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Introducción
Unidad
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Carpeta de trabajo Unidad
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2
ISBN: 978-987-774-030-1
Íconos
LL
Leer con atención. Son afirmaciones, conceptos o definiciones destacadas
y sustanciales que aportan claves para la comprensión del tema que se
desarrolla.
PP
Para reflexionar. Propone un diálogo con el material a través de preguntas,
planteamiento de problemas, confrontaciones del tema con la realidad,
ejemplos o cuestionamientos que alienten la autorreflexión.
Texto aparte. Contiene citas de autor, pasajes que contextualicen el desa-
rrollo temático, estudio de casos, notas periodísticas, comentarios para for-
mular aclaraciones o profundizaciones.
CC
Cita. Se diferencia de la palabra del autor de la Carpeta a través de la inser-
ción de comillas, para indicar claramente que se trata de otra voz que ingre-
sa al texto.
Ejemplo. Se utiliza para ilustrar una definición o una afirmación del texto
principal, con el objetivo de que se puedan fijar mejor los conceptos.
AA
Para ampliar. Extiende la explicación a distintos casos o textos como podrían
ser los periodísticos o de otras fuentes.
KK
Actividades. Son ejercicios, investigaciones, encuestas, elaboración de cua-
dros, gráficos, resolución de guías de estudio, etcétera.
SS
Audio. Fragmentos de discursos, entrevistas, registro oral del profesor expli-
cando algún tema, etcétera.
EE
Audiovisual. Videos, documentales, conferencias, fragmentos de películas,
entrevistas, grabaciones, etcétera.
II
Imagen. Gráficos, esquemas, cuadros, figuras, dibujos, fotografías, etcétera.
WW
Recurso web. Links a sitios o páginas web que resulten una referencia den-
tro del campo disciplinario.
OO
Lectura obligatoria. Textos completos, capítulos de libros, artículos y papers
que se encuentran digitalizados en el aula virtual.
RR
Lectura recomendada. Bibliografía que no se considera obligatoria y a la que
se puede recurrir para ampliar o profundizar algún tema.
Línea de tiempo. Se utiliza para comprender visualmente una sucesión cro-
nológica de hechos.
4
5
Índice
El autor.................................................................................................. 7
Introducción............................................................................................ 9
Objetivos del curso................................................................................ 15
El autor
Introducción
La ciencia política
Objetivos
•• Realizar una introducción a la política como disciplina científica.
•• Especificar el campo de estudio, los límites y los métodos de la política,
una vez conceptualizada como ciencia.
•• Diferenciar la ciencia política de otras corrientes de estudios políticos.
•• Detallar las particularidades que conforman la ciencia política como ciencia
empírica y social.
CC
Es importante que aquellos que llegan frescos al estudio de la política (o para
el caso, de cualquier otra disciplina) se den cuenta de que esa no es una de-
marcación llovida del cielo, oficialmente definida o autoritaria. Tampoco es un
campo de estudio rígido cuyo carácter y alcance debamos dar por sentado o
suponer que sean invariables o permanentes; es decir, las disciplinas no han
llegado totalmente formadas al mundo de la ciencia. Igual que todos los otros
aspectos de la vida social, evolucionan y cambian con el tiempo en el curso de
su interacción con su medio, con los demás, y en respuesta a problemas que
se presentan dentro de ellas mismas, y entre ellas y su punto último de refe-
CC
Si una disciplina no cuestiona constantemente la naturaleza y los métodos de
su análisis y su compromiso con los problemas del mundo, contemporáneos o
históricos, igual que algunos aspectos de la erudición medieval, perderá con-
tacto con los puntos centrales de la vida secular y se volverá inoperante para
la gente y sus intereses. Es en las ciencias sociales donde esto es más cierto.
(Leftwich, 1987: 20)
CC
[…] La acción y los comportamientos políticos están precedidos y rodeados
por el discurrir sobre la polis, sobre la ciudad. Si queremos comenzar por el
principio, el principio es este: el discurso sobre la política. Y el primer proble-
ma consiste en que el discurso sobre la política se vuelve hacia tres antece-
dentes, a tres fuentes diversas cuando menos: 1) la filosofía política; 2) la
ciencia o conocimiento empírico de la política; 3) el discurso común u ordinario
sobre la política. Si el hombre resulta en política un animal particularmente ex-
traño es, entre otras cosas, porque sus comportamientos están inspirados y
orientados o por la filosofía, o por el conocimiento empírico-científico o por la
conversación corriente sobre política; y las más de las veces por una confusa
mezcla de estos tres aportes. A la pregunta “qué es la política”, creo respon-
der, como paso previo, enumerando las principales “matrices simbólicas” de
las que nacen nuestras consabidas orientaciones y actitudes políticas […].
(Sartori, 2003: 15)
“La filosofía política, y más precisamente las “filosofías de la política”, fueron la principal
fuente de inspiración de la teoría política hasta hace alrededor de un siglo. Todavía hoy
gran parte de los planteamientos de los problemas políticos de fondo están referidos, aun
sin saberlo, a los planteamientos que recibieron estos problemas en el dominio especulativo.
[…] La ciencia política (o mejor, un conocimiento empírico de la política provisto de vali-
dez científica) es en cambio la más reciente y embrionaria de las ciencias. El conocimiento
científico de los hechos políticos, en cuanto se remite a fuentes de inspiración autónomas
(como Maquiavelo y la doctrina de la razón de Estado), encuentra dificultades para con-
solidarse; especialmente porque gravita sobre ella, de un lado, la hipoteca de la filosofía
política (infiltrada, aunque sea mimetizándose, tras los pliegues del conocimiento empírico
de la política) y del otro el apremiante reclamo de la praxis política cotidiana, y a través de
ella del discurso corriente y las ideologías políticas en pugna. […] El discurso común sobre
la política […] puede asumir muy sensibles tonalidades emotivas, y hasta convertirse en un
discurso ideológico-emotivo. En cuanto sujetos empeñados activamente en la lucha política,
todos terminamos por argumentar en forma pasional. Cuando estamos en medio de la
pelea no se trata tanto de persuadir como de “conmover” para la acción; no tanto convencer
como “constreñir”; ni tanto razonar como “apasionar”. Es inevitable. Pero por esto mismo
se hace preciso diferenciar muy bien este discurso (útil, incluso indispensable a los fines
de la acción, para excitar a la acción) de la ciencia empírica de la política, y ni qué decirlo
de la filosofía política. Se ve claro que estos componentes no son, en efecto, convergentes,
sino que, al revés, divergen; vale decir que son heterogéneos y se obstaculizan uno al otro”.
(Sartori, 2003: 15 y 16)
Por su parte, Norberto Bobbio (1993a) indica que el concepto ‘ciencia política’
puede ser usado en un sentido amplio para hacer referencia a “cualquier estu-
dio de los fenómenos y estructuras políticas, conducido con sistematicidad y
con rigor, apoyado en un amplio y agudo examen de los hechos, expuestos con
argumentos racionales”. En este orden, la ciencia política se circunscribe a
toda expresión del pensamiento o estudio que fuese metódico y fundado acer-
ca de los hechos, actividades o procesos denominados políticos. Pero Bobbio
también señala que aquel concepto puede ser utilizado en un sentido restrin-
gido para denotar estudios de carácter estrictamente científicos empíricos.
Este autor señala que la noción estricta y técnica de “ciencia política” se
usa para hacer referencia a la “ciencia empírica de la política” o a la “ciencia
de la política”, conducida mediante la metodología de la ciencia empírica más
desarrollada, tal como la física o la biología. Para evitar ciertas imprecisiones
conceptuales, se podría denominar al primer tipo de abordaje general como
pensamiento o estudios políticos y reservar el concepto de ciencia política para
aquellos tratamientos estrictamente científicos de la política.
Bajo esta perspectiva, la ciencia política configura un saber orientado a
describir e interpretar la realidad política, más que a prescribir lo que “debe
ser” en el marco de estudios deontológicos, lo que, en verdad, es objeto de
la filosofía política.
Es también Bobbio, entre otros, quien establece una clara distinción entre
estas dos formas de abordaje de la política. La ciencia política configura una
modalidad de investigación de la vida política que debe satisfacer tres con-
diciones básicas: “a) el principio de verificación o de falsificación como crite-
rio de la aceptabilidad de sus resultados; b) el uso de técnicas de la razón
que permitan dar una explicación causal en sentido fuerte o débil del episo-
dio investigado; c) la abstención o la abstinencia de los juicios de valor”. La
filosofía política, por su parte, comprende tres tipos de indagaciones: “a) de
la mejor forma de gobierno o de la perfecta república; b) del fundamento del
Estado o del poder político, con la consiguiente justificación (o injustificación)
de la obligación política; c) de la esencia de la categoría del político, o de la
politicidad, con la prevalente polémica sobre la diferencia entre ética y políti-
ca”. Sobre esto, Bobbio manifiesta lo siguiente:
CC
La filosofía política, como búsqueda del fundamento último del poder, no expli-
ca el fenómeno del poder, sino que trata de justificarlo, operación que tiene por
meta calificar un comportamiento como lícito o ilícito, lo que no se puede ha-
cer sin recurrir a valores; como búsqueda de la esencia de la política se sus-
trae de toda verificación o falsificación empírica, puesto que lo que se denomi-
na pretenciosamente esencia de la política, es el resultado de una definición
nominal y, como tal, no es ni verdadera ni falsa. (Bobbio, 1993a: 59 y 60)
LECTURA OBLIGATORIA
“Cuando esta toma de conciencia cobra la forma de una acción dirigida hacia las institu-
ciones políticas, las actividades pasan a ser «políticas» y a integrar la naturaleza política. La
iniciativa puede partir de las instituciones mismas o de los hombres que la manejan. Una
decisión pública –encaminada, por ejemplo, a controlar la fabricación de tejidos o a prohibir
la difusión de ciertas doctrinas– tiene el efecto de conectar estas actividades con el orden
político y convertirlas, al menos en parte, en fenómenos políticos. Aunque podrían darse
múltiples ejemplos acerca del modo en que las actividades humanas se vuelven «políticas»,
lo principal es la función «relacionante» que cumplen las instituciones políticas. Por medio
de las decisiones que adoptan y ponen en práctica los funcionarios públicos, se reúnen
actividades dispersas, se las dota de una coherencia nueva y se moldea su curso futuro de
acuerdo con criterios «públicos». De este modo, las instituciones políticas agregan otras
dimensiones a la naturaleza política. Sirven para definir, por así decirlo, el «espacio político»
o lugar donde se relacionan las fuerzas tensionales de la sociedad, como en un tribunal, una
legislatura, una audiencia administrativa o el congreso de un partido político. También
sirven para definir el «tiempo político», o período dentro del cual tiene lugar la decisión,
la resolución o el acuerdo. Los ordenamientos políticos proporcionan así un marco dentro
del cual se vinculan espacial y temporalmente las actividades de individuos y grupos [...].”
(Wolin, 1993: 16)
Esta delimitación genérica del objeto básico de los estudios políticos da cuen-
ta del núcleo central de la política como práctica social. No obstante, en las
distintas expresiones politológicas, más recientemente, se ha ponderado a la
política como un conjunto de prácticas sociales desenvueltas en una enorme
diversidad de aspectos y áreas de la vida colectiva, y que no se restringen
exclusivamente a aquellas actividades directamente vinculadas a las acciones
y relaciones desarrolladas en el interior de las instituciones gubernamentales
de un país. Adrián Leftwich lo expresa con claridad cuando sostiene que “la
política está en el centro de toda actividad social colectiva, formal e informal,
pública y privada, en todos los grupos humanos, instituciones, sociedades,
no solo en algunos de ellos” (1987: 123).
CC
La política no es un ámbito separado de la vida y actividad pública, por el con-
trario, la política abarca todas las actividades de cooperación y conflicto, den-
tro y entre las sociedades, por medio de las cuales la especie humana organi-
za el uso, la producción y la distribución de los recursos humanos, los
naturales y otros, en el transcurso de la producción y reproducción de su vida
biológica y social. Estas actividades de ninguna manera están aisladas de
otras características de la vida en sociedad, privada o pública. En todas partes
influyen tanto como reflejan la distribución de poder y los patrones de toma de
decisiones, la estructura de la organización social y los sistemas de cultura e
ideología en la sociedad o en los grupos dentro de ella. Además, todo esto
puede después influir y reflejar las relaciones de una sociedad (o grupo o insti-
tuciones dentro de una) tanto con su medio natural como con otras socieda-
des (o grupos e instituciones dentro de ellas). (Leftwich, 1987: 126 y 127)
“[…] La política se encuentra, por ejemplo, en las familias, grupos de parientes o “tribus”,
así llamadas, en aldeas, pueblos, regiones, naciones-Estados y, en el mundo moderno, sobre
una base global entre ellas. La política también se encuentra en todas las instituciones for-
males, tales como iglesias, fábricas, burocracias, universidades, clubes, así como en partidos
políticos, sindicatos, oficinas de seguros, grupos de mujeres, cámara de comercio, asocia-
ciones de padres de familia, la mafia y los ejércitos, y en todas las relaciones que puedan
obtenerse entre ellas. Asimismo, se encuentra en agrupaciones de personas más informales o
incluso temporales, tanto en las sociedades modernas como en las históricas, en sociedades
industriales complejas, o en sociedades de estructura más simple y más pequeña de todo tipo
basadas en la subsistencia o agrarias donde puede no haber instituciones formales de gobier-
no. Los grupos informales pueden incluir las colas para abordar el autobús, las multitudes
de aficionados al fútbol, gente que se reúne por primera vez en un campamento, grupos ad
hoc de presión o asociaciones voluntarias; podemos encontrarlos entre niños que inventan
y se dedican a los juegos, en grupos de trabajo de colaboración […]; entre los residentes de
un conjunto de viviendas, o entre comunidades étnicas de nuevos inmigrantes en los barrios
bajos de las extensas ciudades de América Latina, África y Asia” (Leftwich, 1987: 124 y 125).
Como se dijo, esta orientación es expresiva del enfoque temático global que
ha venido primando en la ciencia política durante los últimos años, y ha con-
llevado un relativo alejamiento de aquellas perspectivas que interpretaban
a la política como una actividad exclusivamente reducida a las instituciones
públicas. En este nuevo enfoque, se tiende a adoptar una definición de políti-
ca más amplia y dinámica, que no niega la centralidad de los fenómenos del
poder y del gobierno, pero que entiende que estos fenómenos no se reducen
al ámbito de las instituciones públicas, sino que se desenvuelven a lo largo
del espacio social, desde la familia hasta el Estado, desde los agrupamien-
tos vecinales hasta las corporaciones gremiales y empresariales y desde los
partidos políticos hasta la administración pública.
Todos estos ámbitos conforman una compleja trama de relaciones de
poder que tiene expresión en las instituciones políticas y gubernamentales, al
mismo tiempo que estas influyen sobre aquella. Así, la definición de política se
amplía dejando de identificar a la ciencia política exclusivamente con el estu-
dio del gobierno y de los asuntos públicos para centrarse en lo que Leftwich
denomina “política de la vida cotidiana”.
Gerry Stoker (1997) considera válida esta definición de política como una
práctica social específica, pero ratifica la centralidad que mantiene el gobierno
administrativo de una sociedad en el campo disciplinar de referencia, en par-
ticular, bajo las diferentes modalidades de organización estatal.
Abrevando en las nuevas contribuciones aportadas por la sociología políti-
ca, este autor sostiene que ya no tiende a considerarse al Estado solamente
como un dispositivo normativo-institucional, sino como una compleja trama de
interacciones sociales cotidianas que están regularmente vinculadas con la
“[…] La política es un aspecto de las relaciones sociales, pero como politólogos debemos
reconocer que su práctica es más relevante y estimulante en unas áreas que en otras. Con-
cretamente, la política tiene un carácter especial en el ámbito de los asuntos y de la adminis-
tración pública, en relación tanto con la asignación de recursos como con las decisiones que
toman instituciones que ostentan autoridad legítima. Es una actividad colectiva, vinculante
y justificada cuyo carácter especial reclama insistentemente un puesto de privilegio en la
ciencia política. En términos más abstractos, es necesario combinar un ámbito específico
con una definición dinámica del objeto de la ciencia política. Como proceso de conflicto y
de cooperación sobre los recursos necesarios para la producción y reproducción de nuestras
vidas, la política es una actividad ubicua. Sin embargo, la política como disciplina debería
prestar una especial atención al modo en que se desarrolla este proceso en la actividad de la
administración; especialmente, cómo los problemas entran a formar parte o son borrados de
la agenda de la administración y cómo, en este ámbito, se debate y se decide sobre ellos. El
carácter singular de la administración se hace evidente si se considera como parte del Estado
moderno. Las administraciones intentan gobernar de forma ordenada y lo hacen de muy
variadas maneras y desde diseños institucionales diferentes, en el contexto de esa poderosa
y vasta entidad que es el Estado moderno” (Stoker, 1997: 18).
Por cierto, Stoker destaca como válida la formulación de Leftwich, pero prefie-
re afirmar el carácter específico de la política como proceso de producción y
reproducción de la vida colectiva y, derivado de esto, reivindica la centralidad
que dicho proceso debe tener en la ciencia política.
CC
La política es una actividad generalizada que tiene lugar en todos aquellos ám-
bitos en los que los seres humanos se ocupan de producir y reproducir sus vi-
das. Esta actividad puede entrañar tanto enfrentamiento como cooperación, de
forma que los problemas se presentan y resuelven a través de decisiones to-
madas colectivamente. La ciencia política es una disciplina académica que
pretende describir, analizar y explicarle de forma sistemática esta toma de de-
cisiones, así como sus valores y puntos de vista subyacentes. Sin embargo, la
ciencia política debería prestar una especial atención al ámbito colectivo que
conforman las actividades de la administración pública en el Estado moderno,
dada la amplitud y el carácter coercitivo de la autoridad que dichas actividades
representan. Asimismo, debería reconocer que si la política «normal» se res-
quebraja, la actividad política puede manifestarse de una manera más violenta
y brutal. (Stoker, 1997: 19)
CC
La política puede ser definida como la actividad mediante la cual se concilian
intereses divergentes dentro de una unidad de gobierno determinada, otorgán-
doles una parcela de poder proporcional a su importancia para el bienestar y la
supervivencia del conjunto de la comunidad (Crick, 2001: 22)
Entretanto, Vallès y Martí i Puig (2015) ofrecen una visión amplia de la política,
pero en la que el gobierno, el Estado y el poder ocupan un lugar determinante.
Consideran la política como “una práctica o actividad colectiva que los miem-
bros de una comunidad llevan a cabo” con la finalidad de “regular conflictos
entre grupos” y cuyo resultado es la “adopción de decisiones que obligan –por
la fuerza, si es preciso– a los miembros de la comunidad”.
De este modo, colocan a la política como una actividad social derivada de
la necesidad de afrontar y gestionar conflictos sociales, configurando una pers-
pectiva integral de la política como práctica social. Política y conflicto se deter-
minan mutuamente. Toda sociedad está atravesada por conflictos de diversa
índole y la política constituye el campo en el que estos se regulan median-
te la estructuración de instancias gubernamentales. Como ellos sostienen,
el “punto de partida” del concepto de política es la “existencia de conflictos
sociales y de los intentos para sofocarlos o regularlos”.
“[…] El origen de los conflictos se sitúa en la existencia de diferencias sociales que se con-
vierten a menudo en desigualdades. La distribución de recursos y oportunidades coloca a
individuos y grupos en situaciones asimétricas. No todos los miembros de una comunidad
tienen acceso razonablemente equilibrado a la riqueza material, a la instrucción, a la capa-
cidad de difusión de sus ideas, etc. No todos comparten de manera sensiblemente equi-
tativa las obligaciones y las cargas: familiares, productivas, asistenciales, fiscales, etc. Tales
desequilibrios entre individuos y grupos generan una diversidad de reacciones. Quienes
creen disfrutar de situaciones más ventajosas se esfuerzan generalmente por asegurarlas y
luchan por no perderlas. Por su parte, quienes se sienten más perjudicados aspiran por hacer
realidad sus expectativas de mejora. O simplemente pugnan por sobrevivir en su misma
condición de inferioridad, sin ser totalmente marginados o aniquilados. Junto a unos y
otros, también los hay que se empeñan a mantener o modificar las condiciones existentes,
movidos por principios y valores y no por lo que personalmente se juegan en el asunto. Esta
CC
[…] De la acción política puede derivarse una alteración profunda de la situa-
ción anterior, lo cual no dejará muy convencidos a quienes antes disfrutaban
de las mejores condiciones. En otras ocasiones, la política reequilibrará las po-
siciones con modificaciones que contarán con la aceptación –resignada o entu-
siasta, según los casos– de los diferentes afectados. Pero esta acción política
puede desembocar también en una ratificación del statu quo anterior, dejando
inalteradas –y, a veces, agudizadas– las sensaciones de agravio o de amena-
za. En cierto modo el conflicto no desaparece, sino que –al igual que la ener-
gía– se transforma. Por lo tanto, la política no consigue siempre «solucionar»
los conflictos, aunque así lo prometan y lo proclamen algunos de sus protago-
nistas. Cuando se gestiona o maneja una determinada disputa, lo que se pro-
cura es preservar –de grado o a la fuerza– una relativa cohesión social. (Vallès
y Martí i Puig, 2015: 20 y 21)
Así, la política adquiere una centralidad en la vida social que deriva del carác-
ter vinculante de las resoluciones que se logran en ese campo entre los acto-
res que se relacionan y actúan en él.
“[…] Lo que caracteriza a la política es el intento de resolver las diferencias mediante una
decisión que obligará a todos los miembros de la comunidad. Es este carácter vinculante
o forzoso de la decisión adoptada lo que distingue a la política de otros acuerdos que
se adoptan en función de una relación de familia, de una amistad o de un intercambio
económico. Esta decisión vinculante de ajusta a un conjunto de reglas o pautas. La com-
binación entre reglas y decisiones obligatorias aproxima la práctica política a determinadas
formas de juego o de competición. Cuando […] se producen momentos de desacuerdo,
los participantes aceptan la aplicación obligatoria de un reglamento que han admitido de
antemano. Solo de este modo puede llegarse a un resultado previsiblemente acatado por
todos, aunque solo unos se hagan con la victoria. Es cierto que pueden darse –y de hecho
se dan– disputas sobre la misma elaboración del reglamento, sobre su interpretación y
sobre los propios resultados de la competición. Pero nadie negará que son decisiones
de obligado cumplimiento nacidas de unas reglas y sin algún tipo de árbitro que pueda
resolver las disputas, no hay siquiera posibilidad de iniciar la partida o de llevarla a buen
término” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 20).
LECTURA OBLIGATORIA
CC
La ciencia es el uso de métodos sistemáticos de investigación, pensamiento
teórico y examen lógico de argumentos para desarrollar un cuerpo de conoci-
miento sobre un objeto particular. El trabajo científico depende de una mezcla
de pensamiento osadamente innovador y de la disposición y el control de la
evidencia para apoyar o desechar hipótesis o teorías. La información y las
ideas acumuladas durante el estudio y el debate científicos son siempre, has-
ta cierto punto, tentativas: abiertas a la revisión, o incluso a ser descartadas
totalmente, a la luz de nuevas pruebas o argumentos. (Giddens, 1993: 54)
CC
Se entiende a las ciencias como prácticas sociales en activo; por consiguiente,
están sujetas al impacto de factores económicos, políticos e ideológicos, tanto
como cualquier práctica social. Una peculiaridad de las prácticas científicas es
que producen discursos cuya pretensión de conocimiento cree tener un esta-
tus especial, en cuanto que es científico. En esta medida, la pregunta «¿qué es
el conocimiento científico?» solo puede contestarse tomando en cuenta el lu-
gar de las prácticas científicas presentes en una determinada sociedad, es de-
cir, sus relaciones con las prácticas económicas, políticas, etcétera. (Olivé,
1985: 17)
Como toda actividad social, la ciencia es llevada a cabo por agentes sociales,
es decir, los científicos, que realizan sus labores profesionales motivados
por diversos intereses y aspiraciones, pero orientados, en general, hacia la
generación de conocimientos básicos acerca del mundo natural y social, ya
sea para su comprensión o bien para su transformación.
CC
Curiosidad y necesidad son los motivos esenciales subyacentes en la investi-
gación humana. O intentamos comprender el mundo que nos rodea en aras del
conocimiento, o intentamos comprenderlo para poder proteger o mejorar la si-
tuación que nos depara. En cualquier caso, nuestro conocimiento conlleva, a
menudo, al menos potencialmente, la aceptación de ciertos modos de perfec-
cionar las cosas que descubrimos. En otras palabras, cuanto más sabemos
sobre nuestro entorno social y físico, mejor pertrechados estamos para actuar
sobre él. Y esto se aplica tanto a nuestro conocimiento de la política como al
de otras materias. La clave para comprender y modificar nuestro entorno políti-
co es, expresado de la manera más simple, conocerlo mejor. (Manheim y Rich,
1988: 15)
CC
[...] La investigación científica es explícita, sistemática y controlada. Es explícita
por cuanto todas las reglas para definir y examinar la realidad están claramen-
te establecidas. Nada permanece oculto y nada se cree a ojos cerrados. Es
sistemática, esto es, cada elemento de prueba está vinculado a otro por la ra-
zón o la observación. No se toleran explicaciones ad hoc ni se permiten negli-
gencias de método. Es controlada porque los fenómenos que se analizan, en
la medida de lo posible, son observados de manera tan rigurosa como el esta-
do de los conocimientos permite. Tan solo se llega a conclusiones generaliza-
das después de una evaluación pormenorizada y cuidadosa, y es lema la pre-
caución (en el amplio sentido de prestar cuidado y atención al detalle). Y por
todas sus limitaciones, o precisamente a causa de ellas, la investigación cien-
tífica abre, a los versados en sus procedimientos, un nuevo horizonte de com-
prensión de la realidad. Por esta razón, se aplica el método científico al estu-
dio de la política. (Manheim y Rich, 1988: 17 y 18)
La ciencia política es una ciencia social porque tiene como objeto de estudio
a la política de una sociedad, es decir, las prácticas y procesos políticos des-
envueltos en un determinado contexto histórico-social. Por lo tanto, no puede
–ni debe– asemejarse a la ciencia natural en lo relativo a los procedimientos,
técnicas, métodos, teorías, hipótesis y modalidades de justificación de estas,
todo ello derivado de que el objeto de la ciencia natural es la propia naturaleza
inanimada. Como lo indica Giddens para la sociología, la ciencia política, en
tanto ciencia social, “es una disciplina científica en el sentido de que implica
métodos de investigación sistemáticos, el análisis de datos, y el examen de
teorías a la luz de la evidencia y de la discusión lógica”.
CC
El estudiar los seres humanos, sin embargo, es diferente de observar los suce-
sos del mundo físico. Y ni el marco lógico ni los descubrimientos de la sociolo-
gía [ciencia política] pueden entenderse adecuadamente desde las compara-
ciones con la ciencia natural. Al investigar la vida social tratamos con
actividades significativas para las personas que se dedican a ellas. A diferencia
de los objetos de la naturaleza, los seres humanos son seres autoconscientes
que confieren sentido y finalidad a lo que hacen. No podemos siquiera descri-
bir la vida social con exactitud a menos que ante todo captemos los significa-
dos que las personas aplican a su conducta. (Giddens, 1993: 54)
PARA AMPLIAR
cimiento de “lo que es” y no de “lo que debe ser”. Como lo reconoce el cita-
do pensador alemán, las ciencias sociales se originaron como una respuesta
a los problemas prácticos existentes en el mundo político y social, y estuvie-
ron estimuladas por el interés de sus exponentes en llevar a cabo acciones
tendientes a producir cambios en ese mundo. Sin embargo, la tarea de estas
disciplinas empíricas no consiste en “proporcionar normas e ideales obliga-
torios, de los cuales puedan derivarse preceptos para la práctica”, sino, en
todo caso, dar cuenta de ellos, analizar los fenómenos sociales, identificar las
regularidades que signan las prácticas sociales, en suma, describir e interpre-
tar el complejo mundo social.
“Una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer sino únicamente qué puede
hacer y, en ciertas circunstancias, qué quiere. Es verdad que, en el campo de nuestras cien-
cias, las cosmovisiones personales se introducen de continuo también en la argumentación
científica; la perturban siempre, y dejan traslucir su gravitación de maneras distintas, aun
en el campo del establecimiento de simples conexiones causales entre los hechos, con el
resultado, en cada caso, de aumentar o disminuir las chances de los ideales personales, a
saber: la posibilidad de querer algo determinado [...]. Es verdad que precisamente aquellos
elementos más íntimos de la «personalidad», los juicios de valores últimos y supremos que
determinan nuestra acción y confieren sentido y significado a nuestra vida, son percibidos
por nosotros como algo «objetivamente» válido. Podemos sostenerlos solamente cuando se
presentan como válidos, como derivados de los valores supremos de nuestra vida y, por lo
tanto, cuando se desarrollan en lucha contra los obstáculos de esta [...]. Solo en el supues-
to de la fe en valores tiene sentido el intento de sostener desde fuera juicios de valor. No
obstante, enjuiciar la validez de tales valores es asunto de la fe, y, junto a ella, quizá tarea
de una consideración e interpretación especulativa de la vida y del mundo con respecto a
su sentido; con seguridad, no es objeto de una ciencia empírica [...]” (Weber, 1993: 44).
He aquí una clara distinción entre los juicios de valor, propios del universo de la
“fe”, y los juicios de hechos, propios del saber científico de la realidad social.
Una disciplina científica, como cualquiera de las ciencias sociales, no está en
condiciones de establecer y justificar científicamente ideales que determinen
lo que “debe ser”, pero sí lo que “es” y, eventualmente, lo que “deviene”, ya
que dicha disciplina es una “ciencia de la realidad”. No obstante, esa “reali-
dad” se le presenta al hombre como una “multiplicidad infinita de procesos”
imposible de ser abordada integralmente por él, es decir, una realidad que
es inconmensurable al conocimiento humano. Este apenas puede analizar un
aspecto particular de esa realidad. La ciencia social se interesa, entonces, por
la realidad social o, en palabras del propio Weber, por “la configuración real
y, por lo tanto, individual de la vida social que nos circunda, considerada en
sus conexiones universales, mas no por ello, naturalmente, de índole menos
individual”, pero solo puede dar cuenta de la descripción y comprensión de
una “parte finita” de la misma.
“[…] Tan pronto como tratamos de reflexionar sobre la manera en que se nos presenta
inmediatamente, la vida nos ofrece una multiplicidad infinita de procesos que surgen y des-
aparecen, sucesiva y simultáneamente, tanto «dentro» como «fuera» de nosotros mismos. Y
“[…] No debemos cosificar equivocadamente «causa» y «efecto», como lo hacen los investi-
gadores de la naturaleza (y quien, como ellos, naturaliza hoy en el pensar) en conformidad
con el dominante cretinismo mecanicista, el cual deja que la causa presione y empuje hasta
que «produce el efecto»; debemos servirnos precisamente de la «causa», del «efecto» nada
más que como de conceptos puros, es decir, ficciones convencionales, con fines de desig-
nación, de entendimiento, pero no de aclaración. En lo «en sí» no hay «lazos causales», ni
«necesidad», ni «no-libertad psicológica», allí no sigue «el efecto de la causa», allí no gobierna
«ley» ninguna. Nosotros somos los únicos que hemos inventado las causas, la sucesión, la
reciprocidad, la relatividad, la coacción, el número, la ley, la libertad, el motivo, la finalidad;
y siempre que a este mundo de signos lo introducimos ficticiamente y lo entremezclamos,
como si fuera un «en sí», en las cosas, continuamos actuando de igual manera que hemos
actuado siempre, a saber, de manera mitológica” (Nietzsche, 1993: 43).
PARA AMPLIAR
“[…] Jamás puede concebirse como exhaustiva aun la descripción del segmento más ínfi-
mo de la realidad. El número y la índole de las causas que determinaron cualquier evento
individual son siempre infinitos, y nada hay en las cosas mismas que indique qué parte
de ella debe ser considerada. El único resultado de cualquier intento serio de conocer la
realidad «sin presupuestos» sería un caos de «juicios de existencia» acerca de innumerables
percepciones particulares. Pero aun tal resultado solo es posible en apariencia, ya que cada
percepción aislada, en cuanto se la considera con mayor atención, muestra infinitos ele-
mentos que jamás pueden ser expresados de manera exhaustiva en juicios de percepción.
Lo único que introduce orden en este caos es la circunstancia de que, en cada caso, solo
una parte de la realidad individual reviste para nosotros interés y significación, porque úni-
camente ella muestra relación con las ideas de valor culturales con las cuales abordamos la
realidad. Solo determinados aspectos de los fenómenos individuales, siempre infinitamente
múltiples –es decir, aquellos a los cuales atribuimos significación cultural general–, son, por
lo tanto, dignos de ser conocidos, y solo ellos son objeto de explicación causal. Esta, a su
vez, denuncia el mismo fenómeno: un regreso causal exhaustivo desde cualquier fenómeno
concreto en su realidad plena, no solo es imposible en la práctica, sino sencillamente dispa-
ratado. Solo determinamos aquellas causas a las cuales son imputables, en el caso individual,
los componentes «esenciales» del acontecimiento. En cuanto se trata de la individualidad
de un fenómeno, la pregunta por la causa no inquiere por leyes, sino por conexiones causales
concretas; no pregunta bajo qué fórmula ha de subsumirse el fenómeno como espécimen,
sino cuál es la constelación individual a la que debe imputarse en cuanto resultado; es una
cuestión de imputación. Siempre que entra en consideración la explicación causal de un
«fenómeno de la cultura» –o de un individuo histórico–, el conocimiento de leyes de la
causación no puede ser el fin de la investigación sino solo un medio. Nos facilita y posibilita
la imputación causal de los componentes de los fenómenos, culturalmente significativos en
su individualidad, a sus causas concretas. En la medida que cumpla eso, pero solo en esa
De este modo, Weber indica que con los tipos ideales, los científicos intentan
aprehender individuos históricos y aspectos singulares a través de conceptos
genéricos, siempre con la intención de ordenar conceptualmente la compleja
realidad social a los efectos de describirla e interpretarla. Y, ante la incon-
mensurabilidad de la realidad social para el conocimiento humano, dicha
labor solamente puede emprenderse a través de las herramientas que Weber
denomina conceptos típico-ideales. Pero debe distinguirse claramente a estos
conceptos –que son construcciones metodológicas– de la historia, es decir, de
la propia realidad social. En toda investigación científica, esas construcciones
son el medio a través del cual el investigador efectúa la “imputación válida”
“[…] Toda palabra se convierte en concepto tan pronto como deja de servir para recordar
la experiencia única, totalmente individual a la que debe su aparición, y en cambio debe
ajustarse a innumerables casos más o menos parecidos, en sentido estricto nunca iguales, es
decir, solo desiguales. Todo concepto surge mediante la igualación de lo no igual. Tan cierto
como que jamás una hoja es igual a la otra, es que el concepto hoja se ha formado abando-
nando arbitrariamente estas diferencias individuales, mediante un olvido de lo diferente;
y entonces se despierta la idea de que en la naturaleza hay algo –aparte de las hojas–, que
sería “la hoja”, acaso una forma originaria a partir de la cual todas las hojas se han tejido,
esbozado, diseñado, coloreado, fruncido y pintado, pero con manos torpes, de modo que
ningún ejemplar resulta ser una copia fiel del original, correcta y confiable […]. El pasar por
alto lo individual y real nos da el concepto, así como la forma, mientras que la naturaleza
nada sabe de formas y de conceptos, como tampoco de especies, sino que en ella solo hay
una X inaccesible e indefinible para nosotros” (Nietzsche, 2012: 32 y 33).
CC
Uno de los grandes objetivos de la sociología consiste en buscar, en las condi-
ciones de existencia y de coexistencia de los hombres, aquellos elementos
que permitan dar razón de conductas o de prácticas (aun aquellas que parez-
can más «extrañas» y menos «racionales»). Una descripción fina de esas condi-
ciones de existencia y coexistencia (tanto pasadas –pero que persisten en for-
ma de instituciones objetivadas y disposiciones incorporadas– como
CC
Cuando pretende ser detallada hasta el puntillismo, la descripción puede in-
cluso llevar hacia (o estar animada por) cierto positivismo capaz de darle al
observador la ilusión de estar tocando con el dedo “lo real mismo”. Ahora
bien, ninguna descripción es exhaustiva (y por lo tanto definitiva). […] Ninguna
situación, ningún objeto ni ninguna práctica se agota por medio de un número
finito de rasgos descriptivos: el uso de otros interrogantes, de otros intereses
de conocimiento y de otros ángulos sociológicos, siempre hace posible las
descripciones inéditas. Socio-logía no es socio-grafía. El estudio sociológico
supone implementar un razonamiento comparativo que saque a la luz todo lo
invariante y específico que hay en las situaciones descriptas en relación con
una serie de otras situaciones. (Lahire, 2006: 36)
<https://slideplayer.es/slide/5568011>
CC
[…] Nunca hay descripción sociológica encerrada en su singularidad, sino des-
cripciones hechas a partir de un marco descriptivo, que debe poder ser reutili-
zable, de un objeto descripto a otro. La descripción sociológica debe guiarse
siempre por esquemas interpretativos, incluso de un modelo teórico. Y aun
cuando no puedan sustituir las teorías, las mejores descripciones siempre es-
tán guiadas –de forma más o menos explícitas– teóricamente. Solo el punto
de vista teórico (que, como lo recordaba Saussure, crea el objeto) permite deci-
dir acerca de la pertinencia relativa de las dimensiones de lo social a describir.
Y ese mismo punto de vista tiene el poder de “hacer hablar” los elementos de
descripción. (Lahire, 2006: 36)
CC
Las interpretaciones (en el sentido de “tesis”) […] pueden considerarse cientí-
ficamente completas: 1) si se apoyan en materiales empíricos; 2) si dan cuen-
ta, con la mayor precisión posible, de los principios teóricos de selección y de
los modos de producción de esos materiales; 3) si se encuentran claramente
designados los contextos espaciotemporalmente situados de la “medida” (de
la observación); y 4) si se hallan explicitados los modos de fabricación de los
CC
[…] Cuando el sociólogo hace bien su trabajo, la significación de los aconteci-
mientos, las prácticas o las representaciones que propone, es siempre un
plus, un agregado respecto de lo que se dice o se interpreta comúnmente en el
mundo social. Por eso, interpretar es siempre sobreinterpretar respecto de las
interpretaciones (prácticas o reflexivas) habituales: decidir hilar la metáfora lo
más lejos posible, privilegiar una dimensión de las realidades sociales o una
escala particular de observación, implica volver ajeno a nuestros ojos, y a ojos
de los sujetos investigados un mundo habitual a veces tan obvio que realmen-
te ya no lo vemos. (Lahire, 2006: 44 y 45)
“La historia de las ciencias de la vida social es y sigue siendo, por lo tanto, una alternancia
continua entre el intento de ordenar conceptualmente los hechos a través de la formación de
conceptos, la resolución de los cuadros conceptuales así obtenidos mediante la ampliación y
el desplazamiento del horizonte de la ciencia, y la formación de nuevos conceptos sobre las
bases así transformadas. Esto no indica, por cierto, que el ensayo de construir sistemas con-
ceptuales sea en general erróneo, pues cualquier ciencia, aun la historia meramente descrip-
tiva, labora con los conceptos disponibles en su época; expresa, así, la circunstancia de que
en las ciencias de la cultura humana la formación de conceptos depende del planteamiento
de los problemas, y que este varía junto con el contenido de la cultura. La relación entre los
conceptos y lo conceptuado lleva consigo, en las ciencias culturales, la transitoriedad de tales
síntesis. Los grandes intentos de construcción conceptual han obtenido por regla general
su valor en el campo de nuestra ciencia en cuanto han puesto de relieve el carácter limitado
de la importancia de los puntos de vista que estaban en su base. Los mayores progresos en
el campo de las ciencias sociales se ligan de hecho con el desplazamiento de los problemas
culturales prácticos y cobran la forma de una crítica de la formación de conceptos” (Weber,
1993: 94 y 95).
“La «objetividad» del conocimiento de las ciencias sociales depende […] de esto: que lo
empíricamente dado se oriente de continuo con relación a aquellas ideas de valor, las únicas
que le prestan valor cognoscitivo; que, en su significación, sea comprendido a partir de ellas,
pero que jamás sea convertido en pedestal para la prueba, imposible empíricamente, de la
validez de aquellas. Y la fe, presente en alguna forma en todos nosotros, en la validez supra-
empírica de las ideas de valor últimas y supremas, de las que tomamos el sentido de nuestra
existencia, no excluye sino incluye la incesante mutabilidad de los puntos de vista concretos
desde los cuales la realidad empírica recibe un significado: la vida en su realidad irracional y
en su contenido de significaciones posibles es inagotable; por ello, la configuración concreta
de la relación de valor permanentemente fluctuante, sometida al cambio en el oscuro futuro
de la cultura humana. La luz que brota de aquellas ideas de valor supremas cae sobre una
parte finita, siempre cambiante, de la inmensa corriente caótica de los acontecimientos, que
fluye a lo largo del tiempo. Todo ello no significa que la tarea propia de la ciencia social
consista en una caza continua de nuevos puntos de vista y construcciones conceptuales. Por
lo contrario, nada debiera destacarse más que la afirmación de que servir al conocimiento
de la significación cultural de conexiones históricas concretas es la meta la única y exclusiva,
a la cual, junto con otros medios, también contribuye la labor de formación y crítica de
conceptos” (Weber, 1993: 100).
CC
El sociólogo se halla tanto mejor armado para des-cubrir este oculto cuanto
mejor armado se halle científicamente, cuanto mejor utilice el capital de con-
ceptos, de métodos, de técnicas acumulado por sus predecesores […] y cuan-
to más «crítico» sea, cuanto más subversiva sea la intención consciente o in-
consciente que lo anima, cuanto más interés tenga en develar lo que está
censurado, reprimido, en el mundo social. […] Si el sociólogo consigue produ-
cir aunque sea un poco de verdad no es a pesar de que tenga interés en produ-
cir esta verdad, sino porque tiene interés –es decir, exactamente a la inversa
del discurso un poco tontorrón sobre la «neutralidad». (Bourdieu, 2008: 24)
CC
Las armas de la crítica deben ser científicas para ser eficaces. En sociología,
por el contrario, toda proposición que contradiga el sentido común se expone a
la sospecha de prejuicio ideológico, de partidismo político. Choca con intere-
ses sociales: con los intereses de los dominantes, que están aliados con el si-
lencio y con la «sensatez» (que dice que lo que es debe de ser, o que no puede
ser de otra manera); con los intereses de los portavoces, de los altavoces, que
necesitan ideas simples, simplistas, eslóganes. Por esta razón, a la sociología
se le exigen muchísimas más pruebas –lo que, al fin y al cabo, está muy bien–
que a los portavoces de la «sensatez». Y cada descubrimiento de la ciencia
desencadena un inmenso trabajo de «crítica» retrógrada, que tiene a su favor
todo el orden social (la reputación, los puestos, los honores y, por tanto, la
creencia) y cuyo objetivo es volver a cubrir lo que había sido descubierto.
(Bourdieu, 2008: 25)
Así y todo, pese a la molestia que provoca la sociología, como lo señala Lahire
(2016), esta “no ha dejado de aportar conocimientos decisivos sobre diversos
temas que fueron objeto de debate público o que se consideraron de gran
CC
Con sus métodos propios (observaciones, entrevistas y cuestionarios), descri-
be y analiza un gran número de universos sociales, desde el mundo de los
obreros al de la gran burguesía, penetra en las bambalinas de una multitud de
oficios o actividades, estudia prácticas variadas, de las más a las menos legíti-
mas, así como todo tipo de situaciones vividas como problemáticas […]. En
cada caso, deja en evidencia las lógicas que presiden las prácticas y que, en
un comienzo, parecen simple hecho del azar o del destino […]. La sociología
historiza estados de hecho que se suponen naturales […]. También desenciali-
za o desustancializa a los individuos, que llegaron a convertirse en lo que son
por su relación con toda una serie de individuos, grupos e instituciones […],
compara y explica las transformaciones de los fenómenos considerados eter-
nos o invariantes […] y, sobre todo, contradice en cada caso las mentiras vo-
luntarias o involuntarias sobre el estado de lo real y desarma los discursos ilu-
sorios. (Lahire, 2016: 65 y 66)
PARA REFLEXIONAR
CC
[…] Lo que distingue a la ciencia, cuando se la practica con un alto grado de
independencia de las demandas sociales directas o indirectas, es su capaci-
dad para pensar las cosas de manera radical, es decir, desde la raíz. Como no
busca entender para dar respuestas urgentes a cuestiones prácticas, puede
permitirse ir muy lejos con las preguntas sobre las creencias e instituciones,
puede remontarse muy atrás en la historia para aprehender las bases de las
creencias y los estados de hecho pluriseculares que condicionan nuestras ac-
ciones sin que lo sepamos; puede echar luz allí adonde a nadie le importa mi-
rar y, a fin de cuentas, puede cuestionar en profundidad nuestras más férreas
certezas. El conocimiento científico se conquista gracias a la responsabilidad
política o moral de los investigadores, que no tienen que preguntarse si lo que
descubren va a gustar o disgustar, si va a ser útil o inútil (Lahire, 2016: 82)
Mucho tiempo antes que Bourdieu y que Lahire, en 1959, Charles Wright Mills
(2003) sostuvo que las ciencias sociales estaban atravesadas por “conflictos
de valores” y por “problemas de poder”. Los constreñimientos para la labor
de estas ciencias provenían del campo social y político así como del propio
ambiente académico, y ello fue creando, en su opinión, una gran “confusión”
moral y política, además de científica.
CC
[…] Para juzgar los problemas y los métodos de escuelas diversas de ciencias
sociales, tenemos que acomodar nuestras inteligencias a innumerables valo-
res políticos así como a incontables cuestiones intelectuales, porque no pode-
mos enunciar bien un problema hasta que no sabemos para quién es un pro-
blema. (Wright Mills, 2003: 93)
CC
El científico social que gasta su fuerza intelectual en los detalles de pequeña
escala, no pone su trabajo al margen de los conflictos y las fuerzas políticas
de su tiempo, sino que, por lo menos indirectamente y de hecho, “acepta” la
estructura de su sociedad. Pero nadie que acepte la plena tarea intelectual de
las ciencias sociales puede aceptar sencillamente esa estructura. En realidad,
su tarea consiste en hacer explícita esa estructura y estudiarla en su conjunto.
Emprender esa tarea es su juicio más importante. (Wright Mills, 2003: 95)
LECTURA OBLIGATORIA
1.
