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La crisis ha alcanzado nuestros mayores mitos: dominio del mundo, progreso y felicidad.
¿Cómo ha podido la idea de progreso resistir dos horribles guerras mundiales, el fascismo, el
estalinismo, y renacer, tras la Segunda Guerra Mundial, en forma de idea de porvenir
radiante, en Oriente, y en forma de idea de civilización industrial avanzada en Occidente?
Este mito ha acabado por desintegrarse a partir de la implosión del mundo soviético y de la
aparición de fenómenos regresivos. A partir de ahora, el futuro mismo está en crisis: no hay
más predicción posible, sólo hipótesis, escenarios.
En lo que concierne al dominio del mundo, Nos hemos dado cuenta que ese dominio
degradamos la biosfera. Con el descubrimiento, recientemente, de que el sistema solar no
es más que un pequeño suburbio del universo, toda idea de poder humano sobre el espacio
se hunde. ¿No sería entonces mejor acondicionar nuestra Tierra como una casa común?
El mito de la felicidad también está en crisis. Hoy empezamos a comprender que aunque los
productos positivos de la felicidad permanezcan, igualmente aparecen subproductos
negativos: fatiga, abuso de psicotrópicos, drogas... El individualismo, con la destrucción de
las solidaridades tradicionales, produce también soledad y tristeza. La ciudad radial se
convierte en una ciudad tentacular, con su vida racionalizada, su contaminación, su estrés.
Hemos creído poder edificar una civilización de seguridad, pero ahora nos damos cuenta
de que, lejos de eliminar los riesgos, ella misma produce otros nuevos.
¡Hemos desencadenado fuerzas que no llegamos a dominar!
Más allá de las Luces.
El Renacimiento, marco el antagonismo y complementaria entre la fe y la duda, la razón y la
religión. Esta gran dialógica se encuentra marcada en el siglo de las Luces por una
preponderancia (tal vez una hegemonía) de la razón.