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El espejo

Adela era una muchacha poco agraciada. Desde la infancia había soportado las burlas de
sus compañeros y ya en la adolescencia, se sentía sola por su fealdad.

Jamás había conocido el amor, ni supo de amistades. Jamás salió de su boca un lamento
por tener un rostro más hermoso, pero nunca entendió el porqué del rechazo que
soportaba a diario.

Cuando se emancipó, alquiló una pequeña casa en el campo para no tener que soportar
las miradas de sus vecinos. La casa tenía un hermoso y antiguo espejo ovalado en la
habitación, que evitaba mirar para no ver su rostro reflejado en él.

Cierta noche mientras dormía, escuchó unos susurros provenientes del espejo.

-¿Quién anda ahí?-preguntó angustiada.

Ni una sola respuesta, sólo un halo dorado que emergía del espejo. Se plantó frente a él y
observó a una hermosa mujer, vestida con su mismo atuendo.

¿Quién eres?-dijo.

-Soy el reflejo de tu alma pura. Si quieres ser como la imagen que ves reflejada en mí, sólo
tendrás que atravesarme.

Durante unos instantes dudó, pero pudo más la curiosidad y atravesó el umbral.

Una vez estuvo al otro lado, llegó a una oscura habitación llena de cristales rotos y
decenas de personas con los rostros desgarrados y ensangrentados.

Ahogó un gemido y golpeó el cristal con todas sus fuerzas.

Una grave voz resonó en la estancia.

-Necia ¿Acaso creíste lo que dije? Por tu absurda decisión estarás confinada en este lugar
por siempre, hasta que pierdas el juicio como ellos. Me alimento de almas puras -contestó
con ironía sin dejar de reír grotescamente.

Adela recorrió la habitación y observó con horror como decenas de ojos enloquecidos y
ensangrentados, se clavaban en su rostro y gritando con toda su furia, tomó entre sus
manos un afiladísimo cristal para rasgarse la cara de lado a lado, mientras a sus pies crecía
un cálido charco de sangre.

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