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Ciencia política

Marcelo Fabián Sain

Índice de contenidos
Introducción
Unidad
Unidad
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Unidad
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2

Sain, Marcelo Fabián


Ciencia política / Marcelo Fabián Sain. - 1a ed . - Bernal : Universidad
Virtual de Quilmes, 2019.
Libro digital, HTML

Archivo Digital: online


ISBN 978-987-774-030-1

1. Ciencia Política. 2. Sociedad. 3. Estado. I. Título.


CDD 320.01

Procesamiento didáctico: Bruno De Angelis y María Cecilia Paredi


Diseño original de maqueta: Hernán Morfese, Marcelo Aceituno y
Juan Ignacio Siwak
Diagramación: Juan Ignacio Siwak
Primera edición: abril de 2019

ISBN: 978-987-774-030-1

© Universidad Virtual de Quilmes, 2019


Roque Sáenz Peña 352, (B1876BXD) Bernal, Buenos Aires
Teléfono: (5411) 4365 7100 http://www.virtual.unq.edu.ar

La Universidad Nacional de Quilmes se reserva la facultad de dis-


poner de esta obra, publicarla, traducirla, adaptarla o autorizar su
traducción y reproducción en cualquier forma, total o parcialmente,
por medios electrónicos o mecánicos, incluyendo fotocopias, gra-
bación magnetofónica y cualquier sistema de almacenamiento de
información. Por consiguiente, nadie tiene facultad de ejercitar los
derechos precitados sin permiso escrito del editor.

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723


3

Íconos

LL
Leer con atención. Son afirmaciones, conceptos o definiciones destacadas
y sustanciales que aportan claves para la comprensión del tema que se
desarrolla.

PP
Para reflexionar. Propone un diálogo con el material a través de preguntas,
planteamiento de problemas, confrontaciones del tema con la realidad,
ejemplos o cuestionamientos que alienten la autorreflexión.
Texto aparte. Contiene citas de autor, pasajes que contextualicen el desa-
rrollo temático, estudio de casos, notas periodísticas, comentarios para for-
mular aclaraciones o profundizaciones.

Pastilla. Incorpora informaciones breves, complementarias o aclaratorias de


N algún término o frase del texto principal. El subrayado indica los términos a
propósito de los cuales se incluye esa información asociada en el margen.

CC
Cita. Se diferencia de la palabra del autor de la Carpeta a través de la inser-
ción de comillas, para indicar claramente que se trata de otra voz que ingre-
sa al texto.
Ejemplo. Se utiliza para ilustrar una definición o una afirmación del texto
principal, con el objetivo de que se puedan fijar mejor los conceptos.

AA
Para ampliar. Extiende la explicación a distintos casos o textos como podrían
ser los periodísticos o de otras fuentes.

KK
Actividades. Son ejercicios, investigaciones, encuestas, elaboración de cua-
dros, gráficos, resolución de guías de estudio, etcétera.

SS
Audio. Fragmentos de discursos, entrevistas, registro oral del profesor expli-
cando algún tema, etcétera.

EE
Audiovisual. Videos, documentales, conferencias, fragmentos de películas,
entrevistas, grabaciones, etcétera.

II
Imagen. Gráficos, esquemas, cuadros, figuras, dibujos, fotografías, etcétera.

WW
Recurso web. Links a sitios o páginas web que resulten una referencia den-
tro del campo disciplinario.

OO
Lec­tu­ra obli­ga­to­ria. Textos completos, capítulos de libros, artículos y papers
que se encuentran digitalizados en el aula virtual.

RR
Lectura recomendada. Bibliografía que no se considera obligatoria y a la que
se puede recurrir para ampliar o profundizar algún tema.

Código. Incorpora al material un determinado lenguaje de programación.


Línea de tiempo. Se utiliza para comprender visualmente una sucesión cro-
nológica de hechos.
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Índice

El autor.................................................................................................. 7
Introducción............................................................................................ 9
Objetivos del curso................................................................................ 15

1. La ciencia política ........................................................................... 17


Objetivos.............................................................................................. 17
1.1. ¿Qué es la ciencia política?............................................................ 17
1.2. El objeto de la ciencia política......................................................... 21
1.3. La ciencia política como ciencia empírica y social............................. 27

2. El desarrollo de la ciencia política..................................................... 45


Objetivos.............................................................................................. 45
2.1. El origen histórico de la ciencia política............................................ 45
2.2. Corrientes contemporáneas de la ciencia política............................. 56
2.3. La crisis de la ciencia política......................................................... 69

3. Sociedad y política .......................................................................... 83


Objetivos ............................................................................................. 83
3.1. Sociedad, sujeto y prácticas políticas ............................................. 83
3.2. Objetivación, estructura y libertad humana....................................... 93
3.3. Poder social, poder político y dominación......................................... 99
3.4. Política y gobierno........................................................................ 107
3.5. Política y hegemonía..................................................................... 111
3.6. Sistema político y campo político.................................................. 118

4. Gubernamentalidad y Estado .......................................................... 125


Objetivos............................................................................................ 125
4.1. Política, gubernamentalidad y Estado ............................................ 125
4.2. Una conceptualización mínima de Estado....................................... 131
4.3. La constitución histórica del Estado.............................................. 137
4.4. La estructuración sociopolítica del Estado...................................... 148
4.5. Estado e instituciones.................................................................. 160
4.6. El Estado en acción: las políticas públicas..................................... 169
4.7. Gobernabilidad y gobernanza........................................................ 186

5. Actores, acciones y culturas políticas ............................................ 191


Objetivos............................................................................................ 191
5.1. Los actores de la política ............................................................. 191
5.1.1. Los movimientos sociales................................................... 192
5.1.2. Los grupos de interés......................................................... 198
5.1.3. Los partidos políticos......................................................... 203
5.2. Las acciones políticas.................................................................. 213
5.2.1. Las movilizaciones............................................................. 217
5.2.2. La articulación de intereses................................................ 219
5.2.3 La participación política....................................................... 222
6

5.3. Cultura, socialización y comunicación política................................. 227


5.4. Videopolítica y mediatización de la política..................................... 240
5.4.1. La videopolítica ................................................................. 240
5.4.2. La mediatización de la política............................................ 244
5.4.3. La política y los medios de comunicación............................. 246
5.4.4. La política mediática.......................................................... 252

6. Teorías de la democracia................................................................ 261


Objetivos............................................................................................ 261
6.1. Una definición mínima.................................................................. 261
6.2. Los modelos clásicos................................................................... 265
6.3. Las visiones contemporáneas críticas........................................... 276

7. Los problemas de la democracia..................................................... 287


Objetivos............................................................................................ 287
7.1. Las promesas incumplidas y la democracia de audiencias.............. 287
7.2. Indiferencia ciudadana y despartidización de la democracia............ 294
7.3. Crisis de representación............................................................... 300
7.4. Nuevas acciones y movimientos colectivos.................................... 304
7.5. Democracia continua y contrademocracia...................................... 307

Referencias bibliográficas................................................................... 317


7

El autor

Marcelo Fabián Sain es licenciado en Ciencia Política (Universidad del Salvador),


maestro en Ciencias Sociales con mención en Ciencia Política (Flacso-Argentina)
y doctor en Ciencias Sociales (Unicamp, Brasil). Es profesor titular del área de
Ciencia Política y de la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades de la
Universidad Nacional de Quilmes. Es autor de los libros Seguridad, democracia
y reforma del sistema policial en la Argentina, El Leviatán azul, El Péndulo y ¿Por
qué preferimos no ver la inseguridad?, entre otros.

Colaboró con el autor en este material:


Pablo Emiliano Navarro Urquiza, estudiante avanzado de la Licenciatura en
Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de Quilmes. Forma parte del
Proyecto de Investigación “Política y Narcotráfico. El control del narcotráfico en
la Argentina reciente (2003-2017)”, dirigido por Marcelo Sain y perteneciente
a la Secretaría de Investigaciones de la Universidad Nacional de Quilmes.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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Introducción

Esta carpeta de trabajo aborda elementos básicos de la ciencia política, pre-


sentándola como una actividad cognoscitiva tendiente a construir una siste-
mática social de la política que sirva para el estudio empírico y teórico de los
fenómenos políticos de las sociedades modernas. La reflexión crítica y la
investigación empírica corporizan esas actividades y de ellas resulta un con-
junto de conocimientos siempre sujeto a revisiones, críticas y análisis.
La definición de política alrededor de la cual se organiza este texto guar-
da cierta particularidad. Entendemos la política como un ámbito o esfera
particular de la vida social, más precisamente como aquella dimensión refe-
rida a la producción y reproducción de las formas y los medios de la domina-
ción, esto es, de las estructuras de gobierno de esa sociedad y de los medios
y formas de poder a través de los cuales sus miembros construyen y articulan
esas estructuras. Por lo tanto, la política solo puede ser (científicamente) estu-
diada y comprendida si no se pierde de vista el carácter singular de su confi-
guración como dimensión de lo social. Esta perspectiva general no diluye a la
política en la compleja arena de lo social ni le quita relevancia en cuanto acti-
vidad específica, pero en su marco se sugiere que la especificidad de la políti-
ca no es ontológica sino epistemológica, es decir, dicha especificidad deriva y
se constituye como tal a partir de una operación simbólica y cognoscitiva de
distinción y diferenciación o, dicho de otro modo, de una construcción episté-
mica y conceptual a través de la disociación de una categoría o tipo particular
de prácticas sociales.
Cuando Pierre Bourdieu (2001) analiza las estructuras sociales de la econo-
mía, indica que la ciencia económica descansa en una “abstracción originaria”
consistente en “disociar una categoría particular de prácticas –o una dimen-
sión particular de cualquier práctica– del orden social en que está inmersa
toda práctica humana” a los efectos de calificarla de “económica”, tratándola
como un “hecho social total” (2001: 15). De manera análoga, la abstracción
originaria de la ciencia política, en nuestra orientación, parte del reconocimien-
to de que la especificidad de la política no está constitutivamente inscripta en
la realidad social, sino que configura un aspecto de esta identificable solamen-
te desde el punto de vista cognoscitivo.
Así, la ciencia política no es más que la disciplina científica que pretende
conocer ese aspecto específico de la vida social al que denominamos políti-
ca, centrando la atención en las relaciones de poder estructuradas en la com-
pleja trama de prácticas e interacciones que conforman la sociedad cuando
dichas relaciones tienen que ver –directa o indirectamente– con la producción
y reproducción de las estructuras de gobierno de esa sociedad. En consecuen-
cia, desde este punto de vista, la política no puede ser científicamente des-
cripta, explicada e interpretada si no se aborda como dimensión particular de
la “constitución de lo social” (Giddens, 1995), es decir, si no se la enfoca y
no se la entiende como un momento o esfera de la producción y reproducción
de la sociedad. En este sentido, el presente texto es una invitación a abordar
la política como instancia de lo social y entender su especificidad, particulari-
dades, dinámica y efectos desde lo social.

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De este modo, la teoría sociológica y la práctica de la sociología, por ejem-


plo, tienen mucho que aportar a la ciencia política en su labor de explicación
e interpretación de la vida política de nuestras sociedades. No obstante, y
muy particularmente en nuestro país, no se ha establecido un diálogo fructí-
fero entre estos ámbitos. Durante las dos últimas décadas, la ciencia política
argentina alcanzó su mayor despliegue institucional y lo hizo –salvo contadas
y manifiestas excepciones– sobre la base de la explícita exaltación de la auto-
nomía de la política, en particular, respecto de la sociedad o de las condiciones
culturales, económicas y sociales. La política fue pensada, analizada e inves-
tigada en forma desconexa de la sociedad, de sus condiciones de producción,
ya sea en el plano de los actores como en el nivel de los contextos históricos
condicionantes –no determinantes– de las prácticas, orientaciones e ideas de
los sujetos hacedores de la vida política. Hubo una notable ausencia de ela-
boración conceptual y de producción teórica, y una recurrente tendencia a uti-
lizar enfoques y aportes teórico-conceptuales sin mantener una mirada crítica
y sin guardar la correspondiente referencialidad empírica. Primó el ensayo, a
veces más anclado en preceptos morales o políticos que en parámetros cien-
tíficos, y se extravió el principio de realidad que sirve de basamento indispen-
sable para la producción científica.
Reafirmar el carácter social de la política no significa legitimar o adhe-
rir necesariamente a enfoques deterministas o sociologistas de la política.
Equivale, más bien, a reconocer que las prácticas e interacciones de poder
que constituyen el mundo de la política se producen y reproducen en un cierto
contexto o situación histórico-social. Como lo resalta Giddens, “los hombres
producen la sociedad, pero lo hacen como actores históricamente situados,
no bajo las condiciones de su propia elección”. No obstante, si bien las perso-
nas son las hacedoras de la sociedad, “el dominio del obrar humano es limita-
do” y lo es por las estructuras de la sociedad, pero dichas estructuras no son
solamente constrictivas de ese obrar, sino, a la vez, habilitadoras del mismo.
La gravitación de los sujetos sobre la vida política no resulta solamente de
las orientaciones, intereses, objetivos, perspectivas y acciones mantenidas y
llevadas a cabo por dichos actores en forma desanclada respecto de las con-
diciones de tiempo y lugar en la que se sitúan. De alguna manera, dicha gra-
vitación está contorneada e influida por las características y factores que con-
formaron el tejido político, económico y social en el que actúan y se proyectan
las personas y los grupos como actores políticos. Este contexto condiciona,
de diferente manera y con distinta magnitud, la dinámica de la vida política
de una sociedad. No obstante, el grado de condicionalidad –esto es, el grado
de constreñimiento y/o facilitación– que esos factores tienen sobre las posi-
bilidades y proyecciones de los actores de la política es variado y diversifica-
do, aunque, en gran medida, dicha condicionalidad está mediada tanto por la
forma y la pertinencia a través de las cuales aquellos factores situacionales
son conocidos, diagnosticados y comprendidos por parte de los actores, como
también por los estilos y la capacidad mediante los cuales esos actores abor-
dan, procesan y actúan sobre las mismas. Esto significa que la incidencia de
los factores situacionales –es decir, de las condiciones políticas, sociales y
económicas tanto internacionales como domésticas– sobre el desarrollo del
proceso político de una sociedad siempre está mediada por el comportamien-
to y desempeño de los sujetos políticos.
Se trata, entonces, de sopesar históricamente el desempeño situado y
condicionado de los sujetos en la vida política de una sociedad. El contexto

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social y político en el que se sitúan y actúan históricamente los agentes que


protagonizan la vida política está conformado por prácticas e interacciones
estructuradas regularmente en una dimensión espacio-temporal más exten-
dida que aquella correspondiente a la cotidianidad de la vida social y política
de esos actores. Pero son estos agentes los que producen y reproducen, de
alguna manera, a través de sus prácticas e interacciones, de sus intereses
y preferencias, de sus orientaciones e interpretaciones, las características y
tendencias del sistema político y social. Vale decir, en todo proceso histórico,
el comportamiento y las interacciones protagonizadas por los actores, y las
condiciones y propiedades situacionales de los sistemas políticos y sociales,
configuran dos instancias interrelacionadas y que se presuponen mutuamen-
te. He aquí, pues, un punto central del enfoque aquí seguido.
Por su parte, no creemos que esta perspectiva sea original. Al contrario,
pensamos que es, más bien, antigua. Fue el propio Maquiavelo, primer pen-
sador moderno, quien –para envidia de más de un teórico social posmoder-
no– sostuvo, a principios del siglo XVI, que “para que nuestra libre voluntad
no quede anulada, pienso que puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de
la mitad de las acciones nuestras, pero la otra mitad, o casi, nos es deja-
da, incluso por ella, a nuestro control”. Conjugando magníficamente el peso
que tienen, de un lado, las acciones de los sujetos y, del otro lado, las condi-
ciones histórico-situacionales en la constitución de lo social o de lo político,
Maquiavelo sostuvo que “prospera aquel que armoniza su modo de proceder
con la condición de los tiempos y [...], paralelamente, decae aquel cuya con-
ducta entra en contradicción con ello”. El “príncipe” o, digamos, el sujeto polí-
tico es virtuoso si es capaz de interpretar apropiadamente “la condición de
los tiempos”, esto es, las condiciones históricas en las que se sitúa, y si es
competente para actuar en sintonía en ese contexto o, dicho de otro modo, si
transforma ese contexto en “oportunidad”.
Desde entonces, el tipo de relación articulada entre el sujeto y la sociedad,
o entre la acción y la estructura, configuró, de algún modo, uno de los ejes del
pensamiento social y político moderno. La modernidad supuso el ocaso de
aquellas interpretaciones que le adjudicaban a Dios, al cosmos o a la natu-
raleza la constitución del mundo social y político. En consecuencia, si Dios
no constituye lo social, es decir, si el hombre es el hacedor de la sociedad,
¿cómo y en qué condiciones lo es? Este interrogante atravesó íntegramente
la modernidad y llega hasta nuestros días.
Así, pues, plantear la autonomía de la política y, en su marco, la autono-
mía del sujeto político, significa dar una respuesta concreta a ese interrogan-
te. Significa secuestrar la sociedad de los análisis e investigaciones acerca de
las prácticas políticas y, en nuestra opinión, esta deficiencia está en la base
de la crisis que, según se observa, signa a la ciencia política en nuestro país
desde hace una década y media. No es posible practicar la ciencia política en
forma integral –aun tratándose del estudio de temas o problemáticas concre-
tas y puntuales– sin una interlocución con otras ciencias sociales, es decir, sin
la utilización y el auxilio de un conjunto de valiosos instrumentos –enfoques,
teorías, conceptos, estudios o conclusiones– pertenecientes a otras discipli-
nas sociales, en particular, la sociología y la teoría social.
Esta es, pues, la impronta que guía gran parte de la sistemática de la polí-
tica y de la ciencia política que se ensaya en esta carpeta de trabajo. Para
algunos se trata de una sociología política; para otros de una politología socio-
logista. No es, en fin, importante atender a esos eventuales etiquetamientos.

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Lo importante es procurar un tipo de abordaje y una comprensión integral de


la vida política de nuestras sociedades sin caer en coyunturalismos intrascen-
dentes que no puedan dar cuenta de la complejidad de lo social y lo político,
y de hacerlo sin ortodoxias ni estereotipos disciplinares más que aquellos
que surjan de la relevancia del tema a ser analizado e investigado y de la per-
tinencia científica y crítica del conocimiento producido. Gianfranco Pasquino
destaca apropiadamente que la diversidad y pluralidad de perspectivas, visio-
nes, teorías y enfoques en la ciencia política contemporánea constituye un
“elemento de riqueza” que permite el debate intelectual y la proliferación de
investigaciones, la adquisición de nuevos datos y la elaboración de nuevas
hipótesis e interpretaciones sobre los fenómenos políticos. Invitamos a que
esa pluralidad y diversidad no se limite al ámbito exclusivo de la ciencia polí-
tica, sino al de las ciencias del hombre. Si ello es así, no hay lugar para las
unilateralidades de enfoques u homogeneidades corporativas.
La presente carpeta de trabajo no constituye un manual de ciencia polí-
tica, ya sea por su dimensión, que es acotada, como por su contenido, que
es general. Es, más bien, una revisión general de los principales temas que
componen la ciencia política, desde su constitución hasta la actualidad. Los
apartados que componen sus unidades no son tratados intentando dar cuen-
ta o exponiendo enciclopédicamente los principales aportes existentes en el
ámbito de la ciencia política tradicional acerca de los mismos. Para ello, suge-
rimos la lectura de los numerosos y excelentes manuales de la disciplina que
han sido editados recientemente, algunos de los cuales figuran aquí como
bibliografía citada. En este trabajo, los diferentes temas son abordados con-
forme un “corte” o hilo interpretativo propio que es expuesto a través de un
conjunto de autores –no todos politólogos, por cierto– de los que nos valemos
para desenvolver la sistemática científica y política ya mencionada. Hablamos
a través de estos pensadores, intelectuales y científicos. Los tomamos como
referentes claves para entender la política y la actividad intelectual encargada
de su abordaje científico. En razón de ello es que, en este texto, que consti-
tuye un material con fines didácticos, abundan las citas y referencias a ese
conjunto de exponentes.
En esta línea, la presente carpeta de trabajo fue pensada en tres partes.
La primera, compuesta por las primeras tres unidades, aborda las cuestiones
vinculadas a la política, la sociedad y la ciencia. En la unidad 1 se hace un
recorrido de la ciencia política como disciplina científica dentro del espectro
del pensamiento político moderno, y en tanto ciencia empírica y social, pun-
tualizando su objeto de estudio: la política. En la segunda unidad se lleva a
cabo el desarrollo histórico y disciplinario de la ciencia política, en particular,
las corrientes contemporáneas y la crisis disciplinar indicada por muchos de
sus referentes internacionales durante los últimos años. En la tercera unidad
se expone a la política como una esfera de la vida social atinente a la produc-
ción y reproducción de las formas y los medios de la dominación, esto es, de
las estructuras de gobierno.
En el segundo bloque temático se aborda la política como estructura y
como proceso y se tratan dos cuestiones centrales en torno a este eje. Por
un lado, en la unidad 4, se analizarán los vínculos entre gubernamentalidad
y Estado. Por otro, en la unidad 5, se examinará la conexión entre actores,
acciones y culturas políticas.
Finalmente, en el tercer bloque de contenidos (unidades 6 y 7), nos intro-
duciremos en los temas vinculados a la democracia y sus transformaciones.

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Abordaremos las cuestiones referidas a la democracia y las democratizacio-


nes, así como a la democracia en América Latina, asuntos en torno de los
cuales se desarrolla, en la actualidad, gran parte de la ciencia política en
nuestro país. Así, la unidad 6 será una introducción a las principales teorías
de la democracia, y la unidad 7 girará en torno a los principales problemas
de la democracia.
Con todo este recorrido, consideramos que se logrará llevar a cabo un
correcto abordaje de las principales cuestiones en materia de ciencia política,
prestando atención a los fenómenos centrales, y al desarrollo que han tenido
a lo largo de los años.

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15

Objetivos del curso

Objetivos del curso


•• Abordar y analizar la ciencia política como disciplina científica orientada a
la descripción e interpretación sistemática de la política y de los procesos
políticos.
•• Utilizar elementos conceptuales y teóricos que contribuyan al estudio del
proceso social de la política y de la ciencia política contemporánea.
•• Analizar y adiestrarse en el manejo de algunos elementos centrales de
una sistemática de la política en tanto esfera específica de la vida social.
•• Abordar la estructuración de los gobiernos, la dinámica política y las dife-
rentes formas de acción política como temáticas relevantes de la ciencia
política contemporánea.
•• Desarrollar la capacidad del alumno para estructurar un conocimiento metó-
dico y sistemático de los principales aportes y tópicos de la ciencia política.
•• Habituar al alumno a la lectura comprensiva y crítica de la bibliografía,
extrayendo conclusiones de los textos y detectando controversias y/o con-
vergencias de enfoques e interpretaciones.

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La ciencia política
Objetivos
•• Realizar una introducción a la política como disciplina científica.
•• Especificar el campo de estudio, los límites y los métodos de la política,
una vez conceptualizada como ciencia.
•• Diferenciar la ciencia política de otras corrientes de estudios políticos.
•• Detallar las particularidades que conforman la ciencia política como ciencia
empírica y social.

1.1. ¿Qué es la ciencia política?

LEER CON ATENCIÓN

Antes de adentrarnos en las definiciones de ciencia política que pro-

LL ponen los autores a estudiar, proponemos comenzar con una defini-


ción “pública” del concepto, para luego interiorizarnos en la temática:
<https://es.wikiversity.org/wiki/Ciencia_Pol%C3%ADtica>

Toda disciplina académica constituye un campo de estudio cuya conformación


y delimitación no surge de la propia configuración ontológica de su objeto ni
resulta de imposiciones rígidas de sectores de la comunidad científica, sino
que se constituye históricamente en torno del abordaje analítico e indagatorio
de un espectro de problemas. Se conforma a través del establecimiento de
marcos conceptuales y teóricos mediante los cuales se intenta dar cuenta
de los procesos que materializan aquellos problemas, los que siempre se
reproducen y adecúan o varían y se transforman con el tiempo. Al respecto, el
politólogo británico Adrián Leftwich señala lo siguiente:

CC
Es importante que aquellos que llegan frescos al estudio de la política (o para
el caso, de cualquier otra disciplina) se den cuenta de que esa no es una de-
marcación llovida del cielo, oficialmente definida o autoritaria. Tampoco es un
campo de estudio rígido cuyo carácter y alcance debamos dar por sentado o
suponer que sean invariables o permanentes; es decir, las disciplinas no han
llegado totalmente formadas al mundo de la ciencia. Igual que todos los otros
aspectos de la vida social, evolucionan y cambian con el tiempo en el curso de
su interacción con su medio, con los demás, y en respuesta a problemas que
se presentan dentro de ellas mismas, y entre ellas y su punto último de refe-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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rencia, el mundo “real”. En general, las disciplinas se distinguen entre sí por


los problemas típicos de los que se ocupan; por las preguntas típicas que for-
mulan acerca de tales problemas, y por el tipo de marcos teóricos y analíticos
en término de los cuales formulan las preguntas e intentan contestarlas. En
otras palabras, las disciplinas se definen por una combinación íntima de sus
marcos teóricos y conceptuales, y por sus referencias empíricas y problemáti-
cas. (Leftwich, 1987: 19)

Así, el objeto y los problemas de un campo disciplinario de la ciencia, tal como


sus marcos conceptuales y teóricos y sus métodos y procedimientos de inda-
gación, están permanentemente en discusión, esto es, están siempre sujetos
a debates, miradas críticas, reformulaciones y cambios, todo lo cual enrique-
ce al mismo campo disciplinario con aportes no solamente provenientes del
propio medio científico, sino también de la vida social, particularmente, en el
ámbito de las ciencias sociales.

CC
Si una disciplina no cuestiona constantemente la naturaleza y los métodos de
su análisis y su compromiso con los problemas del mundo, contemporáneos o
históricos, igual que algunos aspectos de la erudición medieval, perderá con-
tacto con los puntos centrales de la vida secular y se volverá inoperante para
la gente y sus intereses. Es en las ciencias sociales donde esto es más cierto.
(Leftwich, 1987: 20)

La ciencia política o politología es la ciencia social que tiene como objeto de


estudio la vida política en una sociedad. Pero, tal como lo señala apropiada-
mente Giovanni Sartori (2003), uno de los fundadores de la ciencia política,
esta deriva de dos aspectos fundamentales: por un lado, del “estado de orga-
nización del saber” o, dicho de otro modo, de la noción de ciencia. Y, por otro
lado, del “grado de diferenciación estructural de los componentes humanos”,
o sea, de la noción de política que se sustente.
La noción de ciencia se afirma a partir de su diferenciación y especializa-
ción con relación a la filosofía. “No tiene mucho sentido hablar de ciencia polí-
tica cuando «ciencia» constituía un todo con «filosofía»; cuando el saber se
reducía y expresaba unitariamente en el amor al saber”, indica el pensador
italiano, a lo que añade que la noción de ciencia queda precisada cuando “el
saber científico se ha separado del alma mater del saber filosófico”.
La noción de política se afirmó cuando, al comienzo de la modernidad, se
separó de “las esferas de la ética, de la economía y de lo político-social”, esto
es, cuando las instituciones y estructuras políticas se diferenciaron de las ins-
tituciones y estructuras económicas, religiosas y sociales.
Es Sartori quien también invita a “comenzar por el principio”, es decir, por
el discurso sobre la política. Al respecto sostiene que la política es “el «hacer»
del hombre que, más que ningún otro, afecta e involucra a todos”. Pero todo
hacer o toda praxis “está precedido de un discurso (sobre el hacer)”. Y ese
discurso tiene tres antecedentes o manifestaciones fundamentales: el filosó-
fico-especulativo, el empírico-científico y el ordinario-ideológico. Véase lo que
este autor señala al respecto:

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


19

CC
[…] La acción y los comportamientos políticos están precedidos y rodeados
por el discurrir sobre la polis, sobre la ciudad. Si queremos comenzar por el
principio, el principio es este: el discurso sobre la política. Y el primer proble-
ma consiste en que el discurso sobre la política se vuelve hacia tres antece-
dentes, a tres fuentes diversas cuando menos: 1) la filosofía política; 2) la
ciencia o conocimiento empírico de la política; 3) el discurso común u ordinario
sobre la política. Si el hombre resulta en política un animal particularmente ex-
traño es, entre otras cosas, porque sus comportamientos están inspirados y
orientados o por la filosofía, o por el conocimiento empírico-científico o por la
conversación corriente sobre política; y las más de las veces por una confusa
mezcla de estos tres aportes. A la pregunta “qué es la política”, creo respon-
der, como paso previo, enumerando las principales “matrices simbólicas” de
las que nacen nuestras consabidas orientaciones y actitudes políticas […].
(Sartori, 2003: 15)

Estas matrices simbólicas configuran las bases discursivas de la política y, a


lo largo de la historia, la relación entre ellas ha contextualizado y determinado
el campo de la ciencia política.

“La filosofía política, y más precisamente las “filosofías de la política”, fueron la principal
fuente de inspiración de la teoría política hasta hace alrededor de un siglo. Todavía hoy
gran parte de los planteamientos de los problemas políticos de fondo están referidos, aun
sin saberlo, a los planteamientos que recibieron estos problemas en el dominio especulativo.
[…] La ciencia política (o mejor, un conocimiento empírico de la política provisto de vali-
dez científica) es en cambio la más reciente y embrionaria de las ciencias. El conocimiento
científico de los hechos políticos, en cuanto se remite a fuentes de inspiración autónomas
(como Maquiavelo y la doctrina de la razón de Estado), encuentra dificultades para con-
solidarse; especialmente porque gravita sobre ella, de un lado, la hipoteca de la filosofía
política (infiltrada, aunque sea mimetizándose, tras los pliegues del conocimiento empírico
de la política) y del otro el apremiante reclamo de la praxis política cotidiana, y a través de
ella del discurso corriente y las ideologías políticas en pugna. […] El discurso común sobre
la política […] puede asumir muy sensibles tonalidades emotivas, y hasta convertirse en un
discurso ideológico-emotivo. En cuanto sujetos empeñados activamente en la lucha política,
todos terminamos por argumentar en forma pasional. Cuando estamos en medio de la
pelea no se trata tanto de persuadir como de “conmover” para la acción; no tanto convencer
como “constreñir”; ni tanto razonar como “apasionar”. Es inevitable. Pero por esto mismo
se hace preciso diferenciar muy bien este discurso (útil, incluso indispensable a los fines
de la acción, para excitar a la acción) de la ciencia empírica de la política, y ni qué decirlo
de la filosofía política. Se ve claro que estos componentes no son, en efecto, convergentes,
sino que, al revés, divergen; vale decir que son heterogéneos y se obstaculizan uno al otro”.
(Sartori, 2003: 15 y 16)

Por su parte, Norberto Bobbio (1993a) indica que el concepto ‘ciencia política’
puede ser usado en un sentido amplio para hacer referencia a “cualquier estu-
dio de los fenómenos y estructuras políticas, conducido con sistematicidad y
con rigor, apoyado en un amplio y agudo examen de los hechos, expuestos con
argumentos racionales”. En este orden, la ciencia política se circunscribe a

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


20

toda expresión del pensamiento o estudio que fuese metódico y fundado acer-
ca de los hechos, actividades o procesos denominados políticos. Pero Bobbio
también señala que aquel concepto puede ser utilizado en un sentido restrin-
gido para denotar estudios de carácter estrictamente científicos empíricos.
Este autor señala que la noción estricta y técnica de “ciencia política” se
usa para hacer referencia a la “ciencia empírica de la política” o a la “ciencia
de la política”, conducida mediante la metodología de la ciencia empírica más
desarrollada, tal como la física o la biología. Para evitar ciertas imprecisiones
conceptuales, se podría denominar al primer tipo de abordaje general como
pensamiento o estudios políticos y reservar el concepto de ciencia política para
aquellos tratamientos estrictamente científicos de la política.
Bajo esta perspectiva, la ciencia política configura un saber orientado a
describir e interpretar la realidad política, más que a prescribir lo que “debe
ser” en el marco de estudios deontológicos, lo que, en verdad, es objeto de
la filosofía política.
Es también Bobbio, entre otros, quien establece una clara distinción entre
estas dos formas de abordaje de la política. La ciencia política configura una
modalidad de investigación de la vida política que debe satisfacer tres con-
diciones básicas: “a) el principio de verificación o de falsificación como crite-
rio de la aceptabilidad de sus resultados; b) el uso de técnicas de la razón
que permitan dar una explicación causal en sentido fuerte o débil del episo-
dio investigado; c) la abstención o la abstinencia de los juicios de valor”. La
filosofía política, por su parte, comprende tres tipos de indagaciones: “a) de
la mejor forma de gobierno o de la perfecta república; b) del fundamento del
Estado o del poder político, con la consiguiente justificación (o injustificación)
de la obligación política; c) de la esencia de la categoría del político, o de la
politicidad, con la prevalente polémica sobre la diferencia entre ética y políti-
ca”. Sobre esto, Bobbio manifiesta lo siguiente:

CC
La filosofía política, como búsqueda del fundamento último del poder, no expli-
ca el fenómeno del poder, sino que trata de justificarlo, operación que tiene por
meta calificar un comportamiento como lícito o ilícito, lo que no se puede ha-
cer sin recurrir a valores; como búsqueda de la esencia de la política se sus-
trae de toda verificación o falsificación empírica, puesto que lo que se denomi-
na pretenciosamente esencia de la política, es el resultado de una definición
nominal y, como tal, no es ni verdadera ni falsa. (Bobbio, 1993a: 59 y 60)

Estas consideraciones nos colocan frente a dos cuestiones fundamenta-


les para la ciencia política, esto es, su objeto y su desarrollo como ciencia
empírica.

