma apropiada, pero manteniéndonos a la vez tan libres de ellos que en
todo momento podamos desembarazarnos de ellos. Podemos usar los objetos
tal como deben ser aceptados. Pero podemos, al mismo tiempo, dejar que estos
objetos descansen en sí, como algo que en lo más íntimo y propio de nosotros
mismos no nos concierne. Podemos decir “sí” al inevitable uso de los objetos
técnicos y podemos a la vez decirles “no” en la medida en que rehusamos que
nos requieran de modo tan exclusivo, que dobleguen, confundan y, finalmente,
devasten nuestra existencia” Heidegger M. (1988) (1959) Serenidad. Trad.
Yves Zimmerman. Barcelona: ediciones del Serbal, pgs. 26-27.
103 Ellul, J. (1960) pg. 74

129
podría tener elementos cercanos a lo que se ha calificado como
comunitarismo en filosofía política contemporánea, que supone una
creencia en un núcleo fuerte de valores objetivos constitutivos de una
comunidad y anclado en largas tradiciones históricas. Del mismo modo,
el malestar de aquellos filósofos sigue inspirando muchas formas de
activismo crítico contra tales o cuales propuestas tecnológicas: los
organismos genéticamente modificados, las tecnologías de reproducción
asistida, las técnicas de clonación, etc. ofrecen una alternativa
civilizatoria a una alternativa tecnológica. Proponen un cambio de
sentido de la civilización, que es calificada de tecnológica, para resolver
los problemas causados por una tecnología de forma particular,
reivindicando sensibilidades morales fuertes cercanas o internas a las
formas religiosas en algunos casos, y en otros ligadas a las formas
comunitaristas de varios movimientos sociales de género, etnia o
cultura.

Hay varios puntos que deben ser examinados en esta


aproximación pesimista a la tecnología concebida como una hubris de
dominación sobre la naturaleza. Antes que nada, advirtamos que la
crítica de estas aproximaciones no se extiende, claro, a sus tantas veces
acertados diagnósticos sobre los problemas que crean tales o cuales
tecnologías. Una actitud honesta hacia esta corriente de filosofía de la
tecnología debe sopesar con distancia y simpatía las capacidades críticas
de sus estudios empíricos. Tampoco tiene que ver la crítica con una
mayor o menor cercanía a las expresiones de malestar cultural que
muestran de forma explícita o en el aroma que desprenden la mayoría
de estos estudios. Cuando uno lee a Heidegger, una vez que logra el
primer paso de situarse en su particular modo de expresión, muchas de
sus advertencias son rápidamente identificadas como parte
irrenunciable de nuestro patrimonio cultural. Por último: tampoco tiene
que ver la crítica con la vaga reivindicación ecologista que pespuntea los
bordes de sus textos. La incorporación de las ideas de prudencia y
desarrollo sostenible a las políticas públicas contemporáneas se debe en
buena medida a las críticas de la tecnología, pero también y mucho más
a los movimientos de crítica social contra la sociedad del derroche y el
consumo. El malestar con el malestar tecnológico proviene más bien de
la incapacidad para obtener distinciones interesantes en el análisis de
los sistemas tecnológicos. Así, a veces, parece darse a entender que el
capitalismo es sólo un producto de la tecnología y no de las relaciones
de propiedad, y lo mismo se puede decir a veces de las formas de poder
asimétrico, como si fuese la tecnología la esencia y no un modo
particular de ejercicio de las relaciones de dominación. Pero el punto
fundamental de discrepancia aparece en cuanto nos planteamos una
visión política y no metafísica, para usar los términos de Rawls, de las
controversias y debates acerca del fenómeno tecnológico en general y de

130
sus formas particulares. Para decirlo rápidamente, aunque sea al precio
de caricaturizar algo esta posición, al situarnos en una perspectiva
civilizatoria, se nos ofrece y a la vez se nos quita la posibilidad de una
actitud crítica: mientras que se examinan con cuidado los efectos y
consecuencias de la tecnología contemporánea, el diagnóstico tiene tal
generalidad que no puede ofrecer otros consejos que los del cambio de
actitud, el cambio de civilización, etc. Cuando nos planteamos, como
aquí estamos desarrollando, las relaciones entre técnica y democracia,
entre ingenieros y ciudadanos, estas actitudes no permiten un concepto
compartido de justicia que sea a la vez abarcante y robusto y que
permita acoger puntos de vista tan dispares como los que ya conforman
nuestra civilización que, no lo olvidemos, es a la vez del riesgo y del
deseo, en donde cada avance, cada anuncio de una innovación, es
recibida a la vez con temor y con incontinente avaricia.

Tradición crítica y crítica a la tecnología.

Volvamos los ojos hacia la otra gran tradición que ha conformado


en el siglo pasado la aproximación cautelosa a la tecnología. Me refiero
a la filosofía política en general y a la tradición crítica en particular:
Marcuse, Adorno, Horkheimer, Habermas y aledaños. Lo que sigue
debe ser leído compasivamente como una aproximación superficial que
viene a cuento sólo por mor del argumento, no como una exposición de
la filosofía crítica, aunque tal vez algunas apreciaciones puedan resultar
de interés incluso para los especialistas y seguidores. Sabido es que la
tradición crítica se origina como una extensión (o profundización, si se
quiere) del marxismo hasta los estratos de la realidad social que habían
quedado oscurecidos o simplemente habían quedado por pensar en la
tradición marxista: la subjetividad, la cultura, la propia estructura
social, el estado y la política, la moral y el arte, etc. La aproximación
crítica a todos estos campos se hizo en una clave kantiana: lo general y
universal versus lo particular, los imperativos categóricos frente a los
imperativos hipotéticos. La tradición crítica (no entramos ahora en
discriminaciones) parte del convencimiento de que el capitalismo
representa una conformación social en la que lo particular sustituye
ilegítimamente a lo universal. Las relaciones de propiedad, de
producción y reproducción, la comercialización, invaden todos los
entresijos de lo social, desde la subjetividad de los individuos a sus
juicios morales y estéticos. No se limita la tradición crítica a decir que el
capitalismo es el responsable de esta situación, sino que, siguiendo a
Weber, contemplan el capitalismo y la civilización bajo una perspectiva
primordial: la teoría de la modernización. Siguiendo también en este
tono general, la teoría de la modernización se entiende como una
dinámica que no hay que referir históricamente a un momento y a un
espacio sino a una especie de fuerza o alternativa que podemos ya

131
encontrar presente en Grecia, en los mitos de Odiseo, por ejemplo 104 . Se
trata de una escisión cultural entre la racionalidad instrumental y la
racionalidad valorativa, entre los imperativos hipotéticos y los
categóricos, una escisión que recorre todas las dimensiones de la
cultura 105 .

La teoría de la modernización entiende la formación de las


sociedades modernas como producto de procesos de racionalización: de
conformación de todos los ámbitos de la existencia bajo la fuerza de la
racionalidad instrumental. El capitalismo y la tecnología no serían sino
formas de la racionalidad instrumental aplicadas a las esferas de lo
económico y de lo técnico. El pecado original de la modernización
habría sido la invasión de la racionalidad instrumental allende sus
propios límites, invadiendo los terrenos de la moral (utilitarismo), de la
epistemología (positivismo), de la filosofía política (liberalismo), etc. El
proyecto crítico, por su parte, se presenta, como su nombre indica,
como un impulso crítico, que trata de recordar siempre y en todos los
ámbitos la exigencia de trascendencia de los intereses particulares para
situarse en el terreno de lo universalizable y legitimador. El espacio
público de discusión y debate se estaría progresivamente adelgazando
bajo las fuerzas del juicio tecnocrático que produciría una creciente
despolitización de todas las esferas, comenzando, claro, por la propia
tecnología, convertida ella misma en una ideología de ocultamiento.
Bajo el capitalismo, el desarrollo técnico produciría necesariamente una
concentración de poder y control: la técnica se orientaría esencialmente
hacia un autoritarismo enmascarado que pretende impedir cualquier
otra sociedad posible 106 .

104 Horkheimer, M.; Adorno, Th. W. (1994) (1944) Dialéctica de la Ilustración.


Trad. Juan José Sánchez. Madrid: Trotta, especialmente “Excursus I: Odiseo, o
mito e Ilustración”. Odiseo representa la astucia que no sería sino una forma
de engaño a la naturaleza y a las formas de economía arcaica basada en el
intercambio. La Odisea entera es releída como un relato crepuscular que nos
habla del fin de la época arcaica y el alba de una era basada en el engaño y la
racionalidad instrumental.
105 Horkheimer, M. (1969) (1967) Crítica de la razón instrumental. Trad. H. A.

Murena y D. J. Vogelman. Buenos Aires: Sur, es un airado alegato contra las


epistemologías pragmatista y positivistas a las que acusa de ser las
justificadoras últimas de la sociedad burguesa basada en el dominio de la
ciencia y la tecnología: “Los idealistas glorificaron la cultura comercial
atribuyéndole un significado más elevado. Los positivistas la glorifican
adoptando el principio de esta cultura como pauta de verdad” (pg. 97).
106 El hombre unidimensional de Marcuse está motivado todo él por una tesis

doble y tensa: “1) que la sociedad industrial avanzada es capaz de contener la

132
En particular, ha sido Habermas quien ha desarrollado con una
extraordinaria complejidad filosófica las consecuencias positivas de este
planteamiento hacia los terrenos más concretos de la sociedad
contemporánea. Mientras que críticos como Horkheimer, Adorno y
Marcuse adoptan una posición de rechazo totalizadora en la que la se
mezclan en el mismo saco la racionalidad instrumental, la ciencia, la
técnica, el capitalismo, la cultura (quizá excluyendo la “alta cultura” que
se salvaría por su potencial crítico y transgresor: la teoría crítica radical
no es incompatible con una suerte de elitismo esteticista que tiene no
pocos cultivadores en los ámbitos académicos), Habermas distinguiría
esferas con una cierta autonomía: las ciencias naturales formarían un
espacio que, a condición de no invadir los jardines vecinos, tienen sus
propios dominios de validez y verdad. Pero eso no resta que su crítica
sea menos ácida, pues los procesos de modernización habrían invadido
todas las esferas disfrazando de racionalidad funcionalista lo que no
sería sino puro pensamiento tecnocrático. Su base filosófica más
importante, como es bien conocido, es la teoría de la acción
comunicativa, en donde presenta las condiciones de legitimación de
cualquier instancia que pretenda ser sustentada en el terreno social 107 .
Parte Habermas de la base de que toda acción se construye contra el
trasfondo del mundo de la vida, una figura filosófica que recuerda a las
formas de vida wittgensteinianas y que se traduce en la idea de que
siempre partimos de formas de interacción social con otros sometidos a
reglas, controversias, etc 108 . Lo que debe hacer el filósofo es hacer
propuestas de orden sobre cómo es posible construir legitimaciones. El
sistema es, claro, procedimental: la legitimación es un proceso de

posibilidad de un cambio cualitativo para el futuro previsible; 2) que existen


fuerzas y tendencias que pueden romper esta contención y hacer estallar la
sociedad” Marcuse, H. (1985) El hombre unidimensional. Ensayo sobre la
ideología de la sociedad industrial avanzada. Trad. Antonio Elorza.
Barcelona: Planeta-Agostini, pg. 25. La técnica obraría entonces como motor
que posibilita el cambio, al hacer presentes posibilidades de emancipación, y
como principal instrumento de represión y de ocultamiento de la explotación.
Un estudio magnífico de las tesis de Marcuse es el que desarrolla Habermas en
controversia con él en Habermas, J. (1984) (1968) “Ciencia y técnica como
ideología” en Ciencia y técnica como “ideología”. Trd. Manuel Jiménez
Redondo y Manuel Garrido. Madrid: Tecnos.
107 Habermas, J. (1987) (1981) Teoría de la acción comunicativa. 2 vols. Trad.

Manuel Jiménez Redondo. Madrid: Taurus


108 La reivindicación del mundo cotidiano es una de las matizaciones más

importantes de Habermas contra los críticos radicales de la racionalidad


instrumental como Horkheimer y Adorno (también, dirá, posteriormente,
Foucaul, Derrida, et alii ). Véase el interesantísimo “El contenido normativo de
la modernidad”, en Habermas (1989) (1985) El discurso filosófico de la
modernidad. Trad. Manuel Jiménez Redondo. Madrid: Taurus.

133
consenso en el que obran normas y pretensiones que son reconocidas en
la controversia como universalizables a las partes. Aplicado a la
tecnología, el aparato crítico la ilumina con los colores de la tecnocracia:
la tecnología contemporánea se habría constituido, como ya Weber
temió en su análisis de la burocracia, en un sistema que excede su
propia esfera y traslada su racionalidad a los ciudadanos invadiendo el
juicio moral y político con pretensiones universales de lo que no son
más que juicios instrumentales extrapolados.

La teoría crítica como teoría de la modernización ofrece un


marco valioso para el estudio de las relaciones entre la tecnología y la
democracia, pero tiene un defecto no diferente al de otras tradiciones
críticas: su reducción, ilegítima, de la tecnología a racionalidad
instrumental, su visión de un fenómeno social como muestra de una
racionalidad que se convierte en una especie de fuerza del destino. Y
que quizá sólo obra retóricamente para subrayar el otro polo, el de la
racionalidad valorativa. Pero la escisión entre racionalidad instrumental
y valorativa, en primer lugar es imposible de trasladar al territorio de
los artefactos, que son, y así son interpretados, explicados y entendidos,
como objetos que realizan muchas dimensiones que atraviesan las dos
formas de racionalidad, como ya insinuamos en el anterior capítulo.

En segundo lugar, la teoría crítica instaura un


procedimentalismo que se remite a los procesos de acuerdo y consenso
en las controversias sociales más que a sus resultados: es legítimo, para
decirlo en términos de la teoría de las controversias, cualquier cierre de
una controversia que respete las normas de construcción
universalizadora. Pero esta visión deja en la oscuridad las condiciones
de logro reales de la agencia humana: no importa que el funcione o no,
que alcance o no el fin buscado por los procedimientos robustos de la
agencia humana: basta el consenso para legitimarla. Como diría Russell,
el escándalo moderno no es si el mundo existe o no, sino si tenemos que
aceptar que quien se cree un huevo duro está loco sólo porque está en
minoría. Y éste es precisamente el pecado de la tradición crítica: que,
como previamente ha escindido las dos formas de juicio, como
componente esencial de la modernidad, y ha decidido que los procesos
de legitimación caen enteramente sólo de un lado, el éxito tecnológico
no tiene nada que ver con la legitimación.

En tercer, pero no menor, lugar, la teoría crítica como teoría de la


modernización ignora o parece ignorar al menos toda la tradición
crítica de la tecnología que proviene de los estudios referidos a aspectos
concretos o provienen de perspectivas identitarias particulares. No hay
referencias en el marco de la tradición crítica a la historia, sociología y
estudios de la ciencia y la tecnología. Bien es cierto, no es menos grave

134
el desconocimiento y desprecio que las nuevas corrientes de estudios
culturales parecen mostrar hacia tradición crítica, pero no por eso
disminuye el sentimiento de que la tradición crítica tienen una visión
del mundo tecnológico más cercana a la del intelectual estereotípico,
encerrado en una biblioteca, hemeroteca, discoteca, etc… que a la visión
del ciudadano normal, usuario o usufructuario de un entorno
tecnológico en el que discurre no sólo su vida cotidiana sino también su
imaginario y sus expectativas vitales. Es más que sorprendente que no
encontremos referencias cruzadas entre las dos tradiciones críticas que
estamos señalando.

En resumen, pues, la tradición crítica, como el pesimismo


tecnológico que hemos recorrido anteriormente, nos transporta a un
espacio externo, como si pudiéramos analizar la tecnología en la misma
perspectiva en la que el médico analiza nuestro cuerpo: desde fuera y
con un conocimiento que como pacientes no podemos poseer de
nuestros propios padecimientos o siquiera funcionamientos. Mas
precisamente está en este lugar privilegiado en el que se sitúan los
pesimismos y criticismos el pecado de asimetría política y ciudadana
que origina no menos malestar que el de la propia tecnología: como si
los intelectuales críticos estuviesen reivindicando que se les situase en el
lugar de los tecnócratas que critican.

Posibilismo y crítica.