CC
Debemos a los griegos la invención de la filosofía política y la delimitación del
área correspondiente a la índole política. Antes de que surgiera la filosofía grie-
ga, en el siglo IV a. C., el hombre se consideraba a sí mismo y a la sociedad
como partes integrales de la naturaleza, sometida a las mismas fuerzas natu-
rales y sobrenaturales. Naturaleza, hombre y sociedad formaban un continuo;
gozaban de una estabilidad compartida y sufrían la violencia de los dioses en-
colerizados. En esta era prefilosófica, la explicación de los acontecimientos
tanto naturales como sociales tomó la forma de «mitos». Interesaba a los hom-
bres, no «cómo» funcionaban las cosas, sino qué factores sobrehumanos las
dirigían. Los fenómenos políticos quedaban indiferenciados de otros fenóme-
nos, y no se conocía la «explicación» política como forma específica de pensar.
(Wolin, 1993: 38).
Así, quedó abierta la posibilidad de que los fenómenos tanto naturales como
sociales y políticos fuesen abordados racionalmente, aunque la filosofía polí-
tica surgió cuando se estableció una clara distinción entre la naturaleza física
y la sociedad. La filosofía griega antigua divorció la naturaleza y la sociedad
de las consideraciones y valorizaciones religiosas y mitológicas, y postuló la
posibilidad de que aquellas puedan ser abordadas racionalmente, pero no
permitió distinguir a la sociedad y la política como un fenómeno o instancia
diferente de la naturaleza.
CC
El primer paso en el largo proceso de crear la filosofía política tuvo lugar cuan-
do la actitud del hombre respecto de la naturaleza experimentó una drástica
revisión. Este fue el gran aporte de los filósofos griegos de los siglos VI y V a.
C., quienes abordaron la naturaleza como algo comprensible para el intelecto
humano, algo que debe ser explicado racionalmente, sin recurrir a los capri-
chos de los dioses. Una vez dado este paso, quedaba abierto el camino para
una explicación racional de todos los fenómenos, tanto político y sociales co-
mo naturales. En esta etapa, sin embargo, los pensadores griegos no estable-
cían una distinción clara entre la naturaleza física y la sociedad; ambos domi-
nios eran gobernados por las mismas «leyes». (Wolin, 1993: 38 y 39)
CC
[…] Filosofías de la sociedad y doctrinas para poner en marcha procesos de
reformas aparecen en el remoto pasado humano, a menudo ligadas a especu-
laciones religiosas y casi siempre referidas a los problemas de organización de
la sociedad y el poder. En el pensamiento occidental este proceso nace con
los griegos, para prolongarse sin mayores discontinuidades en la cultura me-
dieval. El punto de ruptura de esta tradición, que permitirá progresivamente la
constitución autónoma del conjunto de las hoy llamadas ciencias sociales, se
halla en el Renacimiento. El precursor conocido para este nuevo continente del
conocimiento será Nicolás Maquiavelo (1469-1527), cuya obra marca la libera-
ción, para la reflexión sobre la política de sus condicionantes teológicas o filo-
sóficas. Lo que podríamos llamar ciencia política, esto es, teoría del gobierno y
de las relaciones entre el gobierno y la sociedad, es el primer campo seculari-
zado del saber que habrá de irse constituyendo dentro del orden más vasto de
las ciencias sociales. (Portantiero, 1988a: 9)
“Ya sé que muchos han creído y creen que las cosas del mundo están hasta tal punto gober-
nadas por la fortuna y por Dios, que los hombres con su inteligencia no pueden modificarla
ni siquiera remediarla; y por eso se podía creer que no vale la pena esforzarse mucho en las
cosas, sino más bien dejarse llevar por el destino [...]. No obstante, puesto que nuestro libre
albedrío no se ha extinguido, creo que quizás es verdad que la fortuna es árbitro de la mitad
de nuestras acciones, pero que también es verdad que nos deja gobernar la otra mitad, o casi,
a nosotros. Y la comparo a uno de esos ríos impetuosos que cuando se enfurecen inundan
las llanuras, destrozan árboles y edificios, se llevan tierra de aquí para dejarla allá; todos les
huyen, todos ceden a su furia sin poder oponerles resistencia alguna. Y aunque sean así,
nada impide que los hombres, en tiempos de bonanza, puedan tomar precauciones, o con
diques o con márgenes, de manera que en crecidas posteriores o bien siguieran por un canal
o bien su ímpetu no fuera ya ni tan desenfrenado ni tan peligroso. Lo mismo ocurre con la
fortuna que demuestra su fuerza allí donde no hay una virtud preparada capaz de resistírsele;
y así dirige sus ímpetus hacia donde sabe que no se han hecho ni márgenes ni diques que
puedan contenerlos [...]” (Maquiavelo, 1998: 102 y 103).
en la historia universal son, pues, los que aprehenden este contenido universal superior y
hacen de él su fin; son los que realizan el fin conforme al concepto superior del espíritu. En
este sentido, hay que llamarlos héroes. No hallan su fin y su misión en el sistema tranquilo y
ordenado, en el curso consagrado de las cosas. Su justificación no está en el estado existente,
sino que otra es la fuente de donde la toman. Tómanla del espíritu, del espíritu oculto, que
llama a la puerta del presente, del espíritu subterráneo, que no ha llegado aún a la existencia
actual y quiere surgir, del espíritu para quien el mundo es una cáscara, que encierra distinto
meollo del que le corresponde” (Hegel, 1994: 91).
“[…] Tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse
por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el
contrario, tienen sus raíces en las condiciones materiales de vida, cuyo conjunto resume
Hegel, siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo XVIII [los iusnaturalistas],
bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla
en la economía política […]. En la producción social de sus vidas, los hombres entran en
“Todas las sociedades anteriores [...] han descansado en el antagonismo entre clases opre-
soras y oprimidas. Más, para oprimir a una clase es preciso asegurarle unas condiciones que
le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen
de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a
elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno,
por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y
más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria,
y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evi-
dente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante
de la sociedad ni de imponer a esta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su
clase [...]. La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es
la acumulación de la riqueza en manos particulares, la formación y el acrecentamiento del
capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado
descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la
industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el ais-
lamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante
la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las
bases sobre la que esta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo,
sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables” (Marx y Engels, 1994: 43 y 44).
CC
Entre las tendencias y los hechos constantes que se encuentran en todos los
organismos políticos, aparece uno cuya evidencia se le impone fácilmente a to-
do observador: en todas las sociedades, empezando por las medianamente
desarrolladas, que apenas han llegado a los preámbulos de la civilización, has-
ta las más cultas y fuertes, existen dos clases de personas: la de los gober-
nantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre la menos numero-
sa, desempeña todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de
las ventajas que van unidas a él. En tanto, la segunda, más numerosa, es diri-
gida y regulada por la primera de una manera más o menos legal, o bien de un
modo, más o menos arbitrario y violento, y a ella le suministra, cuando menos
aparentemente, los medios materiales de subsistencia y los indispensables
para la vitalidad del organismo político (Mosca, 1992: 106).
PARA AMPLIAR
CC
La revolución behavioralista en ciencia política representó un primer intento de
escapar del molde más literario que caracterizó a la mayor parte de la ciencia
política a lo largo de mediados de siglo. Tomando en préstamo de manera con-
siderable ideas de la sociología y de la psicología conductista, los estudiosos
behavioralistas de la política se propusieron comprender las regularidades polí-
ticas mediante la apelación a las propiedades y al comportamiento de los indi-
viduos. De acuerdo con el credo behavioralista, los individuos constituían los
componentes fundamentales, y los resultados políticos eran simplemente la
agregación de acciones individuales. (Shepsle, 1999: 358).
CC
[...] Las instituciones eran, en el pensamiento de muchos behavioralistas, reci-
pientes vacíos que habían de llenarse con roles individuales, posiciones sociales
y valores. Una vez que se disponía de estas propiedades de nivel individual y se
habían sintetizado correctamente [...], no había necesidad de estudiar las institu-
ciones; estas eran epifenoménicas. Ahora bien, las instituciones no se perdieron
de vista completamente durante la era behavioralista y el gobierno llegó a consi-
derarse ocasionalmente como algo más que una variable dependiente de fuer-
zas sociales o que un escenario neutral de la interacción. Los politólogos conti-
nuaron estudiando a los ejecutivos, las burocracias, los tribunales y los
parlamentos. Pero no cabe duda de que las instituciones se estimaban de im-
portancia decididamente secundaria [...] (Shepsle, 1999: 358 y 359).
En este marco, como lo indica Julio Pinto, el conductismo supuso una signi-
ficativa dinamización para la ciencia política a partir de su distanciamiento
de “la tradicional matriz jurídica, filosófica e histórica que hasta entonces la
“[…] Abandonado el estudio de las instituciones, de las ideas que la sustentan y del marco
histórico que les da sentido, el conductismo define como objeto de la ciencia política el estudio
de la personalidad y la actividad política del individuo […] El análisis político conductista
busca detectar las uniformidades existentes en los comportamientos políticos individuales,
para luego expresarlas en generalizaciones que permiten plantear teorías de valor explicativo
y predictivo, en leyes de causalidad. Tanto esas generalizaciones como las teorías que surgen
de ellas deben ser el producto de la observación empírica de lo político y no de deducciones
especulativas. Para garantizar la objetividad de esa observación empírica, la misma debe ser
verificada mediante su confrontación con la realidad. Este proceso cognitivo tiene como
consecuencia obligada la necesidad de la cuantificación: el científico político debe recurrir a
la medición y cuantificación de sus relevamientos de datos, para de esta manera acrecentar
estadísticamente la precisión de las investigaciones y permitir la acumulación de conoci-
mientos” (Pinto, 1997: 26 y 28).
El ambiente del sistema político societal abarca todo el ambiente social no-
político y el ambiente físico, ya sea que se desplieguen en el ámbito intra-
societal –ambiente social y físico externo al sistema político, pero ubicado
dentro de la sociedad– o en el ámbito extrasocietal –ubicado en el sistema
político y social internacional–. El ambiente intrasocietal está compuesto por
el sistema ecológico, el sistema biológico, el sistema de personalidad y los
sistemas sociales. El ambiente extrasocietal se conforma de los sistemas
políticos internacionales, el sistema ecológico internacional y los sistemas
sociales internacionales.
En este marco, Easton definió el sistema político como el “conjunto de
interacciones sociales de individuos y grupos” orientadas predominantemente
hacia “la asignación autoritativa (authoritative) de valores para una sociedad”.
Dicha asignación supone la distribución de cosas valoradas para las perso-
nas y grupos a través de tres procedimientos básicos, a saber: la privación a
la persona de algo valioso que poseía, el entorpecimiento en la consecución
de ciertos valores que se podrían haber alcanzado y el permiso al acceso a
determinados valores a ciertas personas y la negación a otras. En este sen-
tido, una asignación es autoritativa cuando “las personas que hacia ellas se
orientan se sienten obligados por ellas”, dice Easton para hacer referencia
al ejercicio del gobierno que, en verdad, abarca el centro del sistema político
(Easton, 1982: cap. 4).
Por su parte, todo sistema político está sujeto a una gran diversidad de
influencias o flujo de efectos procedentes del ambiente y que constituyen los
insumos de dicho sistema. Tales insumos son los apoyos y la demandas que
pesan sobre el sistema político. Al mismo tiempo, el sistema político convierte
los insumos en productos, que no son más que la ejecución de las decisiones
autoritativas tomadas por las autoridades del sistema político y que impactan
sobre su ambiente.
Según Easton, los insumos del ambiente son “iguales” a los productos del
sistema político, lo que garantiza su equilibrio y su estabilidad. Es decir, hay
un flujo permanente de productos, esto es, de decisiones y acciones, desde
el sistema político hacia los ambientes, cuyos efectos generan ciertas modi-
ficaciones en estos, los que, a su vez, influyen en la próxima ronda de insu-
mos que incidirán sobre el sistema político como demandas y apoyos. El fun-
cionamiento del sistema político, así, es un “gran proceso de conversión” de
los insumos de apoyos y demandas en productos de decisiones y acciones.
La persistencia de dicho sistema depende, entonces, de su capacidad para
mantener en funcionamiento este proceso de conversión.
El aporte de Easton fue apuntalado por otros pensadores como Karl
Deutsch, quien en 1963 publicó The Nerves of Government. Models of poli-
tical communication and control, incorporando también la teoría sistémica
y, especialmente, el empleo de la cibernética en el estudio de los procesos
de comunicación política. En ese mismo sentido, también fue importante la
labor teórica llevada a cabo por Gabriel Almond y Bingham Powell, quienes
en 1966 publicaron Comparative politics: a developmental approach, obra en
la que formularon un esquema teórico-conceptual acerca del sistema político
a partir del enfoque estructural-funcionalista, pretendiendo con ello construir
una teoría general de la política y, al mismo tiempo, brindar un marco analíti-
co que sirviera de guía para el desarrollo de la rama específica de la ciencia
política que era la política comparada. Este texto constituyó una taxonomía de
conceptos analíticos y empíricos orientados a describir y explicar los sistemas
políticos específicos así como también a comparar entre diferentes clases de
sistemas políticos.
La preocupación fundamental de estos autores estaba centrada en el grado
de desarrollo político de los diferentes tipos históricos de sociedades, deriva-
do del nivel de diferenciación en sus estructuras y de secularización de la cul-
tura política, más allá de los subsistemas sociales. Los sistemas políticos
modernos, a diferencia de los tradicionales, cuentan, en esta perspectiva,
con elevados niveles de diferenciación estructural entre sus componentes y
de secularización cultural particularmente dada por el incremento de la cultu-
ra de participación política.
No obstante, la importancia del aporte teórico de Almond y Powell estuvo
dada por el desarrollo del proceso político de conversión de los “insumos” en
“productos” mediante la transformación de los apoyos y demandas en decisio-
nes de autoridad a través de seis fases fundamentales llevadas a cabo por el
sistema político:
CC
Desde esta percepción de lo social, la misma racionalidad orienta a la política.
Es el libre intercambio entre los individuos, ajeno a toda interferencia del
Estado, lo que permite la autorregulación política de la sociedad. Este criterio
le deja un papel muy reducido a la acción gubernamental, cuya función queda
reducida a la preservación del orden en la sociedad. Dado que los individuos
son racionales, el libre e irrestricto ejercicio de sus libertades los conducirá a
la autorregulación política de la sociedad [...] (Pinto, 1997: 45).
CC
El paradigma de la elección racional sustituye al hombre sociológico reactivo,
pasivo, por un agente intencional, proactivo, un maximizador de valores soste-
nidos en privado. Un agente racional es aquel que llega a una situación social
con preferencias acerca de posibles estados de la sociedad, creencias acerca
del mundo circundante y la capacidad de emplear estos datos inteligentemen-
te. El comportamiento del agente adopta la forma de elecciones basadas bien
en un cálculo inteligente, bien en reglas internalizadas que reflejan una adapta-
ción óptima de la experiencia. Pero el hombre racional, como el hombre socio-
lógico, es un átomo sin conexión a la estructura social en la cual él o ella está
inserto/a. (Shepsle, 1999: 359 y 360)
CC
Los modelos, metodologías y procedimientos creados para explorar un mundo
cuyas características predominantes se asemejan al mecanismo de un reloj o
a la dispersión de las nubes no podrán aprehender más que una parte reduci-
da del mundo mucho más complejo de la interacción política y social. Así, la
mera búsqueda de regularidades y relaciones fijas entre variables –una estra-
tegia que propició enormes avances en las ciencias físicas– no explicará los
eventos sociales, sino solo algunas de las condiciones que los determinaron.
Toda vez que las propiedades de la realidad política difieren de las realidades
físicas, las propiedades de las regularidades políticas también diferirán de las
regularidades físicas. Las regularidades que descubrimos son flexibles por ser
resultado de procesos que muestran un control plástico y no férreo. Forman
parte de la historia e implican reiteradas intervenciones de un gran número de
recuerdos, procesos de aprendizaje y propósitos humanos, así como eleccio-
nes entre diversas opciones. Las regularidades que descubrimos parecen te-
ner una muy corta vida [...]. (Almond, 1999: 69)
A partir de mediados de los años 60, Europa recibió una fuerte influencia
de la ciencia política norteamericana, dando lugar a un importante movimien-
to dentro de la política comparada. Se destacó el trabajo sobre los orígenes
sociales de los sistemas de partidos Party Systems and Voter Alignments,
elaborado magistralmente por el sueco Stein Rokkan y el norteamericano
Seymour Lipset y publicado en 1969. También fue central el estudio compa-
rativo de los diferentes regímenes democráticos Democracies publicado en
1984 por el holandés Arend Lijphart.
Entretanto, hacia los años 50, la caída del fascismo italiano y la crecien-
te influencia de la ciencia política norteamericana dieron lugar a un significa-
tivo resurgimiento del pensamiento político italiano y, en su marco, la cien-
cia política tuvo un despegue inusitado. Un referente central de este proceso
fue Giovanni Sartori, quien desde 1958 comenzó a dirigir la primera cátedra
de ciencia política de la Universidad de Florencia y en 1971 fundó la Rivista
Italiana di Scienza Politica, que se convirtió rápidamente en un ámbito funda-
mental de desarrollo de la política comparada.
El esfuerzo de Sartori por conceptualizar y delimitar a la ciencia política ha
sido importante para su desarrollo. Esto se reflejó en su clásico trabajo La polí-
tica. Lógica y método en las ciencias sociales, publicado originalmente a fines
de los años 70. Allí, postula que toda ciencia tiene como elemento común y
como punto de partida la “elaboración de un lenguaje” que tiene como objeti-
vo fundamental producir explicaciones empíricas de su objeto.
CC
[…] La regla general es que toda ciencia se presenta a un mismo tiempo: 1)
como un lenguaje conceptualizado, que se construye a partir de la reflexión so-
bre la propia instrumentalidad; 2) un lenguaje crítico, en el sentido de que nace
por la corrección de los defectos o carencias del lenguaje común u ordinario;
3) un lenguaje especializado que desarrolla un vocabulario técnico y esotérico;
y 4) un lenguaje que permite acumulabilidad y repetibilidad. En concreto, un co-
nocimiento del tipo “ciencia” requiere y presupone estas operaciones onoma-
tológicas: primero, la definición y, por consiguiente, la estabilización (relativa)
de los propios conceptos que maneja; segundo, la creación de palabras nue-
vas con el fin de disponer de un vocabulario adecuadamente preciso y articula-
do; tercero, la adopción de una sintaxis lógica precisa. […] En conjunto, la
ciencia se configura como una “explicación empírica” que se basa en el releva-
miento de hechos, dirigida a alcanzar “previsiones” del tipo si-entonces, que
constituyen su comprobación y su dimensión operativa. (Sartori, 2003: 246)
respaldar la tesis que reduce la política a otra cosa, subordinándola de distintas maneras al
sistema social y a las esferas económicas; es la tesis de la heteronomía, pero también, en su
forma extrema, de la negación de la política. O bien puede valorar la tesis opuesta, la que
observa que el mundo jamás ha estado tan “politizado” como hoy; una tesis que no afirma
necesariamente el dominio o primacía de la política, pero que sí reivindica su autonomía.
En medio de estas dos tesis opuestas, se sitúan las incertidumbres de identificabilidad, la
dificultad de ubicar la política. A esta dificultad se puede vincular una tercera tesis, la que ve
en la dilución, y por lo tanto en la pérdida de fuerza de la política, un eclipse de la politicidad
(pero no su heteronomía)” (Sartori, 2003: 223 y 224).
Fue por entonces que otro de los principales referentes de este movimiento,
Norberto Bobbio, estableció su clásica distinción entre ciencia política y filoso-
fía política, como una forma de reafirmar la autonomía de la primera. En 1975,
profundizó esta iniciativa y publicó, junto con Nicolás Mateucci, la primera
versión del Diccionario de Política, en el que se definieron los principales con-
ceptos utilizados por la ciencia política contemporánea y en donde el primero
resaltó la sustantiva diferenciación que distingue a la ciencia política del for-
malismo jurídico. Durante los años 80 y 90 llevó a cabo una sistematización
muy consistente acerca de la política y su distinción respecto de la moral, el
derecho y la sociedad, lo que se plasmó en su célebre Teoría general de la
política. En ella también tomó una considerable distancia de la ciencia política
norteamericana.
CC
Generalmente, el término “política” se emplea para designar la esfera de ac-
ciones que se refieren directa o indirectamente a la conquista y ejercicio del
poder último (supremo o soberano) sobre una comunidad de individuos en un
territorio. En la determinación de lo que comprende el ámbito de la política no
puede prescindirse de la individualización de las relaciones de poder que en
toda sociedad se establecen entre individuos y grupos, entendido el poder co-
mo la capacidad de un sujeto de influir, condicionar y determinar el comporta-
miento de otro individuo. El vínculo entre gobernantes y gobernados en el que
se resuelve la relación política principal es una típica relación de poder. (Bobbio,
2005: 237)
PARA AMPLIAR
CC
El Estado liberal y el Estado democrático son interdependientes en dos for-
mas: 1) en la línea que va del liberalismo a la democracia, en el sentido de
que son necesarias ciertas libertades para el correcto ejercicio del poder de-
mocrático; 2) en la línea opuesta, la que va de la democracia al liberalismo, en
el sentido de que es indispensable el poder democrático para garantizar la
existencia y la persistencia de las libertades fundamentales. En otras pala-
bras, es improbable que un Estado no liberal pueda asegurar un correcto fun-
cionamiento de la democracia, y por otra parte es poco probable que un
Estado no democrático sea capaz de garantizar las libertades fundamentales.
La prueba histórica de esta interdependencia está en el hecho de que el
Estado liberal y el Estado democrático cuando caen, caen juntos. (Bobbio,
1996: 26 y 27)
<https://www.youtube.com/watch?v=p0mkuPe-9zU>
PARA AMPLIAR
CC
La mayoría de las ciencias se dividen en dos ramas: la ciencia pura y la ciencia
aplicada. La ciencia pura no se ocupa de asuntos prácticos. Se desenvuelve a
lo largo de la dimensión de la investigación teórica que busca datos y se com-
promete en recolectar evidencia. La ciencia aplicada se desarrolla, en cambio,
a lo largo de la dimensión de la teoría y la práctica y, por consiguiente, como
un conocimiento para ser aplicado y, de hecho, como un conocimiento verifica-
do (o falseado) por su éxito (o fracaso) en su aplicación. Y el hecho de que
nuestra disciplina ha perdido -o incluso ha descartado- su rama aplicada impli-
ca que la ciencia política es una teoría sin práctica, un conocimiento tullido por
una falta de “saber cómo hacerlo”. […] Desde el punto de vista de la práctica,
[la ciencia política] es una ciencia en gran medida inútil que no proporciona co-
nocimiento que pueda ser utilizado. Más aún, al abandonar la aplicación, tam-
bién se priva de su mejor prueba de veracidad, pues la noción de verdad es, en
la ciencia, una noción pragmática. Algo es verdadero cuando “funciona”.
(Sartori, 2004: 352)
Sartori dijo que la ciencia política “no va a ningún lado”, ya que “es un gigante
que sigue creciendo y tiene los pies de barro”. Y propuso como alternativa
“resistir a la cuantificación de la disciplina” o, dicho de otro modo, “pensar
antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar”.
LECTURA OBLIGATORIA
CC
Tal pesimismo refleja la diferencia fundamental que existe entre, por una parte,
los procesos del mundo físico alrededor de los cuales se desarrolló inicialmen-
te el método científico, y por otra la política que surge del papel central de la
acción de los sujetos humanos. (Oxhorn, 2007: 86)
“Primero, y esta es la razón principal, los “intereses” no son ni objetivos, ni constantes. Una
variedad de factores influyen en ellos, como la ideología, la cultura, la religión y el género,
para nombrar solo algunos, de tal suerte que cualquier predicción es problemática en el
mejor de los casos. Segundo, dejando de lado el problema de usar los intereses como base
para predecir la conducta, las consecuencias de tal conducta están mediadas por otros fac-
tores, muchos de los cuales también son intangibles y fluidos. La presencia de otros actores,
su voluntad de negociar (o su capacidad para resistir a las negociaciones) y una variedad de
estructuras (como por ejemplo el contexto institucional o la posición socioeconómica de
actores específicos) afectan todos ellos los resultados de formas que no obedecen a ninguna
ley predeterminada ni son predecibles en el sentido absoluto. Las diferencias de poder entre
los actores -determinadas por, entre otros, el acceso a recursos económicos o coercitivos, el
nivel de organización, la fuerza de las identidades colectivas o la percepción de los intereses
comunes- son igualmente claves, y sin embargo se escapan a la fácil medición en lo que
respecta a su verdadero impacto en los procesos políticos, a menos que esos procesos se vean
esencialmente coartados por la victoria total de un actor sobre los demás. Esto excluiría
(afortunadamente) a la gran mayoría de los procesos políticos que necesitan ser estudiados
e incluso en aquellos relativamente pocos casos en que la victoria es absoluta, la “victoria”
sólo lleva a nuevas fuentes de poder y a nuevos actores. Recreando así la indeterminación
básica previa. En tales circunstancias, la retrospectiva a menudo da la impresión de la pre-
dictibilidad. […] Los cientistas políticos con frecuencia parecen suponer que los procesos
políticos futuros serán fundamentalmente indistinguibles de cómo se entiende que han sido
en el pasado. Más que predecir el futuro con base en leyes inmutables, los cientistas políticos
se arriesgan a sobredeterminar los resultados porque les es difícil ver de qué manera podrían
cambiar las cosas en el futuro. Esta indeterminación fundamental es, de hecho, la clave de
muchos procesos políticos. En vez de ocultarla usando el método científico, la primera
tarea de los cientistas políticos debería ser tratar de comprenderla para sacar ventaja de las
oportunidades que crea, y evitar los ineludibles tropiezos que puede crear […]” (Oxhorn,
2007: 86-87).
“Las leyes y procesos naturales que los científicos intentan descubrir, manipular y en últi-
ma instancia conquistar, están predeterminadas por fuerzas más allá de la acción humana,
pero sólo las personas son responsables por los procesos políticos que son el objeto de
estudio de la ciencia política. Este contraste tal vez sea más evidente cuando la capacidad
de los científicos para poner en práctica soluciones para los problemas que estudian (ya sea
curar enfermedades, crear métodos de producción ecológicamente sustentables, energéticos
alternativos, etcétera) se hallan coartados por factores culturales, políticos y económicos
que son independientes de la viabilidad técnica de dichas soluciones. En realidad, es en su
contribución para rebasar tales obstáculos de creación humana que los cientistas políticos
(y los cientistas sociales en general) pueden jugar un papel fundamental, pero para hacerlo
es necesaria una metodología que refleje esta diferencia básica entre los procesos políticos
y los procesos físicos que se observan en la naturaleza. En última instancia, esta diferencia
básica tiene que ver con la cualidad misma del ser humano: para bien o para mal, solamente
las personas son capaces de tomar decisiones morales, de decidir lo que es el “bien” y lo
que es el “mal”, y esto es el impulso tanto del estudio científico de la naturaleza del mundo
en que vivimos como de la incertidumbre de los procesos políticos” (Oxhorn, 2007: 91).
CC
La “ciencia política” emergió hace 50 años con un doble objetivo: aquel, explí-
cito, de alcanzar un conocimiento cierto y objetivo de los hechos políticos, en
tanto fundado, a diferencia del idealismo y del historicismo marxista, sobre un
análisis empírico de los fenómenos sociales; y aquel, implícito pero altamente
motivador, de probar la optimización de las instituciones democráticas (esta-
dounidenses) como realización de la libertad, el pluralismo y la igualdad de
oportunidades. […] Hoy […] la ciencia política […] se encuentra en crisis: sea
por la situación de general incertidumbre de los fundamentos del conocimiento
científico y en particular del estatuto epistemológico de las “ciencias socia-
les”; sea por el contenido y rápido aumento de la complejidad de los fenóme-
nos sociales que pretende explicar y prever empíricamente; sea, y de manera
principal, por los crecientes “riesgos evolutivos” que amenazan a las institucio-
nes democráticas dentro del área de las sociedades “complejas”, incluyendo
Estados Unidos, donde el proceso democrático se va transformando en las for-
mas alarmantes de la “democracia televisiva”. (Zolo, 2007: 52 y 53)
CC
No es posible registrar regularidades de larga duración y de amplio rango ni en el
comportamiento de los actores políticos ni en el funcionamiento de los sistemas
políticos. Aún en la actualidad, la ciencia política no ha sido capaz de elaborar al-
guna ley general, de carácter causal o estadístico, que permita explicaciones y
mucho menos previsiones de tipo nomológico-deductivo. No está en condiciones
de explicar o de prever, no porque revele una situación provisional de inmadurez
y escaso desarrollo técnico, sino por razones teóricas de fondo, que por lo de-
más son las mismas que vuelven altamente problemática la explicación nomoló-
gico-deductiva y la previsión de “eventos únicos” incluso en el ámbito de las
ciencias físicas, químicas y biológicas. Aún más, las ciencias sociales se en-
cuentran en dificultades específicas que tienen que ver con el alto grado de im-
predictibilidad de los comportamientos individuales, la complejidad creciente de
las relaciones sociales, el carácter no lineal pero reflexivo de los nexos funciona-
les y en particular de las relaciones de poder […]. (Zolo, 2007: 59)
Segundo, como cualquier otra ciencia, incluida las ciencias naturales, la cien-
cia política tampoco ha conseguido cumplir con los preceptos de “verificabili-
dad empírica y objetividad” mediante los cuales se postuló que “la validez de
las generalizaciones nomológicas de la ciencia política puede ser comprobada
inicialmente a través de una verificación empírica que tenga como referencia
los comportamientos observables de los actores políticos”.
“La validez de las generalizaciones nomológicas de la ciencia política -no menos y proba-
blemente en mayor medida que cualquier otra ciencia social y “natural”- no es susceptible
de verificación o, como pretenden los popperianos, de falsación empírica, siempre que estas
expresiones no se usen en un sentido puramente metafórico. En realidad, los “hechos” con
base en los cuales las explicaciones y previsiones deberían ser rigurosamente verificadas (o
“falseadas”) son ellos mismos el resultado de selecciones que responden a los imperativos
metodológicos de una teoría dada o filosofía precedente. Las confirmaciones empíricas son
relativas a las teorías presupuestas, están y caen con ellas […]. En otras palabras, no existe
un “lenguaje observativo” que pueda ser rigurosamente distinto del lenguaje de las teorías,
las cuales siempre están, de alguna manera, ligadas con filosofías generales, con verdaderas
y propias Weltanschauungen histórica y sociológicamente condicionadas. No tiene sentido
riguroso alguno, entonces, la idea de que el control de las teorías, en ciencia política como
en cualquier otro sector de investigación, consista en la verificación de su ‘correspondencia’
con los ‘hechos’” (Zolo, 2007: 59 y 60).
CC
Dentro de la sociología de los comportamientos políticos existen márgenes
muy reducidos por la medición y la cuantificación, con la sola excepción, quizá,
del análisis de los resultados electorales (que con un cierto abuso terminológi-
co es designado como “observación de los comportamientos” electorales,
mientras que en la realidad no tiene que ver con algún comportamiento social
“observable”, sino solo con aspectos cuantitativos de procedimientos sociales
ritualizados). Aquello que en el fondo impide o vuelve irrelevante el uso de téc-
nicas cuantitativas y de toda medición digna del nombre es la imposibilidad de
atribuir significado político a los comportamientos sociales sin una considera-
ción de las “motivaciones” de los actores: sus referencias simbólicas, sus
ideologías, los fines declarados, latentes o disimulados de su “acción políti-
ca”. (Zolo, 2007: 60)
CC
La ciencia política no ha podido “acumular” en el intento, un núcleo de teorías
y de conocimientos compartidos en forma unánime, como patrimonio indiscuti-
ble de la disciplina. Precisamente la tentativa original, ingenuamente inductivis-
ta, de acumular datos cognoscitivos multiplicando las investigaciones empíri-
cas sobre aspectos muy sectoriales (los mal afamados estudios de caso) o
marginales de la vida política, ha dado lugar a las conocidas distorsiones “hi-
perfactualistas” en las que se ha manifestado el provincianismo disciplinario
de la ciencia política estadounidense […]. También ingenua parece la tentativa
de unificar de manera conceptual el léxico teórico de la ciencia política. […] Lo
que parece escapar a estas tentativas es que no es posible eliminar el compo-
nente metafórico (necesariamente impreciso, subjetivo y convencional) del len-
guaje teórico y en el que precisamente reside en buena medida la capacidad
representativa e informativa así como la fecundidad heurística de los concep-
tos y las teorías. (Zolo, 2007: 61)
CC
El compromiso de la avaloratividad se revela en general impracticable en el
ámbito de las ciencias sociales y en modo particular en el estudio del fenóme-
no político. Tan pronto se pasa de los niveles elementales de clasificación de
los datos a la elaboración de las teorías no banales, es decir, suficientemente
complejas como para poder ser referidas y aplicadas en forma eficaz a la expe-
riencia política, resulta inevitable que el investigador se oriente, consciente o
inconscientemente, según ciertas elecciones de valor, de naturaleza filosófica,
ética o ideológica. En particular, la indagación de las relaciones de poder no
parece estar en condiciones de apartarse de la influencia que las relaciones
de poder existentes ejercen reflexivamente sobre los presupuestos sociales,
económicos y cognitivos de la investigación misma. En general, no parece fácil
individualizar y borrar el componente valorativo de las teorías cuando las pre-
misas de valor son disimuladas o inconscientes o cuando influyen la percep-
ción misma de los fenómenos, así como la selección y ubicación de los proble-
mas. (Zolo, 2007: 61 y 62)
CC
[…] La ciencia política dominante en el mundo no ha podido trascender el
nivel de superficialidad que acusa desde sus orígenes. Dicha superficiali-
dad se debe entre otras cosas a sus supuestos positivistas, que la han lle-
vado a delimitar la política de otros sectores sociales de acción, con lo que
se ha perdido de vista la complejidad de lo social. Así, por ejemplo, dar
cuenta de la novedad que supone la democracia, entendida como forma de
interrelación social y no como forma de gobierno, precisa concebir lo políti-
co no como una parte del todo social, sino como el horizonte mismo de
sentido social, o lo que es lo mismo, implica tratar de develar el entramado
de relaciones y vivencias que conforman la experiencia social de los ciuda-
danos. (Cansino, 2008: 9)
CC
Que en su proceso evolutivo la politología tuviera que sustraer lo político del
mundo más complejo de las relaciones sociales era hasta cierto punto lógico,
pues la especialización implica diseccionar lo que en la realidad permanece
unido, pero he ahí que la política escindida de lo social se vacía de significa-
dos fuertes y termina siendo un mero patrón de racionalidad institucional ten-
diente a disminuir riesgos, conciliar intereses, administrar recursos y asignar
legítimamente roles y metas. (Cansino, 2008: 139)
PARA AMPLIAR
LECTURA OBLIGATORIA
“[…] Es necesario que ambas se ocupen mucho más de los “problemas” que de los “hechos”
de la política, para no hablar solo de los asuntos de método o de las rituales reverencias aca-
démicas por los clásicos del pensamiento político. Más que limitarse a promover recíprocas
actiones finium regundorum, ambas disciplinas deberían recuperar sensibilidad e interés por
las grandes interrogantes sociales y políticas de nuestro tiempo: del destino de la democracia
en las sociedades complejas, dominadas por las tecnologías robóticas y telemáticas, a los
crecientes poderes reflexivos del hombre sobre su ambiente y su misma identidad genética
y antropológica; de la violencia creciente de las relaciones internacionales al abismo econó-
mico que separa los pueblos del área postindustrial del resto del mundo” (Zolo, 2007: 66).
CC
La ciencia política, por su parte, debería liberarse de su obsesión metodológi-
ca, de las presunciones de su ideología cientificista, de su imposible aspira-
ción a la neutralidad valorativa, de su débil sensibilidad por la historia y el cam-
bio social. Con todo, la ciencia política no debería renunciar a su lección de
rigor y claridad conceptuales, ni disminuir su vocación por la indagación “empí-
rica” sobre la política, si esto significa, una vez abandonados los prejuicios po-
sitivistas, actividad de información, documentación y estudio comparativo de
los sistemas políticos contemporáneos, sin la cual no se construye alguna
“teoría política” digna de tal nombre. (Zolo, 2007: 66 y 67)
En suma, la crítica formulada por Sartori y el resto de los autores citados está
dirigida a la ciencia política norteamericana y a sus derivaciones nacionales.
Se trata de una crítica profunda, incisiva pero acotada a ese ámbito discipli-
nario. No obstante, es útil porque pone en jaque los principios rectores que
guiaron el positivismo subyacente de la disciplina desde sus orígenes y cómo
su dominio fue haciendo de esa disciplina una labor irrelevante y, a veces, sin
sentido social y político. Se trató de una crítica fundada.
Así y todo, como fuera oportunamente planteado por Gianfranco Pasquino,
la ciencia política ha adquirido cierta madurez intelectual y epistemológica. En
su opinión, aunque se hable de crisis de la ciencia política, esta “ha adquiri-
do un destacado papel académico, de cierta importancia, profesionalizado y
ligado a la scholarship entendida como mezcla de investigación y teoría, y que
no ha renunciado para nada a plantearse preguntas grandes y perennes […]
y que trata de formularse estas interrogantes de manera tal de construir res-
puestas falsables y susceptibles de aumentar los conocimientos politológi-
cos, más que plantear interrogantes tan vastas como vagas y, sustancialmen-
te, «no investigables», fáciles presas de emociones y de demagogos”. Para
Pasquino, este desarrollo disciplinario ha hecho que la ciencia política sea
capaz de “dominar la complejidad de los sistemas políticos contemporáneos”.
“En primer lugar, la diversidad de las perspectivas y de las aportaciones se revela más como
un elemento de riqueza, como un bienvenido y apreciado pluralismo, que como una frag-
mentación del campo analítico y teórico. La ausencia de un paradigma predominante
permite la prosecución de un debate intelectual y de un desafío de ideas que se anuncian
fecundas. En segundo lugar, la expansión de las investigaciones, incluso de aquellas mayor-
mente operativas, permite la adquisición de nuevos datos y la elaboración de nuevas hipóte-
sis. A la expansión de la política, de su presencia y de su penetrabilidad, sirve de contrapeso
la expansión de la ciencia política y, por lo tanto, del estudio sistemático y empírico de
los fenómenos políticos y de los conocimientos que derivan de ello. Para un considerable
número de estudiosos, la investigación fue mucho más allá del estadio de la hiperfacticidad
y la teoría ya logra evitar los excesos de las elaboraciones abstractas. En tercer lugar, no sólo
resulta académicamente consolidada la disciplina, sino que su utilidad social ya no está en
discusión. Más bien se manifiesta una verdadera necesidad de ciencia política, como la rama
de las ciencias sociales capaz de formular y sistematizar conocimientos específicos en materia
de fenómenos políticos, de instituciones y de movimientos, de procesos y de conductas.
Por último, la ciencia política definitivamente logró colocar las variables políticas al centro
de todo análisis de los sistemas políticos. Abandonando las pretensiones voluntaristas (“la
política en lugar de mando”) y las aserciones normativas (“la política es la más importante
actividad humana”), la ciencia política contemporánea ha sabido documentar convincen-
temente la importancia crucial de las variables políticas en las colectividades organizadas.
Sin triunfalismos, emergió la conciencia de que el funcionamiento de los sistemas políticos
no puede ser explicado de manera satisfactoria por quien no posee técnicas analíticas espe-
cíficas; que su transformación no puede ser comprendida si no se utilizan instrumentos
apropiados; que ningún cambio deseable y deseado puede ser introducido si no se lo extrae
de ese conjunto de conocimientos, incluso operativos, que la ciencia política ha elaborado
Pasquino también ofrece una clara delimitación entre la ciencia política y los
saberes vulgares de la política.
CC
La política es analizada también por muchos comentadores, periodistas y ana-
listas que se adornan con el título de politólogos. La diferencia decisiva entre
los politólogos autonombrados y los científicos políticos contemporáneos es
que los segundos –no necesariamente mejores que los grandes pensadores
políticos del pasado– han adquirido mayor conciencia metodológica de los pro-
blemas. Están conscientes de tener que ser más sistemáticos, menos norma-
tivos, más atentos a la construcción de hipótesis y la formulación de generali-
zaciones. Todo esto puede no ser suficiente. Sin embargo, sin esto no existe
ciencia política, sino solo comentarios efímeros carentes de cientificidad.
(Pasquino, 2011: 37)
CC
[…] El movimiento conceptual de considerar lo político como instituyente supo-
ne admitir la indeterminación constitutiva del orden político y la contingencia
última, algo que se da de bruces con el intento nomológico deductivo como an-
damiaje para producir conocimiento. […] Si nos interrogamos por el orden polí-
tico contemporáneo (su constitución, reproducción y cambio) irremediablemen-
te debemos buscar en el lugar de “lo político” que instituye la sociedad. La
indagación en la esfera instituyente nos orienta en la centralidad de los senti-
dos y de la dimensión simbólica, algo notablemente descuidado por la ciencia
política que tiene problemas para interrogarse por la construcción del orden y
su cambio […]. (Retamozo, 2009: 82)
“Lo político, el momento de la institución, tiene por condición de posibilidad a otro de los
aspectos olvidados (o cercenados) por la ciencia política norteamericana: el poder. Tanto en
la represión de alternativas como en la lógica de la hegemonía opera el poder. Lo político,
entendido como un momento originario, es el terreno donde se sutura la indeterminación
de lo social en un orden hegemónico: la sociedad. […] De este modo, el momento de la
contingencia se cierra parcialmente en una operación hegemónica que requiere del poder y
es constitutiva de la ordenación social (“la sociedad”) que en el movimiento de institución
supone la represión de alternativas de orden lógicamente posibles. Sin embargo, la construc-
ción efectiva de un orden implica también el olvido del momento originario de institución
de la sociedad […]. Este olvido procura arrastrar consigo la contingencia constitutiva de
todo orden social. Cuando el proceso de institución ha sido exitoso, y avanza el olvido de la
contingencia, el sistema opera con una lógica delimitada por el acto hegemónico fundacio-
nal. Esto implica la famosa primacía de lo político sobre lo social” (Retamozo, 2009: 83).
CC
[…] Gran parte de la agenda de la ciencia política se acota al estudio de las
instituciones políticas. […] Esta posición sería una confesión de que la ciencia
política no está preparada para el estudio de “lo político” […]. Pero además
asocia demasiado rápido instituciones políticas a la política. Es decir, no sólo
la ciencia política no se pregunta por el proceso instituyente (y la dimensión
del conflicto por la institución), sino que luego agota la política en las institu-
ciones políticas que administran y gestionan el orden instituido. En el mejor de
los casos, incluirá en su campo de análisis al “sistema político” para agregar
aspectos como los partidos, los procesos electorales y los sondeos de opinión
pública. Las instituciones no agotan la política, es evidente, y si bien el estudio
de las instituciones –en un sentido más amplio que el de “reglas de juego”–
es relevante para la ciencia política, esta no puede desatender los otros espa-
cios en que se desarrolla la política […]. (Retamozo, 2009: 84 y 85)
Este politólogo nos abre el camino para una ciencia política que no secuestre
u oculte a la sociedad y que se oriente a la comprensión de la construcción
del orden social. Así, vuelve a resonar con fuerza la alocución formulada en
los años 50 por Wright Mills a favor de esa “cualidad mental” que ayude, a
las personas comunes y a los científicos sociales, “a usar la información y a
desarrollar la razón para conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre
en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo dentro de ellos”. Se trata de
contar con “imaginación sociológica”.
CC
La imaginación sociológica permite a su poseedor comprender el escenario
histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y para la
trayectoria exterior de diversidad de individuos. Ella le permite tener en cuenta
cómo los individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana son, con fre-
cuencia falsamente, conscientes de sus posiciones sociales. En aquel tumulto
se busca la trama de la sociedad moderna […]. El primer fruto de esa imagina-
ción –y la primera lección de la ciencia social que la encarna– es la idea de
que el individuo solo puede comprender su propia experiencia y evaluar su pro-
pio destino localizándose a sí mismo en su época; de que puede conocer sus
propias posibilidades en la vida si conoce las de todos los individuos que se
hallan en sus circunstancias. […] La imaginación sociológica nos permite cap-
tar la historia y la biografía y la relación entre ambas dentro de la sociedad.
Esa es su tarea y su promesa. Reconocer esa tarea y esa promesa es la señal
del analista social clásico. (Wright Mills, 2003: 25 y 26)
LECTURA OBLIGATORIA
1.
2.
Sociedad y política
Objetivos
•• Analizar en profundidad los vínculos que se consolidaron históricamente
entre la sociedad, los sujetos individuales y las prácticas políticas.
•• Problematizar respecto de la tensión existente entre las estructuras socia-
les y las libertades humanas.
•• Observar la relación entre poder político y dominación.
•• Describir los vínculos entre política y gobierno.
•• Detallar las ideas de campo político y sistema político.
“Aunque sea diferente el tono de estas formas de determinismo –bien científico, humani-
tario y optimista, bien furioso, apocalíptico y alborotado– todos están de acuerdo en que
el mundo lleva una dirección y está gobernado por leyes, y que esta dirección y estas leyes
pueden hasta cierto punto descubrirse empleando las técnicas adecuadas para su investi-
gación; más aún, también están de acuerdo en que el funcionamiento de estas leyes solo
puede ser comprendido por aquellos que dan cuenta de que las vidas, los caracteres y los
actos de los individuos, tanto mentales como físicos, están gobernados por «totalidades»
más amplias a las que ellos pertenecen y que la evolución autónoma de estas «totalidades»
es lo que constituye las llamadas «fuerzas», en término de cuya dirección es como hay que
formular la historia verdaderamente científica (o filosófica). Para encontrar la explicación
de por qué unos determinados individuos o grupos de ellos actúan, piensan o sienten de
una manera y no de otra, hay que empezar por intentar entender la estructura, el estado de
desarrollo y la dirección de tales «totalidades», como por ejemplo, las instituciones sociales,
económicas, políticas y religiosas a las que pertenecen esos individuos, y una vez que eso
se conoce, la conducta de estos (o de los más característicos entre ellos) debe hacerse casi
lógicamente deducible de los que se conoce, y no constituye ningún problema separado de
ello” (Berlin, 1996: 128 y 129).
“Antes se entendía la sociedad como un orden divino o como una naturaleza inmutable.