LECTURA OBLIGATORIA

Bobbio, N. (1993a), “Ciencia política”, en Bobbio, N., Matteucci,

OO N. y Pasquino, G., Diccionario de política, Siglo Veintiuno Editores,


México.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


21

1.2. El objeto de la ciencia política


El pensamiento político y la ciencia política, en tanto campos específicos del
pensamiento crítico y del conocimiento científico, han sido el corolario de un
largo y sinuoso proceso de construcción histórica y de significación socio-
cultural. Sheldon Wolin resalta el carácter socio-histórico de la política y, en
particular, del saber filosófico acerca de la política, lo que cabe hacer extensivo
a la ciencia política. Señala que puede definirse el campo de la política como
un ámbito cuyos límites han sido establecidos a lo largo de siglos de discu-
sión política. Y dice, también, que el campo de la política es un producto de la
creación humana, esto es, el “legado de la actividad histórica de los filosofos
políticos” (1993: 14).
En un sentido general, la ciencia política es el resultado de un conjunto de
contribuciones, análisis y reflexiones acerca de los fenómenos políticos bási-
camente desenvueltos en el mundo moderno occidental. Desde la antigüedad
griega hasta la actualidad ha existido una enorme variabilidad de aportes y de
perspectivas que contribuyeron a conformar el campo de los estudios políti-
cos y, particularmente, de la ciencia política. Estas contribuciones históricas
fueron definiendo y redefiniendo permanentemente los límites y el sentido de
ese campo epistémico y de la política misma.
Sin embargo, esto no significa que se ha denominado o calificado de “polí-
tico” a cualquier fenómeno social, ni que los fenómenos designados como
“políticos” hayan sido –y sean– linealmente creados por los analistas, teóri-
cos y filósofos políticos cuando describen y explican las prácticas políticas o
bien cuando les atribuyen algún significado a las mismas. Es decir, en tanto
prácticas sociales, las actividades políticas desenvueltas en una sociedad, así
como la institucionalidad que surge de ellas y que se recrea a través de ellas,
existen y se reproducen al margen de que los analistas, teóricos y filósofos las
estudien o les atribuyan algún sentido, como argumenta Wolin (1993: 14-17).
Ese conjunto de prácticas políticas institucionalizadas configura la base empí-
rica e histórica de los estudios políticos y, pese a la diversidad de perspectivas
con que los fenómenos políticos fueron abordados por dichos estudios, estos,
de alguna manera, han estado regularmente referidos al poder.
Sobre esto, Gianfranco Pasquino (1988a) señala que el centro de todos los
análisis políticos que se han dado a lo largo de la historia reside en el estu-
dio de “los modos de adquisición y utilización del poder”, así como también
“su concentración y distribución, su origen y la legitimidad de su ejercicio”.
Sheldon Wolin (1993), por su parte, amplía el significado de la política, e
indica que esta designa básicamente a las actividades, interacciones e ins-
tituciones relacionadas con el ejercicio del gobierno de una sociedad en su
conjunto. Su descripción resulta, por cierto, interesante a la hora de delimi-
tar el objeto cualificado de los estudios políticos y, en particular, de la ciencia
política. Este autor postula que “el sistema de instituciones políticas de una
sociedad representa un ordenamiento de poder y autoridad”. Asimismo, reco-
noce que ciertas instituciones cuentan con autoridad para tomar decisiones
que pueden aplicarse a toda la comunidad. Consecuentemente, el ejercicio
de esta función atrae la atención de grupos e individuos que consideran que
estas decisiones influirán en sus intereses y objetivos.

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22

“Cuando esta toma de conciencia cobra la forma de una acción dirigida hacia las institu-
ciones políticas, las actividades pasan a ser «políticas» y a integrar la naturaleza política. La
iniciativa puede partir de las instituciones mismas o de los hombres que la manejan. Una
decisión pública –encaminada, por ejemplo, a controlar la fabricación de tejidos o a prohibir
la difusión de ciertas doctrinas– tiene el efecto de conectar estas actividades con el orden
político y convertirlas, al menos en parte, en fenómenos políticos. Aunque podrían darse
múltiples ejemplos acerca del modo en que las actividades humanas se vuelven «políticas»,
lo principal es la función «relacionante» que cumplen las instituciones políticas. Por medio
de las decisiones que adoptan y ponen en práctica los funcionarios públicos, se reúnen
actividades dispersas, se las dota de una coherencia nueva y se moldea su curso futuro de
acuerdo con criterios «públicos». De este modo, las instituciones políticas agregan otras
dimensiones a la naturaleza política. Sirven para definir, por así decirlo, el «espacio político»
o lugar donde se relacionan las fuerzas tensionales de la sociedad, como en un tribunal, una
legislatura, una audiencia administrativa o el congreso de un partido político. También
sirven para definir el «tiempo político», o período dentro del cual tiene lugar la decisión,
la resolución o el acuerdo. Los ordenamientos políticos proporcionan así un marco dentro
del cual se vinculan espacial y temporalmente las actividades de individuos y grupos [...].”
(Wolin, 1993: 16)

Esta delimitación genérica del objeto básico de los estudios políticos da cuen-
ta del núcleo central de la política como práctica social. No obstante, en las
distintas expresiones politológicas, más recientemente, se ha ponderado a la
política como un conjunto de prácticas sociales desenvueltas en una enorme
diversidad de aspectos y áreas de la vida colectiva, y que no se restringen
exclusivamente a aquellas actividades directamente vinculadas a las acciones
y relaciones desarrolladas en el interior de las instituciones gubernamentales
de un país. Adrián Leftwich lo expresa con claridad cuando sostiene que “la
política está en el centro de toda actividad social colectiva, formal e informal,
pública y privada, en todos los grupos humanos, instituciones, sociedades,
no solo en algunos de ellos” (1987: 123).

CC
La política no es un ámbito separado de la vida y actividad pública, por el con-
trario, la política abarca todas las actividades de cooperación y conflicto, den-
tro y entre las sociedades, por medio de las cuales la especie humana organi-
za el uso, la producción y la distribución de los recursos humanos, los
naturales y otros, en el transcurso de la producción y reproducción de su vida
biológica y social. Estas actividades de ninguna manera están aisladas de
otras características de la vida en sociedad, privada o pública. En todas partes
influyen tanto como reflejan la distribución de poder y los patrones de toma de
decisiones, la estructura de la organización social y los sistemas de cultura e
ideología en la sociedad o en los grupos dentro de ella. Además, todo esto
puede después influir y reflejar las relaciones de una sociedad (o grupo o insti-
tuciones dentro de una) tanto con su medio natural como con otras socieda-
des (o grupos e instituciones dentro de ellas). (Leftwich, 1987: 126 y 127)

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23

De este modo, la especificidad de la política deja de centrarse en los circuitos


de gobierno de las sociedades y se amplía a las relaciones de poder y domina-
ción estructuradas en torno de todo tipo de asociación o agrupamiento social.
En efecto, en esta orientación, la política comprende y engloba mucho más
que aquello limitado a las instituciones de la administración pública, dado que
abarca una amplia variedad de actividades sociales.

“[…] La política se encuentra, por ejemplo, en las familias, grupos de parientes o “tribus”,
así llamadas, en aldeas, pueblos, regiones, naciones-Estados y, en el mundo moderno, sobre
una base global entre ellas. La política también se encuentra en todas las instituciones for-
males, tales como iglesias, fábricas, burocracias, universidades, clubes, así como en partidos
políticos, sindicatos, oficinas de seguros, grupos de mujeres, cámara de comercio, asocia-
ciones de padres de familia, la mafia y los ejércitos, y en todas las relaciones que puedan
obtenerse entre ellas. Asimismo, se encuentra en agrupaciones de personas más informales o
incluso temporales, tanto en las sociedades modernas como en las históricas, en sociedades
industriales complejas, o en sociedades de estructura más simple y más pequeña de todo tipo
basadas en la subsistencia o agrarias donde puede no haber instituciones formales de gobier-
no. Los grupos informales pueden incluir las colas para abordar el autobús, las multitudes
de aficionados al fútbol, gente que se reúne por primera vez en un campamento, grupos ad
hoc de presión o asociaciones voluntarias; podemos encontrarlos entre niños que inventan
y se dedican a los juegos, en grupos de trabajo de colaboración […]; entre los residentes de
un conjunto de viviendas, o entre comunidades étnicas de nuevos inmigrantes en los barrios
bajos de las extensas ciudades de América Latina, África y Asia” (Leftwich, 1987: 124 y 125).

Como se dijo, esta orientación es expresiva del enfoque temático global que
ha venido primando en la ciencia política durante los últimos años, y ha con-
llevado un relativo alejamiento de aquellas perspectivas que interpretaban
a la política como una actividad exclusivamente reducida a las instituciones
públicas. En este nuevo enfoque, se tiende a adoptar una definición de políti-
ca más amplia y dinámica, que no niega la centralidad de los fenómenos del
poder y del gobierno, pero que entiende que estos fenómenos no se reducen
al ámbito de las instituciones públicas, sino que se desenvuelven a lo largo
del espacio social, desde la familia hasta el Estado, desde los agrupamien-
tos vecinales hasta las corporaciones gremiales y empresariales y desde los
partidos políticos hasta la administración pública.
Todos estos ámbitos conforman una compleja trama de relaciones de
poder que tiene expresión en las instituciones políticas y gubernamentales, al
mismo tiempo que estas influyen sobre aquella. Así, la definición de política se
amplía dejando de identificar a la ciencia política exclusivamente con el estu-
dio del gobierno y de los asuntos públicos para centrarse en lo que Leftwich
denomina “política de la vida cotidiana”.
Gerry Stoker (1997) considera válida esta definición de política como una
práctica social específica, pero ratifica la centralidad que mantiene el gobierno
administrativo de una sociedad en el campo disciplinar de referencia, en par-
ticular, bajo las diferentes modalidades de organización estatal.
Abrevando en las nuevas contribuciones aportadas por la sociología políti-
ca, este autor sostiene que ya no tiende a considerarse al Estado solamente
como un dispositivo normativo-institucional, sino como una compleja trama de
interacciones sociales cotidianas que están regularmente vinculadas con la

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sociedad civil y que configuran una “clase específica de asociación política”.


Bajo esta perspectiva, entonces, se coloca al Estado como eje de la actividad
política, pero esta no se desenvuelve apenas, ni principalmente, en torno del
aparato burocrático o del andamiaje legal del mismo, sino, más bien, en el
lugar en donde interaccionan el Estado y la sociedad. En ese sentido, Stoker
sostiene que para la ciencia política es particularmente “relevante y estimu-
lante” el estudio de los procesos gubernamentales.

“[…] La política es un aspecto de las relaciones sociales, pero como politólogos debemos
reconocer que su práctica es más relevante y estimulante en unas áreas que en otras. Con-
cretamente, la política tiene un carácter especial en el ámbito de los asuntos y de la adminis-
tración pública, en relación tanto con la asignación de recursos como con las decisiones que
toman instituciones que ostentan autoridad legítima. Es una actividad colectiva, vinculante
y justificada cuyo carácter especial reclama insistentemente un puesto de privilegio en la
ciencia política. En términos más abstractos, es necesario combinar un ámbito específico
con una definición dinámica del objeto de la ciencia política. Como proceso de conflicto y
de cooperación sobre los recursos necesarios para la producción y reproducción de nuestras
vidas, la política es una actividad ubicua. Sin embargo, la política como disciplina debería
prestar una especial atención al modo en que se desarrolla este proceso en la actividad de la
administración; especialmente, cómo los problemas entran a formar parte o son borrados de
la agenda de la administración y cómo, en este ámbito, se debate y se decide sobre ellos. El
carácter singular de la administración se hace evidente si se considera como parte del Estado
moderno. Las administraciones intentan gobernar de forma ordenada y lo hacen de muy
variadas maneras y desde diseños institucionales diferentes, en el contexto de esa poderosa
y vasta entidad que es el Estado moderno” (Stoker, 1997: 18).

Por cierto, Stoker destaca como válida la formulación de Leftwich, pero prefie-
re afirmar el carácter específico de la política como proceso de producción y
reproducción de la vida colectiva y, derivado de esto, reivindica la centralidad
que dicho proceso debe tener en la ciencia política.

CC
La política es una actividad generalizada que tiene lugar en todos aquellos ám-
bitos en los que los seres humanos se ocupan de producir y reproducir sus vi-
das. Esta actividad puede entrañar tanto enfrentamiento como cooperación, de
forma que los problemas se presentan y resuelven a través de decisiones to-
madas colectivamente. La ciencia política es una disciplina académica que
pretende describir, analizar y explicarle de forma sistemática esta toma de de-
cisiones, así como sus valores y puntos de vista subyacentes. Sin embargo, la
ciencia política debería prestar una especial atención al ámbito colectivo que
conforman las actividades de la administración pública en el Estado moderno,
dada la amplitud y el carácter coercitivo de la autoridad que dichas actividades
representan. Asimismo, debería reconocer que si la política «normal» se res-
quebraja, la actividad política puede manifestarse de una manera más violenta
y brutal. (Stoker, 1997: 19)

En los años sesenta, el politólogo inglés Bernard Crick (2001) emprende un


abordaje de la política orientado a desnaturalizarla como un “pariente pobre,

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25

por naturaleza dependiente y subsidiario”, es decir, a considerarla “con vida


y carácter propios”. “No es religión, ética, derecho, ciencia, historia ni econo-
mía; no lo resuelve todo ni está presente en todo, y no es ninguna doctrina
política concreta, ya sea conservadora, liberal, socialista, comunista o nacio-
nalista, aunque pueda contener elementos de casi todo lo anterior”, dice Crick
(2001: 16).
Pero la especificidad de la política está dada por su origen. “Surge en
Estados organizados que reconocen ser un conglomerado de múltiples miem-
bros, no una tribu o el producto de una religión, un interés o una tradición úni-
cos”, afirma el pensador inglés. La diversidad y complejidad de las sociedades
modernas sirven de contexto de surgimiento y peculiaridad de la política. En
concreto, “la estructura social, a diferencia de algunas sociedades primitivas,
es lo bastante compleja y fraccionada para hacer de la política una respuesta
plausible al problema de gobernarla, al del mantenimiento de un orden míni-
mo”. Por eso, “la política surge de la aceptación de limitaciones”.

CC
La política puede ser definida como la actividad mediante la cual se concilian
intereses divergentes dentro de una unidad de gobierno determinada, otorgán-
doles una parcela de poder proporcional a su importancia para el bienestar y la
supervivencia del conjunto de la comunidad (Crick, 2001: 22)

Entretanto, Vallès y Martí i Puig (2015) ofrecen una visión amplia de la política,
pero en la que el gobierno, el Estado y el poder ocupan un lugar determinante.
Consideran la política como “una práctica o actividad colectiva que los miem-
bros de una comunidad llevan a cabo” con la finalidad de “regular conflictos
entre grupos” y cuyo resultado es la “adopción de decisiones que obligan –por
la fuerza, si es preciso– a los miembros de la comunidad”.
De este modo, colocan a la política como una actividad social derivada de
la necesidad de afrontar y gestionar conflictos sociales, configurando una pers-
pectiva integral de la política como práctica social. Política y conflicto se deter-
minan mutuamente. Toda sociedad está atravesada por conflictos de diversa
índole y la política constituye el campo en el que estos se regulan median-
te la estructuración de instancias gubernamentales. Como ellos sostienen,
el “punto de partida” del concepto de política es la “existencia de conflictos
sociales y de los intentos para sofocarlos o regularlos”.

“[…] El origen de los conflictos se sitúa en la existencia de diferencias sociales que se con-
vierten a menudo en desigualdades. La distribución de recursos y oportunidades coloca a
individuos y grupos en situaciones asimétricas. No todos los miembros de una comunidad
tienen acceso razonablemente equilibrado a la riqueza material, a la instrucción, a la capa-
cidad de difusión de sus ideas, etc. No todos comparten de manera sensiblemente equi-
tativa las obligaciones y las cargas: familiares, productivas, asistenciales, fiscales, etc. Tales
desequilibrios entre individuos y grupos generan una diversidad de reacciones. Quienes
creen disfrutar de situaciones más ventajosas se esfuerzan generalmente por asegurarlas y
luchan por no perderlas. Por su parte, quienes se sienten más perjudicados aspiran por hacer
realidad sus expectativas de mejora. O simplemente pugnan por sobrevivir en su misma
condición de inferioridad, sin ser totalmente marginados o aniquilados. Junto a unos y
otros, también los hay que se empeñan a mantener o modificar las condiciones existentes,
movidos por principios y valores y no por lo que personalmente se juegan en el asunto. Esta

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26

combinación de resistencias, expectativas, reivindicaciones y proyectos genera sentimientos


de incertidumbre, de incomodidad o de peligro. De aquí la tensión que está presente en
nuestras sociedades: afecta a muchas áreas de relación social y se expresa en versiones de
diferente intensidad” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 19 y 20).

En este contexto signado por la incertidumbre, la política configura una “res-


puesta colectiva al desacuerdo” y, en ese sentido, se le confía la “regulación
de la tensión social”, lo cual, o bien puede implicar “mantener el statu quo”,
o bien “lograr un cierto cambio en la redistribución de posiciones y recursos”.
Se trata de una forma de regulación, pero no de solución de los conflictos, ya
que nunca se puede evocar “la idea de una salida satisfactoria para todos
los implicados en la competición”, y ello es difícil de conseguir. El conflicto se
transforma mediante la política, pero no desaparece.

CC
[…] De la acción política puede derivarse una alteración profunda de la situa-
ción anterior, lo cual no dejará muy convencidos a quienes antes disfrutaban
de las mejores condiciones. En otras ocasiones, la política reequilibrará las po-
siciones con modificaciones que contarán con la aceptación –resignada o entu-
siasta, según los casos– de los diferentes afectados. Pero esta acción política
puede desembocar también en una ratificación del statu quo anterior, dejando
inalteradas –y, a veces, agudizadas– las sensaciones de agravio o de amena-
za. En cierto modo el conflicto no desaparece, sino que –al igual que la ener-
gía– se transforma. Por lo tanto, la política no consigue siempre «solucionar»
los conflictos, aunque así lo prometan y lo proclamen algunos de sus protago-
nistas. Cuando se gestiona o maneja una determinada disputa, lo que se pro-
cura es preservar –de grado o a la fuerza– una relativa cohesión social. (Vallès
y Martí i Puig, 2015: 20 y 21)

Así, la política adquiere una centralidad en la vida social que deriva del carác-
ter vinculante de las resoluciones que se logran en ese campo entre los acto-
res que se relacionan y actúan en él.

“[…] Lo que caracteriza a la política es el intento de resolver las diferencias mediante una
decisión que obligará a todos los miembros de la comunidad. Es este carácter vinculante
o forzoso de la decisión adoptada lo que distingue a la política de otros acuerdos que
se adoptan en función de una relación de familia, de una amistad o de un intercambio
económico. Esta decisión vinculante de ajusta a un conjunto de reglas o pautas. La com-
binación entre reglas y decisiones obligatorias aproxima la práctica política a determinadas
formas de juego o de competición. Cuando […] se producen momentos de desacuerdo,
los participantes aceptan la aplicación obligatoria de un reglamento que han admitido de
antemano. Solo de este modo puede llegarse a un resultado previsiblemente acatado por
todos, aunque solo unos se hagan con la victoria. Es cierto que pueden darse –y de hecho
se dan– disputas sobre la misma elaboración del reglamento, sobre su interpretación y
sobre los propios resultados de la competición. Pero nadie negará que son decisiones
de obligado cumplimiento nacidas de unas reglas y sin algún tipo de árbitro que pueda
resolver las disputas, no hay siquiera posibilidad de iniciar la partida o de llevarla a buen
término” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 20).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


27

La fenomenología de la política aportada por Vallès y Martí i Puig es ilustrativa


y didáctica. Y se completa con la referencia a una cuestión fundamental de la
política: la posibilidad del uso de la fuerza física para hacer cumplir las decisio-
nes políticas. El cumplimiento obligado de las decisiones políticas “presupo-
ne que la capacidad de obligar incluye el uso de la fuerza” o la amenaza de
recurrir a ella, lo que diferencia a la política de otras formas de control social.
Como estos autores señalan, “no todas las acciones políticas integran alguna
dosis de violencia. Pero no la excluyen: la tienen presente como recurso último
al que acudir” (2015: 20).
Vallès y Martí i Puig sostienen que, de este modo, “las fronteras de la polí-
tica se van alterando a lo largo de la historia de los pueblos”. Y, aun recono-
ciendo la diversidad histórica de esas fronteras, afirman que, de una manera
u otra, la politización de una disputa social conlleva cuatro etapas:

1. La “identificación de una distribución desigual de valores y recursos” que


es percibida como “inconveniente o generadora de riesgo”.
2. La “toma de conciencia” por parte de los actores implicados, así como la
manifestación de sus “demandas, exigencias y propuestas” para afrontar
la situación.
3. La “movilización de apoyos a las respectivas demandas y propuestas”, acu-
mulando “todo tipo de recursos (conocimiento experto, difusión de infor-
mación, dinero, organización, armas…)” y articulando el “mayor número de
aliados entre otros grupos y actores”.
4. El “traslado del conflicto al escenario público, reclamando la adopción de
decisiones vinculantes para toda la comunidad” que apuntan a “modificar
el desequilibrio anterior” y que debe contar con el “respaldo de la coacción
que administran las instituciones políticas” (2015: 26).

En suma, de una u otra manera, el poder, el gobierno, las instituciones polí-


ticas, el Estado, los agrupamientos sociales y políticos, la política cotidiana,
todo ello, ha marcado y marca los límites de la política como práctica social
específica y, por lo tanto, como objeto de la ciencia política.

LECTURA OBLIGATORIA

Caminal Badia, M. (1996), “La política como ciencia”, en Caminal

OO Badia, M. (coord.), Manual de ciencia política, Tecnos, Madrid.

1.3. La ciencia política como ciencia empírica y social


La ciencia es una actividad destinada a generar una serie de conocimientos
acerca de algún objeto natural o social a través de la utilización sistemática
de un conjunto de teorías, hipótesis, métodos y técnicas de investigación que
orientan y sirven de medios para el abordaje cognoscitivo de dicha realidad. El
conocimiento producido a través de la actividad científica es válido en la medi-
da en que se halla empírica y lógicamente fundado, es decir, en tanto dicho
conocimiento se asienta sobre la base de un conjunto de evidencias empíricas

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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y sus argumentaciones guardan una relativa correspondencia lógica, conforme


a los criterios establecidos por la crítica de la comunidad científica. En este
sentido, Anthony Giddens (1993) nos brinda una amplia definición de ciencia
exaltando el hecho de configurar una actividad humana particular.

CC
La ciencia es el uso de métodos sistemáticos de investigación, pensamiento
teórico y examen lógico de argumentos para desarrollar un cuerpo de conoci-
miento sobre un objeto particular. El trabajo científico depende de una mezcla
de pensamiento osadamente innovador y de la disposición y el control de la
evidencia para apoyar o desechar hipótesis o teorías. La información y las
ideas acumuladas durante el estudio y el debate científicos son siempre, has-
ta cierto punto, tentativas: abiertas a la revisión, o incluso a ser descartadas
totalmente, a la luz de nuevas pruebas o argumentos. (Giddens, 1993: 54)

Por su parte, la ciencia, en tanto actividad humana y como muchas otras


actividades desarrolladas por las personas, está sujeta a una serie de cam-
bios y contingencias histórico-culturales. Una de las metas principales de la
ciencia es la producción de conocimiento, pero dicha producción se inscribe
dentro de un proceso de construcción social en cuyo marco las modalidades
de generación y de desarrollo de ese conocimiento, así como los basamentos
de validación del mismo, varían conforme el contexto de significación histórico-
cultural en el cual tales modalidades y basamentos se han desenvuelto y
legitimado. Ello indica, a su vez, que no hay un tipo o parámetro universal de
ciencia, sino que sus métodos, técnicas, estrategias y formas de justificación
han sido diversas según el paradigma y el contexto cultural en el que se ins-
cribe tal labor.
Ahora bien, si la actividad científica se asienta dentro de un proceso de
construcción social desarrollado en el contexto de determinados marcos his-
tóricos, estos condicionan, de alguna manera, su desarrollo y los problemas a
ser abordados e indagados, así como también las estrategias seguidas para
su análisis y evaluación.

CC
Se entiende a las ciencias como prácticas sociales en activo; por consiguiente,
están sujetas al impacto de factores económicos, políticos e ideológicos, tanto
como cualquier práctica social. Una peculiaridad de las prácticas científicas es
que producen discursos cuya pretensión de conocimiento cree tener un esta-
tus especial, en cuanto que es científico. En esta medida, la pregunta «¿qué es
el conocimiento científico?» solo puede contestarse tomando en cuenta el lu-
gar de las prácticas científicas presentes en una determinada sociedad, es de-
cir, sus relaciones con las prácticas económicas, políticas, etcétera. (Olivé,
1985: 17)

Como toda actividad social, la ciencia es llevada a cabo por agentes sociales,
es decir, los científicos, que realizan sus labores profesionales motivados
por diversos intereses y aspiraciones, pero orientados, en general, hacia la
generación de conocimientos básicos acerca del mundo natural y social, ya
sea para su comprensión o bien para su transformación.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


29

CC
Curiosidad y necesidad son los motivos esenciales subyacentes en la investi-
gación humana. O intentamos comprender el mundo que nos rodea en aras del
conocimiento, o intentamos comprenderlo para poder proteger o mejorar la si-
tuación que nos depara. En cualquier caso, nuestro conocimiento conlleva, a
menudo, al menos potencialmente, la aceptación de ciertos modos de perfec-
cionar las cosas que descubrimos. En otras palabras, cuanto más sabemos
sobre nuestro entorno social y físico, mejor pertrechados estamos para actuar
sobre él. Y esto se aplica tanto a nuestro conocimiento de la política como al
de otras materias. La clave para comprender y modificar nuestro entorno políti-
co es, expresado de la manera más simple, conocerlo mejor. (Manheim y Rich,
1988: 15)

La actividad científica y, en particular, la investigación científica constituye una


“manera de conocer”; no configura el único modo de conocimiento humano,
sino, más bien, una modalidad particular signada, según Manheim y Rich
(1988), por su carácter explícito, sistemático y controlado, que ofrece la posi-
bilidad de “conocer la realidad y evaluar los modos de conocerla” y “perfec-
cionar nuestros medios de investigación”, es decir, constituye un “modo de
conocimiento autocorrector en continuo desarrollo”.

CC
[...] La investigación científica es explícita, sistemática y controlada. Es explícita
por cuanto todas las reglas para definir y examinar la realidad están claramen-
te establecidas. Nada permanece oculto y nada se cree a ojos cerrados. Es
sistemática, esto es, cada elemento de prueba está vinculado a otro por la ra-
zón o la observación. No se toleran explicaciones ad hoc ni se permiten negli-
gencias de método. Es controlada porque los fenómenos que se analizan, en
la medida de lo posible, son observados de manera tan rigurosa como el esta-
do de los conocimientos permite. Tan solo se llega a conclusiones generaliza-
das después de una evaluación pormenorizada y cuidadosa, y es lema la pre-
caución (en el amplio sentido de prestar cuidado y atención al detalle). Y por
todas sus limitaciones, o precisamente a causa de ellas, la investigación cien-
tífica abre, a los versados en sus procedimientos, un nuevo horizonte de com-
prensión de la realidad. Por esta razón, se aplica el método científico al estu-
dio de la política. (Manheim y Rich, 1988: 17 y 18)

La ciencia política es una ciencia social porque tiene como objeto de estudio
a la política de una sociedad, es decir, las prácticas y procesos políticos des-
envueltos en un determinado contexto histórico-social. Por lo tanto, no puede
–ni debe– asemejarse a la ciencia natural en lo relativo a los procedimientos,
técnicas, métodos, teorías, hipótesis y modalidades de justificación de estas,
todo ello derivado de que el objeto de la ciencia natural es la propia naturaleza
inanimada. Como lo indica Giddens para la sociología, la ciencia política, en
tanto ciencia social, “es una disciplina científica en el sentido de que implica
métodos de investigación sistemáticos, el análisis de datos, y el examen de
teorías a la luz de la evidencia y de la discusión lógica”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


30

CC
El estudiar los seres humanos, sin embargo, es diferente de observar los suce-
sos del mundo físico. Y ni el marco lógico ni los descubrimientos de la sociolo-
gía [ciencia política] pueden entenderse adecuadamente desde las compara-
ciones con la ciencia natural. Al investigar la vida social tratamos con
actividades significativas para las personas que se dedican a ellas. A diferencia
de los objetos de la naturaleza, los seres humanos son seres autoconscientes
que confieren sentido y finalidad a lo que hacen. No podemos siquiera descri-
bir la vida social con exactitud a menos que ante todo captemos los significa-
dos que las personas aplican a su conducta. (Giddens, 1993: 54)

PARA AMPLIAR

Para profundizar sobre la política como ciencia sugerimos la lectura

AA del siguiente artículo de Rosendo Meza:


<http://revistas.unam.mx/index.php/rep/article/
viewFile/37515/34079>

Vallès y Martí i Puig sostienen que el conocimiento científico sobre la políti-


ca, es decir, la ciencia política, posee tres componentes o labores básicas.
Primero, la descripción de hechos o situaciones mediante su establecimiento
o identificación, la recopilación de datos e información sobre ellos y su puesta
a disposición, lo cual, de por sí, no se trata de una actividad sencilla. Estos
autores señalan que “no siempre es fácil separar la descripción del hecho de
su valoración”, y que “en cierto modo, el fenómeno (…) social o político está
sometido a una manipulación previa: el observador lo aísla de su contexto y
lo describe aplicándole conceptos previos y a veces discutidos”. Segundo, la
construcción de interpretaciones dando sentido o señalando razones o factores
que determinaron los hechos. Sobre esto, argumentan que “identificar qué
factores tienen influencia sobre una determinada situación y cuáles pueden
transformarla constituye la parte más atractiva y a la vez más difícil de la
ciencia política”. Además, agregan que “interpretar y pronosticar forman parte
de la tarea básica del conocimiento científico”. Y, tercero, la formulación de
recomendaciones y propuestas, las que siempre implican más abiertamente
juicios de valor. Estos, en verdad, están presentes en todo el proceso de
conocimiento, desde las descripciones a las propuestas, pasando por las
interpretaciones, lo que convierte al conocimiento científico de la política en
un campo controversial.
Al respecto, Vallès y Martí i Puig explican que “las escalas de valores desde
las que se formulan las propuestas son diferentes. Cabe un cierto grado de
acuerdo al describir la situación”. Sin embargo, “pueden darse –y de hecho
se dan– importantes divergencias sobre cómo debiera ser. Esta tensión entre
la descripción y la propuesta, entre el ser y el deber ser, forma parte del cono-
cimiento sobre la política” (2015: 59 y 60).
Estas consideraciones ameritan dar cuenta del concepto de ciencia social
y para ello es fundamental recorrer algunos autores claves al respecto.
Siguiendo los parámetros de ciencia desarrollados oportunamente por Max
Weber (1993), debe decirse que, en tanto “ciencias de la realidad”, las cien-
cias sociales –y, entre ellas, la ciencia política– están perfiladas hacia el cono-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


31

cimiento de “lo que es” y no de “lo que debe ser”. Como lo reconoce el cita-
do pensador alemán, las ciencias sociales se originaron como una respuesta
a los problemas prácticos existentes en el mundo político y social, y estuvie-
ron estimuladas por el interés de sus exponentes en llevar a cabo acciones
tendientes a producir cambios en ese mundo. Sin embargo, la tarea de estas
disciplinas empíricas no consiste en “proporcionar normas e ideales obliga-
torios, de los cuales puedan derivarse preceptos para la práctica”, sino, en
todo caso, dar cuenta de ellos, analizar los fenómenos sociales, identificar las
regularidades que signan las prácticas sociales, en suma, describir e interpre-
tar el complejo mundo social.

“Una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer sino únicamente qué puede
hacer y, en ciertas circunstancias, qué quiere. Es verdad que, en el campo de nuestras cien-
cias, las cosmovisiones personales se introducen de continuo también en la argumentación
científica; la perturban siempre, y dejan traslucir su gravitación de maneras distintas, aun
en el campo del establecimiento de simples conexiones causales entre los hechos, con el
resultado, en cada caso, de aumentar o disminuir las chances de los ideales personales, a
saber: la posibilidad de querer algo determinado [...]. Es verdad que precisamente aquellos
elementos más íntimos de la «personalidad», los juicios de valores últimos y supremos que
determinan nuestra acción y confieren sentido y significado a nuestra vida, son percibidos
por nosotros como algo «objetivamente» válido. Podemos sostenerlos solamente cuando se
presentan como válidos, como derivados de los valores supremos de nuestra vida y, por lo
tanto, cuando se desarrollan en lucha contra los obstáculos de esta [...]. Solo en el supues-
to de la fe en valores tiene sentido el intento de sostener desde fuera juicios de valor. No
obstante, enjuiciar la validez de tales valores es asunto de la fe, y, junto a ella, quizá tarea
de una consideración e interpretación especulativa de la vida y del mundo con respecto a
su sentido; con seguridad, no es objeto de una ciencia empírica [...]” (Weber, 1993: 44).

He aquí una clara distinción entre los juicios de valor, propios del universo de la
“fe”, y los juicios de hechos, propios del saber científico de la realidad social.
Una disciplina científica, como cualquiera de las ciencias sociales, no está en
condiciones de establecer y justificar científicamente ideales que determinen
lo que “debe ser”, pero sí lo que “es” y, eventualmente, lo que “deviene”, ya
que dicha disciplina es una “ciencia de la realidad”. No obstante, esa “reali-
dad” se le presenta al hombre como una “multiplicidad infinita de procesos”
imposible de ser abordada integralmente por él, es decir, una realidad que
es inconmensurable al conocimiento humano. Este apenas puede analizar un
aspecto particular de esa realidad. La ciencia social se interesa, entonces, por
la realidad social o, en palabras del propio Weber, por “la configuración real
y, por lo tanto, individual de la vida social que nos circunda, considerada en
sus conexiones universales, mas no por ello, naturalmente, de índole menos
individual”, pero solo puede dar cuenta de la descripción y comprensión de
una “parte finita” de la misma.