La respuesta al pesimismo tecnológico puede y debe darse en sus


propios términos. Pues la raíz más profunda de su argumento es una
posición metafísica una acusación: la voluntad de poder que habita la
técnica y que habría hecho de ella un mundo, una realidad
absolutamente ajena y descontrolada. La respuesta debe aceptar que el
origen del malestar se encuentra en una descripción metafísica que
cabría de calificar como necesitarista y en una ontología del devenir
absolutamente pesimista. La técnica se convierte en un destino, en una
“realidad” sostiene Ellul:

“Se ha creado aquí una nueva espontaneidad de la que ignoramos las


leyes y los fines. En este sentido se puede hablar de “realidad” de la
técnica, con su cuerpo, su entidad particular, su vida independiente de
nuestra decisión. La evolución de las técnicas deviene entonces
exclusivamente causal, pierde toda finalidad” (p. 86)

Si adoptamos un pensamiento posibilista, y si aceptamos la


existencia simultánea de posibilidades que están en la cabeza de los
humanos, de sus culturas particulares y de posibilidades objetivas que
están realizadas en las capacidades técnicas, se hace posible una

135
respuesta que alcance los mismos niveles de profundidad del pesimismo
tecnológico. Observemos secretamente desde una cámara a un
estudiante en una biblioteca. Se acerca a un estante donde quizá estén
los libros de su autor favorito: toma un volumen, lo hojea, lo deja, se
aleja, vuelve, mira a su alrededor asustado. Suponemos con cierta
verosimilitud de que su descripción de la realidad ha cobrado un color
moral. Está sopesando posibilidades y deliberando sobre “hechos” que
ahora ya tienen sentido moral al ser simplemente representados como
posibilidades. Se ha entrevisto a sí mismo llevándose el libro sin pagar y
en su cabeza se amontonan embarulladamente principios, miedos y
deseos. Un católico diría tal vez que en su corazón ya ha pecado: se ha
activado en su corazón irreversiblemente una posibilidad que está
envenenando su alma y que ya ha cambiado su existencia, aún si decide
salir de la biblioteca por miedo a ser descubierto por los sistemas de
alarma. Pero aún así, reconociendo esta posibilidad, aún podemos
salvar las posibilidades: no son ellas culpables de nada; son nuestro
modo de estar en el mundo, de nuestra existencia que discurre en una
doble naturaleza causal e intencional. Mas lo que ata a ambas
naturaleza no es ninguna relación cartesiana de reflejo o
correspondencia, sino una mucho más espinoziana trama de
capacidades e impulsos realizables.

Nos enredamos en una trama de posiblidades. Cuáles están a


mano y cuáles lejanas, depende de nuestras capacidades y depende de la
realidad. La expansión de las posibilidades depende de la exigencia del
contexto tecnológico, como ya vimos en el anterior capítulo. Pero su
consecución depende de que sea realmente un logro, de que sea un
resultado dependiente de la acción. La tecnología tiene menos que ver,
entonces, con la racionalidad instrumental que con la autonomía de la
agencia.

La agencia humana en la civilización de las máquinas.

La era de las máquinas.

Las máquinas simples ya fueron estudiadas por los ingenieros


alejandrinos como Ctesibio, quienes las clasificaron en unos tipos
básicos: tornillo, palanca, plano, rueda…Hablamos de máquinas en el
sentido moderno, cuando las piezas elementales se combinan y generan
cuasi-organismos: complejos de subsistemas con funciones específicas
que, a su vez, se componen entre sí creando un sistema global;
precisamente el que identificamos con la máquina, artefacto técnico por
excelencia. Las máquinas, aunque utilizadas profusamente en los
ejércitos y ocasionalmente en la industria, cambiaron de naturaleza con
la invención de los nuevos mecanismos de relojería al final de la Edad

136
Media. La época moderna configuró su metafísica bajo el influjo de la
metáfora de estos nuevos objetos de los que fue paradigma el reloj de
pesas. El “mecanicismo”, nombre que damos a aquella filosofía de la
naturaleza, fue un producto de la explotación cognitiva de una metáfora,
el mundo como reloj. Tras ella, los organismos como autómatas, el
cuerpo como máquina habitada por la conciencia. La metáfora no era
puramente metafísica, fue un resorte que impulsó todos los programas
de investigación científica: la medicina dejó de ser alquimia y “materia
médica” (farmacia) y se transformó en fisiología a través de las teatrales
prácticas de disección en los nuevos escenarios en los que los cuerpos
cadáveres eran mostrados al público curioso 109 . A la par que la
medicina, las otras ciencias de la vida emprendieron la exploración del
nuevo territorio de los mecanismos fisiológicos en los que el
descubrimiento se traducía en el desvelamiento de la máquina
subyacente a las funciones vivas. Descubrir llegó a ser sinónimo de
desencantamiento, de desvelar que el misterio de la vida no era mayor
que el misterio del reloj. Pero al mismo tiempo, en la dirección
contraria, la naturaleza comenzó a pensarse como el artefacto de un
dios artesano desconocido. No hay casualidad cultural en el hecho de
que los argumentos teológicos hiciesen uso del nuevo lenguaje en el
reiterado argumento del relojero (último nombre para la divinidad
filosófica), que trataba de convencer al agnóstico de que un orden tal del
mundo y de los organismos que lo pueblan como el existente reclama un
diseñador sabio y eficiente. La máquina se había convertido en la forma
de la conciencia, en el espejo de lo humano y lo divino. Desde el siglo
XIX fue además el dique contra el que rompieron todas las quejas con la
tecnología. Más tarde, como ya hemos visto en el caso de los autores
más relevantes del pesimismo tecnológico, la máquina se convirtió en el
paradigma de la deshumanización, en la frontera que separaba
definitivamente la artesanía, tolerada por los pesimistas, de la
tecnología, que estaba definitivamente ligada a la industrialización y a la
proliferación de las máquinas.

Sorprende por ello la escasa reflexión metafísica sobre la


máquina que encontramos en la historia de la filosofía, más allá de la

109 Javier Moscoso ha estudiado exhaustivamente estas prácticas como


muestra de una cultura que a la vez que construía el cuerpo como un territorio
que debía ser explorado, lo convertía en un objeto que podía ser despedazado y
“analizado” en sus componentes. En sus estudios sobre el concepto de dolor en
la historia de la medicina, la idea de que el cuerpo es una máquina tiene mucho
que ver con la idea de que el dolor no es nada sobre lo que merezca la pena
actuar, es, todo lo más un indicativo que sirve al médico como un instrumento
más de exploración. No muy lejano del concepto que tiene el funcionario
torturador, para el que el dolor no es más que una parte más del expediente.

137
suposición de su existencia y de la admiración metafísica por su
perfección y del terror romántico a su posible imperio sobre lo humano.
Contemporáneamente, el más profundo de los pensadores sobre la
máquina como objeto de reflexión filosófica ha sido el injustamente
olvidado filósofo francés Gilbert Sismondon (1924-1989) quien escribió
en 1958 su obra capital Du mode d’existence des objects techniques 110 en
la que conformó un auténtico programa de investigación sobre la
filosofía de los artefactos y su relación con la cultura. Tres ideas claves
de Sismondon son, en primer lugar, la diferencia esencial entre el útil y
la máquina; en segundo lugar, el carácter sistémico de componentes y
funciones como definición de la máquina y, en tercer lugar, la
metodología evolucionaria 111 aplicada a la explicación del cambio
técnico en las máquinas, una explicación que solamente se popularizó,
como tantas otras, cuando fue redescubierta en el mundo anglosajón
veinte años después. Sismondon debe ser considerado como uno de los
grandes filósofos de la técnica que tuvo la percepción de examinar con el
cuidado de un entomólogo lo que en aquellos años era el motivo de
escándalo para todos los filósofos pesimistas respecto a la tecnología: la
invasión de los ultra-artefactos, los automatismos. La obra de
Sismondon es contemporánea de las de Heidegger (su segunda época),
L. Mumford y J. Ellul, aunque observamos en él una frialdad que
identificamos con la del filósofo templado en las fraguas de la ontología
más que bañado por cálidas aguas de la moral. Sismondon se acerca a
las máquinas con la parsimonia de quien cree que al desvelar sus
secretos y hacerlas trasparentes desaparecen muchos fantasmas
culturales. En su obra nos acercamos a los mecanismos reales que uno
encuentra en un manual de ingeniería, y sus reflexiones están muy
cercanas al lenguaje y a la representación de los ingenieros. Pero al
mismo tiempo se acerca a ellos con la mirada de un filósofo que observa
lo que de nuevo traen las máquinas a la trama de la realidad.

Entenderemos mejor las ideas de Sismondon si pensamos en una


clase de máquinas que proliferaron en la época, los años cincuenta, y
que causaron un asombro justificado en algunos historiadores y
filósofos 112 . Me refiero a los trenes de montaje automatizados de las

110 Sismondon, G. (1989) Du mode d’existence des objects techniques. París :


Aubier. Sobre Sismondon, es muy útil AAVV(1994) Gilbert Sismondon : Une
pensée de l’individuation et de la technique. París : Albin Michel.
111 Empleo el neologismo evolucionario que debo a Toni Doménech para

diferenciar la expansión de la explicación evolutiva del contexto biológico a


contextos culturales más amplios sin que implique, no obstante, ningún tipo de
biologismo.
112 Lilley, S. (1957) Automation and Social Progress. New York: International

Publishers Co.

138
nuevas fábricas de vehículos automóviles e industriales. Eran máquinas
compuestas por numerosas máquinas y sistemas de control que
devinieron en iconos de la nueva era de la automatización. Más que el
automóvil, los aviones, misiles o naves estelares, las cadenas
automáticas de montaje, en su humildad cultural, mostraban una nueva
relación de los humanos y las máquinas y sustituyeron al reloj como
metáfora de los automatismos. Ejemplificaban más que cualquier otro
artefacto la transformación visible en el industrialismo. En Tiempos
modernos, Charlie Chaplin había mostrado en imágenes la teoría
completa del movimiento obrero en la época del primer industrialismo:
el proletario había sido transformado en un apéndice de las máquinas
en las grandes cadenas de montaje e industrias anteriores. Los obreros,
obreras, niños, no eran (son, allí donde se mantiene esa forma de
industrialización) sino puros dispositivos mecánicos consumibles y
prescindibles. El tren de montaje automatizado separaba al obrero de la
máquina y, como señala Sismondon, lo convertía en técnico. El nuevo
obrero no necesitaba ya “conocimiento práctico”, ni mucho menos el
patrón ciego y automático de los movimientos compulsivos que
desarrollaba Charlot en su papel de obrero industrial. El técnico
abandonaba definitivamente su estadio de artesano o, peor aún, de
obrero montador para ocuparse de controlador de los controles
automáticos, de vigilante, supervisor y, ocasionalmente, del
mantenimiento de la máquina automática. Dos décadas más tarde,
ordenador y las llamadas nuevas tecnologías han sustituido a los
automatismos en su papel icónico. Han añadido, ciertamente, nuevos
elementos en la escalada del control y autonomía (sistemas expertos,
inteligencia artificial, …) pero han perdido ya ese elemento de
corporeidad que ilustraba la automática y que es un elemento central en
nuestro examen de la naturaleza de la máquina y de sus relaciones con
los humanos. Pues una máquina se diferencia de un útil en que aquélla
adquiere y desarrolla su propio significado independientemente de la
mano humana que la guía. La máquina no necesita al humano más que
en la periferia de su existencia: antes, después, como un adminículo más
de la relación con el entorno. Pero ya no puede ser definida por su
relación a un movimiento corporal, como lo es un martillo, una espada o
un arado. Una turbina, un motor de explosión o la primitiva máquina de
vapor, son sistemas autocontenidos, que podrían ser operados por otras
máquinas sin necesidad de exigir el cuidado humano.

139
El antropólogo André Leroi-Gourhan fue el pionero de los
estudios sobre los útiles 113 en las diversas culturas. Estudió cómo los
instrumentos crecen adaptando sus formas a los movimientos que los
convierten en útiles. Su corporeidad es un epifenómeno de la
corporeidad humana, se adapta al cuerpo como coraza, como extensión
de los miembros, como ampliación de sus funciones biológicas. La
máquina se enajena del cuerpo humano: existe como oposición a lo
corpóreo. Una máquina es un complejo de funciones autosostenido y
autosignificante. Se diferencia de un útil en que adquiere su propio
significado como efecto de la complejidad de materiales, formas y
funciones de sus componentes. El martillo sólo es martillo en la mano
que golpea, pero la aeronave mantiene su esencia sin el piloto. Cuando
despega, el piloto automático, un componente de la máquina, toma el
mando y lleva a la aeronave a su destino y sólo en los últimos momentos
vuelve a ser pilotada.

Para la mentalidad cartesiana que hace de lo humano otro


nombre para la conciencia, esta liberación de la máquina de la tutela del
sujeto es una fuente oscura de terror que convoca las más temibles
pesadillas. En la distopía de Samuel Butler, Erehwon, las máquinas
evolucionan como individuos de cualquier especie, un mito que aparece
recurrentemente en la literatura y los filmes 114 . Gilbert Sismondon
establece una metáfora biológica entre la evolución de los artefactos y la
evolución de las especies. En ambos casos se desarrollan complejos
sistemas autocentrados que preservan su existencia mediante el control
de los estados internos (materiales, energéticos, informacionales) en
respuesta a los cambios en el medio, o ejerciendo transformaciones en
dicho medio en también recíproca respuesta a los primeros cambios: los
pájaros, por ejemplo, construyes nidos en respuesta a las
transformaciones internas del organismo de la hembra que está a punto
de reproducirse. La construcción de Sismondon captura un elemento
central poco notado por los filósofos de la técnica, que centran su

113 Leroi-Gourhan, A. (1945) (1973, 2ª ed.) Évolution et techniques. Vol. I :


L’Homme et la Matière. Vol. II : Milieu et techniques. Paris : Albin Michel,
trad. Ana Agudo, Madrid, Taurus, 1989
114 en Terminator, de James Cameron (1984) un androide de esqueleto de

titanio es enviado por las máquinas para eliminar a la mujer que ha de


concebir al líder de la resistencia futura contra las máquinas. Dejando al
margen los ecos bíblicos de este guión, no deja de sorprender esta capacidad
política de las máquinas que parecen haber heredado de todos los candidatos
la convicción de que asesinando a unos pocos dirigentes se acaba con la
resistencia. Esta similitud con los dictadores debería haber hecho sospechar a
los resistentes que las máquinas a las que se enfrentaban eran menos “otros” y
más “nosotros” de lo que podría hacer concluir la realidad del enfrentamiento.

140
reflexión únicamente en la acción humana mediada por instrumentos y
útiles, y no reparan en la importante transformación que significan los
nuevos entornos tecnológicos poblados de estas entidades fronterizas de
lo vivo que son las máquinas. La actitud pesimista es también una
actitud hacia la frontera entre humanos, seres vivos y máquinas. Los
humanos, desde esta perspectiva, se habrían alzado ilegítimamente al
nivel de los dioses creadores de vida, y su propia estupidez les habría
hecho fabricar monstruos. Es este un patrón del imaginario colectivo
que coincide con la visión romántica de la nueva técnica y que persevera
en las tesis de la tecnología autónoma fuera de control.

La agencia humana y la experiencia de enajenación.

La experiencia primigenia de agencia, de acción


intencionalmente dirigida es la experiencia de las acciones básicas:
{intención, acción, resultado} Son experiencias primitivas tales como
alcanzar un vaso de agua o dar una patada a un balón. La normatividad
y condiciones de éxito de estas acciones se encuentran muy cercanas a la
experiencia fenoménica de la acción: la motricidad del cuerpo va
seguida de la experiencia de los resultados, de modo que se establece un
proceso continuo de realimentación entre la acción motora, la
percepción de resultados, la subsiguiente reacción motora, etc. La
acción técnica artesana pertenece a esta suerte de agencia primigenia
(obsérvese que evito el adjetivo “primitiva” para soslayar toda evocación
de algo deficitario). Arreglar un grifo, tocar la guitarra, regatear a un
defensa, son procesos dinámicos dirigidos por patrones internalizados
y, ocasionalmente, por reglas explícitas de operación. A lo largo de tales
procesos, el cuerpo se convierte en un sistema de acción pautado por
algo así como un programa de ordenador: por la información
operacional enclavada en la cabeza del agente.

La experiencia técnica en un entorno poblado por máquinas, ya


sea la experiencia cotidiana del hogar, del transporte o la experiencia
especializada en los grandes sistemas sociotécnicos, tiene unas
características diferentes a la experiencia primigenia. En estos entornos,
la acción no se continúa en un resultado inmediato, sino en un resultado
mediado por complejos de funciones ajenos al control sensorio-motor
del agente. Es aquí donde nace una dialéctica de experimentar una
suerte de enajenación en la agencia y una posterior asimilación de la
que el agente surge convertido e un ciborg de nuevo tipo: programamos
y ponemos en marcha la lavadora y entonces comienza un proceso más
allá de nuestro control que termina en la parada de la máquina y
recogida de la ropa lavada y quizá seca; encendemos el ordenador: la
experiencia ahora puede adquirir visos de una cierta continuidad, pero
sabemos que la máquina está realizando operaciones electrónicas a las

141
que no nos está permitido acceder. La experiencia primera con las
máquinas automáticas es una experiencia de enajenación y
vulnerabilidad, como la que sentimos en nuestros comienzos
titubeantes en la conducción de un automóvil, una experiencia que
aparece como tensión corporal agotadora. Cuando más tarde el
automóvil se convierte en una extensión del cuerpo, la experiencia de
fragilidad se transmutará a veces por desgracia en una engañosa
experiencia de dominio y habilidad que amenaza gravemente vidas
humanas, pero en cualquier caso, el complejo del automóvil se habrá
convertido en un útil, en una parte del mundo-a-mano. Sin embargo,
muchos otros componentes del entorno maquinístico, la mayoría de
hecho, permanecerán en esta forma amenazadora de fragilidad,
distancia y riesgo.

Esta dinámica de interacción con las máquinas se ha


contemplado como una fractura de la identidad humana por parte del
pesimismo tecnológico. Para estos pensadores las técnicas pueden
dividirse aún en técnicas “humanas” e “inhumanas”. Y sin embargo la
experiencia nos habla a la vez de nuestra naturaleza, de la naturaleza de
las máquinas y de la naturaleza de nuestra interacción mutua
constitutiva. Porque no es cierto que la experiencia de enajenación deba
ser considerada en sí misma como definitiva, como un destino o una
forma de existencia, sino más bien al contrario, como un momento en
un proceso dialéctico de constitución de la agencia humana en un
entorno técnico del que ella misma forma parte constitutiva en su
naturaleza híbrida.