Hoy, más de doscientos años después del florecimiento de la Ilustración, apenas podemos
pensar en la sociedad como una naturaleza que retorna eternamente o como una creación
inmediata. Hoy la entendemos como el resultado de la multiplicidad de actos diferentes,
como el producto de una secuencia de actos pasados que se transforma en actual, repitiéndo-
se según un su tipo, pero siendo en parte un acto nuevo. Pero hablar de «producto» no debe
llevar una idea falsa, como si detrás de la sociedad hubiera una persona colectiva (un pueblo,
una nación, una clase social) que produjera algo según un plan. Las sociedades son más bien
el resultado conjunto de múltiples actos de múltiples actores. En realidad, algunos de estos
resultados también pueden haber realizado objetivos perfectamente definidos y significativos
para el carácter de una sociedad. […] Pero muchos resultados de acciones conjuntas no eran
Por cierto, tal como lo destacan numerosas corrientes del pensamiento social
críticas a las perspectivas deterministas, estas no contienen entre sus ejes
teóricos la noción de agencia humana para explicar el proceso de producción
y reproducción de las estructuras sociales y políticas. Otros pensadores, en
el contexto de orientaciones teóricas constructivistas, desarrollaron varios
enfoques en cuyo contexto se ensayaron diversas formas de superación de
aquel determinismo. Estos últimos enfoques pueden aportar elementos teóri-
cos indispensables para la elaboración de una visión sociológica de la política
que aborde y comprenda a las relaciones de poder desde la perspectiva de las
interacciones sociales, y a los fenómenos de la dominación desde la noción de
práctica social. Vayamos a ello.
Es mediante el obrar sociopolítico del hombre que se constituye la sociedad
y, en su contexto, el sistema político, en la medida en que estas instancias
son permanentemente producidas y reproducidas a través de las actividades
y prácticas que las personas desarrollan durante sus vidas cotidianas. Las
personas intervienen diariamente en la vida social y política a través del des-
pliegue de un conjunto de prácticas no siempre voluntarias, premeditadas o
racionalmente controladas, lo que indica que, en consecuencia, el escenario
social y político “existe solamente como producto de la actividad humana”,
en palabras de Anthony Giddens, pero de una actividad que se halla históri-
ca y socialmente situada y condicionada, y que no resulta exclusivamente de
decisiones humanas conscientes e intencionales.
Para este sociólogo, “la producción o constitución de la sociedad es una
obra práctica de sus miembros, pero que no se verifica en condiciones que
estén enteramente en su intención o comprensión”, es decir, que no resulta
de su propósito declarado y consciente ni que comprenda y conozca entera-
mente el contexto en el actúan. El “orden social” solo puede entenderse como
el corolario de las “relaciones cambiantes entre la producción y reproducción
de la vida social por sus actores constituyentes” (Giddens, 1997: 104).
PARA AMPLIAR
CC
Es la forma específicamente reflexiva del entendimiento de agentes humanos
la que interviene a mayor profundidad en el ordenamiento recursivo de prácti-
cas sociales. Una continuidad de prácticas presupone reflexividad, pero la re-
flexividad misma solo es posible en virtud de la continuidad de prácticas, que
las define claramente como «las mismas» por un espacio y un tiempo.
«Reflexividad», entonces, no se debe entender como mera «auto-conciencia»,
sino como el carácter registrado del fluir corriente de una vida social. Un ser
humano es un agente intencional cuyas actividades obedecen a razones y que
es capaz, si se le pregunta, de abundar discursivamente sobre esas razones
(lo que incluye mentir acerca de ellas). (Giddens, 1995: 40 y 41)
PARA AMPLIAR
PARA AMPLIAR
Véase también:
CC
El acervo de conocimiento del mundo de la vida se relaciona de muchas mane-
ras con la situación del sujeto que vive la experiencia. Se erige sobre sedimen-
taciones de anteriores experiencias realmente presentes, vinculadas a situa-
ciones. A la inversa, toda experiencia realmente presente se inserta en el fluir
de vivencias en una biografía, según el conjunto de tipos y significatividades
que se encuentran en el acervo de conocimientos. Y, finalmente, cada situa-
ción es definida y dominada con ayuda del acervo de conocimiento, que así se
vincula con la situación (es decir, la experiencia en cuanto ligada a la situa-
ción), tanto genética como estructural y funcionalmente. (Schutz y Luckmann,
1977: 109)
“[…] El saber natural sobre la orientación práctica y cotidiana en este mundo ha oído que
«ahí afuera» hay cosas que son así sin que intervengamos en su manera de ser y que se con-
traponen a nuestra acción. Todo el mundo sabe que la realidad produce contraposición.
Más exactamente: todo el mundo sabe que hay algo que permanece en la realidad tal como
es y que siempre se hace, y que, por otro lado, se transforma en el curso del tiempo como
por sí mismo. Pero también hay objetos de la realidad que se resisten al cambio, aunque
esta contraposición se puede superar bajo ciertas circunstancias. En la posición «natural»,
captamos el mundo como un híbrido de lo inalterable que se nos impone y de lo alterable
que permanece abierto a nuestro actuar. Sufrimos y experimentamos lo impuesto inalte-
rablemente, pero lo alterable no solo lo experimentamos, sino que actuamos sobre ello (en
la medida en que queremos operar una transformación determinada). Parte de la realidad
permanece tal cual es, parte se transforma por sí sola, y parte permanece o se transforma solo
cuando hacemos o sufrimos algo. Esta especie de saber oculto, evidentemente no expresado
en preposiciones teóricas, es un saber humano general” (Luckmann, 1996: 31).
tradas por los actores en el proceso de reproducción social y política que pro-
tagonizan y que, por lo tanto, la participación de los actores en la vida social
y política no es protagonizada en condiciones que estén enteramente bajo su
control consciente ni configura el resultado de actos intencionalmente concebi-
dos. Los efectos y consecuencias de la intervención de las personas en estos
ámbitos suponen formas diversas de actividad, independientemente de que
tales resultados hayan sido total o parcialmente pretendidos (esto es, preme-
ditados o buscados) o, en otros términos, que dichos actores hayan tenido
plena consciencia de sus habilidades y de la forma como ejercen las destre-
zas que le son inherentes (Giddens, 1997: 104 y ss.).
En este sentido y a diferencia de lo que podría ser sostenido por concep-
ciones racionalistas y/o voluntaristas que han interpretado el obrar humano
como un acto intencional producido por sujetos con capacidad para conocer
integralmente las condiciones y el resultado particular de sus acciones, aquí
se plantea que la reflexividad social y política del hombre se halla acotada y, al
mismo tiempo, condicionada, de un lado, por el carácter predominantemente
práctico del entendimiento y por la dimensión inconsciente de la vida mental
y, de otro lado, por las condiciones sociales inadvertidas y por las consecuen-
cias no buscadas de la acción.
Estas consideraciones, a su vez, permiten abordar una cuestión central
para la comprensión de los procesos sociales y, en particular, de los procesos
políticos. Según Giddens, es fundamental observar que, en la vida social, las
“actividades repetitivas, localizadas en un contexto de tiempo y de espacio,
tienen consecuencias regularizadas” generalmente “no buscadas por quienes
emprenden esas actividades”. Los efectos de esas consecuencias rutinarias y
no buscadas se dan “en contextos de un espacio-tiempo más o menos «leja-
no»” de esos actores, aunque después dichos efectos influirán “de manera
directa o indirecta, sobre las posteriores condiciones de una acción en el con-
texto original”, lo que lleva a este autor a afirmar que “las consecuencias no
buscadas se «distribuyen» regularmente como subproductos de una conducta
regularizada que como tal recibe sustentación reflexiva de quienes participan
en ella” (Giddens, 1995: 51).
Ahora bien, la estructuración de un sistema de interacciones, vale decir, la
articulación de relaciones sociales y políticas en un campo espacio-temporal
determinado, se constituye a través de las actividades y acciones emprendi-
das por las personas en la medida en que estas hacen uso competentemen-
te de un conjunto de medios para llevar a cabo esa intervención. Esos medios
son las reglas y recursos que sirven de soportes instrumentales para la con-
creción de las prácticas mediante las que dichas personas intervienen en el
proceso social y político (Giddens, 1995: cap. 1).
Según Giddens, esas reglas no configuran prescripciones formalizadas,
tales como las reglas de un juego o las normas codificadas, ni equivalen a
una rutina o hábito. Tampoco deben ser confundidas con “reglas formaliza-
das” tales como las normas legales o las reglas burocráticas, que son, más
bien, “interpretaciones codificadas de reglas sociales”, sino que conforman
un conjunto de “técnicas o procedimientos generalizables que se aplican a la
escenificación/reproducción de prácticas sociales” (Giddens, 1995: 57 y 58).
De este modo, las “reglas de procedimientos sociales” se constituyen his-
tóricamente, esto es, se producen y reproducen históricamente como resul-
tado de un proceso de institucionalización, al que Berger y Luckmann defi-
nen como una “tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de
CC
Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de
existencia producen hábitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferi-
bles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructu-
ras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de
prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su
fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las
operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente «reguladas» y «regula-
res» sin ser el producto de la obediencia a reglas, y, a la vez que todo esto, co-
lectivamente orquestadas sin ser producto de la acción organizadora de un di-
rector de orquesta. (Bourdieu, 1991: 92)
PARA AMPLIAR
Véase también:
<https://www.youtube.com/watch?v=_BkO_wjL-LM>
CC
Producto de la historia, el hábitus produce prácticas, individuales y colectivas;
produce, pues, historia conforme a los principios [schèmes] engendrados por la
historia; asegura la presencia activa de las experiencias pasadas que, deposi-
tadas en cada organismo bajo la forma de principios [schèmes] de percepción,
pensamiento y acción, tienden, con mayor seguridad que todas las reglas for-
males y normas explícitas, a garantizar la conformidad de las prácticas y su
constancia a través del tiempo. (Bourdieu, 1991: 94 y 95)
LECTURA OBLIGATORIA
Sobre esta base puede decirse que, por un lado, los fenómenos sociales políti-
cos se inscriben en el ámbito de las acciones y de las prácticas sociopolíticas
de los actores y, por el otro, que tanto el constreñimiento como la habilitación
configuran las cualidades que definen toda totalidad sociopolítica, lo cual, visto
en su conjunto, está dando cuenta de una concepción ciertamente singular
del término estructura.
He aquí, pues, un punto clave del recorrido teórico desarrollado, cuya inci-
dencia en la relación que se articula entre los actores y las condiciones situa-
cionales constituye una problemática central para entender integralmente las
prácticas sociales y políticas.
Uno de los aspectos más importante del obrar humano está dado por el
hecho de que dicho obrar está siempre históricamente condicionado en tanto
que los actores producen y reproducen la sociedad situados en un campo
espacio-temporal cuyas condiciones no son el resultado directo e inmediato
de ese obrar ni son una consecuencia de su elección racional en el transcurrir
de sus vidas. Las imposiciones sociales, materiales e institucionales de toda
sociedad o de los distintos sectores o sistemas de interacción que la com-
ponen, sumadas a la variedad de actividades que los actores pueden realizar
con competencia, condicionan en algún sentido el espectro de alternativas de
actividades y de acciones sociales y políticas posibles de ser desarrolladas,
abriendo apenas un cierto conjunto de opciones accesibles al ejercicio del
obrar en una determinada circunstancia espacio-temporal.
CC
Decir que en todo momento la sociedad preexiste a la vida de cada uno de sus
miembros individuales no es más que discernir una fuente de restricción por-
que esa preexistencia de algún modo limita las posibilidades que ellos tienen
abiertas. En similar sentido, destacar que los individuos se sitúan contextual-
mente en el interior de relaciones sociales de mayor o menor recorrido no es
más que determinar una fuente de restricción si se demuestra que ello pone lí-
mites a sus capacidades. En cada caso, el constreñimiento proviene de la exis-
tencia “objetiva” de propiedades estructurales que el agente individual no pue-
de modificar. [...] Su mejor definición es la puesta de límites al espectro de
opciones de que dispone un actor, o una pluralidad de actores, en una circuns-
tancia dada o en un tipo de circunstancia. (Giddens, 1995: 207)
Bourdieu sigue, a su turno, una orientación análoga a esta, pero pone mayor
énfasis en la impronta estructurada y estructurante que los hábitus conservan
a partir de su contexto de generación, dejando un exiguo margen de innovación
para los sujetos.
CC
La naturaleza de un constreñimiento es históricamente variable, como lo es la
de las cualidades habilitadoras generadas por las contextualidades de una ac-
ción humana. Es variable en relación con las circunstancias materiales e insti-
tucionales de una actividad, pero también en relación con las formas de enten-
dimiento que los agentes poseen acerca de esas circunstancias. (Giddens,
1995: 209)
Por cierto, la sociedad se constituye a través del obrar de los actores que la
componen. Pero dichos actores no son sus creadores directos e inmediatos
–ni del sistema político–, sino que la constituyen a través de sus prácticas y
de las interacciones que protagonizan, reproduciendo y transformando pautas
de comportamiento y de organización social y políticas estructuradas recursi-
vamente, pero inmersos en un contexto histórico que de alguna manera con-
diciona ese accionar y esas interacciones. Esta cuestión hace referencia a la
dimensión espacio-temporal de los sistemas sociales o, más precisamente,
a la magnitud y el alcance del distanciamiento espacio-temporal como factor
condicionante del comportamiento humano y del proceso social y político.
Dado que las prácticas y las interacciones sociales y políticas se desarro-
llan en un determinado contexto espacio-temporal (ocupan un cierto espacio y
duran un cierto tiempo), cuanto mayor sea el distanciamiento espacio-temporal
de determinados ámbitos sociales, menores serán los márgenes de manipu-
lación y las posibilidades de modificación o transformación de las condiciones
y propiedades de esos ámbitos por parte de los agentes individuales, aunque
ello siempre cercena o clausura ciertas posibilidades de acción al mismo tiem-
po que facilita y permite otras. En cambio, la potencialidad de control, mani-
pulación y transformación de las condiciones situacionales se amplía cuando
se trata de relaciones sociales desarrolladas en ámbitos acotados, esto es,
en ámbitos que suponen relaciones situadas en un espacio-tiempo inmediato.
CC
Las sociedades humanas, o sistemas sociales, directamente no existirían sin
un obrar humano. Pero no ocurre que los actores creen sistemas sociales:
ellos los reproducen o los transforman, y recrean lo ya creado en la continui-
dad de una praxis. Aquí importa el alcance de un distanciamiento espacio-tem-
poral. En general, (aunque no por cierto de manera universal) es verdadero que
mientras mayor sea el distanciamiento espacio-temporal de sistemas sociales
–mientras más tiempo y espacio abarquen–, más resistentes serán a su mani-
pulación o cambio por parte de un agente individual. Este significado de cons-
treñimiento también va apareado con una habilitación. Un distanciamiento es-
pacio-temporal clausura ciertas posibilidades de experiencia humana al mismo
tiempo que abre otras. (Giddens, 1995: 201)
PARA AMPLIAR
AA lo de Stefano Guzzini:
<https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/677087/
RI_30_6.pdf?sequence=1>
Así, si bien el fundamento del ejercicio del poder puede expresarse en una
diversidad de alternativas, conceptualmente es posible distinguir dos formas
típico-ideales de ejercicio del poder, según el medio específico utilizado por
los agentes para imponer su voluntad. Por un lado, el poder coactivo que con-
figura una modalidad de poder cuyo medio específico es la coacción o fuerza,
entendida como el ejercicio o la amenaza de uso de acciones que suponen
violencia física. Y, por otro lado, la dominación que es una modalidad de poder
cuyo medio específico es la existencia de un conjunto de creencias comparti-
das y reconocidas como válidas por los intervinientes en esa relación. Mientras
que la obediencia, en el primer caso, se consigue por temor, en el segundo,
se logra por el consentimiento de los subordinados a partir de la creencia
compartida entre mandantes y mandados acerca de la validez del principio de
legitimidad que regula dicha relación.
CC
Debe entenderse por «dominación» (...) la probabilidad de encontrar obediencia
dentro de un grupo determinado para mandatos específicos (o para toda clase
de mandatos). No es, por tanto, toda especie de probabilidad de ejercer «po-
der» o «influjo» sobre otros hombres. En el caso concreto, esta dominación
(«autoridad»), en el sentido indicado, puede descansar en los más diversos
motivos de sumisión: desde la habituación inconsciente hasta lo que son con-
sideraciones puramente racionales con arreglo a fines. Un determinado míni-
mo de voluntad de obediencia, o sea de interés (externo o interno) en obede-
cer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad. (Weber, 1992: 170)
CC
De acuerdo con la experiencia, ninguna dominación se contenta voluntariamen-
te con tener como probabilidad de su persistencia motivos puramente materia-
les, afectivos o racionales con arreglo a valores. Antes bien, todas procuran
PARA AMPLIAR
“[...] La puesta en juego de relaciones de poder no es, evidentemente, más exclusiva del uso
de la violencia que de la adquisición del consenso; sin duda, el ejercicio del poder no puede
prescindir del uno o de la otra, y con frecuencia de ambos a la vez. Pero, a pesar de que el
consenso y la violencia son los instrumentos o los resultados, no constituyen el principio o
la naturaleza básica del poder. El ejercicio del poder puede producir tanta aceptación como
se desee: puede acumular muertos y refugiarse tras las amenazas que pueda imaginar. En sí
mismo, el ejercicio del poder no es una violencia a veces oculta; tampoco es un consenso
que, implícitamente, se prorroga. Es un conjunto de acciones sobre acciones posibles; opera
sobre el campo de posibilidad o se inscribe en el comportamiento de los sujetos actuantes:
incita, induce, seduce, facilita, dificulta; amplía o limita, vuelve más o menos probable; de
manera extrema, constriñe o prohíbe de modo absoluto; con todo, siempre es una manera de
actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tanto que actúan o son suscep-
tibles de actuar. Un conjunto de acciones sobre otras acciones” (Foucault, 1988: 14 y 15).
<https://www.youtube.com/watch?v=OxU17CC4XVM>
Vale decir, toda acción social supone, siempre y en todo lugar, el ejercicio de
poder, inclusive en situaciones o escenarios en los que las condiciones de
constreñimiento social sobre los agentes imponen márgenes muy restringidos
de acción. Toda estructura de dominación no necesariamente presupone la
existencia de formas de coerción perfiladas como factores determinantes del
comportamiento de los actores sociales, pues, en ciertas circunstancias his-
tóricas esos escenarios pueden estar atravesados por condiciones que bien
pueden brindar oportunidades novedosas y positivas para el desarrollo de
acciones y comportamientos orientados a producir profundos cambios en la
situación social y política imperante. Además, todo escenario social y político
contiene, según las circunstancias históricas en las que se articula, modali-
dades de interacción en las que se combinan diversas formas de autonomía
y dependencia entre sus protagonistas. En este contexto, las relaciones de
poder se expresan siempre en “actos” bajo diversas formas y pueden gene-
rar diferentes tipos de efectos, pero, en todo caso, dichos actos nunca se
producen por fuera de un contexto de relativa “libertad” de los sujetos o, en
palabras de Foucault, en un contexto signado por la “coerción pura y simple
de la violencia”.
“El ejercicio del poder no es simplemente una relación entre ‘parejas’, individuales o colec-
tivas; se trata de un modo de acción de algunos sobre algunos otros. Lo que es decir, desde
luego, que no existe algo llamado el Poder, o el poder, que existiría universalmente, en
forma masiva o difusa, concentrado o distribuido. Solo existe el poder que ejercen “unos”
sobre “otros”. El poder solo existe en actos aunque, desde luego, se inscribe en un campo
“Las relaciones de poder están arraigadas en el tejido social. Ello no quiere decir, sin embar-
go, que existe un principio fundamental y primario de Poder que domina la sociedad
hasta en su más mínimo detalle; pero, tomando como punto de partida la posibilidad de
la acción sobre la acción de otros (coextensiva a toda relación social), las múltiples formas
de disparidad individual, de objetivos, de instrumentaciones dadas sobre nosotros y a los
otros, de institucionalización más o menos sectorial o global, de organización más o menos
deliberada, definen distintas formas de poder. Las formas y las situaciones del gobierno de
unos hombres se limitan y a veces se anulan, otras se refuerzan. Es un hecho indudable
que el Estado en las sociedades contemporáneas no es solo una de las formas o uno de los
lugares –aunque fuera el más importante– de ejercicio del poder, sino que de cierta manera
todas las otras formas de relación de poder se refieren a él. Pero no es porque cada uno se
derive de él. Es más bien porque se ha producido una estatización continua de las relaciones
de poder [...]. Haciendo referencia aquí al sentido restringido de la palabra gobierno, podría
decirse que las relaciones de poder se gubernamentalizaron progresivamente, es decir, se
elaboraron, racionalizaron, centralizaron bajo la forma o bajo los auspicios de instituciones
estatales” (Foucault, 1988: 18 y 19).
CC
Las sociedades no son unitarias. No son sistemas sociales (cerrados ni abier-
tos); no son totalidades. Nunca se puede hallar una sola sociedad delimitada
en el espacio geográfico o social. Como no existe un sistema, una totalidad,
no pueden existir «subsistemas», «dimensiones» ni «niveles» de esa totalidad.
Como no existe un todo, las relaciones sociales no pueden reducirse «a fin de
cuentas», «en última instancia», a alguna propiedad sistémica en ese todo, co-
mo el «modo de producción material», o el «sistema cultural», o el «normativo»,
o la «forma de organización militar». Como no existe una totalidad delimitada,
no sirve de nada el dividir el cambio o el conflicto sociales en variedades «en-
dógenas» o «exógenas». Como no existe sistema social, no existe proceso «de
evolución» en su interior. Como la humanidad no está dividida en una serie de
tonalidades delimitadas y no se produce una «difusión» de organización social
entre ellas. Como no existe una totalidad, los individuos no se ven constreñi-
dos en su conducta por la «estructura social como un todo», así que no sirve
de nada distinguir entre «acción social» y «estructura social». (Mann, 1991: 14)
CC
[…] Las estructuras de poder ya no son lineales, jerárquicamente descendien-
tes desde un vértice que se derrama hacia la base. El poder ya no presenta
las connotaciones de la causalidad lineal y transitiva: se ha vuelto un sofisti-
cado medio de comunicación con formas reflexivas y de relaciones particula-
res. Por su parte, el sistema político ya no coincide con el sistema social en
su conjunto. La política ya no es la expresión general de la vida social. El sis-
tema político es simplemente un subsistema al lado de otros, encargado de
prestaciones funcionales específicas, que no gozan de un particular primado
respecto de los subsistemas de la ciencia, la tecnología, la economía, la cul-
tura, el tiempo libre, etcétera. (Cansino, 2008: 249 y 250)
CC
Gobierno [...] no se trata de la instancia particular de los Estados contempo-
ráneos encargada de tomar decisiones, hacer ejecutar leyes y conducir políti-
cas, sino de los actos que tienden a organizar y conducir la vida en sociedad.
Por cierto que se podría hablar en los mismos términos del gobierno de una
Iglesia, una asociación o un grupo cualquiera. Pero se calificará al gobierno de
político en la medida que afecta al conjunto de los individuos y grupos que
conforman una sociedad organizada, disponen de un territorio, aplican reglas
CC
[...] Toda interacción (de índole económica, cultural, religiosa, etc.) provoca mo-
dificaciones en las posiciones sociales ocupadas por los participantes y, por
consiguiente, afecta el poder que puedan ejercer, sea porque adquieren mayo-
res recursos o porque acrecientan su legitimidad. Pero, a diferencia de otras
formas de relación, la interacción política es concebida explícitamente como el
medio para designar, reconocer o legitimar a los dirigentes del grupo. (Lagroye,
1991: 170 y 171)
CC
[...] La interacción política (y los cambios de posición que esta puede provocar)
es el conjunto de las interacciones (de índole económica, religiosa, cultural)
que modifica a la vez las propiedades y los recursos de los agentes así como
las reglas que rigen sus relaciones: la estructuración no se adquiere de una
vez para siempre ni constituye una coacción permanente e intangible; es un
proceso continuo de elaboración de reglas, dentro de los límites propios de la
organización general de la sociedad y del alcance normativo que ciertos grupos
pueden atribuir a las reglas transmitidas. (Lagroye, 1991: 175)
Así, el eje causal y objetivo en torno del cual se estructuran las interacciones
políticas está dado por la intervención directa o indirecta en las relaciones
de poder establecidas entre actores y/o grupos sociales con el objetivo de
producir algún tipo de cambio en esa relación y en el contexto del sistema
CC
[...] La aspiración (streben) a participar en el poder o a influir en la distribución
del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los
distintos grupos de hombres que lo componen. (Weber, 1991: 84)
CC
[…] La política [es] el conjunto de actividades referidas al Estado y a la regula-
ción legal (y, por tanto, respaldada por el poder estatal) de las relaciones socia-
les. Aunque tales actividades se desarrollen preferentemente en determinado
marco institucional –el aparato del Estado, el Parlamento, los partidos políticos–
no tienen límites unívocos ni formas fijas. Toda acción social puede tener una di-
mensión política –sin que por eso “todo sea política”. (Lechner, 2013: 424)
Lechner plantea que, en este marco, habría que estudiar, para cada sociedad
y momento histórico, “cómo varían los límites y las formas de «hacer política»”.
En este sentido, “la política no tiene una significación única y unívoca, sino
que ella misma es parte de la lucha política. La lucha política es siempre una
lucha por definir lo que es «la política»” (Lechner, 2013: 425).
Por esta razón, para este pensador, “la mera definición formal de la política
resulta, pues, insuficiente, porque no permite dar cuenta del contexto dentro
del cual se elaboran las diferentes significaciones de la «política»”.
De este modo, la actividad política encuentra su principal referente simbó-
lico y su espacio institucional privilegiado en los Estados modernos y en el pro-
ceso sociopolítico que lo contextúa, ámbito en el que se desarrollan las prácti-
cas e interacciones orientadas a influir de algún modo sobre las instituciones
“En nuestra visión, la política es un fenómeno que se encuentra en y entre todos los grupos,
instituciones y sociedades, envolviendo todas las esferas del esfuerzo humano, pública y
privada. Se manifiesta en las actividades de cooperación, negociación y resistencia de toda
la vida humana: una ineludible dimensión de la producción y reproducción de la sociedad.
En consecuencia, política trata del poder; trata de las fuerzas que influyen y reflejan su
distribución y su uso; y trata del efecto de esto sobre el uso y la distribución de los recur-
sos. Política trata de la “capacidad de transformación” de los agentes sociales, organismos
e instituciones: no trata del gobierno, o solo del gobierno. Donde la política se considera
más restringidamente como una esfera aparte de la economía y la cultura, esto es, como
actividad gubernamental e instituciones, un vasto dominio de los que consideramos política
queda fuera de vista. No hay, de hecho nada más político que los constantes intentos por
excluir ciertos tipos de problemas de la política. Estos intentos representan estrategias de
despolitización; esto es, estrategias para que ciertas cuestiones sean tratadas como si ellas
no fuesen un objeto apropiado para la política […] Además, a menudo, administradores y
políticos nos invitan a “mantener la política fuera” de cosas como el deporte (o viceversa) o
no “mezclar” la política con la religión, las relaciones industriales y las relaciones “raciales”.
Lo que realmente ellos nos están pidiendo es que nos abstengamos de participar en la polí-
tica, es decir, en las decisiones acerca del uso y distribución de recursos en relación con los
asuntos que son muy importantes para nuestras vidas. Como tal, ellos no están intentando
promover, defender o ni siquiera aislar la política, están intentando suprimirla” (Held y
Leftwich, 1989: 247).
CC
[…] Si el poder político es, justamente en razón del monopolio de la fuerza, el
poder supremo de un determinado grupo social, los fines perseguidos por los ac-
tos de los políticos son los fines que, en cada momento, se consideran preemi-
nentes para un determinado grupo social (o para la clase dominante de dicho
grupo social). […] No existen fines de la política de una vez y para siempre, y
mucho menos un fin que los incluya a todos y que pueda ser considerado el fin
de la política. Los fines de la política son tantos como metas un grupo organiza-
do se propone, según el tiempo y las circunstancias. (Bobbio, 2005: 183)
LECTURA OBLIGATORIA
CC
El hecho de la hegemonía presupone indudablemente que se tomen en cuenta
los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales la hegemonía se-
rá ejercida, que se forme un cierto equilibrio de compromiso, esto es, que el
grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo, pero también
es indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden afectar a lo
esencial, porque si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser tam-
bién económica, no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva
que el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica.
(Gramsci, 1991: 42)
CC
El ejercicio “normal” de la hegemonía […] se caracteriza por la combinación de
la fuerza y del consenso que se equilibran diversamente, sin que la fuerza do-
mine demasiado al consenso, incluso tratando de obtener que la fuerza parez-
ca apoyada en el consenso de la mayoría, expresado por los llamados órganos
de la opinión pública -periódicos y asociaciones- los cuales, por lo tanto, en
ciertas situaciones, son multiplicados artificiosamente. Entre el consenso y la
fuerza está la corrupción-fraude (que es característica de ciertas situaciones
de difícil ejercicio de la función hegemónica, presentando el empleo de la fuer-
za demasiados peligros) o sea el debilitamiento y la parálisis infligidos al ad-
versario o a los adversarios acaparando sus dirigentes bien sea encubierta-
mente o, en caso de peligro emergente, abiertamente, para provocar confusión
y desorden en las filas adversarias. (Gramsci, 1991: 81)
PARA AMPLIAR
CC
Hegemonía es, simplemente, un tipo de relación política; una forma, si se quiere,
de la política; pero no una localización precisable en el campo de una topografía
de lo social. En una formación social determinada puede haber una variedad de
puntos nodales hegemónicos. Evidentemente, algunos de ellos pueden estar so-
bredeterminados; pueden constituir puntos de condensación de una variedad de
relaciones sociales y, en tal medida, ser el centro de irradiación de una multiplici-
dad de efectos totalizantes; pero, en la medida en que lo social es una infinitud
irreductible a ningún principio unitario subyacente, la mera idea de un centro de
lo social carece de sentido. (Laclau y Mouffe, 2010: 183)
“[…] Tanto autonomía como subordinación –y sus distintos grados de relatividad– son
conceptos que solo adquieren su sentido en el campo de las prácticas articulatorias y –en la
medida en que estas operan en campos políticos surcados por antagonismos– de las prácti-
cas hegemónicas. Las prácticas articulatorias no tienen solo lugar en el interior de espacios
sociales y políticos dados, sino entre los mismos. La autonomía del Estado en su conjunto
–suponiendo por un instante que se puede hablar de él como de una unidad– depende de
la constitución de un espacio político que solo puede ser el resultado de prácticas hege-
mónicas. Y lo mismo puede decirse del grado de unidad o autonomía existente entre las
distintas ramas o aparatos del Estado. Es decir, que la autonomización de ciertas esferas no
es el efecto estructural necesario de nada, sino la resultante de prácticas articulatorias precisas
que construyen dicha autonomía. La autonomía, lejos de ser incompatible con la hegemonía,
es una forma de construcción hegemónica” (Laclau y Mouffe, 2010: 184).
Por lo tanto, para estos autores, “ninguna lógica hegemónica puede dar cuenta
de la totalidad de lo social y constituir su centro”, es decir, “la apertura de
lo social es, por consiguiente, la precondición de toda práctica hegemónica”
“El punto importante es que toda forma de poder se construye de manera pragmática e
internamente a lo social, apelando a las lógicas opuestas de la equivalencia y de la diferencia;
el poder no es nunca fundacional. Por tanto, el problema del poder no puede plantearse
en términos de la búsqueda de la clase o del sector dominante que constituye el centro de
una formación hegemónica, ya que, por definición, dicho centro nos eludirá siempre. Pero
también es incorrecto plantear como alternativa el pluralismo, o la difusión total del poder
en el seno de lo social, ya que esto tornaría el análisis ciego a la presencia de puntos nodales
y a las concentraciones parciales de poder existentes en toda formación social concreta. Este
es el punto en el que buena parte de los conceptos del análisis clásico –“centro”, “poder”,
“autonomía”, etc. – pueden ser reintroducidos si se define su estatus: todos ellos son lógicas
sociales, contingentes, que como tales adquieren su sentido en contextos coyunturales y
relacionales precisos, en los que siempre estarán limitados por otras lógicas, muchas veces
contradictorias; pero ninguno de ellos tiene una validez absoluta en el sentido de que defina
un espacio o momento estructural que no pueda, a su vez, ser subvertido. Es imposible, por
tanto, arribar a una teoría de lo social sobre la base de absolutizar ninguno de estos concep-
tos. Si la sociedad no es suturada por ninguna lógica unitaria y positiva, tampoco nuestro
conocimiento de ella puede suministrar esa lógica. Un enfoque “científico” que intentara
determinar la “esencia” de lo social sería, en realidad, la primera de las utopías” (Laclau y
Mouffe, 2010: 186 y 187).
“La sociedad no debe ser entendida, entonces, como un espacio suturado. Toda estructura
discursiva es el resultado de una práctica articulatoria que organiza y constituye las relaciones
sociales. Los antagonismos sociales y la dislocación impiden el cierre de toda estructura.
Las prácticas articulatorias hegemónicas definen su identidad por oposición a prácticas
articulatorias antagónicas. El antagonismo descubre los límites de toda objetividad, en tanto
nunca está plenamente constituida. La sociedad no se presenta como un orden objetivo
y armónico, sino como un conjunto de fuerzas divergentes en conflicto, impidiendo la
conformación de identidades plenas. La constitución y mantenimiento de una identidad
depende, pues, del resultado de una lucha que no se encuentra garantizado por ninguna
ley a priori ni necesaria de la historia. Desde esta perspectiva, la categoría de hegemonía
constituye un valioso y fundamental punto de partida dentro del discurso contemporáneo
para pensar lo político, en tanto significa la articulación contingente de elementos en torno
a las luchas de los agentes sociales concretos dentro de configuraciones sociales específicas”
(Giacaglia, 2002: 156).
CC
[…] Las construcciones discursivas que ese sistema de representaciones con-
tiene se desarrollan en medio de una contradicción irresoluble y permanente:
son por naturaleza producto de una visión parcial, entendida como práctica so-
cial fragmentaria e imperfecta, que busca presentarse en la competencia fren-
te a otras visiones de iguales características como verdad universal, es decir,
en calidad de representación única de ese universo que la contiene como par-
te, como fracción, ante otras diversas en su contenido pero igualmente imper-
fectas. La pretensión de imponer un tipo de universalidad excluyente que ali-
menta la práctica social de unas concepciones parciales frente a otras
constituye el campo principal de la práctica política hegemónica. En tanto in-
completas e insuficientes, dejan espacios libres en los cuales se inscriben
otros modos de concebir alternativos, pretendidamente universales y totalizan-
tes (pero fallidos en igual medida), condicionados por la yuxtaposición de pul-
siones y necesidades subjetivas que obstaculizan y deforman la percepción de
la realidad exterior en forma pura. (Pucciarelli y Castellani, 2017: 17)
CC
Cuando el bloque de fuerzas sociales que constituye uno de esos sujetos co-
lectivos se instala en el poder, hace prevalecer su ideología y su proyecto, y do-
mina la mayor parte de las instituciones políticas, se convierte en un […] “blo-
que histórico” capaz de definir en ese momento preciso la naturaleza de la
economía (régimen de acumulación), la dinámica social (régimen social), la
gestión institucional (régimen institucional) y el régimen de legitimación ideoló-
gico y político (régimen político). (Pucciarelli y Castellani, 2017: 18)
CC
En el espacio restante, no ocupado por ninguno de esos dos bloques, se insta-
lan las fuerzas sociales y políticas neutrales y de oposición que pueden perma-
necer pasivas e impotentes o ir generando en su desarrollo formas de expre-
sión e intervención antihegemónicas con capacidad virtual de alimentar en su
desarrollo proyectos alternativos prehegemónicos o contrahegemónicos. […] El
régimen hegemónico casi nunca es homogéneo, no se presenta en estado pu-
ro. Salvo los modelos de hegemonía orgánica, pocas veces abarca a todas las
instancias de la vida social de la misma manera, o regula las diferentes prácti-
cas sociales con la misma intensidad, o incluye a todos los grupos dentro del
bloque de las clases y grupos hegemonizados. En estos casos, el régimen he-
gemónico debe concebirse teniendo en cuenta, además, los resultados diver-
sos que arrojan tanto los posicionamientos como las distintas formas de con-
frontación entre proyectos hegemónicos alternativos. (Pucciarelli y Castellani,
2017: 18)
confrontación como por la naturaleza de los protagonistas que la hacen posible. Cuando
alguno de esos componentes está ausente, se encuentra en descomposición, es demasiado
incipiente o demasiado débil, o se halla descentrado, la confrontación se desvirtúa y cambia
de naturaleza, en lugar de posibilitar la salida o superación de la crisis, produce lo contra-
rio: un incontenible proceso de decadencia que amenaza con generar tanto un proceso de
desagregación social como un colapso institucional” (Pucciarelli y Castellani, 2017: 19).
CC
[...] Todo sistema político incluye interacciones entre gobernantes y gobernados
en el interior de una cultura política determinada, lo cual difiere de sociedad en
sociedad. En el seno del mismo es donde se regula la competencia por el poder,
se producen las decisiones que conciernen a toda la sociedad y se organiza la
forma de la autoridad, es decir, se determina el tipo de régimen político vigente.
Así, el sistema político agrupa a las instituciones que cumplen las funciones de
dominación, dirección y administración políticas. Como articulación entre coac-
ción y consenso, entre ley y valores, es siempre un sistema hegemónico, pero no
solo entendido como el lugar desde donde la hegemonía se ejerce, sino, sobre
todo, desde donde se constituye (Portantiero, 1988b: 117).
“El campo de poder (que no hay que confundir con el campo político) no es un campo
como los demás: es el espacio de las relaciones de fuerza entre los diferentes tipos de capital
o, con mayor precisión, entre los agentes que están suficientemente provistos de uno de los
diferentes tipos de capital para estar en disposición de dominar el campo correspondiente
y cuyas luchas se intensifican todas las veces que se pone en tela de juicio el valor relativo
de los diferentes tipos de capital [...]; es decir, en particular, cuando están amenazados los
equilibrios establecidos en el seno del campo de las instancias específicamente encargadas de
la reproducción del campo del poder [...]. Una de las cosas que está en juego en las luchas
que enfrentan al conjunto de los agentes o de las instituciones que tienen en común el hecho
de poseer una cantidad de capital específico (económico o cultural en particular) suficiente
para ocupar posiciones dominantes en el seno de los campos respectivos es la conservación
o la transformación de la «tasa de cambio» entre los diferentes tipos de capital y, al mismo
tiempo, el poder sobre las instancias burocráticas que están en condiciones de modificarlo
mediante medidas administrativas [...]. Las fuerzas que se pueden emplear en estas luchas y
la orientación, conservadora o subversiva, que se les aplica, dependen de la «tasa de cambio»
entre los tipos de capital, es decir, de aquello mismo que esas luchas se proponen conservar
o transformar. La dominación no es un mero efecto directo de la acción ejercida por un
conjunto de agentes («la clase dominante») investidos de poderes de coacción, sino el efecto
indirecto de un conjunto complejo de acciones que se engendran en la red de las coacciones
cruzadas a las que cada uno de los dominantes, dominado de este modo por la estructura
del campo a través del cual se ejerce la dominación, está sometido por parte de todos los
demás” (Bourdieu, 1997: 50 y 51).
LECTURA OBLIGATORIA
“La institucionalización sustituye las relaciones entre unos agentes indisociables de las fun-
ciones que desempeñan y que sólo pueden perpetuar entregándose por entero y sin cesar,
por las relaciones estrictamente y jurídicamente garantizadas entre posiciones reconocidas,
definidas por su rango en un espacio relativamente autónomo de posiciones y que tienen
su propia existencia, distinta e independiente de sus ocupantes actuales y potenciales, ellos
mismos definidos por unos títulos que [...] les autorizan a ocupar estas posiciones [...]. La
objetivación que efectúa el título y, más generalmente, todas las formas de «poderes» (cre-
dentials), en el sentido de «prueba escrita de cualificación que confiere crédito y autoridad»,
es inseparable de la que asegura el Derecho cuando garantiza unas posiciones permanentes,
independientes de los individuos biológicos que reclaman y susceptibles de ser ocupadas
por agentes biológicamente diferentes aunque intercambiables bajo el punto de vista de los
títulos que deben detentar. Desde ese momento, las relaciones de poder y dependencia no
se establecen ya directamente entre personas; se instauran, en la objetividad misma, entre
instituciones, es decir, entre títulos socialmente garantizados y puestos socialmente defini-
dos y, a través de ellos, entre mecanismos sociales que producen y garantizan el valor social
de los títulos y los puestos, y la disposición de esos atributos sociales entre los individuos
biológicos” (Bourdieu, 1991: 221-223).
“La lucha que oponen los profesionales es, sin duda, la forma por excelencia de la lucha
simbólica por la conservación o por la transformación del mundo social por medio de
la conservación o de la transformación de la visión del mundo social y de los principios
de división de este mundo: o, más precisamente, por la conservación o por la transfor-
mación de las divisiones establecidas entre las clases por medio de la transformación o
de la conservación de los sistemas de clasificación y de las instituciones que contribuyen
para perpetuar la clasificación en vigor, legitimándola. Ella encuentra sus condiciones
sociales de posibilidad en la lógica específica según la cual se organiza, en cada formación
social, el juego propiamente político en que se juegan, de un lado, el monopolio de la
elaboración y de la difusión del principio de división legítima del mundo social y, de este
modo, de la movilización de los grupos y, por otro lado, el monopolio de la utilización
de los instrumentos de poder objetivado (capital político objetivado). Ella asume, pues,
la forma de una lucha por el poder propiamente simbólico de hacer y de hacer creer, de
predecir y de prescribir, de dar a conocer y de hacer reconocer, que es al mismo tiempo
una lucha por el poder sobre los «poderes públicos» (las administraciones del Estado)”
(Bourdieu, 1989: 173 y 174).
Esta lucha política exige que los actores políticos cuenten con un amplio
apoyo, un apoyo socialmente abarcativo y diversificado en cuanto a sus ins-
trumentos, y que no puede conseguirse solamente en función de la posición
dominante que dichos actores pueden detentar en el campo, sino de la relativa
correspondencia que debe existir entre las visiones y objetivos sostenidos por
esos actores y los intereses del grupo que lo apoya. Vale decir, ese apoyo es
duradero si los actores dominantes consiguen exitosamente elaborar e impo-
ner una representación del mundo social capaz de obtener la adhesión del
mayor número posible de personas y, al mismo tiempo, conquistar puestos
claves para asegurar su dominio sobre sus tributarios.
CC
[...] La relación que los vendedores profesionales del servicio político (hom-
bres políticos, periodistas políticos, etc.) mantienen con sus clientes está
siempre mediatizada, y determinada de modo más o menos completo, por la
relación que ellos mantienen con sus competidores. Ellos sirven los intereses
de sus clientes en la medida en que (y sólo en esa medida) se sirven también
al servirlos, quiere decir, de modo tanto más exacto cuanto más exacta es la
coincidencia de su posición en la estructura del campo político con la posición
de sus mandantes en la estructura del campo social. (Bourdieu, 1989: 177).
Así, según Bourdieu, la estructura del campo político determina las tomas de
posición de los actores dominantes a partir de las constricciones e intereses
asociados a una posición determinada en ese campo, pero también a partir de
los apoyos obtenidos fuera de ese mismo campo. Ello, en definitiva, privilegia
las acciones desenvueltas tanto dentro del campo político como entre este y
otros campos, en particular, el campo económico y el cultural.
LECTURA OBLIGATORIA
1.
Gubernamentalidad y Estado
Objetivos
•• Realizar una aproximación al concepto de Estado y describirlo.
•• Analizar cuál es el vínculo existente entre política y Estado, y entre guber-
namentalidad y Estado.
•• Explicar la relación que se produce entre Estado e instituciones.
•• Observar y describir el modo en que el Estado formula y pone en práctica
políticas públicas.
•• Especificar las nociones de gobernabilidad y gobernanza.
CC
Cuando se dice que una cuestión es política, o que son “políticos” un ministro
o un funcionario, o que una decisión está “políticamente” condicionada, lo que
quiere significarse siempre es que la respuesta a esa cuestión, o la determina-
ción de la esfera de actividad de aquel funcionario, o las condiciones de esta
decisión, dependen directamente de los intereses en torno a la distribución, la
conservación o la transferencia del poder. (Weber, 1991a: 84)
PARA AMPLIAR
dades tienen formas de gobierno a través de las cuales se toman ciertas deci-
siones y se implementan políticas que afectan a la mayoría de sus miembros
y por medio de las cuales se estructura su “orden” político y social y sus rela-
ciones con otras sociedades. En el escenario político moderno, dicha guber-
namentalidad ha supuesto –y supone- una compleja red de organizaciones y
estructuras políticas y sociales, relacionadas entre sí, cuyas prácticas e inte-
racciones producen y reproducen el sistema político en su conjunto y, en su
interior, dan forma a complejas estructuras institucionales de gobierno. Este
sistema, y la sociedad en su conjunto, se conformó, de alguna manera, en
referencia a esas estructuras de gobierno.
“La existencia de un gobierno ha sido siempre una condición elemental para la posibilidad
de una vida civilizada [...]. El gobierno, desde el momento de la aparición del Estado, y aun
antes, consiste en una institución que se erige en núcleo central de una comunidad política.
Este núcleo reúne o intenta reunir, entre otras cosas, las condiciones siguientes: a) ostenta –a
menudo compartiéndola con presidencias estatales, parlamentos y tribunales- la autoridad
suprema de un Estado, su soberanía; b) transmite órdenes que los súbditos –frecuentemente
ciudadanos- deberían obedecer; es decir, «ordena» la vida económica, política y cultural
hasta donde llega el alcance de dichas órdenes; c) distribuye y redistribuye los bienes y recur-
sos materiales que controla según su voluntad, es decir, atribuye ingresos, extrae impuestos
y destina servicios y riquezas; d) otorga y quita privilegios, autoridad y reconocimiento a sus
súbditos, es decir, distribuye honores, castigos y ventajas o desventajas sociales a individuos
o colectivos determinados; e) se responsabiliza de la gerencia de aquellos aspectos de la vida
social que no pueden estar en manos exclusivas de un grupo particular, pues son bienes y
objetivos colectivos generales como, por ejemplo, la conducta de la guerra, la emisión de
moneda o la administración de justicia” (Arbós y Giner, 1993: 4).