“[…] Tan pronto como tratamos de reflexionar sobre la manera en que se nos presenta
inmediatamente, la vida nos ofrece una multiplicidad infinita de procesos que surgen y des-
aparecen, sucesiva y simultáneamente, tanto «dentro» como «fuera» de nosotros mismos. Y

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


32

la infinitud absoluta de esta multiplicidad para nada disminuye, en su dimensión intensiva,


cuando consideramos aisladamente un objeto singular […], tan pronto como procuramos
con seriedad describirlo de manera exhaustiva en todos sus componentes individuales; tal
infinitud subsiste todavía más, como es obvio, si intentamos comprenderlo en su condicio-
namiento causal. Cualquier conocimiento conceptual de la realidad infinita por la mente
humana finita descansa en el supuesto tácito de que solo una parte finita de esta realidad
constituye el objeto de la investigación científica, parte que debe ser la única «esencial» en
el sentido de que «merece ser conocida»” (Weber, 1993: 61 y 62).

En general, este planteo refleja el pensamiento nietzscheniano con relación


al conocimiento humano, tan influyente en determinados círculos filosóficos y
científicos a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Dicha perspectiva era
radicalmente opuesta a toda forma esencialista o determinista de considera-
ción de la realidad en general y asentaba en un marcado activismo humano
en la construcción del conocimiento.

“[…] No debemos cosificar equivocadamente «causa» y «efecto», como lo hacen los investi-
gadores de la naturaleza (y quien, como ellos, naturaliza hoy en el pensar) en conformidad
con el dominante cretinismo mecanicista, el cual deja que la causa presione y empuje hasta
que «produce el efecto»; debemos servirnos precisamente de la «causa», del «efecto» nada
más que como de conceptos puros, es decir, ficciones convencionales, con fines de desig-
nación, de entendimiento, pero no de aclaración. En lo «en sí» no hay «lazos causales», ni
«necesidad», ni «no-libertad psicológica», allí no sigue «el efecto de la causa», allí no gobierna
«ley» ninguna. Nosotros somos los únicos que hemos inventado las causas, la sucesión, la
reciprocidad, la relatividad, la coacción, el número, la ley, la libertad, el motivo, la finalidad;
y siempre que a este mundo de signos lo introducimos ficticiamente y lo entremezclamos,
como si fuera un «en sí», en las cosas, continuamos actuando de igual manera que hemos
actuado siempre, a saber, de manera mitológica” (Nietzsche, 1993: 43).

PARA AMPLIAR

Al respecto de Nietzsche y el problema del conocimiento, propone-

AA mos la lectura del siguiente artículo:


<http://portal.uned.es/portal/page?_pageid=93,919689
&_dad=portal&_schema=PORTAL>

De este modo, y retornando a Weber, el conocimiento científico de la realidad


social deviene de un proceso de selectividad de aquello que será el objeto
de análisis –descripción y comprensión– de la ciencia social, operación que
resulta del interés y de la significación cultural que el analista le otorga a la
porción de la realidad social que será analíticamente abordada. Esa selec-
tividad se traduce, a su vez, en la elaboración de un conjunto de conceptos
básicos a través de los cuales se produce un “ordenamiento conceptual de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


33

la realidad”, realidad, por cierto, infinita frente a la finitud del conocimiento


humano, aun del científico, y de los conceptos utilizados para abordarla par-
cialmente. Dichos conceptos, que se convierten entonces en las herramientas
básicas del conocimiento humano, se conforman a partir de los presupuestos o
juicios de valor que guían la indagación científica de una parcela de la compleja
realidad social, cuya significación plena solo puede ser atribuida –y compren-
dida– dentro del marco de aquellos presupuestos.
El objetivo de la ciencia social está dado tanto por la “significación cultural”
de los hechos históricos y sociales seleccionados como objeto de indagación,
como por la “explicación causal” de su origen histórico, pero entendiendo que
el significado cultural de ese hecho y la explicación causal del mismo resulta-
rán de la imputación efectuada conceptualmente por el científico, ya que nin-
gún hecho histórico y social deriva o tiene entidad a partir de un conjunto de
relaciones lógicas necesarias entre sí. Es decir, los fenómenos sociales no
pueden ser entendidos como productos “deducidos” de determinada conste-
lación de procesos o hechos. La realidad social posee un carácter “indetermi-
nado”, ya que, en sí misma, “no proporciona ningún punto de vista específico
desde el cual se pueda echar luz sobre la significación de determinados ele-
mentos de la cultura” o de lo social.
En consecuencia, aquella significación y explicación causal no es más que
el resultado de un valor y de conexiones imputadas o atribuidas, como dice
Nietzsche (1993), “con fines de designación”, por el investigador, por el suje-
to que conoce, cuya validez científica reside centralmente en la coherencia
lógica del planteo y en la referencialidad empírica efectuada.

“[…] Jamás puede concebirse como exhaustiva aun la descripción del segmento más ínfi-
mo de la realidad. El número y la índole de las causas que determinaron cualquier evento
individual son siempre infinitos, y nada hay en las cosas mismas que indique qué parte
de ella debe ser considerada. El único resultado de cualquier intento serio de conocer la
realidad «sin presupuestos» sería un caos de «juicios de existencia» acerca de innumerables
percepciones particulares. Pero aun tal resultado solo es posible en apariencia, ya que cada
percepción aislada, en cuanto se la considera con mayor atención, muestra infinitos ele-
mentos que jamás pueden ser expresados de manera exhaustiva en juicios de percepción.
Lo único que introduce orden en este caos es la circunstancia de que, en cada caso, solo
una parte de la realidad individual reviste para nosotros interés y significación, porque úni-
camente ella muestra relación con las ideas de valor culturales con las cuales abordamos la
realidad. Solo determinados aspectos de los fenómenos individuales, siempre infinitamente
múltiples –es decir, aquellos a los cuales atribuimos significación cultural general–, son, por
lo tanto, dignos de ser conocidos, y solo ellos son objeto de explicación causal. Esta, a su
vez, denuncia el mismo fenómeno: un regreso causal exhaustivo desde cualquier fenómeno
concreto en su realidad plena, no solo es imposible en la práctica, sino sencillamente dispa-
ratado. Solo determinamos aquellas causas a las cuales son imputables, en el caso individual,
los componentes «esenciales» del acontecimiento. En cuanto se trata de la individualidad
de un fenómeno, la pregunta por la causa no inquiere por leyes, sino por conexiones causales
concretas; no pregunta bajo qué fórmula ha de subsumirse el fenómeno como espécimen,
sino cuál es la constelación individual a la que debe imputarse en cuanto resultado; es una
cuestión de imputación. Siempre que entra en consideración la explicación causal de un
«fenómeno de la cultura» –o de un individuo histórico–, el conocimiento de leyes de la
causación no puede ser el fin de la investigación sino solo un medio. Nos facilita y posibilita
la imputación causal de los componentes de los fenómenos, culturalmente significativos en
su individualidad, a sus causas concretas. En la medida que cumpla eso, pero solo en esa

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


34

medida, es valioso para nuestro conocimiento de conexiones individuales. Y cuanto más


«generales», es decir, cuanto más abstractas sean las leyes, tanto menos pueden contribuir a
la imputación causal de fenómenos individuales y, por vía indirecta, a la comprensión de la
significación de procesos culturales” (Weber, 1993: 67 y 68).

Los estudios científicos de los procesos sociales –y políticos– son exclusiva-


mente concebibles sobre la base de las “ideas de valor” que posee el analista
y a través de las cuales aborda significativamente la realidad social. Por ello,
todo conocimiento parte siempre desde “puntos de vistas específicamente
particulares”. Estos puntos de vista o “concepciones” configuran los princi-
pios de selección de los aspectos relevantes y singulares a ser analizados
científicamente y de la significación que se dará a los hechos. De ellos surge
el “esquema conceptual” que se utilizará de toda investigación científica, todo
lo cual muestra la importancia de los conceptos en la construcción del conoci-
miento. En la perspectiva weberiana, esos conceptos son el resultado de un
proceso de “construcción ideal”, es decir, “presenta el carácter de una utopía
obtenida mediante el realce conceptual de ciertos elementos de la realidad”.
Dichos conceptos típico-ideales “ilustran” y hacen comprensible un tipo de
conexión “ideal” que se comprueba o se supone que existe en la realidad.

“[...] Respecto de la investigación, el concepto típico-ideal pretende guiar el juicio de impu-


tación: no es una «hipótesis», pero quiere señalar una orientación a la formación de hipótesis.
No constituye una exposición de la realidad, pero quiere proporcionar medios de expresión
unívocos para representarla. Consiste, pues, en la «idea» de la organización moderna de la
sociedad, históricamente dada, [...] idea elaborada por nosotros [...]. En este caso, no se forma
el concepto [...] como un promedio de los principios [...] existentes de hecho en la totalidad
[de la realidad social], sino, antes bien, como un tipo ideal. Se los obtiene mediante el realce
unilateral de uno o de varios puntos de vista y la reunión de una multitud de fenómenos
singulares, difusos y discretos, que se presentan en mayor medida en unas partes que en
otras o que aparecen de manera esporádica, fenómenos que encajan en aquellos puntos de
vista, escogidos unilateralmente, en un marco conceptual en sí unitario. Este, en su pureza
conceptual, es inhallable empíricamente en la realidad: es una utopía que plantea a la labor
historiográfica la tarea de comprobar, en cada caso singular, en qué medida la realidad se
acerca o se aleja de ese cuadro ideal [...].” (Weber, 1993: 79 y 80).

De este modo, Weber indica que con los tipos ideales, los científicos intentan
aprehender individuos históricos y aspectos singulares a través de conceptos
genéricos, siempre con la intención de ordenar conceptualmente la compleja
realidad social a los efectos de describirla e interpretarla. Y, ante la incon-
mensurabilidad de la realidad social para el conocimiento humano, dicha
labor solamente puede emprenderse a través de las herramientas que Weber
denomina conceptos típico-ideales. Pero debe distinguirse claramente a estos
conceptos –que son construcciones metodológicas– de la historia, es decir, de
la propia realidad social. En toda investigación científica, esas construcciones
son el medio a través del cual el investigador efectúa la “imputación válida”

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


35

de un “proceso histórico a sus causas reales”, siempre dentro de las posibi-


lidades que brinda el conjunto de intereses cognoscitivos del investigador, el
estado de sus conocimientos acerca de esa realidad y la estructura conceptual
con que cuenta en cada caso. Así, los sistemas conceptuales configuran el
único medio para captar los aspectos o elementos significativos de la realidad
social, la que, dada su “infinitud” ante el conocimiento humano “finito”, nunca
podrá ser abordada en toda su complejidad.
En este contexto, los tipos ideales son instrumentos empíricos y heurísticos.
Son empíricos porque “se los obtiene mediante el realce unilateral de uno o
de varios puntos de vista y la reunión de una multitud de fenómenos singula-
res, difusos y discretos, que se presentan en mayor medida en unas partes
que en otras o que aparecen de manera esporádica, fenómenos que encajan
en aquellos puntos de vista, escogidos unilateralmente, en un cuadro con-
ceptual en sí unitario”. Y son heurísticos porque, pese a que constituyen una
“utopía” que es “inhallable empíricamente en la realidad”, permiten exponer,
ilustrar y describir la realidad social así como interpretarla y explicarla (Weber,
1993: 79 y ss).
Esta enunciación weberiana de la formación de conceptos en la actividad
científica es de tono nietzscheniana, tal como lo expresó el propio Nietzsche
en 1873.

“[…] Toda palabra se convierte en concepto tan pronto como deja de servir para recordar
la experiencia única, totalmente individual a la que debe su aparición, y en cambio debe
ajustarse a innumerables casos más o menos parecidos, en sentido estricto nunca iguales, es
decir, solo desiguales. Todo concepto surge mediante la igualación de lo no igual. Tan cierto
como que jamás una hoja es igual a la otra, es que el concepto hoja se ha formado abando-
nando arbitrariamente estas diferencias individuales, mediante un olvido de lo diferente;
y entonces se despierta la idea de que en la naturaleza hay algo –aparte de las hojas–, que
sería “la hoja”, acaso una forma originaria a partir de la cual todas las hojas se han tejido,
esbozado, diseñado, coloreado, fruncido y pintado, pero con manos torpes, de modo que
ningún ejemplar resulta ser una copia fiel del original, correcta y confiable […]. El pasar por
alto lo individual y real nos da el concepto, así como la forma, mientras que la naturaleza
nada sabe de formas y de conceptos, como tampoco de especies, sino que en ella solo hay
una X inaccesible e indefinible para nosotros” (Nietzsche, 2012: 32 y 33).

En este marco, la labor científica consiste básicamente en describir e interpre-


tar la realidad social. Para Bernard Lahire (2006), en el ámbito de las ciencias
sociales, la interpretación de la realidad social solamente es posible a partir
de un proceso previo de descripción de la misma.

CC
Uno de los grandes objetivos de la sociología consiste en buscar, en las condi-
ciones de existencia y de coexistencia de los hombres, aquellos elementos
que permitan dar razón de conductas o de prácticas (aun aquellas que parez-
can más «extrañas» y menos «racionales»). Una descripción fina de esas condi-
ciones de existencia y coexistencia (tanto pasadas –pero que persisten en for-
ma de instituciones objetivadas y disposiciones incorporadas– como

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


36

presentes) permite dar sociológicamente razón de los comportamientos, sean


estos habituales o singulares. Hay una sola manera de entender la lógica de
esas prácticas y esa forma es estudiarlas de la manera más fina, más especí-
fica y más sistemática posible. […] [Sin embargo], más que interpretar en for-
ma general, aproximativa y abstracta las conductas sociales, más que proyec-
tar en la cabeza de los hombres móviles o psicologías sumarias, el uso de
descripciones precisas y específicas de la conductas en contextos permite, fi-
nalmente, desplegar una verdadera interpretación sociológica empíricamente
fundada. (Lahire, 2006: 32 y 33)

Para este sociólogo francés, la descripción de la realidad social consiste en la


“descripción verbal (oral o escrita) de lo que puede observarse directamente
(personajes, objetos, decorados, paisajes, acciones o interacciones, maneras
de decir y de hacer), es decir, armado con sus cinco sentidos y provisto de las
únicas categorías (científicas y forzosamente extracientíficas) incorporadas de
percepción del mundo social”. Se trata, sin más, de la “observación previa”
u “observación directa de los comportamientos”, ya que, “la descripción fina
de las prácticas es el único medio de acceder a las maneras de hacer, es
decir, a las modalidades de las prácticas”.
No obstante, no debe perderse de vista el carácter infinito de lo real frente
al conocimiento humano, tan elocuentemente destacado por Weber, lo que
hace imposible, en palabras de Lahire, la “exhaustividad descriptiva” y bien
puede conducir a la “ilusión realista”.

CC
Cuando pretende ser detallada hasta el puntillismo, la descripción puede in-
cluso llevar hacia (o estar animada por) cierto positivismo capaz de darle al
observador la ilusión de estar tocando con el dedo “lo real mismo”. Ahora
bien, ninguna descripción es exhaustiva (y por lo tanto definitiva). […] Ninguna
situación, ningún objeto ni ninguna práctica se agota por medio de un número
finito de rasgos descriptivos: el uso de otros interrogantes, de otros intereses
de conocimiento y de otros ángulos sociológicos, siempre hace posible las
descripciones inéditas. Socio-logía no es socio-grafía. El estudio sociológico
supone implementar un razonamiento comparativo que saque a la luz todo lo
invariante y específico que hay en las situaciones descriptas en relación con
una serie de otras situaciones. (Lahire, 2006: 36)

A continuación, presentamos un video en donde se definen y descri-


ben los diferentes métodos de observación que pueden ser utilizados
en la ciencia:

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


37

<https://slideplayer.es/slide/5568011>

La parcialidad de toda descripción adquiere significación cuando se desarrolla


asentada en “esquemas interpretativos” que la guían y le permiten superar
la “descripción fotográfica” que, en general, “parecen mostrarnos todo”, pero
“nunca nos dicen nada de sí mismas”.

CC
[…] Nunca hay descripción sociológica encerrada en su singularidad, sino des-
cripciones hechas a partir de un marco descriptivo, que debe poder ser reutili-
zable, de un objeto descripto a otro. La descripción sociológica debe guiarse
siempre por esquemas interpretativos, incluso de un modelo teórico. Y aun
cuando no puedan sustituir las teorías, las mejores descripciones siempre es-
tán guiadas –de forma más o menos explícitas– teóricamente. Solo el punto
de vista teórico (que, como lo recordaba Saussure, crea el objeto) permite deci-
dir acerca de la pertinencia relativa de las dimensiones de lo social a describir.
Y ese mismo punto de vista tiene el poder de “hacer hablar” los elementos de
descripción. (Lahire, 2006: 36)

En estas condiciones sí es posible elaborar interpretaciones de aquellos obje-


tos descriptos, sin caer en “interpretaciones salvajes, descontroladas, sin
condicionamientos empíricos” y procurando siempre producir “actos interpreta-
tivos” asentados en la “interpretación de indicios, de huellas, de operaciones
de selección o codificación, de correlaciones estadísticas, de discursos o de
gestos” con el objetivo de fundar empíricamente la labor científica.

CC
Las interpretaciones (en el sentido de “tesis”) […] pueden considerarse cientí-
ficamente completas: 1) si se apoyan en materiales empíricos; 2) si dan cuen-
ta, con la mayor precisión posible, de los principios teóricos de selección y de
los modos de producción de esos materiales; 3) si se encuentran claramente
designados los contextos espaciotemporalmente situados de la “medida” (de
la observación); y 4) si se hallan explicitados los modos de fabricación de los

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


38

resultados a partir de los materiales producidos (modos de procesamiento de


los datos y, si fuera posible, elección del tipo de escritura científica). El trabajo
interpretativo no interviene después de la batalla empírica, sino antes, durante
y después de la producción de los “datos” que justamente nunca son dados,
sino que están constituidos como tales por una serie de actos interpretativos.
[…] En ciencias sociales, la calidad del trabajo de investigación reside primero
y ante todo en la fineza y justeza de los actos interpretativos implementados
en cada tramo de la construcción de la investigación, en forma prospectiva, pe-
ro también retrospectiva. (Lahire, 2006: 42)

Interpretar supone una forma de imputación de un sentido a las prácticas


sociales analizadas. Para Lahire, las interpretaciones varían según su grado
de solidez derivado del razonamiento sociológico así como del volumen y exten-
sión del material interpretado. Sin embargo, toda interpretación es una manera
de sobreinterpretar la realidad social analizada, lo que materializa cuando el
investigador social pone “más sentido en las acciones de los sujetos inves-
tigados que el que ponen estos últimos cuando actúan u ocasionalmente
comentan su propio accionar”. De todos modos, la sobreinterpretación no
constituye un “excedente de sentido con relación a las significaciones que
dan los sujetos investigados a propósito de lo que hacen, creen, sienten o
perciben”. Ello sería una mala interpretación, sin más.

CC
[…] Cuando el sociólogo hace bien su trabajo, la significación de los aconteci-
mientos, las prácticas o las representaciones que propone, es siempre un
plus, un agregado respecto de lo que se dice o se interpreta comúnmente en el
mundo social. Por eso, interpretar es siempre sobreinterpretar respecto de las
interpretaciones (prácticas o reflexivas) habituales: decidir hilar la metáfora lo
más lejos posible, privilegiar una dimensión de las realidades sociales o una
escala particular de observación, implica volver ajeno a nuestros ojos, y a ojos
de los sujetos investigados un mundo habitual a veces tan obvio que realmen-
te ya no lo vemos. (Lahire, 2006: 44 y 45)

Lahire señala que no toda interpretación es válida. Lo es aquella que constitu-


ye una “sobreinterpretación controlada”. Cuando “el trabajo interpretativo es
controlado atentamente por los datos, por la reflexión sobre sus condiciones
de producción, con la comparación de esos datos con series de datos produ-
cidos por otros, en otras condiciones, etc., el riesgo de sobreinterpretación
es limitado” (2006: 63 y 64).
El progreso científico no es más que un proceso permanente de producción
y reproducción conceptual que resulta de la contraposición entre el andamiaje
conceptual utilizado para abordar –describir e interpretar– la realidad empíri-
ca y “aquello que queremos y podemos obtener a partir de la realidad en un
nuevo conocimiento”, pero cuya significación es de carácter cultural, es decir,
está dada por el conjunto de problemas y conceptos disponibles y validados
en una determinada situación cultural, todo lo cual ratifica a la ciencia como
una práctica social.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


39

“La historia de las ciencias de la vida social es y sigue siendo, por lo tanto, una alternancia
continua entre el intento de ordenar conceptualmente los hechos a través de la formación de
conceptos, la resolución de los cuadros conceptuales así obtenidos mediante la ampliación y
el desplazamiento del horizonte de la ciencia, y la formación de nuevos conceptos sobre las
bases así transformadas. Esto no indica, por cierto, que el ensayo de construir sistemas con-
ceptuales sea en general erróneo, pues cualquier ciencia, aun la historia meramente descrip-
tiva, labora con los conceptos disponibles en su época; expresa, así, la circunstancia de que
en las ciencias de la cultura humana la formación de conceptos depende del planteamiento
de los problemas, y que este varía junto con el contenido de la cultura. La relación entre los
conceptos y lo conceptuado lleva consigo, en las ciencias culturales, la transitoriedad de tales
síntesis. Los grandes intentos de construcción conceptual han obtenido por regla general
su valor en el campo de nuestra ciencia en cuanto han puesto de relieve el carácter limitado
de la importancia de los puntos de vista que estaban en su base. Los mayores progresos en
el campo de las ciencias sociales se ligan de hecho con el desplazamiento de los problemas
culturales prácticos y cobran la forma de una crítica de la formación de conceptos” (Weber,
1993: 94 y 95).

En consecuencia, la ciencia “ordena” su materia en los conceptos que utiliza


y se expresa a través de ellos en el marco de una operación que surge de la
elaboración de regularidades empíricas, la formación de hipótesis y la poste-
rior verificación empírica de estas. La objetividad del saber que surge de esta
labor reside justamente en el hecho de que la realidad social, signada por
una multiplicidad infinita de su acaecer, se ordena conceptualmente a partir
de categorías que son subjetivas en la medida que representan los presupues-
tos de nuestros conocimientos. Para Weber, “conceptos y juicios no son la
realidad empírica, ni la copian, pero permiten ordenarla conceptualmente de
manera válida”. Esos conceptos y juicios surgen de elementos subjetivos de la
acción social y son comprobables empíricamente, pero no son argumentables
a partir de los materiales empíricos de referencia.

“La «objetividad» del conocimiento de las ciencias sociales depende […] de esto: que lo
empíricamente dado se oriente de continuo con relación a aquellas ideas de valor, las únicas
que le prestan valor cognoscitivo; que, en su significación, sea comprendido a partir de ellas,
pero que jamás sea convertido en pedestal para la prueba, imposible empíricamente, de la
validez de aquellas. Y la fe, presente en alguna forma en todos nosotros, en la validez supra-
empírica de las ideas de valor últimas y supremas, de las que tomamos el sentido de nuestra
existencia, no excluye sino incluye la incesante mutabilidad de los puntos de vista concretos
desde los cuales la realidad empírica recibe un significado: la vida en su realidad irracional y
en su contenido de significaciones posibles es inagotable; por ello, la configuración concreta
de la relación de valor permanentemente fluctuante, sometida al cambio en el oscuro futuro
de la cultura humana. La luz que brota de aquellas ideas de valor supremas cae sobre una
parte finita, siempre cambiante, de la inmensa corriente caótica de los acontecimientos, que
fluye a lo largo del tiempo. Todo ello no significa que la tarea propia de la ciencia social
consista en una caza continua de nuevos puntos de vista y construcciones conceptuales. Por
lo contrario, nada debiera destacarse más que la afirmación de que servir al conocimiento
de la significación cultural de conexiones históricas concretas es la meta la única y exclusiva,
a la cual, junto con otros medios, también contribuye la labor de formación y crítica de
conceptos” (Weber, 1993: 100).

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Todo lo expresado, en suma, da cuenta de la connotación sustantiva de la


actividad científica en la vida moderna y también apuntala su carácter de prác-
tica social validada en el contexto histórico-cultural en el cual se desarrolla.
Finalmente, debe destacarse que la ciencia política, como ciencia social,
constituye un saber crítico y lo es cuando pone en entredicho al poder y al
sentido común, es decir, cuando devela y revela los mecanismos sociales
mediante los cuales los actores dominantes estructuran una hegemonía efi-
caz o cuando da cuenta de los complejos procesos sociales que desdicen las
opiniones del sujeto común sobre cuestiones sociales intrincadas.
Al respecto, Pierre Bourdieu (2008) desarrolla una serie de consideracio-
nes acerca de la sociología y los sociólogos que resultan adecuadas para la
ciencia política y sus científicos. Sostiene que la sociología es “una ciencia
que molesta” porque “devela cosas ocultas y a menudo reprimidas”. Y el
“des-cubrimiento” de lo oculto se logra cuando la sociología alcanza niveles
eficientes de crítica.

CC
El sociólogo se halla tanto mejor armado para des-cubrir este oculto cuanto
mejor armado se halle científicamente, cuanto mejor utilice el capital de con-
ceptos, de métodos, de técnicas acumulado por sus predecesores […] y cuan-
to más «crítico» sea, cuanto más subversiva sea la intención consciente o in-
consciente que lo anima, cuanto más interés tenga en develar lo que está
censurado, reprimido, en el mundo social. […] Si el sociólogo consigue produ-
cir aunque sea un poco de verdad no es a pesar de que tenga interés en produ-
cir esta verdad, sino porque tiene interés –es decir, exactamente a la inversa
del discurso un poco tontorrón sobre la «neutralidad». (Bourdieu, 2008: 24)

Para Bourdieu, la sociología, mediante las “armas de la crítica” y las “estrate-


gias de subversión”, se contrapone al sentido común y al poder.

CC
Las armas de la crítica deben ser científicas para ser eficaces. En sociología,
por el contrario, toda proposición que contradiga el sentido común se expone a
la sospecha de prejuicio ideológico, de partidismo político. Choca con intere-
ses sociales: con los intereses de los dominantes, que están aliados con el si-
lencio y con la «sensatez» (que dice que lo que es debe de ser, o que no puede
ser de otra manera); con los intereses de los portavoces, de los altavoces, que
necesitan ideas simples, simplistas, eslóganes. Por esta razón, a la sociología
se le exigen muchísimas más pruebas –lo que, al fin y al cabo, está muy bien–
que a los portavoces de la «sensatez». Y cada descubrimiento de la ciencia
desencadena un inmenso trabajo de «crítica» retrógrada, que tiene a su favor
todo el orden social (la reputación, los puestos, los honores y, por tanto, la
creencia) y cuyo objetivo es volver a cubrir lo que había sido descubierto.
(Bourdieu, 2008: 25)

Así y todo, pese a la molestia que provoca la sociología, como lo señala Lahire
(2016), esta “no ha dejado de aportar conocimientos decisivos sobre diversos
temas que fueron objeto de debate público o que se consideraron de gran

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41

importancia en lo político” y “echó luz sobre dimensiones fundamentales de


la experiencia”. Pero siempre puso en evidencia las “lógicas” que determinan
las prácticas sociales.

CC
Con sus métodos propios (observaciones, entrevistas y cuestionarios), descri-
be y analiza un gran número de universos sociales, desde el mundo de los
obreros al de la gran burguesía, penetra en las bambalinas de una multitud de
oficios o actividades, estudia prácticas variadas, de las más a las menos legíti-
mas, así como todo tipo de situaciones vividas como problemáticas […]. En
cada caso, deja en evidencia las lógicas que presiden las prácticas y que, en
un comienzo, parecen simple hecho del azar o del destino […]. La sociología
historiza estados de hecho que se suponen naturales […]. También desenciali-
za o desustancializa a los individuos, que llegaron a convertirse en lo que son
por su relación con toda una serie de individuos, grupos e instituciones […],
compara y explica las transformaciones de los fenómenos considerados eter-
nos o invariantes […] y, sobre todo, contradice en cada caso las mentiras vo-
luntarias o involuntarias sobre el estado de lo real y desarma los discursos ilu-
sorios. (Lahire, 2016: 65 y 66)

En definitiva, la sociología cuestiona “una realidad que se impone como una


evidencia difícil de cuestionar” y repudia el pensamiento y las afirmaciones
sustancialistas mediante la reivindicación del pensamiento relacional. La cien-
cia social se distingue del conocimiento falto de instrucción por su impronta
crítica.

PARA REFLEXIONAR

Luego de habernos adentrado en estas cuestiones, planteamos un


PP interrogante para la reflexión: ¿por qué se torna difícil para la socio-
logía cuestionar el rol de las mayorías, de los medios y de la ciencia?
Puede realizarse, optativamente, un relevamiento de noticias perio-
dísticas recientes para observar esta cuestión.

CC
[…] Lo que distingue a la ciencia, cuando se la practica con un alto grado de
independencia de las demandas sociales directas o indirectas, es su capaci-
dad para pensar las cosas de manera radical, es decir, desde la raíz. Como no
busca entender para dar respuestas urgentes a cuestiones prácticas, puede
permitirse ir muy lejos con las preguntas sobre las creencias e instituciones,
puede remontarse muy atrás en la historia para aprehender las bases de las
creencias y los estados de hecho pluriseculares que condicionan nuestras ac-
ciones sin que lo sepamos; puede echar luz allí adonde a nadie le importa mi-
rar y, a fin de cuentas, puede cuestionar en profundidad nuestras más férreas
certezas. El conocimiento científico se conquista gracias a la responsabilidad
política o moral de los investigadores, que no tienen que preguntarse si lo que
descubren va a gustar o disgustar, si va a ser útil o inútil (Lahire, 2016: 82)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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Mucho tiempo antes que Bourdieu y que Lahire, en 1959, Charles Wright Mills
(2003) sostuvo que las ciencias sociales estaban atravesadas por “conflictos
de valores” y por “problemas de poder”. Los constreñimientos para la labor
de estas ciencias provenían del campo social y político así como del propio
ambiente académico, y ello fue creando, en su opinión, una gran “confusión”
moral y política, además de científica.

CC
[…] Para juzgar los problemas y los métodos de escuelas diversas de ciencias
sociales, tenemos que acomodar nuestras inteligencias a innumerables valo-
res políticos así como a incontables cuestiones intelectuales, porque no pode-
mos enunciar bien un problema hasta que no sabemos para quién es un pro-
blema. (Wright Mills, 2003: 93)

Los contrapuntos entre la “gran teoría”, asentada en proposiciones y abstrac-


ciones de un nivel tan general que impiden la observación e interpretación
de hechos puntuales, y el “empirismo abstracto”, adentrado en un maras-
mo de episodios que no pueden ser entendidos por ninguna proposición o
teoría importante, ha sido un artilugio para asumir posiciones políticamente
agnósticas y moralmente prescindentes. Pero Wright Mills denuncia que ello,
en particular el empirismo abstracto, es solo una expresión conservadora y
legitimante de la sociedad tal cual está configurada.

CC
El científico social que gasta su fuerza intelectual en los detalles de pequeña
escala, no pone su trabajo al margen de los conflictos y las fuerzas políticas
de su tiempo, sino que, por lo menos indirectamente y de hecho, “acepta” la
estructura de su sociedad. Pero nadie que acepte la plena tarea intelectual de
las ciencias sociales puede aceptar sencillamente esa estructura. En realidad,
su tarea consiste en hacer explícita esa estructura y estudiarla en su conjunto.
Emprender esa tarea es su juicio más importante. (Wright Mills, 2003: 95)

Las alocuciones de estos clásicos de la sociología debería retumbar en los


corrillos de la ciencia política. No siempre esta disciplina científica ha moles-
tado y no siempre ha sido crítica del poder y del sentido común. Nació en
Estados Unidos y, desde allí, se expandió a otro lares con una impronta con-
servadora que no tardó en ponerla en crisis, tal como lo destacaron numero-
sos referentes que se abordarán más adelante.

LECTURA OBLIGATORIA

Pasquino, G. (1988a), “Naturaleza y evolución de la disciplina”, en

OO Pasquino, G. y otros, Manual de ciencia política, Alianza Editorial,


Madrid.

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43

1.

KK a. Según los contenidos de esta primera unidad, desarrolle el concepto


de ciencia política, en sentidos amplio y restringido.
b. Responda las siguientes preguntas:
• ¿Qué diferencias existen entre la ciencia política y la filosofía polí-
tica?
• ¿Cuál es el objeto de la ciencia política?
• ¿Qué es una ciencia empírica y cuáles son sus particularidades
según Max Weber?
• ¿Cuáles son y qué características han tenido las dos rupturas que,
según Caminal Badia, signaron la prehistoria de la ciencia polí-
tica?

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44

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


45

El desarrollo de la ciencia política


Objetivos
•• Llevar a cabo un recorrido histórico que permita observar el origen de la
ciencia política.
•• Observar las argumentaciones de distintos autores respecto al desarrollo
de la disciplina.
•• Realizar una distinción entre las distintas corrientes contemporáneas de
ciencia política.
•• Reflexionar respecto de la “crisis” de la ciencia política.