La zona nuclear de la agencia humana es la experiencia de


libertad, que tiene, a su vez, dos dimensiones: en primer término, la de
“lograr” lo que el agente se propone por encima de lo que el destino le
reserva, logro que, a su vez, tiene que ver con las capacidades del agente
y con las capacidades de control de su entorno; en segundo término, la
de abrir nuevas posibilidades que sólo existen por la intervención del
agente, experiencia que Heidegger llamó de “desvelamiento” de lo real.
En este capítulo nos centramos solamente en la primera. Es en la
dimensión del control en un entorno técnico en la que encontramos una
forma diferente de experiencia de libertad que debe ser mirada con
cuidado, con una mezcla de sospecha y confianza, no menor, sin
embargo, que la que debe emplearse para examinar cualquier
dimensión de la agencia humana, no importa bajo qué contexto o
entorno.

142
Control y preservación de propiedades.

La idea de control como dominación, como degradación del


entorno a un “reservorio de energía”, para expresarlo en términos
heideggerianos, está sustentado sobre una noción dualista de un sujeto
separado de la naturaleza y poseído por una voluntad de poder sobre lo
que ha quedado convertido en “objeto”, de algo inanimado que ya no
tiene otro destino que el de ser manipulado. Se ha notado poco, sin
embargo, que la idea primitiva de la partición sujeto/objeto no
corresponde a esta división entre lo agente (intencional) y lo paciente y
pasivo (físico). Tampoco corresponde esta idea de control ni a la
realidad técnica de lo que son los sistemas de control ni a la realidad
biológica de los sistemas de homeostasis, ambos constituyentes
esenciales de los sistemas técnicos complejos y de los sistemas vivos
respectivamente. El subjectum en la cultura medieval y barroca
denotaba la “materia” que conformaba una disciplina: el médico, así,
cursaba el subjectum de su materia: medicina, materia médica
(farmacia) astrología judiciaria, etc. ; el objectum, por su parte, era el
referente acerca del cual versaba la materia: el cuerpo, los humores, los
astros,... De manera que la separación entre sujeto y objeto tenía una
concomitancia con lo que hoy llamaríamos la distinción entre sentido o
contenido y referente, una distinción que debemos a Frege. La inversión
moderna de la dicotomía, por el contrario, consiste en adscribir al
“sujeto” un principio de unidad al que puede ser imputada la
responsabilidad, que sólo puede ser imputada, precisamente, en la
medida en que se presuponga la unidad en primera persona, el “yo”. Es
una idea ésta de origen agustiniano anclada en el problema de la culpa y
el perdón, pues ambos elementos constituyen la zona nuclear de la
conciencia, concepto que en parte nos remite a las prácticas de
confesión católica, en parte a la libre conciencia de los reformados y
calvinistas.

No es contradictorio pensar que las trayectorias históricas


pudieran haber seguido sendas diferentes de no haber mediado las
crueles guerras de religión que asolaron la Europa del Renacimiento y el
Barroco. Quizá una noción más amplia de persona, más acorde con la
vieja idea del subjectum: basada en las narraciones coherentes de los
hechos de la vida en tanto que siguen un rumbo, un sentido y versan
sobre un objeto, la interacción entre el cuerpo y lo que le rodea. Mas si
cabe un pensamiento contrafactual como el anterior es porque hay una
noción alternativa de sujeto que conlleva también una noción
alternativa de “control” de la realidad.

La idea rechazable remite la relación de control a un quién que


controla un qué. Aquí deberíamos recordar cómo la metafísica moderna

143
está determinada por la metáfora del reloj y el relojero, la metáfora de
una máquina y del fantasma que habita en ella. Una máquina regida
únicamente por la geometría, la causalidad, la pasividad, frente al
fantasma que es pura actividad, pura voluntad espontánea. Pero en
realidad un sistema de control es otra cosa, en una suerte de función
cuasibiológica, es una forma de re-acción al estímulo de forma
automática, cibernética. La vieja idea de sujeto/objeto nos refiere a la
experiencia práctica de los filósofos modernos de las máquinas
primitivas, los autómatas: relojes, juguetes ornamentales, etc. Es una
realidad tan primitiva como torpe. Como ha escrito Javier Aracil:

El comportamiento de los autómatas, por elaborado que parezca, es una


realidad simple y mecánico, repetitivo, carente de capacidad de
adaptación. Hasta que no aparezcan en la concepción de las máquinas
bucles de realimentación mediante los cuales, dotados de capacidades
autorreguladoras y adaptativas, no nos encontraremos, hablando
propiamente, en el campo de la cibernética.(Máuinas, sistemas y
modelos, p. 48)

Las modernas máquinas incorporan mecanismos de autocontrol,


mecanismos que se basan en un uso secundario de la energía, que deja
de ser exclusivamente soporte para el movimiento y se convierte en
medio de transmisión de la información. Entre estos mecanismos Javier
Aracil incorpora los autorreguladores y los servomecanismos. Entre los
primeros, destaca con toda la gloria histórica el “governor” de la
máquina de vapor James Watt, el primero entre los dispositivos de
regulación de la velocidad de giro del eje impulsado por la turbina. Está
basado en un sistema simplísimo de realimentacion, un mecanismo de
bolas giradoras que contiene información sobre la naturaleza del estado
en la velocidad de giro antular: cuando la velocidad aumenta, el
mecanismo de tijera tiende a cerrar la fuente de vapor, manteniendo así
constante la velocidad determinada.

INSERTAR FIGURA 1

Entre los servomecanismos señala Aracil por su paradigmática


importancia los primeros dispositivos de amplificación de la acción del
timonel para controlar los grandes buques: el timonel (cybernetes)
señala una posición y el servomecanismo ordena a S amplificar la señal.

INSERTAR FIGURA 2

Los años en los que se desarrollaron los primeros dispositivos


cibernéticos son contemporáneos con la primera gran oleada de
pesimismo tecnológico. Norbert Wiener construía su revolución

144
cibernética al tiempo que Lewis Mumford, Ellul y Heidegger
desarrollaban sus profecías sobre el destino de la civilización técnica. Es
cierto que en esos años, la posguerra de la segunda guerra, el
maquinismo, la mecanización, comenzaba a extenderse en la vida
contidiana, como señalaba con escándalo S. Giedion. Uno de los puntos
nucleares de los sistemas de control es que pueden componerse en
estratos progresivamente crecientes de complejidad. Es el mensaje más
importante del bestseller de hace unos años de Douglas Hoftasdter 115
sobre la iteración de los sistemas de control y autorreferencia como
origen último de la informática. Es precisamente la complejidad la que
trasciende desde la máquina cibernética al computador: primero de
válvulas, más tarde de circuitos integrados,más tarde programable, es
decir, automodificable (relativamente al programador). La complejidad
de automatismos cibernéticos es, más que la telemática, el componente
principal del tercer entorno, como ha sido calificado por Javier
Echeverría 116 . El tercer entorno es, más que un sistema de información,
sobre todo un paisaje de sistemas autorregulados que ofrece ese aspecto
de selva incontrolada de seres que desarrollan funciones que escapan al
control de los usuarios y que sin embargo se convierten en los
mediadores de toda acción.

De la experiencia de enajenación que suponía la acción en el


tercer entorno se estaba pasando a un componente de la sociedad del
riesgo: la experiencia de estar creando lo definitivamente otro, de crear
análogos a seres vivos que pudieran tal vez infectar a los humanos algún
día infligiéndoles un daño a ellos o a la naturaleza. Ni la biotecnología ni
la nanotecnología son diferentes en este aspecto a los ordenadores. Son
complejos sistemas de realimentación basados en genes o en
minimecanismos que reaccionan al entorno. Producen la misma
sensación de haber inseminado el mundo de vida artificial fuera de
control.

Los computadores significaron la aparición de un sistema


híbrido: incorporaban los bucles y controles informacionales a su propia
conducta como máquina. El debate que recorrió la ciencia cognitiva y la
filosofía fue ( y sigue siendo) el de la posibilidad de una auténtica
Inteligencia Artificial que sobrepase el test de imposibilidad de
resolución de que se trata de un “mecanismo” que postuló Türing como
posible: ¿llegarían los ordenadores algún día a una capacidad de acción

115 Hoftasdter, (1982) Gödel, Echer Bach. Un eterno bucle dorado. Barcelona:
Tusquets
116 Echeverría, J. (1999) Los Señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno.

Barcelona: Destino.

145
comunicativa genuina?, ¿alcanzarían a desarrollar aspectos de la
fenomenología de la conciencia como los colores o las emociones?
(Recordemos a Hal, el ordenador de Ray Bradbury inmortalizado por
Kubrick en 2001. Una odisea en el espacio) ¿llegarían a sentir
compasión por los humanos, como los robots de Asimov?. La cultura se
había instalado, sin embargo, en un dualismo metodológico entre
fenomenología y teoría de sistemas (más tarde ciencia cognitiva) que ha
tenido unas consecuencias desastrosas para la ontología. Muchos
autores pusieron el límite a priori de todo lo artificial en la barrera de
los componentes fenomenológicos del organismo o del sistema
cibernético. Nunca un ordenador sentiría pánico humano por más que
desarrollase algún análogo del miedo con los mismos componentes
artificiales. La fenomenología de la acción comunicativa, en un contexto
más amplio, nunca puede ser contaminada por la teoría de sistemas, no
viceversa.

Pero, ¿no es este un problema radical de nuestra cultura? ¿no


cabría concebir la conciencia, las acciones comunicativas, la esfera
pública como momentos de procesos de emergencia de una modernidad
reflexiva que a la vez que modifica la tecnología se automodifica a sí
misma creando o desvelando nuevos mundos?. En cierta forma la teoría
crítica habría estado exportando al mundo de las interacciones sociales
complejas la barrera cartesiana de la conciencia incontaminada. Que es,
a su vez, la contraparte de una visión de lo vivo como máquina, como
pura máquina y de los sistemas sociales como puros ejercicios de
racionalización mecánica. También la teoría crítica sigue en cierto modo
prisionera de los orígenes agustinianos de la desaparición entre en
mundo mecánico-vivo y la conciencia.

La aparición de los sistemas cibernéticos ha dado paso a una


nueva clase ontológica: los sistemas adaptativos, los sistemas que
transforman el medio al tiempo que el medio los transforma. Son
sistemas cibernéticos que no pueden ser estudiados sino en su entorno:
son sistemas situados. Todos los seres vivos pertenecen a esta clase.
Pero también pertenecen a ella muchos sistemas técnicos y muchos
sistemas sociales, y, por supuesto, muchos sistemas sociotécnicos (un
hospital, una factoría, etc.) Son sistemas que transforman el entorno
autotransformándose y creando nuevos entornos en los que continúa la
dialéctica.

Ahora bien, lo esencial de los sistemas adaptativos no es lo que


cambia, sino lo que se preserva: en la preservación de propiedades es
donde reside la idea nuclear de control. No controlamos sistemas,
controlamos propiedades, estados y procesos que nos importan. El
control es siempre preservación de algo que importa, elevación de una

146
propiedad a un valor. El termostato no controla la habitación, controla
la temperatura, el governor de Watt controla la velocidad, el control de
calidad, la calidad de las piezas o de las acciones, etc... La idea de
control deviene ahora en una característica central de los sistemas
adaptativos: un sistema de control es un portador de identidad del
sistema. Determina lo que importa, de lo que debe cuidarse el sistema.
Así, al final, si eliminamos de la idea de control la ontología dualista, lo
que queda es algo muy parecido a una noción de control como “cura” o
cuidado de lo que importa. Se convierte así una dimensión esencial de la
calidad de la agencia y, para lo que a nosotros nos interesa, en una
condición de satisfacción de lo que podríamos denominar éxito
tecnológico. Controlar una acción es preservar la intención: conseguir lo
que se busca y sólo lo que se busca, hacer que la interacción con el
medio preserve un cierto estado, un diseño, un plan. El sistema
emocional humano, otrora pensado como una parte de lo pasivo de la
mente, “pasiones” en la terminología barroca, tiende a ser entendido
ahora como un sistema de alerta y control sobre el desarrollo adecuado
de nuestros planes de vida.

El mundo que habitamos ya está definitivamente conformado por


la acción humana. La industrialización, unida al incremento de
población (es curioso cómo suele hablarse irreflexivamente de
“superpoblación”, como si tuviésemos ya claro cuáles son los números
de los seres humanos admisibles), ha producido este extraño mundo
herido en sus procesos y sistemas básicos por los desperdicios y la
depredación de los humanos. Si ya ninguna parte del mundo está a
salvo de la técnica, todas sus partes podrían estar a salvo por la técnica:
depende de qué se quiera preservar, de qué objetos, especies, procesos,
climas, tasas de CO, recursos, etc. se consideren valiosos. Se dirá que
esta forma de pensar ya es pecaminosa, que no le corresponde al
hombre decidir qué es valioso o no, que fue precisamente esta forma de
pensar la que condujo al desastre de la industrialización. Pero también
es cierto que sólo re-valorizando el mundo que nos rodea podemos
salvarlo de nosotros mismos controlando la vida, controlándonos a
nosotros mismos. La experiencia de los parques naturales no es menos
técnica que las fábricas y las centrales térmicas o nucleares. En un
parque natural la vida es controlada cuidadosamente para preservarla
en sí misma y preservarla de los humanos. Los parques naturales no
serán en el futuro una curiosidad turística para producir documentales
de sobremesa, sino, por el contrario, el corazón mismo de la experiencia
de una tecnología humanizada y naturalizada. En un parque natural
todos los sistemas son híbridos, todos interactúan con todos, todos se
convierten en indicadores del funcionamiento de lo general. Todo el
parque se configura como un proceso de control de lo que realmente
merece la pena preservar.

147
148
CAPÍTULO 5

TRES FORMAS DE REPARAR EL ERROR DE


EPIMETEO: EL CONOCIMIENTO EXPERTO EN
LA ESFERA PÚBLICA

La tensión entre conocimiento experto y democracia.

La polis vio nacer en la época de esplendor ateniense la tensión


entre el conocimiento experto y el orden político, entre un orden social
orientado hacia la búsqueda de la eficiencia (quizá ocasionalmente la
verdad) y un orden social orientado hacia la búsqueda de la justicia; una
tensión que aún forma parte de los complejos fundamentos de la
democracia que todos deseamos, en la que una sociedad bien ordenada
logre acoger sin tensiones una ciencia y tecnología bien ordenadas. El
Protágoras de Platón inserta en sus comienzos un mito narrado por
Protágoras el principal de los filósofos que han sido llamados sofistas,
quien, en contra de Sócrates, sostiene que todos los ciudadanos poseen
un conocimiento igual de la justicia. Se trata de la historia de Prometeo
y Epimeteo, dos hermanos que fueron encargados por los dioses de
repartir los dones entre los seres vivos. Epimeteo le pidió a Prometeo
que le permitiese encargarse de la tarea y así, con sentido de la equidad,
repartió de forma desigual las virtudes o funciones entre los animales: el
tamaño, las defensas, velocidad, etc. teniendo en cuenta que cada
especie tuviese su particular ventaja frente a otras. Agotados sus
recursos de dones, Epimeteo descubrió que había olvidado a los
humanos que se encontraban desnudos y desprotegidos y que ya no
tenía don alguno que repartir entre ellos. Cuando llegó Prometeo a
inspeccionar el resultado y reparó en el desastre, intentó arreglarlo
robándole a los dioses el ingenio científico y técnico, junto con el fuego,
sin cuya energía no habrían podido ejercer sus artes. Prometeo fue
castigado cruelmente por este robo, pero los humanos comenzaron a
proliferar y extenderse. Sus nuevos conocimientos, sin embargo, le
fueron de poca utilidad pues no conocían las artes de lo social y estaban
en una continua guerra entre ellos, incapaces de fundar ciudades y
habitarlas. Por eso Júpiter resolvió definitivamente el problema
enviando a Hermes que repartió entre todos los humanos, por igual, el
conocimiento y el sentido de la justicia, y a partir de ese momento
nacieron las polis y las leyes.

149
La narración de Protágoras es una de las primeras formulaciones
de la idea de contrato social que conformará toda la filosofía política
moderna. Podríamos traducirlo a los términos del republicanismo
contemporáneo sin que perdiese su fuerza metafórica: los individuos se
convierten en ciudadanos al adquirir este saber que llamamos el juicio
de lo justo y lo injusto, y este saber les iguala a todos por encima o por
debajo de sus diferencias sociales o culturales y, en lo que a nosotros
nos importa, de sus diferencias en el conocimiento experto de la ciencia
y la técnica. La posición de Protágoras no sería pues distinta a la de
muchos defensores radicales de la democracia que consideran, y
consideraban ya en Atenas, la asamblea de ciudadanos como el órgano
máximo que determina el orden de la ciudad, que ocasionalmente
consulta a los expertos sobre algunas cuestiones particulares de su
ámbito de conocimiento, pero que es y se siente soberano en la
deliberación y en la posterior determinación de sus decisiones. Así que
parecería que el olvido de Epimeteo habría quedado reparado por la
primera intervención heroica de Prometeo y la posterior de Júpiter.
Según este mito, el conocimiento experto es necesario para la
supervivencia y la satisfacción de necesidades, pero es insuficiente y
deficitario para un ordenamiento justo de la sociedad, que solamente
puede ser resuelto en una instancia superior como son el ágora y las
instituciones deliberativas y ejecutivas de la República.