CC
[...] La «existencia» de una asociación depende por completo de la «presencia»
de un dirigente y eventualmente de un cuadro administrativo. O sea, dicho de
un modo más exacto: de la existencia de la probabilidad de que pueda tener lu-
gar una acción de personas dadas, cuyo sentido esté en el propósito de im-
plantar el orden de la asociación. Es decir, que existan determinadas personas
«puestas» para actuar, en cada caso, en ese sentido. Es, por lo tanto, concep-
tualmente indiferente aquello en que descanse esa posición, bien sea por de-
voción tradicional, afectiva o racional con arreglo a valores (deberes feudales,
de cargo o de servicio), o por cálculo de intereses racionalmente sopesados
(interés por sueldo, etc.) [...]. (Weber, 1992: 39)
CC
Hablar de “gobierno” de un grupo significa ante todo reconocer que ciertos in-
dividuos o equipos de individuos (los “gobernantes”) son capaces de imponer
a los demás miembros una orientación mutuamente ajustada (o coordinada)
de sus conductas e incluso una modificación de las orientaciones anteriores.
En este sentido, los miembros de una asociación religiosa o cultural reconocen
de hecho como sus gobernantes a aquellos que están en condiciones de pro-
poner e imponer una orientación común de sus conductas (religiosas, cultura-
les, etc.). Decir que los reconocen “de hecho” sólo significa que modifican sus
conductas en la práctica, ajustan sus acciones y suscriben a las creencias ne-
cesarias, de manera tal que la orientación acaba por imponerse a todos.
(Lagroye, 1991: 29 y 30)
“[…] Toda autoridad de una asociación, política o de otro tipo, argumenta que sus deci-
siones, así como su propia existencia, son para el bien de la asociación en su conjunto. Las
autoridades basan su expectativa de ser obedecidas en esta pretensión, y al hacerlo delinean
un límite entre la asociación y todos aquellos que no pertenecen a ella. […] En asociaciones
de cierta complejidad, estas pretensiones generan un patrón básico de diferenciación social:
los que se ocupan de asuntos que presumiblemente son de interés común de la asociación y
los que no lo hacen. Como consecuencia, emerge un centro desde el cual algunos individuos
tienen la prerrogativa de hablar en nombre de la asociación e invocar como base para sus
decisiones el bien común de aquélla. La existencia de este centro es usualmente consistente
con mi interés en tanto miembro de la asociación. Deseo disfrutar de mi libertad y de
los bienes que la asociación provee –practicar deportes en un club, que mis derechos de
trabajador sean representados por un sindicato, estudiar en una universidad, compartir los
objetos que nuestra banda ha robado, o ser ciudadano de un Estado que funciona razona-
blemente–. Consecuentemente, quiero la existencia de cierto tipo de entidad que facilite el
goce de esos bienes. Y no quiero esto sólo por hoy; lo quiero para todo el tiempo que puedo
prever. Además, aunque no me importe la suerte de muchos, como me importan algunos
(por ejemplo, miembros actuales y futuros de mi familia), también quiero que se extienda
a ellos una garantía de largo plazo de la existencia de la asociación. Por lo tanto, en muchas
situaciones nuestro interés consiste en participar en la creación (o aceptar la existencia) de
una esfera de decisión que se ocupa de dos tareas básicas. Primero, proveer algunos bienes
colectivos y resolver problemas de acción colectiva. Segundo, tomar decisiones obligatorias
para todos los miembros –de otra manera el free-riding sería incontrolable o la asociación
simplemente se disolvería–. Este deseo racional lleva a constituir, o aceptar la existencia de
asociaciones que, a través de sus líderes, ejercen diversos poderes sobre nosotros. Esto es
verdad respecto de numerosas asociaciones. En ellas, ya sean benéficas o dañinas, democrá-
ticas o despóticas, los seres humanos (igual que la mayoría de los animales) constantemente
producimos y reproducimos relaciones sociales jerárquicas” (O’Donnell, 2004: 156 y 157).
un mero agregado o una mayoría de sus miembros. En ambos casos, interna y externamen-
te, las autoridades exhiben la versión oficial, la autoimagen oficialmente propiciada, de la
asociación que como tales autoridades dicen representar. Esta es otra característica de las
asociaciones de cierta complejidad y durabilidad; como dice Hosle […]: ‘Toda unidad social
tiene un concepto descriptivo de sí misma; las unidades más complejas también tienen uno
normativo’ (bastardillas en el original). En esas asociaciones complejas, en las que los miem-
bros no pueden encontrarse cara a cara, el ‘concepto normativo’ que el centro postula de sí
mismo y de la asociación a la que dice servir suele ser el mecanismo fundamental mediante
el cual nos reconocemos como un ‘nosotros’. Esto, insisto, es poder. La autorización de
hablar-por-nosotros implica consecuencias importantes para los miembros de la asociación
y para los ‘otros’. Por lo tanto, como miembro de la asociación, estoy interesado en lo que
se dice en su nombre y en quién lo dice. Además, en asociaciones complejas ocurren otras
consecuencias. Primero, los roles decisorios devienen permanentes y especializados; segun-
do, los ocupantes de dichos roles desarrollan un interés por normalizar -básicamente, por
medio de reglas formales- su propio poder, de esta manera aumentando la probabilidad de
que sus decisiones sean aceptadas como válidas y regularmente implementadas. Esto da lugar
a la emergencia de regulaciones internas, manuales de procedimiento, miríadas de formu-
larios, censos, mapas, estatutos y constituciones. Pero el movimiento hacia la formalización
no proviene sólo desde arriba. Desde abajo, tengo otro interés racional que contrarresta
mi interés porque haya una efectiva toma de decisiones por parte de la asociación. Este
interés es el de ser protegido de decisiones que considero arbitrarias, que transgreden mi
visión sobre lo que debería ser o hacer la asociación, o que de alguna manera me excluyen
de la asociación y/o de sus beneficios. Por lo tanto, normalmente apoyo la formalización
de la asociación mientras esta incluya maneras de hacer sus decisiones razonablemente pre-
visibles y eventualmente me permitan recurso efectivo contra ellas; esto es especialmente
verdad en asociaciones, como el Estado, de las que la salida (exit) es imposible o sumamente
costosa. Pero sólo podré afirmar ese interés si soy reconocido como miembro pleno de la
asociación -si soy, para decirlo de alguna manera, un ciudadano de ella-. De otra manera
soy un súbdito, un ser sometido a relaciones autoritarias por medio de las cuales los líderes,
sin mi voz ni consentimiento, toman decisiones que son obligatorias para mí y que, en el
caso del Estado, son en última instancia sustentadas por la coerción física. Lo antedicho
implica que, en especial pero no exclusivamente con relación al Estado, mi racional deseo
de pertenecer a una asociación que es razonablemente efectiva en sus decisiones y, a la vez,
de estar protegido de algunas decisiones de dicha asociación, entraña una tensión –en rigor,
una contradicción– que es últimamente insoluble: no hay punto general de equilibrio, y si
lo hay lo es para ego pero no para álter; ese punto de equilibrio, si existe, varía de acuerdo
con el tipo de decisión estatal de que se trate; y la fluidez de la política implica que lo que
puede ser hoy un equilibrio aceptable no lo será mañana. La política, en especial la política
democrática en la cual al menos en principio todos tienen voz, lidiará siempre con esta
irresoluble –pero creativa– tensión” (O’Donnell, 2004: 157-159).
CC
Cuando estas asociaciones establecen control sobre un territorio, incluyendo
superioridad en el control de los medios de coerción, se transforman en ese
fenómeno moderno que llamamos el Estado. Los Estados (más precisamente,
los funcionarios autorizados para invocar la autoridad del Estado) típicamente
pretenden que lo que hacen está orientado hacia el logro del bien común (o pú-
blico o general) de los habitantes de su territorio. (O’Donnell, 2004: 160)
De este modo, O’Donnell da cuenta del proceso por el cual se fueron configu-
rando asociaciones políticas que desembocaron en la constitución histórica
de los Estados modernos. Vayamos al análisis de estos aspectos.
Para Weber, el Estado es un tipo particular de asociación política, esto es, una
asociación desenvuelta dentro de un ámbito geográfico determinado y cuya estruc-
turación y validez están garantizadas de un modo continuo por “la amenaza y la
aplicación de la fuerza física por parte de su cuadro administrativo” (1992: 43). La
especificidad de esa modalidad de asociación está dada justamente por su “medio
específico”, es decir, la violencia física. Dicho de otro modo, el Estado configura una
asociación política que no se define ni existe por sus fines ni por los objetivos de la
comunidad política a la que pertenece o de los gobiernos que lo administran, sino
que, desde el punto de vista sociológico, solo puede ser definido y existe por refe-
rencia a su medio específico que está dado por la posibilidad efectiva del uso de la
fuerza para imponer sus ordenaciones. Argumenta que debe entenderse por Estado
al “instituto político de actividad continuada” solo cuando su cuadro administrativo
cuente con la pretensión al “monopolio legítimo de la coacción física” para alcanzar
el mantenimiento del orden vigente (Weber, 1992: 43 y 44).
Así, el Estado garantiza una dominación efectiva y continuada, es decir, en
su marco, las órdenes –reglamentos, directivas, normas, políticas, etc.– emi-
tidas por los gobernantes son efectivamente obedecidas en forma continuada.
La posibilidad regular de la obediencia se obtiene mediante el uso o la ame-
naza del uso de la violencia coercitiva, cuyos medios son monopólicamente
detentados y ejercidos por dichos gobernantes, y ese monopolio es efectiva-
mente ejercido sobre cierta base territorial que los gobernantes y las reglamen-
taciones por ellos impartidas reclaman como jurisdicción propia.
CC
[…] Caracteriza […] formalmente al Estado el ser un orden jurídico y adminis-
trativo –cuyos preceptos pueden variarse– por el que se orienta la actividad
–“acción de la asociación”– del cuadro administrativo (a su vez regulada por
preceptos estatuidos) y el cual pretende validez no solo frente a los miembros
de la asociación –que pertenecen a ella esencialmente por nacimiento–, sino
también respecto de toda acción ejecutada en el territorio a que se extiende la
dominación (o sea, en cuanto “instituto territorial”). Es, además, característico,
el que […] solo exista coacción “legítima” en tanto que el orden estatal la per-
mita o prescriba {…]. Este carácter monopólico del poder estatal es una carac-
terística tan esencial de la situación actual como lo es su carácter de instituto
racional y de empresa continuada. (Weber, 1992: 45).
PARA AMPLIAR
“El tipo más puro de dominación legal es aquel que se ejerce por medio de un cuadro admi-
nistrativo burocrático. Sólo el dirigente de la asociación posee su imperio, bien por apropia-
ción, bien por elección o por designación de su predecesor. Pero sus facultades de mando
son también “competencias” legales. La totalidad del cuadro administrativo se compone,
en el tipo más puro, de funcionarios individuales [...], los cuales: 1) personalmente libres, se
deben sólo a los deberes objetivos de su cargo; 2) en jerarquía administrativa rigurosa; 3) con
competencias rigurosamente fijadas; 4) en virtud de un contrato, o sea (en principio) sobre
la base de libre selección según; 5) calificación profesional que fundamenta su nombramiento
–en el caso más racional, por medio de ciertas pruebas o del diploma que certifica su califi-
cación-; 6) son retribuidos en dinero con sueldos fijos, con derecho a pensión las más de las
veces; son revocables siempre a instancia del propio funcionario y en ciertas circunstancias
(particularmente en los establecimientos privados) puede también ser revocados por parte
del que manda; su retribución está graduada primeramente en relación con el rango jerár-
quico, luego según la responsabilidad del cargo y, en general, según el principio del “decoro
estamental”; 7) ejercen como su única o principal profesión; 8) tiene ante sí una “carrera”,
o “perspectiva” de ascensos y avances por años de ejercicio, o por servicios o por ambas
cosas, según juicio de sus superiores; 9) trabajan con completa separación de los medios
administrativos y sin apropiación del cargo; 10) y están sometidos a una rigurosa disciplina
y vigilancia administrativa” (Weber, 1992: 175 y 176).
PARA AMPLIAR
Weber sostiene, inclusive, que una de las características centrales del Estado
moderno –característica también presente en la dominación patriarcal, patri-
monial o absolutista sultanista, pero que en el caso del Estado posmedieval
adquiere un elevado nivel de racionalización– reside en la separación de la
propiedad de los medios materiales de administración respecto de los miem-
bros del cuadro administrativo en el mismo sentido en que “el proletariado
o el empleado «están» separados de los medios materiales de producción
dentro de la empresa capitalista”.
CC
[...] En el Estado moderno el poder de disposición sobre todos los medios de
la empresa política se amontona en la cúspide, y no hay ya ni un solo funciona-
rio que sea propietario del dinero que gasta o de los edificios, recursos, instru-
mentos o máquinas de guerra que utiliza. En el Estado moderno se realiza,
pues, al máximo (y esto es esencial a su concepto mismo) la «separación» en-
tre el cuadro administrativo (empleados u obreros administrativos) y los me-
dios materiales de la administración. (Weber, 1991: 91a)
Otro aspecto fundamental del Estado está dado por el “sistema social” que
este regula. Anthony Giddens señala al respecto que el Estado constituye un
“aparato de gobierno o de poder”, pero también es un “sistema social como
un todo subordinado a ese gobierno o poder”. Ambas dimensiones son rele-
vantes para analizar el Estado. “Todas las formas de aparato de Estado con-
sisten en una pluralidad de organizaciones” y, para el sociólogo inglés, esta
es la primera característica del Estado. Pero, asimismo, “todos los Estados
incluyen el monitoreamiento reflexivo de los aspectos de la reproducción de
los sistemas sociales subordinados a su dominio”. Y ello lo convierte en una
“organización política”.
CC
La “política” […] no es definida de un modo sustantivo, no se refiere inevita-
blemente al uso de la fuerza. El aspecto “político” de las organizaciones dice
respecto a su capacidad de organizar los recursos de autoridad o lo que llama-
ré poder administrativo. Todas las organizaciones tienen características políti-
cas, pero solo en el caso de Estados es que envuelve la consolidación del po-
der militar en asociación con el control de los medios de violencia dentro de
una extensión territorial. Un Estado puede ser definido como una organización
política cuyo dominio es territorialmente organizado y es capaz de accionar los
medios de violencia para sustentar ese dominio. (Giddens, 1987: 19 y 20)
CC
Por Estado entiendo un conjunto de instituciones y relaciones sociales (casi to-
das ellas sancionadas y respaldadas por el sistema legal de ese Estado) que
normalmente penetra y controla el territorio y los habitantes que ese conjunto
pretende delimitar geográficamente. Tales instituciones tienen como último re-
curso, para efectivizar las decisiones que toman, a la supremacía en el control
de medios de coerción física que algunas agencias especializadas del mismo
Estado normalmente ejercen sobre aquel territorio. (O’Donnell, 2004: 149 y 150)
PARA AMPLIAR
Para este politólogo, las tres dimensiones del Estado “no deben ser atribui-
das a priori a todo Estado”, sino que “son tendencias que ningún Estado
ha materializado completamente, y que algunos distan de haber logrado
medianamente”.
CC
En lo que respecta al Estado como conjunto de burocracias, su desempeño
puede desviarse seriamente de cumplir las responsabilidades que le han sido
asignadas; el sistema legal puede per se tener serias falencias y/o no exten-
derse efectivamente a diversas relaciones sociales, o aun a vastas regiones, y
en lo que respecta al Estado como foco de identidad colectiva, su pretensión
de ser verdaderamente un estado-para-la nación puede no ser verosímil para
buena parte de la población. Las tres dimensiones del Estado son históricamen-
te contingentes; por lo tanto, la medida de su logro debe ser establecida empí-
ricamente. (O’Donnell, 2004: 151)
“[…] El lado organizacional del estado está ordenado burocráticamente. […] Por otro lado, la
burocratización de una asociación es concomitante con su legalización: varios tipos de reglas
son emitidos con el propósito de regular el funcionamiento de la asociación, incluyendo las
relaciones de las autoridades con los miembros de aquélla y las de éstos entre ellos. Asimis-
mo, a medida que la asociación se hace más compleja y burocratizada, los líderes colocados
en su cima no tardan en descubrir un fuerte interés -sobre el que Weber insistió- en regular
y controlar los comportamientos de los funcionarios de la propia asociación. Esto es común
a toda asociación compleja; sin embargo, el estado tiene la característica muy especial de
que no sólo apunta a regular su funcionamiento interno, sino que también externaliza su
legalidad. En contraste con otras asociaciones, el estado intenta controlar diversos aspectos
de toda asociación, grupo e individuo en el territorio que demarca. El estado moderno
penetra, sobre todo a través de su sistema legal, múltiples relaciones sociales. Al hacerlo, los
que están autorizados a hablar en nombre de esta particular asociación típicamente afirman
la pretensión de proveer, a todos los que habitan en su territorio, el supremo bien público
del orden y la previsibilidad, y si fuera necesario el respaldo coercitivo, de una amplia gama
de relaciones sociales” (O’Donnell, 2004: 160 y 161).
“[…] Existe una estrecha relación entre dos fenómenos: el paso de las milicias mercenarias,
reclutadas por medio de contratos, con empresarios militares privados, a los ejércitos pro-
fesionales y permanentes y el paso de la financiación del Estado por medio de banqueros
privados a la financiación mediante la constante mejora del aparato fiscal. Burocracia civil
y organización militar permanente se desarrollan conjuntamente en la Europa continental
y su suerte está estrechamente vinculada desde el comienzo. Los mismos funcionarios civiles
[…] están originariamente asignados a tareas de coordinación y vigilancia de la organiza-
ción militar. Estimulado por la exigencia de la competición militar y, por ello, conectado
a la dimensión «externa» de la soberanía estatal, el proceso de afirmación y reforzamiento
de las burocracias en la época tardía del absolutismo (siglos XVII y XVIII) tiene poderosos
reflejos y consecuencias sobre la dimensión «interna» de la soberanía: la concentración del
poder inducida por los desarrollos administrativos y militares se resuelve en una progresiva
y correspondiente sustracción de poder a los estamentos nobiliarios, a la Iglesia, a las corpora-
ciones. Con la consolidación de las burocracias públicas en la época tardía del absolutismo
culmina, de este modo, un proceso iniciado muchos siglos antes, en la fase de decadencia de
la sociedad medieval, la definitiva afirmación de la soberanía estatal y con ella el monopolio
legítimo de la fuerza, que es la característica peculiar del Estado moderno” (Panebianco,
1995: 375 y 376).
CC
[...] El Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institu-
cional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la vio-
lencia física legítima como medio de dominación y (...), a ese fin, ha reunido to-
dos los medios materiales en manos de su dirigente y ha expropiado a todos
los funcionarios estamentales que antes disponían de ellos por derecho pro-
pio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas. (Weber, 1991a: 92)
PARA AMPLIAR
“[...] Desde el punto de vista histórico, el progreso hacia el Estado burocrático, que admi-
nistra e imparte justicia según un derecho racionalmente codificado y unos reglamentos asi-
mismo racionalmente concebidos, aparece muy estrechamente unido al desarrollo capitalista
moderno. La empresa capitalista de nuestros días se basa en su textura interna sobre todo
en el cálculo de costes. Para poder subsistir precisa de una justicia y de una administración,
cuyo funcionamiento, por lo menos en principio, pueda ser también calculado racionalmente
sobre la base de normas generales fijas, igual que se calcula el rendimiento previsible de una
máquina” (Weber, 1991b: 129).
CC
El desarrollo de las formas «modernas» de asociación en toda clase de terreno
(Estado, iglesia, ejército, partido, explotación económica, asociación de intere-
sados, uniones, fundaciones y cualesquiera otras que pudieran citarse) coinci-
de totalmente con el desarrollo e incremento creciente de la administración bu-
rocrática: su aparición es, por ejemplo, el germen del Estado moderno
occidental. (Weber, 1991b: 129)
“En ese proceso influyen factores económicos sólo en cuanto la racionalización de la econo-
mía, sobre la base de la libertad de mercado y la libre contratación y, concomitantemente,
la complejidad siempre creciente de los conflictos de intereses cuya solución incumbía a la
creación del derecho y a su aplicación, reclamaron imperiosamente el desenvolvimiento de
la especialización del derecho y el desarrollo del carácter de instituto de la asociación política.
Todas las demás influencias puramente económicas se hallan concretamente condicionadas,
razón por la cual no es posible referirlas a reglas de carácter general. Como en reiteradas
ocasiones habremos de corroborarlo, las cualidades del derecho, determinadas por factores
de técnica jurídica interna y por factores políticos, reaccionaron intensamente sobre la
estructuración de la economía” (Weber, 1992: 509).
CC
[…] Al aumentar los grupos de personas en relaciones de interdependencia y al
excluirse de estas los actos de violencia física, surge un aparato social en el que
las coacciones que los hombres ejercen unos sobre otros se transforman en au-
tocoacciones; estas autocoacciones, que son funciones de una previsión y re-
flexión permanentes que se inculcan en el individuo desde pequeño en corres-
pondencia con su imbricación en secuencias más largas de acciones, tienen
parcialmente la forma de un autodominio consciente, parcialmente también la
forma de costumbres, y funcionan de modo automático. (Elias, 2016: 548)
“Ninguna sociedad puede subsistir sin canalizar los impulsos y las emociones individua-
les, sin una regulación muy concreta del comportamiento individual. Ninguna de estas
regulaciones es posible sin que los seres humanos ejerzan coacciones recíprocas y cada una
de estas coacciones se transforma en miedo de uno u otro tipo en el espíritu del hombre
coaccionado. No hay que hacerse ilusiones, la producción y reproducción continua de los
miedos humanos por medio de los hombres es algo inevitable e inexcusable siempre que
los hombres traten de convivir de una u otra forma, siempre que sus anhelos y sus accio-
nes se interrelacionen, ya sea en el trabajo, en la convivencia o en el amor. Pero tampoco
debemos creer o imaginarnos que los mandatos y los miedos que hoy dan su carácter al
comportamiento de los hombres tengan como «objetivo», en lo esencial, estas necesidades
elementales de la convivencia humana, y que, en nuestro mundo, se limitan a las coac-
ciones y a los miedos imprescindibles para un equilibrio de los anhelos de muchos y para
el mantenimiento de la convivencia social. Nuestros códigos de comportamiento son tan
contradictorios y tan llenos de desproporciones como las formas de nuestra convivencia, y
la estructura de nuestra sociedad. Las coacciones a las que hoy está sometido el individuo,
así como los miedos correspondientes están determinados, en su carácter, en su intensidad y
en su estructura, por las coacciones específicas de interdependencia de nuestro edificio social
de las que hablábamos más arriba: por las diferencias de nivel y las poderosas tensiones que
las caracterizan” (Elias, 2016: 627).
CC
De hecho, la génesis del Estado es inseparable de un proceso de unificación
de los diferentes campos sociales, económico, cultural (o escolar), político,
etc., que va parejo a la constitución progresiva de un monopolio estatal de la
violencia física y simbólica legítima. Debido a que concentra un conjunto de re-
cursos materiales y simbólicos, el Estado está en condiciones de regular el
funcionamiento de los diferentes campos, o bien a través de las intervencio-
nes financieras (como en el campo económico, las ayudas públicas a la inver-
sión o, en el campo cultural, las ayudas a tal o cual forma de enseñanza), o
bien a través de las intervenciones jurídicas (como las diferentes normativas
del funcionamiento de las organizaciones o del comportamiento de los agen-
tes individuales). (Bourdieu, 1997: 50)
Para este autor, el Estado no solamente reivindica con éxito el monopolio del
empleo legítimo de la violencia física, sino también el de la “violencia simbóli-
ca”. Dicha posibilidad es factible dado que el Estado estructura efectivamente
su dominio “subjetivo” a través de diversas formas de “estructuras menta-
les, de percepción y de pensamiento”. Es decir, la emergencia del Estado
se produce a través de una serie de actos de institución de las “estructuras
sociales” y de las “estructuras mentales” adaptadas a aquellas, que lo con-
forman y que se presentan como algo “natural”. Así, el Estado resulta de la
concentración –histórica– de diferentes tipos de capital, tales como el capital
de la fuerza física, el capital económico, el capital cultural, el capital simbólico,
delimitando un campo de poder en cuyo escenario se entretejen una serie de
confrontaciones y luchas que, directa o indirectamente, apuntan en particular
al control del Estado y, desde él, al control del campo y de los intercambios y
de las correlaciones de fuerza que se producen en él. Ello genera, en verdad,
un nuevo tipo de capital, es decir, el capital estatal.
permite al Estado ejercer un poder sobre los diferentes campos y sobre los diferentes tipos
particulares de capital, en especial sobre las tasas de cambio entre sí (y, con ello, sobre las
relaciones de fuerza entre sus poseedores). De lo que resulta que la elaboración del Estado
va pareja con la elaboración del campo del poder entendido como espacio de juego dentro
del cual los poseedores de capital (de diferentes tipos) luchan particularmente por el poder
sobre el Estado, es decir, sobre el capital estatal que da poder sobre las diferentes especies de
capital y sobre su reproducción (particularmente sobre la institución escolar)” (Bourdieu,
1997: 99 y 100).
CC
La concentración del capital jurídico es un aspecto, absolutamente crucial, de
un proceso más amplio de concentración del capital simbólico, bajo sus dife-
rentes formas, que constituye la base de la autoridad específica del detenta-
dor del poder estatal y en particular de su poder, harto misterioso, de nombrar.
Así, por ejemplo, el rey se esfuerza por controlar la totalidad de la circulación
de los honores a los que podían pretender los hidalgos: trata de adueñarse de
los grandes beneficios eclesiásticos, de las órdenes de caballería, de la distri-
bución de los cargos militares, de los cargos de la corte y por último y sobre to-
do de los títulos de nobleza. De este modo se constituye poco a poco una ins-
tancia central de nombramiento. (Bourdieu, 1997: 111)
De esta manera, “se pasa del capital simbólico difuso, basado exclusivamente
en el reconocimiento colectivo, a un capital simbólico objetivado, codificado,
delegado y garantizado por el Estado, burocratizado”, que se manifiesta con
radicalidad en el acto de nombrar, de atribuir, de designar, como un “acto de
consagración”. Bourdieu explica que el nombramiento es un “acto misterioso”
que moviliza un capital simbólico acumulado dentro de una red de “relaciones
de reconocimiento (…) constitutivas del universo burocrático” (1997: 113).
El Estado actúa, así, como un “banco de capital simbólico” que “garantiza
todos los actos de autoridad” y le otorga una “impostura legítima”, convirtién-
dose en un “verdadero poder creador, casi divino”.
“El nombramiento o el certificado pertenecen a la clase de los actos o de los discursos ofi-
ciales, simbólicamente eficientes en tanto que llevados a cabo en situación de autoridad por
unos personajes autorizados, «oficiales», actuando ex officio, en tanto que poseedores de un
officium (publicum), de una función o de un cargo asignado por el Estado: el veredicto del
juez o del profesor, los procedimientos de registro oficial, actas o atestados, los actos destina-
dos a producir un efecto de derecho, como las actas del estado civil, nacimiento, matrimonio
o defunción, o las actas de venta, tienen la capacidad de crear (o de instituir), mediante
la magia del nombramiento oficial, declaración pública o llevadas a cabo respetando las
formas prescritas, por los agentes titulares, debidamente registrada en los registros oficiales,
identidades sociales socialmente garantizadas (la de ciudadano, de elector, de contribuyen-
te, de pariente, de propietario, etc.) o uniones y grupos legítimos (familias, asociaciones,
sindicatos, partidos, etc.). Al enunciar con autoridad lo que un ser, cosa o persona, es en
realidad (veredicto), en su definición social legítima, es decir lo que está autorizado a ser,
lo que tiene derecho a ser, el ser social que tiene derecho a reivindicar, a profesar, a ejercer
(por oposición al ejercicio ilegal), el Estado ejerce un verdadero poder creador, casi divino
[…]” (Bourdieu, 1997: 114).
CC
La construcción del Estado va pareja con la construcción de una especie de
trascendencia histórica común, inmanente a todos sus «súbditos». A través del
marco que impone a las prácticas, el Estado instaura e inculca unas formas y
unas categorías de percepción y de pensamiento comunes, unos marcos so-
ciales de la percepción, del entendimiento o de la memoria, unas estructuras
mentales, unas formas estatales de clasificación. Con lo cual crea las condi-
ciones de una especie de orquestación inmediata de los hábitus que es en sí
misma el fundamento de una especie de consenso sobre este conjunto de evi-
dencias compartidas que son constitutivas del sentido común. (Bourdieu,
1997: 117)
CC
[…] Lo que plantea un problema es que, en lo esencial, el orden establecido
no plantea ningún problema; que, excepto en las situaciones de crisis, la cues-
tión de la legitimidad del Estado, y del orden que instituye, no se plantea. El
Estado no precisa necesariamente dar órdenes, y ejercer una coerción física
para producir un mundo social ordenado: no mientras esté en disposición de
producir unas estructuras cognitivas incorporadas que sean acordes con las
estructuras objetivas y de garantizar de este modo la creencia […], la sumisión
dóxica al orden establecido. (Bourdieu, 1997: 120)
LECTURA OBLIGATORIA
“[…] El Estado y el sistema político son partes de series de relaciones sociales más amplias
y no pueden ser comprendidas ni explicadas de manera adecuada sin hacer referencia a
su integración en estructuras de mayor amplitud. Los Estados soberanos no existen en
un solemne aislamiento, vigilando al resto de la sociedad, sino que están íntimamente
relacionados con otros órdenes institucionales (en especial, los sistemas económico y legal)
y con sus respectivas “sociedades civiles” […]. Esta relación varía notablemente a lo largo
y ancho de los Estados. Es más, sea cual sea el grado de autonomía del Estado respecto a
otros órdenes, el ejercicio y el impacto del poder estatal (o, mejor dicho, de sus poderes)
son activados mediante grupos cambiantes de políticos y funcionarios del Estado que están
localizados en partes concretas del aparato estatal, en coyunturas específicas, y reflejan el
equilibrio de fuerzas prevaleciente tal y como se ha resuelto tanto fuera como dentro del
Estado. De esto se desprende que los poderes y las capacidades estructurales del Estado no
pueden comprenderse totalmente centrándose sólo en él […]” (Jessop, 2017: 59).
Para Lagroye, esta centralidad se reafirma “en la medida que las instan-
cias de gobierno de una sociedad parecen capaces de imponer a sus miem-
bros el respeto por las reglas que rigen las relaciones entre grupos y rigen
sus derechos y obligaciones recíprocas”, lo que hace que “el control directo
o indirecto” de dichas instancias refuercen su importancia estratégica dentro
del proceso político.
CC
De alguna manera, el “poder del Estado” deviene de la siguiente dinámica: an-
te la imposibilidad de imponer directamente sus intereses, los grupos sociales
rivales tienden a reconocer la autoridad de las instancias y los aparatos esta-
tales que esperan controlar; estas, designadas por su capacidad para reivindi-
car una legitimidad colectiva propia, se benefician con esas delegaciones im-
plícitas de poder; así refuerzan su capacidad de acción, al punto de poder
imponer a los grupos reticentes, o incluso a todos, las decisiones que lesionan
ciertos intereses. (Lagroye, 1991: 104 y 105)
CC
Lo que se considera como parte del “orden político” ya no parece depender de
una relación de fuerzas entre grupos y aparatos sociales de dominación, sino
corresponder a la sola competencia del Estado; de manera que las acciones,
concordantes en sus efectos, de gobernantes, aparatos administrativos y orga-
nismos diferenciados a cargo de los intereses grupales, extienden (de manera
más o menos rápida y regular) el campo de las actividades políticas cuyo con-
trol se arroga el Estado. (Lagroye, 1991: 105)
CC
Si el Estado está en condiciones de ejercer una violencia simbólica es porque se
encarna a la vez en la objetividad bajo formas de estructuras y de mecanismos
específicos y en la «subjetividad» o, si se prefiere, en los cerebros, bajo formas
de estructuras mentales, de percepción y de pensamiento. Debido a que es el
resultado de un proceso que la instituye a la vez en las estructuras sociales y en
las estructuras mentales adaptadas a esas estructuras, la institución instituida
hace olvidar que es fruto de una larga serie de actos de institución y se presenta
con todas las apariencias de lo natural. (Bourdieu, 1997: 98)
CC
[…] Captar el Estado como la condensación de la relación de fuerzas entre cla-
ses y fracciones de clases tal como estas se expresan, siempre de modo es-
pecífico, en el seno del Estado, significa que el Estado está constituido-dividido
de parte a parte por las contradicciones de clase. Esto significa que una insti-
tución, el Estado, destinada a reproducir las divisiones de clase no es, y no
puede ser nunca, como en las concepciones del Estado-Cosa o Sujeto, un blo-
que monolítico, sin fisuras, cuya política se instaura, en cierto modo, pese a
sus contradicciones, sino que está dividido. (Poulantzas, 2005: 159)
“[…] Captar el Estado como condensación material de una relación de fuerzas, significa
que hay que captarlo como un campo y un proceso estratégicos, donde se entrecruzan núcleos
y redes de poder, que se articulan y presentan, a la vez, contradicciones y desfases entre sí.
De ello derivan tácticas cambiantes y contradictorias, cuyo objetivo general o cristalización
institucional toman cuerpo en los aparatos estatales. Este campo estratégico está atravesado
por tácticas frecuentemente muy explícitas al nivel limitado de su inscripción en el Esta-
do, tácticas que se entrecruzan, luchan entre sí, encuentran puntos de impacto en ciertos
aparatos, son cortocircuitadas por otras y perfilan finalmente lo que se llama «la política»
del Estado, línea de fuerza general que atraviesa los enfrentamientos en el seno del Estado.
A tal nivel, esta política puede ser, ciertamente, descifrable como cálculo estratégico, pero
más como resultado de una coordinación conflictiva de micropolíticas y tácticas explícitas y
divergentes que como formulación racional de un proyecto global y coherente” (Poulantzas,
2005: 163 y 164).
“Las organizaciones de Estado compiten necesariamente y hasta cierto grado con la(s)
clase(s) dominante(s) en la asignación de recursos tomados de la economía y de la sociedad.
Y los objetivos a los que se destinan estos recursos, una vez asignados, muy bien pueden no
corresponder a los existentes intereses de la clase dominante. Pueden emplearse recursos para
fortalecer la composición y la autonomía del Estado mismo, a veces amenazando necesaria-
mente a la clase dominante, a menos que el poder del Estado sea indispensable y realmente
aplicado en apoyar los intereses de la clase dominante. Pero el empleo del poder del Estado
para apoyar los intereses de la clase dominante no es inevitable. En realidad, los intentos
de los dirigentes por desempeñar simplemente las funciones “propias” del Estado pueden
crear conflictos de interés con la clase dominante. El Estado normalmente desempeña dos
conjuntos básicos de tareas: mantiene el orden y compite con otros Estados, reales o poten-
ciales. […] Los Estados habitualmente funcionan para mantener las existentes estructuras
económicas y de clase, pues tal es normalmente el medio más directo para imponer el orden.
Sin embargo, el Estado tiene sus propios intereses distintos de los de las clases subordinadas,
aunque tanto el Estado como la(s) clase(s) dominante(s) comparten un interés general en
mantener en su lugar a las clases subordinadas en la sociedad, y funcionando de acuerdo con
la economía existente, los intereses fundamentales propios del Estado en el mantenimiento
del simple orden físico y de la paz política pueden llevarle -especialmente en periodos de
crisis- a aplicar concesiones a las demandas de la clase subordinada. Estas concesiones pue-
den ser a expensas de los intereses de la clase dominante, pero no contrarias a los intereses
del propio Estado, de controlar la población, recabar impuestos y conseguir reclutas para el
ejército” (Skocpol, 1984: 62).
CC
[…] Las clases y las tensiones de clase están siempre presentes en las socie-
dades industriales, aunque la expresión política de los intereses y los conflic-
tos de clase nunca estén determinados automática o económicamente, sino
que dependen de las capacidades de las clases para conseguir concientiza-
ción, organización y representación. Directa o indirectamente, las estructuras y
actividades de los Estados condicionan profundamente esas capacidades de
clase. (Skocpol, 1989: 116)
Pero cree que la interpretación clásica del marxismo acerca del Estado como
instrumento de supremacía de las clases dominantes debe ponerse en tela de
juicio, es decir, ponerse “sino de cabeza, sin duda de lado”. Porque le otorga
un papel significativo a las intervenciones y capacidades del Estado.
CC
Las estructuras del Estado influyen no sólo en las capacidades de las clases
subordinadas sino también en las de las clases acomodadas. Nunca basta
con postular que los grupos dominantes tienen un “interés de clase” en man-
tener el orden sociopolítico o en que continúe un determinado desarrollo eco-
nómico según fórmulas congruentes con sus modelos de propiedad. La mane-
ra exacta -o incluso la posibilidad- de que se mantenga el orden y continúe la
acumulación económica depende, en una parte muy significativa, de las estruc-
turas estatales existentes y de las capacidades políticas de la clase dominan-
te que esas estructuras contribuyen a configurar. (Skocpol, 1989: 118)
dos. Los significados de la vida pública y de las formas colectivas a través de las cuales los
grupos adquieren conciencia de los objetivos políticos y trabajan para alcanzarlos no surgen
solo de las sociedades, sino en los puntos de encuentro de los Estados y las sociedades. En
consecuencia, la formación, por no decir las capacidades políticas, de fenómenos en apa-
riencia puramente socioeconómicos, como los grupos de interés y las clases, depende en una
medida importante de las estructuras y actividades de los mismos. Estados en los que, a su
vez, tratan de influir los actores sociales” (Skocpol, 1989: 120).
“La dominación es relacional: es una modalidad de vinculación entre sujetos sociales. Es por
definición asimétrica, ya que es una relación de desigualdad. Esa asimetría surge del control
diferencial de ciertos recursos, gracias a los cuales es habitualmente posible lograr el ajuste
de los comportamientos y de las abstenciones del dominado a la voluntad -expresa, tácita o
presunta- del dominante. No tiene sentido intentar un inventario exhaustivo de esos recur-
sos, pero es útil distinguir algunos muy importantes como sustento de la dominación. El
primero es el control de medios de coerción física, movilizables por sí o por intermedio de
un tercero. Otro es el control de recursos económicos. Un tercero es el control de recursos
de información en sentido amplio, incluso conocimientos científico-tecnológicos. El último
que interesa señalar es el control ideológico, mediante el cual el dominado asume como justa
y natural la relación asimétrica de la que es parte, y por lo tanto, no la entiende ni cuestiona
como dominación” (O’Donnell, 1978: 1159).
“[…] La garantía que presta el Estado a ciertas relaciones sociales, incluso las relaciones de
producción que son el corazón de una sociedad capitalista y de su contradictoria articula-
ción en clases sociales, no es una garantía externa ni a posteriori de dicha relación. Es parte
intrínseca y constitutiva de la misma, tanto como otros elementos -económicos, de infor-
mación y control ideológico- que son aspectos que sólo podemos distinguir analíticamente
en dicha relación. ¿Qué quiere decir a su vez esto? Que las dimensiones del Estado, o de lo
propiamente político no son -como tampoco lo es “lo económico”- ni una cosa, ni una ins-
titución, ni una “estructura”: son aspectos de una relación social” (O’Donnell, 1978: 1162).
Este aspecto del asunto, sumado a la relativa autonomía que el Estado guarda
respecto del conjunto de la sociedad, aun siendo parte intrínseca de ella, indi-
ca que el Estado expresa, de alguna manera, un “interés” más general que el
de los sujetos sociales que protagonizan las relaciones de dominación, pero
ello no implica que sea neutral o igualitario, ya que, en verdad, está orientado
básicamente a la reproducción de las relaciones sociales que constituyen a
la sociedad en forma desigual y contradictoria.
“[…] El Estado es expresión de un interés más general que el de los sujetos sociales de cuya
relación emana. Pero ese interés no es neutral o igualitario; es el de la reproducción de una
relación social que articula desigual y contradictoriamente a la sociedad. Esto equivale a decir
que el Estado en conjunto -como aspecto y como objetivaciones- es una forma de articu-
lación de aquellos sujetos sociales. En este sentido, el Estado es una generalidad (respecto
de la particularidad de aquellos sujetos y de sus intereses), pero es una generalidad parcia-
lizada (debido al sesgo estructural de la modalidad de articulación entre aquellos sujetos).
Lo cual a su vez implica que el Estado es una mediación imbricada en, y emanada de, una
relación entre otros sujetos sociales. Esta es la razón de que el Estado sea habitualmente,
además de coacción, una mediación consensualmente articuladora de sujetos sociales […]”
(O’Donnell, 1978: 1165 y 1166).
“Desde que las relaciones sociales fundamentales [...] aparecen desligadas de toda acción, es
difícil reconocer en ellas a su aspecto prioritariamente coactivo: el Estado. Por lo tanto, este
a su vez suele ser captado en lo que es derivado y secundariamente: en sus objetivaciones
como derecho y como conjunto de instituciones. Estas tienden entonces a aparecer como
plenitud del Estado, y, por lo tanto, son el momento de objetivación de una relación social
que se ha perdido de vista, también como una fuerza extraña a los sujetos sociales y movida
por una racionalidad que les es ajena. Lo que es primordialmente un aspecto de relaciones
de dominación queda reducido a su superficie objetivada en instituciones. Dicho de otra
manera, la reificación o cosificación del Estado [...] en sus instituciones es la modalidad típi-
ca de su apariencia –razón por la cual la crítica de ese Estado debe comenzar por descubrirlo
como aspecto de la dominación en la sociedad” (O’Donnell, 1978: 1172).
CC
El modelo de Estado en la sociedad […] se centra en las interacciones carga-
das de conflictos de múltiples conjuntos de directrices, formales e informales,
que establecen cómo actuar y que son promovidas por diferentes agrupacio-
nes de la sociedad. Estas múltiples agrupaciones, las cuales usan recompen-
sas y sanciones sutiles y no tan sutiles –incluyendo a veces la violencia– para
tratar de conseguir lo que quieren, incluyen conjuntos laxos de personas así
como organizaciones sumamente estructuradas con múltiples recursos a su
disposición. […] Todas las sociedades tienen batallas en curso entre grupos
que promueven diferentes versiones de cómo debería comportarse la gente.
La naturaleza y el resultado de estas luchas dan a la sociedad su estructura y
carácter distintivo. (Migdal, 2011: 27 y 28)
Sobre la base de este axioma, Migdal indica que “los Estados no difieren de
cualquier otra organización formal o de las agrupaciones sociales informales”,
en el sentido en que “sus leyes y regulaciones deben competir con otros tipos
muy diferentes de comportamiento sancionado, con frecuencia con resultados
completamente inesperados para las sociedades que los Estados pretenden
gobernar […] y para los Estados mismos” (2011: 28). Y propone abandonar
esa visión reificada del Estado que lo conceptualiza y lo considera como una
instancia o aparato uniforme y configurador de la vida social.
“El supuesto de que sólo el Estado crea y debería crear reglas, y que sólo él mantiene o debe-
ría mantener los medios de violencia para hacer que la gente obedezca esas reglas, minimiza y
trivializa esa rica negociación, interacción y resistencia que ocurre en toda sociedad humana
entre múltiples sistemas de reglas. Plantea una sociedad humana donde una organización
increíblemente coherente y compleja ejerce una extraordinaria hegemonía de pensamiento
y de acción sobre el resto de las formaciones sociales que se intersectan en ese territorio. No
brinda ninguna forma de teorizar sobre el terreno en el que compiten los diversos conjuntos
de reglas, excepto formularlas en negativo, como fracasos o Estados débiles, o incluso como
“no Estados” (Migdal, 2011: 169).
Así, Migdal afirma que el Estado es “un campo de poder marcado por el uso y
la amenaza de violencia” y conformado por dos dimensiones fundamentales.
Por un lado, por la imagen de que el Estado constituye “una organización domi-
nante coherente en un territorio, que es una representación de las personas
que pertenecen a ese territorio”. Y, por otro lado, unas prácticas a través de
las cuales el Estado se materializa en relaciones de dominación y resisten-
cias. “Los Estados reales están determinados por dos elementos, imágenes y
prácticas”, las que “pueden estar sobrepuestas y reforzarse entre sí, o pueden
ser contradictorias y mutuamente destructivas” (Migdal, 2011: 34). La imagen
del Estado lo presenta a este como homogéneo y monolíticamente regulatorio,
mientras que las prácticas son diversas y contradictorias.
“[…] La imagen del Estado es la de una entidad autónoma, integrada, dominante que con-
trola, en un territorio determinado, la creación de reglas, ya sea directamente a través de
sus propios organismos o indirectamente permitiendo que otras organizaciones autorizadas
–negocios, familias, clubes y similares– generen ciertas reglas de alcance limitado. La imagen
genera percepción. Aquí la percepción que tienen quienes están dentro y fuera del territorio
es que lo consideran suyo como principal y más adecuado creador de reglas dentro de sus
límites territoriales. En ese sentido, la percepción asume una entidad única que es bastante
autónoma, unificada, centralizada. Aunque todos reconocen la complejidad y vastedad de
esta organización –que sus pares no siempre trabajan en perfecta armonía, que la “imagen”
es un retrato que no muestra todas las imperfecciones–, la imagen del Estado induce a la
gente a percibir sus componentes como si estuvieran genéricamente integrados y actuaran
en conjunción entre sí” (Migdal, 2011: 35).
Para este autor, la imagen del Estado da cuenta de que este no solo está
separado de la sociedad, sino que está por encima de esta. Pero las prácticas
del Estado, sus acciones y la trama de relaciones que estructuran, no se pre-
sentan como algo homogéneo y ordenado. Y, en ese sentido, “el desempeño
cotidiano de los organismos y actores del Estado, sus prácticas, puede refor-
zar la imagen del Estado o debilitarla; puede consolidar o neutralizar la noción
de las fronteras territoriales y las que existen entre lo público y lo privado”
(Migdal, 2011: 37).
Las prácticas que contradicen la imagen de un Estado monolítico y domi-
nante no son “desviaciones”, sino interacciones que producen y reproducen
al Estado, más allá de la imagen de este.
Por lo tanto, para Migdal, “el Estado es una entidad contradictoria que actúa
contra sí misma”, cuyo abordaje requiere de dos niveles de análisis. Por un
lado, el que apunta a dar cuenta de la “dimensión corporativa y unificada del
Estado –su totalidad– expresada en su imagen”. Y, por otro lado, y el que está
orientado a conocer las “prácticas y alianzas reforzadoras y contradictorias
de sus distintas partes”. Es decir, debe configurarse una estrategia cognitiva
de carácter dual que permita comprender la “cualidad paradójica” del Estado.