2.1. El origen histórico de la ciencia política


La conformación y evolución histórica de la ciencia política ha constituido un
proceso complejo, tanto desde el punto de vista conceptual y teórico como
desde la propia labor científica al respecto. Gianfranco Pasquino nos recuerda
que dicha complejidad responde básicamente a dos razones. Por un lado, la
historia de la ciencia política y la de los politólogos se entrelaza con las de
otras disciplinas y campos del conocimiento como la filosofía política y social,
la historia de las doctrinas e ideas políticas, el derecho constitucional, la
sociología y la sociología política, en particular. Por el otro lado, la evolución
de la ciencia política ha estado directamente vinculada tanto a la definición y
redefinición de su objeto de estudio, esto es, la política, como a las sucesivas
reformulaciones llevadas a cabo en el plano del método científico (Pasquino,
2011).
En un sentido general, la historia de la ciencia política abreva en un exten-
dido camino iniciado con Aristóteles, reforzado por Maquiavelo y los contrac-
tualistas, que desembocó en la conformación de la disciplina abocada a los
estudios científicos de la política. Como se verá seguidamente, el desenvolvi-
miento del pensamiento político occidental en gran medida giró en torno tanto
de la delimitación de su propio objeto como de los problemas y dilemas meto-
dológicos que se fueron sucediendo en el campo del conocimiento científico y
del pensamiento especulativo. Su despliegue histórico expresó continuamente
los avatares ontológicos y metodológicos que se fueron dando en la intersec-
ción entre política y especulación filosófica, entre poder y conocimiento crítico.
Según Miquel Caminal Badia (1996), en la “prehistoria de la ciencia políti-
ca” hubo dos rupturas esenciales. En primer lugar, la ruptura que diferenció y
separó al pensamiento político clásico, propiamente filosófico y teológico, del
pensamiento político moderno iniciado con Maquiavelo y que tomó al poder y
al Estado como objeto de sus reflexiones independientemente de sus funda-
mentos morales. Y, en segundo lugar, la ruptura que, dentro del marco de la

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etapa moderna, diferenció y separó al pensamiento político de la ciencia polí-


tica propiamente dicha. Este último quiebre, además, estuvo básicamente
condicionado por el contexto social y político en el que se produjo, a fines del
siglo pasado y comienzos de este, escenario que estuvo signado por la sepa-
ración entre Estado y ciencia y, más específicamente, por la democratización
de aquel bajo la égida del liberalismo político occidental, como claramente lo
señala el citado autor.

“El pensamiento político adquiere autonomía en la medida que se desprende de su condi-


cionante filosófico y teológico. La política ya no forma parte de la filosofía, de la teología
o, incluso, de la moral. Se hace independiente en la medida que la sociedad moderna se
fundamenta en la laicidad y la individualidad, y se organiza fundándose en el principio de
la razón [...]. La politología, al igual que la economía y la sociología, no nace y se desarrolla
como ciencia hasta que no consigue acotar su objeto y, en cierta medida, distanciarse del
Estado [...]. La aparición y desarrollo de la politología como ciencia social se ha producido
en mayor medida cuando el Estado liberal ha avanzado hacia formas liberal-democráticas.
La razón es muy simple: la política, y su análisis como objeto de estudio, tiene un carácter
radicalmente distinto cuando la inmensa mayoría de sus miembros están formalmente
excluidos de toda acción política y, por supuesto, no se les reconoce opinión en relación con
el gobierno [...]. En la medida que aparecen y se amplían las libertades positivas, la política se
hace presente en la sociedad civil. Se reconoce y se regula su existencia. El Estado ya no es la
única institución pública porque las libertades públicas extienden el ámbito de la política al
conjunto de la sociedad. Los partidos políticos y el sufragio universal constituyen la máxima
expresión de este cambio que creará las condiciones materiales para la delimitación de un
campo de investigación que desborda el mundo del Estado para introducirse en la sociedad
civil. La democratización del Estado liberal crea las siguientes condiciones para el nacimiento
y desarrollo de la ciencia política: 1) la ampliación del derecho de participación política y el
reconocimiento del sufragio universal masculino con independencia de la condición social;
2) el reconocimiento del pluralismo político y de la posibilidad de impulsar, canalizar y
organizar concepciones políticas distintas con igual legitimidad para acceder al gobierno
del Estado; 3) la integración de las clases sociales en el sistema político poniendo fin a la
exclusión política de la clase obrera; 4) la configuración del Estado como sistema político
cuyos actores fundamentales son los partidos políticos. El poder, el Estado o, incluso, el
gobierno ya no ocupan todo el espacio del análisis político y ceden una parte del mismo
a la organización y el funcionamiento del sistema político, que cobrará mayor importancia
en el transcurso del tiempo y en relación directa al proceso de democratización. Cuando la
política ya no es actividad exclusiva de unos pocos, cuando se generaliza y se hace anónima
en decisiones tan trascendentes como la elección de los gobernantes, surge la necesidad
de estudiarla de manera distinta: haciendo uso, como en la sociología y la economía, del
método empírico y las técnicas estadísticas. No se trata ya de preguntarse solamente sobre
el gobierno justo, ni de proponer o explicar teorías normativas generales sobre el Estado y el
gobierno, sino de estudiar, también, el proceso político, las instituciones, la administración
y el sistema político como un conjunto cohesionado” (Caminal Badia, 1996: 21-23).

La mayoría de los estudiosos coinciden en que la problematización sistemá-


tica y rigurosa sobre los fenómenos políticos comienza en la antigua Grecia,
especialmente a partir de las reflexiones sobre la crisis de las instituciones y
sobre los asuntos de la polis.
Desde un punto de vista etimológico, el vocablo política tiene su origen en
la antigua Grecia, derivado de las palabras polis, politeia y politiké. El concep-

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47

to de polis identificaba a la ciudad-estado, al recinto urbano y sus alrededo-


res. La polis era una comunidad autosuficiente y soberana en la que primaba
la total igualdad política de los ciudadanos, igualdad que se expresaba tanto
en la isonomía, es decir, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, como en la
isegoría, o sea, el derecho de participar y expresarse en la Asamblea. Por su
parte, el demos (esto es, el pueblo), según Tucídides, era autonomos porque
se regía por sus propias leyes; era autodiktos en tanto que era jurisdiccional-
mente independiente; y era autoteles, dado que se gobernaba a sí mismo. Del
mencionado concepto de demos derivó otro término fundamental en el estudio
sobre la política que es el de democracia, designando una forma de gobier-
no en la cual las decisiones políticas son tomadas por el pueblo. Demokratia
proviene del griego demos (pueblo) y kratia (gobierno) y, unidos, significa el
gobierno del pueblo, teniendo claramente presente que en la antigua Grecia
el pueblo lo constituía la ciudadanía conformada solamente por los hombres
adultos y libres, excluyéndose de la misma a las mujeres, los extranjeros y los
esclavos. Por su parte, el término politeia hacía referencia a la Constitución,
a los órdenes institucionales de la polis, a su régimen político. La expresión
ta politica era un plural neutro de politicos, aquellas cosas cívicas que hacían
al funcionamiento y a las características de la polis; lo que en la actualidad
denominaríamos cosas públicas. Y, finalmente, la palabra politiké era enten-
dida como la techné o el arte de la política.
Pues bien, fueron los griegos los que delimitaron un área de la vida humana
a la que llamaron política y la abordaron a partir de la reflexión filosófica. Ello
se produjo cuando la naturaleza comenzó a ser abordada como algo compren-
sible para el intelecto humano, algo que podía ser explicado racionalmente,
en forma independiente de lo sobrenatural.

CC
Debemos a los griegos la invención de la filosofía política y la delimitación del
área correspondiente a la índole política. Antes de que surgiera la filosofía grie-
ga, en el siglo IV a. C., el hombre se consideraba a sí mismo y a la sociedad
como partes integrales de la naturaleza, sometida a las mismas fuerzas natu-
rales y sobrenaturales. Naturaleza, hombre y sociedad formaban un continuo;
gozaban de una estabilidad compartida y sufrían la violencia de los dioses en-
colerizados. En esta era prefilosófica, la explicación de los acontecimientos
tanto naturales como sociales tomó la forma de «mitos». Interesaba a los hom-
bres, no «cómo» funcionaban las cosas, sino qué factores sobrehumanos las
dirigían. Los fenómenos políticos quedaban indiferenciados de otros fenóme-
nos, y no se conocía la «explicación» política como forma específica de pensar.
(Wolin, 1993: 38).

Así, quedó abierta la posibilidad de que los fenómenos tanto naturales como
sociales y políticos fuesen abordados racionalmente, aunque la filosofía polí-
tica surgió cuando se estableció una clara distinción entre la naturaleza física
y la sociedad. La filosofía griega antigua divorció la naturaleza y la sociedad
de las consideraciones y valorizaciones religiosas y mitológicas, y postuló la
posibilidad de que aquellas puedan ser abordadas racionalmente, pero no
permitió distinguir a la sociedad y la política como un fenómeno o instancia
diferente de la naturaleza.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


48

CC
El primer paso en el largo proceso de crear la filosofía política tuvo lugar cuan-
do la actitud del hombre respecto de la naturaleza experimentó una drástica
revisión. Este fue el gran aporte de los filósofos griegos de los siglos VI y V a.
C., quienes abordaron la naturaleza como algo comprensible para el intelecto
humano, algo que debe ser explicado racionalmente, sin recurrir a los capri-
chos de los dioses. Una vez dado este paso, quedaba abierto el camino para
una explicación racional de todos los fenómenos, tanto político y sociales co-
mo naturales. En esta etapa, sin embargo, los pensadores griegos no estable-
cían una distinción clara entre la naturaleza física y la sociedad; ambos domi-
nios eran gobernados por las mismas «leyes». (Wolin, 1993: 38 y 39)

Si bien en Sócrates ya había una incipiente distinción entre los problemas


humanos y la naturaleza, fueron, en verdad, los sofistas del siglo V a. C. los
primeros en interpretar a la política como una instancia diferente de la natu-
raleza. Antifón diferenció el ordenamiento político, delimitado por las normas
legales vigentes en la polis, de la naturaleza. Mientras que “las normas legales
son creadas por convenio y no producidas por la naturaleza”, con “las leyes de
la naturaleza” ocurre lo contrario. Este constituyó un momento clave para la
conformación del mundo de la política. Según Wolin, el mundo de la naturaleza
era “un orden al que [el hombre] no podía moldear ni cambiar”, pero frente al
mundo de la política “el hombre podía ser un arquitecto del orden”, pues dicho
orden “era accesible al arte humano” (Wolin, 1993, cap. 2).
En este marco, y preguntándose por la entidad del mundo político, su cog-
noscitividad y su constitución, surge la filosofía política platónica y aristotéli-
ca. Platón delineó una concepción acerca de la naturaleza de lo político asen-
tada en la convicción de que constituía una dimensión diferente y específica
de otros aspectos de la vida. La política era “el arte de la custodia respon-
sable de toda una comunidad” y la sociedad política era un sistema de fun-
ciones interrelacionadas, una estructura ordenada, un todo coherente. Pero
dicho sistema no era independiente del orden moral, sino que, por el contra-
rio, formaba parte del universo moral, del universo aprehensible a través de
la filosofía. Es por ello que Platón expresó con mucho énfasis la necesidad
de que el poder político, el gobierno de la polis fuese ejercido por los filósofos
o sobre la base de la filosofía. “La raza humana no verá mejores días hasta
que el linaje de quienes siguen correcta y genuinamente la filosofía obtengan
autoridad política, o hasta que los miembros de la clase que posee el control
político sean conducidos, por algún favor de la Providencia, a convertirse en
verdaderos filósofos”, decía. Ello acarrearía definitivamente la necesaria rege-
neración moral y estabilidad política. De este modo, el orden político era ple-
namente abordable por la razón humana y susceptible de ser moldeado por el
arte humano, pero dicho abordaje debía hacerse sobre la base de la prescrip-
ción de “la excelencia perfecta y la verdad absoluta”, lo que era un atributo
de la filosofía (Wolin, 1993: cap. 2).
Aristóteles, discípulo de Platón, abandonó la distinción ideal platónica entre
el gobierno activo de los filósofos y la comunidad políticamente pasiva, y, en
cambio, entendió la política sobre la base de la distinción básica entre los ciu-
dadanos, que eran los hombres libres que participaban de las deliberaciones
legislativas y judiciales, y quienes no lo eran, es decir, las mujeres, los niños
y los esclavos. Para Aristóteles, ni el conocimiento ni la virtud eran atributos
para ejercer el poder político. Estos derivaban de la contribución y del esfuer-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


49

zo que cada ciudadano diera a favor de los asuntos de la comunidad política.


Y la participación política del ciudadano estaba determinada por la naturaleza
humana, dado que el hombre era un zoon politikón, esto es, una persona que
vive en comunidad y lleva a cabo una vida en y para la comunidad. La polis,
en tanto asociación política, se componía de diversas partes y entre ellas pri-
maban diferentes posiciones, intereses y objetivos. Sin embargo, los actos
mediante los cuales los ciudadanos participaban de la vida política contribuían
a la inclusividad y generalidad de las decisiones allí adoptadas, es decir, al
carácter verdadero del juicio político seguido de ese modo, cuando ello era
“público” (Wolin, 1993: cap. 2).
Así, tanto Platón como Aristóteles dieron comienzo a una tradición de pen-
samiento que se proyecta de alguna manera hasta nuestros días, marcando
una de las características centrales de la civilización occidental. Sin embargo,
el derrumbe del mundo antiguo, el surgimiento de los grandes imperios y la
posterior consolidación del orden medieval sirvieron de escenario para la refor-
mulación del pensamiento político bajo la égida del cristianismo y de la hege-
monía cultural de la Iglesia Católica. En ese contexto, los diferentes aportes
del pensamiento político clásico sufrieron un proceso de cristianización. San
Agustín elaboró una concepción neoplatónica del mundo y, más tarde, Santo
Tomás de Aquino retomó trazos fundamentales del pensamiento político de
Aristóteles. Ambos retomaron ejes y conceptos del pensamiento político clá-
sico y los incorporaron en sus obras con fines argumentales en favor del cris-
tianismo. Dichas operaciones, lejos de negar o debilitar el contenido político
de aquellas tradiciones clásicas, las revitalizaron a través de sus intentos por
defender la causa de la Iglesia, el alcance y la legitimidad divina y terrenal del
poder papal, y su relación con otros Estados políticos y con sus súbditos. En
ese sentido, las categorías teológicas se fueron politizando paulatinamente y,
de ese modo, se fue preparando el terreno para que, durante el Renacimiento,
el pensamiento político se emancipara de la teología, de la filosofía y también
de la moral (Wolin, 1993: cap. 4).
Fue justamente Nicolás Maquiavelo quien comenzó a reflexionar acerca
de la política de forma autónoma de otras esferas de la vida del hombre, en
particular de las esferas religiosa, filosófica y moral, logrando diferenciar con-
ceptualmente el accionar político de aquellos aspectos de la vida social. Eso
dio origen a un proceso que desembocó en la conformación de las ciencias
sociales, cuya primera expresión moderna fue la “ciencia política” inaugura-
da por Maquiavelo.

CC
[…] Filosofías de la sociedad y doctrinas para poner en marcha procesos de
reformas aparecen en el remoto pasado humano, a menudo ligadas a especu-
laciones religiosas y casi siempre referidas a los problemas de organización de
la sociedad y el poder. En el pensamiento occidental este proceso nace con
los griegos, para prolongarse sin mayores discontinuidades en la cultura me-
dieval. El punto de ruptura de esta tradición, que permitirá progresivamente la
constitución autónoma del conjunto de las hoy llamadas ciencias sociales, se
halla en el Renacimiento. El precursor conocido para este nuevo continente del
conocimiento será Nicolás Maquiavelo (1469-1527), cuya obra marca la libera-
ción, para la reflexión sobre la política de sus condicionantes teológicas o filo-
sóficas. Lo que podríamos llamar ciencia política, esto es, teoría del gobierno y
de las relaciones entre el gobierno y la sociedad, es el primer campo seculari-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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zado del saber que habrá de irse constituyendo dentro del orden más vasto de
las ciencias sociales. (Portantiero, 1988a: 9)

Maquiavelo fue la primera expresión de la teoría política “pura”, es decir, de


una modalidad de análisis e interpretación de los fenómenos políticos prescin-
diendo de valoraciones o formas de legitimación cognoscitivas ancladas en la
moral o en la teología. Además, fue una de las más significativas expresiones
de la “ruptura epistemológica” operada durante el Renacimiento y a partir de
la cual se adoptó un nuevo punto de vista acerca del hombre y de la sociedad.
Esta y, en su interior, la organización política del Estado, comenzaron a ser
interpretadas como un producto de las acciones humanas; el hombre pasó
a ser el protagonista y hacedor de la sociedad y de la historia, pudiendo mol-
dear a estas según sus proyecciones, orientaciones, reflexividad e intereses,
siempre en el marco de un cierto contexto histórico en el que la “fortuna”
podía facilitar las realizaciones humanas, o bien su ausencia podía constreñir
tales realizaciones. La sociedad, en definitiva, dejó de ser entendida como un
fenómeno natural o como el resultado de los designios de Dios y pasó a ser
considerada como un designio humano, como un efecto de las actividades
innovadoras del hombre.
En este marco, Maquiavelo abordó la actividad política de forma realista
utilizando la historia como referente empírico para sus afirmaciones. El objeto
privilegiado de sus estudios, en particular de las reflexiones contenidas en El
Príncipe, giró en torno de la conformación y consolidación de los Estados, de
las relaciones de poder y de la articulación de estas con relación al manteni-
miento del Estado; también de las competencias de los actores políticos para
intervenir en la actividad política, siempre entendiéndola como el resultado del
vínculo dinámico estructurado entre, por un lado, la virtú de los actores polí-
ticos, es decir, la capacidad de estos para entender las condiciones situacio-
nales, actuar en dicho marco y lograr los objetivos planteados y, por el otro,
la fortuna dada por el conjunto de circunstancias históricas, sociales y polí-
ticas en cuyo contexto se desenvuelven las relaciones de poder. Maquiavelo
(1998) consignó una visión de la política asentada en la interpretación de esta
como el resultado del accionar de los actores políticos situados históricamen-
te, superando magistralmente todo tipo de impronta tanto determinista de la
historia y de la sociedad como individualista, en cuyo marco se concibió a la
sociedad como el producto de la creación voluntaria y racional de los hombres.

“Ya sé que muchos han creído y creen que las cosas del mundo están hasta tal punto gober-
nadas por la fortuna y por Dios, que los hombres con su inteligencia no pueden modificarla
ni siquiera remediarla; y por eso se podía creer que no vale la pena esforzarse mucho en las
cosas, sino más bien dejarse llevar por el destino [...]. No obstante, puesto que nuestro libre
albedrío no se ha extinguido, creo que quizás es verdad que la fortuna es árbitro de la mitad
de nuestras acciones, pero que también es verdad que nos deja gobernar la otra mitad, o casi,
a nosotros. Y la comparo a uno de esos ríos impetuosos que cuando se enfurecen inundan
las llanuras, destrozan árboles y edificios, se llevan tierra de aquí para dejarla allá; todos les
huyen, todos ceden a su furia sin poder oponerles resistencia alguna. Y aunque sean así,
nada impide que los hombres, en tiempos de bonanza, puedan tomar precauciones, o con
diques o con márgenes, de manera que en crecidas posteriores o bien siguieran por un canal
o bien su ímpetu no fuera ya ni tan desenfrenado ni tan peligroso. Lo mismo ocurre con la

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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fortuna que demuestra su fuerza allí donde no hay una virtud preparada capaz de resistírsele;
y así dirige sus ímpetus hacia donde sabe que no se han hecho ni márgenes ni diques que
puedan contenerlos [...]” (Maquiavelo, 1998: 102 y 103).

A partir de entonces, se quiebra y pierde vigencia el entendimiento y la vivencia


de lo social y, en su interior, de lo político como una instancia naturalmente
determinada o resultante de una voluntad sobrenatural que, en definitiva, se
le imponía al hombre como algo dado y en cuya regulación la intervención
humana era casi inexistente. Comienza a pensarse y a vivirse el mundo social
y político como una construcción humana, como un producto cognoscitivo y
práctico del hombre. Ello, por su parte, estuvo íntimamente ligado al surgimien-
to de dos procesos sociales característicos de la modernidad, a saber: el sur-
gimiento de los Estados centralizados y nacionalmente anclados y legitimados,
y el desarrollo de la modalidad capitalista de organización de la producción y
del intercambio económico.
Este escenario histórico-social enmarcó, a su vez, el movimiento filosófico
de la Ilustración, ocurrido a fines del siglo XVII y durante el siglo XVIII, y asen-
tado en la firme convicción de que “la mente humana puede aprehender el
universo y subordinarlo a las necesidades humanas”, es decir, asentado en
la primacía de la “razón humana” como única instancia capaz de abordar cog-
noscitivamente el mundo natural y social y de construirlo y/o transformarlo a
su voluntad. La manifestación filosófico-política que contorneó y, en algún sen-
tido, expresó al Iluminismo fue, por cierto, el iusnaturalismo del pensamiento
clásico encarnado en Thomas Hobbes, John Locke, Jean-Jacques Rousseau
y otros.
Como lo señaló Bobbio, esta corriente de pensamiento político se basó en
la dicotomía establecida entre el “estado (o sociedad) de naturaleza”, por un
lado, y el “Estado (o sociedad) civil”, por el otro. A través de la noción de esta-
do de naturaleza, estos autores designaron un estado no-social y no-político
conformado por individuos singulares no asociados, libres, iguales unos con
respecto a los otros y portadores de un conjunto de derechos naturales ina-
lienables. El pasaje de este estado de naturaleza al Estado civil fue entendido
filosóficamente como el resultado de la decisión racional y voluntaria de los
individuos, quienes, ante la necesidad de poner coto a ese estado pre-social
y a ciertos peligros que se desenvolvían en él y que vulneraban la integridad
individual, transfirieron mediante un “contrato social” parte de su soberanía
a un determinado Estado político-civil para que este pudiese establecer cier-
tas garantías de protección y seguridad individual a través de un conjunto de
“leyes” que servían de marcos regulativos comunes que nunca podrían violar
las características fundamentales de la naturaleza humana.
Las diferencias existentes entre estos autores eran significativas, en par-
ticular aquellas referidas al estado de naturaleza –si era un estado histórico
o imaginario, pacífico o belicoso, de aislamiento individual o incipientemente
social–, al contrato social –acerca del tipo de pacto y del objeto del mismo– y
al Estado –si el poder soberano era absoluto o limitado, resistible o irresisti-
ble, divisible o indivisible–. No obstante, en todos ellos, el Estado y la socie-
dad civil resultaban del artificio voluntario del hombre, es decir, del acuerdo
que funcionaba como la instancia superadora del estado de naturaleza y como
la condición de posibilidad del Estado político, las leyes y la sociedad civil.

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En definitiva, la vida política era producida por el hombre a través de un con-


senso de origen que surgía de una decisión individual, racional y voluntaria, o
sea, “el principio de legitimación de la sociedad política es exclusivamente el
consenso” (Bobbio, 1986; 1992a: cap. 1).
La primera crítica integral y profunda al modelo iusnaturalista llegó duran-
te las primeras décadas del siglo XIX de la mano del filósofo alemán Georg
Wilheim Friedrich Hegel, quien, al igual que aquellos pensadores, también
entendió al Estado como una entidad racional, pero criticó a estos porque
delinearon una visión del Estado tal como debería ser y no tal como era.
Asimismo, la “sociedad civil” que los iusnaturalistas representaron partiendo
del estado de naturaleza no era, dentro de su perspectiva, el Estado en su rea-
lidad propia, sino que era un momento en el desarrollo del “espíritu objetivo”
que tuvo su comienzo en la “familia” y culmina en el Estado pasando por la
sociedad civil. En el planteo hegeliano, esta constituía una fase del desarrollo
histórico derivada de la disgregación del núcleo familiar y que se reconstruía
en el Estado en tanto “totalidad orgánica” o unidad sustancial, es decir, no
en tanto sumatoria de individuos o instancia jurídica derivada de un contrato,
sino en tanto unidad orgánica y sustancial de un pueblo.
Además, marcando el horizonte filosófico-conceptual del pensamiento
social y político decimonónico, Hegel expuso estos lineamientos críticos sobre
la base de una concepción de la historia basada en la consideración de la
razón como una cualidad determinante del desarrollo mismo. La razón no era,
como lo indicó el Iluminismo, una representación de la realidad o una abstrac-
ción, sino que era la realidad misma, era una fuerza inmanente que determi-
naba la estructura y el desarrollo del universo. Dijo también que “la razón rige
el mundo” y, por lo tanto, “la historia universal ha transcurrido racionalmen-
te”. Y añadió que la “historia universal es la exposición del espíritu [razón],
de cómo el espíritu labora para llegar a saber lo que es en sí” (1994: introd.).
De este modo, para el pensador alemán, el proceso histórico no era más
que la manifestación del progresivo despliegue de la razón en las diversas
instituciones sociales y culturales, que se manifiesta en una serie de épocas
o etapas sucesivas cada una de las cuales expresaba una fase particular y
específica del desarrollo del “espíritu universal”, cuya expresión individualiza-
da se daba en una determinada “nación” (Zeitlin, 1982: 52-55).
Por cierto, si la “razón” configura la instancia determinante de la historia
y, en su marco, de la sociedad y del Estado, y si, al mismo tiempo, en pala-
bras del propio Hegel, dicha razón “descansa y tiene su fin en sí misma”, esto
es, “se da la existencia y se explana por sí misma”, al hombre solo le queda
conocer, a través de la filosofía, “el fin de la razón” expresado en las diferen-
tes fases históricas de su despliegue, y participar de dicho desarrollo “ayu-
dando” a su desenvolvimiento, pero sin posibilidad de producir y/o determinar
el desarrollo del mismo.

“La conservación de un pueblo o Estado y la conservación de las esferas ordenadas de su vida


es un momento esencial en el curso de la historia. Y la actividad de los individuos consiste
en tomar parte en la obra común y ayudar a producirla en sus especies particulares; tal es la
conservación de la vida moral. Pero el otro momento consiste en que el espíritu de un pue-
blo vea quebrantada su consistencia por haber llegado a su total desarrollo y agotamiento;
es la prosecución de la historia universal, del espíritu universal [...]. Los grandes individuos

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


53

en la historia universal son, pues, los que aprehenden este contenido universal superior y
hacen de él su fin; son los que realizan el fin conforme al concepto superior del espíritu. En
este sentido, hay que llamarlos héroes. No hallan su fin y su misión en el sistema tranquilo y
ordenado, en el curso consagrado de las cosas. Su justificación no está en el estado existente,
sino que otra es la fuente de donde la toman. Tómanla del espíritu, del espíritu oculto, que
llama a la puerta del presente, del espíritu subterráneo, que no ha llegado aún a la existencia
actual y quiere surgir, del espíritu para quien el mundo es una cáscara, que encierra distinto
meollo del que le corresponde” (Hegel, 1994: 91).

De este modo, se configuró una perspectiva de impronta esencialista y deter-


minista más afín con los parámetros del pensamiento teológico-cristiano acer-
ca de la sociedad y la política que con el racionalismo iluminista y, por cierto,
sustancialmente crítico y contrario a aquella concepción individualista que
interpretó a la sociedad como el producto racional y voluntario de los indivi-
duos. Así, con ciertos matices distintivos, pero siguiendo aquellos ejes gene-
rales, los principales referentes del pensamiento social decimonónico, desde
el positivismo saint-simoniano hasta el marxismo, asumieron como propios
los pilares conceptuales y filosóficos y, específicamente, el trazo esencialista y
determinista de la perspectiva hegeliana de la historia. Para el conde de Saint-
Simon, la política debía orientarse al descubrimiento de las leyes inmanentes
de la evolución de la sociedad desde el “régimen feudal” hasta el “régimen
industrial”. Postuló el “gobierno de los industriales” como hecho natural y
necesario para dirigir la sociedad moderna basada en la industria. Este régi-
men era entendido, además, como la etapa superior de un tipo de desarrollo
social necesario e independiente de la voluntad de los hombres.
Por su parte, en cuanto a la noción de devenir histórico y la conformación
social, algo análogo planteó Karl Marx (1986), para quien el Estado, el siste-
ma jurídico, la conciencia y la actividad política no eran más que el “reflejo” de
las fuerzas productivas materiales, de las relaciones de producción y de las
luchas entabladas entre las clases sociales que componen la sociedad, la que
evolucionaba según diferentes etapas históricas “necesarias”. El mundo de la
producción y de las relaciones sociales era entendido como la “base” sobre
la que se levantaba el mundo de la política y, en ese contexto, el Estado, eje
del escenario político, era interpretado como el instrumento político, jurídico y
militar de las clases dominantes –de la burguesía en el capitalismo– a través
del cual estas perpetuaban su dominio particularista sobre el conjunto de la
sociedad. De todos modos, pese al tono crítico que Marx tuvo respecto de la
concepción idealista de la historia de Hegel, el “materialismo histórico” mar-
xista tuvo su sustento filosófico en aquella concepción hegeliana, conservan-
do, aun con contenido diverso, su impronta determinista.

“[…] Tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse
por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el
contrario, tienen sus raíces en las condiciones materiales de vida, cuyo conjunto resume
Hegel, siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo XVIII [los iusnaturalistas],
bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla
en la economía política […]. En la producción social de sus vidas, los hombres entran en

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determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de produc-


ción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica
de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura política y jurídica y a la
que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la
vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es
la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el
que determina su conciencia […]” (Marx, 1986: 7).

En otros estudios, Marx relativizó este determinismo simplista centrando su


atención analítica en las condiciones políticas de la época y en el rol estra-
tégico de los actores sociales intervinientes en el proceso político, llegando
incluso a plantear una perspectiva en la que la política y el Estado eran aborda-
dos no como un mero reflejo de la actividad económica, sino como instancias
con rasgos propios y con cierta autonomía relativa con relación a los deter-
minantes materiales (Giddens, 1989). Sin embargo, el sello esencialista que
arrastró del hegelianismo hizo que el marxismo mantuviese una perspectiva
predominantemente determinista y holística acerca del devenir histórico y del
desarrollo social y político futuro, aun para dar cuenta de la lucha de clases
durante el capitalismo. La inevitabilidad de determinado desarrollo social ha
marcado, pues, uno de los ejes estructurantes del pensamiento marxista.

“Todas las sociedades anteriores [...] han descansado en el antagonismo entre clases opre-
soras y oprimidas. Más, para oprimir a una clase es preciso asegurarle unas condiciones que
le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen
de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a
elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno,
por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y
más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria,
y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evi-
dente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante
de la sociedad ni de imponer a esta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su
clase [...]. La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es
la acumulación de la riqueza en manos particulares, la formación y el acrecentamiento del
capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado
descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la
industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el ais-
lamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante
la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las
bases sobre la que esta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo,
sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables” (Marx y Engels, 1994: 43 y 44).

Simultáneamente, en Inglaterra se fueron desarrollando los parámetros cen-


trales de la teoría liberal-democrática, la que, en el marco de una perspectiva
utilitarista, fue inicialmente expuesta por pensadores como Jeremy Bentham,

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James Mill y, en particular, John Stuart Mill, quien abordó la cuestión de la


democracia liberal teniendo en cuenta la problemática abierta con los proce-
sos revolucionarios desarrollados en 1848 y con la creciente organización y
participación política de la clase obrera. En su conjunto, proclamaron el sufra-
gio democrático como una forma de protección de los ciudadanos contra los
eventuales abusos del gobierno, pero también, según lo añadió John Stuart
Mill, como una forma positiva de desarrollo pleno de las facultades y capaci-
dades individuales a través de la preservación permanente de un conjunto de
libertades individuales inalienables, tales como, en primer término, la libertad
de conciencia, es decir, la libertad de pensamiento y sentimiento sobre todas
las esferas de la vida humana y, junto a ello, la libertad de expresar y publicar
las opiniones; en segundo lugar, la libertad de determinar los propios fines
y formas de obrar y, finalmente, la libertad de asociación y de reunión. Así,
para Stuart Mill, en el marco de la conjunción entre liberalismo y democracia,
la política no solo servía como medio de protección, sino también, y princi-
palmente, como ámbito de desenvolvimiento humano. Este último aporte, por
cierto, signó la teoría y el pensamiento democrático-liberal angloamericano
hasta nuestro siglo (Macpherson, 1987: caps. 2 y 3).
En este contexto, hacia fines del siglo XIX e inicios del siglo XX comenzó a
desarrollarse en Italia un movimiento científico que pretendió rescatar la con-
cepción realista de los estudios políticos inaugurada por Maquiavelo durante
el Renacimiento. Estos autores, con un alto sentido crítico frente a los cam-
bios sociales imperantes y tomando distancia de las tradiciones democrático-
liberal y marxista dominantes en la época, intentaron estudiar la sociedad cen-
trándose en sus aspectos específicamente políticos. Gaetano Mosca, Vilfredo
Pareto y el alemán Robert Michels, también llamados “teóricos de las elites”,
fueron las principales figuras de este movimiento intelectual. En su conjunto,
el tono crítico de sus respectivas obras estuvo orientado a contraponerse a las
ideologías progresistas tanto democráticas como marxistas, mostrando que la
historia y la vida política de las sociedades resultan siempre del dominio cons-
tante que ejerce una pequeña minoría o elite sobre la mayoría y de que dicho
dominio deriva básicamente del hecho de que tal minoría detenta la fuerza.
Consideraron que la alternancia de las minorías en el poder era el motor de la
historia y que ello era una realidad humana natural e inmutable. Rechazaron
el igualitarismo –presente o futuro– y también todo tipo de propuesta destina-
da a transformar la sociedad, al mismo tiempo que señalaron que las luchas
entre clases contrapuestas eran siempre luchas entre las minorías que diri-
gían las organizaciones de esas clases (Pizzorno, 1984).
Entre estos pensadores, Gaetano Mosca adquirió una relevancia particular
por tratarse del primer autor que postuló la necesidad de conformar los estu-
dios políticos como una disciplina científica autónoma, preocupado, por cierto,
por el carácter vulgar que tenían aquellos en su época. Sus trabajos fueron
considerados por muchos especialistas como las primeras obras de la cien-
cia política en sentido estricto. Aún sin utilizar el concepto “ciencia política”,
emprendió un esfuerzo sistemático por delinear el método y el objeto de los
estudios científicos de la política. Postuló la comparación histórica como el
método básico de esa disciplina y estableció que la finalidad de la misma era
identificar las “leyes constantes” que regulan el nacimiento y la decadencia de
los Estados y dar cuenta de una “verdad indiscutible” de la política, es decir,
aquella de que cualquier gobierno estaba regido por una minoría organizada a
la que llamó “clase política” (Meisel, 1986; Bobbio, 1992b).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


56

CC
Entre las tendencias y los hechos constantes que se encuentran en todos los
organismos políticos, aparece uno cuya evidencia se le impone fácilmente a to-
do observador: en todas las sociedades, empezando por las medianamente
desarrolladas, que apenas han llegado a los preámbulos de la civilización, has-
ta las más cultas y fuertes, existen dos clases de personas: la de los gober-
nantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre la menos numero-
sa, desempeña todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de
las ventajas que van unidas a él. En tanto, la segunda, más numerosa, es diri-
gida y regulada por la primera de una manera más o menos legal, o bien de un
modo, más o menos arbitrario y violento, y a ella le suministra, cuando menos
aparentemente, los medios materiales de subsistencia y los indispensables
para la vitalidad del organismo político (Mosca, 1992: 106).