Al leer las palabras de Protágoras uno parece estar leyendo


“Ciencia y y técnica como ideologías” de Habermas, por citar solamente
alguno de los muchos escritos políticos sobre la ciencia, pues se muestra
en el mito un canon que baja hasta lo más profundo de nuestros
sistemas de legitimación política: la universalidad e igualdad en el
conocimiento de lo justo y la asimetría entre el juicio político y el juicio
experto, entre la autoridad política y la autoridad epistémica. Platón era
muy consciente del atractivo que tenía este discurso entre sus
conciudadanos, que llevaban años debatiendo sobre qué significaba la
democracia y cómo había que luchar contra la oligarquía, pero, como
sabemos, una parte sustancial del pensamiento platónico estuvo
determinada por su experiencia del juicio y condena de Sócrates por un
jurado constituido en la asamblea, en el que estaban involucradas entre
otras cosas las distintas formas de ver los fundamentos de la
democracia. Sócrates fue acusado de impío y de corruptor de la
juventud aunque en el trasfondo de la acusación estaban sus dudas
sobre el fundamento de la democracia ateniense y sus dudas sobre si el
gobierno del pueblo era un gobierno de los mejores o simplemente de
los más ingeniosos en la palabra. En la obra de Platón esta experiencia
se transfigura en una reflexión sobre el concepto de lo justo y del bien,
de la tejné y la episteme en el marco de la polis. Platón cree que las cosas
no están resueltas en el discurso de Protágoras, y que ni está tan claro

150
que la distribución de poder de la asamblea sea por sí mismo una
distribución de la justicia, ni que todo individuo conozca
espontáneamente lo justo y lo injusto: en ambos casos debe haber
constricciones que están determinadas por una cierta distribución del
poder que obedece, para decirlo rápidamente, al rol funcional de los
ciudadanos que se cumple a la vez en cada persona, en el rol y orden de
sus facultades, y en los papeles sustanciales que articulan la ciudad
como son la producción técnica, la defensa y la educación. No nos
interesan aquí ni la filosofía política de Platón ni su concepto de justicia,
sino la particular cuestión de las constricciones que debe tener una
sociedad bien ordenada y, en particular, las constricciones de orden
epistémico y técnico. Pues nos preocupa en qué modo una distribución
justa del poder y la autoridad y de los bienes públicos es fruto de una
adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico; y, en
la dirección inversa, en qué modo una adecuada división del trabajo
epistémico es también una ordenación justa de la comunidad de seres
cognitivos.

Desde la época de Platón hasta el siglo pasado esta cuestión se


aplicaba en un dominio limitado como la pregunta por la forma
eficiente de distribución del poder personal y, si acaso, de la educación
del príncipe, es decir, se traducía en una pregunta por las características
que debían tener los individuos que regían los asuntos públicos. En las
sociedades complejas del siglo XX, en las democracias sostenidas en el
capitalismo avanzado y en la sociedad globalizada, esta vieja cuestión
adquiere un tinte dramático de legitimación y eficiencia que ha
terminado por generar un nuevo término ad hoc: gobernanza, un
concepto y propiedad que se refiere al buen orden de gobierno en un
sentido de armonía entre lo justo y lo eficiente. Ya hemos insistido en
que las sociedades contemporáneas han sufrido lo que han sido
llamados “procesos de modernización”, y en que estos procesos que
afectan a todos los ámbitos de la existencia, calan hasta lo más hondo de
la conciencia desgarrada de los individuos. De estos procesos, el punto
que nos interesa es la propia racionalización de la ciencia y la
tecnología, su conversión en lo que hoy llamamos un sistema de
investigación, desarrollo e innovación, en un organismo social dirigido
al crecimiento del conocimiento, de la innovación técnica y de las
oportunidades tecnológicas. Es el hecho de que se haya conformado
como un sistema desbordando lo que podría ser una mera comunidad
de sujetos el que transforma la cuestión de Platón en una pregunta que
se filtra por todas las membranas del orden científico y técnico y se
convierte en una pregunta por las condiciones de su legitimación.

El sistema moderno de investigación y desarrollo que forma parte


de nuestras sociedades se originó en la experiencia de la Segunda

151
Guerra Mundial y en la secuencia de aquélla que llamamos Guerra Fría.
Allí se conformaron las bases de una forma de organizar la interacción
entre la innovación y el crecimiento económico que hoy se caracteriza
como la triple hélice, en un remedo metafórico de la doble hélice del
genoma. Se refiere este término a la interacción dinámica entre un
sistema académico superior orientado a la eficiencia investigadora, un
sistema gubernamental que dedica una parte sustancial de su
presupuesto a la financiación estratégica de la investigación y un
sistema empresarial que se embarca en trayectorias tecnológicas
arriesgadas. Manuel Castells 117 ha estudiado con detalle y extensión esta
triple hélice en el caso de la revolución de la microinformática, aunque
los historiadores de la técnica detectan ya fenómenos similares en el
caso de la industria aeronáutica en los albores de la Segunda Guerra
Mundial y en campos como las comunicaciones y la electrónica. El
punto de inflexión se produjo en los años sesenta, cuando este sistema
se convirtió en un núcleo esencial de las sociedades desarrolladas en lo
que respecta no ya tanto al gobierno y la administración diaria como a
su propia configuración estratégica en la historia. En las carreras por el
poder mundial que han caracterizado la política desde la Segunda
Guerra, la estructura de la triple hélice de cada una de las formaciones
sociales confiere o inhibe ventajas comparativas de orden económico,
político o militar. La división actual del mundo en grandes áreas
geoestratégicas de poder económico y político no es ajena a las formas
particulares que adoptan las trayectorias de cambio inducidas por
formas distintas de esta triple estructura, como tampoco lo son las
dinámicas de interdependencia que denominamos “globalización”.

La importancia del sistema de i+d no debería hacernos olvidar,


sin embargo, la importancia de todos los demás componentes de la
dinámica social. Aunque vamos a centrarnos en la cuestión del orden
social en este sistema, no debemos olvidar el marco político y
económico del mundo contemporáneo ni la importancia que tienen
otros elementos de orden ideológico y económico que no pueden dejar
de ser tenidos en cuenta. La perpetua guerra en África y el trasfondo de
la lucha por el control de los minerales estratégicos, las guerras por el
control del petróleo, la emergencia de los fundamentalismos religiosos,
los movimientos migratorios creados por los pozos negros de la
diferencia económica, las crueles migraciones de grandes masas
financieras, la llamada “deslocalización” de la industria, la estabilización
de una sociedad llamada del “veinte por ciento”, que constituye una
masa de reserva de mano de obra que se convierte en la gran masa de la
sociedad, el terrorismo ciego y las nuevas formas de autoritarismo, …

117 Castells (1993) La sociedad de la información, Madrid, Alianza.

152
Estos y otros rasgos que sería tan largo como inútil detallar en este texto
conforman un desapacible trasfondo contra el que el sistema de
investigación se ilumina con luces oscuras y lejanas de los brillos de la
idea de progreso ilimitado y uniforme. Este trasfondo nos habla de una
creciente probabilidad de desaparición de la democracia, que en
algunos momentos y por parte de algunos ilusos se pensó como estado
estacionario después del “fin de la historia”. La democracia, nos avisa
Rawls, es un sistema tan frágil como históricamente contingente; del
mismo modo que tuvo un origen histórico tan particular como reciente
puede tener un final previsible, dadas las tensiones acumuladas en el
tiempo presente. Y en este contexto no es menos previsible el final del
entrelazamiento que llamamos triple hélice e incluso, y tal vez, del
sistema científico y tecnológico que hemos conocido en los últimos
doscientos años. Y, por último, y en lo que a nosotros importa, de la
relación compleja entre el sistema de innovación y el sistema
democrático de ordenar una sociedad justa.

Los procesos de legitimación social del sistema C-T, atendiendo a


este planteamiento, no pueden ser ya ajenos a una cierta forma de
filosofía política que se refiere a los procesos de conocimiento en
contextos sociales y que podríamos denominar en sentido amplio
“epistemología política” 118 , como tampoco puede ser indiferentes a la
política epistemológica, es decir, a las políticas orientadas a la
promoción y gestión del conocimiento teórico y práctico. Compárese la
diferencia entre ambas mediante una analogía entre lo que podría
llamarse “sanidad social”, como salud de las personas derivadas de su
existencia en comunidades particulares y políticas sanitarias, o sistemas
públicos de promoción y preservación de la salud. Pues bien, las
relaciones entre ciencia y tecnología y democracia, en el contexto de la
tensión que creemos entrever entre conocimiento experto y justicia,
tienen que platearse en el doble plano de cuál es el estado de
conocimiento y de las capacidades tecnológicas por el hecho de que
tenga una cierta estructura social el sistema de su producción y cuáles
son las políticas públicas destinadas a la promoción del conocimiento y
de la innovación.

118 Quizá debiéramos haber encontrado un nombre con menos connotaciones

intelectualistas y más cercano a la práctica ingenieril y técnica, pero mi


intención es rescatar el concepto de epistemología, estudio normativo del
conocimiento correcto, de su adscripción exclusiva al conocimiento teórico
para aplicarlo también al conocimiento y las capacidades técnicas de una
sociedad, superando la división entre episteme y tejné que hemos heredado de
Platón.

153
Los dos aspectos de epistemología política y política
epistemológica resultan al final estar estrechamente relacionadas, como
lo están también en el caso de la salud, pero lo están de una forma
contingente, en la medida en que las políticas públicas se orienten por
una cierta epistemología política y en la medida que quienes practican el
conocimiento en contextos sociales apoyen o se enfrenten a ciertas
formas de epistemología política. Históricamente las relaciones entre
epistemología política y política han sido cambiantes dentro de un
esquema que podemos calificar como “moderno”: el programa
baconiano-cartesiano de convencer a la sociedad de la importancia del
conocimiento como fuente de poder y de beneficio social. Este marco,
sin embargo, admite considerables variaciones en su conversión en
formas particulares de política del conocimiento y de epistemología
social. En el intervalo de los años treinta y setenta, se desarrollaron
varias alternativas en medio de polémicas filosóficas y políticas que
contribuyeron a configurar el sistema de la triple hélice contemporáneo.
Vamos a examinar tres aproximaciones a la intersección de
epistemología política y política epistemológica que fueron
históricamente muy relevantes en la configuración de las varias políticas
contemporáneas respecto a la ciencia, y lo que me parece más relevante,
siguen siendo aún modelos de referencia en lo que respecta al problema
de cómo es posible una ciencia bien ordenada en una sociedad bien
ordenada. La razón de escoger modelos que se retrasan tanto en el
tiempo histórico es saltar a los momentos primigenios en los que las
políticas fueron expresadas con toda claridad y los argumentos con la
mayor contundencia. Los herederos de aquellas propuestas aún siguen
activos y las propias políticas pueden ser reconocidas en los varios
estilos de los diversos estados.

La planificación social de la ciencia y la técnica.

A comienzos del siglo XX solamente el sistema alemán había


generado una colaboración estable entre la ciencia y la industria. La
industria química alemana había comenzado una política de
investigación en colaboración con los institutos gubernamentales del
Kaiser y con los departamentos universitarios. La investigación de
tintes, la investigación química, en general y la industria militar fueron
los núcleos de esta primera forma de colaboración estable entre la
universidad y las empresas. Esta colaboración dio una ventaja inicial a
los alemanes en la Primera Guerra Mundial, aunque Inglaterra y
Estados Unidos reaccionaron con rapidez en una movilización masiva
de científicos y, sobre todo, con la planificación fordiana de las
industrias de armamento, que se mostró como un factor esencial en la
derrota de Alemania. En la posguerra este proceso se hizo más lento, en
palabras de J. J. Salomón: “después de las hostilidades las relaciones

154
entre la ciencia y la política volvieron a ser en la mayoría de los países –
al menos hasta la década de 1930 – las que habían sido en la segunda
mitad del siglo XIX: en resumen, relaciones de buena vecindad en las
que el Estado sostenía la investigación como si se tratase de algo
superfluo y la ciencia, por su parte, no se hallaba en condiciones de
exigir lo necesario” 119 . Pero la situación volvió a cambiar, en primer
lugar por el ascenso del fascismo en Alemania y la rápida militarización
de su economía, y en segundo lugar por la visibilidad que comenzó a
tener fuera de la República Soviética el primer plan quinquenal de 1927,
que incorporaba la doctrina oficial de que la investigación científica ha
estado siempre, y siempre debe estarlo, dirigida a la satisfacción de las
necesidades sociales, y estigmatizaba la búsqueda del conocimiento por
el conocimiento. Roosevelt creó en Estados Unidos un consejo asesor
para la ciencia y la tecnología que tenía como función asesorar al
Presidente en la política de la ciencia que debía acompañar a su nueva
política económica de bienestar y en el que participaron personajes que
habrían de ser tan relevantes en la política de la ciencia posterior como
J. K. Galbraith, Vannevar Bush y James B. Conant, el futuro mentor de
Kuhn. En muchos otros países se produjeron movilizaciones de
científicos con una nueva conciencia política y social, y especialmente
en Inglaterra, donde se creo una tradición sociológica, histórica y
filosófica que va a ser el centro de nuestro primer modelo de
epistemología política.

Mijail Bukharin, uno de los más importantes dirigentes e


intelectuales soviéticos, visitó Inglaterra en 1931 con ocasión de un
congreso internacional sobre historia de la ciencia, junto con una
nutrida representación de científicos de la Unión Soviética. Allí explicó
la nueva filosofía de la ciencia como forma de tecnología y la ligazón de
la investigación científica con las necesidades del plan quinquenal.
Entre los científicos, filósofos e historiadores que se entusiasmaron con
las nuevas del sistema soviético estaban Joseph Needham, biólogo
cristiano y socialista que se habría de convertir en el gran historiador de
la ciencia china y el autor al que vamos a referirnos inmediatamente,
John Desmond Bernal, cristalógrafo con profundos intereses en
historia, sociología y filosofía de la ciencia. Bernal inició una campaña
mediante escritos, apelaciones a la British Association for the
Advancement of Science e intervenciones en organizaciones como las
Associations of Scientific Workers de Gran Bretaña y Estados Unidos.
Una parte de los ensayos de la época fueron recogidos en La libertad de

119 Salomon, J.J.(1972) Saber y poder Madrid, Siglo XXI, p 43

155
la necesidad (1949) 120 , más tarde en su monumental Historia Social de
la Ciencia (1954) y, sobre todo, en The Social Function of Science
(1939) 121 (SFC).

La obra de J. D. Bernal contiene un lastre ocasional, derivado de


su compromiso político y de las circunstancias históricas en las que
surgió, y una lección de lucidez sobre el sistema de ciencia y tecnología
que no hace sino crecer con los años 122 . En la primera mitad de SFC
Bernal hace un estudio exhaustivo del sistema de investigación y
desarrollo en la Inglaterra prebélica, en la segunda parte propone un
modelo de política científica y de innovación que coincide en su parte
sustancial con lo que fueron las políticas de innovación posteriores a la
gran guerra y que aún hoy sigue vigente en algunos puntos, por ejemplo,
en las propuestas tan sugerentes de establecer un sistema mundial de
información científica y abaratar las publicaciones mediante medios
electrónicos (no olvidemos la fecha de redacción, 1939) Representa el
primero de los modelos que proponemos como solución contemporánea
a la tensión entre la ciencia y la democracia, un modelo basado en una
planificación política de la investigación científica de acuerdo a un
orden de prioridades que atiende a las necesidades y proyectos de la
sociedad.

120 Bernal, J.D. (1975) La libertad de la necesidad. 2 vols. Barcelona: Ayuso,


(original de 1949, Londres, Routledge & Kegan Paul)
121 Bernal, J.D. (1967) The Social Function of Science, 2ª ed. Cambridge, Ma:

MIT Press
122 Sorprende a nuestros ojos la candidez con la que Bernal, Needham y

muchos otros universitarios ingleses creyeron el discurso oficial soviético a


pesar de las noticias que ya comenzaban a llegar sobre las purgas y la dictadura
estalinista. No es fácil juzgar ahora la buena o mala fe en momentos de una
activísima propaganda ideológica desde los dos lados, mucho menos desde
España, que en esos momentos se enfrentaba a la encrucijada de la República y
la Guerra Civil. Como ocurrió en el caso del holocausto nazi, las verdaderas
dimensiones de la tragedia en Rusia tardaron aún muchos años en conocerse.
Y en el caso soviético, aún más en aceptarse. Martin Amis ha reflexionado
recientemente sobre esta generación, a la que perteneció su padre (Klinsey
Amis, primero comunista después anticomunista) y particularmente sobre la
ceguera ideológica sobre la dictadura del estalinismo en Amis, M. (2003)
Koba el terrible. La risa y los veinte millones. Barcelona: Anagrama. A favor
de Bernal hay que decir, sin embargo, que su obra sobrevive con una dignidad
y frescura increíbles a los posibles sesgos de apreciación sobre el sistema de
investigación soviético (y sobre el sistema soviético en general). El origen
democrático de sus posiciones es incontestable y su socialismo muchísimo más
interesante y moderno que el que él admiraba en Rusia.