CC
[El Estado] se debe entender a la vez […] como la imagen poderosa de una or-
ganización claramente definida y unificada, de la que se puede hablar en singu-
lar […], como si fuera un solo actor con una motivación central que se compor-
tara de una manera coherente para gobernar sobre un territorio claramente
definido; y […] como las prácticas de muchas partes y fragmentos laxamente
conectados, los cuales con frecuencia tienen fronteras imprecisas entre ellos
mismos y con otros grupos dentro y fuera de las fronteras oficiales del Estado,
y a menudo impulsan conjuntos de reglas que resultan conflictivos entre sí y
con las leyes “oficiales”. Las teorías que no incorporan los dos lados del
Estado paradójico terminan, ya sea idealizando su capacidad de convertir la re-
tórica en una política efectiva, o descartándolo como un batiburrillo de funcio-
narios corruptos que solo ven por sus propios intereses. (Migdal, 2011: 44)
LECTURA OBLIGATORIA
Pero también han colocado como un eje de reflexión la relación entre ins-
tituciones políticas y sociedad. Al respecto, March y Olsen plantean y resal-
tan “la interdependencia entre instituciones políticas y sociales relativamen-
te autónomas”. Dado que la política es un aspecto de la vida social, esto es,
es una dimensión de la producción y reproducción de la sociedad, las institu-
ciones políticas son siempre instituciones sociales, pese a lo cual es posible
distinguir, como lo hacen los autores, a las instituciones propiamente políti-
cas –como, por ejemplo, el Estado– de las instituciones sociales en general y
reconocer la posibilidad de interdependencia entre unas y otras.
CC
Sin negar la importancia tanto del contexto social de la política como de los
motivos de los actores individuales, el nuevo institucionalismo insiste en un
papel más autónomo para las instituciones políticas. (March y Olsen, 1993: 13)
“El postulado de autonomía es necesario para establecer que las instituciones políticas son
algo más que meros espejos de las fuerzas sociales. Las observaciones empíricas parecen indi-
car que los procesos internos a las instituciones políticas, si bien es posible que sean desenca-
denados por acontecimientos externos, afectan al curso de la historia. Programas adoptados
meramente como compromisos políticos por parte del legislativo resultan investidos de un
significado y una fuerza independientes al crearse un departamento que se ocupe de ello. El
establecimiento de políticas estatales, o la competencia entre burócratas o entre legisladores,
ponen en acción y organizan identidades y divisiones sociales que de otro modo permanece-
rían latentes. Los expertos dentro del sistema político desarrollan y modelan la comprensión
de los problemas y las alternativas en relación con la política” (March y Olsen, 1993: 14).
“Las instituciones políticas afectan la distribución de los recursos, los cuales a su vez afec-
tan el poder de los actores políticos, y por lo tanto a las propias instituciones políticas. La
riqueza, la posición social, las credenciales de poder, el conocimiento de alternativas y la
atención no resultan fáciles de describir como exógenos al proceso político y a las institu-
ciones políticas. Tener una posición da acceso a derechos de participación y altera la distri-
bución del poder y de las oportunidades. Las alternativas políticas de los líderes no vienen
completamente definidas por fuerzas exógenas, sino que son conformadas por las instancias
administrativas existentes. Los resultados del proceso político modifican las credenciales de
poder que, a su vez, modifican los resultados políticos” (March y Olsen, 1993: 16).
Finalmente, las reglas de juego, esto es, las “constituciones, leyes, reglas
consuetudinarias de la política”, tampoco son exógenas al proceso político
dado que “convierten en ilegítimas o hacen pasar desapercibidas muchas
acciones o consideraciones posibles” y hacen que “algunas alternativas se
[vean] excluidas de la agenda ya antes de que la política comience”. Pero
“estas restricciones no vienen impuestas en su forma definitiva desde un
sistema social externo”, sino que “se desarrollan dentro del contexto de las
instituciones políticas” (March y Olsen, 1993: 16).
A tono con esta orientación, Theda Skocpol y Margaret Weir reiteraron que
el carácter estructurado y estructurante de los Estados permite pensarlos
como actores y como estructuras, es decir, como “lugares de acción potencial-
mente autónoma de los funcionarios” y como “un complejo de políticas pre-
existentes y acuerdos institucionales”. Los Estados configuran, así, un ámbi-
to caracterizado por el entrecruzamiento complejo de instituciones, actores y
acontecimientos. Las acciones y decisiones tomadas y emprendidas por los
gobernantes y funcionarios en ese ámbito no son siempre coherentes ni racio-
nales, ni están exentas de contradicciones.
Los actores sociales y políticos vinculados a los Estados, así como los
gobernantes, funcionarios y burócratas que los conforman, actúan y se pro-
yectan sobre y en el Estado a través de una compleja estructura de institucio-
nes, normas y procedimientos que funciona como recurso por medio del cual
esos actores pueden concretar esas actuaciones, al mismo tiempo que dicha
estructura resulta de tales actuaciones y se actualiza a través de ellas. Pero
ese proceso de producción y reproducción institucional, en el que juegan un
papel central los funcionarios estatales, no solo da lugar a la conformación
del “campo burocrático” de los Estados, sino que, además, afecta activamen-
te la vida política de una sociedad.
“Los Estados afectan a los posibles resultados políticos de dos maneras principales. En pri-
mer lugar, los Estados pueden ser los lugares de acción autónoma de los funcionarios, no
reducible a ningún grupo de presión social o de preferencias. Esto es cierto porque tanto
los funcionarios nombrados como los elegidos tienen intereses organizativos y de carreras
propios, y ellos idean y trabajan en favor de aquellas políticas que promuevan esos intereses,
o que al menos no los dañen. Naturalmente, los funcionarios elegidos o nombrados serán
sensibles de distintas maneras a las preferencias sociales y al contexto económico en que
haya de operar el Estado. Sin embargo, políticos y funcionarios también se ven envueltos
en luchas entre ellos. Y deben proceder de acuerdo con esas luchas, junto con cualquier
iniciativa que tomen en relación con la economía o con la movilización de apoyo social,
empleando o teniendo en cuenta las capacidades coactivas, jurídicas, fiscales y administrati-
vas de la estructura del Estado dentro de la cual se hallan situados. Si una estructura estatal
dada no proporciona los «instrumentos jurídicos» existentes o los prevé prontamente, para
poner en marcha una línea de acción dada, no es probable que los funcionarios del gobierno
los busquen, y los políticos que aspiran a un cargo no es probable que los propongan. Al
contrario, es bastante probable que los funcionarios del gobierno (y los políticos aspirantes)
adopten iniciativas nuevas, posiblemente a la cabeza de las demandas sociales, si se pueden
adaptar fácilmente las capacidades del Estado para hacer cosas que les aportan ventajas en
sus luchas con fuerzas políticas competidoras. Las estructuras organizativas de los Estados
[…] influyen indirectamente en las políticas para todos los grupos de la sociedad. Esto
ocurre de distinta manera; […] las organizaciones y las tácticas mediante las que los grupos
sociales situados socialmente de manera diversa pueden (o no pueden) influir en los pro-
cesos políticos, se configuran parcialmente mediante las estructuras de gobierno en las que
operan los grupos. Aún más, los acuerdos administrativos, fiscales, coactivos, jurídicos de
los Estados dados, así como las políticas que los Estados persiguen de hecho, influyen en
las concepciones que los grupos, o sus representantes, desarrollan sobre lo que es deseable o
posible en general en el ámbito de la acción gubernamental. Así, las estructuras del Estado
sirven de inspiración a las demandas mismas que se persiguen a través de la política” (Weir
y Skocpol, 1993: 95 y 96).
CC
Las acciones humanas, los contextos sociales y las instituciones actúan unos
sobre otros de modo complicado [...]. Las instituciones no parecen ser ni refle-
jos neutrales de fuerzas ambientales exógenas ni escenarios neutrales para la
actuación de individuos guiados por preferencias y expectativas exógenas.
(March y Olsen, 1993: 22)
CC
[...] Estos contextos [transnacionales] influyen en los distintos Estados a tra-
vés de las relaciones geopolíticas de dominación y competencia interestatal, a
través de la comunicación internacional de ideales y modelos de políticas pú-
blicas y a través de las pautas económicas mundiales de comercio, división de
las actividades productivas, flujos de inversión y finanzas internacionales. Los
Estados se sitúan necesariamente en la intersección entre los órdenes socio-
políticos nacionales y las relaciones transnacionales dentro de las cuales de-
ben maniobrar para sobrevivir y avanzar en relación con otros Estados.
(Skocpol, 1989: 84 y 85)
Como se dijo, los Estados ejercen una significativa influencia “en el contenido
y en el funcionamiento de la política” dado que configuran un conjunto de
organizaciones, organismos, procedimientos y normas que expresan, definen
y articulan determinados intereses, orientaciones y prácticas políticas que,
por su parte, intervienen, condicionan y/o determinan el escenario político
nacional e internacional, las relaciones de poder en él articuladas y la orienta-
ción general del propio Estado frente a tales escenarios. Ello convierte a las
instituciones en “actores políticos” relativamente autónomos en relación con
el contexto nacional e internacional y con capacidad de incidir en un sentido
co-estructurante sobre dichos ámbitos, tal como lo ha destacado Skocpol en
sintonía con el enfoque neoinstitucionalista.
CC
[…] La “autonomía del Estado” no es un rasgo estructural fijo de ningún siste-
ma de gobierno. Puede aparecer y desaparecer. Esto es cierto no sólo debido
a que las crisis pueden precipitar la formulación de estrategias y políticas ofi-
ciales por parte de élites o administradores que de otro modo no podrían ma-
terializar sus posibilidades de acción autónoma; también es cierto porque las
mismas posibilidades estructurales de acciones estatales autónomas cambian
con el tiempo, a medida que las organizaciones de coerción y administración
experimentan transformaciones, tanto internamente como en sus relaciones
con los grupos sociales y con sectores representativos del gobierno […].
(Skocpol, 1989: 96)
“Entendemos a las instituciones como el conjunto de reglas que apuntan a resolver proble-
mas de coordinación y conflictos distributivos en una sociedad. Las instituciones distribuyen
poder y recursos y son, a su vez, producto de la lucha entre actores desiguales (lo cual es
consecuencia de previas distribuciones de poder y capacidades/recursos). Además, operan
en contextos donde existen otras instituciones y otras variables sociales. Considerar estos ele-
mentos implica comprender las instituciones desde ópticas no funcionales, poniendo énfasis
en los conflictos distributivos en sus orígenes y en su despliegue. En este sentido, hablar de
instituciones no siempre implica asumir que existe equilibrio y que las instituciones sólo
son mecanismos de coordinación. También se las puede entender como legados de procesos
históricos (conflicto) o del efecto contagio (consecuencias no buscadas). Lo relevante en
esta mirada es que, por un lado, pone énfasis en el origen de las instituciones y no sólo en
su función, y, por otro lado, acentúa su papel como administradoras de conflictos” (Acuña
y Chudnovsky, 2012: 49).
“Las instituciones no operan aisladas de la materialidad de lo social (ni esta de las insti-
tuciones). Las variables que nos hablan de esa base material de la sociedad remiten a su
estructura social y económica. Resultan centrales para la definición de las propiedades de
la matriz, porque fijan los límites de aquello que es materialmente factible alcanzar en un
momento dado en una sociedad. Las condiciones estructurales fijan el campo de posibili-
dades para las estrategias de los actores o movimientos específicos. Es más, aquello que se
manifiesta como condición estructural en un momento dado siempre es producto de un
proceso histórico en el que las acciones y los movimientos de períodos anteriores revistieron
importancia […]. Ahora bien, si las condiciones estructurales fijan los límites de factibilidad
para que puedan desplegarse estrategias/comportamientos que permitan alcanzar objetivos,
realizar intereses o -inclusive- generar consecuencias no buscadas, las estrategias y compor-
tamientos, a su vez, son la resultante de una intencionalidad, del supuesto de un actor de
que un determinado comportamiento dará por resultado un estado de cosas y no otro. Los
actores, en consecuencia, son también claves para el análisis político y la explicación de los
procesos históricos puesto que, bajo este supuesto, la direccionalidad histórica es también
resultado de la articulación de los diversos comportamientos desplegados por el conjunto
de actores individuales y colectivos intervinientes. Por un lado, la intencionalidad que da
sentido al accionar de los actores se materializa dentro de marcos donde la organización de
los grupos sociales, las instituciones estatales y el régimen político y legal fijan y constituyen
las reglas que determinan probabilidades diferenciales para el logro de los diversos objetivos
que persigue una sociedad. En este contexto, si entendemos el poder como la capacidad
de los actores de alcanzar sus objetivos o realizar sus intereses, y si aceptamos el hecho de
que el conjunto de mecanismos organizacionales y jurídico-institucionales determina una
probabilidad diferencial para el logro de esos objetivos e intereses, entonces este conjunto
institucional no es sino la organización social del poder político. […] Entonces, el conjunto
de mecanismos organizacionales y jurídico-institucionales otorga forma política a la capa-
cidad o el poder de todo grupo sociopolítico para organizarse y definir tanto sus intereses
comunes como los objetivos y estrategias funcionales a estos. Por lo tanto, será inconcebible
explicar el comportamiento político, ya sea individual o colectivo, sin contemplar el con-
junto de mecanismos que organizan el poder político en una sociedad, sin contemplar las
instituciones […]. Por otro lado, ni la intencionalidad de los actores ni la distribución del
poder pueden entenderse fuera de la influencia de factores ideológico-culturales, y por eso
los comportamientos (y, por ende, los procesos políticos) no son comprensibles como mero
resultado de la articulación entre lo estructural y lo político-institucional. Las estrategias
implementadas por los actores y sus resultados dependen a) de su percepción/conocimien-
to sobre los límites de factibilidad que enfrentan sus acciones y objetivos y de la dinámica
que rige las relaciones sociales, forjando b) una percepción/conocimiento sobre la mayor
o menor probabilidad de éxito de un accionar dado, y c) una mayor o menor aceptación
valorativa/normativa de un determinado curso de acción u objetivo. Por ello, incorporar la
ideología también como variable explicativa implica comprender los comportamientos de
los actores en función de lo que estos perciben como interés, de lo que “conocen” sobre la
factibilidad y probabilidad de éxito de sus objetivos y estrategias (sus mapas cognitivos) y de
lo que consideran aceptable/deseable en función de los valores y normas -pautas de acción-
que culturalmente sostienen y reproducen su pertenencia a una u otra identidad colectiva
(sus mapas identitarios y normativos)” (Acuña y Chudnovsky, 2012: 29-32).
“[…] Las instituciones importan para entender la política por cinco razones. Primero,
importan por su potencial de modificar comportamientos (la presencia o la ausencia de
instituciones puede resultar en conductas diversas). Y esto no necesariamente se debe a
que las instituciones los “moldeen” según establecen sus reglas (y por lo tanto permitan
prever conductas a partir de la letra de la ley). Importan porque muchas veces modifican
comportamientos, aunque lo hagan en una dirección que apunte a evitar la regla o eludir
su cumplimiento (lo que sugiere que muchas veces las instituciones influyen sobre con-
ductas aunque no resulten buenas variables predictivas de estas). Segundo, porque aquellas
instituciones que efectivamente logran moldear comportamientos sobre la base de la regla
establecida podrían llegar a resolver problemas de coordinación y conflictos distributivos en
una dirección de mayor eficiencia y justicia (como se la quiera definir), lo cual es relevante
para la sociedad y los intereses y derechos que la cruzan (aunque también las instituciones,
al moldear conductas, pueden hacerlo en una dirección que empeora la coordinación de la
sociedad o resuelve los conflictos distributivos de manera injusta, de lo que se infiere que las
instituciones que importan y logran moldear comportamientos no necesariamente producen
buenos resultados). Tercero, las instituciones no sólo pueden definir el accionar de los acto-
res y la dinámica política, económica e ideológico-cultural de una sociedad, sino que a su vez
pueden ser definidas por los actores y las otras variables de la matriz política, en cuyo caso
no importan para explicar lo que nos pasa, lo cual constituye una información clave para
despejar confusiones y entender mejor la política. Cuarto, al facilitar o dificultar el alcance
de objetivos y la realización de intereses de los actores, las instituciones importan porque
distribuyen poder; sin embargo, la distribución de poder no se agota en las instituciones
porque también se ve influida por los recursos y capacidades de origen extrainstitucional
con que cuentan los actores, en cuyo caso las instituciones importan aunque no bastan para
explicar lo que nos pasa. Quinto, las estructuras institucionales son heterogéneas, por lo que
pueden convivir en un mismo momento y lugar partes o arenas donde las instituciones no
importen para entender los procesos sociales, porque se ven determinados por otras variables
y/o actores; otras en las que importan y dentro de las que importan, unas que mejoran la
dinámica social y otras que no” (Acuña y Chudnovsky, 2012: 62 y 63).
LECTURA OBLIGATORIA
“[…] Mientras la organización institucional [del Estado] ofrece un referente bastante está-
tico y espacial, la política (politics) es inherentemente dinámica, abierta y heterogénea; se
refiere a las formas, metas y objetos de las prácticas políticas. Esto incluye discusiones sobre
la arquitectura del Estado y la esfera política más amplia, junto con las luchas externas al
Estado que modifican los cálculos o los puntos de vista políticos sobre los propósitos del
poder estatal (o ambos). La política a su vez reduce el rango de las políticas que son factibles
–es decir, la formulación de políticas como arte de lo posible–. Así, si la política se ocupa de
la dirección estratégica global del Estado y su división del “trabajo político”, el análisis de
las políticas (policy) denota campos específicos de intervención y abstención, decisión y no
decisión estatales, y así sucesivamente. Sin embargo, algunas políticas concretas transforman
la política […] y remodelan las prácticas políticas, cambiando, por ejemplo, el equilibrio
de fuerzas y estimulando nuevas reivindicaciones y movimientos políticos” (Jessop, 2017:
55 y 56).
CC
[Una política pública es] una serie de decisiones o de acciones, intencional-
mente coherentes, tomadas por diferentes actores, públicos y a veces no pú-
blicos –cuyos recursos, nexos institucionales e intereses varían– a fin de resol-
ver de manera puntual un problema políticamente definido como colectivo.
Este conjunto de decisiones y acciones da lugar a actos formales, con un gra-
do de obligatoriedad variable, tendientes a modificar la conducta de grupos so-
ciales que, se supone, originaron el problema colectivo a resolver (grupos-obje-
tivo), en el interés de grupos sociales que padecen los efectos negativos del
problema en cuestión (beneficiarios finales). (Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne,
2008: 35)
Por su parte, con relación al otro aspecto de la definición inicial, Ives Meny y
Jean-Claude Thoenig señalan que “una política pública es el resultado de una
actividad de una autoridad investida de poder público y de legitimidad guber-
namental” (1992: 89).
Toda política pública refleja, entonces, las acciones desarrolladas por un
gobierno o, más específicamente, por la autoridad pública, aunque frecuente-
mente implica la intervención en dicho proceso de ciertos sectores sociales
y privados. Los citados autores indican apropiadamente que una “autoridad
pública” es todo “organismo que concede y administra bienes colectivos”, es
decir, bienes y servicios que no son divisibles (pueden ser consumidos o uti-
lizados por más de una persona), no pueden ser racionados de forma selecti-
va por los mecanismos del mercado y de los precios y, finalmente, están dis-
ponibles en el sentido de que cada consumidor potencial puede recibir una
parte igual.
Estos bienes y servicios públicos pueden ser concedidos o administrados
tanto por las autoridades gubernamentales encargadas de la administración
de determinadas personas, grupos o territorios como por instituciones, orga-
nismos o empresas (privadas o mixtas) que no forman parte del circuito institu-
cional del gobierno administrativo del Estado, pero a los que este les ha conce-
dido la potestad administrativa sobre un bien o servicio público determinado.
CC
Es autoridad pública aquel organismo que administra un bien colectivo, a con-
dición de que este organismo disponga de un procedimiento específico de op-
ciones, que posea una autoridad propia y que actúe por medio de un aparato
organizado. Estas condiciones [...] excluyen la consideración de organismos
que no tienen ninguna autonomía de acción, que son simples relevos jerárqui-
cos. (Meny y Thoenig, 1992: 92)
CC
En última instancia, se podría concebir esos procesos como una mezcolanza
de interacciones variadas, accidentalmente vinculadas unas con otras, que ex-
cluyen todo esquema racional y ponen en contacto a grupos que actúan en fun-
ción de intereses heterogéneos para resolver problemas que perciben de dis-
tintas maneras. (Lagroye, 1991: 459)
CC
La estrategia es un plan de acción que incluye normalmente un conjunto cohe-
rente e integrado de acciones que han sido seleccionadas porque, conforme a
los resultados que arrojó el análisis [de las fortalezas y debilidades organiza-
cionales así como de las oportunidades y amenazas situacionales], son las
que con base en conocimiento o experiencia se consideran causalmente nece-
sarias, idóneas y decisivas para realizar los fines-metas, contemplados por la
visión de la organización, o para crear las condiciones antecedentes que posi-
bilitan o facilitan su logro. (Aguilar Villanueva, 2006: 304)
“[...] Una política se presenta bajo la forma de un conjunto de prácticas y normas que
emanan de uno o de varios actores públicos. En un momento dado, en un contexto
dado, una autoridad adopta prácticas de determinado género, actúa o no actúa. Estas
prácticas se pueden señalar concretamente: formas de intervención, reglamentaciones,
provisión de prestaciones, represión, etc. También pueden ser más inmateriales, a
veces simbólicas: un discurso, una campaña de comunicación. Al mismo tiempo, estas
prácticas se refieren o son referibles a finalidades, a valoraciones explicitadas por la
autoridad pública, o implícitas. [Así] una política pública se presenta como un progra-
ma de acción gubernamental en un sector de la sociedad o en un espacio geográfico”
(Meny y Thoenig, 1992: 89 y 90).
“La gestión interna es la movilización que hace una autoridad pública de sus recursos
propios, a fin de producir realizaciones concretas especificables e individualizables. La auto-
ridad dispone de medios tales como personal, materiales, una imagen de marca o créditos
financieros. Los utiliza para transformarlos en productos: una dirección provincial de equi-
pamiento produce kilómetros de arcenes segados; un servicio municipal emite certificados
administrativos; un negociado del Ministerio del Interior publica textos reglamentarios;
un servicio de asistencia social visita hogares y a personas que necesitan ayuda, etc. Dicha
actividad pública está regulada, en principio, de manera interna a la autoridad considera-
da. Esta es responsable de su eficiencia, de ajustar los recursos y los productos, ejerciendo
también una función de producción. Para lograrlo, dispone de instrumentos de gestión:
contabilidad, gestión de recursos humanos, informática, procedimientos de organización
del trabajo, etc. Estas herramientas permiten asegurar una relación entre los medios consu-
midos y los resultados que se desean obtener, productos identificables y localizables” (Meny
y Thoenig, 1992: 93).
CC
Los efectos o los impactos presentan cierto número de particularidades. A me-
nudo son enunciados de manera cualitativa y normativa, en términos genera-
les y abstractos, tales como la seguridad en una colectividad. Emergen con un
retraso más o menos acusado en relación a la fecha en que interviene la pres-
tación pública […]. Por último, la relación entre los productos de la actividad y
los efectos de estos productos no es necesariamente directa, lineal o mecáni-
ca. (Meny y Thoenig, 1992: 94)
En este marco, y más allá de la posibilidad de que una autoridad pública deci-
da abstenerse de formular alguna medida o programa de gobierno, es decir,
que decida no actuar, puede indicarse que las políticas públicas guardan las
siguientes características:
“La fase de surgimiento y de percepción de los problemas la podríamos definir como aquella en
la que una determinada situación, produce una necesidad colectiva, una carencia o una insa-
tisfacción identificable directamente o a través de elementos que exteriorizan esa situación
y ante la cual se busca una solución. De manera más general, podríamos decir que surge un
problema cuando se constata la diferencia entre la situación actual y lo que sería la situación
deseable. Sin embargo, no todo problema social genera una política pública. El paso de la
existencia de un problema a su tratamiento político deriva de una (re)«construcción social»
del problema en cuestión, lo que se conecta con su mayor o menor incorporación a los media
(a través del conocimiento científico, de la difusión de informaciones, del lobbying, de la
visibilidad de los afectados, etc.). La fase de incorporación a la agenda política corresponde a
que se tome en cuenta, por parte de los actores decisivos del sistema político administrativo,
ese problema de entre las múltiples demandas provenientes de grupos sociales e incluso de
los propios servicios públicos. Esta incorporación a la agenda puede considerarse por tanto
como una especie de filtro de los problemas por parte de los actores públicos” (Subirats,
Knoepfel, Larrue y Varonne, 2008: 44).
“No todos los problemas sociales llegan necesariamente a ser problemas públicos. No todo
se vuelve tema de conflicto o de controversia en la arena de la acción pública. No todos
cuentan con dependencias que los atiendan ni con movimientos que trabajen para resol-
verlos. El hecho de que determinadas situaciones deban o no ser problemas públicos suele
constituir, en sí mismo, un tema fundamental. […] Lo que puede ser notorio y visible en
un período histórico puede no serlo en otro. El tema y los problemas pueden aparecer y
desaparecer intermitentemente de la atención pública. ¿Cómo es que determinado tema o
problema adquiere estatus público, se transforma en algo en lo cual “alguien tendría que
intervenir”? Cuando se analiza el carácter público de un problema es vital reconocer, una
vez más, las múltiples posibilidades de resolución. ¿Quién o qué institución obtiene -o a
cuál le endilgan- la responsabilidad de “hacer algo” al respecto? Así como los fenómenos
son pasibles de conceptualización como problemas de diversos modos, su carácter público
los vuelve pasibles de diversas concepciones acerca de su resolución. […] El problema de la
responsabilidad tiene dos dimensiones: una cultural y otra estructural. En el nivel cultural,
implica cierta manera de ver los fenómenos. […] En el nivel estructural, sin embargo, esta-
blecer la responsabilidad involucra a diferentes instituciones y diferente personal a cargo
de las obligaciones respecto del problema y las posibilidades de atacarlo. En este caso, el
cambio del parámetro de las definiciones causales, de las conceptualizaciones cognitivas,
hacia otro parámetro entraña además implicaciones para las instituciones […]” (Gusfield,
2014: 69-71).
La segunda fase del proceso gubernativo está dada por la formulación de una
acción, estrategia o intervención para abordar el problema público incorporado
a la agenda. Sobre este proceso, del contraste permanente entre la “imagen
real” derivada del diagnóstico integral del problema o la situación y la “imagen
ideal” construida a partir de las metas y objetivos pretendidos por las estra-
tegias gubernamentales surge la viabilidad fáctica de la política pública o de
algunos de sus aspectos. Como lo destaca Arellano Gault, esto se inscribe
en un “proceso estratégico” que siempre está presente más allá de que sea
desenvuelto de hecho o de manera planificada, y en su contexto se lleva a
cabo inexorablemente la diferencia y el contrapunto entre las metas y las rea-
lidades situacionales e institucionales o, en sus palabras, “entre lo deseado y
lo que se tiene”, de lo que deriva la interpretación de lo posible, de lo viable y
le otorgará direccionalidad estratégica a las políticas públicas.
“[...] Los responsables políticos, sus gabinetes, sus servicios realizan estudios para decantar
el «desafío», separar las facetas operativas, identificar los parámetros que provocan el pro-
blema, movilizar el conocimiento disponible y, por último, establecer un diagnóstico. La
imaginación, más o menos creativa, se moviliza a fin de suscitar alternativas y elaborar un
estado deseable hacia el cual encaminarse. Se hacen previsiones y se emiten opiniones sobre
los méritos de las alternativas, sobre lo aceptable de las soluciones, sobre el devenir de los
problemas una vez que se haya tomado la decisión [...]. El análisis define la labor de inves-
tigación del problema, se buscan las opciones y las alternativas. Se anticipan y explicitan las
consecuencias, ventajas e inconvenientes, los efectos inducidos y los efectos buscados. La
cuestión se centra en saber si es necesario actuar o no, y qué resultaría de no hacer nada. La
característica del trabajo de análisis es un ir y venir entre la simplificación y la complejidad,
ya se trate de los objetivos, las soluciones o los efectos [...]. La selección es un proceso de
reducción de las opciones a una sola. Se acompaña de tensiones que ocultan divergencias
normativas y utilitarias. Puede ser el momento en que se expresa y tratan los conflictos: los
hechos o el análisis no son neutros para los actores; en todo caso, no más que los objetivos.
Compromisos, negociaciones, coaliciones, sobrentendidos, claroscuros, constituyen otras
tantas alternativas generadas en el curso de este proceso. La revalorización de opciones
alternativas permite la expresión de tácticas tan variadas como el recurso a los valores, la
propaganda, la comunicación o el chantaje. La promoción política acompaña estrechamente
la selección de una alternativa” (Meny y Thoenig, 1992: 136).
CC
La legitimación no es un acto protocolario, aun cuando el decisor se contenta
con ratificar el trabajo elaborado anteriormente. Posee su valor agregado, que
es política y simbólicamente decisivo: por su voto, por su firma, reviste de legi-
timidad la opción y la hace oficial, portadora de autoridad e irreversible. El tra-
bajo de legitimación consiste, pues, en aportar una solución de acuerdo con
“Actuar es tomar decisiones. La decisión ocupa un lugar esencial en la jerarquía de los actos
públicos, porque en ese preciso momento se juega la partida. Un responsable administra-
tivo resuelve. Se seleccionan las soluciones. Una serie de acontecimientos derivan de ellas.
Los interesados en la política pública considerada verán afectada su situación. El porvenir
parece comprometido de manera irreversible. En la vida concreta de la gestión pública
todo concurre a la revaloración, cuando no a la sacralización, de la toma de decisiones.
La Constitución o el organigrama precisan, a veces detalladamente, quién tiene derecho
a firmar, en qué circunstancias, al final de qué trámites. El decisor final es la persona que
cuenta, aquella cuyos humores, intereses y gestos se espían. Se le deben honores. Porque
todo, en definitiva, descansa sobre sus espaldas y compromete su responsabilidad. En casa
de la política, el decisor trabaja en el piso principal, como el capitán en un barco. Los
consejeros o los expertos, si bien ayudan a decantar el problema y a generar alternativas,
permanecen en la bodega. En principio, el momento de la decisión representa el apogeo
del trabajo político y administrativo. El resto parece secundario. Esta es, en parte, la razón
por la cual, a los ojos del observador de la cosa pública, la decisión tiene valor privilegiado
como reveladora del sistema político y, en consecuencia, de la estructura profunda de las
comunidades y de las sociedades. Porque quien tiene la decisión ejerce el verdadero poder”
(Meny y Thoenig, 1992: 129).
CC
Ejecutar es aplicar un programa de acción a un problema, a una situación o a
un comportamiento. Ello implica modificaciones y perturbaciones en relación al
«estado natural» de la gente y de las cosas inducidas, suscitadas o solicita-
das. Un cierto número de ciudadanos, de interesados, verán su ámbito de
CC
Nueve de cada diez veces, los ejecutores titulares de las decisiones guberna-
mentales son las burocracias públicas y semipúblicas. Ahora bien, estas buro-
cracias no son instrumentos inertes. Al contrario, en su calidad de organizacio-
nes, expresan una libertad de maniobra muy considerable. Lo que surge como
producto de las actividades burocráticas no es el reflejo exacto de las orienta-
ciones fijadas por los decisores públicos. Hay un juego, diferencias, fenóme-
nos de contingencia que operan a lo largo de camino. Todo ello afecta la efi-
ciencia de la acción administrativa, es decir, la relación entre los costos o
medios movilizados y el nivel de los resultados concretos. Afecta también la
eficacia de la política pública, es decir, la resolución de los problemas o la sa-
tisfacción de los objetivos prescritos por el decisor. (Meny y Thoenig, 1992: 183)
ningún contacto directo con (determinados grupos de) la sociedad civil, la etapa de imple-
mentación se dirige, por definición, a actores externos al subsistema político-administrativo.
Consecuentemente, los productos y las prestaciones administrativas (outputs) sirven como
punto de partida para evaluar la conformidad de la implementación con el contenido sus-
tantivo del programa de actuación político-administrativo” (Subirats, Knoepfel, Larrue y
Varonne, 2008: 181).
controlar, reducir los fondos, preparar intervenciones posteriores, etc. Se supone que las
evaluaciones preparan los fundamentos de las decisiones por venir y/o legitiman las medidas
que ya se han adoptado” (Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne, 2008: 227).
CC
Los fracasos o los resultados desiguales de las políticas del Estado no se ex-
plican sólo por las políticas mal diseñadas, los funcionarios incompetentes o
los recursos insuficientes. Los Estados deben competir con grupos opositores,
algunos de los cuales son discreta e indirectamente subversivos, […] mientras
que otros son abiertamente contenciosos. Estas múltiples agrupaciones de la
oposición han creado coaliciones para fortalecer su postura, y estas se han in-
troducido en la estructura de los propios Estados. Las luchas resultantes entre
las coaliciones tuvieron su costo: la implementación de las políticas de Estado
y las consecuencias para la sociedad terminaron siendo muy diferentes de los
planos originales del Estado. (Migdal, 2011: 29)
Este conjunto de limitaciones del Estado y sus políticas solo pueden compren-
derse si se supera la visión del Estado como una instancia monolítica y eficaz-
mente regulatoria de la sociedad, “como si fueran organizaciones propositivas
y muy unidas, con objetivos autónomos, que usan la violencia y la legitimidad
como herramienta eficaz para mantener el control social e implementar políti-
cas” (Migdal, 2011: 31).
LECTURA OBLIGATORIA
“[...] La gobernabilidad es la cualidad propia de una comunidad política según la cual sus
instituciones de gobierno actúan eficazmente dentro de su espacio de un modo considerado
legítimo por la ciudadanía, permitiendo así el libre ejercicio de la voluntad política del poder
ejecutivo mediante la obediencia cívica del pueblo. Esta cualidad se expresa, esencialmente,
en un proceso continuo de gobierno que obtiene un grado mínimo de obediencia ciudada-
na, una medida suficiente de aceptación popular, así como de las diversas instituciones (de
la propia esfera política y de la sociedad civil) para que dicho proceso no tenga una existencia
efímera. Este proceso, sin embargo, se ve abocado a ciertos problemas básicos que si no son
resueltos llevan al fenómeno del desgobierno y, más concretamente, al de la ingobernabilidad
de una sociedad. Este es un fenómeno distinto al del enfrentamiento o rebelión de una parte
de la sociedad contra el gobierno. Hay que distinguir, pues, la disensión civil –que en el
caso extremo se torna guerra civil, revuelta o revolución– de los fenómenos estrictos de falta
de gobernabilidad, a pesar de que probablemente exista un continuum que lleva de unos a
otros” (Arbós y Giner, 1993: 13 y 14).
CC
[…] No basta «poder», sino que hay que «querer», esto es, tiene que haber vo-
luntad política y, además, se requiere «saber». Esto último tiene que ver con la
capacidad de gobernar, esto es, poseer la condición para diseñar y ejecutar po-
líticas públicas y lograr efectividad en el desenvolvimiento de la actividad gu-
bernamental. Los componentes cruciales de dicha capacidad son un poder gu-
bernamental adecuado (lo que implica reformas institucionales) y la existencia
de consenso social (legitimación del régimen político y del gobierno), además
de elementos operativos que se logran mediante el «perfeccionamiento de las
elites políticas». Es necesario también que el público se identifique con las es-
trategias de desarrollo, lo que exige ilustrar a la población, entregándole visio-
nes realistas del proceso. El tercer concepto relacionado es el de proyecto de
gobierno, esto es, el conjunto de objetivos y la estrategia y la táctica que guia-
rán la acción para alcanzar los resultados esperados. (Franco, 1995: 48)
1.
“[…] La política no es una actividad exclusiva de los políticos. […] Todo comportamiento
político posee una dimensión colectiva: el acto político de un sujeto individual tiende a
integrarse en un conjunto de actos realizados por otros, con el fin de aumentar su incidencia
sobre la toma de decisiones y asegurar su aceptación. Por esta razón, el día a día de la polí-
tica […] otorga un gran protagonismo a los actores colectivos. Resalta […] el papel de los
partidos [políticos]. Pero, junto a ellos, es también intensa la actividad de otros colectivos:
una organización de agricultores realiza un corte de carretera con sus tractores, un colegio
de abogados se pronuncia en una rueda de prensa sobre un proyecto de ley del gobierno,
un sindicato declara una huelga, una asociación de vecinos denuncia la inseguridad en su
barrio poniendo pancartas en los balcones, una organización ecologista promueve la clausura
de las centrales nucleares a través de una huelga de hambre, una coordinadora feminista
se moviliza contra las agresiones domésticas a las mujeres con una campaña sensibilizando
contra la violencia de género, etc.” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 341).
Tal como lo destacan Vallès y Martí i Puig, los actores políticos colectivos
poseen una serie de rasgos comunes distintivos (2015: 341 y 342):
él o no quieren llegar a él”, y que a ese colectivo de gente “no le gusta cómo
se interpreta y cómo se vive la resolución de esa injusticia” que dio origen a
la movida (1996: 424 y 425).
CC
[Los movimientos sociales constituyen una] red de interacciones informales
entre individuos, grupos y/o organizaciones que, en sostenida y habitualmente
conflictiva interacción con autoridades políticas, élites y oponentes –y compar-
tiendo una identidad colectiva en origen diferenciada, pero con tendencia a
confundirse con identidades convencionales del «mundo exterior»–, demandan
públicamente cambios (solo en potencia permanentemente antisistémicos) en
el ejercicio o redistribución del poder a favor de intereses cuyos titulares son
indeterminados o indeterminables colectivos o categorías sociales. (Ibarra y
Según Alain Touraine, los movimientos sociales configuran “la acción conflicti-
va de agentes […] que luchan por el control del sistema de acción histórica”.
Todo sistema de acción histórica constituye el “sistema de repercusión de la
historicidad sobre la práctica social”, es decir, los efectos social y cultural-
mente estructurantes de la acción ejercida por los agentes a través de sus
actividades y mediante las cuales configuran el conjunto de prácticas sociales
y culturales habituales combinando un modo de conocimiento –que constituye
una imagen de la sociedad–, una forma de acumulación –que extrae una parte
“Lo propio de un movimiento social es que cada uno de sus elementos [identidad, oposi-
ción y unidad] remite a la relación entre los otros dos. Tampoco se encuentra nunca en un
estado de neutralidad afectiva o de simple análisis de la situación. Nunca está en reposo; es
remitido sin cesar de uno de sus componentes a otro, de una de sus vertiente a otra [...] Los
actores de un movimiento no forman un movimiento, no forman un medio social al que
se pueda definir por elecciones comunes, por una identidad social personal y colectiva. Un
movimiento social, por el contrario, está constantemente ocupado en poner en entredicho
la definición social de los papeles, el funcionamiento del juego político, el orden social. Su
unidad no puede ser nunca la de una organización porque consiste en lo que une esperanza
y rechazo, negación y afirmación. El nivel del sistema de acción histórica es donde se sitúa el
movimiento social. Es falso contraponer el movimiento social, protesta elemental, limitada,
presa de los marcos de la sociedad, y una acción política que le daría una envergadura más
vasta y le permitiría poner en entredicho la dominación de clase y el Estado” (Touraine,
1995: 254).
un movimiento social. Este es más que una lucha inscripta en el plano de las
relaciones de producción o de la vida económica. Es, más bien, una lucha
por la historicidad, por determinadas modalidades de prácticas sociales, de
significados, de formas interpretativas y de validación.
“La naturaleza de los actores, los objetos y las formas de sus conflictos, las ideologías y las
utopías de los movimientos no se pueden expresar ni en términos puramente económicos
ni en términos de sistemas de valores. Un conflicto de intereses económico es más probable
que sea ante todo la expresión de una crisis organizativa y no necesariamente el signo de
la presencia de un movimiento social. Los movimientos sociales ponen en tela de juicio
la historicidad de una sociedad que no es separable de un tipo de acción económica. Los
intereses que defienden los movimientos sociales son los de una clase comprometida en la
lucha por la dominación de una historicidad, y por tanto, de un modelo cultural, de una
forma de movilización, de un tipo de jerarquización, de una forma de necesidades. La lucha
no se extiende al conjunto del funcionamiento de un sistema económico, sino al conjunto
del sistema de acción de la sociedad sobre sí misma” (Touraine, 1995: 258).
CC
[…] Mientras que la teoría liberal parte de que puede categorizarse cualquier
acción como «privada» o «pública» (siendo, en este caso, propiamente «políti-
ca»), los nuevos movimientos se sitúan en una tercera categoría intermedia.
Reivindican para sí mismos un tipo de contenidos que no son ni «privados» (en
el sentido de que otros no se sientan legítimamente afectados), ni «públicos»
(en el sentido de que se les reconozca como objeto legítimo de las institucio-
nes y actores políticos oficiales), sino que son los resultados y los efectos co-
laterales colectivamente «relevantes» de actuaciones privadas o político-institu-
cionales de las que, sin embargo, no pueden hacerse responsables ni pedir
cuenta por medios institucionales o legales disponibles a sus actores. El cam-
po de acción de los nuevos movimientos es el espacio de la política no institu-
CC
Un movimiento social es una serie sostenida de interacciones entre quienes
ostentan el poder nacional y personas que reclaman con éxito hablar a grupos
desprovistos de representación formal, en el transcurso del cual esas perso-
nas plantean públicamente demandas de cambios en la distribución o el ejerci-
cio del poder, y respaldan esas exigencias con manifestaciones de apoyo.
(Tilly, 1979: 12)
“Las tácticas, las reivindicaciones de la protesta indican que el grupo de actores movilizado
(real o potencial) se concibe a sí mismo como una alianza de veto, ad hoc, y a menudo
monotemática (más que como un grupo integrado organizativamente y ni siquiera ideo-
lógicamente), que deja un amplio espacio para una amplia diversidad de legitimaciones y
creencias entre los que protestan. Este modo de actuar enfatiza además el planeamiento de
sus exigencias como de principio y no negociables, lo que puede considerarse que es una
virtud, o una necesidad dada la debilidad de las primitivas estructuras organizativas involu-
cradas. Los movimientos sociales no se refieren a otros actores y oponentes políticos en tér-
minos de negociaciones, compromisos, reformas, mejoras o progresos graduales a conseguir
por tácticas y presiones organizadas, sino más bien en término de fuertes antinomias tales
como si/no, ellos/nosotros, lo deseable y lo intolerable, victoria y derrota, ahora o nunca,
etc. Esta lógica de deslinde de campos, evidentemente, apenas permite desarrollar prácticas
de negociación políticas ni tácticas gradualistas […]. Los movimientos son incapaces de
negociar porque no tienen nada que ofrecer como contrapartida a las concesiones que se les
puedan hacer a sus exigencias […]. Se debe esto a que a los movimientos les faltan varias
propiedades de las organizaciones formales, sobre todo la vigencia interna de las decisiones
de sus representantes, gracias a lo que las organizaciones formales pueden asegurar en cierta
medida el cumplimiento de los acuerdos de una negociación política. Es también típica la
falta de un armazón coherente de principios ideológicos y de representaciones del mundo
de la que poder derivar la imagen de una estructura deseable de la sociedad y deducir los
pasos a dar para su transformación” (Offe, 1992: 178-180).
“Los movimientos se distinguen de las redes de organizaciones por no ser ni poseer una orga-
nización central, sino múltiples instancias de colaboración con diversa intensidad y alcance.
Si el caso en cuestión es el de una asociación formal que domina todas las esferas […] no
es posible afirmar que sea un movimiento, sino una organización política. Aunque no son
fenómenos espontáneos y en general tienen una o múltiples instancias de coordinación, los
movimientos no son organizaciones políticas. Para participar no es requisito adherir auto-
máticamente a ninguna organización. La naturaleza informal es un componente elemental
del movimiento. Las coaliciones políticas son redes informales de diversos grupos y orga-
nizaciones en pos de un propósito, pero, a diferencia de los movimientos, estas no poseen
una identidad compartida que permita conectar eventos y actores en diversos momentos
y lugares. En otras palabras, no conforman un “nosotros”, sino una sumatoria de grupos
aliados por un objetivo. […] Los movimientos requieren de creencias compartidas que les
den una identidad. […] Para que la acción colectiva política sea posible es imprescindible
que los individuos y grupos delimiten algún tipo de identidad que les permita accionar junto
con otros y definir el contenido de las relaciones en conflictos. A pesar de ser fundamental, la
identidad no es estática, sino que es producto de la interacción que el movimiento establezca
con los aliados y antagonistas. En la relación con los “otros” la identidad de movimiento es
resignificada” (Rossi, 2006: 243 y 244).
CC
[…] Los grupos de interés se caracterizan por ser asociaciones voluntarias que
tienen como objetivo principal influir sobre el proceso político, defendiendo pro-
puestas que afectan a los intereses de un sector determinado de la comuni-
dad: los trabajadores asalariados, los miembros de una confesión religiosa,
los empresarios de la industria química, etc. Estos grupos se proponen partici-
par en la elaboración de las decisiones políticas relacionadas con los intere-
ses del sector, pero sin asumir responsabilidades institucionales: actúan sobre
las instituciones, pero sin ejercer directamente el poder que estas administran
[…]. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 344)
CC
Por “grupo de interés” entendemos un conjunto de individuos ligados por lazos
de interés o ventajas particulares, que tienen cierta conciencia de esos víncu-
los. La estructura del grupo de interés puede estar organizada hasta el punto
que exija el desempeño permanente del rol por todos sus miembros, o bien re-
flejar solo una conciencia ocasional o intermitente del interés del grupo por
parte de los individuos. (Almond y Powell, 1972: cap. 4)
CC
Por asociaciones [o grupos] de interés se entienden todas aquellas organiza-
ciones que, teniendo su actividad total o parcialmente enfocada a la interven-
ción en el sistema político, no pretenden conseguir el poder político, sino que
pugnan por la obtención o creación de bienes públicos para sus miembros, no
producidos por ellos, sino por las instituciones públicas. (Jordana, 1996: 325)
“Tanto los modelos organizativos como los estilos de intervención de las asociaciones de
intereses presentan enormes diferencias en un mismo sistema político. Actuando en una
misma sociedad podemos encontrar desde asociaciones que disponen de enormes recursos
económicos y pocos miembros hasta otras que se basan en activistas sin medios movidos por
ideales, pasando por las que disponen de muchos miembros y escasos medios económicos.