Mosca fue, en definitiva, el primer politólogo moderno.

PARA AMPLIAR

Para profundizar al respecto del origen de la ciencia política como

AA disciplina científica, se recomienda la lectura del siguiente artículo de


Héctor Zamitiz Gamboa:
<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10502003>

2.2. Corrientes contemporáneas de la ciencia política


Desde un punto de vista institucional, la ciencia política comenzó a desenvol-
verse como una disciplina académica a fines del siglo XIX y comienzos del XX
en las universidades de los Estados Unidos a través de la creación y el dictado
de numerosos cursos autónomos, la formación de una asociación profesional
y la creación posterior de los departamentos de ciencia política en la mayoría
de los centros superiores norteamericanos.
Este proceso se produjo en medio de un clima académico signado por la
fuerte vinculación existente entonces entre la teoría política empírica nortea-
mericana y la psicología experimental conductista de John Watson, quien sis-
tematizó en sus obras Behaviorism, de 1912, y Psychology from the Standpoint
of a Behaviorist, de 1919, los principales parámetros del conductismo ameri-
cano luego trasladado a los estudios políticos.
El behaviorismo o conductismo centró su análisis en los procesos de rea-
daptación de la conducta humana a los ambientes situacionales a través de
los mecanismos psicológicos de estímulo y respuesta. Adhirió al método cien-
tífico de corte positivista y, dado que la relación estímulo-respuesta era con-
siderada por este enfoque como observable empíricamente, postuló la expe-
rimentación como la principal estrategia de investigación para dar cuenta de
dicha relación y, así, poder predecir y controlar las actividades humanas.
En 1908, con la publicación en los Estados Unidos de The government of
England de Abbot Lawrence Lowell y de The process of government de Arthur
Bentley, se dio comienzo a las investigaciones empíricas sobre los fenómenos

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


57

políticos. Partiendo de una crítica al excesivo formalismo que signó al “viejo


institucionalismo” norteamericano de fines del siglo anterior –en el que se
abordaba al Estado y al gobierno en términos orgánicos y monistas– y mante-
niendo una acentuada aversión a la investigación empírica, estos politólogos
se volcaron al análisis empírico de la política y las instituciones.
En el trabajo del Lowell, en el contexto de una visión marcadamente funcio-
nalista y pluralista, se interpretó al gobierno como el equivalente de un orga-
nismo constituido por diferentes partes que emprenden acciones y reacciones
unas sobre las otras y que constituyen, en su conjunto, un sistema orgánico-
pluralista que debe ser abordado analíticamente como un todo. Bentley, por
su parte, interpretó pragmáticamente a la política centrándola en el análisis
de los grupos que, sobre la base de ciertos intereses específicos, interac-
túan de modo pluralista y ejercen diversas formas de presión entre sí y sobre
el gobierno. En esta orientación, Bentley redujo el estudio de la política y, en
particular, de la política de los grupos sociales, a la observación de los pro-
cesos y las actividades desarrollados por dichos grupos, interpretando que la
interacción social podía abordarse y entenderse independientemente de las
formas institucionales. Así, la política quedó restringida a los procesos socia-
les, y las instituciones, en particular el Estado, dejaron de ser consideradas
como instancias integrantes de la vida política de la sociedad (Shepsle, 1999).
En este marco, además, se comenzó a perfilar tempranamente una orien-
tación conductista, la que no tardó en convertirse en el principal enfoque
teórico dentro de la naciente disciplina científica. Simultáneamente a estas
obras, en 1906, también bajo la égida del conductismo, comenzó a editarse
la American Political Science Review, que guardó una continuidad ininterrum-
pida hasta nuestros días.
Con la publicación en 1925 de New Aspects of Politics de Charles Merriam y
su asunción en 1926 como presidente de la Asociación Americana de Ciencia
Política, el conductismo se transformó definitivamente en el enfoque dominan-
te de la ciencia política norteamericana. En dicho proceso fueron claves los
aportes de politólogos como Harold Lasswell, David Truman y Gabriel Almond,
todos ellos miembros del Departamento de Ciencia Política de la Universidad
de Chicago, del que Merriam también fue su director.
Tal como lo indica James Farr, el conductismo se configuró desde sus
comienzos como un movimiento basado en una proclama general, a saber: el
estudio del comportamiento político de acuerdo con los cánones de la metodo-
logía científica, a lo que se le agregó rápidamente un mensaje político a favor
del pluralismo liberal (Farr, 1999).
En este contexto, los trabajos de Lasswell marcaron un punto de intersec-
ción entre el desarrollo de la ciencia política y los estudios de la comunica-
ción social, siempre dentro de una perspectiva conductista. En 1927 publicó
Propaganda Technique in the World War, en el que emprendió un pormenoriza-
do análisis de los principales temas de la propaganda política francesa, nor-
teamericana, inglesa y alemana entre los años 1914 y 1917. Asimismo, el pro-
blema del voto fue para Lasswell un tema de investigación constante, dando
lugar, en 1936, a la publicación de una de sus principales obras: Politics: Who
gets What, When, How. Luego publicó, en 1948, Power and Personality, traba-
jo centrado en el rol de los políticos frente al liderazgo, y que fue retomado
en su obra de 1965 World Revolutionary Elites. Studies in Coercive Ideological
Movements, analizando allí el comportamiento de varias elites internacionales.
Asimismo, realizó un análisis cuantitativo del lenguaje del poder en su obra

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


58

Language of Politics, la cual fue ampliada en 1966 con la publicación de The


General Inquirer. A computer approach to content analysis.
Las preocupaciones de Lasswell y su equipo estuvieron guiadas por la con-
sideración de tres procesos que significaron, en su opinión, un cambio radical
en las sociedades occidentales, tales como el advenimiento de la sociedad de
masas, la ampliación de la democratización con la incorporación del sufragio
universal y las campañas electorales, y la utilización de los medios masivos
de comunicación social en la política (Alsina, 1995).
Desde entonces, el conductismo o behavioralismo le brindó un significativo
impulso a la ciencia política procurando establecer en la disciplina un basa-
mento científico mediante el cual fuera posible abordar y comprender las “regu-
laridades políticas” y emprender, desde allí, investigaciones científicas de la
vida política claramente diferenciadas de las consideraciones literarias y filo-
sóficas que signaron a aquella a principios de siglo.

CC
La revolución behavioralista en ciencia política representó un primer intento de
escapar del molde más literario que caracterizó a la mayor parte de la ciencia
política a lo largo de mediados de siglo. Tomando en préstamo de manera con-
siderable ideas de la sociología y de la psicología conductista, los estudiosos
behavioralistas de la política se propusieron comprender las regularidades polí-
ticas mediante la apelación a las propiedades y al comportamiento de los indi-
viduos. De acuerdo con el credo behavioralista, los individuos constituían los
componentes fundamentales, y los resultados políticos eran simplemente la
agregación de acciones individuales. (Shepsle, 1999: 358).

Siguiendo esta orientación, el conductismo también profundizó la ruptura con


la tradición formalista y descriptiva precedente que durante las primeras déca-
das del siglo abordó a las instituciones políticas como instancias fundamen-
talmente normativas aunque, en verdad, emprendieron esa crítica expresando
“un absoluto y profundo desinterés por las instituciones” y secundarizando
toda consideración acerca del gobierno.

CC
[...] Las instituciones eran, en el pensamiento de muchos behavioralistas, reci-
pientes vacíos que habían de llenarse con roles individuales, posiciones sociales
y valores. Una vez que se disponía de estas propiedades de nivel individual y se
habían sintetizado correctamente [...], no había necesidad de estudiar las institu-
ciones; estas eran epifenoménicas. Ahora bien, las instituciones no se perdieron
de vista completamente durante la era behavioralista y el gobierno llegó a consi-
derarse ocasionalmente como algo más que una variable dependiente de fuer-
zas sociales o que un escenario neutral de la interacción. Los politólogos conti-
nuaron estudiando a los ejecutivos, las burocracias, los tribunales y los
parlamentos. Pero no cabe duda de que las instituciones se estimaban de im-
portancia decididamente secundaria [...] (Shepsle, 1999: 358 y 359).

En este marco, como lo indica Julio Pinto, el conductismo supuso una signi-
ficativa dinamización para la ciencia política a partir de su distanciamiento
de “la tradicional matriz jurídica, filosófica e histórica que hasta entonces la

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


59

había orientado”. El conductismo abandonó el estudio de las instituciones y


estructuras jurídicas por considerar que estas no determinan las conductas
políticas. A la filosofía política, la tomó como un saber prescriptivo incompati-
ble con el quehacer descriptivo que debía mantener el conocimiento científico.
Y su rechazo de la historia se debió al énfasis puesto en el descubrimiento de
las uniformidades de los fenómenos singulares, su explicación y su posterior
predictibilidad.

“[…] Abandonado el estudio de las instituciones, de las ideas que la sustentan y del marco
histórico que les da sentido, el conductismo define como objeto de la ciencia política el estudio
de la personalidad y la actividad política del individuo […] El análisis político conductista
busca detectar las uniformidades existentes en los comportamientos políticos individuales,
para luego expresarlas en generalizaciones que permiten plantear teorías de valor explicativo
y predictivo, en leyes de causalidad. Tanto esas generalizaciones como las teorías que surgen
de ellas deben ser el producto de la observación empírica de lo político y no de deducciones
especulativas. Para garantizar la objetividad de esa observación empírica, la misma debe ser
verificada mediante su confrontación con la realidad. Este proceso cognitivo tiene como
consecuencia obligada la necesidad de la cuantificación: el científico político debe recurrir a
la medición y cuantificación de sus relevamientos de datos, para de esta manera acrecentar
estadísticamente la precisión de las investigaciones y permitir la acumulación de conoci-
mientos” (Pinto, 1997: 26 y 28).

No obstante, el impulso más dinámico de esta perspectiva en la ciencia políti-


ca se produjo en los años 50 y 60. Este proceso supuso una importante refor-
mulación teórica del conductismo producida a partir del intento por superar su
exacerbado empirismo y por dotarlo de un marco teórico general. Esto se desa-
rrolló sobre la base del aporte tomado de diversas corrientes teóricas, tales
como la teoría general de los sistemas ampliamente difundida en la biología
y el estructural funcionalismo predominante en la sociología norteamericana
de entonces. En este esfuerzo fueron centrales los trabajos desarrollados por
David Easton y Gabriel Almond.
Easton no solo le imprimió un nuevo empuje al enfoque conductista en
torno del concepto de “sistema político”, sino que, a partir de él, intentó cons-
truir una teoría general de la política que sirviera como marco teórico-concep-
tual general para el desarrollo de diversos estudios empíricos de la política.
En 1953, publicó The Political System y en esta obra, al igual que sus prede-
cesores, dejó de lado las nociones de ley, institución y Estado y definió a la
política como “la asignación autoritativa de valores” producida en toda inte-
racción social. Asimismo, en 1965 editó Esquema para el análisis político y
A Systems Analysis of Political Life mediante los cuales completó el esquema
analítico y conceptual desde su perspectiva conductista-sistémica de la polí-
tica en cuyo marco interpretó a esta como un sistema de conducta. Además,
en estas obras, Easton incorporó a su enfoque el concepto de retroalimenta-
ción para dar cuenta del equilibrio existente entre todo sistema político y su
ambiente social. El sistema político es el ámbito en el cual los inputs que reci-
be del ambiente social en forma de demandas y apoyos se convierten en out-
puts o decisiones, dado que existe un permanente flujo de intercambio entre
inputs y outputs. La persistencia del sistema político se produce en la medida

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


60

que este es capaz de llevar a cabo eficazmente la asignación autoritativa de


valores entre los miembros de una sociedad a través del proceso señalado.
Sin dudas, David Easton fue el más importante exponente del enfoque
sistémico en la ciencia política. Sostuvo que la sociedad configura el siste-
ma social más incluyente y, en ese sentido, abarca “todas las interacciones
sociales de las personas biológicas”. Cualquier otro subsistema social –entre
ellos el sistema político– conforma un sistema de conductas que contiene ape-
nas algunos aspectos del comportamiento total, y la identificación de tales
aspectos configura una operación analítica. De acuerdo con esto, el sistema
político constituye “un sistema conceptualmente distinto de otros sistemas
de una sociedad”. Las interacciones que se sitúan “fuera” del sistema políti-
co constituyen su “ambiente”, con el cual se producen una serie de intercam-
bios y transacciones.

“[…] El análisis sistémico arranca en general de la concepción de la vida política como un


conjunto delimitado de interacciones, enclavado en otros sistemas sociales y rodeado por
ellos, y a cuya influencia está constantemente expuesto. En tal sentido, resulta útil inter-
pretar los fenómenos políticos como constitutivos de un sistema abierto que debe abordar
los problemas generados por su exposición a las influencias procedentes de estos sistemas
ambientales. Para que subsista es preciso que consiga retroalimentarse en grado suficiente
de sus realizaciones pasadas y que pueda tomar medidas para regular su conducta futura.
Dicha regulación exigirá tal vez la adaptación simple a un medio cambiante, según las metas
fijadas, pero también modificar metas antiguas o transformarlas por entero. Quizá no baste
la adaptación simple y sea necesario que el sistema cuente con la capacidad de transformar
su propia estructura y procesos internos” (Easton, 1982: 48).

El ambiente del sistema político societal abarca todo el ambiente social no-
político y el ambiente físico, ya sea que se desplieguen en el ámbito intra-
societal –ambiente social y físico externo al sistema político, pero ubicado
dentro de la sociedad– o en el ámbito extrasocietal –ubicado en el sistema
político y social internacional–. El ambiente intrasocietal está compuesto por
el sistema ecológico, el sistema biológico, el sistema de personalidad y los
sistemas sociales. El ambiente extrasocietal se conforma de los sistemas
políticos internacionales, el sistema ecológico internacional y los sistemas
sociales internacionales.
En este marco, Easton definió el sistema político como el “conjunto de
interacciones sociales de individuos y grupos” orientadas predominantemente
hacia “la asignación autoritativa (authoritative) de valores para una sociedad”.
Dicha asignación supone la distribución de cosas valoradas para las perso-
nas y grupos a través de tres procedimientos básicos, a saber: la privación a
la persona de algo valioso que poseía, el entorpecimiento en la consecución
de ciertos valores que se podrían haber alcanzado y el permiso al acceso a
determinados valores a ciertas personas y la negación a otras. En este sen-
tido, una asignación es autoritativa cuando “las personas que hacia ellas se
orientan se sienten obligados por ellas”, dice Easton para hacer referencia
al ejercicio del gobierno que, en verdad, abarca el centro del sistema político
(Easton, 1982: cap. 4).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


61

Por su parte, todo sistema político está sujeto a una gran diversidad de
influencias o flujo de efectos procedentes del ambiente y que constituyen los
insumos de dicho sistema. Tales insumos son los apoyos y la demandas que
pesan sobre el sistema político. Al mismo tiempo, el sistema político convierte
los insumos en productos, que no son más que la ejecución de las decisiones
autoritativas tomadas por las autoridades del sistema político y que impactan
sobre su ambiente.
Según Easton, los insumos del ambiente son “iguales” a los productos del
sistema político, lo que garantiza su equilibrio y su estabilidad. Es decir, hay
un flujo permanente de productos, esto es, de decisiones y acciones, desde
el sistema político hacia los ambientes, cuyos efectos generan ciertas modi-
ficaciones en estos, los que, a su vez, influyen en la próxima ronda de insu-
mos que incidirán sobre el sistema político como demandas y apoyos. El fun-
cionamiento del sistema político, así, es un “gran proceso de conversión” de
los insumos de apoyos y demandas en productos de decisiones y acciones.
La persistencia de dicho sistema depende, entonces, de su capacidad para
mantener en funcionamiento este proceso de conversión.
El aporte de Easton fue apuntalado por otros pensadores como Karl
Deutsch, quien en 1963 publicó The Nerves of Government. Models of poli-
tical communication and control, incorporando también la teoría sistémica
y, especialmente, el empleo de la cibernética en el estudio de los procesos
de comunicación política. En ese mismo sentido, también fue importante la
labor teórica llevada a cabo por Gabriel Almond y Bingham Powell, quienes
en 1966 publicaron Comparative politics: a developmental approach, obra en
la que formularon un esquema teórico-conceptual acerca del sistema político
a partir del enfoque estructural-funcionalista, pretendiendo con ello construir
una teoría general de la política y, al mismo tiempo, brindar un marco analíti-
co que sirviera de guía para el desarrollo de la rama específica de la ciencia
política que era la política comparada. Este texto constituyó una taxonomía de
conceptos analíticos y empíricos orientados a describir y explicar los sistemas
políticos específicos así como también a comparar entre diferentes clases de
sistemas políticos.
La preocupación fundamental de estos autores estaba centrada en el grado
de desarrollo político de los diferentes tipos históricos de sociedades, deriva-
do del nivel de diferenciación en sus estructuras y de secularización de la cul-
tura política, más allá de los subsistemas sociales. Los sistemas políticos
modernos, a diferencia de los tradicionales, cuentan, en esta perspectiva,
con elevados niveles de diferenciación estructural entre sus componentes y
de secularización cultural particularmente dada por el incremento de la cultu-
ra de participación política.
No obstante, la importancia del aporte teórico de Almond y Powell estuvo
dada por el desarrollo del proceso político de conversión de los “insumos” en
“productos” mediante la transformación de los apoyos y demandas en decisio-
nes de autoridad a través de seis fases fundamentales llevadas a cabo por el
sistema político:

1. La articulación de intereses, que es el proceso por el cual los individuos y


grupos –con preferencias y expectativas diferentes– plantean demandas a
quienes están encargados de tomar decisiones políticas.
2. La combinación de intereses, que constituye el proceso a través del cual
se combinan las demandas –que, en general, derivan de intereses y orien-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


62

taciones contrapuestas– en la forma de diferentes cursos alternativos de


acción, es decir, en alternativas de política general.
3. La elaboración de normas, mediante la cual se formulan las reglas de auto-
ridad, es decir, las leyes, las políticas y las decisiones.
4. La articulación de normas, por medio de la cual se aplican las leyes, las
políticas y las decisiones y se exige su cumplimiento.
5. La adjudicación de las normas, a través de la cual se efectiviza en la apli-
cación de reglas en los casos específicos y puntuales, particularmente, en
situaciones sociales de conflicto.
6. La comunicación, que es el proceso por el cual se informan y comunican
estas distintas actividades tanto dentro del sistema político como en su
entorno.

Otra vertiente importante de renovación de los estudios conductistas provino


de los aportes brindados por el pensamiento económico, en particular, el de
la economía neoclásica, proponiendo en el ámbito de la ciencia política un
enfoque individualista y racionalista de porte utilitarista a partir del cual fuese
posible interpretar a la política como el resultado de un conjunto de acciones
e interacciones desarrolladas por individuos que orientan sus conductas sobre
la base de un cálculo racional de la utilidad de dichas conductas, y que lo
hacen en el marco de un contexto social autorregulado y, por ende, sin ningún
tipo de regulación estatal o institucional.

CC
Desde esta percepción de lo social, la misma racionalidad orienta a la política.
Es el libre intercambio entre los individuos, ajeno a toda interferencia del
Estado, lo que permite la autorregulación política de la sociedad. Este criterio
le deja un papel muy reducido a la acción gubernamental, cuya función queda
reducida a la preservación del orden en la sociedad. Dado que los individuos
son racionales, el libre e irrestricto ejercicio de sus libertades los conducirá a
la autorregulación política de la sociedad [...] (Pinto, 1997: 45).

El primer teórico que indicó la existencia de una analogía entre el mercado


político y el mercado económico en los términos señalados fue el economista
Joseph Schumpeter, cuya influencia en la teoría política contemporánea y,
particularmente, en la teoría de la democracia fue relevante. En el marco de
una concepción elitista y economicista de la democracia, este autor la definió
como un “método político” o como un régimen de procedimientos para adoptar
decisiones y, en particular, para la elección y sucesión de los ocupantes de los
roles de poder, o sea, un “sistema institucional para llegar a las decisiones
políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de
una lucha de competencia por el voto del pueblo”. Estableció, en este senti-
do, una analogía o asimilación entre mercado político y mercado económico
o, más precisamente, entre competencia política y competencia económica,
entre líder político y empresario, entre electores y consumidores.
En esta misma orientación, otro aporte significativo para la teoría política
norteamericana estuvo dado por la llamada teoría de la elección racional, cuyos
más influyentes referentes fueron Anthony Downs y Mancur Olsen. En 1957,
Downs publicó Teoría económica de la democracia, obra en la cual, en el marco
de una concepción de corte utilitarista, abordó las características del compor-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


63

tamiento electoral e interpretó el voto de los ciudadanos como acción política.


Para Downs, lo que guía la acción política es el egoísmo individualista y no la
solidaridad social o los valores culturales. Además, en su opinión, el mercado
y el gobierno, así como la intervención de los individuos en ambas esferas, se
rigen por la misma lógica, es decir, por una determinada por la persecución
egoísta de los intereses individuales. Todos los actores individuales se com-
portan racionalmente y lo hacen procurando minimizar los recursos escasos
y maximizar los beneficios a ser conseguidos. En este marco, los ciudadanos
eligen a los gobiernos sobre la base de un cálculo racional de beneficios con-
forme sus intereses y el contraste permanente que efectúan del comporta-
miento y las ofertas de los diferentes partidos. De esta forma, y en sintonía
con la visión schumpeteriana de la democracia, Downs planteó la necesidad
de integrar la teoría económica con la política en el marco de un enfoque de
equilibrio general articulado para explicar los fenómenos políticos.
Mancur Olson, por su parte, también desarrolló una teoría de la acción polí-
tica de carácter individualista y racional. En 1965 editó The Logic of Collective
Action, donde sostuvo que es el cálculo racional de los individuos el que deter-
mina la posibilidad o no de cooperar en una acción colectiva. Para este autor,
un bien público o colectivo no puede realizarse si no se logra un beneficio
específico para cada individuo, es decir, estos no son proclives a participar
en acciones que no les ofrezcan la posibilidad de obtener beneficios particu-
lares. El razonamiento de los individuos es, así, de carácter utilitario, pues
actúan socialmente en términos egoístas y su contribución con la producción
de un bien público o colectivo deriva del cálculo efectivizado en función de la
obtención de ciertos beneficios.
Toda esta corriente economicista de la teoría política desembocó, a media-
dos de los años 60, en la denominada “Escuela de Virginia”, que se centró en
el análisis de los procesos de institucionalización política mediante el empleo
de modelos econométricos pertenecientes a la teoría de la elección pública
para explicar las diferentes opciones y elecciones políticas de los individuos.
En palabras de uno de los exponentes de esta escuela, Dennis Mueller, se
trató del “estudio económico del proceso de adopción de decisiones en un
contexto ajeno al mercado o, simplemente, como la aplicación de la teoría
económica a la ciencia política”. En 1962, James Buchanam –el principal
referente de esta escuela– y Gordon Tullock publican El cálculo del consenso.
Fundamentación lógica de la democracia constitucional en el que expusieron
los principales parámetros de la misma.
En definitiva, la teoría de la elección racional, según Almond, supuso una
“cautelosa aplicación de la estrategia económica deductiva en el análisis de
los fenómenos políticos” en cuyo marco se supuso que “el gobierno y la polí-
tica son similares a los mercados” y que “funcionarios, políticos y electorado
son promotores pragmáticos de intereses materiales propios a corto plazo,
quienes buscan ventajas personales a través del poder, decisiones legislativas
y administrativas, votos y otros mecanismos similares”. Dentro del universo
teórico del individualismo metodológico, la teoría de la elección racional sos-
tiene que los fenómenos sociales son “atribuibles o reductibles a las caracte-
rísticas y comportamientos de los individuos”, al mismo tiempo que también
da por sentado que “los actores políticos –el electorado, los políticos y los
burócratas– son promotores pragmáticos de los intereses materiales, quienes
persiguen ventajas personales en forma de votos, cargos públicos, poder, etc.,
al más bajo costo” (Almond, 1999).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


64

CC
El paradigma de la elección racional sustituye al hombre sociológico reactivo,
pasivo, por un agente intencional, proactivo, un maximizador de valores soste-
nidos en privado. Un agente racional es aquel que llega a una situación social
con preferencias acerca de posibles estados de la sociedad, creencias acerca
del mundo circundante y la capacidad de emplear estos datos inteligentemen-
te. El comportamiento del agente adopta la forma de elecciones basadas bien
en un cálculo inteligente, bien en reglas internalizadas que reflejan una adapta-
ción óptima de la experiencia. Pero el hombre racional, como el hombre socio-
lógico, es un átomo sin conexión a la estructura social en la cual él o ella está
inserto/a. (Shepsle, 1999: 359 y 360)

En opinión de Shepsle, en este enfoque, el exacerbado individualismo dio


forma a una concepción “infrasocializada de la acción humana” en la que, en
definitiva, “no existe sociedad”. Almond, por su parte, criticó la renuencia de
esta corriente teórica en tomar y asimilar las diferentes contribuciones de las
ciencias sociales acerca de los valores y la cultura política, lo que produjo una
seria limitación para entender y tratar los cambios políticos (Almond, 1999).
En suma, todas estas escuelas y corrientes de la ciencia política procura-
ron, en definitiva, construir en marco teórico-conceptual mediante el cual fuese
posible determinar y analizar las regularidades de la política, abrevando algu-
nas ellas de tendencias favorables a asimilar la realidad social a la naturale-
za y, por ende, equiparar las ciencias sociales a las ciencias exactas. Gabriel
Almond responde con vehemencia a tal intento sosteniendo que la estrategia
explicativa de las ciencias exactas tiene un alcance limitado en las ciencias
sociales.

CC
Los modelos, metodologías y procedimientos creados para explorar un mundo
cuyas características predominantes se asemejan al mecanismo de un reloj o
a la dispersión de las nubes no podrán aprehender más que una parte reduci-
da del mundo mucho más complejo de la interacción política y social. Así, la
mera búsqueda de regularidades y relaciones fijas entre variables –una estra-
tegia que propició enormes avances en las ciencias físicas– no explicará los
eventos sociales, sino solo algunas de las condiciones que los determinaron.
Toda vez que las propiedades de la realidad política difieren de las realidades
físicas, las propiedades de las regularidades políticas también diferirán de las
regularidades físicas. Las regularidades que descubrimos son flexibles por ser
resultado de procesos que muestran un control plástico y no férreo. Forman
parte de la historia e implican reiteradas intervenciones de un gran número de
recuerdos, procesos de aprendizaje y propósitos humanos, así como eleccio-
nes entre diversas opciones. Las regularidades que descubrimos parecen te-
ner una muy corta vida [...]. (Almond, 1999: 69)

Dentro de este clima disciplinario, los cuestionamientos a la concepción neopo-


sitivista de la ciencia que se produjeron en el ámbito de la epistemología, la
incapacidad de las teorías sistémicas para dar cuenta y comprender algunos
aspectos básicos de la actividad y de dominación política y del funcionamiento
del aparato burocrático-estatal y, especialmente, de la subjetividad política, la
crisis general del Estado de Bienestar y la imposibilidad teórico-conceptual del

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


65

paradigma conductista-sistémico de dar cuenta de todo ello, la dinamización


de la filosofía política bajo la égida de las visiones liberal-comunitaristas, el
reflujo de las teorías neomarxistas, dirigenciales y neoinstitucionalistas en la
ciencia política norteamericana, comenzaron a erosionar la hegemonía que
dicho paradigma detentó desde principios del siglo en la ciencia política del
norte y le infringieron a esta nuevos horizontes teóricos-conceptuales (Tonelli
y Aznar, 1993).
Por su parte, el desarrollo de la ciencia política europea tuvo sus comienzos
en Inglaterra y en Francia a principios de siglo. A diferencia de lo acontecido
en los Estados Unidos, en Europa prevaleció un enfoque más institucionalista
y juridicista en el estudio científico de los fenómenos políticos. Al compás de
ello, también fue relevante el desenvolvimiento que tuvo la filosofía política
como componente básico del pensamiento político occidental.
En 1888, el británico James Bryce publicó The American Commonwealth y,
en 1921, Modern Democracies, ambas obras significaron destacados aportes
al estudio empírico de los fenómenos políticos, siempre dentro de una pers-
pectiva de carácter jurídico-institucionalista.
Por otra parte, en Francia, en el ámbito de la ciencia política se produjo un
paulatino desplazamiento del estudio jurídico y normativista de las institucio-
nes políticas hacia el análisis de los procesos políticos, las fuerzas políticas
intervinientes y los factores ideológicos que orientan las acciones de estos
grupos. Este giro se expresó claramente en las obras de Georges Gurvitch y
Georges Burdeau, quienes en 1932 y 1959 publicaron L’idée de droit social
y Méthode de la science politique, respectivamente. Por su parte, el estudio
de los grupos de presión, factores de poder y partidos políticos contó con
dos aportes fundamentales que resultaron pioneros en esta especialidad no
solo en el ámbito europeo: Les groupes de pression en France publicado en
1958 por Jean Meynaud y Les partis politiques editado en 1954 por Maurice
Duverger.
Asimismo, el análisis de las instituciones, tanto estatales como no-esta-
tales, fue muy difundido en Francia, formando un campo en común con los
aportes provenientes del derecho y, posteriormente, de la sociología de las
organizaciones y los estudios de la administración pública. La obra de Georges
Renard La théorie de l’institution. Essai d’ontologie juridique, publicada en
1930, sirvió como punto de partida para numerosos trabajos de investigación
guiados por esta orientación. En ese sentido, también se destacó el trabajo de
Paul Roubier Théorie générale du droit publicado en 1946 y los trabajos refe-
ridos al desarrollo de las instituciones de Roland Maspétiol, La société politi-
que et le droit, y de Pierre Timbal, Histoires des institutions et des faits sociaux,
ambos publicados en 1957.
En cuanto al estudio de las ideas políticas como núcleo central de la
reflexión teórica, se destacaron tres obras fundamentales, a saber: el trabajo
del inglés George Sabine A History of Political Theories, publicado en 1936 y
posteriormente ampliado en 1951, y las obras de los franceses Jean Touchard
y Marcel Prelot, ambas tituladas Histoire des idées politiques y publicadas en
1959 y 1961, respectivamente. Esta preocupación por el estudio de la histo-
ria de las ideas políticas fue profundizada y desembocó en los excelentes tra-
bajos realizados por Isaiah Berlin, entre los cuales se destacan los ensayos
elaborados entre 1955 y 1979, y posteriormente compilados y publicados en
1979 bajo el título de Against the Current. Essays in the History of Ideas.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


66

A partir de mediados de los años 60, Europa recibió una fuerte influencia
de la ciencia política norteamericana, dando lugar a un importante movimien-
to dentro de la política comparada. Se destacó el trabajo sobre los orígenes
sociales de los sistemas de partidos Party Systems and Voter Alignments,
elaborado magistralmente por el sueco Stein Rokkan y el norteamericano
Seymour Lipset y publicado en 1969. También fue central el estudio compa-
rativo de los diferentes regímenes democráticos Democracies publicado en
1984 por el holandés Arend Lijphart.
Entretanto, hacia los años 50, la caída del fascismo italiano y la crecien-
te influencia de la ciencia política norteamericana dieron lugar a un significa-
tivo resurgimiento del pensamiento político italiano y, en su marco, la cien-
cia política tuvo un despegue inusitado. Un referente central de este proceso
fue Giovanni Sartori, quien desde 1958 comenzó a dirigir la primera cátedra
de ciencia política de la Universidad de Florencia y en 1971 fundó la Rivista
Italiana di Scienza Politica, que se convirtió rápidamente en un ámbito funda-
mental de desarrollo de la política comparada.
El esfuerzo de Sartori por conceptualizar y delimitar a la ciencia política ha
sido importante para su desarrollo. Esto se reflejó en su clásico trabajo La polí-
tica. Lógica y método en las ciencias sociales, publicado originalmente a fines
de los años 70. Allí, postula que toda ciencia tiene como elemento común y
como punto de partida la “elaboración de un lenguaje” que tiene como objeti-
vo fundamental producir explicaciones empíricas de su objeto.

CC
[…] La regla general es que toda ciencia se presenta a un mismo tiempo: 1)
como un lenguaje conceptualizado, que se construye a partir de la reflexión so-
bre la propia instrumentalidad; 2) un lenguaje crítico, en el sentido de que nace
por la corrección de los defectos o carencias del lenguaje común u ordinario;
3) un lenguaje especializado que desarrolla un vocabulario técnico y esotérico;
y 4) un lenguaje que permite acumulabilidad y repetibilidad. En concreto, un co-
nocimiento del tipo “ciencia” requiere y presupone estas operaciones onoma-
tológicas: primero, la definición y, por consiguiente, la estabilización (relativa)
de los propios conceptos que maneja; segundo, la creación de palabras nue-
vas con el fin de disponer de un vocabulario adecuadamente preciso y articula-
do; tercero, la adopción de una sintaxis lógica precisa. […] En conjunto, la
ciencia se configura como una “explicación empírica” que se basa en el releva-
miento de hechos, dirigida a alcanzar “previsiones” del tipo si-entonces, que
constituyen su comprobación y su dimensión operativa. (Sartori, 2003: 246)

En este marco, Sartori puntualiza la autonomía de la política como consecuen-


cia del desarrollo histórico de la misma y de un conjunto de procesos que
la delimitan como campo independiente. Pero, en su opinión, esto es una
discusión abierta.