156
Este modelo se basa en algunas premisas sobre la naturaleza de
la ciencia, sobre la filosofía de la ciencia y sobre las relaciones con la
sociedad que son tan claras como discutibles: fueron entendidas muy
bien y fueron discutidas con pasión y siguen siendo premisas en las que
se basan las políticas de la ciencia que enlazan con el modelo de Bernal.

El primer paso es el diagnóstico que hace Bernal de la ciencia y su


relación con el aparato productivo: “la ciencia ha dejado de ser una
ocupación de nobles curiosos o de mentes ingeniosas apoyadas por
patrones ricos y se ha convertido en una industria apoyada por grandes
monopolios estatales y por el propio estado. Imperceptiblemente, esto
ha alterado el carácter de la ciencia, que ha pasado desde una base
individual a una base colectiva y ha incrementado la importancia del
aparato y de la administración” (SFC, p xiii). El postulado bernaliano
del carácter institucional de la ciencia habría de tardar décadas en ser
reconocido ampliamente. La percepción intuitiva de los investigadores,
el imaginario popular y, lo que es más grave, la epistemología y filosofía
de la ciencia, siguieron siendo individualistas por décadas. Sólo tras la
generalización de las ideas kuhnianas se consideró el aspecto
comunitario de la ciencia, pero entre la fórmula comunitaria y la
institucional a la que apunta Bernal aún media una distancia que es
esencial para comprender la lógica de esta opción. El carácter
institucional de la ciencia, por lo masivo de su población de
investigadores, por la compleja estructura administrativa y, sobre todo
por la esencial función que cumple en el conjunto social, convierte el
problema de Platón en el problema de la legitimación y relaciones entre
una sociedad ordenada y una macro institución social que coopera al
propio orden social. De esta forma abrimos ya lo que es el segundo
postulado central en la aproximación bernaliana, el carácter
esencialmente aplicado de la investigación científica.

Mientras que el carácter institucional es descriptivo, esta segunda


característica ya tiene fuerza constitutiva en lo que se refiere al
conocimiento en la sociedad. Así, nos confronta Bernal con dos
concepciones de la ciencia. La primera es caracterizada con esta cita de
La República que sigue en el libro VII a la narración del Mito de la
Caverna: “Lo que a mí me parece –dice Platón – es que lo que dentro de
lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea de Bien. Una vez
percibida ha de concluirse que la causa de todas las cosas rectas y bellas
(…) y que es necesario tenerla a la vista para poder obrar con sabiduría,
tanto en lo privado como en lo público” (La República VII, 517, b, citado
de SFC, p 4). Es curioso que Bernal defina la primera concepción con
esta cita, no tanto por lo que pudiera haber pensado Platón, que ahora
no nos importa, sino por cómo Bernal entiende la posición platónica.
Pues Bernal cree que es la esencia de la primera concepción que no es

157
otra que la búsqueda del conocimiento por el conocimiento, o, en su
lectura de Platón, por el valor intrínseco del conocimiento, o, expresado
en otros términos, del conocimiento como valor no condicional, como
fin en sí. La legitimación de la ciencia por sí misma era la posición
contraria a la suya en el marco de una controversia que se estaba
desarrollando a lo largo de toda la década en toda Europa y, con
especial virulencia, en la British Association for the Advancement of
Science. Bernal opone un argumento ideológico y un argumento
histórico: el proyecto del conocimiento puro, aduce, tiene la
sorprendente consecuencia de que alimenta una concepción religiosa
del universo puesto que convierte en milagro todo lo que desconoce,
dado que la pasión por el conocimiento es el único motor del
conocimiento, y es fácilmente compartida con otros sentimientos que se
ocupan de las lagunas de lo conocido. La ciencia adquiere así una
función social apologética de las religiones “modernistas”, sostiene. El
argumento es un poco chusco, pero no debemos olvidar, primero, que
en Inglaterra la relación entre ciencia y teología fue siempre muy
estrecha desde la época newtoniana, y que por otra parte, era el
argumento básico de sus oponentes, Michael Polanyi a la cabeza. El
segundo argumento es de orden histórico, y fue una de las conclusiones
que extrajo de la conferencia sobre historia de la ciencia de 1931. La
ciencia, sostiene, no hubiera sido posible sin la tecnología. Desde
Galileo a nuestros días, la presencia de las técnicas en la investigación es
fundamental, pero, además, la ciencia siempre tuvo en último extremo,
una relación muy estrecha con las necesidades sociales de cada época. Si
hubiera predominado el proyecto de la investigación pura, se atreve a
decir, nunca hubiera existido la ciencia en Occidente.

El argumento histórico es una consecuencia de lo que es la


segunda concepción de la ciencia, que es la sostenida por él: no hay
distinción básica entre ciencia y tecnología, y la ciencia es un proyecto
social que tiene como horizonte la satisfacción de las necesidades
humanas en el doble sentido de disminuir los sufrimientos y crear
bienestar. “Los caminos al poder y al conocimiento discurren juntos y
son casi el mismo” (SFC, p 7) Es el proyecto baconiano puro, no
solamente como justificación estratégica de la ciencia, por sus
consecuencias aplicadas, sino como motor de la investigación. La
ciencia es y debe ser una fuerza de transformación social. De nuevo hay
que lamentar aquí que las tesis de que todo conocimiento implica un
trasfondo de intereses y necesidades hubiera de esperar hasta la
popularización de las mismas ideas por la escuela de Frankfurt, y
especialmente por Habermas para ser reconocidas entre los filósofos,
cuando no al llamado Programa Fuerte de Edimburgo. Bien es cierto
que en Bernal obra una posición marxista soviética ortodoxa, mientras

158
que posterior y contemporáneamente se divulgará una extraña mezcla
de Marx y Manheim.

La concepción del conocimiento científico como parte del


proceso técnico hereda el extraño lugar en que Marx sitúa al
conocimiento científico, un lugar en el que participa a la vez de la
infraestructura, como fuerza de producción y de la superestructura,
como representación del mundo deformada a veces por la pantalla de la
ideología dominante. La tesis marxiana es una tesis anticipativamente
pragmatista: solamente cuando el conocimiento marca una diferencia
en la práctica puede considerarse verdadero.

Lo más importante de Bernal, ya con un sentido más práctico que


filosófico, es el principio de planificación, para el cual todo lo anterior
no ha servido más que como planificación. Es por este principio por el
que las tesis bernalianas pueden considerarse como una solución pura
al problema de Platón. La sociedad de hecho establece una agenda sobre
la ciencia. La diferencia entre lo normativo y lo descriptivo es aquí una
diferencia que proviene de la retención que una sociedad mal ordenada
establece sobre las fuerzas de desarrollo de la ciencia. Es la distancia
que establece el socialista Bernal del Canciller Lord Bacon: “Guerra,
caos financiero, destrucción voluntaria de bienes que necesitan
millones, subalimentación generalizada, y el miedo a otras guerras
todavía más terribles que cualquier otra anterior en la historia, son las
imágenes que pueden ser dibujadas hoy día de los frutos de la ciencia”
(SFC pg 7). La ciencia bajo el capitalismo, sostiene Bernal, no puede
rendir sus frutos adecuados, no puede cumplir su función porque en
primer lugar es apropiada para fines privados y particulares, en segundo
lugar, porque bajo una sociedad capitalista estará siempre mal
organizada. Una de las virtudes más intemporales del trabajo de Bernal
es su cuidadosa descripción del sistema i+d inglés y, comparativamente,
el del resto de los estados desarrollados. En la primera mitad del libro
esta descripción exhaustiva, con sus ventajas y defectos, da paso a una
segunda mitad en la que examina cómo podría ser la ciencia si se
planificase bien, y es en ese marco en el que Bernal expone las líneas de
lo que debería ser una política científica correcta.

Parecería que el principio marxista le llevaría a plantear que el


único modo de ordenar la ciencia es transformar la sociedad de
capitalista en socialista. Y sí, solamente en una sociedad socialista, en el
que la estructura social esté ordenada a la satisfacción de las
necesidades generales ocurrirá que estas necesidades representarán
especularmente los objetivos legítimos de la ciencia, a la vez que la
dinámica científica se acoplará con suavidad a la dinámica social. La
esencia de la primera solución al problema de Platón es que una

159
sociedad justa, regida por gobernantes justos, tiene el derecho y la
obligación de planificar la ciencia para financiar aquéllas
investigaciones que se dirijan a los objetivos y necesidades decididas
como prioritarios por la sociedad. Las cosas en realidad no son tan
sencillas ni en el marxismo, ni en la realización soviética del momento,
ni tampoco en la cabeza de Bernal. Pues la ciencia se concibe en esta
existencia doble en la infraestructura y la superestructura. Ejerce un
doble papel a la vez justificador y transformador de la sociedad. Pues la
sociedad capitalista está condenada a transformar sus bases y fuerzas de
producción más allá de lo que es capaz de soportar su estructura
ideológica de legitimación y su aparato de poder. Traducida a otros
términos, esta idea implica que la búsqueda de una sociedad más justa
depende en cierto modo también del desarrollo de la ciencia. En una
sociedad capitalista la ciencia debe ser promocionada hasta donde se
pueda, pues es uno de los factores necesarios de la transición a una
sociedad más justa, que, a su vez, es la que permitirá una expansión
adecuada y legítima de la ciencia. De manera que la política científica es
simultáneamente un instrumento de mejora de la ciencia y un medio
estratégico de cambio social 123 .

No vamos a desarrollar ahora un examen crítico de estas ideas.


Pero sí es necesario subrayar la concepción pragmática de la ciencia y,
sobre todo, que unas autoridades legítimas y justas puedan por sí
mismas ordenar la política de la ciencia en un sentido de preservación
de la armonía entre justicia y políticas de la búsqueda de lo verdadero, o
de lo más eficiente. Implica algo así como una creencia en la
transparencia y maleabilidad del sistema de i+d, como si no pudiera ser
que el sistema generase su propia dinámica “weberiana” insensible a las
necesidades sociales y a las particulares características de la sociedad.
De otra parte, el modelo bernaliano de que una distribución adecuada
de las necesidades y fines sociales, según un criterio basado en la
justicia, será a la vez una distribución eficiente del trabajo científico,
extiende de modo irresponsable el optimismo hasta el proceso de
desarrollo de la ciencia y, en la dirección inversa, hasta el progreso
social. Implicaría automáticamente que cualquier desarrollo del

123 Los herederos de esta idea fueron numerosísimos. En Inglaterra, por


ejemplo, Christopher Freeman fue discípulo y representante de las ideas de
Bernal, y en parte quienes se formaron y formaron el SPRU (Science Policy
Research Unity) de la Universidad de Sussex, como Keith Pavitt
(recientemente fallecido, como Freeman) o Ben Martin. En general forma
parte del núcleo de las políticas socialdemócratas europeas y, en cierta forma,
del proyecto de sociedad de bienestar. Si uno examina las introducciones a los
programas de investigación de la CE, especialmente al VI Programa Marco,
encontrará resonancias reconocibles de las ideas bernalianas.

160
sistema, no importa que sea básico o aplicado, es automáticamente un
motor del progreso social. Varias décadas de pesimismo tecnológico
reiterado nos hacen levantar la ceja ante una tal creencia.

La solución comunitarista o la República de la Ciencia.

El gran oponente de las ideas de Bernal y de la Association of


Scientific Workers fue el físico-químico Michael Polanyi. Representa el
segundo modelo de solución al problema de Platón. Se trata de una
mezcla de solución liberal universal con una autonomía irrebasable de
la ciencia. El contexto político de Polanyi es el mismo que el de Bernal,
salvo en que Polanyi se encuentra en el otro extremo político. Polanyi,
como será también Popper, representan la reacción liberal contra las
ideas marxistas que se habían extendido por las sociedades occidentales
con los frentes antifascistas que se organizaron en los albores de la
guerra. Polanyi formó parte activa de la epistemología política de la
Guerra Fría oponiendo a las ideas bernalianas argumentos que
provienen de una concepción del conocimiento que habría de
popularizarse unos años después. Steve Fuller ha estudiado con cuidado
el periodo que discurre desde la publicación de La estructura de las
revoluciones científicas, que tiene como contexto los momentos más
álgidos de la Guerra Fría, cuando la carrera armamentística se convirtió
también en carrera tecnológica y económica y Estados Unidos y Europa
decidieron extender una concepción de las relaciones entre ciencia y
sociedad que después hemos llegado a conocer muy bien, puesto que el
“paradigma kuhniano”se extendió irresistiblemente en los nuevos
departamentos que se fueron creando al compás de este proyecto. La
expresión más pura de este proyecto fue la revista Minerva, cuyo primer
número salió el otoño de 1962, y en cuyo editorial de presentación
encontramos una perfecta determinación de su propósito. Así, comienza
describiendo los cambios sufridos recientemente por la ciencia: la
extensión de las disciplinas, la creciente especialización, la explosión
numérica de estudiantes, de científicos y de universidades a lo largo del
mundo, y, sobre todo, lo que Minerva denominaba
“gubernamentalización de la ciencia” y que caracteriza en estos
términos:

“El patrón de esta reciente “gubernamentalización” de la ciencia, de lo


académico y de la educación superior es extremadamente complicado y
variable. Engloba muchas cosas: el establecimiento de relaciones
contractuales entre gobiernos y universidades y empresas privadas para la
conducción de la investigación y el aprendizaje académico y científico;
los esfuerzos gubernamentales para adiestrar un cierto número de
especialistas en ramas particulares de la ciencia y la academia en un
periodo determinado de tiempo; las decisiones de promover ciertos

161
campos de la investigación; los planes gubernamentales de crear nuevas
universidades e instituciones tecnológicas; los planes gubernamentales y
políticas de atraer a los más talentosos a las carreras en ciencia y
académicas; el fomento gubernamental de la utilización económica de los
resultados de la investigación; la dirección real de los laboratorios
gubernamentales; la incorporación de la consultoría técnica y científica
en el proceso normal de gobierno; la búsqueda de modos de apoyar la
ciencia y la enseñanza que respete la autonomía de las instituciones
intelectuales mientras obtiene ciertos servicios deseados” 124

Me he permitido esta larga y prolija cita porque representa lo que


uno consideraría que es el sueño bernaliano, el establecimiento de una
política de la ciencia y la tecnología estable y planificada desde el
gobierno. Pero al grupo que representa el consejo editorial de Minerva
no le importan tanto los resultados que pueda tener esta política cuanto
“la corrección o legalidad de esas demandas”. Y su posición política es
mas bien distinta a la bernaliana:

“Ciertas demandas que son políticas en el sentido de servir solo al interés


primario de un partido son ilegítimas. La exclusión de otras materias
reconocidas universalmente de investigación y enseñanza o la intrusión
de creencias políticas y gubernamentales en la sustancia del trabajo
intelectual o la influencia de los gobiernos en el nombramiento del
personal de enseñanza e investigación sobre bases políticas, raciales o
ideológicas son también ilegítimas. También es ilegítimo que las
demandas de científicos y académicos tengan que estar de acuerdo con
las políticas de su gobierno o de lo contrario sean excluidas o degradadas.
Es la intención de Minerva afirmar la concepción tradicional de la
autonomía de la vida intelectual, y más específicamente de la libertad
académica y negar la validez de las afirmaciones ni sirven a la enseñanza
ni al bien común. Reconoce al mismo tiempo que esta concepción
tradicional, por más que sea válida como principio, requiere una
formulación que haga justicia a las nuevas variopintas relaciones entre el
gobierno de un lado y la ciencia, la academia y la educación superior del
otro” 125

Está claro que este aggiornamiento que persigue Minerva es


parte de una política abierta de oposición a todo lo que signifique
alguna ideologización de la ciencia o de su trabajo. A este respecto es
muy ilustrativa la lista, no muy larga, del Consejo Editorial. Junto a

124 Editorial del editor Shils, E.(1962) Minerva I,1, p 9


125 o.c. p 10

162
científicos como Robert Oppenheimer 126 , Abdus Salam o Sir John
Eccles, aparece un grupo de historiadores y filósofos que no resisto
relatar: Gerald Holton,Thomas S. Kuhn, Charles Snow, John M. Ziman,
y, claro, el inspirador de la revista, Michael Polany. Es en ese número
precisamente en el que aparece el artículo que resume la posición que
representa paradigmáticamente el segundo modelo de ciencia ordenada
en una sociedad ordenada, “The Republic of Science: Its Political and
Economic Theory” 127 .

El objetivo de la epistemología política de Polanyi es el mismo


que el que expresa el editorial de Minerva, defender la autonomía de la
ciencia contra las intrusiones ideológicas. Fue una posición política que
Polanyi tuvo desde que en 1930 fue nombrado catedrático de Química
Física de la Universidad de Manchester, cuando comenzaron a llegar
noticias sobre cómo los especialistas en genética o quienes se oponían a
Lysenko eran expulsados o enviados a los gulags. En realidad Polanyi se
oponía a la penetración de las ideas de planificación social de la ciencia
originadas en el marxismo. Lo más interesante es que deriva su posición
política de una posición epistemológica que conocemos bien por ser una
parte del núcleo duro del kuhnianismo: el carácter tácito y el
compromiso personal como elementos esenciales de la profesión
científica.