Sin embargo, las diferencias internacionales respecto al papel de las asociaciones de intereses
en la relación entre sociedad y Estado son aún mayores […]. Por una parte, se encuentra el
grado de control estatal sobre las asociaciones de interés, mayor en las tradiciones europeas;
por otra, encontramos el nivel de fragmentación que caracteriza al sistema de asociaciones
de intereses, bastante superior en los países anglosajones. Otro elemento de distinción
importante se refiere a las tácticas de intervención (asistencia técnica, recursos económicos,
gestión indirecta, presión pública, etc.) que utilizan las asociaciones de intereses. Estas tác-
ticas dependen de dónde estén situados los puntos claves de la estructura política de cada
país. Cuando son los partidos las instituciones que concentran el poder, las asociaciones de
intereses actúan preferentemente sobre estos, mientras que cuando el centro del poder es el
parlamento, o el gobierno, la acción de las asociaciones de intereses se concentra sobre estas
instituciones, y en cada caso son distintas las tácticas más eficaces” (Jordana, 1996: 326).
1. Los grupos de interés económicos: son los relacionados con la esfera eco-
nómica, es decir, que “se organizan en función de sus posiciones en el
ámbito de la actividad económica”, tales como las asociaciones patrona-
Sin dudas, los grupos de interés dan cuenta de “un conjunto de fenómenos
de naturaleza compleja y que obedecen a una diversidad de formas de orga-
nización, objetivos, tamaños, modelos de acción, etc.”. Más allá de esto, los
grupos de interés configuran, sin más, una forma de “organización y acción a
través de las cuales se produce la construcción y articulación de intereses y
preferencias”, lo que no es más que “una forma de construcción de la acción
política a través de la articulación de demandas” (Rivera, 1995: 287).
CC
[…] Los miembros de las organizaciones políticas [partidos políticos], salvo
aquellas cuyo objetivo es la destrucción del régimen y las fuerzas que los sos-
tienen, consideran que el objetivo inmediato y la consecuencia directa de sus
actividades son precisamente lograr que algunos de los suyos ocupen puestos
y funciones dirigentes. Al mismo tiempo, son las organizaciones políticas las
que seleccionan a los individuos que pueden pretender esos puestos y funcio-
nes. Por consiguiente, se puede considerar a las organizaciones políticas co-
mo agrupaciones especializadas en la competencia por la obtención de puestos
o funciones cuyo otorgamiento depende de las decisiones tomadas por los diri-
gentes; por la actividad de sus miembros, por los recursos y la capacidad de
acción que ofrecen, estas agrupaciones acrecientan las capacidades de cier-
tos individuos de ser seleccionados como dirigentes según las reglas vigentes
del sistema. (Lagroye, 1991: 221 y 222)
CC
Si los fines de los partidos […] no pueden ser determinados previamente, sur-
ge obviamente el problema de cómo distinguir los partidos de las demás orga-
nizaciones […] La única respuesta posible es que los partidos -al igual que
cualquier otra organización- se distinguen por el específico ambiente en el que
desarrollan una específica actividad. Sean cuales fueran los demás posibles
escenarios que comparten con otras organizaciones, sólo los partidos operan
en la escena electoral y compiten por los votos. Esto permite distinguir a los
partidos por una cierta actividad (ligada a un ambiente determinado) que no
tienen en común con ningún otro tipo de organización; no prejuzgando el pro-
blema de los eventuales fines (dado que una misma actividad pueda servir a fi-
nes distintos). (Panebianco, 1993: 34)
“La distinción entre partidos de cuadros y de masas se halla relacionada con una diferencia
en la estructura social y política. Coincidió, en un principio, con la sustitución del sufragio
limitado por el sufragio universal. En los regímenes electorales censatarios, que fueron la
regla general durante el siglo XIX, los partidos adoptaron, obviamente, la forma de partidos
de cuadros; el alistamiento de masas era impensable, ya que estas carecían en aquel tiempo
de influencia política. Por añadidura, el financiamiento capitalista de las elecciones parecía
“[...] Las tendencias, corrientes, clanes y fracciones introducen en la interacción interna del
partido las oposiciones y divergencias características del conjunto de las relaciones sociales y
culturales de una sociedad. Desde ese punto de vista son portadoras de objetivos que no se
reducen a la conquista de puestos políticos: cada agrupamiento parcial tiende a imponer sus
propias pautas de conducta, prácticas, normas como modelo legítimo para la organización
en su conjunto. O por lo menos lucha por conservar la legitimidad de sus conductas dis-
tintivas y la existencia de su modelo dentro del partido; modelo que sólo adquiere su plena
significación en relación con los múltiples procesos sociales de los que deriva: modalidades
particulares de socialización, posiciones sociales análogas, concepciones contrastadas de las
actividades sociales, etc. [...]. Por consiguiente, los fuertes lazos de solidaridad que suelen
unir a los miembros de un agrupamiento parcial no derivan solamente de los intereses
comunes ni de la adhesión a un líder, por fuerte que sea esta inversión afectiva. Su comu-
nidad de prácticas y concepciones no es el mero resultado del juego de las relaciones que los
unen y su participación en un mismo equipo de postulantes a puestos políticos. En cierta
forma, su unidad está determinada por procesos sociales «externos» a la actividad partidista,
procesos de donde provienen sus prácticas, valores, manera de ser. En otras palabras, sus
hábitus particulares, no limitados a los efectos de sus posiciones socioeconómicas, pueden
afirmarse en su adhesión a tal o cual agrupamiento parcial dentro de una organización
política” (Lagroye, 1991: 291 y 292).
CC
Tendencias, corrientes y fracciones se enfrentan en los organismos nacionales
y locales; formas locales de organización se corresponden con las modalida-
des parciales de agrupamientos; agrupamientos parciales son de alguna ma-
210
Así, las relaciones de poder, las alianzas, convergencias y los conflictos pro-
tagonizados por este conjunto de grupos en el interior de los partidos con-
dicionan ciertamente su vida política interna y su proyección política y social
externa. La compleja interacción de todos estos agrupamientos hace a la
“vida” del partido, la que, en verdad, no es más que una “sucesión de alian-
zas, enfrentamientos, acuerdos y conflictos en torno de la imposición de un
modelo de prácticas y conductas”, según Lagroye.
De todos modos, como ya se dijo, la especialización de sus actividades, la
relativa cohesión de sus miembros en torno de ciertos principios ideológicos,
programáticos y/o instrumentales, la relativa unicidad entre los distintos sec-
tores internos de cara a la competencia o confrontación con otros partidos o
grupos sociales, los mecanismos institucionales que regulan la organización
y el funcionamiento del partido, etc., garantizan la permanencia y la actuación
político-social del partido como un actor coherente y unitario. En este sentido,
Lagroye sostiene que “el partido existe en tanto entidad activa en la concien-
cia de sus militantes y la de sus adversarios; se le atribuyen globalmente los
efectos de las actividades de sus miembros”.
CC
La existencia de un sistema de acción no significa que esas asociaciones y or-
ganizaciones estén vinculadas por un contrato explícito, es decir, que constitu-
ya una red manifiesta; pueden estar ligadas entre sí tan sólo por una trama de
relaciones individuales entre sus miembros, escasamente formalizadas y visi-
bles sólo bajo un análisis cuidadoso. Pero es bastante común que esas rela-
ciones reciban una forma oficial, e incluso que sean reivindicadas, sobre todo
por los dirigentes de los partidos políticos. La selección de los dirigentes políti-
cos, candidatos y diputados, en la medida que se realiza con distintos resulta-
dos de un partido a otros, resulta en particular de los sistemas de acción riva-
les; todo sucede como si la organización política en un sistema de acción
determinara parcialmente la elección de los elegibles y dirigentes de aquella.
(Lagroye, 1991: 268)
LECTURA OBLIGATORIA
“Es posible […] establecer una […] distinción […] entre aquellos que hacen de la política
su ocupación profesional –de modo exclusivo o preferente– y los restantes miembros de la
comunidad. Entre los primeros se cuentan los que […] conocemos como los «políticos» o
la «clase política». Se trata de quienes aspiran a ejercer responsabilidades institucionales y
dedican a ello todo su tiempo y sus capacidades. Junto a ellos –y en un sentido más amplio–
figuran también otros profesionales, por ejemplo, dirigentes de organizaciones de interés,
periodistas especializados en política o altos funcionarios que ostentan posiciones directivas
en el sistema administrativo. Frente a ellos figuran los demás miembros de la comunidad
para quienes la política es una ocupación que ha de ser compatible con una actividad laboral
principal en la que consumen la mayor parte de su tiempo y de su energía” (Vallès y Martí
i Puig, 2015: 320).
Por cierto, “la acción política ocupa solo una pequeña parcela en la atención
y el tiempo de los ciudadanos”, ya que “la política debe competir con otras
muchas ocupaciones de la vida cotidiana”, tales como las laborales, cultura-
les, la vida familiar, etc. En este sentido, la acción política es una actividad
“intermitente”.
CC
Salvo para aquellos que hacen de la política una profesión –políticos, funciona-
rios directivos, periodistas especializados, etc.-, o para una minoría que la sien-
te como una obligación moral o cívica, la mayor parte de los ciudadanos se
ocupa de la política de forma esporádica y residual. Por otro lado, la mayor par-
te de la actividad política suele estar concentrada en pocos sujetos […]. Así
pues, es una minoría la que acapara gran parte de la acción política, mientras
que la gran mayoría de los ciudadanos interviene en pocas ocasiones. (Vallès y
Por su parte, la intensidad de la acción política es muy diversa entre las per-
sonas. Y en función de ello, pueden distinguirse tres tipos de personas.
“[La participación política es] la actividad que tiene por objetivo afectar la formación de
decisiones del gobierno. Tal actividad se centra en las autoridades públicas, a quienes gene-
ralmente se les reconoce poder decidir legítima y definitivamente acerca de la distribución
autoritativa de valores dentro de la sociedad. Mucho de lo que usualmente se denomina
política y gran parte de la distribución de recursos entre los diferentes grupos sociales, puede
tener lugar sin la intervención del gobierno. Así, una huelga destinada a influir sobre la
gerencia de una compañía privada para lograr un aumento de salarios, no es participación
política según esta definición; una huelga destinada a influir en el gobierno para que eleve
el tope de los salarios, es participación política. Y de igual manera, también es participación
política una huelga de obreros municipales realizada con el fin de inducir al municipio a
pagar sueldos más altos. De este modo, la cantidad de participación política de una sociedad
está en función, de alguna manera, del alcance de la actividad del gobierno en la sociedad.
Los esfuerzos realizados para influir en la formación de decisiones del gobierno pueden
involucrar la persuasión o la presión sobre las autoridades existentes, para actuar (o para
frenar la acción) de determinada manera. O los participantes pueden intentar reemplazar a
los actuales hombres con poder de decisión por otros que esperan sean más receptivos con
respecto a sus preferencias y necesidades. Menos frecuentemente, la participación política
puede buscar el cambio de ciertos aspectos del sistema político en sí mismo, o la alteración
fundamental de la estructura de todo el sistema, con el propósito de lograr un gobierno
más acorde con los deseos de los participantes. En resumen, la participación política puede
estar dirigida a cambiar las decisiones de las autoridades vigentes, a reemplazar o retener a
esas autoridades, o a cambiar o defender la organización existente del sistema político y las
reglas del juego político. Todos son medios para influir sobre las decisiones y acciones del
gobierno” (Huntington, 1978: 17).
Este autor, además, destaca que, por fuera de la violencia –que así consi-
derada es siempre ilegal aunque sus objetivos bien pueden ser perseguidos
dentro de la ley–, estas diferentes modalidades de participación política pue-
den adoptar formas legales o ilegales y pueden orientarse a un conjunto de
objetivos de diversa índole.
los que toman decisiones en el gobierno. Además, la línea divisoria entre la actividad legal
y la ilegal varían de un país a otros y pueden cambiar dentro de un mismo país a través del
tiempo” (Huntington, 1978: 30 y 31).
CC
El ejercicio habitual de las actividades políticas, es decir, definidas y reconoci-
das como tales, concierne a los agentes especializados que las profesan o
que, al menos, están interesados en su cumplimiento: diputados, gobernantes,
funcionarios, militantes y afiliados a partidos, incluso periodistas y comentaris-
tas políticos. De ello no deriva que los demás individuos y los grupos a los que
pertenecen estén totalmente marginados de las actividades políticas. Algunos
reivindican con mayor éxito el derecho de participar en actividades de las que
se encuentran oficialmente excluidos [...]. Otros pretenden que sus intereses y
actividades queden incluidos entre las «prioridades» políticas y rechazan el mo-
nopolio que beneficia a otros grupos u organizaciones considerados legítimos
[...]. (Lagroye, 1991: 299 y 300)
Ahora bien, estas consideraciones son adecuadas para dar cuenta de las
acciones políticas individuales, es decir, las modalidades de acción política
emprendidas por sujetos individuales o grupos primarios. Sin embargo, “todo
CC
[...] El proceso de politización, definido como el mantenimiento o desarrollo de
actividades dotadas de significación política, se debe a la acción constante de
esos agentes (dirigentes, partidos, periodistas, comunicadores). Desfilar por
las calles para reclamar colectivamente un aumento de salario no es en sí una
acción política, pero adquiere ese carácter a partir de que los agentes especia-
lizados logran que los manifestantes, los espectadores, el gobierno y la prensa
crean en la significación política de esa acción colectiva: es decir, crean que la
«intención de los manifestantes» es fustigar a gobernantes incapaces de defi-
nir una política social justa. Así, la politización de los individuos y los grupos se
puede definir en un primer sentido como el conjunto de prácticas y razonamien-
“Mientras que los individuos y los grupos consideren irrelevante para sus propios destinos
personales y colectivos la actividad de los que toman las decisiones, mientras que ningún
empresario político se preocupe de organizar el consenso, o mejor el disenso, respecto a las
decisiones tomadas o por tomar, mientras sea imposible construir y utilizar canales de acceso
a la esfera política, no politizarán sus propias demandas y por lo tanto la tasa de participa-
ción será baja o nula. Cuando, en cambio, crezca el conocimiento de que otros individuos
y grupos influyen y a veces conforman destinos personales y colectivos, se asignan recursos,
se apropian oportunidades, cuando surjan empresarios políticos (en partidos y sindicatos),
cuando, gracias a sus esfuerzos y empeños, vean preparados los canales de acceso y de
CC
Las movilizaciones dan lugar a una amplia difusión de creencias e ideologías
relativas a la organización política de la sociedad, de las épocas en que los en-
frentamientos sociales aparecen como conflictos sobre las finalidades de la lu-
cha política. Permiten que las creencias acordes con las posiciones sociales
de los agentes interesados revistan un significado político global: entonces las
representaciones derivadas de la posición en el sistema de producción y la so-
ciedad adquieren el estatus de «modelos» para una mejor organización social y
lo conservan en ciertos grupos. (Lagroye, 1991: 311)
CC
Todo sistema político tiene una manera determinada de encarar las demandas.
Las decisiones políticas implican ventajas o perjuicios para determinadas per-
sonas y grupos de la sociedad, incluidas las propias élites políticas. […]
Denominamos articulación política al proceso por el cual los individuos y gru-
pos plantean demandas a quienes están encargados de tomar las decisiones
(decisions makers). (Almond y Powell, 1972: 70)
CC
[…] La posibilidad de que esos grupos traten de influir sobre los gobernantes
o la opinión pública dependerá de muchos factores, de los cuales el más evi-
dente es que se vean afectados o no por las decisiones políticas o amenaza-
dos por medidas que afectan sus intereses materiales y morales […]. (Lagroye,
1991: 277)
CC
Resultado de un conjunto de procesos históricos, la distinción entre los tipos
de organizaciones generalmente se concibe en torno del modo de oposición de
objetivos y modalidades de acción entre los partidos, por un lado, y los “grupos
de interés”, por el otro. Desde este punto de vista, se considera que lo que de-
fine a una organización partidista es su objetivo de “conquistar el poder” y su
participación en actividades (principalmente electorales) que aseguran a sus
miembros en posiciones de poder de acuerdo con las reglas vigentes en la so-
ciedad. Lo que se supone define al grupo de presión es su objetivo (ejercer “in-
fluencia” sobre los responsables de las decisiones políticas) y sus modalida-
des particulares de acción, tendientes a “presionar” las instancias de decisión
política, los partidos y la opinión pública. (Lagroye, 1991: 276 y 277)
CC
[…] Las acciones de estos grupos son a veces públicas y transparentes, mien-
tras que en otros casos son discretas o secretas. Son claramente visibles […]
las declaraciones, las ruedas de prensa, la difusión de información, las campa-
ñas publicitarias, las movilizaciones o la participación en algún tipo de institu-
ciones. En cambio, suelen permanecer en la penumbra las presiones o los
«contactos directos» con determinados actores públicos y privados que forman
parte del proceso de elaboración de determinadas políticas públicas, las inti-
midaciones o las ofertas de corrupción. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 345)
Para llevar a cabo sus acciones, los grupos de interés se valen de un amplio
espectro de recursos a los que pueden acceder y, en gran medida, la eficacia
de ese accionar depende de ese acceso, así como de la habilidad en el uso
de los mismos. Estos recursos derivan del “número de sus afiliados o de
otros sujetos susceptibles de ser movilizados por el grupo”, las “posiciones
que sus miembros detentan en el proceso de elaboración de determinadas
políticas o en el ejercicio de determinadas funciones”, la “solidez económica
de la organización”, “la consistencia y la disciplina de la organización para
llevar a cabo una determinada acción o resistir los efectos negativos de otras”,
la “habilidad mediática” para presentar intereses sectoriales o persuadir a la
opinión pública, y la “capacidad de relación y de coalición con otras organiza-
ciones […] para defender sus intereses” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 347).
CC
El voto es un acto relativamente simple. Esta afirmación no debe sin embargo
hacer olvidar que la extensión del sufragio ha sido en la mayoría de los casos
el resultado de importantes luchas entre los detentadores del poder político y
los desafiantes, dentro de la clase dominante y fuera de ella, que diferentes
ritmos y tasas han acompañado al proceso de democratización electoral (y de
CC
[…] La participación electoral, como todas las demás formas de participación,
está distribuida desigualmente según los grupos sociales. Los que no votan o
lo hacen en contadas ocasiones (los abstencionistas «habituales») son más
numerosos en las categorías más desposeídas de la población […]; son los
mismos que demuestran menor interés por la política, que no poseen criterios
de evaluación requeridos para comprender lo que está en juego en la compe-
tencia electoral, que tienen la relación más distante (o ninguna relación apre-
ciable) con las actividades políticas cualesquiera que sean; así, la marginación
social y cultural de estos individuos se expresa en la no participación electoral
y en la incapacidad para dominar esquemas y categorías de juicio propiamente
políticos, es decir, conformes con la definición predominante de este orden de
actividades. (Lagroye, 1991: 344)
CC
[…] La no participación es indisociable de los procesos sociales de exclusión de
lo político que afectan a la mayoría de los ciudadanos. Expresa su impotencia
social para intervenir en la decisión política, introducir en el debate asuntos con-
siderados «ilegítimos» y, más aún, dominar los valores y las reglas que prevale-
cen entre las élites y les asegura un monopolio del juego político institucionaliza-
do. Esta impotencia no es consecuencia solamente de posiciones dependientes
o de una indiferencia motivada frente a lo político; es producto de las prácticas
de grupos minoritarios, socialmente diversificados, pero cuyo interés común es
limitar y controlar las concepciones de lo que es legítimo, de lo que se puede ha-
cer y tratar en política, en última instancia, de lo que es concebible en términos
políticos. El censo oculto que limita la participación no sólo es consecuencia di-
recta de las desigualdades sociales, sino fruto de la construcción del orden políti-
co por aquellos a quienes beneficia; construcción aceptada e interiorizada por
una mayoría de individuos excluidos o marginados. (Lagroye, 1991: 323 y 324)
Lagroye destaca que el hecho de votar significa que quien vota acepta en la
práctica una regla de juego político y, con ello, contribuye a instaurar y legitimar
un cierto ordenamiento político. Cuando la democracia alcanza determinado
grado de institucionalización y, por ende, las elecciones para la selección
de los gobernantes son regulares, la participación electoral, aun desigual,
diversificada y hasta acotada, constituye la forma de participación objetivada
como más importante. Las elecciones se convierten así en la actividad ciuda-
dana más relevante y esto produce efectos legitimantes significativos. Este
autor indica que la participación electoral impone al ciudadano una “doble
obligación”: la de expresar sus preferencias políticas casi exclusivamente a
través del voto o de cualquier otra forma de participación electoral –afiliarse
a un partido, intervenir en las campañas electorales– y la de verse obligado a
elegir entre los candidatos ofertados por los partidos –en tanto, organizaciones
especializadas.
Vale decir, la participación electoral regular no solo no iguala las desigual-
dades que generan la exclusión política de ciertos grupos sociales ni le permi-
te a los grupos políticamente dominados revertir su condición de dominado,
sino que, además, funciona como una instancia legitimante del “orden políti-
co” y, en particular, de las reglas de juego del mismo, especialmente para los
sectores políticamente dominados. Este carácter legitimante es el que con-
vierte a la participación electoral en una actividad central en la vida política
de la sociedad contemporánea y es el que, por lo tanto, convoca la atención
ponderada de los partidos y dirigentes políticos profesionales.
“[…] Al definir lo que es legítimo –es decir, acorde con el interés colectivo según su concep-
ción vigente– y también lo que no lo es, las actividades políticas provocadas o alentadas
diseñan la forma ideal del orden político. Mantiene un sistema de normas y valores en el
cual se reconoce una «cultura política» concreta: participar en él es aceptar esa cultura. Así
se comprende que tantos agentes tengan interés en alentar esa participación y se dediquen
a ello. Estas actividades acreditan la creencia en la utilidad de la acción política, en la
importancia de un orden especializado de las relaciones políticas, en la necesidad de una
relación institucionalizada entre gobernantes y gobernados. Por consiguiente, constituyen
el fundamento de la aceptación práctica de la política como dimensión mayor de toda la vida
social; participar en ellas es manifestar la pertenencia a la comunidad. En última instancia,
la participación política adquiere el carácter de una obligación moral por más que, concre-
tamente, la mayoría de los ciudadanos esté marginada de ella por decisión propia o ajena.
Estas actividades suponen –a la vez que favorecen– la aceptación de un conjunto de reglas
inviolables y, por consiguiente, la interiorización de normas, la aceptación de creencias y
el aprendizaje de prácticas que mantiene la interacción reglamentada entre grupos y entre
individuos. En este sentido, la conservación de relaciones sociales previsibles es producto
del estímulo constante de actividades específicas, cargadas de sentido, relacionadas explíci-
tamente con un ideal colectivo. Participar es suscribir ese ideal y conocer las obligaciones
que derivan de él” (Lagroye, 1991: 370 y 371).
LECTURA OBLIGATORIA
CC
Las orientaciones o actitudes que se combinan en una cultura política son […]
cognitivas, afectivas, evaluativas e intencionales. Sus objetos de referencia
son el propio sistema político institucional y sus componentes, las diferentes
formas de intervención –o aportaciones en la fase input–, los resultados o ren-
dimientos –los outputs– del sistema y, finalmente, el valor que se atribuye a la
posición que el propio sujeto y los demás actores ocupan en el proceso políti-
co. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 265)
CC
[…] Cada sociedad presenta una variedad de grupos con sistemas de actitu-
des que se distinguen claramente e incluso que se contraponen entre sí. Estas
variantes han recibido en ocasiones la calificación de subculturas políticas, pa-
ra expresar las modulaciones que caracterizan las actitudes de grupos genera-
cionales, ámbitos territoriales, clases sociales, élites políticas o formaciones
partidarias. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 266 y 267)
CC
[Las] pautas culturales dominantes [en cada sociedad] son la que orientan la
conducta de los actores y los inducen a reaccionar de un modo y no de otro, en
función de cómo entienden la política y de cómo se sitúan ante ella. La cultura
política nos ayuda, pues, a penetrar por qué dichos actores convierten en con-
flicto determinadas situaciones, por qué elaboran diferentes propuestas de so-
lución, por qué adoptan estrategias de confrontación o de consenso, etc.
(Vallès y Martí i Puig, 2015: 268)
CC
[…] La cultura política de un pueblo [es] el conjunto de las formaciones simbó-
licas e imaginarias mediante las cuales los individuos viven y se representan
las luchas por el poder y las competencias por el dominio de los sistemas de-
cisorios de una sociedad. Pero […] los límites y el sentido de estas definicio-
nes y de estas luchas no se desprenden automáticamente de las condiciones
sociales o de las bases económicas de una sociedad, aunque se vinculan
siempre con las demandas que esta fórmula. En términos generales, […] son
el resultado de agudos conflictos por la definición del sentido y de los límites
de aquello que entendemos por justo o injusto, público o privado, legítimo o ile-
gítimo, etcétera. (Quevedo, 1997: 62)
CC
[…] La construcción de estas matrices básicas con que los individuos se en-
frentan al mundo de la política tiene lugar mediante una serie de procesos so-
ciales de carácter colectivo en los que los individuos participan necesariamen-
te como consecuencia de sus pertenencias sociales y de las pautas de
interacción social que mantienen con otros individuos y con el entorno que les
rodea. A través del proceso de socialización, la adquisición de una determina-
da cultura política o la inserción en el espacio de la comunicación política y la
opinión pública, el individuo va conformando sus creencias básicas sobre la
sociedad y la política […]. (Benedicto, 1995: 228)
PARA AMPLIAR
CC
[…] La socialización se apoya en los procesos fundamentales: la transmisión y
la adquisición. La transmisión es la herencia de un cierto capital, siendo carac-
terística del medio familiar y, en cierta medida, del escolar, y aparece como
particularmente eficaz con normas y valores ideológicos, propiciando la conti-
nuidad. La adquisición, en cambio, «se apoya en la acumulación y la estructura-
ción de hechos observados, experimentados o aprehendidos» y es una fuente
de innovación, con la reelaboración subjetiva de las experiencias y conocimien-
tos. Los mecanismos en los que se apoyan tales procesos son la familiariza-
ción y la inculcación. La familiarización se define como «una imposición dulce»
de pautas culturales a partir de la repetición cotidiana de comportamientos y
conversaciones en la familia y otros ambientes, mientras que la inculcación se
funda en discursos deliberados y aleccionadores. (Magré Ferrán y Martínez
Herrera, 1996: 270)
CC
Lo que el individuo adquiere por medio de la socialización en cuanto a creen-
cias y actitudes sobre la vida social y política es el producto siempre amenaza-
do y sujeto a revisión –pero muy poderoso– de una memoria social construida
en el tiempo, reactivada por ciertos grupos y propuesta a todos como referen-
cia común; la cultura política, considerada el resultado de una historia común
de enfrentamientos y conflictos, pero también de negociaciones y concesiones,
«forja la identidad colectiva que, a su vez, pone la impronta en todos los siste-
mas de actitudes individuales por medio de la socialización o aculturación».
(Lagroye, 1991: 380)
CC
La cultura propia de cada grupo social, que condiciona en parte las conductas,
actitudes y creencias de sus miembros, es producto del modo de vida, las rela-
ciones entre individuos y entre grupos, las “claves de interpretación” de los he-
chos sociales, tanto se adquieran esos modos de representación por transmi-
sión familiar como por obra de las organizaciones que encuadran a los
individuos colocados en situaciones análogas. […] La traducción política de es-
ta cultura […] toma forma de creencias específicas y actitudes propias del gru-
po en cuestión. Si bien es cierto que tiende a aislar a los individuos que se
asimilan y se identifican con ella, no por eso está menos expuesta a la influen-
cia de la cultura nacional, e incluso a la de otras específicas: el repliegue so-
bre el grupo social restringido, sus valores y actitudes, el aislamiento cultural y
la conservación de las prácticas específicas jamás se realizan plenamente.
(Lagroye, 1991: 381)
CC
[…] La «cultura política» de una sociedad es, ante todo, la de los agentes so-
ciales que la dirigen; sólo estos atribuyen un valor predominante a las ideas y
creencias que legitiman la organización política; el discurso que elaboran o del
cual son los defensores más firmes, invalida constantemente otras concepcio-
nes, hasta el punto de que se tiende a considerarlas una señal de incapacidad
para hacerse una imagen coherente de lo político. De ello no se desprende
que las creencias y actitudes de los «profanos» –o los incompetentes– carez-
can de interés o significación. Tampoco se desprende que no afecten las repre-
sentaciones resultantes de la interacción entre la «cultura de las élites» y la(s)
cultura(s) de los dominados. (Lagroye, 1991: 384 y 385)
CC
[…] La legitimidad de una forma de poder corresponde a las creencias compar-
tidas con un gran número de personas: «Para obedecer una orden o una regla
que se podría desobedecer con impunidad, es necesario creer en su legitimi-
dad y compartir esa creencia con el conjunto de la comunidad política a la que
se pertenece» [Jean-Williem Lapierre]. Es un rasgo común de los dirigentes
confiar en que podrán reforzar esas creencias por medio de procedimientos va-
riados, destinados precisamente a generar el consenso y desarrollar el apoyo
de los miembros de la comunidad política; así se puede analizar la legitimación
del poder como producto de un conjunto de actos y razonamientos de los cua-
les los dirigentes esperan acrecentar su legitimidad. (Lagroye, 1991: 403)
CC
La legitimación «explica» el orden institucional atribuyendo validez normativa a
sus significados objetivados. La legitimación justifica el orden institucional ad-
judicando dignidad normativa a sus imperativos prácticos. Es importante com-
prender que la legitimación tiene un elemento tanto cognoscitivo como norma-
tivo. En otras palabras, la legitimación no es sólo cuestión de «valores»:
siempre implica también «conocimiento» […]. La legitimación no sólo indica al
individuo por qué debe realizar una acción y no otra; también le indica por qué
las cosas son lo que son. En otras palabras, el «conocimiento» precede a los
«valores» en la legitimación de las instituciones. (Berger y Luckmann, 1990: 122)
CC
La legitimidad del poder político aparece entonces como el producto de actitu-
des y creencias de intensidad desigual, dotadas de distintas significaciones
según los grupos sociales; le aporta a un régimen y sus dirigentes variadas
formas de apoyo, que van desde la docilidad consentida hasta la movilización
de grupos en defensa del poder amenazado. Garantiza una aceptación de la
dominación política por parte de los agentes sociales sobre los cuales se ejer-
ce, aunque no son siempre los mismos y, a veces, por sus acciones colectivas
o la actividad de sus «representantes», esperan obtener beneficios siquiera
parciales de esa relación desigual. Es la base moral y legal que permite a los
dirigentes conservar su posición. Si bien asume una representación conflictiva
de la sociedad, supone en definitiva que es posible un acuerdo en torno a valo-
res comunes y metas objetivas que el gobierno perseguirá en bien de todos.
(Lagroye, 1991: 407 y 408)
CC
[…] Todo poder instituido pretende adquirir una legitimidad duradera, un reco-
nocimiento basado tanto en la argumentación racional (el poder es necesario)
como una imputación moral (el poder es bueno, está al servicio de los valores
comunes); pero las formas de legitimidad, los postulados sobre la vida que
ella supone, los valores sobre los cuales se la proyecta, difieren con el tiempo,
el lugar, las modalidades de las relaciones sociales y las creencias propias de
los grupos. (Lagroye, 1991: 408)
CC
[…] El conjunto de creencias, valores, normas y percepciones que sustentan la
posibilidad de la acción política de los sujetos va configurándose paulatina-
mente mediante las múltiples interacciones que llevan a cabo –con sus seme-
jantes y con el resto de protagonistas de la vida política de la comunidad– den-
tro de la estructura de relaciones sociales en la que están insertos. Si hubiera
que establecer un elemento esencial de los procesos de interacción social, es-
te sin duda haría referencia a la dimensión comunicativa: sin comunicación en-
tre sujetos que comparten un lenguaje común –entendido en términos genéri-
cos como sistema de códigos– no es posible hablar de interacción social.
(Benedicto, 1995: 257 y 258)
CC
La comunicación [política] está presente en todas las fases del proceso políti-
co: en la expresión de demandas, en la definición de la cuestión que es objeto
de conflicto, en la elaboración y negociación de propuestas de intervención, en
la movilización de apoyos para cada una de dichas propuestas, y en la adop-
ción y aplicación de una de ellas. Pero es también consustancial en los proce-
sos de socialización de actitudes, difusión de culturas políticas y creación de
instituciones. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 301)
CC
[…] A través de las palabras, las estrategias de argumentación o las fórmulas
retóricas los actores políticos disponen de un instrumento estratégico para
transmitir a su audiencia muy diferentes significaciones y representaciones de
la realidad. La lucha entre distintas fuerzas sociales y políticas por lograr impo-
ner dentro del discurso político el significado de determinados términos que
identifican temas centrales del debate político demuestra bien a las claras la
importancia de los elementos simbólicos expresados a través del lenguaje.
(Benedicto, 1995: 261)
PARA AMPLIAR
En este marco, hay tres grandes procesos que intervienen en “la relación entre
los medios de comunicación y las personas durante la emisión y recepción de
noticias sobre las que los ciudadanos se perciben en relación con el mundo”
(Castells, 2009: 216). En primer lugar, el establecimiento de la agenda median-
te el cual se asigna “una especial relevancia a un asunto particular o a un
conjunto de informaciones por parte de la fuente del mensaje (por ejemplo,
una empresa de comunicación concreta) con la expectativa de que la audiencia
prestará una mayor atención al contenido y formato del mensaje”.
CC
[…] El conocimiento público de los asuntos, especialmente de los asuntos po-
líticos o de las políticas, está estrechamente relacionado con la cobertura que
se les presta en los medios nacionales. Además, el establecimiento de la
agenda de los medios es particularmente llamativo cuando está relacionado
con la vida cotidiana del espectador. De este modo, las opiniones políticas tan-
to de las élites como de la gente corriente están conformadas en gran medida
por la información facilitada por los medios de comunicación de masas o por
otras fuentes de gran difusión tales como Internet. (Castells, 2009: 217)
CC
[…] Las narraciones de determinados asuntos que afectan a un nodo de la
memoria pueden expandirse para influir en las opiniones y actitudes sobre
otros asuntos. Así, cuanto más frecuentemente se hable de un asunto, con
más probabilidad la gente se basará en la información presentada para reali-
zar sus evaluaciones políticas. (Castells, 2009: 217)
“[…] El enmarcado no es una cuestión de eslóganes; es una forma de pensar, una forma de
actuar. No es sólo palabras, aunque las palabras o las imágenes sean necesarias para construir
el marco y comunicarlo. Lo fundamental es que los marcos no están fuera de la mente. Sólo
los marcos que son capaces de conectar el mensaje con los marcos mentales preexistentes
se convierten en activadores de la conducta. […] Los marcos que emplean términos con
mayores resonancias culturales tienen mayores posibilidades de influir: palabras e imágenes
que llaman la atención, son comprensibles, fáciles de recordar y que incluyen una carga
emocional. Los marcos se hacen eficaces cuando tienen resonancia y aumentan la magnitud
de su repetición. Cuanto mayor sean su resonancia y magnitud, más probabilidades habrá
de que el enmarcado evoque sentimientos y pensamientos parecidos en una audiencia más
numerosa. El enmarcado funciona dejando vacíos en la información que la audiencia rellena
con sus esquemas preconcebidos: estos son procesos interpretativos de la mente humana
basados en ideas y sentimientos conectados, almacenados en la memoria. En ausencia de
contramarcos en la información facilitada por los medios, la audiencia se inclinará por los
marcos que se le sugieren. Los marcos están organizados en paradigmas: redes de esquemas
habituales que aplican analogías procedentes de historias anteriores a los acontecimientos
nuevos” (Castells, 2009: 218.)
CC
A lo largo de este siglo XX no sólo asistimos a una constante transformación
de los mecanismos tecnológicos de transmisión de información, sino que es la
propia comunicación política la que se transforma: las interacciones comunica-
tivas de los distintos actores políticos encuentran en los medios un elemento
de intermediación imprescindible. Los mass media, además de constituir un
canal básico para la transmisión de información política, se han convertido al
mismo tiempo en emisores privilegiados de la misma; los mensajes y conteni-
dos políticos se adaptan a las exigencias de la comunicación mediática. Los
mass media se han convertido, así, en una característica estructural y estructu-
rante del espacio público moderno. […] El factor fundamental de la comunica-
ción ya no son los contenidos transmitidos, sino los medios a través de los
que se transmiten, los cuales determinan los modos de pensar y actuar de la
propia sociedad. (Benedicto, 1995: 264)
Benedicto, a tono con Castells, afirma que “la influencia de los medios no
se agota en el tipo de información que transmiten, sino que también resulta
fundamental cómo la transmiten”, lo que adquiere rasgos particulares a partir
de “la expansión imparable de la televisión”.
CC
[…] En la época de la expansión imparable de la televisión, la comunicación
mediática se convierte cada vez más y más en un espectáculo en el que predo-
minan la dramatización, la personalización y la simplificación, con las eviden-
tes consecuencias que ello tiene para el desarrollo de la vida política en unas
sociedades como las actuales, en las que los públicos dependen en gran me-
dida de los recursos informativos de los medios de comunicación de masas
para conocer, interpretar y orientarse ante la realidad sociopolítica. (Benedicto,
1995: 266)
LECTURA OBLIGATORIA
<https://www.youtube.com/watch?v=xV_5Yb6FvIk>
5.4.1. La videopolítica
En 1997, Giovanni Sartori dio cuenta de una profunda transformación en la
vida política contemporánea como derivación de un profundo cambio cultural
desenvuelto a escala planetaria.
Para el pensador italiano, “la llegada del televisor y de la televisión” como
medio de comunicación masiva tuvo un impacto significativo sobre la cultu-
ra contemporánea: la primacía de la imagen asentada en “la preponderancia
de lo visible sobre lo inteligible”, que ha conducido a “un ver sin entender”.
El acto de tele-ver está cambiando la naturaleza del hombre. Esto es […] lo esencial, que
hasta hoy día ha pasado inadvertido a nuestra atención. Y, sin embargo, es bastante evidente
que el mundo en el que vivimos se apoya sobre los frágiles hombros del «vídeo-niño»: un
novísimo ejemplar de ser humano educado en el tele-ver -delante de un televisor- incluso
antes de saber leer y escribir” (Sartori, 1998: 11 y 12).
Para Sartori, “la televisión […] es «ver desde lejos», es decir, llevar ante los
ojos de un público de espectadores cosas que puedan ver en cualquier sitio,
desde cualquier lugar y distancia”, lo que impone que “el hecho de ver preva-
lece sobre el hecho de hablar, en el sentido de que la voz del medio, o de un
hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen y,
como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal
simbólico”. En definitiva, para el telespectador “las cosas representadas en
imágenes cuentan y pesan más que las cosas dichas con palabras” (Sartori,
1998: 26).
De este modo, la televisión produce una diferencia radical en las comuni-
caciones debido a que traslada a estas “del contexto de la palabra (impresa
o radiotransmitida) al contexto de la imagen”.
CC
[…] La televisión no es un anexo; es sobre todo una sustitución que modifica
sustancialmente la relación entre entender y ver. Hasta hoy día, el mundo, los
acontecimientos del mundo, se nos relataban (por escrito); actualmente se
nos muestran, y el relato (su explicación) está prácticamente sólo en función
de las imágenes que aparecen en la pantalla. Si esto es verdad, podemos de-
ducir que la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis,
que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens. La televisión no es sólo
instrumento de comunicación; es también, a la vez, paideia, un instrumento
«antropogenético», un medium que genera un nuevo anthropos, un nuevo tipo
de ser humano. (Sartori, 1998: 36)
CC
[…] No nos es posible ver nación, Estado, soberanía, democracia, representa-
ción, burocracia, etcétera; son conceptos abstractos elaborados por procesos
mentales de abstracción que están construidos por nuestra mente como enti-
dades. Los conceptos de justicia, legitimidad, legalidad, libertad, igualdad, de-
recho (y derechos) son asimismo abstracciones «no visibles». […] Y toda nues-
“[…] La imagen de un hombre sin trabajo no nos lleva a comprender en modo alguno la
causa del desempleo y cómo resolverlo. De igual manera, el hecho de mostrar a un detenido
que abandona la cárcel no nos explica la libertad, al igual que la figura de un pobre no nos
explica la pobreza, ni la imagen de un enfermo nos hace entender qué es la enfermedad. Así
pues, […] todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis
(de conceptos y de concepciones mentales) que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el
mundo percibido por nuestros sentidos. Y la cuestión es ésta: la televisión invierte la evolu-
ción de lo sensible en inteligible y lo convierte en el ictu oculi, en un regreso al puro y simple
acto de ver. La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia
nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender. […] Por
tanto, lo que nosotros vemos o percibimos concretamente no produce «ideas», pero se infiere
en ideas (o conceptos) que lo encuadran y lo «significan». Y éste es el proceso que se atrofia
cuando el homo sapiens es suplantado por el homo videns […]” (Sartori, 1998: 47 y 48).
CC
[…] La fuerza arrolladora de la imagen rompe el sistema de reequilibrios y re-
troacciones múltiples que habían instituido progresivamente, durante casi dos
siglos, los estados de opinión difusos, y que, desde el siglo XVIII en adelante,
fueron denominados «opinión pública». La televisión es explosiva porque des-
trona a los llamados líderes intermedios de opinión, y porque se lleva por de-
lante la multiplicidad de «autoridades cognitivas» que establecen de forma dife-
rente, para cada uno de nosotros, en quién debemos creer, quién es digno de
crédito y quién no lo es. Con la televisión, la autoridad es la visión en sí mis-
ma, es la autoridad de la imagen. No importa que la imagen pueda engañar
aún más que las palabras […]. Lo esencial es que el ojo cree en lo que ve; y,
por tanto, la autoridad cognitiva en la que más se cree es en lo que se ve. Lo
que se ve parece «real», lo que implica que parece verdadero. (Sartori, 1998:
71 y 72)
Esto dio lugar al “gobierno de los sondeos” de la opinión pública, una de las
expresiones características de la videopolítica. Para el italiano, “los sondeos
no son instrumentos de demo-poder […] sino sobre todo una expresión del
poder de los medios de comunicación sobre el pueblo; y su influencia bloquea
frecuentemente decisiones útiles y necesarias, o bien lleva a tomar decisio-
nes equivocadas sostenidas por simples «rumores», por opiniones débiles,
deformadas, manipuladas, e incluso desinformadas”, es decir, “por opiniones
ciegas” (Sartori, 1998: 76).
Por esa razón, el gobierno de los sondeos se basa en un tratamiento par-
ticular de la información y, en especial, en “opiniones desinformadas”. Por
cierto, “información no es conocimiento”, o sea, por sí misma, “la información
no lleva a comprender las cosas”, ya que “se puede estar informadísimo de
muchas cuestiones, y a pesar de ello no comprenderlas”. La televisión “infor-
ma poco y mal”, es decir, subinforma y desinforma. Por un lado, subinforma
cuando brinda “una información totalmente insuficiente que empobrece dema-
siado la noticia que da” o cuando no informa mediante “la pura y simple elimi-
nación de nueve de cada diez noticias existentes”. Por otro lado, desinforma
cuando produce “una distorsión de la información” al “dar noticias falseadas
que inducen a engaño al que las escucha” (Sartori, 1998: 79 y 80).
CC
[…] La televisión da menos informaciones que cualquier otro instrumento de
información. Además, con la televisión cambia radicalmente el criterio de se-
lección de las informaciones o entre las informaciones. La información que
cuenta es la que se puede filmar mejor; y si no hay filmación no hay ni siquiera
noticia, y, así pues, la noticia no se ofrece, pues no es «vídeo-digna». (Sartori,
1998: 81)
CC
[…] Ya sabemos que la imagen es enemiga de la abstracción, mientras que ex-
plicar es desarrollar un discurso abstracto. […] Los problemas no son «visi-
bles». Lo que podemos ver en la televisión es lo que «mueve» los sentimientos
y las emociones: asesinatos, violencia, disparos, arrestos, protestas, lamen-
tos; y en otro orden de cosas: terremotos, incendios, aluviones e incidentes va-
rios. En suma, lo visible nos aprisiona en lo visible. Para el hombre que puede
ver (y ya está), lo que no ve no existe. La amputación es inmensa, y empeora a
causa del porqué y del cómo la televisión elige ese detalle visible, entre otros
cien o mil acontecimientos igualmente dignos de consideración. (Sartori,
1998: 84 y 85)
CC
[…] El vídeo-dependiente tiene menos sentido crítico que quien es aún un ani-
mal simbólico adiestrado en la utilización de los símbolos abstractos. Al perder
la capacidad de abstracción perdemos también la capacidad de distinguir en-
tre lo verdadero y lo falso. (Sartori, 1998: 102)
LECTURA OBLIGATORIA
“[La atención en la mediatización generalizada del ámbito político] nos sirve de ayuda a la
hora de identificar y medir los riesgos; las concesiones hechas a la necesidad de aparentar,
de existir en primer lugar por la imagen y de conformidad con el arte de los comunicadores;
la imposición de trasladar la puesta en perspectiva de las convicciones y de las propuestas a
partir de la dramatización generadora de emociones; la fabricación de una opinión pública
hecha cautiva y que ha dejado de ser ya el resultado de la confrontación entre intereses, opi-
niones y expectativas; la contaminación de la práctica política de un exceso de tratamientos
espectaculares, lo que ha acabado multiplicando el número de ciudadanos convertidos en
meros espectadores. […] De lo que estamos hablando es de cómo lo mediático anula lo
político y del abandono de la gestión en manos de «especialistas» a quienes se encarga la
solución técnica de los problemas. Por otro lado, también la incertidumbre contribuye a
hacer de la relación con lo político un vínculo frágil y fluctuante, sometido a un régimen
de ambigüedad que asocia la curiosidad y el desinterés, el crédito y el descrédito. Lo que se
plantea entonces es la cuestión misma de la democracia, puesto que su ejercicio no puede
conformarse basado en una adhesión blanda, que es más la del espectador «a distancia» que
la del ciudadano activo y protagonista. Ha de proclamarse ya, desde la apertura misma de
este libro: el mal democrático, en la actualidad, es el del anestesiamiento catódico de la vida
política” (Balandier, 1994: 13).