“[…] La polémica sobre la identidad y también sobre la autonomía de la política no puede


ser más abierta. Un hecho es ineludible: la ubicuidad y por lo tanto la difusión de la política
en el mundo contemporáneo. Este hecho puede ser interpretado de distinta manera. Puede

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


67

respaldar la tesis que reduce la política a otra cosa, subordinándola de distintas maneras al
sistema social y a las esferas económicas; es la tesis de la heteronomía, pero también, en su
forma extrema, de la negación de la política. O bien puede valorar la tesis opuesta, la que
observa que el mundo jamás ha estado tan “politizado” como hoy; una tesis que no afirma
necesariamente el dominio o primacía de la política, pero que sí reivindica su autonomía.
En medio de estas dos tesis opuestas, se sitúan las incertidumbres de identificabilidad, la
dificultad de ubicar la política. A esta dificultad se puede vincular una tercera tesis, la que ve
en la dilución, y por lo tanto en la pérdida de fuerza de la política, un eclipse de la politicidad
(pero no su heteronomía)” (Sartori, 2003: 223 y 224).

Fue por entonces que otro de los principales referentes de este movimiento,
Norberto Bobbio, estableció su clásica distinción entre ciencia política y filoso-
fía política, como una forma de reafirmar la autonomía de la primera. En 1975,
profundizó esta iniciativa y publicó, junto con Nicolás Mateucci, la primera
versión del Diccionario de Política, en el que se definieron los principales con-
ceptos utilizados por la ciencia política contemporánea y en donde el primero
resaltó la sustantiva diferenciación que distingue a la ciencia política del for-
malismo jurídico. Durante los años 80 y 90 llevó a cabo una sistematización
muy consistente acerca de la política y su distinción respecto de la moral, el
derecho y la sociedad, lo que se plasmó en su célebre Teoría general de la
política. En ella también tomó una considerable distancia de la ciencia política
norteamericana.

CC
Generalmente, el término “política” se emplea para designar la esfera de ac-
ciones que se refieren directa o indirectamente a la conquista y ejercicio del
poder último (supremo o soberano) sobre una comunidad de individuos en un
territorio. En la determinación de lo que comprende el ámbito de la política no
puede prescindirse de la individualización de las relaciones de poder que en
toda sociedad se establecen entre individuos y grupos, entendido el poder co-
mo la capacidad de un sujeto de influir, condicionar y determinar el comporta-
miento de otro individuo. El vínculo entre gobernantes y gobernados en el que
se resuelve la relación política principal es una típica relación de poder. (Bobbio,
2005: 237)

PARA AMPLIAR

Sobre la noción de filosofía política en contraposición a la ciencia

AA política de Bobbio, véase el siguiente artículo de José Fernández


Santillán:
<http://www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/article/down-
load/50867/45592 >

En 1984, Bobbio completa su posición cuando publica una de sus principales


obras, El futuro de la democracia, en la que efectuó una frontal crítica contra

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


68

las versiones racionalistas del conductismo norteamericano tan difundidas en


esa época y, a contramarcha de las visiones utilitaristas y economicistas de
la democracia, sostuvo que estas solo pueden desarrollarse plenamente si
las libertades políticas y económicas son acompañadas por la equidad social.
Definió a la democracia como “un conjunto de reglas (primarias o fundamenta-
les) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas
y bajo qué procedimientos” y que, en el caso de este tipo de régimen, gira en
torno de “la regla de la mayoría”. No obstante, esta era una definición mínima
de democracia cuya impronta formal no debía impedir la apreciación de que
la vigencia plena de toda democracia requiere de ciertas condiciones civiles,
políticas y sociales también mínimas. Por lo pronto, sostuvo con vehemencia
que “el Estado liberal no solamente es el supuesto histórico sino también
jurídico del Estado democrático”.

CC
El Estado liberal y el Estado democrático son interdependientes en dos for-
mas: 1) en la línea que va del liberalismo a la democracia, en el sentido de
que son necesarias ciertas libertades para el correcto ejercicio del poder de-
mocrático; 2) en la línea opuesta, la que va de la democracia al liberalismo, en
el sentido de que es indispensable el poder democrático para garantizar la
existencia y la persistencia de las libertades fundamentales. En otras pala-
bras, es improbable que un Estado no liberal pueda asegurar un correcto fun-
cionamiento de la democracia, y por otra parte es poco probable que un
Estado no democrático sea capaz de garantizar las libertades fundamentales.
La prueba histórica de esta interdependencia está en el hecho de que el
Estado liberal y el Estado democrático cuando caen, caen juntos. (Bobbio,
1996: 26 y 27)

Durante los años 70 y 80, el centro de atención de la ciencia política italiana


giró en torno, por un lado, de la política comparada y, por el otro, de la demo-
cracia y su andamiaje institucional, destacándose al respecto los trabajos de
autores como Leonardo Morlino, Ángelo Panebianco, el ya mencionado Bobbio
y el propio Sartori, quien ya en la década de 1960 publicó su clásica obra The
Theory of Democracy, posteriormente revisada.
También fue importante para la ciencia política europea la influencia recibi-
da del debate epistemológico protagonizado durante los años 70 por los filóso-
fos Hans Gadamer, Paul Ricoeur y Jürgen Habermas, quienes, bajo una pers-
pectiva hermenéutica, llevaron a cabo un abordaje de los fenómenos sociales
y políticos diferentes de los que había caracterizado a las ciencias sociales y
políticas hasta entonces.
En 1961, el alemán Gadamer editó Verdad y método. Fundamentos de
una hermenéutica filosófica, donde destaca el carácter histórico y cultural
del sentido subjetivamente mentado de las acciones sociales de las perso-
nas. Este sentido surge de una determinada tradicional histórico-cultural, a
lo que Habermas criticó indicando que la gravitación de la reflexividad huma-
na en conformación de tal sentido es mayor que la reconocida por Gadamer.
Además, Habermas indicó que el peso que este le atribuyó a la tradición cul-
tural en la conformación de la subjetividad humana, le imprimió a su enfoque
una impronta conservadora. Vale decir que, dentro de este proceso de reno-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


69

vación epistemológico-teórica, fueron centrales los aportes brindados por


Habermas a la ciencia política, tanto en función de comprender el funciona-
miento de las sociedades capitalistas avanzadas como por su reflexión acer-
ca de la naturaleza misma del conocimiento social, destacándose en este
último aspectos sus obras Zur Logik der Sozialwissenschaften publicada en
1967 y Erkenntnis und Interesse de 1968. En 1973, el francés Paul Ricoer
publicó Hermenéutica y Acción, obra en la que intentó integrar las perspec-
tivas de Gadamer y Habermas. Para él, la acción social se supone una dia-
léctica entre acontecimiento y significado, y su importancia está dada cuan-
do su significado supera el marco espacio-temporal en el que dicha acción
se produjo.
Estos autores, en suma, brindaron un nuevo marco interpretativo para la
ciencia política que, en los años 80, dio lugar a numerosos trabajos al respec-
to. Pero lo más significativo de su contribución es que pusieron en tela de jui-
cio el enfoque racionalista y voluntarista de las teorías conductistas que signa-
ron la ciencia política norteamericana durante más de cincuenta años y, sobre
la base de una nueva visión acerca de la reflexividad y la subjetividad humana,
fijaron nuevos parámetros teóricos acerca del sujeto y la práctica políticos.

Cómo hacer ciencia política


Conferencia de Gianfranco Pasquino

<https://www.youtube.com/watch?v=p0mkuPe-9zU>

2.3. La crisis de la ciencia política


En 2004, Giovanni Sartori puso en discusión el estatus de la ciencia política.
No fue el único que lo hizo, pero su crítica al estado de la ciencia política de
entonces dio lugar a un debate inusitado al respecto. En la ocasión, el inte-
lectual italiano se preguntó “hacia dónde se ha estado dirigiendo la ciencia
política” desde su renacimiento en los años cincuenta y, en particular, bajo
la égida de lo que denomina el “gran hermano”, es decir, la ciencia política
estadounidense.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


70

PARA AMPLIAR

Para profundizar en este tema, pueden leerse los siguientes textos:

AA Ricci, D. (1984), The Tragedy of Political Science, Yale University


Press. New Haven.
Easton, D. (1985), “Political Science in the United States: Past and
Present”, International Political Science Review, Vol. 6, Nº 1, Los
Ángeles.

Sartori sostuvo que la “ciencia política dominante” había adoptado un “mode-


lo inapropiado de ciencia (extraído de las ciencias duras, exactas) y [había]
fracasado en establecer su propia identidad (como ciencia blanda) por no
determinar su metodología propia”, lo que ha dado lugar a la conformación de
“una ciencia deprimente que [carecía] de método lógico y, de hecho, [ignoraba]
la lógica pura y simple”.
Así, la ciencia política, ha buscado su identidad siendo “antiinstitucional y,
en el mismo sentido, conductista”; “progresivamente tan cuantitativa y esta-
dística como fuera posible”; y volcada a “privilegiar la vía de la investigación
teórica a expensas del nexo entre teoría y práctica”.
Ante este panorama, Sartori contrapuso aquellos ejes con afirmaciones
enfáticas. Primero, sostuvo que “la política es una interacción entre el com-
portamiento y las instituciones (estructuras) y, por tanto, ese conductismo ha
matado una mosca con una escopeta y, en consecuencia, exageró”. Segundo,
indicó que “el cuantitativismo, de hecho, nos está llevando a un sendero de
falsa precisión o de irrelevancia precisa”. Y tercero, afirmó que, “al no lograr
confrontar la relación entre teoría y práctica”, se ha “creado una ciencia inútil”.
En suma, una ciencia política con aversión a conocer las instituciones –y, en su
marco, al Estado–, irrelevante e inútil.
El politólogo italiano aseveró que las dos primeras cuestiones –el antiins-
titucionalismo y la irrelevancia– no requieren mucha discusión, pero sí ame-
ritaba abordar la tercera cuestión resumida en la pregunta “¿conocimiento
para qué?”.

CC
La mayoría de las ciencias se dividen en dos ramas: la ciencia pura y la ciencia
aplicada. La ciencia pura no se ocupa de asuntos prácticos. Se desenvuelve a
lo largo de la dimensión de la investigación teórica que busca datos y se com-
promete en recolectar evidencia. La ciencia aplicada se desarrolla, en cambio,
a lo largo de la dimensión de la teoría y la práctica y, por consiguiente, como
un conocimiento para ser aplicado y, de hecho, como un conocimiento verifica-
do (o falseado) por su éxito (o fracaso) en su aplicación. Y el hecho de que
nuestra disciplina ha perdido -o incluso ha descartado- su rama aplicada impli-
ca que la ciencia política es una teoría sin práctica, un conocimiento tullido por
una falta de “saber cómo hacerlo”. […] Desde el punto de vista de la práctica,
[la ciencia política] es una ciencia en gran medida inútil que no proporciona co-
nocimiento que pueda ser utilizado. Más aún, al abandonar la aplicación, tam-
bién se priva de su mejor prueba de veracidad, pues la noción de verdad es, en
la ciencia, una noción pragmática. Algo es verdadero cuando “funciona”.
(Sartori, 2004: 352)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


71

Sartori dijo que la ciencia política “no va a ningún lado”, ya que “es un gigante
que sigue creciendo y tiene los pies de barro”. Y propuso como alternativa
“resistir a la cuantificación de la disciplina” o, dicho de otro modo, “pensar
antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar”.

LECTURA OBLIGATORIA

Sartori, G. (2004), “¿Hacia dónde va la ciencia política?, revis-

OO ta Política y Gobierno, CIDE, México DF, Vol. XI, Nº 2, segundo


semestre.

Algún tiempo después, el politólogo canadiense Philip Oxhorn también incursio-


nó en el debate abierto por Sartori. Partió de unos interrogantes sugerentes al
respecto: “¿Es la ciencia política realmente una «ciencia» como, por ejemplo,
la física o la biología? ¿Puede decirse que los procesos políticos estudiados
por los cientistas políticos estén gobernados por leyes inmutables de la natu-
raleza (humana), de la misma forma en que los procesos estudiados por los
científicos de la ciencias naturales?”. En su opinión, desde sus orígenes en
los años 50, la ciencia política dominante “se ha preciado cada vez más de
su manto científico”.
No obstante, para el canadiense, el principal problema de los exponen-
tes de la ciencia política estaba dado por la ausencia de cuestionamiento a
la “premisa básica” sobre la cual se asentó todo el esfuerzo de la disciplina:
“que la política es fundamentalmente análoga a los procesos físicos que se
observan en la naturaleza” y, en consecuencia, en la ciencia política debían
utilizarse “los métodos probados de las así llamadas «ciencias exactas»”.
Es decir, rechazan “la cualidad impredecible y sui generis de los procesos
políticos”, lo que impuso un clima de profundo “pesimismo” en el ambien-
te de la disciplina cuando los objetivos propuestos tres décadas antes no se
cumplieron.

CC
Tal pesimismo refleja la diferencia fundamental que existe entre, por una parte,
los procesos del mundo físico alrededor de los cuales se desarrolló inicialmen-
te el método científico, y por otra la política que surge del papel central de la
acción de los sujetos humanos. (Oxhorn, 2007: 86)

Para los politólogos tradicionales, los “intereses objetivos” de los individuos


eran universales y “pueden servir de base para predecir la conducta”. Pero,
para Oxhorn, este supuesto es defectuoso por varias razones:

“Primero, y esta es la razón principal, los “intereses” no son ni objetivos, ni constantes. Una
variedad de factores influyen en ellos, como la ideología, la cultura, la religión y el género,
para nombrar solo algunos, de tal suerte que cualquier predicción es problemática en el
mejor de los casos. Segundo, dejando de lado el problema de usar los intereses como base

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


72

para predecir la conducta, las consecuencias de tal conducta están mediadas por otros fac-
tores, muchos de los cuales también son intangibles y fluidos. La presencia de otros actores,
su voluntad de negociar (o su capacidad para resistir a las negociaciones) y una variedad de
estructuras (como por ejemplo el contexto institucional o la posición socioeconómica de
actores específicos) afectan todos ellos los resultados de formas que no obedecen a ninguna
ley predeterminada ni son predecibles en el sentido absoluto. Las diferencias de poder entre
los actores -determinadas por, entre otros, el acceso a recursos económicos o coercitivos, el
nivel de organización, la fuerza de las identidades colectivas o la percepción de los intereses
comunes- son igualmente claves, y sin embargo se escapan a la fácil medición en lo que
respecta a su verdadero impacto en los procesos políticos, a menos que esos procesos se vean
esencialmente coartados por la victoria total de un actor sobre los demás. Esto excluiría
(afortunadamente) a la gran mayoría de los procesos políticos que necesitan ser estudiados
e incluso en aquellos relativamente pocos casos en que la victoria es absoluta, la “victoria”
sólo lleva a nuevas fuentes de poder y a nuevos actores. Recreando así la indeterminación
básica previa. En tales circunstancias, la retrospectiva a menudo da la impresión de la pre-
dictibilidad. […] Los cientistas políticos con frecuencia parecen suponer que los procesos
políticos futuros serán fundamentalmente indistinguibles de cómo se entiende que han sido
en el pasado. Más que predecir el futuro con base en leyes inmutables, los cientistas políticos
se arriesgan a sobredeterminar los resultados porque les es difícil ver de qué manera podrían
cambiar las cosas en el futuro. Esta indeterminación fundamental es, de hecho, la clave de
muchos procesos políticos. En vez de ocultarla usando el método científico, la primera
tarea de los cientistas políticos debería ser tratar de comprenderla para sacar ventaja de las
oportunidades que crea, y evitar los ineludibles tropiezos que puede crear […]” (Oxhorn,
2007: 86-87).

En definitiva, lo que Oxhorn está señalando es que el objeto de abordaje de


la ciencia política guarda características configurativas de las “bases de las
ciencias naturales”. Y esa particularidad está dada por la “incertidumbre de
los procesos políticos”, lo que coarta la posibilidad de configurar a la ciencia
política como una disciplina análoga, parecida o similar a la ciencia natural.

“Las leyes y procesos naturales que los científicos intentan descubrir, manipular y en últi-
ma instancia conquistar, están predeterminadas por fuerzas más allá de la acción humana,
pero sólo las personas son responsables por los procesos políticos que son el objeto de
estudio de la ciencia política. Este contraste tal vez sea más evidente cuando la capacidad
de los científicos para poner en práctica soluciones para los problemas que estudian (ya sea
curar enfermedades, crear métodos de producción ecológicamente sustentables, energéticos
alternativos, etcétera) se hallan coartados por factores culturales, políticos y económicos
que son independientes de la viabilidad técnica de dichas soluciones. En realidad, es en su
contribución para rebasar tales obstáculos de creación humana que los cientistas políticos
(y los cientistas sociales en general) pueden jugar un papel fundamental, pero para hacerlo
es necesaria una metodología que refleje esta diferencia básica entre los procesos políticos
y los procesos físicos que se observan en la naturaleza. En última instancia, esta diferencia
básica tiene que ver con la cualidad misma del ser humano: para bien o para mal, solamente
las personas son capaces de tomar decisiones morales, de decidir lo que es el “bien” y lo
que es el “mal”, y esto es el impulso tanto del estudio científico de la naturaleza del mundo
en que vivimos como de la incertidumbre de los procesos políticos” (Oxhorn, 2007: 91).

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73

Asimismo, el filósofo político italiano Danilo Zolo también participó en el debate


e intervino apuntalando la idea de que la ciencia política estaba atravesando una
profunda crisis. Como Sartori, Zolo se refería también a la ciencia política que tuvo
su origen en la “revolución conductista” desenvuelta en Estados Unidos durante los
años cincuenta y sesenta, y posteriormente difundida ampliamente en Europa, par-
ticularmente en Inglaterra, Alemania, los países escandinavos y en Italia también.
Y del mismo modo que su connacional, también indicó que la ciencia política se
encontraba en una “situación de crisis que [parecía] amenazar su propia identidad
como disciplina”. Para Zolo esa crisis tenía una claro marco histórico determinante.

CC
La “ciencia política” emergió hace 50 años con un doble objetivo: aquel, explí-
cito, de alcanzar un conocimiento cierto y objetivo de los hechos políticos, en
tanto fundado, a diferencia del idealismo y del historicismo marxista, sobre un
análisis empírico de los fenómenos sociales; y aquel, implícito pero altamente
motivador, de probar la optimización de las instituciones democráticas (esta-
dounidenses) como realización de la libertad, el pluralismo y la igualdad de
oportunidades. […] Hoy […] la ciencia política […] se encuentra en crisis: sea
por la situación de general incertidumbre de los fundamentos del conocimiento
científico y en particular del estatuto epistemológico de las “ciencias socia-
les”; sea por el contenido y rápido aumento de la complejidad de los fenóme-
nos sociales que pretende explicar y prever empíricamente; sea, y de manera
principal, por los crecientes “riesgos evolutivos” que amenazan a las institucio-
nes democráticas dentro del área de las sociedades “complejas”, incluyendo
Estados Unidos, donde el proceso democrático se va transformando en las for-
mas alarmantes de la “democracia televisiva”. (Zolo, 2007: 52 y 53)

Según Zolo, cuarenta años después de su origen, la ciencia política no pudo


dar cuenta del conjunto de asunciones epistemológicas que la “revolución
conductista” había postulado como criterios de cientificidad y no consiguió los
resultados científicos que se había propuesto dentro de esa concepción. En
primer lugar, no ha logrado explicar y prever “con base en leyes generales”,
ya sea “el comportamiento político de los actores” como “el funcionamiento
de los sistemas políticos”.

CC
No es posible registrar regularidades de larga duración y de amplio rango ni en el
comportamiento de los actores políticos ni en el funcionamiento de los sistemas
políticos. Aún en la actualidad, la ciencia política no ha sido capaz de elaborar al-
guna ley general, de carácter causal o estadístico, que permita explicaciones y
mucho menos previsiones de tipo nomológico-deductivo. No está en condiciones
de explicar o de prever, no porque revele una situación provisional de inmadurez
y escaso desarrollo técnico, sino por razones teóricas de fondo, que por lo de-
más son las mismas que vuelven altamente problemática la explicación nomoló-
gico-deductiva y la previsión de “eventos únicos” incluso en el ámbito de las
ciencias físicas, químicas y biológicas. Aún más, las ciencias sociales se en-
cuentran en dificultades específicas que tienen que ver con el alto grado de im-
predictibilidad de los comportamientos individuales, la complejidad creciente de
las relaciones sociales, el carácter no lineal pero reflexivo de los nexos funciona-
les y en particular de las relaciones de poder […]. (Zolo, 2007: 59)

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74

Segundo, como cualquier otra ciencia, incluida las ciencias naturales, la cien-
cia política tampoco ha conseguido cumplir con los preceptos de “verificabili-
dad empírica y objetividad” mediante los cuales se postuló que “la validez de
las generalizaciones nomológicas de la ciencia política puede ser comprobada
inicialmente a través de una verificación empírica que tenga como referencia
los comportamientos observables de los actores políticos”.

“La validez de las generalizaciones nomológicas de la ciencia política -no menos y proba-
blemente en mayor medida que cualquier otra ciencia social y “natural”- no es susceptible
de verificación o, como pretenden los popperianos, de falsación empírica, siempre que estas
expresiones no se usen en un sentido puramente metafórico. En realidad, los “hechos” con
base en los cuales las explicaciones y previsiones deberían ser rigurosamente verificadas (o
“falseadas”) son ellos mismos el resultado de selecciones que responden a los imperativos
metodológicos de una teoría dada o filosofía precedente. Las confirmaciones empíricas son
relativas a las teorías presupuestas, están y caen con ellas […]. En otras palabras, no existe
un “lenguaje observativo” que pueda ser rigurosamente distinto del lenguaje de las teorías,
las cuales siempre están, de alguna manera, ligadas con filosofías generales, con verdaderas
y propias Weltanschauungen histórica y sociológicamente condicionadas. No tiene sentido
riguroso alguno, entonces, la idea de que el control de las teorías, en ciencia política como
en cualquier otro sector de investigación, consista en la verificación de su ‘correspondencia’
con los ‘hechos’” (Zolo, 2007: 59 y 60).

Tercero, la ciencia política no ha respetado los criterios de “cuantificación y


medición” mediante “la adopción de procedimientos rigurosos en el registro
de los datos, en la enunciación de los resultados y en la ejecución de los
controles relativos a los comportamientos políticos”.

CC
Dentro de la sociología de los comportamientos políticos existen márgenes
muy reducidos por la medición y la cuantificación, con la sola excepción, quizá,
del análisis de los resultados electorales (que con un cierto abuso terminológi-
co es designado como “observación de los comportamientos” electorales,
mientras que en la realidad no tiene que ver con algún comportamiento social
“observable”, sino solo con aspectos cuantitativos de procedimientos sociales
ritualizados). Aquello que en el fondo impide o vuelve irrelevante el uso de téc-
nicas cuantitativas y de toda medición digna del nombre es la imposibilidad de
atribuir significado político a los comportamientos sociales sin una considera-
ción de las “motivaciones” de los actores: sus referencias simbólicas, sus
ideologías, los fines declarados, latentes o disimulados de su “acción políti-
ca”. (Zolo, 2007: 60)

Cuarto, la ciencia política tampoco ha cumplido con el criterio de “sistemati-


cidad y acumulatividad” por el cual se reivindicó que las investigaciones en
esta disciplina podían “desenvolverse en formas análogas a las consolidadas
dentro de la praxis de las comunidades científicas más maduras” mediante “la
acumulación progresiva de los datos empíricos” que consentiría “un gradual

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


75

desarrollo de las teorías” y “la formación de un núcleo de conocimientos com-


partidos dentro de la comunidad de los científicos políticos”.

CC
La ciencia política no ha podido “acumular” en el intento, un núcleo de teorías
y de conocimientos compartidos en forma unánime, como patrimonio indiscuti-
ble de la disciplina. Precisamente la tentativa original, ingenuamente inductivis-
ta, de acumular datos cognoscitivos multiplicando las investigaciones empíri-
cas sobre aspectos muy sectoriales (los mal afamados estudios de caso) o
marginales de la vida política, ha dado lugar a las conocidas distorsiones “hi-
perfactualistas” en las que se ha manifestado el provincianismo disciplinario
de la ciencia política estadounidense […]. También ingenua parece la tentativa
de unificar de manera conceptual el léxico teórico de la ciencia política. […] Lo
que parece escapar a estas tentativas es que no es posible eliminar el compo-
nente metafórico (necesariamente impreciso, subjetivo y convencional) del len-
guaje teórico y en el que precisamente reside en buena medida la capacidad
representativa e informativa así como la fecundidad heurística de los concep-
tos y las teorías. (Zolo, 2007: 61)

Y, quinto, la ciencia política no ha podido sustentar el criterio de “avalorativi-


dad” por el cual se pretendió que “la explicación y la previsión empírica de los
fenómenos políticos” puedan considerarse “rigurosamente distintas de las
valoraciones y prescripciones de carácter ético o ideológico”, lo que era “una
condición esencial del carácter científico e intersubjetivamente vinculador de
las proposiciones de la ciencia política”. En esta visión, “el científico político
[tenía] el deber intelectual de abstenerse de todo tipo de valoración ética o
ideológica a lo largo de sus indagaciones y, de ser el caso, [debía] señalar
siempre de manera explícita cuáles son los valores a los que se adhiere cada
vez que, despojándose de la vestimenta científica, considera oportuno expre-
sar valoraciones de carácter moral o ideológico en vista de sus objetivos de
investigación”.

CC
El compromiso de la avaloratividad se revela en general impracticable en el
ámbito de las ciencias sociales y en modo particular en el estudio del fenóme-
no político. Tan pronto se pasa de los niveles elementales de clasificación de
los datos a la elaboración de las teorías no banales, es decir, suficientemente
complejas como para poder ser referidas y aplicadas en forma eficaz a la expe-
riencia política, resulta inevitable que el investigador se oriente, consciente o
inconscientemente, según ciertas elecciones de valor, de naturaleza filosófica,
ética o ideológica. En particular, la indagación de las relaciones de poder no
parece estar en condiciones de apartarse de la influencia que las relaciones
de poder existentes ejercen reflexivamente sobre los presupuestos sociales,
económicos y cognitivos de la investigación misma. En general, no parece fácil
individualizar y borrar el componente valorativo de las teorías cuando las pre-
misas de valor son disimuladas o inconscientes o cuando influyen la percep-
ción misma de los fenómenos, así como la selección y ubicación de los proble-
mas. (Zolo, 2007: 61 y 62)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


76

A su turno, el politólogo mexicano César Cansino reconoció que el diagnós-


tico de Sartori sobre la crisis de la ciencia política era “impecable” y que la
disciplina estaba en crisis. Para este académico, la ciencia política le “dio la
espalda a la vida, es decir, a la experiencia política”, por lo que de ella “solo
pueden brotar datos inútiles e irrelevantes”. Esa “superficialidad” deriva, entre
otros factores, de su demarcación restrictiva respecto de la “complejidad de
lo social”.

CC
[…] La ciencia política dominante en el mundo no ha podido trascender el
nivel de superficialidad que acusa desde sus orígenes. Dicha superficiali-
dad se debe entre otras cosas a sus supuestos positivistas, que la han lle-
vado a delimitar la política de otros sectores sociales de acción, con lo que
se ha perdido de vista la complejidad de lo social. Así, por ejemplo, dar
cuenta de la novedad que supone la democracia, entendida como forma de
interrelación social y no como forma de gobierno, precisa concebir lo políti-
co no como una parte del todo social, sino como el horizonte mismo de
sentido social, o lo que es lo mismo, implica tratar de develar el entramado
de relaciones y vivencias que conforman la experiencia social de los ciuda-
danos. (Cansino, 2008: 9)

Este autor argumenta que la “realidad compleja y cambiante” del objeto de


estudio de la ciencia política ha estado siempre en la base de la configura-
ción como disciplina científica. La “realidad política en sus diversos dominios
y dimensiones: instituciones y prácticas, procesos y procedimientos, sujetos,
acciones y sentidos, símbolos y significados” es enmarañada y dinámica.
Ello, sumado a “la producción teórica y la indagación científica que constituye
el propio campo científico de la política, cuyos límites han sido establecidos
a través de siglos de formulaciones”, han constituido los grandes ejes que
definieron su objeto de estudio. Pero aun así, es decir, aun reconociendo
su pluralismo disciplinario y la complejidad de su objeto, “la ciencia política
está herida de muerte” y lo está porque fue “víctima de sus propios excesos
empiristas y cientificistas, que la alejaron de la macropolítica” (Cansino,
2008: 118 y 119).
Para Cansino, la ausencia de puentes con la filosofía política está en la
base de la crisis de la ciencia política, pero también lo está su divorcio de
“otros sectores sociales, como si fuera una parcela más que un horizonte de
sentido de lo social”. Esta crítica es significativa.

CC
Que en su proceso evolutivo la politología tuviera que sustraer lo político del
mundo más complejo de las relaciones sociales era hasta cierto punto lógico,
pues la especialización implica diseccionar lo que en la realidad permanece
unido, pero he ahí que la política escindida de lo social se vacía de significa-
dos fuertes y termina siendo un mero patrón de racionalidad institucional ten-
diente a disminuir riesgos, conciliar intereses, administrar recursos y asignar
legítimamente roles y metas. (Cansino, 2008: 139)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


77

PARA AMPLIAR

Como introducción a la lectura obligatoria que sigue a continua-

AA ción, recomendamos leer la siguiente publicación de César Cansino


en la cual expone las ideas principales sobre la “muerte” de la cien-
cia política:
<http://rephip.unr.edu.ar/bitstream/handle/2133/1461/
Adi%C3%B3s%20a%20la%20ciencia%20pol%C3%ADtica_
CansinoTyD14.pdf?sequence=1>

LECTURA OBLIGATORIA

Cansino, C. (2008), La muerte de la ciencia política, Editorial

OO Sudamericana, Buenos Aires, caps. 1 y 5.

Llegado a este punto, Danilo Zolo plantea la necesidad de emprender un “diá-


logo entre filósofos y científicos de la política” orientado a que, cada una de
esta tradiciones, haga “con firmeza las cuentas con su historia y se liberen
de una parte de su tradición”. Y que ello apunte esencialmente a abordar los
grandes “problemas” de la sociedad y política actual.

“[…] Es necesario que ambas se ocupen mucho más de los “problemas” que de los “hechos”
de la política, para no hablar solo de los asuntos de método o de las rituales reverencias aca-
démicas por los clásicos del pensamiento político. Más que limitarse a promover recíprocas
actiones finium regundorum, ambas disciplinas deberían recuperar sensibilidad e interés por
las grandes interrogantes sociales y políticas de nuestro tiempo: del destino de la democracia
en las sociedades complejas, dominadas por las tecnologías robóticas y telemáticas, a los
crecientes poderes reflexivos del hombre sobre su ambiente y su misma identidad genética
y antropológica; de la violencia creciente de las relaciones internacionales al abismo econó-
mico que separa los pueblos del área postindustrial del resto del mundo” (Zolo, 2007: 66).

Zolo propone que la ciencia política abandone sus “prejuicios positivistas” y


se oriente a la conformación de una ciencia social empírica y sensible a la
historia y a la teoría social.

CC
La ciencia política, por su parte, debería liberarse de su obsesión metodológi-
ca, de las presunciones de su ideología cientificista, de su imposible aspira-
ción a la neutralidad valorativa, de su débil sensibilidad por la historia y el cam-
bio social. Con todo, la ciencia política no debería renunciar a su lección de
rigor y claridad conceptuales, ni disminuir su vocación por la indagación “empí-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


78

rica” sobre la política, si esto significa, una vez abandonados los prejuicios po-
sitivistas, actividad de información, documentación y estudio comparativo de
los sistemas políticos contemporáneos, sin la cual no se construye alguna
“teoría política” digna de tal nombre. (Zolo, 2007: 66 y 67)

En suma, la crítica formulada por Sartori y el resto de los autores citados está
dirigida a la ciencia política norteamericana y a sus derivaciones nacionales.
Se trata de una crítica profunda, incisiva pero acotada a ese ámbito discipli-
nario. No obstante, es útil porque pone en jaque los principios rectores que
guiaron el positivismo subyacente de la disciplina desde sus orígenes y cómo
su dominio fue haciendo de esa disciplina una labor irrelevante y, a veces, sin
sentido social y político. Se trató de una crítica fundada.
Así y todo, como fuera oportunamente planteado por Gianfranco Pasquino,
la ciencia política ha adquirido cierta madurez intelectual y epistemológica. En
su opinión, aunque se hable de crisis de la ciencia política, esta “ha adquiri-
do un destacado papel académico, de cierta importancia, profesionalizado y
ligado a la scholarship entendida como mezcla de investigación y teoría, y que
no ha renunciado para nada a plantearse preguntas grandes y perennes […]
y que trata de formularse estas interrogantes de manera tal de construir res-
puestas falsables y susceptibles de aumentar los conocimientos politológi-
cos, más que plantear interrogantes tan vastas como vagas y, sustancialmen-
te, «no investigables», fáciles presas de emociones y de demagogos”. Para
Pasquino, este desarrollo disciplinario ha hecho que la ciencia política sea
capaz de “dominar la complejidad de los sistemas políticos contemporáneos”.