El carácter tácito de la ciencia, que se opone a su carácter público


en un sentido de objetividad proposicional lingüística deriva
esencialmente de tres elementos. El primero es el carácter de destreza o
conocimiento operacional práctico que tiene el conocimiento científico,
un conocimiento que no es capturado en lo esencial por la expresión
lingüística de una regla de operación o comportamiento. El segundo
elemento es el carácter imitativo, de relación personal directa, en la
enseñanza de la ciencia. El tercer elemento es la importancia
determinante de un tipo particular de emociones intelectuales que
constituyen el principal componente de un compromiso personal con la
empresa científica 128 .

126 Quien, dicho sea de paso, tenía razones sobradas para oponerse a la
ideologización de la ciencia. Había sido, como todos sabemos, una de las
víctimas del macartismo por su oposición a la construcción de la bomba de
hidrógeno, y, aunque no llegó a ser acusado de traición, se le prohibió acceder
a los institutos militares y tuvo que dejar su puesto de asesor científico.
127 Polanyi, M. (1962) “The Republic of Science: Its Political and Economic

Theory”, Minerva, I,1, p 54-73


128 Polanyi, M. (1964) Personal Knowledge. Towards a Post-Critical
Philosophy. New York: Harper Torchbooks caps. 4-7

163
La ciencia es, así, en términos de Polanyi, una particular mezcla
de tradición y novedad ordenada en torno a relaciones de autoridad que
tienen su base en el reconocimiento de las destrezas, así como en las
pasiones internas en la búsqueda de hechos de “interés” científico
relevante, algo que no podría ser determinado sin la emoción que
despiertan ciertas informaciones en el seno de una comunidad, o en la
prosecución de ciertos patrones heurísticos, o, finalmente, en la
evaluación de teorías atendiendo a sentimientos de elegancia y belleza
solamente comprensibles en el marco de una comunidad particular. Las
pasiones tendrían tres funciones en la dinámica de las teorías: una
función selectiva de los hechos, una función heurística en la
determinación de su significación y, por último, una función persuasiva
en la elección de teorías. Los investigadores se reconocen entre sí
mediante una forma de socialidad que Polanyi llama “convivencialidad”,
que involucra lazos cognitivos y no cognitivos, un sentimiento de
encontrarse en casa cuando un investigador se encuentra en el marco de
un evento científico, que es paralelo al sentimiento de extrañeza que
tiene cuando se encuentra en ambientes políticos, ideológicos o
funcionariales.

Los principios que rigen el intercambio de ideas son, sostiene


Polanyi, en el marco de esta convivencialidad, los mismos principios
que los del mercado: “la comunidad de científicos está organizada de un
modo que recuerda ciertos rasgos de un cuerpo político y funciona de
acuerdo a principios económicos similares a aquellos por los que se
regula la producción de bienes materiales” 129 . El mercado es un sistema
de autoajuste interno, presuponiendo un previo compromiso con los
valores, emociones, etc. de las comunidades. Este mismo sistema,
sostiene Polanyi, debe regir para el reparto de fondos, que no puede
realizarse con otros criterios que los del rendimiento en el sistema del
mercado de las ideas: “no importa para este propósito si el dinero llega
de la autoridad pública o de fuentes privadas, ni si se desembolsa de
unas pocas fuentes o de un gran número de benefactores. En tanto que
la distribución siga la guía de la opinión científica, dando preferencia a
los científicos y a los temas más prometedores, la distribución de ayudas
producirá automáticamente una ventaja máxima para el desarrollo de la
ciencia como un todo” 130

La ciencia constituye de esta forma una república dentro de la


república. La pregunta es, claro, por qué la República de todos tiene que

129 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 54


130 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 61

164
financiar la república de algunos. Polanyi, en este sentido propone lo
que parece tener toda apariencia de un grupo de presión social:

“Solamente una opinión científica unida y fuerte, imponiendo el valor


intrínseco del progreso científico a la sociedad en su conjunto, puede
provocar el apoyo de la investigación científica por el público general.
Solamente asegurándose el respeto popular por su propia autoridad
puede salvaguardar la opinión científica la completa independencia de los
científicos maduros y la publicidad sin entorpecimientos de sus
resultados, que aseguran la coordinación espontánea de los esfuerzos
científicos a lo largo del mundo” 131

El mecanismo es pues convencer a la opinión pública para que


financie y respete los resultados de la ciencia, porque solamente de este
modo puede garantizarse la mejor producción de resultados, útiles o no.
“Cuanto más ampliamente se extienda la república de la ciencia por el
globo, más numerosos lleguen a ser sus miembros y mayores los
recursos materiales a su cargo, más claramente emerge la necesidad de
una autoridad científica fuerte y efectiva para reinar sobre su propia
república” 132 . La república de la ciencia, sostiene Polanyi, es una
república de exploradores que se convierte a sí misma en un modelo de
lo que debe ser la república de los ciudadanos, una república que debe
estar más allá de las dudas escépticas que traen consigo algunas
ideologías, que implique un compromiso personal con los valores
esenciales de la tradición y con la aceptación colectiva de las novedades.
La sociedad, en esta nueva república de exploradores “solamente llegará
a tener una vida cultural en la medida en que respete la excelencia
cultural (…) Aquí tenemos los supuestos de una cultura ideal: el ideal de
una vida intelectual profundamente diferenciada, promovida
colectivamente; o más precisamente, de una élite conduciendo
activamente tal vida intelectual dentro de una sociedad responderte a
las pasiones intelectuales de esa élite” 133 para lo que el sistema
educativo tendría a su cargo el convencer a los ciudadanos de este
respeto por los valores de la excelencia. “En una sociedad ideal libra la
formación y diseminación de las convicciones morales deberían tener
lugar bajo la guía de los líderes intelectuales, diseminándose sobre miles
de dominios especiales y compitiendo en todo punto por el asentimiento
del público” 134 . Todo lo demás no será más que abrir las puertas al

131 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 61


132 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 68
133 Polanyi, M. (1964) o.c. p. 219
134 Polanyi, M. (1964) o.c. p. 222

165
dominio estalinista de la cultura por las bajas pasiones del poder del
grupo dominante.

Las palabras de Polanyi se comentan por sí mismas, son una


solución que recuerda mucho a la que el propio Platón propone como
respuesta al caso Sócrates en la República, la sumisión de los
ciudadanos a un orden que emane de la dirección de una comunidad
animada por las más excelsas virtudes intelectuales. Parecería que es
una posición que no merecería ser discutida, pero hay numerosas
razones para sostener lo contrario. La primera, y no menos importante,
es que coincide en buena medida con el imaginario interno de muchos,
casi todos, por no decir la totalidad, de los miembros de las
comunidades científicas. Cada vez que reaccionan ante lo que
consideran intromisiones del poder en sus propios planes de
investigación lo hacen con respuestas muy similares a las de Polanyi, de
las que sólo difieren en el grado de corrección política. La segunda razón
es que la epistemología de Polanyi, lejos de haber sido abandonadas,
han ido creciendo en importancia y conforman las bases de la
epistemología con más fuerza académica, la que ha sido denominada
“giro de las prácticas”, que se basa en el comunitarismo asentado en el
reconocimiento mutuo de destrezas y valores en el marco local de una
comunidad o, como ha denominado recientemente una conocida
socióloga, de una “cultura epistémica” 135 . La tercera razón es de orden
externo, pero no puedo dejar de citarla: las ideas de Polanyi formaron
parte y forman parte cada vez más, no ya de una epistemología política
sino también de una política epistemológica nuclear del
conservadurismo político y, contemporáneamente de lo que ha sido
llamado neoconservadurismo. Esta posición, a diferencia del
libertarismo de origen jeffersoniano, es una posición que aboga por una
mezcla de una fuerte implicación estatal en la defensa de ciertos valores,
y en su promoción mediante instituciones fuertes, junto con una
defensa local de los principios de mercado como formas de ajuste o
coordinación espontánea de propiedades emergentes.

Lakatos calificó a la posición de Polanyi de estalinista y elitista.


Elitista por su formulación epistemológica, estalinista por sus
consecuencias políticas de dirección sin oposición. Él, también de
origen húngaro como Polanyi, pero, a diferencia suya, con muchas más
razones para combatir el autoritarismo estalinista, puesto que era un
exiliado de la revolución del 56, conocía bien el trasfondo autoritario de
algunas epistemologías, un trasfondo que se sustenta sobre la
autenticidad de ciertos componentes tácitos e inaccesibles desde fuera.

135 Knorr-Cetina, K. (2002) Epistemic Cultures, Cambridge, Ma.: MIT Press

166
No es casualidad que Polanyi desarrollase cada vez más sus ideas como
una forma de sustentar la religión en una sociedad científica, pues se
deduce inmediatamente de sus postulados la autonomía igual de la
república de la iglesia.

El descubrimiento de la diferencia. O la contracultura


como gobernanza.

El tercer modelo que resuelve el problema de Platón surge en los


años inmediatamente posteriores al periodo que hemos venido
examinando, y tiene que ver con lo que Theodore Roszack denominó en
un best-seller del momento “el nacimiento de una contracultura”. Los
años sesenta, en la culminación del desarrollismo y de la Guerra Fría,
fueron también el marco temporal de un sentimiento de malestar que
recorrió los campus universitarios y que se expresó en varios
movimientos sociales bien conocidos de todos. En los años sesenta se
extendió lo que podemos llamar un malestar dentro de las nuevas
sociedades del bienestar, que coincidió con la primavera de Praga y, en
general, con un movimiento generalizado de cambio y disidencia frente
a las ideologías más asentadas. La fragmentación de lo que se llamó los
grandes relatos fue la regla más que la excepción. Surgieron los
movimientos de liberación del tercer mundo, se extendieron las
guerrillas o las guerras abiertas, modificando las asentadas estrategias
de los partidos de izquierda, surgieron los movimientos ecologistas
como reacción a los primeros accidentes en las centrales nucleares, el
movimiento sufragista se convirtió en un movimiento feminista con
reivindicaciones generales sobre la vida cotidiana, surgió, en general,
una resistencia cultural a lo que se denominó la racionalidad científica.
Surgieron las bases de lo que ha sido la cultura más extendida en los
circuitos académicos en los últimos treinta años. Fue el descubrimiento
de la diferencia como reivindicación nuclear de una nueva forma
cultural en la que aún vivimos, o quizá en la que hemos comenzado a
existir de forma.

En estos años se produjeron transformaciones en los estudios de


la ciencia y la tecnología que todos conocemos: surgió el programa
fuerte de sociología del conocimiento, el kuhnianismo, una forma
particular de la tradición que habían representado Polanyi y tal vez
Wittgenstein se convirtió en una ideología dominante sobre la ciencia,
abarcando desde los viejos departamentos de filosofía de la ciencia a los
nuevos centros, programas y departamentos de cts y denominaciones
similares. Este proceso ha sido reconstruido con tanta ironía como

167
acierto por Steve Fuller en su reciente Thomas S. Kuhn 136 y no tiene
sentido recordarlo aquí. Lo que sí fue importante es el surgimiento de
una cultura activista y contestataria respecto a las dos políticas de la
ciencia universalistas que hemos descrito con anterioridad. Por su
contundencia, popularidad y consistencia, el mejor representante de
este momento es, sin duda, Paul K. Feyerabend. Situado entre
Wittgenstein y Popper, heredero de la tradición más genuina de filosofía
de la ciencia por su formación inicial alemana, en 1975 publicó un
panfleto provocativo que tenía como intención tal vez poco más que
molestar a los ortodoxos popperianos. Se trataba, claro, de Contra el
método, un libro que alcanzó tan rápida popularidad como airadas
respuestas, tan airadas que sorprendieron al propio Feyerabend, hasta
ese momento más bien ortodoxo aunque con una cierta vocación de
enfant terrible que nunca abandonaría ya. Fueron reacciones que le
confirmaron en unas ideas cada vez más asentadas en su crítica al
stablishment académico en filosofía de la ciencia (menos respecto a
otros no menos poderosos clanes académicos). Science in a Free Society
y Farewell to Reason 137 fueron manifiestos de esa actitud que
proponemos como un modelo que cabe calificar como la voz de
Protágoras, en el marco de las varias voces del diálogo platónico.

Como en los otros dos modelos, la política epistemológica se


apoya en una epistemología política más o menos bien definida. La base
fundamental es el descubrimiento de la diversidad cultural de la ciencia,
una idea que se ha popularizado recientemente en el llamado giro
pragmático: “las ciencias –sostiene PKF- no poseen una estructura
común, no hay elementos que se den en toda investigación científica y
que no aparezcan en otros dominios” 138 . El argumento es
wittgensteiniano y se ha empleado después con profusión para definir
las diversas culturas epistémicas de la ciencia. El segundo postulado,
también muy wittgensteiniano, y el centro de la tesis de Contra el
método es la inanidad de las reglas metodológicas que, en aquella
época, eran la diversión favorita de las controversias entre inductivistas
carnapianos y deductivistas popperianos. “No sólo las normas son algo
que no usan los científicos: es imposible obedecerlas, lo mismo que es
imposible escalar el monte Everest usando pasos de ballet clásico” 139 .
Los principios no tienen más fuerza que la verbal, a menos que los
“situemos”, para usar el verbo exacto: “los principios generales pueden

136 Fuller, S. (2000) Thomas S. Kuhn: A Philosophical History of Our Times.


Chicago: University of Chicago Press
137 Feyerabend, P.K. (1978) Science in a Free Society, Londres: New Left

Books, y Feyerabend, P.K. (1987) Adiós a la Razón, Madrid, Tecnos


138 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 20
139 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p.21

168
desempeñar un papel, pero son usados (y, todavía con mayor frecuencia
abusados) de acuerdo con la situación concreta de la investigación” 140 .
No sabía entonces Feyerabend hasta qué punto ese argumento reiterado
una y otra vez se emplearía en una política neoempirista de estudios de
caso, tan académica como la que había venido a sustituir, con la
diferencia de nuevas listas e interminables listas de referencias
bibliográficas en cada nuevo estudio de caso. Hasta aquí podría tratarse
solamente de una nueva versión de las controversias entre historicistas
y universalistas que habían recorrido la historia de la filosofía de la
historia desde el siglo XIX. Pero el mordiente de la posición de
Feyerabend llegaba desde los ecos del malestar cultural contra la ciencia
y la tecnología que Feyerabend recogía con atención.

“Mi segundo tema –añade PKF – era la autoridad de la ciencia:


no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y el racionalismo
occidental a otras tradiciones” 141 . Feyerabend se unía a las críticas a la
cultura de los expertos en los momentos en los que se extendía por todo
el mundo la resistencia a lo que se llamó entonces tecnocracia, que
derivaba de la observación del creciente poder de los asesores científicos
y técnicos en todas las instancias determinantes de la existencia social.

La posición de Feyerabend representa la de los críticos activistas


de lo que se han considerado reivindicaciones de democratización
radica. “Lo que cuenta –añade— en una democracia es la experiencia de
los ciudadanos, es decir su subjetividad y no lo que pequeñas bandas de
intelectuales autistas declaran que es real” 142 , y más adelante, “el mejor
y más sencillo resumen de esta posición se encuentra en el gran discurso
de Protágoras: los ciudadanos de Atenas no necesitan que se les instruya
en su idioma, en la práctica de la justicia, en el tratamiento de los
expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitectos): al haber
crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no
mediada y perturbada por educadores, ellos han aprendido estas cosas
de la nada” 143

Se sitúa Feyerabend en la reivindicación de tantas tradiciones


como las distintas comunidades valoren como valiosas. No hay ningún
metadiscurso normativo por encima de la voluntad de los ciudadanos.
Rorty, Derrida y otros críticos de las teorías tradicionales de la
democracia se alinearon poco después con las tesis de Feyerabend. Su

140 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 22


141 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 59
142 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 63
143 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 83

169
importancia está en haber formulado con toda radicalidad el programa
de política epistemológica que se deriva de su concepción de la ciencia, y
que resumió en el eslogan de la revolución cultural maoísta: “florezcan
cien flores de loto y cien escuelas de pensamiento”. En lo que a nosotros
nos importa, implica una cierta forma de concebir las decisiones
estratégicas de la ciencia. El imaginario ilustrado que estaba en la base
de las dos posiciones anteriores queda ahora convertido en un mito o
gran relato de los abuelos:

“Porque las promesas de éxito y humanidad que acompañaban el


ascenso del racionalismo científico se convirtieron pronto en gestos
vacíos. Es cierto que las ciencias progresaron (en un sentido que fue
definido por ellas y que cambió de un periodo a otro), pero el
racionalismo tiene poco que ver con este hecho. (…) las instituciones se
hicieron más humanas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las
ciencias. Una total democratización del conocimiento podría haber
restaurado por lo menos parte del contexto más amplio, habría
establecido un nexo real y no meramente verbal con la humanidad, y
habría podido llevar a una auténtica ilustración, y no simplemente a la
sustitución de una clase de inmadurez (fe firme e ignorante en la Iglesia)
por otra (fe firme e ignorante en la Ciencia)” 144

Las consecuencias políticas de la democracia radical que predica


Feyerabend parten del hecho de la no división entre expertos y legos en
las cuestiones fundamentales de evaluación de un programa de
investigación.