CC
Las técnicas audiovisuales de que dispone el poder permiten una dramatiza-
ción permanente, o casi, y por tanto una dependencia menor del ciclo anual del
ceremonial político. Mejor equipados para producir imágenes, los gobernantes
se hallan sin embargo en la paradójica situación de contemplar cómo esa ca-
pacidad se debilita por culpa de su propio uso. Deben aprender a dominar una
nueva tecnología de lo simbólico y de lo imaginario, una nueva forma de dra-
maturgia política. (Balandier, 1994: 118)
“[…] Las capacidades en hacer proliferar las imágenes políticas traen consigo el debilita-
miento de las demostraciones, es decir, que los ciudadanos-espectadores acaben aburridos y
desafectos. Con el fin de limitar ese desfallecimiento, el poder y sus adversarios deben poner
en movimiento todos los recursos con que cuenta hoy la dramaturgia política, alimentar la
renovación (y con ello la inflación) de las imágenes. Durante los periodos turbulentos, el
acontecimiento crea las oportunidades para ello y fuerza la atención por lo que de inespe-
rado o inquietante contienen. Durante los periodos de mayor calma, unos pseudoaconteci-
mientos fabricados servirán para procurar esos mismos resultados: operaciones (o «golpes»)
que recurren al efecto sorpresa, confrontaciones entre líderes, sondeos en que se expresa la
variación de las popularidades, personajes políticos saliéndose de su papel y exhibiendo sus
Sin dudas, en este marco, “lo político depende cada vez más del arte de apa-
rentar; el acontecimiento lo pone en situación, el ceremonial lo ritualiza, la
conmemoración lo mantiene vivo por medio de la repetición”. Y ello ha sido
concomitante con la mediatización de la política, lo que ha configurado uno de
los procesos sociales más importantes de la vida política contemporánea.
“[…] En algunos casos, los medios transmiten el eco –más o menos fiel– de los mensajes
emitidos por otros actores políticos: los dirigentes, las organizaciones, los ciudadanos, etc.
En otros casos, los medios acompañan como comparsas a otros actores: apoyan o critican
las posiciones de los partidos, de los movimientos y organizaciones sociales, del gobier-
no o de la oposición, etc. Finalmente, los medios se convierten en protagonistas cuando
deciden desarrollar una estrategia propia en la escena política: por ejemplo, promoviendo
una campaña de oposición sistemática al gobierno o de apoyo permanente a algún grupo
de interés, partido o candidato con el que se alían. Esta intervención directa puede tener
objetivos políticos. O puede estar relacionada con intereses económicos de la propiedad
del medio: un aumento de la audiencia o de la difusión a cualquier precio, una estrategia
empresarial de consolidación o de oposición a eventuales competidores, etc. No todos los
medios asumen los tres papeles mencionados ni –cuando lo hacen– los ejercen a la vez o
con la misma intensidad. Pero en los tres supuestos su influencia sobre el proceso político
en las sociedades contemporáneas es de primera magnitud y no puede ser ignorado” (Vallès
y Martí i Puig, 2015: 379 y 380).
CC
La política se basa en la comunicación socializada, en la capacidad para influir
en la opinión de las personas. El canal de comunicación más importante entre
el sistema político y los ciudadanos es el sistema de los medios de comunica-
ción de masas, siendo el primero de ellos la televisión. Hasta hace poco e in-
cluso en la actualidad, los medios constituyen, en gran parte, un sistema arti-
culado en el cual normalmente la prensa escrita produce una información
original, la televisión la difunde a un gran público y la radio personaliza la inte-
racción. En nuestra sociedad, la política es básicamente política mediática. El
funcionamiento del sistema político se representa para los medios de comuni-
cación con el fin de obtener el apoyo, o al menos, la mínima hostilidad, de los
ciudadanos que se convierten en consumidores en el mercado político.
(Castells, 2018)
CC
[…] Los medios de comunicación de masas no son los depositarios del poder,
pero en conjunto constituyen el espacio en el que se decide el poder. En nues-
tra sociedad, los políticos dependen de los medios de comunicación. El lengua-
je de los medios tiene sus propias reglas. Se construye en gran medida en tor-
no a imágenes, no necesariamente visuales, pero sí imágenes. El mensaje
más poderoso es un mensaje sencillo adjunto a una imagen. En política, el
mensaje más sencillo es un rostro humano. La política mediática tiende a la
personalización de los políticos alrededor de dirigentes que puedan venderse
adecuadamente en el mercado político. Esto no debería trivializarse como el
color de la corbata o la apariencia de un rostro. Es la encarnación simbólica de
un mensaje de confianza en el entorno de una persona, alrededor de su perso-
naje y luego en términos de la proyección de la imagen de ese personaje.
(Castells, 2018)
Además, “los políticos cada vez tienen menos relación con acontecimien-
tos genuinos y cada vez se relacionan más con «acontecimientos mediáticos»,
es decir, acontecimientos seleccionados por la video-visibilidad y que después
son agrandados o distorsionados por la cámara” (Sartori, 1998: 113 y 114).
La personalización de la política conduce, a su vez, a la centralidad del
escándalo y la denuncia como una forma natural de vivencia política, lo que
adquiere particular relevancia durante las campañas electorales.
“[…] Los ciudadanos no leen los programas de los candidatos. Confían en la información
de los medios sobre las posturas de los candidatos; y, finalmente, su decisión de voto está
en función de la confianza que depositan en un candidato determinado. Por lo tanto, el
personaje, tal y como ha quedado retratado en los medios, pasa a ser esencial; porque los
valores -lo que más importa a la mayoría de la gente- están encarnados en la persona de los
candidatos. Los políticos son los rostros de las políticas. Si la credibilidad, la confianza y el
personaje se convierten en cuestiones decisivas a la hora de decidir el resultado político, la
destrucción de la credibilidad y el asesinato del personaje se convierten en las armas políticas
más poderosas. Como todos los partidos recurren a ellas, todos necesitan hacer acopio de
munición para la batalla. Como consecuencia, ha proliferado un mercado de intermedia-
rios, que recaban información perjudicial sobre el oponente, manipulando la información
o simplemente creando la información con ese fin” (Castells, 2018).
CC
Con la televisión, las autoridades cognitivas [en política] se convierten en divos
del cine, mujeres hermosas, cantantes, futbolistas, etcétera, mientras que el
experto, la autoridad cognitiva competente (aunque no siempre sea inteligente)
pasa a ser una quantité négligeable. Y sin embargo, es una clara evidencia que
los «testimonios» que realmente son útiles provienen sólo de las personas
adiestradas en los asuntos de los que hablan. Un músico sabe de música, un
matemático de matemáticas, un poeta de poesía, un futbolista de fútbol, y un
actor de interpretación. Como ciudadanos también ellos tienen el derecho a
expresar opiniones sobre política; pero no opiniones acreditadas a las que se
les debe dar un significado o valor especial. En cambio, la vídeo-política atribu-
ye un peso absolutamente desproporcionado, y a menudo aplastante, a quien
no representa una «fuente autorizada», a quien no tiene ningún título de opi-
nion maker. (Sartori, 1998: 114 y 115)
“[…] Las relaciones de poder se basan en gran medida en la capacidad para modelar las
mentes construyendo significados a través de la creación de imágenes. […] Las ideas son
imágenes (visuales o no) en nuestro cerebro. Para la sociedad en general, a diferencia del
individuo concreto, la creación de imágenes se realiza en el ámbito de la comunicación socia-
lizada. En la sociedad contemporánea, en todo el mundo, los medios de comunicación son
la forma de comunicación decisiva […]. La política mediática es la forma de hacer política
en y a través de los medios de comunicación. […] En nuestro contexto histórico, la política
es fundamentalmente una política mediática. Los mensajes, las organizaciones y los líderes
que no tienen presencia mediática no existen para el público. Por tanto, sólo aquellos que
consiguen transmitir sus mensajes a los ciudadanos tienen la posibilidad de influir en sus
decisiones de forma que las lleve a posiciones de poder en el estado y/o a mantener su control
en las instituciones políticas” (Castells, 2009: 261 y 262).
Para los gobiernos, así como para los actores no gubernamentales, “el con-
trol sobre los medios de comunicación es una forma potente de dominación”
(Castells, 2009: 262). Los medios de comunicación desempeñan un papel
fundamental en la producción y reproducción de poder. En concreto: la política,
sea que se trate del ejercicio del gobierno o de la práctica de alguna de las
formas de intervención política, se desarrolla en y a través de los medios de
comunicación.
“[…] La forma esencial de poder está en la capacidad para modelar la mente. La forma
en que sentimos y pensamos determina nuestra manera de actuar, tanto individual como
colectivamente. Es cierto que la coacción y la capacidad para ejercerla, legítimamente o no,
constituyen una fuente básica de poder, pero la coacción por sí sola no puede afianzar la
dominación. La capacidad para lograr el consentimiento o al menos para instalar miedo y
resignación respecto al orden existente es fundamental para imponer las reglas que gobiernan
las instituciones y las organizaciones de la sociedad. Y en todas las sociedades esas reglas
representan las relaciones de poder incorporadas en las instituciones como resultado de los
procesos de lucha y compromiso entre actores sociales enfrentados que se movilizan por sus
intereses bajo la bandera de sus valores. Además, el proceso de institucionalización de las
normas y reglas, y el desafío a dichas normas y reglas por parte de actores que no se sienten
bien representados en el funcionamiento del sistema, se producen simultáneamente, en
un movimiento incesante de reproducción de la sociedad y producción de cambio social.
Si la batalla primordial para la definición de las normas de la sociedad y la aplicación de
dichas normas a la vida diaria gira en torno al moldeado de la mente, la comunicación es
fundamental en esta lucha, ya que es mediante la comunicación como la mente humana
interactúa con su entorno social y natural. Este proceso de comunicación opera de acuer-
do con la estructura, la cultura, la organización y la tecnología de comunicación de una
determinada sociedad. El proceso de comunicación influye decisivamente en la forma de
construir y desafiar las relaciones de poder en todos los campos de las prácticas sociales,
incluida la práctica política” (Castells, 2009: 24).
CC
[…] Los medios de comunicación son las redes esenciales, ya que ellos, orga-
nizados en oligopolios globales y sus redes de distribución, son la fuente prin-
cipal de los mensajes y las imágenes que llegan a la mente de las personas
[…]. (Castells, 2009: 25)
“Puesto que los medios son predominantemente un negocio, las mismas tendencias genera-
les que han transformado el mundo empresarial -es decir, globalización, digitalización, crea-
ción de redes y desregulación- han alterado radicalmente las operaciones mediáticas. Estas
tendencias han eliminado prácticamente los límites de la expansión mediática permitiendo
la consolidación del control oligopolístico de unas cuantas empresas sobre buena parte del
núcleo de la red global de medios de comunicación. […] La mayoría de las empresas de
comunicación del mundo se siguen centrando en lo nacional y lo local. No hay casi ningún
grupo de comunicación verdaderamente global, y un número decreciente de medios de
comunicación son excepcionalmente locales. Lo que es global son las redes que conectan la
financiación, la producción y la distribución de los medios de comunicación dentro de cada
país y entre países. La principal transformación organizativa de los medios de comunicación
es la formación de redes globales de empresas multimedia interconectadas que se organizan
en alianzas estratégicas” (Castells, 2009: 109 y 110).
CC
Si observamos la configuración de este núcleo de medios globales, vemos
cuatro tendencias interrelacionadas: (1) La propiedad de los medios está ca-
da vez más concentrada. (2) Al mismo tiempo, los conglomerados mediáticos
ahora pueden ofrecer diversos productos en una plataforma, así como un solo
producto en distintas plataformas. También forman nuevos productos combi-
CC
Los actores de los medios crean plataformas de comunicación y producen
mensajes en consonancia con sus intereses profesionales y empresariales es-
pecíficos. Dada la diversidad de actores de los medios de comunicación, estos
intereses también son diversos. […] Los medios corporativos son fundamen-
talmente un negocio, y la mayor parte del negocio se compone de entreteni-
miento, incluidas las noticias. Pero también tienen intereses políticos más am-
plios, ya que se encuentran directamente implicados en la dinámica del
Estado, que es una parte fundamental de su entorno empresarial. Así pues,
las reglas del juego político en los medios de comunicación dependerán de
sus modelos de negocio concretos y de su relación con los actores políticos y
la audiencia. (Castells, 2009: 263)
PARA AMPLIAR
“[…] La política mediática no se limita a las campañas electorales. Es una dimensión cons-
tante y fundamental de la política, practicada por los gobiernos, partidos, líderes y actores
sociales no gubernamentales por igual. Influir en el contenido de las noticias cada día es
uno de los esfuerzos más importantes de los estrategas políticos. Aunque en democracia las
campañas electorales son los momentos realmente decisivos, es el proceso continuado de
información y difusión de imágenes relativas a la política lo que conforma la opinión pública
de una manera difícil de alterar durante los momentos de mayor atención, a menos que se
produzca algún acontecimiento o mensaje espectacular justo antes del momento de tomar
la decisión. De hecho, es habitual que gobiernos y políticos creen o destaquen aconteci-
mientos -el inicio de una crisis con otro país, un gran encuentro internacional (por ejemplo,
los Juegos Olímpicos)- o desvelen la corrupción económica o algún comportamiento ilegal
como estratagema política. Las políticas [públicas] dependen en gran medida de la política.
No sólo porque el poder político determina la capacidad para aplicar políticas, sino porque
estas suelen estar diseñadas pensando en su efecto político” (Castells, 2009: 266 y 267).
El acceso a los medios de comunicación por parte de los actores políticos cons-
tituye un proceso complejo y que dista de ser accesible para el conjunto de
ellos. Es fundamental, dado que sin ese acceso los mensajes de los actores
políticos no llegan a su audiencia. Y ese acceso está bajo el dominio de los
llamados filtros o “gatekeepers”, entre los que se destacan tanto los gobiernos
con sus políticas y acciones regulatorias o de intervención como las empresas
propietarias de los medios.
Existen dos tipos de accesos a los medios de comunicación. Por un lado,
el acceso político a través de las noticias habituales y la programación. Por
otro lado, el acceso privado a través de la publicidad política pagada. Castells
indica que el acceso político “a la programación habitual de radio y televisión
y a la prensa es el factor más importante en la práctica de la política mediáti-
ca” y ese proceso tiene cuatro componentes fundamentales: “el control orga-
nizativo de los organismos gubernamentales o de las empresas”; las “deci-
siones editoriales”; las “opciones de los profesionales del periodismo”; y la
“lógica que conlleva la realización adecuada de la tarea asignada al medio de
comunicación” determinada por la necesidad de “atraer a la audiencia hacia
“[No es que] a la gente en general no le preocupen los temas importantes; […] para que una
audiencia amplia perciba estos asuntos (por ejemplo, la economía, la guerra o la crisis de las
hipotecas), tienen que presentarse en el lenguaje del infoentretenimiento, en su sentido más
amplio: no sólo diversión, sino también tragedias. Vista desde esta perspectiva, la política se
convierte en una política de competición: quién gana, quién pierde, cómo, por qué y cuál
es el último cotilleo o la jugada más sucia. El lenguaje político en los medios reproduce la
jerga competitiva del deporte. […] Además, la información se mueve por el sensacionalis-
mo político: delatar las actividades ilícitas de los poderosos siempre ha sido el consuelo del
pueblo, y ahora puede representarse con una puesta en escena que retransmiten los medios
de masas. Una de las principales características de la política teatral es su personalización.
Una audiencia masiva requiere un mensaje simple. El mensaje más simple es una imagen,
y la imagen más simple con la que la gente más se identifica es un rostro humano. Esto
no significa sólo unos rasgos físicos o el color de una indumentaria; lo más importante es
su carácter tal y como se pone de manifiesto en su aspecto, sus palabras y la información y
los recuerdos que representa. Ello se debe en parte a que a muchos ciudadanos les puede
resultar difícil comprender asuntos políticos complicados mientras que la mayoría confía en
su capacidad para juzgar el carácter, lo que es una respuesta emocional al comportamiento
de las personas encarnado en las narraciones políticas. Así pues, la política mediática es una
política personalizada, o […] «la política centrada en los candidatos» [Martin Wattenberg].
[…] Las tecnologías de los medios de comunicación como «la televisión, el correo directo
y ahora Internet han liberado a los candidatos de su dependencia de los partidos políticos,
lo que permite que las campañas se hagan con independencia de la afiliación al partido».
Quizás sea este el efecto más importante de la política mediática sobre el proceso político,
porque provoca que partidos, sindicatos, ONG y otros actores políticos se congreguen
alrededor de una persona y apuesten por sus posibilidades en el mercado de los medios
políticos” (Castells, 2009: 271 y 272).
CC
[…] En los últimos veinte años, coincidiendo precisamente con la creciente
centralidad de la política mediática, la política personalista ha caracterizado el
proceso político en todo el mundo en detrimento de los partidos estables, las
afinidades ideológicas y las maquinarias políticas. La cuestión es quién elige a
quién. Los medios de comunicación dan a conocer a los líderes y se explayan
en sus enfrentamientos, victorias y derrotas, porque las narraciones necesitan
héroes (el candidato), villanos (el rival) víctimas que hay que rescatar (los ciu-
dadanos). Pero los líderes en ciernes tienen que demostrar que merecen la
atención de los medios utilizando cualquier oportunidad para exhibir sus arti-
mañas (o sus virtudes, para el caso). Para ello crean acontecimientos que obli-
gan a los medios a prestarles atención […]. (Castells, 2009: 272)
En este contexto, adquieren relevancia los dos filtros más importantes que
juegan un papel determinante en el acceso a los medios de comunicación.
Por un lado, el gobierno mediante el “control directo” de los medios a través
de “la censura explícita o por directivas ocultas”, lo que no ocurre solo bajo
gobiernos autoritarios, sino también en regímenes democráticos, en cuyo
marco “los gobiernos a menudo interfieren en el funcionamiento de las com-
pañías de radiodifusión nacionales o de otros canales de comunicación sobre
los que ejercen una influencia económica o indirecta”. En este caso, “el filtro
es estrictamente político y atiende a los intereses del gobierno, de un partido
político en el gobierno o de un político en particular” (Castells, 2009: 273).
Por otro lado, los propietarios y directivos de la empresa dueña de los
medios de comunicación, quienes, sobre la base de “criterios editoriales” que
“normalmente corresponden a intereses empresariales y no a sus preferen-
cias ideológicas”, no impiden “el acceso de opiniones políticas divergentes,
ya que estas aportan la gracia del infoentretenimiento”, pero en ocasiones
aplican “una decisión editorial directa de bloquear el acceso a opiniones o a
actores políticos porque son incompatibles con las estrategias del negocio de
la comunicación” (Castells, 2009: 273 y 274).
Esto ocurre mayormente con los medios de comunicación televisivos y
con la prensa escrita. Pero es diferente de lo que Castells denomina “auto-
comunicación de masas”, que son las nuevas formas de comunicación en
red mediante internet, porque el acceso es prácticamente libre y el bloqueo
excepcional. Sin embargo, tanto internet como los medios de comunicación
de masas constituyen dos plataformas de comunicación distintas, pero com-
parten “una característica clave común en la construcción del campo político:
en ambos casos el proceso de comunicación está moldeado por el mensaje”
(Castells, 2009: 274).
PARA AMPLIAR
Así, el proceso de elaboración del mensaje es lo que sigue luego del acce-
so a los medios. Como señala el mencionado sociólogo, “el mensaje es el
medio” y ese mensaje está moldeado por las características de la política
mediatizada centradas en la “personalización de la política”; las “campañas
electorales centradas en el uso de los medios”; y el “procesamiento diario
de la información política mediante la práctica del spin”, es decir, la actividad
política de los funcionarios, candidatos o dirigentes de “comunicar los asuntos
de tal forma que favorezca sus intereses al tiempo que se busca perjudicar al
adversario” (Castells, 2009: 275). Estas premisas reconfiguraron el campo
político a favor de una forma de instrumentalización de la lucha política en
cuyo marco lo fundamental es ganar y llegar al poder más allá del contenido
de las ideas o proyectos postulados o sostenidos por funcionarios, candidatos
o dirigentes políticos.
CC
El objetivo de la política mediática, como ocurre con toda política, es ganar y
conservar el botín todo el tiempo posible. Esto no significa que el contenido de
la política sea indiferente para los actores políticos. Pero […] alcanzar una po-
sición de poder es la condición previa para llevar a la práctica cualquier pro-
puesta política. Ganar supone que la persona que encarna un proyecto político
(incluidas sus ambiciones personales), respaldada por un partido o coalición
política, efectivamente controla un cargo político y los recursos correspondien-
tes. (Castells, 2009: 275)
Ahora bien, “los mensajes políticos deben superar una gran dificultad para lle-
gar a las mentes de los ciudadanos” y, para ello, debe superarse una cuestión
complicada: “la mayoría de las noticias políticas son ajenas a las preocupacio-
nes de la vida diaria y frecuentemente resultan demasiado complejas para que
los ciudadanos las sigan con el interés necesario para procesarlas y mucho
menos para recordarlas”. Esto significa que debe llevarse a cabo un proceso
de traducción asentado en cierta selectividad y simplificación.
“[…] Cuando las noticias se presentan como infoentretenimiento, lo que incluye su per-
sonalización en una figura política concreta de forma que conecte con las emociones e
intereses del receptor, se procesan más fácilmente y se conservan en la memoria. Por tanto,
la producción del mensaje tiene que plantearse como una negociación entre las caracterís-
ticas y los valores del político y las características y valores de la audiencia objetivo. Es lo
que ocurre en las campañas electorales y en la política del día a día. Los actores políticos
diseñan su estrategia adaptando los mensajes para inducir la conexión más favorable entre
su líder político y el electorado, teniendo en cuenta el formato concreto de las distintas
plataformas de comunicación: televisión, radio, prensa, Internet, SMS, publicidad pagada,
entrevistas en los medios, debates políticos y otras. La precisión de la estrategia depende
de un análisis cuidadoso que se basa en la sociología del electorado potencial. También es
cierto que depende de las características de la figura política. Pero son los políticos los que
controlan los recursos para competir, de forma que adaptarán su estrategia a lo que son y no
al revés. Hasta que pierden, naturalmente. Entonces sus tropas encuentran nuevas figuras
prometedoras” (Castells, 2009: 276).
CC
[…] La articulación de los mensajes […] depende de los intereses y valores de
la coalición sociopolítica construida en torno a actores políticos concretos. El
contenido y el formato de los proyectos políticos se deciden cada vez más con
la ayuda de think tanks que reúnen a expertos, teóricos, estrategas políticos y
especialistas mediáticos en el diseño y la práctica de la política. El uso de ba-
ses de datos, mensajes a grupos concretos de destinatarios y seguimiento de
los sondeos debe entenderse en el contexto de una perspectiva más amplia
[…]: la formación de think tanks y políticos responsables del análisis de las
tendencias, de comprender los mecanismos cognitivos de la gente y aplicar los
resultados de sus estudios para diseñar tácticas eficientes a fin de ganar elec-
ciones, mantenerse en el cargo y solventar con éxito grandes batallas políticas
como la política sanitaria, la energética o el derecho al aborto […] o la reforma
del estado de bienestar […]. (Castells, 2009: 277)
CC
[…] El mensaje es único: el propio político. Las encarnaciones del candidato en
distintos formatos varían con la población objetivo. Por supuesto, siempre den-
tro de los límites de evitar contradicciones evidentes entre la imagen proyecta-
da a los distintos grupos, espacios y momentos. Los grupos de trabajo sirven
para afinar los mensajes, y los sondeos proporcionan la forma de medir la efi-
cacia de estos en tiempo real y de seguir la evolución de la opinión pública. No
obstante, los sondeos por sí mismos no son una herramienta muy sofisticada
de navegación política porque sólo muestran la valoración del político por la
opinión pública y los aspectos positivos y negativos de su mensaje. Es la com-
binación de sondeos y análisis sociológico de los datos lo que proporciona la in-
terpretación de las tendencias en tiempo real y aumenta las posibilidades de
modificar una evolución desfavorable actuando sobre las actitudes latentes
con nuevas oleadas de mensajes diferenciados para cada categoría social.
(Castells, 2009: 283)
CC
[…] Las elecciones son momentos concretos de la vida política que funcionan
sobre la base de una construcción diaria de significado que estructura los inte-
reses y valores de los ciudadanos. Las campañas electorales actúan sobre las
predisposiciones de los votantes activando o desactivando los procesos emoti-
vos y cognitivos […], con el fin de lograr los objetivos de la campaña.
Independientemente de la ideología y la retórica del discurso político, una sola
cosa importa a los partidos políticos y a los candidatos en campaña: ganar.
Todo lo demás es secundario. Ello implica que las propuestas políticas tienen
que elaborarse como mensajes políticos que consigan el respaldo del electora-
do. (Castells, 2009: 304 y 305)
CC
[…] El aumento de la financiación política no se debe sólo a las crecientes ne-
cesidades de unas campañas políticas que disponen de fondos limitados. En
realidad, es un mecanismo de influencia de las empresas y de otros grupos de
interés en la política a todos los niveles de gobierno. La oferta parece ser in-
cluso mayor que la demanda. Los políticos pueden permitirse políticas caras
porque disponen de abundantes fondos procedentes de grupos de presión y
de donantes. De hecho, algunos políticos ni siquiera pueden gastar todo el di-
nero que reciben, por lo que llevan un tren de vida extravagante que justifican
mediante contabilidad creativa […]. (Castells, 2009: 390 y 391)
LECTURA OBLIGATORIA
1.
2.
Teorías de la democracia
Objetivos
•• Esbozar una definición amplia y abarcativa del concepto de democracia.
•• Describir el rol que cumple la democracia en las sociedades contemporá-
neas, así como también el rol histórico que cumplió en tiempos pasados.
•• Reflexionar al respecto de las transformaciones que se produjeron en torno
a la democracia durante los últimos años.
•• Diferenciar entre los modelos clásicos de democracia y los modelos pro-
pios de la actualidad.
“La historia del intento de restringir el significado de «el pueblo» a ciertos grupos es larga
y significativa. Entre estos grupos destacan entre otros: los propietarios, los hombres blan-
cos, los hombres educados, los varones, aquellos con determinadas capacidades u ocupa-
ciones, o los adultos. La historia de las distintas concepciones y debates acerca de qué se
debe considerar como «gobierno» del pueblo es también interesante. El abanico de posi-
ciones posibles incluye, tal como resumió útilmente un comentarista:
1. Todos deberían gobernar, en el sentido de que todos deberían participar en la pro-
mulgación de las leyes, la toma de decisiones respecto a la política general, la aplica-
ción de las leyes y la administración gubernamental.
2. Todos deberían participar personalmente en la toma de decisiones cruciales, es decir,
en las decisiones acerca de las leyes generales y las cuestiones de política general.
3. Los gobernantes deberían ser responsables ante los gobernados; en otras palabras,
deberían estar obligados a justificar sus acciones ante los gobernados y poder ser des-
tituidos por los gobernados.
4. Los gobernantes deberían ser responsables ante los representantes de los gobernados.
5. Los gobernantes deberían ser elegidos por los gobernados.
6. Los gobernantes deberían ser elegidos por los representantes de los gobernados.
7. Los gobernantes deberían actuar en interés de los gobernados” (Held, 1992: 17).
Al respecto, Giovanni Sartori considera que “el pueblo […] no puede literal-
mente consistir en todo el mundo, pero no puede tampoco quedar reducido
a la mayor parte de la ciudadanía”. En efecto, “el pueblo se divide en una
mayoría y una minoría en el proceso de adopción de decisiones y a fin de que
se tomen decisiones”. Pero el criterio de la mayoría no debería transformarse
en “la norma de la mayoría absoluta” debido a que, en ese caso, una parte
del pueblo, la minoría, “se convierte en un no pueblo, en una parte excluida”.
CC
[…] Cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple,
esa asimilación convierte un sector del demos en un no-demos. A la inversa, la
democracia concebida como un gobierno mayoritario limitado por los derechos
de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de
la mayoría y la minoría. Debido a que precisamente el gobierno de la mayoría
está limitado, todo el pueblo (todos los que tienen derecho al voto) está siem-
pre incluido en el demos. (Sartori, 1987: 57)
CC
En una democracia representativa, las elecciones son el mecanismo principal
por el que el pueblo ejerce sus derechos soberanos de participar en la política
y hacer que sus representantes electos den cuenta de sus acciones. En el
mundo contemporáneo, la democracia representativa es principalmente una
democracia electoral. Las elecciones, al posibilitar la remoción de los gober-
nantes, constituyen la forma más importante de rendición de cuentas en una
democracia. (Sodaro, 2010: 134)
CC
[…] El Estado liberal no solamente es el supuesto histórico sino también jurídi-
co del Estado democrático. El Estado liberal y el Estado democrático son inter-
dependientes en dos formas: 1) en la línea que va del liberalismo a la demo-
cracia, en el sentido de que son necesarias ciertas libertades para el correcto
ejercicio del poder democrático; 2) en la línea opuesta, la que va de la demo-
cracia al liberalismo, en el sentido de que es indispensable el poder democráti-
co para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades fundamenta-
les. En otras palabras: es improbable que un Estado no liberal pueda asegurar
un correcto funcionamiento de la democracia, y por otra parte es poco proba-
ble que un Estado no democrático sea capaz de garantizar las libertades fun-
damentales. La prueba histórica de esta interdependencia está en el hecho de
que el Estado liberal y el Estado democrático cuando caen, caen juntos.
(Bobbio, 1996: 15 y 16)
“[...] Se entiende por «democracia» un conjunto de reglas (las llamadas «reglas del juego»)
que permiten la más amplia y más segura participación de la mayor parte de los ciudadanos,
sea de forma directa, sea de forma indirecta, en las decisiones políticas, en las decisiones
de interés de toda la colectividad. Las reglas son más o menos las siguientes: a) todos los
ciudadanos que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de raza, religión, con-
dición económica, sexo, etc., deben gozar de los derechos políticos, esto es, del derecho de
expresar con el voto la propia opinión y/o elegir quien la exprese por él; b) el voto de todos
los ciudadanos debe tener igual peso, esto es, debe valer por uno; c) todos los ciudadanos que
gozan de los derechos políticos deben ser libres de votar según su propia opinión, formada lo
más libremente posible, esto es, en una libre competencia entre grupos políticos organizados
que compiten entre sí para unir demandas y transformarlas en deliberaciones colectivas; d)
deben ser libres, también, en el sentido de que deben ser colocados en condiciones de tener
alternativas reales, esto es, de poder escoger entre varias soluciones; e) tanto para las delibe-
raciones colectivas como para las elecciones de representantes, vale el principio de mayoría
numérica, mismo que puedan establecerse diversas formas de la mayoría numérica (relativa,
absoluta, calificada) en determinadas circunstancias previamente establecidas; f) ninguna
decisión tomada por la mayoría debe limitar los derechos de la minoría, en particular el
derecho de tornarse, en igualdad de condiciones, en mayoría” (Bobbio, 1991: 34).
CC
El problema central a que se enfrentaba la teoría política liberal era reconciliar
el concepto de Estado, como estructura de poder impersonal circunscrita legal-
mente, con una nueva concepción de los derechos, obligaciones y deberes de
los súbditos. La cuestión era cómo relacionar al «Estado soberano» con el
«pueblo soberano», reconocido como fuente legítima del poder del Estado. La
mayor parte de la teoría liberal y liberal democrática se ha enfrentado al dile-
ma de encontrar un equilibrio entre la fuerza y el derecho, el poder y la ley, los
deberes y los derechos. Puesto que, si bien el Estado debe tener el monopolio
del poder de coerción para proporcionar unas bases seguras sobre las que el
«libre intercambio», los negocios y la vida familiar puedan prosperar, su capaci-
dad coercitiva y reguladora debe ser contenida de tal forma que sus represen-
tantes no interfieran en la libertad política y social de los ciudadanos individua-
les, ni en la persecución, en competencias unos con otros, de sus intereses
particulares. (Held, 1992: 59)
CC
Son parte integrante del estado de derecho en sentido profundo, que es el pro-
pio de la doctrina liberal, todos los mecanismos constitucionales que impiden
u obstaculizan el ejercicio arbitrario o ilegítimo del poder y dificultan o frenan el
abuso, o el ejercicio ilegal. Los más importantes de estos mecanismos son: 1)
el control del poder ejecutivo por parte del poder legislativo o más exactamen-
te del gobierno al que corresponde el poder ejecutivo de parte del parlamento
al que toca en última instancia el poder legislativo y la orientación política; 2)
el control eventual del parlamento en el ejercicio del poder legislativo ordinario
por parte de una corte jurisdiccional a la que se pide el establecimiento de la
Con relación a las funciones del Estado, Bobbio reivindica al “Estado mínimo”,
es decir, un Estado “con funciones limitadas en el mantenimiento del orden
público interno e internacional” frente al individuo y principalmente en todo lo
referido a la esfera religiosa y económica de ese individuo. El Estado constitu-
ye un “mal” necesario y, como tal, “debe entrometerse lo menos posible en
la esfera de acción de los individuos (Bobbio, 1992c: 22).
Held define a este modelo como democracia protectora, dado que se asien-
ta en el principio básico de protección de los individuos frente a los gober-
nantes o poderes estatales y frente a sus semejantes, asegurándose de que
esos gobernantes lleven a cabo políticas o medidas tendientes al resguardo
y al desarrollo de las personas. “Los gobernantes deben responder ante los
gobernados a través de mecanismos políticos (entre otros, el voto secreto,
votaciones regulares, la competencia entre representantes políticos) que pro-
porcionan a los ciudadanos los medios adecuados para escoger, autorizar y
controlar las decisiones políticas”, sostiene este autor (1992: 80).
Rafael del Águila ratifica estos rasgos de lo que denomina como modelo
“liberal-protector” y destaca que lo fundamental en esta visión es el control
del poder porque este es necesario, pero “extremadamente peligroso”.
“El principio básico del modelo liberal protector de democracia consiste en definir a esta
como un régimen político que permite la protección de cada ciudadano respecto de la acción
de otros individuos y de todos ellos respecto de la acción del Estado, con lo que se conse-
guiría el máximo de libertad para cada uno. La idea del liberalismo es que la justificación de
la democracia consiste en su contribución a la libertad, al desarrollo y al bienestar de cada
ciudadano individualmente considerado. […]. El modelo liberal protector de democracia
se asocia a una serie de instituciones tales como: 1) los derechos civiles (protección de la inti-
midad, la propiedad, la esfera privada, la libertad de conciencia, la libertad de expresión,
etc.); 2) la división de poderes (haciendo que unos poderes sometan a escrutinio a otros, se
contrapesen y equilibren mutuamente impidiendo la concentración del poder y sus abusos);
3) las divisiones territoriales del poder (haciendo que los contrapesos y equilibrios entre pode-
res tengan también base territorial y no sólo institucional); el control de la legalidad (de los
actos del gobierno o de la administración, sometiéndolos a reglas –leyes– que les impidan
extralimitarse); 5) el consentimiento de los gobernados (lo que garantizaría que el orden político
democrático responde a los intereses de los ciudadanos); 6) el control de los representantes
(sometiéndolos a elecciones periódicas o al principio de publicidad de sus deliberaciones
o sus decisiones); 7) la representación en el Estado de los intereses de los ciudadanos (lo que
permitiría asegurar la presencia en el proceso de toma de decisiones de todos los intereses
relevantes y además evitaría la falta de mesura a la que podía conducir, según esta lectura
liberal-protectora, un exceso de participación directa de los ciudadanos); etc. Todos estos
y otros instrumentos están inspirados por un idéntico motivo: hay que controlar al poder
porque, si bien este es necesario, es también extremadamente peligroso. La primera inten-
ción liberal era impedir la tiranía y sus usos políticos […]” (Del Águila, 2003: 142 y 143).
Por cierto, debido a que la soberanía reside en el pueblo, pero las funciones
del Estado son legítimamente ejercidas por sus representantes, el modelo
democrático-liberal configura la más clara expresión de la democracia indirecta
o representativa. En él, esos representantes son seleccionados a través de
elecciones regulares asentadas en el voto secreto y en la libre competencia
entre líderes o partidos. El gobierno es ejercido por los beneficiarios de la
mayoría de los votos ciudadanos.
CC
En términos generales la expresión “democracia representativa” quiere decir
que las deliberaciones colectivas, es decir, las deliberaciones que involucran a
toda la colectividad, no son tomadas directamente por quienes forman parte
de ella, sino por personas elegidas para este fin […]. Un Estado representativo
es un Estado en el que las principales deliberaciones políticas son realizadas
por los representantes elegidos -no importa si los órganos donde se efectúan
tales deliberaciones sean el Parlamento, el presidente de la república, el
Parlamento junto con los consejos regionales, etc. (Bobbio, 1996: 34)
CC
[…] La voluntad general puede dirigir por sí sola las fuerzas del Estado según el
fin de su institución, que es el bien común; porque si la oposición de los intere-
ses particulares ha hecho necesario el establecimiento de las sociedades, el
acuerdo de estos mismos intereses es lo que lo ha hecho posible. Esto es lo
que hay de común en estos diferentes intereses que forman el vínculo social; y
si no existiese un punto en el cual se armonizasen todos ellos, no hubiese podi-
do existir ninguna sociedad. Ahora bien, sólo sobre este interés común debe ser
gobernada la sociedad. […] No siendo la soberanía sino el ejercicio de la volun-
tad general, no puede enajenarse jamás, y el soberano, que no es sino un ser
colectivo, no puede ser representado más que por sí mismo: el poder es suscep-
tible de ser transmitido, más no la voluntad. (Rousseau, 2007: 55)
“[…] No ha existido nunca verdadera democracia, y […] no existirá jamás, pues es contrario
al orden natural que el mayor número gobierne y el pequeño sea gobernado. No se puede
imaginar que el pueblo permanezca siempre reunido para ocuparse de los asuntos públicos,
y se comprende fácilmente que no podría establecer para esto comisiones sin que cambiase la
forma de la administración. […] ¡Cuántas cosas difíciles de reunir no supone este gobierno!
Primeramente, un Estado muy pequeño, en que el pueblo sea fácil de congregar y en que
cada ciudadano pueda fácilmente conocer a los demás; en segundo lugar, una gran senci-
llez de costumbres, que evite multitud de cuestiones y de discusiones espinosas; además,
mucha igualdad en las categorías y en la fortuna, sin lo cual la igualdad no podría subsistir
por largo tiempo en los derechos y en la autoridad; en fin, poco o ningún lujo, porque
este, o es efecto de las riquezas, o las hace necesarias; corrompe a la vez al rico y al pobre: a
uno, por su posesión, y al otro, por la envidia; entrega la patria a la molicie, a la vanidad;
quita al Estado todos sus ciudadanos, para esclavizarlos unos a otros y todos a la opinión”
(Rousseau, 2007: 95 y 96).
CC
[…] El único gobierno que satisface por completo todas las exigencias del es-
tado social es aquel en el cual tiene participación el pueblo entero; que toda
participación, aún en las más humildes de las funciones públicas, es útil; que,
por tanto, debe procurarse que la participación en todo sea tan grande como lo
permita el grado de cultura de la comunidad; y que, finalmente, no puede exi-
girse menos que la admisión de todos a una parte de la soberanía. Pero pues-
to que en toda comunidad que exceda los límites de una pequeña población
nadie puede participar personalmente sino de una porción muy pequeña de los
asuntos públicos, el tipo ideal de un gobierno perfecto es el gobierno represen-
tativo. (Mill, 1998: 150)
Asimismo, los ciudadanos debían participar en las diferentes ramas del gobier-
no local y la administración de justicia, pero siempre mediante el voto y a
través del criterio básico de representatividad. No obstante, retomando los
principios del pensamiento liberal, Mill sostenía que dicho gobierno debía orga-
nizarse en el marco de la división de poderes y del estado de derecho, no solo
en función de garantizar y proteger los derechos individuales, especialmente
los relacionados con la libertad de pensamiento, sentimientos, discusión,
manifestación, publicación, gustos, etc., sino también en función de promover
el desarrollo individual. Ello suponía una ciudadanía activa, informada y com-
prometida con la vida social y política (Held, 1992: 109 y ss.).
Llegado el siglo XX, se impuso en el pensamiento político una concepción
un tanto más pesimista acerca de la democracia, en particular, sobre la posi-
bilidad de la participación democrática de las personas. La democracia fue
entendida como un método de selección de las élites rivales que compiten
entre sí y cuyo resultado hará que una de ellas triunfe y quede encargada de
ejercer el gobierno de la sociedad. Held califica a esta visión de democracia
elitista competitiva y Del Águila de pluralista-competitiva.
CC
[…] La democracia en este modelo [pluralista-competitivo] podría caracterizarse por:
1) Ser un sistema para elegir élites adecuadamente preparadas y autorizar gobier-
nos, y no, en cambio, un tipo de sociedad o de régimen que debiera cumplir objeti-
vos morales (tales como el autogobierno o la protección de los individuos, por ejem-
plo). 2) El sistema de selección de élites consiste en la competencia entre dos o
más grupos autoelegidos de políticos (organizados normalmente como partidos polí-
ticos) que se disputan el voto de los ciudadanos con una cierta periodicidad. 3) El
papel de los votantes no es el de deliberar y decidir sobre cuestiones políticas y des-
pués elegir representantes que las pongan en práctica, más bien se trata de elegir a
las personas que adoptarán de hecho esas decisiones. (Del Águila, 2003: 149)
CC
[…] El papel del pueblo es crear un gobierno o algún otro organismo interme-
diario, el cual crearía, a su vez, un ejecutivo nacional o gobierno. Entonces […]
método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisio-
nes políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio
de una lucha de competencia por el voto del pueblo. (Schumpeter, 1996: 343)
“[…] Para que un gobierno responda durante un período de tiempo dado a las prefe-
rencias de sus ciudadanos sin distinciones políticas, todos ellos deben tener igual dad de
oportunidades para:
1. Formular sus preferencias.
2. Manifestar públicamente dichas preferencias entre sus partidarios y ante el gobierno,
individual y colectivamente.
3. Recibir por parte del gobierno igualdad de trato; es decir, este no debe hacer discri-
minación alguna por causa del contenido o del origen de tales preferencias”. (Dahl,
1989b: 13 y 14)
CC
[…] El derecho a votar en elecciones libres e imparciales reúne las dos dimen-
siones [debate político y capacidad de representación]. Cuando un régimen ga-
rantiza este derecho a algunos de sus ciudadanos, se abre a un debate públi-
co más amplio. Pero el régimen será tanto más representativo cuanto mayor
sea el número de ciudadanos que gocen de este derecho. (Dahl, 1989b: 15)
PARA AMPLIAR
AA textos.
Dahl, R. (1991), La democracia y sus críticos, Paidós, Buenos Aires.
Dahl, R. (1999), La democracia. Una guía para los ciudadanos,
Taurus, Madrid.
<https://www.youtube.com/watch?v=oPl4LkLH8_w>
(Traducir mediante la herramienta «subtítulos» de la plataforma
Youtube)
de participar en idéntica condición que los otros miembros; y el derecho, junto con otros
miembros, de ejercer el control de la agenda. Por ende, la democracia es más que un mero
procedimiento político; necesariamente, también es un sistema de derechos fundamentales”
(Dahl, 2004: 45 y 46).
“Entre las más importantes [instituciones políticas], como es natural, se encuentra la ins-
titución misma de la representación, mediante la cual todas las decisiones y las políticas
de gobierno importantes son formuladas por funcionarios elegidos por el pueblo, que
rinden cuenta al electorado de su accionar. Otras instituciones importantes incluyen:
Elecciones libres, limpias y periódicas. Los ciudadanos pueden participar en dichas
elecciones tanto en calidad de votantes como de candidatos (si bien pueden imponerse
restricciones en términos de edad y residencia).
Libertad de expresión. Los ciudadanos pueden expresarse en público sobre una amplia
gama de temas políticamente relevantes sin temor al castigo.
Fuentes de información independientes. Existen fuentes de información política que no
se hallan bajo control del gobierno ni de grupo único alguno y cuyos derechos a publicar
información o difundirla de otro modo están protegidos por ley; es más, todos los ciuda-
danos tienen derecho a buscar y emplear dichas fuentes de información.
Libertad de asociación. Los ciudadanos tienen el derecho de formar organizaciones
políticas independientes y participar en ellas, incluidos los partidos y los grupos de interés.
[…] La relación entre estas instituciones y las características de una democracia ideal
que se realiza a través de aquellas puede resumirse de la siguiente manera. En una asociación
del tamaño de un Estado-nación, la representación resulta necesaria para la participación
efectiva y el control ciudadano del programa de acción; las elecciones libres, limpias y
periódicas también son necesarias para la participación efectiva y la igualdad de votos; y la
libertad de expresión, las fuentes independientes de información y la libertad de asociación
son todas necesarias para una participación efectiva, un electorado informado y el control
ciudadano del programa de acción” (Dahl, 2004: 46 y 47).
LECTURA OBLIGATORIA
PARA AMPLIAR
En los años noventa, Cornelius Castoriadis marcó con contundencia las limi-
taciones de una interpretación de democracia asentada exclusivamente en la
idea de libertad negativa, en particular, porque dicha perspectiva se basa en
una disyunción infranqueable, por un lado, entre el Estado y el gobierno y, por
el otro lado, entre las personas y la sociedad.
CC
No hay duda de que el despliegue y la realización de esa libertad [libertad ne-
gativa] presupone disposiciones institucionales muy precisas, incluyendo cier-
tamente disposiciones «formales» y «de procedimientos»: los derechos indivi-
duales [...], las garantías judiciales [...], la separación de poderes, etcétera.
Pero las libertades que resultan son estrictamente defensivas. Todas esas dis-
posiciones presuponen –es el postulado tácito más o menos general en lo que
se conoce como filosofía política moderna– que enfrente hay un poder extraño
a la colectividad, que no se puede desplazar ni mermar, por esencia hostil y pe-
ligroso, cuya fuerza se trata de limitar en lo posible. (Castoriadis, 1995: 71)
CC
Libertad al amparo de la ley -autonomía- significa participación en la posición
de la ley. Es una tautología decir que esta participación sólo realiza su libertad
si es posible para todos por igual, no en la letra de la ley, sino en la efectividad
social. Resulta entonces de inmediato la absurda oposición entre igualdad y li-
bertad, con la que nos machacan los oídos desde hace décadas. A menos que
se tomen como acepciones totalmente aparentes, ambas nociones se impli-
can recíprocamente. La posibilidad efectiva y equitativa de participar exige la
concesión efectiva para todos de las condiciones de cualquier orden de esta
participación. Las implicaciones de esto son a todas luces inmensas; abarcan
una parte considerable de la institución global de la sociedad [...]. No es posi-
ble entonces realizar aún una “democracia de procedimientos” que no sea un
fraude, a menos que se intervenga profundamente en la organización sustanti-
va de la vida social. (Castoriadis, 1995: 71)
CC
La democracia es en primer lugar el régimen político que permite a los actores
sociales formarse y obrar libremente. Los principios constitutivos de la demo-
cracia son los que rigen la existencia de los actores sociales mismos. Sólo hay
actores sociales si se combinan la conciencia interiorizada de derechos perso-
nales y colectivos, el reconocimiento de la pluralidad de los intereses y las
ideas, especialmente de los conflictos entre dominadores y dominados y, final-
mente, la responsabilidad de cada uno respecto de orientaciones culturales
comunes. Esto se traduce, en el orden de las instituciones políticas, en tres
principios: el reconocimiento de los derechos fundamentales, que el poder de-
be respetar, la representatividad social de los dirigentes y de su política y, por
último, la conciencia de la ciudadanía, de pertenecer a una colectividad funda-
da en el derecho. (Touraine, 1994: 321)
CC
Es en el momento en que se reconoce y se garantiza a través de instituciones
políticas y por la ley la distancia que separa al Estado de la vida privada cuan-
do existe democracia. Esta no se reduce a procedimientos, porque representa
un conjunto de mediaciones entre la unidad del Estado y la multiplicidad de los
actores sociales. Es preciso que sean garantizados los derechos fundamenta-
les de los individuos; es preciso, también, que estos se sientan ciudadanos y
participen en la construcción de la vida colectiva. Es necesario, por lo tanto,
que los dos mundos –el Estado y la sociedad civil–, que deben mantenerse se-
parados, estén igualmente ligados uno al otro por la representatividad de los
dirigentes políticos. (Touraine, 1995b: 43)
CC
La pluralidad de los actores políticos es inseparable de la autonomía y del pa-
pel determinante de las relaciones sociales. Una sociedad política que no re-
conoce esta pluralidad de las relaciones y los actores sociales no puede ser
democrática, aun si [...] el gobierno o el partido en el poder insisten en la ma-
yoría que los apoya y, por lo tanto, sobre su sentido del interés general.