“En primer lugar, la diversidad de las perspectivas y de las aportaciones se revela más como
un elemento de riqueza, como un bienvenido y apreciado pluralismo, que como una frag-
mentación del campo analítico y teórico. La ausencia de un paradigma predominante
permite la prosecución de un debate intelectual y de un desafío de ideas que se anuncian
fecundas. En segundo lugar, la expansión de las investigaciones, incluso de aquellas mayor-
mente operativas, permite la adquisición de nuevos datos y la elaboración de nuevas hipóte-
sis. A la expansión de la política, de su presencia y de su penetrabilidad, sirve de contrapeso
la expansión de la ciencia política y, por lo tanto, del estudio sistemático y empírico de
los fenómenos políticos y de los conocimientos que derivan de ello. Para un considerable
número de estudiosos, la investigación fue mucho más allá del estadio de la hiperfacticidad
y la teoría ya logra evitar los excesos de las elaboraciones abstractas. En tercer lugar, no sólo
resulta académicamente consolidada la disciplina, sino que su utilidad social ya no está en
discusión. Más bien se manifiesta una verdadera necesidad de ciencia política, como la rama
de las ciencias sociales capaz de formular y sistematizar conocimientos específicos en materia
de fenómenos políticos, de instituciones y de movimientos, de procesos y de conductas.
Por último, la ciencia política definitivamente logró colocar las variables políticas al centro
de todo análisis de los sistemas políticos. Abandonando las pretensiones voluntaristas (“la
política en lugar de mando”) y las aserciones normativas (“la política es la más importante
actividad humana”), la ciencia política contemporánea ha sabido documentar convincen-
temente la importancia crucial de las variables políticas en las colectividades organizadas.
Sin triunfalismos, emergió la conciencia de que el funcionamiento de los sistemas políticos
no puede ser explicado de manera satisfactoria por quien no posee técnicas analíticas espe-
cíficas; que su transformación no puede ser comprendida si no se utilizan instrumentos
apropiados; que ningún cambio deseable y deseado puede ser introducido si no se lo extrae
de ese conjunto de conocimientos, incluso operativos, que la ciencia política ha elaborado

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


79

y sigue elaborando. Sustancialmente, la ciencia política es “operativa”. Quien se adueña de


sus aptitudes y de sus conocimientos es capaz de aplicarlos eficazmente o, por lo menos,
de señalar con conocimiento de causa las consecuencias de determinadas intervenciones,
en particular de aquellas que apuntan a reformar instituciones y mecanismos. Bajo la égida
de algunas bien fundadas teorías probabilistas, el científico de la política podrá afirmar con
confiada seguridad que ‘si cambian algunas condiciones, entonces es probable que se deri-
varán de ello algunas consecuencias específicas’” (Pasquino, 2011: 36 y 37).

Pasquino también ofrece una clara delimitación entre la ciencia política y los
saberes vulgares de la política.

CC
La política es analizada también por muchos comentadores, periodistas y ana-
listas que se adornan con el título de politólogos. La diferencia decisiva entre
los politólogos autonombrados y los científicos políticos contemporáneos es
que los segundos –no necesariamente mejores que los grandes pensadores
políticos del pasado– han adquirido mayor conciencia metodológica de los pro-
blemas. Están conscientes de tener que ser más sistemáticos, menos norma-
tivos, más atentos a la construcción de hipótesis y la formulación de generali-
zaciones. Todo esto puede no ser suficiente. Sin embargo, sin esto no existe
ciencia política, sino solo comentarios efímeros carentes de cientificidad.
(Pasquino, 2011: 37)

Igualmente, no hay que perder de vista el carácter social de la política. Al


respecto, el politólogo argentino Martín Retamozo (2009) plantea algo cierto.
Con relación a la ciencia política norteamericana, sostiene que la “tarea más
relevante” no es “desnudar ciertas miopías epistemológicas, sus pretensiones
cientificistas y sus extravíos metodológicos, ni siquiera mostrar el contenido
ideológico de su posición acotada a la democracia liberal y su desprecio de
otras formas de entender las tramas de lo político”, sino “mostrar (construir y
justificar) que otro modo de abordar los problemas políticos no solo es posible,
sino –en un sentido gnoseológico y ético-político–necesario”. Y en función de
ello, destaca que el mayor defecto de la ciencia política norteamericana ha
consistido en el “acotamiento de los estudios políticos a la política y el olvido
de lo político”, en tanto instancia instituyente de la política.

CC
[…] El movimiento conceptual de considerar lo político como instituyente supo-
ne admitir la indeterminación constitutiva del orden político y la contingencia
última, algo que se da de bruces con el intento nomológico deductivo como an-
damiaje para producir conocimiento. […] Si nos interrogamos por el orden polí-
tico contemporáneo (su constitución, reproducción y cambio) irremediablemen-
te debemos buscar en el lugar de “lo político” que instituye la sociedad. La
indagación en la esfera instituyente nos orienta en la centralidad de los senti-
dos y de la dimensión simbólica, algo notablemente descuidado por la ciencia
política que tiene problemas para interrogarse por la construcción del orden y
su cambio […]. (Retamozo, 2009: 82)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


80

Este defecto le impidió a la ciencia política tradicional el abordaje central del


poder, lo que solo puede hacerse desde lo político.

“Lo político, el momento de la institución, tiene por condición de posibilidad a otro de los
aspectos olvidados (o cercenados) por la ciencia política norteamericana: el poder. Tanto en
la represión de alternativas como en la lógica de la hegemonía opera el poder. Lo político,
entendido como un momento originario, es el terreno donde se sutura la indeterminación
de lo social en un orden hegemónico: la sociedad. […] De este modo, el momento de la
contingencia se cierra parcialmente en una operación hegemónica que requiere del poder y
es constitutiva de la ordenación social (“la sociedad”) que en el movimiento de institución
supone la represión de alternativas de orden lógicamente posibles. Sin embargo, la construc-
ción efectiva de un orden implica también el olvido del momento originario de institución
de la sociedad […]. Este olvido procura arrastrar consigo la contingencia constitutiva de
todo orden social. Cuando el proceso de institución ha sido exitoso, y avanza el olvido de la
contingencia, el sistema opera con una lógica delimitada por el acto hegemónico fundacio-
nal. Esto implica la famosa primacía de lo político sobre lo social” (Retamozo, 2009: 83).

De este modo, Retamozo invita a no perder de vista que la política se consti-


tuye en lo político y el estudio de la primera no debe hacer perder de vista la
dimensión instituyente de lo segundo.

CC
[…] Gran parte de la agenda de la ciencia política se acota al estudio de las
instituciones políticas. […] Esta posición sería una confesión de que la ciencia
política no está preparada para el estudio de “lo político” […]. Pero además
asocia demasiado rápido instituciones políticas a la política. Es decir, no sólo
la ciencia política no se pregunta por el proceso instituyente (y la dimensión
del conflicto por la institución), sino que luego agota la política en las institu-
ciones políticas que administran y gestionan el orden instituido. En el mejor de
los casos, incluirá en su campo de análisis al “sistema político” para agregar
aspectos como los partidos, los procesos electorales y los sondeos de opinión
pública. Las instituciones no agotan la política, es evidente, y si bien el estudio
de las instituciones –en un sentido más amplio que el de “reglas de juego”–
es relevante para la ciencia política, esta no puede desatender los otros espa-
cios en que se desarrolla la política […]. (Retamozo, 2009: 84 y 85)

Este politólogo nos abre el camino para una ciencia política que no secuestre
u oculte a la sociedad y que se oriente a la comprensión de la construcción
del orden social. Así, vuelve a resonar con fuerza la alocución formulada en
los años 50 por Wright Mills a favor de esa “cualidad mental” que ayude, a
las personas comunes y a los científicos sociales, “a usar la información y a
desarrollar la razón para conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre
en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo dentro de ellos”. Se trata de
contar con “imaginación sociológica”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


81

CC
La imaginación sociológica permite a su poseedor comprender el escenario
histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y para la
trayectoria exterior de diversidad de individuos. Ella le permite tener en cuenta
cómo los individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana son, con fre-
cuencia falsamente, conscientes de sus posiciones sociales. En aquel tumulto
se busca la trama de la sociedad moderna […]. El primer fruto de esa imagina-
ción –y la primera lección de la ciencia social que la encarna– es la idea de
que el individuo solo puede comprender su propia experiencia y evaluar su pro-
pio destino localizándose a sí mismo en su época; de que puede conocer sus
propias posibilidades en la vida si conoce las de todos los individuos que se
hallan en sus circunstancias. […] La imaginación sociológica nos permite cap-
tar la historia y la biografía y la relación entre ambas dentro de la sociedad.
Esa es su tarea y su promesa. Reconocer esa tarea y esa promesa es la señal
del analista social clásico. (Wright Mills, 2003: 25 y 26)

De eso se trata: para una buena práctica de la ciencia política es imprescin-


dible contar con imaginación sociológica.

LECTURA OBLIGATORIA

Tonelli, L. y Aznar, L. (1993), “La ciencia política en el fin de siglo.

OO Aportes para (re)iniciar una discusión”, revista Sociedad, Facultad de


Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, N°.
3, noviembre.

1.

KK Luego de la lectura de esta unidad, responda las siguientes preguntas:


a. ¿Por qué Maquiavelo marcó una significativa ruptura en el pensa-
miento político antiguo?
b. ¿En qué reside la relevancia del aporte de Gaetano Mosca en el pen-
samiento político?
c. ¿Cuáles son los ejes temáticos básicos de la ciencia política en la
actualidad?

2.

KK Describa el desarrollo y las particularidades de la ciencia política en


Europa.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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Ciencia política Marcelo Fabián Sain


83

Sociedad y política
Objetivos
•• Analizar en profundidad los vínculos que se consolidaron históricamente
entre la sociedad, los sujetos individuales y las prácticas políticas.
•• Problematizar respecto de la tensión existente entre las estructuras socia-
les y las libertades humanas.
•• Observar la relación entre poder político y dominación.
•• Describir los vínculos entre política y gobierno.
•• Detallar las ideas de campo político y sistema político.

3.1. Sociedad, sujeto y prácticas políticas


La política es una actividad social específica y dicha especificidad está determi-
nada por el proceso de producción y reproducción de la dominación a través del
ejercicio efectivo de alguna forma de gobierno, es decir, del establecimiento,
en un determinado escenario espacio-temporal, de modalidades duraderas y
recurrentes de poder de una unidad social sobre otra. De este modo, la política
no constituye una actividad autónoma, es decir, que tenga existencia fuera
del marco de la vida social o que se desarrolle independientemente de otros
ámbitos o esferas de esta, sino que configura una práctica social y, por ende,
aparece como una dimensión particular de la vida social.
En tanto práctica social, la política se desenvuelve y articula en un escena-
rio espacio-temporal cruzado y determinado por un conjunto de relaciones de
poder que, a su vez, dan forma a diferentes modalidades de dominación y de
ejercicio del gobierno. Dentro de esta perspectiva, la política solamente puede
ser abordada conceptual y teóricamente sobre la base de una determinada
noción de sociedad; o, más precisamente, de cómo y a través de qué proce-
sos se constituye o produce la sociedad.
No pocas teorías sociales han considerado a la sociedad como un orden
natural, a-histórico y regido por leyes propias que se constituyen independien-
temente de las acciones y voluntades humanas. En el marco de estas pers-
pectivas, todos los fenómenos sociales son interpretados como el resultado
de la recurrencia y de la evolución de ese orden natural independiente de los
agentes sociales. De esta manera, la sociedad se constituye como un orden
autorregulado en el que la participación de los miembros que la componen se
limita apenas al descubrimiento y la obediencia –funcional– a las leyes inma-
nentes de su desarrollo. Los individuos y grupos configuran más bien una ins-
tancia producida –y, por ende, determinada– por las estructuras de ese orden
impersonal y natural, tal como puede deducirse de las expresiones más aca-
badas del objetivismo estructuralista, sea de signo idealista, materialista o
estructural-funcionalista.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


84

“Aunque sea diferente el tono de estas formas de determinismo –bien científico, humani-
tario y optimista, bien furioso, apocalíptico y alborotado– todos están de acuerdo en que
el mundo lleva una dirección y está gobernado por leyes, y que esta dirección y estas leyes
pueden hasta cierto punto descubrirse empleando las técnicas adecuadas para su investi-
gación; más aún, también están de acuerdo en que el funcionamiento de estas leyes solo
puede ser comprendido por aquellos que dan cuenta de que las vidas, los caracteres y los
actos de los individuos, tanto mentales como físicos, están gobernados por «totalidades»
más amplias a las que ellos pertenecen y que la evolución autónoma de estas «totalidades»
es lo que constituye las llamadas «fuerzas», en término de cuya dirección es como hay que
formular la historia verdaderamente científica (o filosófica). Para encontrar la explicación
de por qué unos determinados individuos o grupos de ellos actúan, piensan o sienten de
una manera y no de otra, hay que empezar por intentar entender la estructura, el estado de
desarrollo y la dirección de tales «totalidades», como por ejemplo, las instituciones sociales,
económicas, políticas y religiosas a las que pertenecen esos individuos, y una vez que eso
se conoce, la conducta de estos (o de los más característicos entre ellos) debe hacerse casi
lógicamente deducible de los que se conoce, y no constituye ningún problema separado de
ello” (Berlin, 1996: 128 y 129).

En esta orientación, no hay posibilidad de pensar y concebir a la política como


una práctica de construcción social. A lo sumo, podrá interpretársela instrumen-
talmente como un recurso técnico, es decir, como una actividad de administra-
ción de instancias y fenómenos no producidos ni reproducidos por los sujetos
sociales. La sociedad es el reflejo o la representación de la “estructura”, y las
prácticas sociales –entre ellas, las estructuras políticas– solo son “papeles
teatrales, ejecuciones de partituras o aplicación de planes” que funcionan
como retazos constitutivos de aquella estructura. De este modo, el mayor
activismo que puede atribuírsele al individuo no supera el rol de intérprete,
pero nunca alcanza el de protagonista.
Sin embargo, durante las últimas décadas, estas perspectivas teóricas han
sido substancialmente revisadas a la luz de un notable incremento del prota-
gonismo de los sujetos sociales como hacedores de la sociedad, pero en un
marco de complejas relaciones sociales. Como señala Luckmann, las socieda-
des son “el resultado conjunto de múltiples actos de múltiples actores”, pero
los sujetos sociales no son “robots preprogramados” que reaccionan mecáni-
camente a estímulos, sino que “siguen reglas de un orden social, o bien las
rompen”, pero sobre sus acciones se imponen “límites sociales y naturales”.

“Antes se entendía la sociedad como un orden divino o como una naturaleza inmutable.
Hoy, más de doscientos años después del florecimiento de la Ilustración, apenas podemos
pensar en la sociedad como una naturaleza que retorna eternamente o como una creación
inmediata. Hoy la entendemos como el resultado de la multiplicidad de actos diferentes,
como el producto de una secuencia de actos pasados que se transforma en actual, repitiéndo-
se según un su tipo, pero siendo en parte un acto nuevo. Pero hablar de «producto» no debe
llevar una idea falsa, como si detrás de la sociedad hubiera una persona colectiva (un pueblo,
una nación, una clase social) que produjera algo según un plan. Las sociedades son más bien
el resultado conjunto de múltiples actos de múltiples actores. En realidad, algunos de estos
resultados también pueden haber realizado objetivos perfectamente definidos y significativos
para el carácter de una sociedad. […] Pero muchos resultados de acciones conjuntas no eran

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


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ni deseados en cuanto tales ni siquiera previstos en general. […] En nuestra concepción


actual, la palabra «sociedad» ha formado parte de la herencia de Dios y de la Naturaleza.
Al igual que vemos la sociedad como el «producto» de una acción pasada, la acción –en
cierto sentido– se ha transformado en un «producto» de la sociedad que la posibilita y la
produce. Mas tampoco aquí debe malentenderse el hablar de un «producto». Los hombres
no son robots preprogramados, no se comportan en estado puro, no se limitan a reaccionar
a los estímulos existentes. Ellos siguen las reglas de un orden social, o las rompen. Límites
sociales y naturales se contraponen a su acción, la cual se empotra en ellos por medio de
contingencias. Si la acción humana es previsible, es solo porque nos encontramos con deci-
siones típicas bajo condiciones típicas. La acción presupone la posibilidad de la elección,
una circunstancia con la que tenemos que ocuparnos detenidamente. El sector de la acción
está, pues, rodeado por un «impulso» social, aunque conformado por el individuo (por su
voluntad, por sus intereses, por su saber)” (Luckmann, 1996: 12 y 13).

Por cierto, tal como lo destacan numerosas corrientes del pensamiento social
críticas a las perspectivas deterministas, estas no contienen entre sus ejes
teóricos la noción de agencia humana para explicar el proceso de producción
y reproducción de las estructuras sociales y políticas. Otros pensadores, en
el contexto de orientaciones teóricas constructivistas, desarrollaron varios
enfoques en cuyo contexto se ensayaron diversas formas de superación de
aquel determinismo. Estos últimos enfoques pueden aportar elementos teóri-
cos indispensables para la elaboración de una visión sociológica de la política
que aborde y comprenda a las relaciones de poder desde la perspectiva de las
interacciones sociales, y a los fenómenos de la dominación desde la noción de
práctica social. Vayamos a ello.
Es mediante el obrar sociopolítico del hombre que se constituye la sociedad
y, en su contexto, el sistema político, en la medida en que estas instancias
son permanentemente producidas y reproducidas a través de las actividades
y prácticas que las personas desarrollan durante sus vidas cotidianas. Las
personas intervienen diariamente en la vida social y política a través del des-
pliegue de un conjunto de prácticas no siempre voluntarias, premeditadas o
racionalmente controladas, lo que indica que, en consecuencia, el escenario
social y político “existe solamente como producto de la actividad humana”,
en palabras de Anthony Giddens, pero de una actividad que se halla históri-
ca y socialmente situada y condicionada, y que no resulta exclusivamente de
decisiones humanas conscientes e intencionales.
Para este sociólogo, “la producción o constitución de la sociedad es una
obra práctica de sus miembros, pero que no se verifica en condiciones que
estén enteramente en su intención o comprensión”, es decir, que no resulta
de su propósito declarado y consciente ni que comprenda y conozca entera-
mente el contexto en el actúan. El “orden social” solo puede entenderse como
el corolario de las “relaciones cambiantes entre la producción y reproducción
de la vida social por sus actores constituyentes” (Giddens, 1997: 104).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


86

PARA AMPLIAR

Al respecto, se seguirán los aportes teóricos de la “teoría de la estruc-

AA turación” elaborada por Anthony Giddens y expuesta en el texto cita-


do anteriormente y en los siguientes:
Giddens, A. (1979), Central Problems in Social Theory. Action,
Structure and Contradiction in Social Análisis, University of California
Press, Los Ángeles.
Giddens, A. (1995), La constitución de la sociedad. Bases para una teo-
ría de la estructuración, Amorrortu editores, Buenos Aires.
Véase también:
Berger, P. y Luckmann, T. (1990), La construcción social de la reali-
dad, Amorrortu editores, Buenos Aires.

“[…] La producción y reproducción de la sociedad ha de ser considerada como una realización


diestra de parte de sus miembros, no como una mera serie mecánica de procesos. Sin embargo,
destacar esto no significa, decididamente, afirmar que los actores tengan plena conciencia
de lo que estas destrezas son, o de cómo se las arreglan para ejercerlas; ni que las formas de
la vida social se entiendan adecuadamente como los resultados intencionales de la acción
[…]. El dominio del obrar humano es limitado. Los hombres producen la sociedad, pero lo
hacen como actores históricamente situados, no bajo condiciones de su propia elección. Hay un
margen inestable, empero, entre la conducta que puede ser analizada como intencional y la
conducta que ha de ser analizada nomológicamente como un conjunto de «sucesos» […].
Las estructuras no deben conceptualizarse simplemente como imponiendo coerciones a la acti-
vidad humana, sino en el sentido de permitirla […]. Las estructuras pueden en principio ser
examinadas en función de su estructuración como una serie de prácticas reproducidas. Inda-
gar en la estructuración de las prácticas sociales es tratar de explicar cómo son constituidas
las estructuras mediante la acción y, de un modo recíproco, cómo la acción es constituida
estructuralmente” (Giddens, 1997: 164).

Las prácticas sociales y políticas configuran un conjunto de procedimientos,


métodos y técnicas mediante las cuales los hombres operan en la vida social
y política desenvolviendo su capacidad potencial de modificación y/o continua-
ción del curso y del resultado de las actividades y procesos en que participan.
Dichas prácticas guardan dos rasgos característicos que están directamente
vinculados entre sí y que resultan fundamentales para comprender el proceso
social y la vida política: la habitualidad y la cognoscitividad/reflexividad.
En primer lugar, se trata de prácticas sujetas a lo que Berger y Luckmann
denominan “habituación”, es decir, prácticas que conllevan y suponen un con-
junto de actividades y actos “que pueden volver a ejecutarse en el futuro de
la misma manera y con idéntica economía de esfuerzos” (Berger y Luckmann,
1990: 74 y ss.). Esta impronta de habitualidad, que caracteriza a las activida-
des sociales que desarrollan las personas diariamente, supone la reproduc-
ción recurrente de modalidades, estilos y tipos de conductas y de compor-
tamientos que les resultan “familiares” y que forman parte de sus “rutinas”
cotidianas.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


87

Según Giddens, el carácter recurrente de las prácticas sociales está deter-


minado por la forma específicamente reflexiva del entendimiento de las perso-
nas, al mismo tiempo que dicha reflexividad depende de la continuidad de las
prácticas sociales en un contexto social determinado.

CC
Es la forma específicamente reflexiva del entendimiento de agentes humanos
la que interviene a mayor profundidad en el ordenamiento recursivo de prácti-
cas sociales. Una continuidad de prácticas presupone reflexividad, pero la re-
flexividad misma solo es posible en virtud de la continuidad de prácticas, que
las define claramente como «las mismas» por un espacio y un tiempo.
«Reflexividad», entonces, no se debe entender como mera «auto-conciencia»,
sino como el carácter registrado del fluir corriente de una vida social. Un ser
humano es un agente intencional cuyas actividades obedecen a razones y que
es capaz, si se le pregunta, de abundar discursivamente sobre esas razones
(lo que incluye mentir acerca de ellas). (Giddens, 1995: 40 y 41)

Este proceso de rutinización alcanza al grueso de las actividades humanas y


configura la condición básica para que la sociedad sea “reproducida” por sus
miembros.

PARA AMPLIAR

Para profundizar este tema, véase:

AA Giddens, A. (1995), La constitución de la sociedad. Bases para una


teoría de la estructuración, Amorrortu editores, Buenos Aires, caps.
1, 4 y 5.

Empero, no necesariamente toda reproducción supone –ni debe ser asimilada


a– formas de continuidad o de repetición, sino que también puede implicar
el despliegue de comportamientos y acciones innovadoras cuya intención y/o
resultados pueden connotar la “producción” de nuevas modalidades, estilos
y tipos de conductas. En palabras de este autor, esto significa “ser capaz de
«obrar de otro modo» (...), ser capaz de intervenir en el mundo, o de abstener-
se de esa intervención, con la consecuencia de influir sobre un proceso o un
estado de cosas específico” (Giddens, 1995: 51). Por lo tanto, no hay posi-
bilidad de reproducción social y política sin la aptitud y capacidad del hombre
para “producir una diferencia” sobre una determinada situación político-social
o en el desarrollo de diversos y variados procesos preexistentes.
Las prácticas sociales y políticas solo pueden ser recurrentemente rutini-
zadas en tanto los actores detentan lo que Alfred Schutz ha llamado un “acer-
vo general de conocimientos”, que no es más que un espectro de saberes
heterogéneos y difusos acerca del mundo social y natural, y que configura un
cúmulo de experiencias referidas “únicamente a la regularidad de sucesos del
mundo externo” a partir del cual esos actores llevan a cabo sus prácticas coti-
dianas habitualizadas, y que surge de las experiencias vividas por los sujetos
(Schutz y Luckmann, 1977: cap. 3).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


88

PARA AMPLIAR

Véase también:

AA Schutz, A. (1974), Estudios sobre teoría social, Amorrortu, Buenos


Aires.

CC
El acervo de conocimiento del mundo de la vida se relaciona de muchas mane-
ras con la situación del sujeto que vive la experiencia. Se erige sobre sedimen-
taciones de anteriores experiencias realmente presentes, vinculadas a situa-
ciones. A la inversa, toda experiencia realmente presente se inserta en el fluir
de vivencias en una biografía, según el conjunto de tipos y significatividades
que se encuentran en el acervo de conocimientos. Y, finalmente, cada situa-
ción es definida y dominada con ayuda del acervo de conocimiento, que así se
vincula con la situación (es decir, la experiencia en cuanto ligada a la situa-
ción), tanto genética como estructural y funcionalmente. (Schutz y Luckmann,
1977: 109)

Esta cognoscitividad/reflexividad supuesta en el accionar sociopolítico de


los actores configura, pues, el otro rasgo básico de toda práctica social. En
efecto, el desarrollo del obrar humano es posible en la medida en que los
hombres son sujetos entendidos, en la medida que sustentan cierta capacidad
cognoscitiva y reflexiva para conocer y abordar determinadas particularidades
de las actividades que emprenden y de las condiciones situacionales que cir-
cundan el escenario histórico en el que desarrollan sus vidas. Esto significa,
según sostiene Giddens, que tanto las acciones y actividades que despliegan
corrientemente las personas como los aspectos sociales y naturales de los
contextos en los que se sitúan, están siempre y rutinariamente, en mayor o
menor medida, bajo su propio control reflexivo.
No obstante, este autor, en sintonía con los aportes de Schutz, también
indica que esa reflexividad engloba un espectro de potencialidades cognos-
citivas que abarcan desde un conjunto de saberes accesibles a su concien-
cia hasta un cúmulo de “saberes tácitos adquiridos en forma práctica”. Es
decir, ese abanico de cognoscitividad no se agota en aquellos saberes que
pueden ser concebidos y expresados discursivamente por las personas, tal
como podrían sugerir algunas perspectivas racionalistas muy de moda en la
actualidad, sino que está constituido principalmente por un conjunto de cono-
cimientos tácitos, de saberes que son apenas de carácter práctico, esto es,
que fueron adquiridos en forma práctica durante los encuentros e interaccio-
nes sociales que protagonizan cotidianamente, y que no pueden ser expresa-
dos discursivamente (Giddens, 1995: caps. 1 y 2).
Además, esos saberes prácticos vinculan a los actores con el mundo social,
con las condiciones de reproducción o cambio del mismo y con la incidencia
de sus acciones sobre la conservación o transformación de la sociedad, pero
ello, como lo destaca Luckmann, se presenta a los actores de manera natural
sin que medie ninguna manifestación de saber teórico o discursivo.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


89

“[…] El saber natural sobre la orientación práctica y cotidiana en este mundo ha oído que
«ahí afuera» hay cosas que son así sin que intervengamos en su manera de ser y que se con-
traponen a nuestra acción. Todo el mundo sabe que la realidad produce contraposición.
Más exactamente: todo el mundo sabe que hay algo que permanece en la realidad tal como
es y que siempre se hace, y que, por otro lado, se transforma en el curso del tiempo como
por sí mismo. Pero también hay objetos de la realidad que se resisten al cambio, aunque
esta contraposición se puede superar bajo ciertas circunstancias. En la posición «natural»,
captamos el mundo como un híbrido de lo inalterable que se nos impone y de lo alterable
que permanece abierto a nuestro actuar. Sufrimos y experimentamos lo impuesto inalte-
rablemente, pero lo alterable no solo lo experimentamos, sino que actuamos sobre ello (en
la medida en que queremos operar una transformación determinada). Parte de la realidad
permanece tal cual es, parte se transforma por sí sola, y parte permanece o se transforma solo
cuando hacemos o sufrimos algo. Esta especie de saber oculto, evidentemente no expresado
en preposiciones teóricas, es un saber humano general” (Luckmann, 1996: 31).

En suma, mientras la denominada “conciencia discursiva” contiene a todos


aquellos saberes acerca de las condiciones sociales de la acción que son
capaces de “ser dichos o expresados verbalmente” por los actores sociales,
la “conciencia práctica” abarca “todo aquello que los actores saben/creen
acerca de la vida social, particularmente las condiciones sociales de sus
acciones, pero que no puede ser expresado discursivamente y que no es
directamente accesible a su conciencia”. Aunque los actores sociales sepan
siempre, bajo alguna forma de descripción, lo que están haciendo en el nivel
de la conciencia discursiva, la conciencia práctica configura el basamento
central sobre el que se asienta su capacidad de participar en la diversidad de
contextos de la vida social y política, y es el atributo esencial que convierte a
los individuos en miembros competentes de la sociedad (Giddens, 1995: caps.
1 y 2). De este modo, la cognoscitividad/reflexividad humana no es sinónimo
de conciencia, sino que debe ser entendida como una forma de monitoreo
cognoscitivo-reflexivo del fluir continuo de la vida social no limitado a moda-
lidades de corte racional, sino fundamentalmente basada en la conciencia
práctica de una persona.
Esta perspectiva rompe con todas aquellas tradiciones racionalistas que
asientan el conocimiento humano sobre la base del funcionamiento pleno de
la “razón” como medio excluyente para abordar cognoscitivamente la totali-
dad de la realidad social y natural y que, como contracara de ello, lo hacen
partiendo del supuesto de que dicha realidad puede aparecer transparente y
absolutamente conmensurable a aquel conocimiento. Para los autores pre-
cedentemente citados, en cambio, ni la razón lo puede todo ni la realidad es
plenamente abordable por el conocimiento humano. Los saberes de las per-
sonas son finitos frente a la realidad infinita, todo lo cual indica, además, que
las personas, en la vida cotidiana, no advierten todo lo que ocurre en el esce-
nario en el que viven y actúan.
El obrar humano supone, por un lado, la existencia de un conjunto de con-
diciones que no son advertidas ni registradas reflexivamente por las personas
en el transcurso de su vida social y, por otro lado, la posibilidad de que dicho
obrar tenga consecuencias no buscadas ni premeditadas por las personas. Ello
indica, en consecuencia, que existen un sinnúmero de situaciones y circuns-
tancias de la vida social y política que no son percibidas, conocidas ni regis-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


90

tradas por los actores en el proceso de reproducción social y política que pro-
tagonizan y que, por lo tanto, la participación de los actores en la vida social
y política no es protagonizada en condiciones que estén enteramente bajo su
control consciente ni configura el resultado de actos intencionalmente concebi-
dos. Los efectos y consecuencias de la intervención de las personas en estos
ámbitos suponen formas diversas de actividad, independientemente de que
tales resultados hayan sido total o parcialmente pretendidos (esto es, preme-
ditados o buscados) o, en otros términos, que dichos actores hayan tenido
plena consciencia de sus habilidades y de la forma como ejercen las destre-
zas que le son inherentes (Giddens, 1997: 104 y ss.).
En este sentido y a diferencia de lo que podría ser sostenido por concep-
ciones racionalistas y/o voluntaristas que han interpretado el obrar humano
como un acto intencional producido por sujetos con capacidad para conocer
integralmente las condiciones y el resultado particular de sus acciones, aquí
se plantea que la reflexividad social y política del hombre se halla acotada y, al
mismo tiempo, condicionada, de un lado, por el carácter predominantemente
práctico del entendimiento y por la dimensión inconsciente de la vida mental
y, de otro lado, por las condiciones sociales inadvertidas y por las consecuen-
cias no buscadas de la acción.
Estas consideraciones, a su vez, permiten abordar una cuestión central
para la comprensión de los procesos sociales y, en particular, de los procesos
políticos. Según Giddens, es fundamental observar que, en la vida social, las
“actividades repetitivas, localizadas en un contexto de tiempo y de espacio,
tienen consecuencias regularizadas” generalmente “no buscadas por quienes
emprenden esas actividades”. Los efectos de esas consecuencias rutinarias y
no buscadas se dan “en contextos de un espacio-tiempo más o menos «leja-
no»” de esos actores, aunque después dichos efectos influirán “de manera
directa o indirecta, sobre las posteriores condiciones de una acción en el con-
texto original”, lo que lleva a este autor a afirmar que “las consecuencias no
buscadas se «distribuyen» regularmente como subproductos de una conducta
regularizada que como tal recibe sustentación reflexiva de quienes participan
en ella” (Giddens, 1995: 51).
Ahora bien, la estructuración de un sistema de interacciones, vale decir, la
articulación de relaciones sociales y políticas en un campo espacio-temporal
determinado, se constituye a través de las actividades y acciones emprendi-
das por las personas en la medida en que estas hacen uso competentemen-
te de un conjunto de medios para llevar a cabo esa intervención. Esos medios
son las reglas y recursos que sirven de soportes instrumentales para la con-
creción de las prácticas mediante las que dichas personas intervienen en el
proceso social y político (Giddens, 1995: cap. 1).
Según Giddens, esas reglas no configuran prescripciones formalizadas,
tales como las reglas de un juego o las normas codificadas, ni equivalen a
una rutina o hábito. Tampoco deben ser confundidas con “reglas formaliza-
das” tales como las normas legales o las reglas burocráticas, que son, más
bien, “interpretaciones codificadas de reglas sociales”, sino que conforman
un conjunto de “técnicas o procedimientos generalizables que se aplican a la
escenificación/reproducción de prácticas sociales” (Giddens, 1995: 57 y 58).
De este modo, las “reglas de procedimientos sociales” se constituyen his-
tóricamente, esto es, se producen y reproducen históricamente como resul-
tado de un proceso de institucionalización, al que Berger y Luckmann defi-
nen como una “tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


91

actores”. Además –y en sintonía con lo sostenido por Giddens–, estos auto-


res afirman que “las tipificaciones de las acciones habitualizadas que cons-
tituyen las instituciones, siempre se comparten”, lo que equivale a decir que
son generales y generalizables, esto es, que configuran tipificaciones “acce-
sibles a todos los integrantes de un determinado grupo social” y que abarcan
“tanto a los actores individuales como a las acciones individuales” (Berger y
Luckmann, 1990: 76).
Esto significa, en suma, que las personas detentan cierta “aptitud social”
para entender reflexivamente las condiciones del escenario social y los vín-
culos que protagonizan, para movilizar un conjunto de recursos a su alcance
y para hacerlo poniendo en práctica un conjunto de modalidades de procedi-
miento social aprehendidas básicamente en el marco de las vivencias prácti-
cas que han protagonizado en su vida. Esa aptitud, que modela la forma de
ser y de actuar de una persona o grupo, está condicionada, de algún modo,
por su posición social, es decir, por sus “condiciones de existencia”. Pierre
Bourdieu (1991) las denominó hábitus y resaltó su carácter práctico así como
también el hecho de que dichas disposiciones se estructuran y al mismo tiem-
po generan efectos no siempre premeditados, intencionales ni conscientes
para su hacedores.