“(…) la elección de un programa de investigación es una apuesta. Pero es


una apuesta cuyo resultado no puede ser comprobado. La apuesta es
pagada por los ciudadanos; puede afectar a sus vidas y a las de
generaciones futuras (…) Ahora bien, si tenemos cierta seguridad de que
existe un grupo de personas que por su entrenamiento son capaces de
elegir alternativas que implicarían grandes beneficios para todos,
entonces nos inclinaríamos a pagarles y a dejarles actuar sin más control
durante largos períodos de tiempo. No existe tal seguridad ni por
motivos teóricos ni por otros personales. Hemos de concluir que, en una
democracia, la elección de programas de investigación en todas las ciencias es una tarea
en la que deben poder participar todos los ciudadanos” 145

La propuesta es tan radical como repetida desde entonces. Si uno


lee, pongamos por caso uno que nos es cercano, los ensayos colgados en

144 o.c. p. 100


145 o.c. p. 119

170
la página de la OEI dedicada a CTS (http://www.campus-
oei.org/salactsi/), observará múltiples versiones de esta forma de
plantear la solución al problema de Epimeteo: la participación a través
de foros, mecanismos de evaluación, etc. que impliquen la voz de los
afectados en las decisiones de los programas de investigación: disolver
la barrera entre expertos y legos, hacer de los expertos en la justicia,
todos, en el discurso de Protágoras también expertos en la dirección de
la investigación. Recientemente Latour y Fuller han propuesto una
solución similar.

La fuerza de esta línea está en haber elevado el volumen de las


muchas voces que concurren en el patio de vecinos de las relaciones
entre ciencia, tecnología y sociedad. Su debilidad es la fuerte
dependencia que tiene de una concepción pragmatista del
conocimiento, de que el valor, sea cual sea la matriz de valores
aplicables, sobreviene a consecuencias beneficiosas, o percibidas como
tales, por el grupo de referencia. Pero, como ya he desarrollado en otros
trabajos 146 , si fuera el caso, en primer lugar, de que hubiese alguna
conexión no casual entre verdad y eficiencia, o entre verdad y utilidad, y
si fuese el caso añadido de que hubiese una interdependencia interna
entre los contenidos del conocimiento, nos podríamos encontrar con
que una distribución de las reivindicaciones por grupos de referencia
social no es un buen mapa de los problemas abiertos en la investigación
científica, y tendríamos algo muy parecido a lo que podríamos
denominar un juego del prisionero epistémico. El problema es el
siguiente: si el conocimiento científico y técnico forma una trama de
dependencias entre unas regiones y otras y si estas dependencias tienen
que ver no solamente con alguna forma interna de coherencia sino con
el sentido fuerte de que las teorías sean verdaderas para que sus
predicciones puedan ser útiles y los diseños eficientes, no se pueden
desarrollar localmente los conocimientos siguiendo los deseos e
intereses parciales de los grupos particulares. El dilema del prisionero
nos enfrenta a una situación en la que la colaboración de todos a una
causa común sería la salida que salvaría a todos del desastre, pero cada
uno cree que la salida particular es la más racional para cada uno. Y eso
es precisamente a lo que esta abocada una propuesta basada en el
desarrollo de la ciencia y la tecnología de acuerdo a los intereses locales.

146Broncano F. (2000) “¿Es la ciencia un bien público” Claves de Razón


Práctica, 115, 22-28

171
El laberinto de las relaciones entre expertos y
democracia.

Las tres posiciones que hemos relatado son soluciones coherentes


y representan concepciones muy extendidas en el mundo
contemporáneo. Cuando se leen los textos en los que fueron propuestas,
como los de los autores que hemos elegido, o cuando se escuchan los
argumentos de sus defensores actuales, aparecen a primera vista como
soluciones razonables. Sorprende que hayan causado tantas
controversias, porque parecería que debieran encontrarse fórmulas que
las hicieran complementarias. La historia nos muestra que estas
controversias han sido largas y enconadas. La tensión entre la
planificación social de la ciencia y la resistencia de muchos miembros, a
veces muy importantes, de las comunidades científicas, que ofrecen
argumentos muy similares a los que encontramos en Polanyi, ha sido
una fuente de conflictos permanente desde la creación de las políticas
públicas de la ciencia. La controversia entre las dos líneas universalistas
y la tercera línea crítica constituye uno de los elementos centrales de lo
que han sido llamadas Guerras de la Ciencia.

Una segunda y más detenida mirada a cada una de las tres


soluciones, sin embargo, nos permite ver que las tres son defectuosas,
que no atienden a las razones del vecino. La primera solución contiene
un elemento de autoritarismo innegable: la planificación social de la
ciencia y la tecnología puede estar sometida demasiado a los avatares de
las ilusiones políticas, a los sesgos cognitivos que se producen en
nuestras sociedades de consumo o de riesgo, o lo que es más habitual,
que se insista y financien líneas de investigación por efectos de moda o
por mecanismos de representación simbólica. El famoso caso de la
financiación de la fusión fría es ilustrativo a este respecto. Muchos
gobiernos tuvieron la ilusión de que se estaba encontrando la piedra
filosofal que habría de resolver el problema de la energía y abrieron la
chequera para que los investigadores fijasen la cifra de financiación. No
es un caso aislado: si se leen las líneas prioritarias de muchos planes de
investigación estatales o regionales, particularmente los ya pasados, que
pueden ser leídos con cierta perspectiva, encontraremos fácilmente la
intromisión de los sesgos simbólicos, de moda, de las aversiones al
riesgo o del deseo inmoderado en la expresión de las políticas públicas
de investigación. Pero además se introduce una posibilidad de dominio
absurdo de una burocracia superestructural sobre las comunidades
científicas que emplea ella misma más recursos que las propias
comunidades que trata de planificar o evaluar.

La solución elitista que significa la segunda alternativa no es


menos odiosa que la primera. Si en una primera observación las

172
demandas de autonomía parecen razonables, en un segundo momento
nos encontramos ante una situación mucho menos idílica que la
presentada por Polanyi cuando habla de la república de la ciencia. Pues
si es una república, que no lo es, al contrario, es una metáfora ella
misma sumamente peligrosa, es una república con todas sus glorias y
miserias. Aún sentimos frío al pensar en el proyecto Mannhattan: los
físicos se embarcaron en fabricar una bomba porque así creían que
favorecían los intereses de la república, pero sobre todo porque así
pensaban que su ciencia sería favorecida cuando los poderes vieran su
utilidad. Cuando quisieron hacer protestas de pacifismo era tarde y su
situación lamentable. Fausto había vendido su alma y los demonios le
habían concedido sus deseos. Me parece ilustrativa la historia que narra
C.P. Snow en una joyita no tan conocida como sus famosas conferencias
sobre las dos culturas y que apenas es leída ya. Se trata de Science and
Government 147 , un libro en el que narra el comportamiento de dos
asesores científicos del gobierno inglés: sir Henry Tizard, presidente del
comité de investigación aeronáutica desde 1933 a 1943 y de otros
comités de defensa aérea durante la guerra mundial y F. A. Lindemann,
lord Cherwell, asistente personal y amigo de Churchill para la
investigación y las políticas de defensa. Ambos tomaron parte como
científicos en la decisión de los bombardeos estratégicos de las ciudades
de Alemania. El argumento de Lindemann, que prevaleció, era que
debía de quebrarse la potencia alemana bombardeando no las fábricas,
que estarían bien defendidas o podrían ocultarse, sino la población, y no
los barrios de clases media y alta, que al tener muchos jardines harían
inefectivas buena parte de las bombas, sino los apiñados barrios
obreros, en los que las bombas serían sumamente efectivas y destruirían
la “capacidad productiva” alemana. Tizard se opuso alegando que las
estadísticas estaban sesgadas, y que el efecto prometido sería mucho
menor. Sus argumentos no hicieron efecto en Churchill, que ya había
decidido los bombardeos, pero tampoco lo hacen en nosotros, que
observamos horrorizados esa capacidad para banalizar el mal bajo
pretexto de cálculo científico. No son casos aislados: los expertos
pueden ser tan ciegos y peligrosos como los tiranos incultos. Y las
comunidades científicas han mostrado suficiente ceguera moral y
política como para haberse ganado la desconfianza de muchas personas
y grupos.

La tercera opción solamente es radical en apariencia. Como la


solución sofística que es, conduce a una sustitución de los programas de
investigación por la demagogia de nuevas burocracias sindicales de los

147Snow, C.P. (1960) Science and Government, Cambridge, Ma: Harvard


University Press

173
grupos de referencia cuyos intereses dicen defender. Pero además no
resuelven el problema principal de cómo sostener una investigación que
es interdependiente y costosa, independientemente de que sea aplicable
o no a los intereses particulares.

Se me ocurre que ninguna de las tres posiciones es demasiado


consciente de las dificultades que tiene el contrato social en las
sociedades complejas, globalizadas, multiculturales e interdependientes
contemporáneas. Cometen el pecado de tener una visión demasiado
estereotipada del complejo sistema de investigación y desarrollo, pero
su mayor pecado es la ingenuidad de su filosofía política. Como si la
democracia y la ciencia ya estuviesen garantizadas y fuese sencillo
integrarlas. Pero no es así. No hay solución perfecta al problema de
Platón. La ciencia y la tecnología tienen mal acomodo en una sociedad
justa. De lo que no habría que sorprenderse, habida cuenta de que se
trata de una institución que a la vez introduce un elemento de
inestabilidad en las sociedades, pues las somete a una profunda
transformación en lo más profundo de su identidad, en la imaginación
de lo posible, y, en el otro extremo, es una condición necesaria en la
formación de capacidades sociales para la satisfacción de las
necesidades, y, por consiguiente, si atendemos a una idea de justicia
basada en la libertad de agencia, constituye una columna básica del
propio orden justo social. En esta doble existencia de institución que
crea inestabilidad por su naturaleza dinámica y que al tiempo es una
condición de la estabilidad social, la ciencia y la tecnología no están
solas: las instituciones culturales y educativas tienen la misma
característica esquizoide y por ello también son territorio continuo de
enfrentamiento político entre las diversas concepciones sociales.

El contrato social por la inserción de la ciencia y la


tecnología en las sociedades democráticas.

La esfera pública extendida

No tenemos solución, pero sí tenemos instrumentos para


encontrarla. El más efectivo es transformar nuestras democracias en
repúblicas deliberativas, en las que se construya una esfera pública
transparente, un ágora en el que Sócrates no sea condenado y en el que
se escuchen y debatan sus argumentos. Un ágora suficientemente
ilustrada para que Sócrates no desconfíe de la asamblea y se refugie en
soluciones elitistas, de sectas y escuelas de seguidores. Un ágora en el
que los expertos hablen con la voz y la cabeza alta, pero también lo
hagan los ciudadanos legos, en el que todos hablen como ciudadanos. Es
una posibilidad que abren las perspectivas de filósofos que tienen una
mirada sensata a las bases de legitimación de nuestras sociedades.

174
Entre ellos destaca, me parece, John Rawls. Leamos este texto suyo a la
luz del problema de cómo construir una política pública para el sistema
de ciencia y tecnología.

“En la perspectiva kantiana que presentaré aquí las condiciones para


justificar una concepción de la justicia, funcionan solamente cuando se
ha establecido una base para el razonamiento político y la comprensión
dentro de una cultura pública. El papel social de una concepción de la
justicia es capacitar a todos los miembros de la sociedad para hacer
mutuamente aceptables unos a otros sus instituciones compartidas y sus
ordenamientos básicos acudiendo a lo que sea reconocido públicamente
como razones suficientes, tal como se identifican en esta concepción.
Para lograr el éxito en esta tarea, una concepción debe especificar las
instituciones socials admisibles y sus posibles ordenamientos en un
sistema de forma que puedan ser justificados ante todos los ciudadanos
sean cuales sean su posición o sus intereses más particulares” (Ralws,
(1980) “Kantian Constructivism in Moral Theory”, en Collected Papers, pg
305).

Rawls nos propone la idea de que el concepto de justicia sea un


apelativo que impregne las razones esgrimidas en la esfera pública.
Sustituyamos ahora el término justicia por cualquiera de los conceptos
normativos que hemos ido examinando como fundamentos del sistema
tecnológico: capacidades, agencia etc. Observaremos que el texto nos
muestra una forma lúcida y viable de entender la técnica en la
democracia. Esto implica directamente que el concepto no puede ser
impuesto, no puede venir dado independientemente de nuestras
prácticas, en este caso cognitivas y técnicas, pero tampoco
independientemente de las prácticas que establecen las formas de
distribución del conocimiento y de las posibilidades tecnológicas en la
sociedad. Esta aceptación social, tal como la concibe Rawls, debe mucho
a la idea de contrato social, pero no debe entenderse este término como
expresando un acto primigenio que, en virtud de alguna propiedad
oculta (la de ser un equilibrio paretiano o algo así), determine las
trayectorias futuras de la sociedad que acepta la conformación de un
sistema de ciencia y tecnología en su seno. Por el contrario, tendría que
ver más, siguiendo la intuición del equilibrio reflexivo, con el
establecimiento de un tipo de prácticas de monitorización de las
instituciones, de sus grados de fidelidad a su compromiso primigenio
que legitima su existencia (el sistema jurídico a la distribución de
justicia, el educativo a la educación, el sanitario a la salud, el científico a
la búsqueda del conocimiento, el tecnológico a la expansión de
capacidades técnicas, etc.) Este tipo de prácticas debería tener la
función de hacer que el sistema cambie continuamente para preservar
lo esencial, aquello que reconcilia y funda las sociedades, y la misma

175
regla debería aplicarse a cada una de las instituciones sometidas al
escrutinio público.

En esta forma de equilibrio reflexivo, el conocimiento de las


dinámicas internas de la ciencia y la tecnología es un momento
necesario que solamente tiene sentido en la medida en que forme parte
de un sistema de prácticas reflexivas, de inserción del sistema en la
esfera pública, en donde se delibera permanentemente sobre el grado de
legitimación que tienen las prácticas cognitivas e innovadoras de primer
orden, renovando continuamente la justificación social o, en su caso,
elaborando nuevas direcciones de cambio y transformación allí donde
unos y otros consideren que se debe restaurar el compromiso
institucional, dada la concepción de conocimiento que la sociedad se ha
dado a sí misma. Del mismo modo que una concepción de la justicia
compartida genera tensiones en una sociedad liberal, así mismo lo
hacen las concepciones del conocimiento y de la eficiencia tecnológica.
Rawls fue insistiendo con los años en la necesidad de plantear
abiertamente estas tensiones, y sus palabras tan pesimistas respecto a la
poca edad de la democracia, y a las frágiles perspectivas de su
preservación pueden ser extendidas a la existencia de un sistema
público de investigación. Pues en el corazón del proyecto de inserción
legitimadora del sistema en el ámbito de nuestras sociedades nos
encontraremos con una secuencia de tensiones que en parte afectan al
corazón de la democracia y en parte al corazón de ciencia y la
tecnología. Por ejemplo, el de cómo tomar decisiones que sean a la vez
democráticas y basadas en consensos, eficientes y racionales en lo que
respecta al problema en cuestión y, por último, que puedan ser tomadas
en el momento necesario. Pensemos en problemas como los de la
reducción de emisión de gases creadores de efecto invernadero, sólo
para citar algo que nos afecta de forma cercana, y observaremos
rápidamente la complejidad de las tensiones que crea una decisión
técnica, que comienza por la no aceptación del propio problema por
parte de algunas partes poderosas y acaba modificando el sistema
industrial de todas las sociedades.

Esta trama de tensiones nos indica que nuestra idea de cómo


insertar el conocimiento experto en nuestras sociedades probablemente
se encuentre ante un equilibrio inestable del tipo que a veces se
denomina de “mano temblorosa”, en el que cualquier pequeña
modificación puede resolverse en un cambio radical. En un nivel más
profundo, me parece, estas tensiones superficiales se relacionan con una
fractura más profunda que recorre nuestra cultura desde sus inicios y
que habría sido puesta de manifiesto en el juicio de Sócrates por la
asamblea ateniense. Es la tensión entre justicia y conocimiento experto,
tensión que solamente puede entenderse por el hecho de que ambos

176
extremos no son, no pueden ser, pensados independientemente. Como
recordamos, el escándalo y la controversia nacen de la condena de
Sócrates como corruptor de la juventud. Sócrates acepta las reglas de la
democracia, promueve positivamente su aceptación, pero sostiene que
el juicio de los acusadores está equivocado. Por su parte, los acusadores
sostienen que en el fondo de su prédica hay un elitismo oculto y un
apoyo a la tiranía. La controversia alcanza los pilares de la democracia
ateniense y, como mucho más tarde hará el juicio de Galileo por parte
de la Iglesia, alcanza a los propios pilares sobre los que construimos
nuestros conceptos básicos sociales.

Un modo de aproximarse a la discrepancia podría establecerse en


estos términos: desde una parte se establece la preeminencia de los
juicios expertos respecto a qué les conviene a los jóvenes; desde la otra
parte, la preeminencia del juicio popular. De esta forma, tendríamos
una tensión entre un juicio colectivo en tanto que dueño soberano de las
decisiones y de otra parte un juicio de una parte que tiene a su favor
cierta capacidad técnica para el conocimiento o la acción. Se trata, pues,
en un sentido radical, del enfrentamiento entre una virtud pública
esencial, y una tecno-epistémica no menos fundamental. La tensión es
insoportable e irresoluble si pensamos que la justicia y los valores que
representan los expertos (verdad, eficiencia, etc.) están desconectados y
son independientes: que cabrían sociedades justas sin conocimiento ni
capacidades técnicas básicas o que cabrían sociedades superracionales
en las que la justicia no fuese precisamente la virtud pública esencial
(las distopías contemporáneas como Un mundo feliz narran esta
posibilidad, como también las utopías de sociedades felices artesanales
narran la contraria). Pero cabe sospechar que las esferas de la justicia y
de las capacidades epistémicas y técnicas no están desconectadas y que
estas posibilidades esquizoides no son más que imaginarios ideológicos
basados en una intuición separada de lo humano y lo técnico.