(Touraine, 1995b: 43)
“Si bien los teóricos políticos de la democracia liberal a menudo divergieron en varios énfa-
sis, sus perspectivas –moderadas y radicales– siempre han tenido ciertos elementos en común
[…]. Estos incluyen: 1. La protección del uso arbitrario de la autoridad política y el poder
coercitivo (lo cual supone el respeto de la privacidad en todos los asuntos que no impliquen
un «daño» potencial y demostrable contra los demás). 2. La participación de los ciudadanos
en la determinación de las condiciones de su asociación por medio de la expresión de su con-
sentimiento respecto del mantenimiento y la legitimidad de las instituciones regulativas (lo
cual supone el respeto de la autenticidad y la razonabilidad de los juicios de los individuos).
3. La creación de las mejores circunstancias para que los ciudadanos puedan desarrollar su
naturaleza y expresar sus diversas cualidades (lo cual supone el respeto de las capacidades de
los individuos, su aptitud para aprender y explotar sus potencialidades). 4. La expansión de
las oportunidades económicas con el propósito de maximizar la responsabilidad de recursos
(lo cual supone que cuando los individuos se liberen de las cargas impuestas por las necesi-
dades físicas no satisfechas son más capaces de realizar sus fines)” (Held, 1998: 186 y 187).
“Llamo elecciones limpias a las que son competitivas, libres, igualitarias, decisivas e inclu-
yentes, y en las que puedan votar los mismos que, en principio, tienen el derecho de ser
elegidos, o sea, los que gozan de ciudadanía política. Si las elecciones son competitivas,
los votantes tienen ante sí por lo menos seis opciones: votar por el partido A; votar por
el partido B; no votar; votar en blanco; emitir un voto nulo; o adoptar un procedimiento
aleatorio para determinar cuál de las opciones anteriores pondrán en práctica. Además, los
dos partidos (como mínimo) que compiten deben contar con razonables oportunidades para
hacer conocer sus posiciones a todos los votantes, potenciales o efectivos. El voto también
debe ser libre, en el sentido de que los ciudadanos no son coaccionados al votar ni al tomar
sus decisiones acerca de a quién votar. Para que las elecciones sean igualitarias, todos los
votos deben computarse igualmente y sin fraude, independientemente de la posición social
u otras calificaciones de cada votante. Por último, las elecciones deben ser decisivas, en
varios sentidos. Uno, que los ganadores puedan ocupar los cargos correspondientes. Dos,
que los funcionarios electos, basándose en la autoridad que normalmente se asigna a sus
cargos, puedan tomar las correspondientes decisiones de políticas públicas. Tres, que esos
funcionarios concluyan sus mandatos en el plazo y/o en las condiciones estipuladas por el
correspondiente marco institucional. Que las elecciones sean competitivas, libres, igualitarias
y decisivas implica […] que los gobernantes puedan perderlas y –agrego– deben acatar el
resultado” (O’Donnell, 2007: 32 y 33).
CC
La ciudadanía política consiste en la asignación legal y el goce efectivo de los
derechos y obligaciones implicados por la apuesta democrática: participación
en elecciones limpias e institucionalizadas y libertades “políticas” concomitan-
tes. Un régimen democrático (o democracia política, o poliarquía) presupone:
a) un Estado que delimita dentro de su territorio quiénes son considerados ciu-
dadanos políticos; y b) un sistema legal de ese mismo Estado que asigna la
ciudadanía política sobre una base universalista e incluyente. (O’Donnell,
2007: 48)
CC
La democracia política tiene cuatro características específicas que la diferencian
de todos los demás tipos políticos: 1) elecciones limpias e institucionalizadas;
2) una apuesta incluyente y universalista; 3) un sistema legal que promulga y
respalda –al menos– los derechos y libertades incluidos en la definición de un
régimen democrático; y 4) un sistema legal que excluye la posibilidad de legibus
solutus [esto es, alguien (un dictador, un rey, un partido de vanguardia, una junta
militar, una teocracia, etc.) que puedan anular o suspender las reglas legales
existentes, incluidas las que regulan su propia autoridad]. Las dos primeras ca-
racterísticas corresponden al régimen, la tercera y la cuarta al Estado, en espe-
cial, el sistema legal que es parte del mismo. (O’Donnell, 2007: 73)
PARA AMPLIAR
CC
[…] ¿Cuánta igualdad económica y social puede generar la democracia? ¿Cuán
eficaces puede hacer los distintos tipos de participación? ¿Cuán efectivamen-
te puede equiparar a los gobiernos para que actúen según los mejores intere-
ses de los ciudadanos, y a los ciudadanos para que controlen a los gobiernos?
¿Hasta dónde puede proteger a todos al mismo tiempo, a unos de otros y del
gobierno? ¿Qué debemos esperar de la democracia? ¿Qué sueños son realis-
tas y cuáles son fútiles? (Przeworski, 2010: 34)
PARA AMPLIAR
LECTURA OBLIGATORIA
1.
2.
3.
CC
La democracia, con todos sus cambiantes significados, ha enfrentado repetida-
mente cuatro desafíos que, en la actualidad, continúan provocando una insatis-
facción intensa y muy extendida. Esos desafíos son: (1) la incapacidad de ge-
nerar igualdad en el terreno socioeconómico, (2) de hacer sentir a la gente que
su participación política es efectiva, (3) de asegurar que los gobiernos hagan
lo que se supone que deben hacer y no hagan lo que no se les ha mandado
hacer, y (4) de equilibrar orden con no interferencia. Y, sin embargo, al mismo
tiempo la democracia siempre vuelve a despertar nuestras esperanzas.
(Przweworski, 2010: 33 Y 34)
CC
Partiendo de la hipótesis del individuo soberano que, al ponerse de acuerdo
con otros individuos igualmente soberanos, crea la sociedad política, la doctri-
na democrática había ideado un Estado sin cuerpos intermedios, [...] una so-
ciedad política en la que, entre el pueblo soberano, compuesto por muchos in-
dividuos (un voto por cabeza) y sus representantes, no existiesen las
sociedades particulares [...]. Lo que ha sucedido en los Estados democráticos
es exactamente lo opuesto: los grupos se han vuelto cada vez más los sujetos
políticamente pertinentes, las grandes organizaciones, las asociaciones de la
más diferente naturaleza, los sindicatos de las más diversas actividades, los
partidos de las más diferentes ideologías y, cada vez menos, los individuos. No
son los individuos sino los grupos los protagonistas de la vida política en una
sociedad democrática, en la que ya no hay un solo soberano, ni el pueblo o la
nación, compuesto por individuos que adquirieron el derecho de participar di-
recta o indirectamente en el gobierno, el pueblo como unidad ideal (o mística),
sino el pueblo dividido objetivamente en grupos contrapuestos, en competen-
cia entre ellos, con su autonomía relativa con respecto al gobierno central (au-
tonomía que los individuos específicos perdieron y que jamás han recuperado
más que en un modelo ideal de gobierno democrático que siempre ha sido re-
futado por los hechos). (Bobbio, 2007: 17 y 18).
CC
La democracia moderna, nacida como democracia representativa, en contrapo-
sición a la democracia de los antiguos, debería haber sido caracterizada por la
representación política, es decir, por una forma de representación en la que el
representante, al haber sido llamado a velar por los intereses de la nación, no
puede ser sometido a un mandato obligatorio. El principio en el que se basa la
representación política es exactamente la antítesis de aquel en el que se fun-
damenta la representación de los intereses, en la que el representante, al te-
ner que velar por los intereses particulares del representado, está sometido a
un mandato obligatorio [...]. [Sin embargo], jamás una norma constitucional ha
sido tan violada como la prohibición de mandato imperativo; jamás un principio
ha sido tan menospreciado como el de la representación política. Pero en una
sociedad compuesta por grupos relativamente autónomos, que luchan por la
supremacía para hacer valer sus intereses en contra de otros grupos, tal nor-
ma, tal principio, ¿hubiera podido ser realizado? Por encima del hecho de que
cada grupo tiende a identificar los intereses nacionales con los intereses del
propio grupo ¿existe algún criterio general que permita distinguir el interés ge-
neral del interés particular de este o de aquel grupo, o de la combinación de in-
tereses particulares de grupos que se ponen de acuerdo entre ellos en detri-
mento de otros? Quien representa intereses particulares tiene siempre un
mandato imperativo. ¿Dónde podemos encontrar un representante que no re-
presente intereses particulares? La respuesta es obvia, no lo vamos a encon-
CC
[...] El principio fundamental del pensamiento democrático siempre ha sido la
libertad entendida como autonomía, es decir, como capacidad de legislar para
sí mismo, [...] que debería tener como consecuencia la plena identificación en-
tre quien pone y quien recibe una regla de conducta y, por tanto, la eliminación
de la tradicional distinción, en la que se apoya todo el pensamiento político,
entre gobernados y gobernantes. La democracia representativa, que es la úni-
ca forma de democracia existente y practicable, es en sí misma la renuncia al
principio de la libertad como autonomía. [...] Naturalmente la presencia de éli-
tes en el poder no borra la diferencia entre regímenes democráticos y regíme-
nes autocráticos [...] No puedo olvidar que uno de los partidarios de esta inter-
pretación, Joseph Schumpeter, captó perfectamente el sentido cuando sostuvo
que la característica de un gobierno democrático no es la ausencia de élites si-
no la presencia de muchas élites que compiten entre ellas por la conquista del
voto popular [...]. (Bobbio, 2007: 20 y 21)
CC
[...] La democracia moderna nació como método de legitimación y de control
de las decisiones políticas en sentido estricto, o de “gobierno” propiamente di-
cho, tanto nacional como local, donde el individuo es tomado en consideración
en su papel general de ciudadano y no en la multiplicidad de sus papeles es-
pecíficos de feligrés de una iglesia, de trabajador, de estudiante, de soldado,
de consumidor, de enfermo, etc. Después de la conquista del sufragio univer-
sal, si todavía se puede hablar de una ampliación del proceso de democratiza-
ción, dicha ampliación se debería manifestar, no tanto en el paso de la demo-
cracia representativa a la democracia directa, como se suele considerar,
cuanto en el paso de la democracia política a la democracia social, no tanto en
la respuesta a la pregunta ¿quién vota? como en la contestación a la interro-
gante ¿dónde vota? [...]. (Bobbio, 2007: 21)
CC
Es bien conocido que la democracia nació bajo la perspectiva de erradicar para
siempre de la sociedad humana el poder invisible, para dar vida a un gobierno
cuyas acciones deberían haber sido realizadas en público [...]. Una de las razo-
nes de la superioridad de la democracia con respecto a los Estados absolutos
que [...] defendían con argumentos históricos y políticos la necesidad de que
las grandes decisiones políticas fuesen tomadas en los gabinetes secretos, le-
janos de las miradas indiscretas del público, está basada en la convicción de
que el gobierno democrático pudiese finalmente dar vida a la transparencia del
poder, al “poder sin máscaras”. [...] La obligación de la publicidad de los actos
gubernamentales es importante no sólo, como se dice, para permitir al ciuda-
dano conocer las acciones de quien detenta el poder y en consecuencia de
controlarlos, sino también porque la publicidad es en sí misma una forma de
control, es un expediente que permite distinguir lo que es lícito de lo que es ilí-
cito [...]. Está por demás decir que el control público del poder es más necesa-
rio por cuanto estamos en una época en la que los instrumentos técnicos de
los que puede disponer quien detenta el poder, para conocer con precisión to-
do lo que hacen los ciudadanos, ha aumentado enormemente, de hecho, es
prácticamente ilimitado. [...] El ideal del poderoso siempre ha sido el de ver
cualquier gesto y de escuchar cualquier palabra de sus sujetos (posiblemente
sin ser visto ni escuchado): hoy este ideal está a la mano. Ningún déspota de
la Antigüedad, ningún monarca absoluto de la Edad Moderna, aunque estuvie-
se rodeado de mil espías, logró tener toda la información sobre sus súbditos
que el más democrático de los gobiernos puede obtener del uso de los cere-
bros electrónicos. La vieja pregunta que recorre toda la historia del pensamien-
to político: “¿quién cuida a los cuidadores?” hoy se puede repetir con la si-
guiente interrogante: “¿quién controla a los controladores?” Si no se logra
encontrar una respuesta adecuada a esta pregunta, la democracia como adve-
nimiento del gobierno visible, está perdida. Más que de una falsa promesa en
este caso se trataría de una tendencia contraría a las premisas: la tendencia
ya no hacia el máximo control del poder por parte de los ciudadanos, sino, por
el contrario, hacia el máximo control de los súbditos por parte del poder.
(Bobbio, 2007: 23 y 24)
CC
En los discursos apologéticos sobre la democracia, desde hace dos siglos has-
ta ahora, jamás falta el argumento de acuerdo con el cual la única manera de
hacer de un súbdito un ciudadano es la de atribuirle aquellos derechos que los
escritores de derecho público del siglo pasado llamaron activae civitatis, y la
educación para la democracia se desarrolla en el mismo sentido que la prácti-
ca democrática [...]. [Sin embargo], en las democracias más consolidadas se
asiste impotentes al fenómeno de la apatía política, que frecuentemente invo-
CC
La individualidad de los candidatos parece ser uno de los factores esenciales
de estas variaciones: las personas parecen votar de modo distinto de una
elección a otra dependiendo de la persona en particular que compita por su vo-
to. Los votantes tienden cada vez más a votar a la persona en vez de al parti-
do o al programa. Este fenómeno supone una desviación de lo que se conside-
raba como el comportamiento normal del voto en la democracia representativa,
generando la impresión de que estamos ante una crisis de la representación.
[…] Sin embargo, el papel predominante de las etiquetas de los partidos en
las elecciones es sólo la característica de un tipo particular de representación,
la democracia de partidos. Es igual de posible considerar la actual transforma-
ción como un retorno a un rasgo del parlamentarismo: la naturaleza personal
de la relación representativa. (Manin, 1998: 267 y 268)
CC
[…] Los analistas llevan tiempo observando que en los países democráticos
hay una tendencia a la personalización del poder. En los países en los que el
jefe del ejecutivo se elige directamente, las presidenciales tienden a convertir-
se en la elección más importante y da forma al conjunto de la vida política. En
las naciones en las que el jefe del ejecutivo es también líder de la mayoría en
el parlamento, las campañas legislativas y las elecciones se centran en la per-
sona del líder. Los partidos siguen desempeñando un papel fundamental.
Proporcionan recursos cruciales tales como las redes de contactos e influen-
cias, la capacidad para la recolección de fondos y el trabajo voluntario de los
militantes, pero tienden a convertirse en instrumentos al servicio del líder. En
oposición al parlamentarismo, el jefe del gobierno, más que el parlamentario,
es considerado el representante par excellence. Sin embargo, como en el par-
lamentarismo, el vínculo entre el representante así definido y sus electores tie-
ne un carácter esencialmente personal. (Manin, 1998: 268)
Sin dudas, las tendencias observadas por Manin signaron el proceso político
contemporáneo.
Por cierto, “el ideal democrático hoy no tiene rival” en todo el mundo, pero
los regímenes democráticos son objeto de amplias y numerosas críticas. Y
esas críticas, como señala Rosanvallon, derivan de “la erosión de la confian-
za de los ciudadanos en sus dirigentes y en las instituciones políticas”, refle-
jada en la abstención electoral, el individualismo en expansión, el repliegue a
la esfera privada, la declinación de la voluntad política y la aparición de élites
alejadas del pueblo. Pero ello ha tenido como contraparte, las “distintas for-
mas de ceguera o de renunciamiento de los gobernantes”. Se trata, sin más,
de la “traición a una promesa”, en cuyo marco las sociedades han reaccio-
nado “a las disfuncionalidades originales de los regímenes representativos”.
CC
Históricamente, la democracia se ha manifestado siempre como una promesa y
un problema a la vez. Promesa de un régimen acorde con las necesidades de la
sociedad, fundada sobre la realización de un doble imperativo de igualdad y auto-
nomía. Problema de una realidad que a menudo está muy lejos de haber satisfe-
cho estos nobles ideales. El proyecto democrático ha quedado siempre incumplido
allí donde se lo proclamó, ya sea que haya sido groseramente pervertido, sutilmen-
te limitado o mecánicamente contrariado. […] Las democracias realmente existen-
tes han quedado inacabadas o incluso confiscadas, en proposiciones muy varia-
bles según cada caso. De allí que el desencanto haya convivido permanentemente
con las esperanzas que hicieron nacer las rupturas con los mundos de la depen-
dencia y el despotismo. El principio de la construcción electoral de la legitimidad
de los gobernantes y la expresión de la desconfianza ciudadana respecto de los
poderes han estado así prácticamente siempre vinculados. (Rosanvallon, 2007: 22)
LECTURA OBLIGATORIA
CC
En esta perspectiva, el gobierno se vuelve subordinado y deferente, y ya no
busca esgrimir su poder o incluso ejercer la autoridad. La importancia del go-
bierno disminuye mientras que la de las instituciones y prácticas no guberna-
mentales aumenta. (Mair, 2013: 24)
<https://www.youtube.com/watch?v=ZDeB3D3TdIM>
(Traducir con la herramienta «subtítulos» de la plataforma Youtube)
CC
Por definición, los políticos trabajan sólo a corto plazo o, en todo caso, sólo
son capaces de comprometerse a corto plazo, por lo que ceder a los políticos
el control de la elaboración política, permitiendo que las decisiones estén do-
minadas por consideraciones del ciclo electoral, significa correr el riesgo de
que los resultados no sean óptimos. (Mair, 2013: 25)
CC
El límite de tiempo inherente a la exigencia de elecciones a intervalos regulares es
una fuerte restricción al uso arbitrario por parte de los ganadores del concurso
electoral de los poderes que les otorgan los votantes. Al mismo tiempo, el hecho
de que los derrotados en las elecciones puedan aspirar a la victoria en las próxi-
mas elecciones, dentro de unos años, es un incentivo esencial para mantenerse
en el juego democrático. Pero si es cierto que la rendición de cuentas y la legitimi-
dad democrática dependen crucialmente del requisito de elecciones a intervalos
regulares, la segmentación del proceso democrático en períodos de tiempo relati-
vamente cortos tiene serias consecuencias negativas cuando los problemas que
enfrenta la sociedad requieren soluciones a largo plazo. Por lo tanto, se ha obser-
vado a menudo que, bajo la expectativa de la alternancia, los políticos democráti-
cos tienen pocos incentivos para desarrollar políticas cuyo éxito, si es que llega,
vendrá después de las próximas elecciones. (Majone, 1996: 1)
Es por esta razón que Mair sostuvo que, en los noventa, ni los ciudadanos, ni
los políticos “estaban dispuestos a privilegiar el papel de la toma de decisio-
nes política o partidaria”. Y, en este marco, señaló que se acabó la democracia
de partidos asentada en la participación popular.
CC
La era de la democracia de partidos ha pasado. Aunque los partidos permane-
cen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están
empeñados en una especie de competición que es tan carente de significado
que ya no parecen ser capaces de ser el soporte de la democracia en su forma
presente. […] El carácter cambiante de los partidos políticos tiene consecuen-
cias sobre la reputación, la legitimidad y la eficacia de la democracia moderna.
(Mair, 2013: 21)
Mair se refiere a Europa, pero cree que estos procesos tienen implicancias
en occidente y su abordaje analítico es adecuado para entender los procesos
políticos locales. En su perspectiva, la crisis de los partidos políticos como
instrumentos de la representación popular se asienta en un fracaso que tiene
dos dimensiones fundamentales.
“Primero, […] los partidos son cada vez más incapaces de atraer a los ciudadanos de a pie,
que participan en menor número que nunca en las convocatorias electorales; además, su
apoyo a los partidos cada vez es menos consistente y muestran una renuencia creciente a
comprometerse con los mismos, ya sea afiliándose o identificándose con ellos. En este sen-
tido, los ciudadanos se están retirando de la participación política convencional. Segundo,
los partidos ya no constituyen una base adecuada para las actividades y el estatus de sus
líderes que cada vez más dirigen sus ambiciones a instituciones públicas externas, de las que
extraen sus recursos. Los partidos pueden proporcionar una plataforma necesaria a los líderes
políticos, pero cada vez más es el tipo de plataforma que se utiliza para saltar a otros cargos
y posiciones. En otras palabras, los partidos están fracasando a consecuencia de un proceso
de retraimiento o abandono recíproco, en virtud del cual los ciudadanos se retiran a su vida
privada o a formas de representación más especializadas y con frecuencia ad hoc, mientras
que los líderes de los partidos se retiran a las instituciones y sus términos de referencia cada
vez más son sus roles como gobernadores o cargos públicos. Los partidos están fracasando
porque la zona de interacción –el mundo tradicional de la democracia de partidos en el que
los ciudadanos interactuaban con sus líderes políticos y se sentían vinculados a ellos– se está
vaciando” (Mair, 2013: 34).
CC
La democracia de partidos, que normalmente ofrecía un punto de conexión y
un ámbito de participación para los ciudadanos y sus líderes políticos, se está
debilitando, con el resultado de que las elecciones y el proceso electoral se
convierten en poco más que partes «dignas» de la constitución democrática
moderna. Esto es, las elecciones tienen unas consecuencias prácticas cada
vez menores, porque la parte operativa, o «efectiva», de la constitución se está
trasladando a otro lugar. Este debilitamiento se expresa en la retirada ciudada-
na de la participación activa y el desinterés por la vida política convencional,
de un lado, y por la retirada de los líderes políticos a las instituciones estata-
les o de otro tipo. (Mair, 2013: 36)
CC
[...] A medida que la participación popular se debilita y aumenta la indiferencia,
cabe esperar que incluso los ciudadanos que siguen participando sean más
volátiles, más inseguros y más aleatorios en la expresión de sus preferencias.
Si ya no dependen tantas cosas de la política, entonces es lógico esperar que
se debilite no solo la voluntad de votar, sino también el compromiso de los que
siguen participando. Las opciones probablemente serán más volubles y más
susceptibles de basarse en factores cortoplacistas. En la práctica esto tam-
bién significa que los resultados electorales serán cada vez menos predeci-
bles. Es probable que aumente la volatilidad electoral, que tengan más éxitos
nuevos partidos o candidatos y que los alineamientos tradicionales se vean
sometidos a mayor presión. La inconstancia va de la mano de la indiferencia.
(Mair, 2013: 46)
CC
[Hay] una falta de compromiso estable por parte de los votantes y, por tanto,
también una falta de interés. Así pues, no es sorprendente que esos votantes
también participen cada vez menos en actividades que requieren más dedica-
ción, ya sea asistir a mítines políticos, trabajar para un partido o candidato,
convencer a otros de que voten en un sentido determinado o incluso donar di-
nero. [...] Los votantes están cada vez menos dispuestos a participar más acti-
vamente; para mucho, al menos en lo que se refiere a la política convencional,
basta con ser meros espectadores. (Mair, 2013: 54)
CC
[...] Cuando [los ciudadanos] votan –y esto ocurre con menos frecuencia que
antes, o en menores proporciones–, sus preferencias aparecen cada vez más
próximas al momento de la votación y están guiadas por consideraciones parti-
distas con menos frecuencia que antes. Por la razón que sea, [...] ahora hay
cada vez menos intransigentes y por tanto más y más ciudadanos que, cuando
piensan en política (si es que lo hacen), es más probable que lo hagan desde
consideraciones e influencias cortoplacistas. En este sentido, los electorados
se están desestructurando progresivamente, lo que deja a los medios de co-
municación más espacio para fijar las agendas y exige un esfuerzo electoral
mucho mayor a partidos y candidatos. En suma, [hay] un comportamiento elec-
toral que cada vez es más contingente y un tipo de votante cuyas opciones pa-
recen cada vez más accidentales o incluso fortuitas. (Mair, 2013: 59)
“[...] La tendencia al declive de las identidades colectivas en el seno de los electorados occi-
dentales, fruto de procesos socioeconómicos o socioculturales más o menos compartidos,
se ha visto acentuada a nivel político por el comportamiento y las estrategias de partidos
políticos rivales, y una de las consecuencias de esto ha sido debilitar los fundamentos par-
tidistas en la elaboración de la política y en el gobierno. Dada la falta de grupos de apoyo
coherentes y relativamente duraderos, no queda mucho que permita a los partidos construir
o identificar alineamientos estables. Por supuesto, los grupos de apoyo ad hoc que inevi-
tablemente se crean durante las campañas electorales también pueden caracterizarse por
distintos conjuntos de preferencias, conjuntos que pueden competir entre sí de manera más
o menos marcada; pero difícilmente se aproximarán a los duraderos intereses e identidades
que caracterizaron a las bases sociales tradicionales de la política de división y, por lo tanto,
es improbable que los líderes políticos perciban en ellos -o supongan- el mismo grado de
convicción. Es en este sentido que el catch-all en política, como las condiciones sociales que
lo favorecen, excluye el partidismo” (Mair, 2013: 72).
Todo esto se ha dado en Europa, pero también en América Latina, entre otras
regiones del mundo.
LECTURA OBLIGATORIA
<https://www.youtube.com/watch?v=E1Beawoi2RI>
CC
Al haberse transformado en dispositivos públicos con poco sustento social, in-
cluso en agencias semiestatales –es decir que habiendo sido emergentes de
la sociedad y mediadores entre sociedad civil y Estado se habrían convertido
en dispositivos públicos sostenidos por el Estado (partidos conformados por
profesionales, no por asociaciones ni por militantes de pura convicción)–, los
partidos no son representativos en el sentido tradicional o agentes de “agrega-
ción de intereses” […], sino que adquieren una independencia o disociación
de un sustento social que no se verificaba antaño. Para estos nuevos partidos
instrumentales no se trata tanto de conservar adherentes –como era el caso
en el pasado–, sino de conquistar un electorado. La función estructurante de
los partidos y dirigentes es mucho mayor, y ello es así porque han perdido la
base social o porque el lazo representativo se ha debilitado enormemente.
(Cheresky, 2006: 13)
“En la actualidad, los partidos son más bien un recurso instrumental, eventualmente susti-
tuible. Son cada vez más dispositivos electorales de los que se valen los líderes o las corrientes
políticas emergentes para competir y procurar conquistar la representación. Para ser can-
didato hoy se necesita un partido, pero este cada vez menos concita la adhesión ciudadana
per se. Es cada vez más inusual que el elector decida votar por tal o cual partido y cada vez
más notoria la selección por el candidato, variando aun según la coyuntura. O sea que la
sigla o partido está investida de un sentido presente atribuido por la conformación de la
escena pública, por la imagen del candidato, por los enunciados de los candidatos o de la
coalición que se ha constituido. De este modo, los partidos han pasado de ser organizadores
de la vida pública-política a ser meros intervinientes. No han sido desplazados por otras
organizaciones, sino que el espacio público se ha desestructurado o liberado, según como
se lo mire, y en él participan una diversidad de actores. La formación de opiniones y pre-
ferencias, las identificaciones colectivas, ya no los tienen como actores únicos o, a veces, ni
siquiera principales” (Cheresky, 2006: 14).
CC
El espacio público de las sociedades contemporáneas es sustancialmente di-
ferente, está poblado de ciudadanos cambiantes en sus adhesiones políticas y
es, en consecuencia, un ámbito de conquista de lealtades, de la persuasión
propia de la acción comunicativa. La reproducción de la legitimidad para los re-
presentantes políticos es, en este sentido, un desafío permanente. (Cheresky,
2006: 15 y 16)
CC
El pragmatismo parece más bien connotar la constitución de las escenas políti-
cas. Es la coyuntura, o la “agenda”, la que va delineando la diferenciación polí-
tica, quizás porque es indescifrable en los tiempos presentes; pero también
porque se ha desvanecido la representación de un rumbo estructurado, que
sustentaba las diferencias ideológicas. (Cheresky, 2006: 19)
Este proceso de “ampliación y fluidez del espacio público” proyecta a las elec-
ciones como la instancia central y determinante de la vida política contemporá-
nea y el proceso en el que se manifiesta la “expresión privilegiada de una ciu-
dadanía poco identificada con pertenencias asociativas o corporativas”, entre
ellas, con los partidos políticos. Las elecciones, en este contexto, “delimitan
el período de mayor intensidad política”, pero en circunstancias diferentes
de las del pasado. Sin embargo, el desapego ciudadano a la política y a los
partidos ha hecho que “los resultados de las elecciones [sean] generalmente
inciertos”. Es decir, “el ciudadano está ante opciones electorales, y para un
número creciente de ellos no es obvia la decisión del voto”.
Por lo tanto, la “fluctuación del voto es un estado continuo, que corres-
ponde mayormente a un electorado no alineado, es decir, que no se identifi-
ca permanentemente con una etiqueta partidaria”. Lo significativo es que esa
fluctuación del voto es abarcativa y permanente, en la medida que “no sólo
CC
[…] El líder de popularidad no es sólo el referente de legitimidad, aquel que ha
sido legitimado para gobernar y relega implícitamente a un segundo plano a
sus allegados, aun a aquellos que participan de responsabilidades representa-
tivas por el voto popular. Es también el que produce actos de gobierno sobera-
nos. Sus decisiones combinan un sentido de la acción pública derivada de los
resultados prácticos de la misma, con un estilo de decidir, anunciar y connotar
que es tan importante como esos resultados prácticos, y que con frecuencia
precipita otras consecuencias prácticas. El ejercicio del poder concentrado, el
decisionismo y el voluntarismo suelen tener apoyo ciudadano y reforzar la po-
pularidad. En ciertos sectores puede existir un componente de subordinación
autoritaria tradicional, pero lo dominante parece ser una expectativa más des-
encantada. (Cheresky, 2006: 21)
CC
El personalismo político ha adquirido una nueva significación en el contexto de
la crisis de representación. Nuevos y renovados líderes han podido darse un
perfil que ha capturado las simpatías ciudadanas y han revalidado o han re-
constituido así las identidades políticas. Se han desarrollado en situaciones
en las que los partidos tradicionales y sus dispositivos para la acción pública
CC
[…] La vídeo-política tiende a destruir –-unas veces más, otras menos– el parti-
do, o por lo menos el partido organizado de masas que […] ha dominado la es-
cena durante casi un siglo. No se trata sólo de que la televisión sea un instru-
mento de y para candidatos antes que un medio de y para partidos; sino que
además el rastreo de votos ya no requiere una organización capilar de sedes y
activistas. (Sartori, 1998: 109 y 110)
LECTURA OBLIGATORIA
fuerza para así evitar la violencia”. Por ello, “requiere organizaciones dotadas,
sino de una estrategia, al menos de una capacidad relativa para controlar lo
que entonces deja de ser una multitud”, así como de “regímenes dispuestos
a admitir su especificidad o al menos la existencia de una esfera pública”.
También “privilegia las inmediaciones de lugares de poder o todo otro sitio
adecuado para llamar la atención”. Por ello, se trata de un “fenómeno urbano
ligado a la invención de la calle como espacio concreto de la protesta política”
(Fillieule y Tartakowsky, 2015: 24 y 25).
Para Fillieule y Tartakowsky, la manifestación es un “espacio de lucha” que
remite a cuatro elementos configurativos fundamentales. Primero, “la ocupa-
ción momentánea de lugares físicos abiertos, ya sean públicos (la calle) o
privados (una galería comercial, el hall de un hotel)”. Segundo, la “expresi-
vidad”, que constituye una “dimensión primordial” de la manifestación, y lo
es ya sea “para sus participantes como para los distintos públicos”, y como
forma de “presentación explícita de demandas sociales más o menos preci-
sas”. Tercero, la intervención de una “cantidad de participantes”, que implica
una “cantidad mínima de actores”. Y, cuarto, “la naturaleza de la demostra-
ción”, ya que “la manifestación debe traducirse o desembocar en la expresión
de reivindicaciones de naturaleza política o social” (Fillieule y Tartakowsky,
2015: 28 y 29).
Por su parte, tal como destaca Balandier, las dificultades de acceso a los
medios de comunicación por parte de numerosos actores políticos y sociales,
así como los constreñimientos para expresar públicamente sus intereses,
demandas y posiciones, ha favorecido la generalización de la manifestación
callejera como una modalidad de acción política rutinaria.
CC
[…] El escenario urbano se ha ido abriendo cada vez más a las manifestacio-
nes políticas. […] En las sociedades pluralistas, […] los poderes gozan de
un lugar de privilegio en los medios, en las pantallas sobre las que se proyec-
tan las imágenes políticas. La ciudad, la calle, continúan siendo los escena-
rios sobre los que la protesta despliega sus dramatizaciones; y cuando estas
adoptan una amplitud suficiente, pueden llegar a forzar su existencia mediáti-
ca. […] La manifestación callejera se ha convertido, en las sociedades de li-
bertad, en un medio institucionalizado o, casi, codificado y ritualizado, de
mostrar espectacularmente la oposición a determinadas decisiones de los
gobernantes, o de poner de relieve mediante el recurso a la dramatización
los efectos inaceptables de una situación económica o social. (Balandier,
1994: 134 y 135)
“[…] El objetivo [de la manifestación] queda definido por temas simples, plasmados en
las frases que se hacen constar en las pancartas, en los eslóganes o en las octavillas, y es
evocado por medio de símbolos o emblemas. El recorrido elegido no es neutral, comporta
necesariamente etapas significativas, permite sacarle provecho al simbolismo de los lugares.
El cortejo conforma una sociedad protestataria en movimiento y que se exhibe en el esce-
nario de la calle. […] Se halla reglamentada de acuerdo con convenciones bien precisas;
en cabeza se colocan, tras la pancarta principal, las figuras sindicales y políticas con mayor
renombre, luego, en función de las circunstancias, los parlamentarios electos portando los
emblemas y las «celebridades»; vienen enseguida las delegaciones representativas de profe-
siones o regiones y, cada vez con mayor asiduidad, los grupos de animación y los miembros
de movimientos minoritarios o marginales. El séquito hace manifiestos los poderes de la
contestación, pero no está menos sujeto a un orden estricto; los organizadores se encargan
de que todo esté bajo control, con el fin de que lo imprevisto no pueda ni alterar el sentido
de la demostración ni provocar que se degrade en motín. Su capacidad para mantener el
orden y el número de los convocados -del que las divergencias en su evaluación marcan la
importancia del acto- son las claves por las que se mide su éxito. Esta «obra» que se desarrolla
en la calle, y de la que los responsables dicen que al dar comienzo les coloca en la «situación
del actor» que espera que se alce el telón, se monta para ser vista allí mismo donde tiene lugar
o para ser transmitida por los medios y comentada” (Balandier, 1994: 134).
CC
En este contexto regional, la vida política está signada por una gran expansión
de las protestas y los vetos, promovidas unas y desencadenados accidental-
mente otros. Con frecuencia, la crisis económico-social acentúa el descontento
general y, al incrementarse la franja de pobres y excluidos, se inician contesta-
ciones de formato inédito. Las protestas a veces apuntan al veto de decisio-
nes, pero en general, desde el inicio o ulteriormente, derivan de los rechazos
de la clase política y devienen estallidos expresivos de un estado de opinión
que va más allá de un cuestionamiento o un rechazo específico. (Cheresky,
2015: 234)
En este contexto, han surgido nuevos sujetos políticos que, según Cheresky,
“alternan entre las redes sociales y la contestación en el espacio público
territorial”. Se trata de protestas o estallidos de autorrepresentación, es
decir, “protestas dispersas que dan cuenta de una modalidad ubicua de
CC
Los estallidos ciudadanos son iniciados con un acontecimiento o una decisión
de gobierno […], pero van más allá de lo que los precipitó inicialmente, pudien-
do recoger descontentos variados, es decir, adquirir dimensión nacional con-
testataria más allá del éxito en el reclamo o veto inicial. [Este] tipo de estalli-
dos […] se reconoce por ser portador de un reclamo que deviene contestación
más amplia, con las características de espontaneidad y centralidad de la so-
ciabilidad de las redes sociales. El rasgo distintivo de estos movimientos es el
de alcanzar cierta continuidad y el de producir efectos identificables en el sis-
tema representativo. (Cheresky, 2015: 262)
CC
Las elecciones persisten como el acto ciudadano por excelencia para la confor-
mación de un gobierno y para la designación de representantes parlamenta-
rios, y más allá de esa crucial pero limitada asignación, son el recurso para di-
rimir situaciones de crisis y de alta conflictividad. La representación es
ineludible como componente para la organización de la vida en sociedad, pero
sus instituciones, miembros y dirigentes permanecen en una tensión originaria
con las expresiones de democracia espontánea o ajena a la institucionalidad
oficial, las que han adquirido un atractivo y una visibilidad nuevos para los con-
temporáneos. […] No habría consolidación y expansión democrática sin repre-
sentación. Pero esta no goza en las sociedades contemporáneas de una dele-
gación de poder; por el contrario, se halla condicionada. La desconfianza
ciudadana no es necesariamente reticencia, ni está solo instalada en la negati-
vidad, aunque este resorte es el que más promueve movilización. (Cheresky,
2015: 115)
CC
[…] En las condiciones presentes hay una novedosa dispersión de poder, algu-
nos de cuyos centros son efímeros y otros, permanentes. La actividad ciudadana
y los poderes indirectos ejercen influencia, pues ciertamente las decisiones lega-
les son las que emanan de las instancias consagradas electoralmente, pero los
poderes indirectos y la autorrepresentación no solo ejercen influencia, sino que
tiene poder de veto eficaz y de deliberación autónoma. (Cheresky, 2015: 119)
“Las escenas políticas en las democracias contemporáneas evolucionan hacia una nueva
configuración en la que coexisten representación –es decir, instancias y actores surgidos de
elecciones– y autorrepresentación, evidenciada en una presencia ciudadana permanente.
Esta tiene en nuestro tiempo una figuración pasiva y construida como opinión pública
por medio de las encuestas de opinión, cuyo registro continuo mide la ponderación de
gobernantes y dirigentes –índices de popularidad, intención de voto–, pero que se extiende
de un modo más asistemático a la evaluación de proyectos de ley y de políticas públicas en
ejecución. Por otra parte, desde hace un par de décadas y con más intensidad en el inicio
del siglo XXI, se expande una consistente presencia ciudadana de autorrepresentación, es
decir, de sociabilidad nueva en las redes sociales, los sitios y los blogs posibilitados por la
expansión de Internet, y de acciones virtuales y territoriales signadas por la autonomía y la
horizontalidad” (Cheresky, 2015: 221).
CC
Esta contrademocracia no es lo contrario de la democracia; es más bien una
forma de democracia que se contrapone a la otra, es la democracia de los po-
deres indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia de la descon-
fianza organizada frente a la democracia de la legitimidad electoral. Esta con-
trademocracia conforma de este modo un sistema con las instituciones
democráticas legales. Apunta a prolongar y extender sus efectos; constituye
su contrafuerte. Por eso debe ser comprendida y analizada como una verdade-
ra forma política. (Rosanvallon, 2007: 27)
CC
[…] Se opera el pasaje a una suerte de democracia difusa, en la que el vector
no es tanto la extensión de los procedimientos de participación política como
el poder creciente de las distintas formas de atención social. […] Las prácticas
de la vigilancia constituyen […] cada vez más la palanca de la intervención
práctica de los ciudadanos allí donde no forman (aún) un verdadero cuerpo po-
lítico. […] La figura del ciudadano-vigilante excede así al ciudadano-elector.
(Rosanvallon, 2007: 55)
CC
[…] El desencanto ideológico alentó un abordaje más individualizado de las
cuestiones políticas. Por eso mismo se agudizó el problema de la confianza
personal en los gobernantes. Aumentó así la centralidad de los escándalos y,
en consecuencia, de las políticas de denuncia. Eso explica una multiplicación
de los affaires, que no es tanto resultado de una declinación de la moral políti-
CC
El reconocimiento del hecho de la división social, la existencia de una oposición
estructurada y el vigor de una cierta cultura moral de la crítica de los poderes, fue-
ron la base durante dos siglos de la vida de las democracias, […] al condicionar-
las permanentemente para que se cuestionaran a sí mismas su funcionamiento y
el tipo de sociedad que producían. Los conflictos, las manifestaciones de obstruc-
ción e incluso las formas de separatismo que las atravesaron fueron otras tantas
maneras de tomar en serio las ideas democráticas y republicanas. A su manera,
buscaron darles vida, otorgando un sentido práctico a la idea de que la democra-
cia es el régimen que sólo puede establecerse a través de una interrogación per-
manente sobre sí mismo […]. En esa perspectiva crítica, la soberanía se ha cons-
tituido en sistema con los mecanismos electorales representativos, para dar un
marco adecuado a la experiencia democrática. (Rosanvallon, 2007: 168)
CC
Las elecciones contemporáneas son menos la oportunidad de optar por distin-
tas orientaciones que juicios sobre el pasado. Por ello, el sentido mismo de la
elección cambió de naturaleza. Ya no se trata […] de distinguir y de seleccio-
nar candidatos, sino más bien de proceder a eliminaciones. Entramos así en lo
que podría llamarse una democracia de sanción. (Rosanvallon, 2007: 173)
“[…] Juzgar consiste en examinar una conducta o una acción. Lo que viene a radicalizar y
desarrollar la idea de control, también prolonga el ejercicio de una sospecha haciendo nece-
sario que se llegue a una decisión conclusiva. Es por consiguiente una operación que forma
parte de una actividad de control. El trabajo de juzgar sobrepasa de este modo el marco
estrictamente judicial. Así, es necesario entender el término “juicio” de manera más amplia,
como análisis instruido y argumentado, proceso de examen de una cuestión conducente
a zanjarla. El voto y el juicio son en esa medida dos procedimientos distintos que buscan
un mismo objetivo: decidir con vista al bien común. Son dos formas políticas que podemos
relacionar y comparar; se manifiesta en los dos casos un mínimo “poder de última palabra”.
Se puede comprender que los ciudadanos quieran jugar en los dos tableros, buscando lograr
como jueces lo que consideran no haber podido alcanzar de manera satisfactoria como elec-
tores. A veces pueden ejercer esta función directamente cuando sirven como jurados en un
proceso formal o, más ampliamente, cuando participan, según las distintas modalidades de
la actividad mediática o de la intervención militante, en el equivalente a una instrucción. Sin
embargo, incluso cuando se la “delega” en el aparato judicial como tal, esta función consagra
una dimensión social. Porque la justicia se ejerce “en nombre del pueblo” en primer lugar,
pero más en general porque su ejercicio cumple una expectativa colectiva que está inscripta
en un campo de fuerzas en el que intervienen con su presión organizaciones de la sociedad
civil o el peso difuso de la opinión pública” (Rosanvallon, 2007: 191 y 192).
CC
Hemos pasado así de las democracias de confrontación y de representación a
las democracias de imputación. El modelo de democracia de confrontación, or-
ganizado en torno de la competencia significativa de partidos, de programas y
de proyectos se ve debilitado, al menos momentáneamente, por la disolución
de las referencias determinadas por el advenimiento de la sociedad posindus-
trial. Pero el deslizamiento a la judicialización ha sido provocado también por la
creciente opacidad de los procesos de tomas de decisiones y la complejidad
en aumento de las estructuras gubernamentales. Es cada vez más difícil saber
quién es realmente responsable de una decisión. De este modo, es la imputa-
ción misma la que se ha vuelto problemática. Hay demasiadas partes que in-
tervienen en cada asunto, demasiadas estructuras entrelazadas en la gestión
de los problemas, como para que el ciudadano pueda ver con claridad […].
(Rosanvallon, 2007: 224)
CC
Al pueblo elector del contrato social se le han superpuesto de manera cada
vez más activa las figuras del pueblo-controlador, del pueblo-veto y del pueblo-
juez. De ello han resultado modos de ejercicio indirecto de la soberanía de
acuerdo con formas no organizadas por las constituciones. Soberanía que bien
podemos calificar de indirecta en el sentido de que está constituida por un
“[…] Se han diversificado los repertorios de la expresión política, los vectores de esta expre-
sión, así como sus objetivos. Mientras los partidos se erosionan, se desarrollan los grupos de
interpelación (advocacy groups) y las asociaciones de diversos tipos. Las grandes instituciones
de representación y de negociación han visto empequeñecerse su papel mientras se multipli-
can las organizaciones ad hoc. Los ciudadanos tienen así muchos otros medios fuera del voto
para expresar sus reclamos o sus quejas. El fenómeno de la abstención y de la declinación
de la confianza debe resituarse por ello en un análisis ampliado de las mutaciones de las
formas de la actividad democrática. El voto es ciertamente la expresión más visible y la más
institucional de la ciudadanía. Es el acto que desde hace mucho tiempo simboliza la idea de
participación política y de igualdad cívica. Pero esta noción de participación es compleja.
Mezcla en efecto tres dimensiones de la interacción entre el pueblo y la esfera política: la
expresión, la implicación y la intervención. La democracia de expresión corresponde a la toma
de palabra de la sociedad, a la manifestación de un sentimiento colectivo, a la formulación
de juicios sobre los gobernantes y sus acciones, o también a la expresión de reivindicaciones.
La democracia de implicación engloba el conjunto de los medios por los cuales los ciudadanos
se ponen de acuerdo y se vinculan entre ellos para producir un mundo común. La demo-
cracia de intervención se constituye con todas las formas de acción colectiva para obtener un
resultado deseado. La vida democrática se articula en torno de esas tres formas de actividad
política” (Rosanvallon, 2007: 36).
<https://www.youtube.com/watch?v=Yjytwwa7g2o>
1.
2.
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