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El que esté libre de pecados, que tire la primera piedra.

(Juan 8:2-11 KJV)


A mi hija.
Aunque al día de hoy no soy madre todavía
Quiero dedicarle cada una de estas líneas
Aun sin saber si será una hermosa niña
De lo único que estoy segura
Es que evitaré que sufra
Tanto como yo.
Borderline, eso padezco…

Así lo diagnosticó mi médico el Dr. Wikipedia, al igual que mi anemia y alergia – Estas
últimas respaldadas por médicos titulados – y es que no consigo un trastorno que se
asemeje más a lo que muchos llaman “una locura genial” que para mí, de genial no tiene
nada. Tampoco consigo un psicólogo que me diga exactamente que tengo, todos me dicen
que debo perdonar. Tal vez mis problemas solo los puedan arreglar los psiquiatras, esos
doctores que están facultados para darte drogas y yo le tengo pavor a las drogas, más
adelante sabrán por qué.

Suelo ser así, autosuficiente para todo. Si quiero algo lo busco yo misma, prefiero hacer
mis cosas porque siento que otros no sabrán hacerlo tan bien como yo. Si necesito un
diagnostico psiquiátrico yo misma lo hago ¿total? Para eso llevo 8 años de estudios
internacionales de navegación en internet.

Aunque así como soy de autosuficiente, también lo soy de dependiente. Es una dualidad
que no termino de comprender ni nadie a mí alrededor lo hace. Quisiera que entiendan
que como sea que se llame tengo un problema, que dejen de tratarme como si todo lo
hiciera a propósito. Estoy harta de sentir que soy un pecado ambulante, que debo sentir
pena por todo, que de todo tengo la culpa.

No sé muy bien como comenzar esta ¿Autobiografía?

Me dicen que soy muy joven para eso, pero me parece que es el momento perfecto y tal
vez creo que lo mejor sea comenzar por el principio.
Nací una mañana lluviosa de agosto. Excesivamente lluviosa, ya que como augurio de lo
que sería mi vida nací bajo una tormenta. Y desde ese glorioso día comenzaron las culpas,
los reproches, los silencios. Mi madre intentaba que su madre no la culpara de defraudarla
por tenerme y yo pues pasaría el resto de mis días intentando no ser un fraude.

Comencé la vida con el pie derecho. A pesar de nunca permitir que los doctores
descubrieran mi sexo, fui la tan anhelada niña de mis padres. Muy delgada, muy pequeña,
muy rosada, muy sana y lista para enfrentarme al mundo.

Mis padres eran una pareja bastante liberal y extraña. Mi padre nunca estaba, siempre
trabajando, venia solo dos días por semana. Mi madre siempre estuvo, demasiado, en
todo momento, eso jamás me dejaría olvidarlo.

Con apenas 7 meses de existencia comenzó el viacrucis por el que llevo más de 20 años
viajando. Una tarde luego de una siesta de rutina me despierto con una sorpresa en mi
rostro, y es que mi ojo izquierdo perdió la noción del tiempo y espacio y decidió llevar la
contraria para mirar a otra parte – eso que llaman estrabismo – lo cual alarmó muchísimo
a mis familiares y me hizo ser víctima de innumerables ofensas a lo largo de mi niñez.

Los meses siguientes fueron evidenciando la enorme inteligencia que tenía. Comencé a
decir palabras muy temprano, aprendía sumamente rápido, imitaba comportamientos de
adultos y al momento de cumplir mi primer año de vida tenía la capacidad mental de un
niño de 3, era realmente extraordinario y eso creó expectativas de mí que me han ido
hundiendo poco a poco.

Al cumplir mis 3 años ya había vivido al menos 4 mudanzas, llegamos de la capital a un


pueblo de donde al parecer una vez entras no puedes salir, tiene una especie de
magnetismo inexplicable. Aquí comencé en el colegio, era la nena más pequeña del salón,
gordita, con unas mejillas enormes y redondas, el cabello ligeramente ondulado castaño
medio cobrizo y cara tierna, una belleza de niña con un ojo que todo lo estropeaba.

En la escuela me iba demasiado bien, mi inteligencia destacaba, sabía los números, los
colores, las vocales y decía palabras en inglés. Mis compañeros por su parte debían
concentrarse en aprender todo lo que ya yo sabía, y mientras ellos jugaban a A: Avión, E:
Elefante, I: Iglesia, O: Oso, U: Uva, yo estaba saltando, bailando y molestando a los demás.
Todo esto llevó a que se tomara la decisión de subirme dos grados más del que cursaba,
así que a mis 3 años de edad pasé de primero a tercero en solo semanas.
En estos años recibí mi primera intervención quirúrgica. Desde la desviación de mi nervio
ocular mi padre en su cobardía dejó de luchar por mí, así que mi aguerrida madre quien
enfrentaba cielo, tierra, mar y fuego por mi (no se olviden de esto, durante el resto de
este relato nos lo recordarán incontables veces) fue quien se encargó de esta operación,
de mi recuperación y de elegir los lentes más culo de botella que habían en la óptica.

Y así fui ganando años ya que en realidad nunca fue mucho lo que crecí, siempre era la
más bajita de mis compañeros. Estudié en colegios diferentes, unos peores que otros,
unos más pequeños que otros por el miedo de mi madre a que alguien se atreviera a
romper su muñequita de porcelana. Y que equivocada, al parecer no a muchos les
agradaba la cerebrito versión miniatura, de trenzas y lentes. Constantemente era el
blanco no solo de burlas, sino también de agresiones físicas que hicieron añicos el cristal
del que mi madre creía estaba hecha.

Pero siempre me mantuve en silencio. Para el resto del mundo solo fueron momentos de
aprendizaje que me ayudaron a ser mejor persona, pero para mí fueron instantes
dolorosos: golpes, calificativos y ofensas que nunca voy a olvidar y me hicieron la víbora
en la que a veces llego a convertirme.

Y de pronto los años transcurrieron volando y la nena de mejillas redondas y mirada


inocente dejó la primaria atrás y llegó a secundaria aun siendo una niña llena de barbies y
peluches. Para este momento tenia 11 años

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