El argumento a favor de una dependencia de las esferas


discurriría de esta forma: en primer lugar, partimos del supuesto de que
la distribución de bienes y garantía de derechos afecta a las trayectorias
vitales de los miembros de la sociedad. No solamente en un arbitrario
momento inicial tal como se postuló en las teorías clásicas del contrato
social, sino en, lo que es más importante, en la forma actual y real de
distribución de bienes y garantía de derechos. En la línea sostenida por
Amartya Sen 148 , en cierta forma derivada de la de Rawls, aunque con
sutiles e interesantísimas discrepancias, más que un concepto de
justicia orientado a la distribución de bienes y garantía de derechos

148 Sen, A. (2001) Desarrollo y libertad. Barcelona: Plaza y Janés

177
necesitamos, más allá, un sistema de protección de las capacidades
personales y sociales. Pues es en el funcionamiento de estas capacidades
en el que encontramos un fundamento sustantivo para la libertad de las
personas, que en el desarrollo de sus capacidades alcanzan grados de
agencia en su mejor expresión humana (o de florecimiento humano,
como expresaría cierta corriente neoaristotélica). Si aceptamos la
argumentación de autores como Amartya Sen o Martha Nussbaum,
llegaríamos a una conclusión, nada sorprendente por lo demás, de que
las esferas de la justicia y las de la libertad no están desconectadas sino
que, por el contrario son interdependientes.

Pero observemos que la conexión de la justicia con la libertad


supone la conexión de la racionalidad práctica y la racionalidad teórica.
Aquí el argumento es sencillo. Si fuera el caso de que una sociedad justa
es la que procura el desarrollo de las capacidades y funcionamientos de
las personas, cabe pensar con fundamento que una sociedad justa sería
imposible sin un sistema fiable de control de posibilidades. En resumen:
la responsabilidad moral supone la responsabilidad epistémica. Las
tensiones que detectan las dos tesis de la conexión y desconexión nos
llevan a una suerte de dilema: Si la sociedad hace compatible la división
social del trabajo y la unidad del juicio, ¿es posible trasladar este
resultado a la organización social de la investigación? Expresado en
otros términos, tal vez un tanto épicos, ¿son posibles la ciencia y la
tecnología en la democracia?, ¿es posible la democracia en la ciencia y la
tecnología?. Las preguntas, como se habrá notado, son filosóficas, pues
lo que demandamos son las condiciones de posibilidad.

La pregunta por las condiciones de posibilidad de la ciencia y la


tecnología en la democracia y de la intromisión de la mirada pública en
la ciencia y la tecnología se puede replantear como una pregunta por la
posibilidad de una esfera pública que tenga como una de sus
dimensiones centrales la discusión sobre y desde la ciencia y la
tecnología. ¿Cómo sería posible en una esfera pública de estas
características una discusión razonable sobre el conocimiento experto?
En cualquier caso, el resultado de las controversias en la esfera pública
deberían ser, en caso de que alcanzaran sus objetivos, la formación de
consensos estables sobre los que formular políticas públicas de
organización y desarrollo del sistema de investigación. Hemos
examinado tres políticas puras que a lo largo del siglo XX han ido
conformando la mirada de ciudadanos y científicos. Ninguna de las tres
es convincente en estado puro. Una nueva posibilidad es el desarrollo de
una genuina esfera pública capacitada para una discusión de la ciencia y
la tecnología. Aquí se producirían ambos consensos: legos y expertos
compartirían valores epistémicos y extra-epistémicos, al menos en la
forma de un mínimo consenso entrecruzado que, como desea Rawls,

178
fuera más allá de un mero modus vivendi, en el que tanto los grupos
sociales como las comunidades científicas simplemente se aguanten
unos a otros. En este caso nos encontraríamos con la necesidad de un
uso explícito de conceptos deferenciales, conceptos cuya existencia está
distribuida en red, conceptos que solamente se pueden poseer en la
medida en que se concede al conocimiento de los otros una forma fuerte
de autoridad y comprensión. Las varias contrapartes en la discusión
deberían conceder legítimamente que la conversación debe hacer uso de
tales conceptos, y que por consiguiente ha de llevarse a cabo bajo las
constricciones de una comprensión limitada, sin que por ello quede
afectado el núcleo principal de las intenciones comunicativas. Se trata
de encontrar una forma de discusión que en su propio desarrollo
entrecruce el conocimiento experto con la discusión abierta de los
valores compartidos por todos, de un lado, en tanto que ciudadanos, de
otro, en tanto que una comunidad epistémica que es capaz de asumir
colectivamente sus proyectos y compromisos.

Las condiciones de posibilidad de una esfera pública en la que se


someta a reflexión colectiva nuestros proyectos epistémicos y técnicos
se traducen así en las condiciones de posibilidad de una esfera pública
en la que se reflexione sobre una distribución justa de las capacidades
cognitivas y técnicas. Así, al introducir la constricción de la justicia no
estamos eliminando las heterogeneidades ni las desigualdades, del
mismo modo que una teoría de la justicia no las elimina por sí misma,
pero las somete a condiciones de legitimidad. La esfera pública es un
ámbito intermedio entre las instituciones de poder y la sociedad civil.
En las condiciones que proponemos en este trabajo, el examen de la
ciencia y la tecnología supondría una esfera poblada de agentes
heterogéneos en lo que respecta a su conocimiento y capacidades. De
entre ellos es importante examinar el grado de legitimidad que tendrían
quienes, precisamente por su grado de conocimiento, tienen una
capacidad formadora de opinión pública y no son participantes
“igualitarios” al menos en una primera instancia.

Entendemos por capacidades “capacidades para funcionar”, es


decir, la relación robusta (aunque no exenta de fragilidad) entre una
decisión motivada y la transformación en la realidad que hace que se
alcance el objetivo o cumpla el deseo. Las capacidades de una persona,
de una comunidad, de una sociedad, de una sociedad hablan del grado
de control que tiene sobre su propia existencia. La estructura de
capacidades no es marginal a la axiología y a la moral. Por una parte
está el principio de que “deber implica poder” de donde se deriva que
las capacidades conforman una trama sobre la que adquiere sentido
humano (y no meramente verbal) la discusión sobre valores o
alternativas morales. Pero en la medida en que establecen el grado de

179
control sobre la propia existencia establecen también la calidad de la
libertad de esa persona o grupo, y en esa misma medida se relacionan
estrechamente con el grado de justicia que existe en ese particular
contexto social. Ya nos hemos referido en lo que respecta a la conexión
de la justicia y el conocimiento experto, al concepto de justicia como
libertad, y ésta como capacitación. No es la única dimensión de la
justicia, claro, pues sería una locura dejar al lado los derechos. Pero sí
podemos aceptar, sin calar demasiado profundo en la discusión política,
que no hay libertad ni justicia sin un ámbito de control sobre la realidad
(el propio cuerpo, la propia existencia, etc.) Los derechos presuponen
ontológicamente las capacidades en algún grado importante.

Las capacidades, además, constituyen una fuente de


normatividad particular de las prácticas sociales. Pues tales prácticas
tienen condiciones de satisfacción que solamente pueden encontrarse
fuera de ellas, en el grado de éxito que esas prácticas tengan con
respecto 149 a un objetivo de tales prácticas. Pues bien, el éxito de una
práctica tiene el aspecto de conseguir lo que define a la práctica y, en
segundo lugar, que esa consecución sea fruto de la propia práctica a
causa de la capacidad del agente que la lleva a cabo. La discusión sobre
las capacidades conforma así la trama básica previa o paralela a los
valores en el dominio de la esfera pública.

La responsabilidad asumida y la responsabilidad


compartida.

La modificación de las capacidades sociales y personales es una


condición de validez del sistema de investigación científico-tecnológico
en un sentido constitutivo, es decir, en el sentido de que eso es lo que al
final hace el sistema y por eso lo preservamos y consideramos valioso,
porque forma una forma de conexión con nuestra idea de bien, de
justicia y libertad en particular. Pero esta dimensión objetiva no es
suficiente: nos interesa que estas cosas las haga de una determinada
forma. En particular deseamos que el ejercicio de estas capacidades sea
un fruto reflexivo de un sujeto que adopta responsablemente las
decisiones que considera básicas. En el terreno científico y tecnológico,
el final de la investigación consiste siempre en un tipo particular de
acto: en el caso de la ciencia el acto es la aserción o afirmación de un
enunciado, convirtiéndose entonces en una creencia o proposición, en
un juicio en terminología tradicional. En la tecnología, el final del

149Vega, J.; Broncano, F. (2003) “ Representation at Work” contribución


presentada al XXI International Congress on Logic, Metodology and
Philosophy of Science. Oviedo 2003.

180
proceso es un diseño, que es el enunciado de un plan, una aserción
práctica que determina un curso de acción posible. El salto que existe
entre la mera información y la actividad, de un lado, y el conocimiento y
la técnica, del otro, se establece por estos pasos que llamamos
afirmación o proyecto. Obsérvese que no se trata solamente de una
consideración puramente filosófica sino de una práctica sancionada
socialmente en la ciencia y la tecnología: no hay un acto comunicativo
en ciencia y tecnología sin la firma a pie de página o proyecto de los
autores respectivos.

Los sociólogos pueden creen que la firma es algo así como los
signos que hacían los canteros en las catedrales medievales, una
convención para recibir luego la recompensa en función del trabajo
realizado. Pero sería una actitud menguada el pensar que esa es la única
función. Por el contrario, el papel esencial de la firma es la asunción de
la responsabilidad de la afirmación. Quien firma el trabajo se hace
responsable de los contenidos: es el momento en el que una
información pasa a ser una afirmación que tiene pretensiones de verdad
(o de eficiencia en el caso de un diseño técnico). Por eso los artículos
científicos y los proyectos tienen una sección final importantísima de
deliberación o discusión en la que se hace un balance de las
pretensiones de verdad del trabajo. Ningún científico afirmará de modo
irrestricto una hipótesis. Si se observa el estilo científico, siempre se
parte de una literatura existente que delimita el estatus de un problema
y se avanza una conclusión sobre lo conseguido. Otros, los pares y
jueces, examinan estas pretensiones y le dan paso como una afirmación
plausible y dan un certificado de confianza al artículo. En la tecnología
es más complicado, puesto que el diseño pasa a estadios nuevos de
simulación y prototipo para comprobar las propiedades y, en último
caso, a la fase pública de patente, que ejerce un control similar al de los
pares.

Este conjunto de acciones tiene componentes de racionalidad


práctica que no han sido notados en la literatura de los estudios sobre la
ciencia y la tecnología. La afirmación tiene un carácter preformativo que
crea lazos de responsabilidad, puesto que el autor declara mediante la
firma su compromiso con la afirmación y se pone a sí mismo y a sus
propias capacidades como garante de la afirmación. La ciencia y en
parte la tecnología son sobre todo una inmensa red de relaciones de
confianza basadas en la credibilidad de los autores, que se basa
precisamente en estos actos de compromiso con el contenido de lo que
se afirma. No es casual pues que el escepticismo acompañe de forma tan
cercana a la confianza y credibilidad, puesto que lo que está en juego
son las propias capacidades de los autores.

181
Lo que importa aquí de este proceso es el tipo de lazo social que
crean las afirmaciones y proyectos en ciencia y tecnología: crean
responsabilidades en los autores y derechos de réplica y petición en los
lectores y oyentes. No se ha notado esta función social, política y
jurídica de la ciencia y la tecnología por los sesgos de muchos de los
estudios culturales hacia la crítica del sistema sin explicar su
funcionamiento. Pero en las sociedades democráticas, el sistema de
responsabilidades es, o debería ser, el sistema fundamental que
articulase el buen gobierno republicano. La responsabilidad del juicio
en la teoría y en el diseño es una responsabilidad que alcanza a aquello
de lo que el autor se hace responsable, a aquello que afirma o proyecta.
Con eso no quedan cubiertas todas las esferas de responsabilidad (y de
racionalidad) puesto que los seres humanos son frágiles en sus
capacidades cognitivas y prácticas y no alcanzan a derivar todas las
consecuencias posibles de una afirmación teórica y práctica y mucho
menos de un proyecto práctico (por eso la ciencia no termina en el acto
de la publicación: si el artículo es considerado relevante se somete al
escrutinio de la discusión y elaboración de nuevas consecuencias más
allá de las afirmadas por el autor. Por eso la tecnología implica además
una secuencia de controles, prototipos, lentos pasos de ensayo y error
hasta que el producto se considera kosher para el consumo). El
resultado, como sabemos, es la formación de consensos acerca de los
límites de validez de una afirmación o de los límites de aplicabilidad de
un artefacto. Lo que comenzó siendo una afirmación de un autor o
grupo de autores se convierte al final del proceso en una aceptación
colectiva, en la que la comunidad se hace cargo, se compromete y hace
responsable de la afirmación, y, en el caso de la tecnología acepta la
responsabilidad de las consecuencias de su puesta en práctica.

El principio general de la democracia es que no hay autoridad sin


responsabilidad. La autoridad sin responsabilidad es siempre poder
puro, dictadura sin legitimidad. Y por ello la formación de consensos
implica también un sistema de delimitación clara de las
responsabilidades. El final de este proceso, claro, si es el consenso, lleva
a una asunción colectiva de las responsabilidades (sean estas de
beneficio o de riesgo). Por eso mismo los procesos de controversia
desvelan tensiones profundas en las democracias, puesto que lo que
ponen a veces sobre el tapete son las capacidades de una sociedad
democrática para hacerse cargo de sus propias decisiones. En la
mayoría de las decisiones científicas y tecnológicas contemporáneas
aparecen muchos tipos de intereses: de orden económico, industrial,
político y geopolítico, de los movimientos sociales que genera la propia
decisión, etc. La función básica de la controversia en la esfera pública es
la de hacer explícito todo el sistema de necesidades e intereses
implicados así como establecer las condiciones de legitimidad que debe

182
cumplir un cierre adecuado de la controversia a través de la generación
de un consenso, una línea de investigación nueva, etc. 150 En estos
procesos, sin embargo, una parte de la responsabilidad de las
afirmaciones está en la credibilidad de quienes poseen la autoridad
epistémica que deriva de sus respectivas habilidades. El que sus
afirmaciones y proyectos estén respaldados socialmente por estas
habilidades y capacidades plantea unas especiales demandas de
responsabilidad a las partes implicadas.

Tradicionalmente se ha tratado la cuestión de la responsabilidad


de los científicos e ingenieros como un caso de responsabilidad moral.
Se han llenado bibliotecas con la apelación a los sentimientos morales, a
la reflexión, a la asunción de valores, etc. Desde el punto de vista de la
filosofía política de la ciencia estas llamadas son prepolíticas,
metafísicas en el sentido de Ralws, es decir, dependientes de una teoría
comprehensiva del mundo, pero no parte de la sociedad ordenada que
pretendemos construir. Si queremos replantear las exigencias en el
marco del contrato social solamente puede hacerse mediante una
asignación de responsabilidades que derive de los papeles y funciones
que legítimamente asumen los actores sociales. Así, las asignaciones
derivan del acto preformativo que hemos señalado: la firma de los
trabajos. Los expertos entran en el juego social poniendo como respaldo
de sus afirmaciones su propia credibilidad. La sociedad debe hacerse
cargo de que el sistema de acreditaciones, así como el sistema de
controles previos y posteriores, sean lo suficientemente rigurosos como
para que el respaldo basado en las capacidades de expertos sea todo lo
garante que humanamente pueda imaginarse dadas las propias
capacidades de esa sociedad. El sistema público se erige así también en
garante de la legitimidad y calidad epistémica de los expertos. Pero
como ocurre con el sistema jurídico y tantos otros subsistemas de la
democracia, ninguna autoridad es única: siempre existen, y así debe ser,
diversos tribunales de apelación y de control. Los juicios expertos
solamente son una parte del sistema de decisiones acerca de las
capacidades y posibilidades en las que se embarca la sociedad,
precisamente porque las consecuencias y beneficios las sufren y
disfrutan todos.

150Callon, M. Lascoumes, P.; Barthe, Y. (2001) Agir dans un monde incertain.


Essai sur la démocratie technique, París, Seuil., reconstruyen ejemplos de
cómo las movilizaciones sociales a veces concluyen en la apertura de nuevas
líneas de investigación incluso dirigidas por los intereses de las partes
implicadas.

183
No es una locura pensar que el sistema de tres poderes que
configuró las democracias se haya convertido ya en un sistema
diferente. Ya hablamos de cuarto poder refiriéndonos a los medios de
comunicación. Lo mismo ocurre con el sistema público y privado de
investigación: constituye una suerte de quinto poder que aún está a la
espera de ser objeto de examen en la esfera pública. A cambio, la
sociedad ordenada puede reconocer el sistema de expertos porque ella
misma se ha ofrecido como garante de que es el mejor sistema que es
capaz de articular. El sistema de legitimación de autoridades
epistémicas es, pues, parte de un sistema general de asunción de
responsabilidades que, al final, nos lleva a los estratos más profundos de
la génesis de un contrato social como mecanismo legitimador.

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