CC
Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de
existencia producen hábitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferi-
bles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructu-
ras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de
prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su
fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las
operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente «reguladas» y «regula-
res» sin ser el producto de la obediencia a reglas, y, a la vez que todo esto, co-
lectivamente orquestadas sin ser producto de la acción organizadora de un di-
rector de orquesta. (Bourdieu, 1991: 92)

PARA AMPLIAR

Véase también:

AA Bourdieu, P. (2000), Esquisse d’une théorie de la pratique, Éditions


du Seuil, París.

Entrevista a Pierre Bourdieu sobre modos de dominación simbólica, su


reproducción y el hábitus:

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


92

<https://www.youtube.com/watch?v=_BkO_wjL-LM>

Así, los hábitus pueden ir acompañados de acciones racionales o de un cál-


culo estratégico, pero su configuración y despliegue deriva de sus propias
condiciones de producción que, según este autor, son siempre “histórica
y socialmente situadas” y que resultan exclusivamente de las experiencias
pasadas.

CC
Producto de la historia, el hábitus produce prácticas, individuales y colectivas;
produce, pues, historia conforme a los principios [schèmes] engendrados por la
historia; asegura la presencia activa de las experiencias pasadas que, deposi-
tadas en cada organismo bajo la forma de principios [schèmes] de percepción,
pensamiento y acción, tienden, con mayor seguridad que todas las reglas for-
males y normas explícitas, a garantizar la conformidad de las prácticas y su
constancia a través del tiempo. (Bourdieu, 1991: 94 y 95)

Por cierto, la actualización de las disposiciones denominadas hábitus supo-


ne una forma de reproducción de prácticas que, como a su turno lo resalta
Giddens, siempre implica una forma de producción en la que nunca se puede
excluir la posibilidad de innovación, de cambio.

LECTURA OBLIGATORIA

Lagroye, J. (1991), Sociología política, Fondo de Cultura Económica,

OO Buenos Aires, cap. 4.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


93

3.2. Objetivación, estructura y libertad humana


Un aspecto fundamental de la vida social y política está dado por lo que
se denomina objetivación de las instituciones, proceso mediante el cual las
reglas tipificadas que resultan del proceso social de institucionalización de
prácticas sociales “se experimentan como existentes por encima y más allá
de los individuos a quienes «acaece» encararlas en ese momento”. Esas
prácticas institucionalizadas son vividas, observadas y experimentadas por
las personas que las actualizan con sus propias acciones “como si poseyeran
una realidad propia, que se presenta al individuo como un hecho externo y
coercitivo” (Bourdieu, 1991: 80). Aunque, en verdad, las instituciones sociales
–y políticas– no sean más que el resultado de las prácticas institucionalizadas
protagonizadas por los actores y pese a que estos poseen la potencialidad de
reformularlas, cambiarlas y hasta abolirlas, la objetivación de esas prácticas
hace que dichas instituciones “aparezcan” frente a esos actores como “una
realidad amplia y análoga a la realidad del mundo natural”, percepción que
es reforzada por el hecho de que la historicidad de las instituciones posee
una dureé más extensa que la de la vida de los hombres que la producen y
reproducen (1991: 81).
Ello conduce, a su vez, a lo que Giddens llama reificación de la realidad
social mediante la que se articulan “formas de discurso que consideran [a las
propiedades institucionales] como «objetivamente dadas» (...), como si fueran
fenómenos naturales”, esto es, “estilo de discurso en que las propiedades
de los sistemas sociales se miran como si poseyeran la misma fijeza que se
atribuye a las leyes de la naturaleza” (Giddens, 1995: 210). Sin embargo, se
trata de percepciones y formas discursivas, ya que, tal como lo indican Berger
y Luckmann, “el mundo institucional es una actividad humana objetivada” y
dicha objetividad no “adquiere un «status» ontológico separado de la activi-
dad humana que la produjo” (1990: 83)
Ahora bien, que las personas experimenten las prácticas institucionaliza-
das como hechos externos y objetivos que no resultan del accionar desple-
gado por ellas, no significa que, en verdad, no sean ellas, las personas, las
hacedoras de dichas prácticas. Y lo son en función del manejo concreto que
tales personas hacen cotidianamente de un conjunto de recursos a través de
los cuales se proyectan y actúan en sociedad. Las “reglas de procedimientos
sociales” solo pueden ser actualizadas recursivamente a través de la mani-
pulación efectiva de parte de las personas de un conjunto de recursos que sir-
ven como bases de poder para su proyección plena en la vida social y política.
Desde el punto de vista analítico, Giddens (1995: cap. 1) distingue dos
categorías de recursos:

1. Los “recursos de autoridad” que aportan la capacidad de poder sobre las


personas o actividades de los seres humanos, y que engloban:
a. La organización de un espacio-tiempo social (constitución espacio-
temporal de sendas y regiones).
b. Las formas de producción y reproducción del cuerpo (organización
y relación de seres humanos en asociación mutua).
c. La organización de oportunidades de vida (constitución de
oportunidades de autodesarrollo y expresión de sí).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


94

2. Los “recursos de asignación” que dan lugar a la capacidad de poder sobre


los objetos físicos y el ambiente natural, y que abarcan:
a. Los aspectos materiales del ambiente (materias primas, fuentes
de energía material).
b. Los medios de producción/reproducción material (instrumentos
de producción y tecnología).
c. Los bienes producidos (artefactos creados).

Cabe tener en cuenta que, a diferencia de lo que pudiera sustentar cualquier


perspectiva materialista de la sociedad, ninguno de estos dos tipos de recur-
sos tiene mayor peso ontológico o prioridad lógica sobre el otro en el contexto
de los procesos sociales y políticos. En el plano teórico, ambos son igual-
mente estructurales, aunque históricamente pueda variar la importancia o el
predominio de un tipo de recursos sobre el otro con relación a las condiciones
existentes en determinado escenario espacio-temporal.
Para Giddens, las reglas y los recursos configuran la estructura de la socie-
dad y, como tal, tienen una existencia virtual. Es decir, mientras las interaccio-
nes sociales se constituyen, actualizan y reproducen a través de, y en, prácti-
cas sociales regulares e históricamente situadas en el espacio y en el tiempo, las
reglas y los recursos que conforman las propiedades estructurales de la sociedad
se sitúan fuera del tiempo y del espacio. Dichas propiedades adquieren cuerpo,
se expresan y se actualizan solamente a través de la efectivización de las prác-
ticas sociales recursivamente reproducidas y en las huellas mnémicas que orien-
tan las conductas de los agentes sociales y políticos (Giddens, 1995: cap. 1).
A ello se suma la consideración de que las reglas y recursos como “propie-
dades estructurales de los sistemas sociales son no menos habilitantes que
limitadoras”, es decir, que pueden tanto limitar y constreñir las opciones y
posibilidades de acción de los actores como facilitar o permitir dichas opcio-
nes y posibilidades.
Así, a contramarcha de lo que podría ser sostenido por una perspectiva
estructuralista, este enfoque indica que:
1. Por un lado, las propiedades estructurales de la sociedad no son externas
a los agentes, sino más bien internas a ellos, desde el momento que las
reglas y los recursos se expresan a través de y en sus conductas y trazos
mentales.
2. Por el otro, esas propiedades estructurales pueden ser a la vez tanto cons-
trictivas como habilitantes de las proyecciones de los actores, debido a
que ellas pueden limitar y/o facilitar la producción de acciones y compor-
tamientos humanos.

Sobre esta base puede decirse que, por un lado, los fenómenos sociales políti-
cos se inscriben en el ámbito de las acciones y de las prácticas sociopolíticas
de los actores y, por el otro, que tanto el constreñimiento como la habilitación
configuran las cualidades que definen toda totalidad sociopolítica, lo cual, visto
en su conjunto, está dando cuenta de una concepción ciertamente singular
del término estructura.
He aquí, pues, un punto clave del recorrido teórico desarrollado, cuya inci-
dencia en la relación que se articula entre los actores y las condiciones situa-
cionales constituye una problemática central para entender integralmente las
prácticas sociales y políticas.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


95

Uno de los aspectos más importante del obrar humano está dado por el
hecho de que dicho obrar está siempre históricamente condicionado en tanto
que los actores producen y reproducen la sociedad situados en un campo
espacio-temporal cuyas condiciones no son el resultado directo e inmediato
de ese obrar ni son una consecuencia de su elección racional en el transcurrir
de sus vidas. Las imposiciones sociales, materiales e institucionales de toda
sociedad o de los distintos sectores o sistemas de interacción que la com-
ponen, sumadas a la variedad de actividades que los actores pueden realizar
con competencia, condicionan en algún sentido el espectro de alternativas de
actividades y de acciones sociales y políticas posibles de ser desarrolladas,
abriendo apenas un cierto conjunto de opciones accesibles al ejercicio del
obrar en una determinada circunstancia espacio-temporal.

CC
Decir que en todo momento la sociedad preexiste a la vida de cada uno de sus
miembros individuales no es más que discernir una fuente de restricción por-
que esa preexistencia de algún modo limita las posibilidades que ellos tienen
abiertas. En similar sentido, destacar que los individuos se sitúan contextual-
mente en el interior de relaciones sociales de mayor o menor recorrido no es
más que determinar una fuente de restricción si se demuestra que ello pone lí-
mites a sus capacidades. En cada caso, el constreñimiento proviene de la exis-
tencia “objetiva” de propiedades estructurales que el agente individual no pue-
de modificar. [...] Su mejor definición es la puesta de límites al espectro de
opciones de que dispone un actor, o una pluralidad de actores, en una circuns-
tancia dada o en un tipo de circunstancia. (Giddens, 1995: 207)

Bourdieu sigue, a su turno, una orientación análoga a esta, pero pone mayor
énfasis en la impronta estructurada y estructurante que los hábitus conservan
a partir de su contexto de generación, dejando un exiguo margen de innovación
para los sujetos.

“Sistema adquirido de principios [schèmes] generadores, el hábitus hace posible la produc-


ción libre de todos los pensamientos, todas las percepciones y acciones inscritas dentro de
los límites que marcan las condiciones particulares de su producción, y sólo estas. A través
de él, la estructura que lo produce gobierna la práctica, no por la vía de un determinismo
mecánico, sino a través de las constricciones y límites originariamente asignados a sus inven-
ciones […]. En suma, siendo el producto de una clase determinada de regularidades obje-
tivas, el hábitus tiende a engendrar todas las conductas «razonables» o de «sentido común»
posibles dentro de los límites de estas regularidades, y sólo de estas, y que tienen todas las
posibilidades de ser sancionadas positivamente porque están objetivamente ajustadas a la
lógica característica de un determinado campo del que anticipan el porvenir objetivo; tiende
también, al mismo tiempo, a excluir «sin violencia, sin método, sin argumentos» todas las
«locuras» («esto no es para nosotros»), es decir, todas las conductas destinadas a ser negati-
vamente sancionadas porque son incompatibles con las condiciones objetivas […]. Historia
incorporada, naturalizada, y, por ello, olvidada como tal historia, el hábitus es la presencia
activa de todo el pasado del que es producto: es lo que proporciona a las prácticas su inde-
pendencia relativa en relación con las determinaciones exteriores del presente inmediato”
(Bourdieu, 1991: 96-98).

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96

Para Giddens, en cambio, el grado de libertad o de constreñimiento con que


cuentan las personas en el ejercicio de la actividad social y política varía
considerablemente según las diferentes circunstancias históricas en que se
desenvuelve dicho obrar.

CC
La naturaleza de un constreñimiento es históricamente variable, como lo es la
de las cualidades habilitadoras generadas por las contextualidades de una ac-
ción humana. Es variable en relación con las circunstancias materiales e insti-
tucionales de una actividad, pero también en relación con las formas de enten-
dimiento que los agentes poseen acerca de esas circunstancias. (Giddens,
1995: 209)

Por cierto, la sociedad se constituye a través del obrar de los actores que la
componen. Pero dichos actores no son sus creadores directos e inmediatos
–ni del sistema político–, sino que la constituyen a través de sus prácticas y
de las interacciones que protagonizan, reproduciendo y transformando pautas
de comportamiento y de organización social y políticas estructuradas recursi-
vamente, pero inmersos en un contexto histórico que de alguna manera con-
diciona ese accionar y esas interacciones. Esta cuestión hace referencia a la
dimensión espacio-temporal de los sistemas sociales o, más precisamente,
a la magnitud y el alcance del distanciamiento espacio-temporal como factor
condicionante del comportamiento humano y del proceso social y político.
Dado que las prácticas y las interacciones sociales y políticas se desarro-
llan en un determinado contexto espacio-temporal (ocupan un cierto espacio y
duran un cierto tiempo), cuanto mayor sea el distanciamiento espacio-temporal
de determinados ámbitos sociales, menores serán los márgenes de manipu-
lación y las posibilidades de modificación o transformación de las condiciones
y propiedades de esos ámbitos por parte de los agentes individuales, aunque
ello siempre cercena o clausura ciertas posibilidades de acción al mismo tiem-
po que facilita y permite otras. En cambio, la potencialidad de control, mani-
pulación y transformación de las condiciones situacionales se amplía cuando
se trata de relaciones sociales desarrolladas en ámbitos acotados, esto es,
en ámbitos que suponen relaciones situadas en un espacio-tiempo inmediato.

CC
Las sociedades humanas, o sistemas sociales, directamente no existirían sin
un obrar humano. Pero no ocurre que los actores creen sistemas sociales:
ellos los reproducen o los transforman, y recrean lo ya creado en la continui-
dad de una praxis. Aquí importa el alcance de un distanciamiento espacio-tem-
poral. En general, (aunque no por cierto de manera universal) es verdadero que
mientras mayor sea el distanciamiento espacio-temporal de sistemas sociales
–mientras más tiempo y espacio abarquen–, más resistentes serán a su mani-
pulación o cambio por parte de un agente individual. Este significado de cons-
treñimiento también va apareado con una habilitación. Un distanciamiento es-
pacio-temporal clausura ciertas posibilidades de experiencia humana al mismo
tiempo que abre otras. (Giddens, 1995: 201)

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97

El proceso de producción y reproducción general del sistema social y político


se ubica en la dimensión espacio-temporal correspondiente a la de las insti-
tuciones sociales y políticas que abarcan y comprometen al conjunto de una
colectividad o, por lo menos, a amplios trazos espacio-temporales de ella. A su
vez, esta dimensión del tiempo es la condición y el resultado de las prácticas
organizadas en la continuidad de la vida cotidiana, o, más precisamente, de
los ámbitos de las interacciones sociales y políticas protagonizadas en forma
directa por los actores. Esto no significa que las rutinas de estos sistemas de
interacción acotados constituyan en forma inmediata los cimientos sobre los
cuales son estructuradas en el tiempo-espacio las formas institucionales glo-
bales de la organización social o política de la colectividad. Sin embargo, pese
a que las instituciones sociales y políticas y las interacciones sociopolíticas
cotidianas y acotadas a ámbitos restringidos se sitúan en distintos niveles
espacio-temporales, cada una de estas instancias participa en la constitución
de la otra.
He aquí un punto central: la dimensión espacio-temporal de las institu-
ciones es tanto la condición como el resultado de las prácticas continuas de
una comunidad. Esto, por su parte, indica que las relaciones sociales y políti-
cas pueden suponer relaciones de copresencia situadas en un mismo ámbito
espacio-temporal inmediato o relaciones entre actores que están físicamen-
te ausentes. Las interacciones en circunstancias de copresencia dan lugar a
encuentros que configuran un tipo de asociación básica y primaria en el pro-
ceso de producción y reproducción social, y se ubican y constituyen en la ruti-
na enmarcada en el espacio-tiempo de la vida social y política “del día a día”.
En cambio, las interacciones sociales y políticas estructuradas entre aquellos
que se encuentran físicamente ausentes suponen mecanismos diferentes, ya
que ello está más bien vinculado a la estructuración de instituciones situadas
en un contexto caracterizado por una enorme expansión del distanciamiento
espacio-temporal (Giddens, 1995: cap. 3).
La importancia de esta cuestión para el análisis de la política es relevan-
te, pues el grado de incidencia de los actores sobre las condiciones situacio-
nales dependen principalmente del distanciamiento espacio-temporal de los
diferentes ámbitos en los que actúa diariamente. Del mismo modo, el grado
de condicionalidad (constrictiva y/o facilitadora) que el contexto situacional
ejerce sobre los actores depende de la distancia espacio-temporal en la que
se ubican.
Las interacciones sociales y políticas se estructuran a partir de actores
ubicados en posiciones que suponen un conjunto de condiciones constricti-
vas y/o facilitadoras respecto de las acciones y prácticas que pueden con-
cretarse a partir del obrar de ese actor. No obstante, dicho obrar, si bien se
halla condicionado por los factores estructurales y por la competencia prác-
tica y reflexiva de los agentes, nunca está predeterminado o preestablecido.
Es decir, las relaciones sociales se estructuran debido al carácter rutinizado
del comportamiento humano y a la articulación de formas habituales de con-
ductas y comportamientos esperados, pero esto no cercena la posibilidad de
que en determinadas situaciones los actores redefinan y transformen prácti-
cas hasta entonces institucionalizadas o directamente se abstengan de desa-
rrollar cursos de acción ciertamente factibles y, de ese modo, produzcan una
nueva relación. El proceso social y político constituye, pues, una realidad sus-
tancialmente dinámica.

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98

Los ámbitos acotados de interacción sociopolítica configuran lo que Michel


Dobry denomina “zonas limitadas de interdependencia táctica” de los actores,
en las que “las anticipaciones, apreciaciones, interpretaciones y, en general,
la actividad táctica de estos actores se efectúa entonces en función de los
objetivos, de las reglas de juego, «oficiales» o «pragmáticas», de las cate-
gorías de recursos y de su particular distribución entre los diversos actores
individuales y colectivos –es decir, también, en gran medida, entre las posi-
ciones más o menos institucionalizadas que a menudo ocupan estos acto-
res– y, sobre todo, en función de las referencias, índices e instrumentos de
evaluación, de previsibilidad y de identificación de las situaciones específicas
de cada sector” (Dobry, 1988: 87).
Lo importante a destacar es que en estos ámbitos de interacción, los acto-
res que los componen abordan reflexivamente la situación y se proyectan fác-
ticamente sobre ella en función de la “lógica” social y política que surge de
las rutinas históricas de ese ámbito, sea un grupo social, partidario o institu-
cional, “independientemente de lo que quieran y de lo que crean”, lo que con-
figura una forma de objetivación que ciertamente también constituye un con-
dicionante importante de las proyecciones individuales.
La concurrencia histórica e intervinculación dinámica de diversos ámbitos
de interacción social y política portadores de distintas “extensiones espacio-
temporales” configuran los sistemas sociales concretos –y, en su interior,
también los sistemas políticos–, en tanto que, tal como lo sostiene Giddens,
“todas las sociedades son sistemas sociales, pero todas, al mismo tiempo,
están constituidas por la intersección de múltiples sistemas sociales” cuyos
“«bordes espacio-temporales» denotan interconexiones y diferenciales de
poder originados entre diferentes tipos societarios que incluyen sistemas inter-
societarios” (Giddens, 1995: 195). Sin embargo, pese a esta heterogeneidad,
los aspectos institucionalizados de los sistemas sociales –y políticos– histó-
ricamente constituidos, esto es, las propiedades estructurales que engloban
el conjunto de reglas-recursos que intervienen en la conformación institucional
de esas totalidades, tienen gravitación condicionante sobre el conjunto de las
mismas, aun tratándose de una incidencia prolongada en una amplia exten-
sión espacio-temporal.
La importancia del discernimiento entre los ámbitos locales de interacción
sociopolítica y los aspectos institucionales de los sistemas sociales y políti-
cos, así como la centralidad de la identificación de las vinculaciones mutua-
mente constitutivas entre ambas instancias espacio-temporales, resultan
analíticamente fundamentales a los efectos de poder “descifrar” tanto las
relaciones dinámicas y complejas que se estructuran entre los actores que
protagonizan el proceso social y político, por un lado, como las condiciones
situacionales dinámicamente presentes en los escenarios históricos en donde
esos procesos se desenvuelven, por el otro. A su vez, ello también nos per-
mite entender –teórica e históricamente– las destrezas prácticas y las formas
de entendimiento a través de las cuales los actores civiles y militares han ido
procesando, abordando y coordinando sus proyecciones en la vida política,
se han ido relacionando entre sí y se han vinculado con las condiciones situa-
cionales en cuyo nivel se sitúa el proceso de democratización y los cambios
producidos en la política internacional y doméstica, factores que han operado
tanto como condiciones constrictivas cuanto como condiciones facilitadoras
de un sinnúmero de opciones y estrategias políticas.

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99

3.3. Poder social, poder político y dominación


Las consideraciones expuestas precedentemente están vinculadas a las
nociones de poder y dominación, conceptos centrales para comprender la
vida política de una sociedad.
Las relaciones de poder configuran una de las dimensiones constitutivas de
las interacciones sociales. Estas, en el momento de su producción, se cons-
tituyen simultáneamente como relaciones de comunicación, como relaciones
morales y como relaciones de poder. El poder designa un aspecto o propie-
dad central de la interacción social, es decir, aquel que engloba el impulso de
transformación que sustenta todo actor en el transcurso del proceso de pro-
ducción y reproducción social (Giddens, 1997: cap. 3). Esto es, en suma, lo
que se denomina poder social.
Ya se especificó anteriormente que el obrar humano está determinado por
el potencial de cambio y de innovación que sustentan los hombres en la vida
social y política, lo que, a su vez, permite establecer una vinculación lógica
entre la noción de acción social y de poder. En este sentido, el término poder
se refiere a la capacidad mediante la que toda persona puede intervenir en
una serie de acontecimientos e influenciar o modificar su curso, dando lugar
con ello a una transformación que puede tener por objeto tanto a la naturale-
za como a las mismas relaciones sociales. Esto significa, como dice Giddens,
“ser capaz de obrar de otro modo”, de influir sobre un estado de cosas o sobre
procesos específicos del mundo material o social, o simplemente de abste-
nerse de hacerlo (Giddens, 1997: cap. 1).
Así entendido, el concepto de poder guarda una significación general y
amplia. Entretanto, a los efectos del análisis de la actividad política es nece-
sario concebirlo en un sentido restringido que haga referencia a aquella
dimensión que denota solo la capacidad humana de transformación de las
relaciones sociales y políticas, esto es, el poder concebido como “impulso
transformador articulado entre actores en el contexto de la interacción social”,
en palabras de Giddens. Es en este último sentido que el poder, según este
autor, se constituye como “dominación”, es decir, se constituye como capaci-
dad para asegurar resultados donde la realización de los mismos depende de
la actividad de otros actores o grupos. Para él, todo sistema social incorpora
y expresa “modos de dominación”, es decir, todo sistema social constituye
un “sistema de poder” que exhibe “formas de dominación” articuladas en las
“relaciones de autonomía y dependencia entre actores o colectividades de
actores” (Giddens, 1987: cap. 1).
Max Weber, por su parte, definió el “poder” como “la probabilidad de impo-
ner la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda resis-
tencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad” (1992: 43).
Existen relaciones de poder en toda interacción social en la que una persona
tiene la posibilidad efectiva de imponer cierto mandato a otra persona o grupo
de personas, independientemente de las motivaciones específicas que están
en la base de tales comportamientos y de los principios invocados para justi-
ficar los mismos. Se trata, por cierto, de una definición muy amplia del poder.
No obstante, Weber distingue y analiza puntualmente una forma particular
de ejercicio del poder en una relación social, esto es, aquella forma a la que
denomina “dominación” y que se desenvuelve cuando una persona obedece
voluntariamente el mandato de otra.

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100

PARA AMPLIAR

Sobre el concepto de poder en Max Weber, véase el siguiente artícu-

AA lo de Stefano Guzzini:
<https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/677087/
RI_30_6.pdf?sequence=1>

Así, si bien el fundamento del ejercicio del poder puede expresarse en una
diversidad de alternativas, conceptualmente es posible distinguir dos formas
típico-ideales de ejercicio del poder, según el medio específico utilizado por
los agentes para imponer su voluntad. Por un lado, el poder coactivo que con-
figura una modalidad de poder cuyo medio específico es la coacción o fuerza,
entendida como el ejercicio o la amenaza de uso de acciones que suponen
violencia física. Y, por otro lado, la dominación que es una modalidad de poder
cuyo medio específico es la existencia de un conjunto de creencias comparti-
das y reconocidas como válidas por los intervinientes en esa relación. Mientras
que la obediencia, en el primer caso, se consigue por temor, en el segundo,
se logra por el consentimiento de los subordinados a partir de la creencia
compartida entre mandantes y mandados acerca de la validez del principio de
legitimidad que regula dicha relación.

CC
Debe entenderse por «dominación» (...) la probabilidad de encontrar obediencia
dentro de un grupo determinado para mandatos específicos (o para toda clase
de mandatos). No es, por tanto, toda especie de probabilidad de ejercer «po-
der» o «influjo» sobre otros hombres. En el caso concreto, esta dominación
(«autoridad»), en el sentido indicado, puede descansar en los más diversos
motivos de sumisión: desde la habituación inconsciente hasta lo que son con-
sideraciones puramente racionales con arreglo a fines. Un determinado míni-
mo de voluntad de obediencia, o sea de interés (externo o interno) en obede-
cer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad. (Weber, 1992: 170)

Así entendida, la dominación configura una modalidad particular de ejercicio de


poder que se articula alrededor de la creencia por parte de los subordinados
en la validez de su subordinación. Esta creencia es la que, en estos casos,
motiva aquel “mínimo de voluntad de obediencia, de interés en obedecer”, sin
el cual no se estructura un vínculo de autoridad. Asimismo, la aceptación de
tal dominio o autoridad puede basarse en diferentes motivos, los que pueden
suponer vinculaciones afectivas, intereses materiales, identificaciones ideológi-
cas y/o valorativas, costumbres rutinizadas, etc. Pero todas estas posibilidades
no constituyen los fundamentos sobre los que se estructura la dominación,
sino apenas sus basamentos inmediatos. La creencia en su legitimidad, en
cambio, es el factor determinante de toda relación de autoridad.

CC
De acuerdo con la experiencia, ninguna dominación se contenta voluntariamen-
te con tener como probabilidad de su persistencia motivos puramente materia-
les, afectivos o racionales con arreglo a valores. Antes bien, todas procuran

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


101

despertar y fomentar la creencia en su «legitimidad». Según sea la clase de le-


gitimidad pretendida es fundamentalmente diferente tanto el tipo de la obe-
diencia, como el del cuadro administrativo destinado a garantizarla, como el
carácter que toma el ejercicio de la dominación. Y también sus efectos. Por
eso, parece adecuado distinguir las clases de dominación según sus pretensio-
nes típicas de legitimidad. (Weber, 1992: 170)

El citado pensador alemán distinguió tres principios de justificación o tipos


de fundamentos de la legitimidad de una dominación a partir de los cuales se
constituyen tres tipos de dominación (Weber, 1992: caps. 3 y 9):
1. La dominación legal con administración burocrática se basa en la creencia en la
legitimidad de la legalidad de un conjunto de ordenaciones estatuidas y de los
derechos de mando de las personas que ejercen la autoridad legal según los
criterios establecidos por esas ordenaciones. Los subordinados obedecen las
ordenaciones impersonales y objetivas que fueron legalmente estatuidas y a las
personas designadas siguiendo los criterios legales estipulados por esas orde-
naciones para el ejercicio del mando y dentro de los límites legales que también
surgen de esas disposiciones. Se obedece a su superior porque aceptan y con-
sienten (legitiman) las normas impersonales que definen formalmente aquella
autoridad, dentro del ámbito restringido de la jurisdicción claramente especifica-
da en esa legalidad. Esta dominación se ejerce a través de un cuadro adminis-
trativo burocrático constituido por funcionarios ubicados funcionalmente dentro
de una estructura organizativa impersonal estructurada en cargos situados en un
esquema con jerarquías y competencias administrativas rigurosamente fijadas.
2. La dominación tradicional se articula en torno de la creencia en la legiti-
midad de un conjunto de tradiciones que rigió desde tiempos lejanos y de
los derechos de aquellos señalados por esos preceptos tradicionales para
ejercer la autoridad tradicional. Los subordinados obedecen a las orde-
naciones tradicionales y a la persona del señor llamado por esa tradición
para ejercer la autoridad. En las organizaciones tradicionales (despotismo
oriental y medieval, sultanato, patriarcalismo, patrimonialismo) no hay un
proceso impersonal de elaboración de normas y la obediencia al “señor”
se articula con base en la afiliación o afecto personal, careciendo en gene-
ral de personal administrativo especializado.
3. La dominación carismática se estructura sobre la base de la creencia en la
legitimidad de la figura y voluntad de aquella persona a la que se le recono-
ce cierta santidad, heroísmo o ejemplaridad y a las ordenaciones creadas
por la autoridad carismática. Los subordinados obedecen al caudillo caris-
mático, al que le atribuyen la posesión de fuerzas sobrenaturales y sobre-
humanas y no asequibles a otras personas, estableciéndose vínculos per-
sonales basados en la confianza que despierta la revelación, heroicidad o
ejemplariedad que porta ese jefe. Se trata de un tipo de dominación extraor-
dinario y no se organiza a partir de un ordenamiento jurídico fijo.

En suma, Giddens brinda una definición general de dominación en la que esta


designa a toda modalidad de poder –sea violenta o por ejercicio de la autori-
dad, sea constrictiva o habilitante– articulada entre actores en el contexto de
la interacción social, al mismo tiempo que Weber, en un sentido más restringi-
do, la define como una modalidad específica de poder cuya particularidad está
centralmente dada por la obtención voluntaria de obediencia.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


102

Ahora bien, si toda relación de poder y de dominación denota la posibilidad


de que un actor pueda imponer su voluntad sobre otro actor, su efectivización
supone la presencia de ciertas asimetrías sociales estructuradas a partir de la
existencia de diferentes capacidades de poder, esto es, capacidades diferen-
ciales para acceder a los medios o recursos de poder y destrezas diferencia-
les para utilizar esos medios o recursos. Esas asimetrías se articulan alrede-
dor de tres condiciones:
1. Las formas diferenciales de acceso al conjunto de recursos de autoridad y
de asignación que pueden poseer o poseen los actores.
2. La importancia y el peso diferencial del tipo de recursos de dominación –de
autoridad y de asignación– existente en un determinado contexto espacio-
temporal histórico.
3. La capacidad y competencia diferencial de las personas en el uso de las
reglas y recursos de dominación, lo que deriva de la magnitud diferencial
del control reflexivo y fáctico que los actores poseen sobre esas reglas y
recursos.

No pocas perspectivas teóricas de impronta objetivista han dado por sentado


que las relaciones de poder y de dominación dependen apenas del acceso y
la posesión de recursos políticos y económicos, como si estas condiciones
fueran una derivación lógica o históricamente necesaria de la pertenencia a
ciertas clases o grupos sociales o de la ubicación de los individuos en ciertos
estratos de la sociedad. En este mismo sentido, también fue común sostener
que la capacidad de poder deriva casi exclusivamente de la posibilidad de
acceso a un conjunto de recursos políticos-institucionales. Evidentemente,
estos enfoques excluyen de su contenido el protagonismo de los actores
sociales en la constitución de la sociedad y, en su interior, en la produc-
ción y reproducción de las estructuras de dominación y de las organizaciones
políticas.
En cambio, ciertas perspectivas más integrales del poder han interpreta-
do a este tomando al sujeto como eje articulador del obrar humano y, en con-
secuencia, como actor político históricamente situado, sin dejar de tener en
cuenta, por cierto, los condicionantes estructurales de la producción de las
relaciones de poder.

PARA AMPLIAR

Para profundizar en las nociones de legitimidad, dominación y racio-

AA nalidad propuestas por Weber, véase el siguiente trabajo de Francis-


co Pamplona:
<https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5900558.pdf>

En el marco de esta orientación, es posible establecer ciertas consideraciones


sobre el poder que resultan importantes para abordar la política. En primer
lugar, como lo indica Giddens, el poder entendido genéricamente como capaci-
dad transformadora es lógicamente anterior a la constitución de la reflexividad

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


103

subjetiva del hombre, más precisamente, al registro reflexivo de la conducta,


lo que se contrapone a todas aquellas concepciones que entienden el poder
como intención o voluntad, o como la capacidad de lograr resultados intencio-
nalmente buscados o deseados.
En segundo término, el poder no supone necesariamente la existencia de
conflicto, ya que su ejercicio puede expresarse mediante modalidades cierta-
mente conflictivas, pero también a través de formas de consenso y solidari-
dad, no dependiendo ello –esto es, el conflicto/consenso– del fenómeno del
poder en sí mismo, sino de la existencia y defensa de intereses sectoriales
por parte de los actores sociales, intereses que bien pueden ser articulados
y combinados de manera convergente. Asimismo, como lo indica Giddens, el
poder no configura “un fenómeno intrínsecamente nocivo ni la mera capaci-
dad de «decir que no»”. Michel Foucault (1988) acrecienta, en este sentido,
que el poder no se expresa solamente ni preponderantemente como violen-
cia, sino que también puede suponer consenso y puede articularse sobre la
base de la aceptación.

“[...] La puesta en juego de relaciones de poder no es, evidentemente, más exclusiva del uso
de la violencia que de la adquisición del consenso; sin duda, el ejercicio del poder no puede
prescindir del uno o de la otra, y con frecuencia de ambos a la vez. Pero, a pesar de que el
consenso y la violencia son los instrumentos o los resultados, no constituyen el principio o
la naturaleza básica del poder. El ejercicio del poder puede producir tanta aceptación como
se desee: puede acumular muertos y refugiarse tras las amenazas que pueda imaginar. En sí
mismo, el ejercicio del poder no es una violencia a veces oculta; tampoco es un consenso
que, implícitamente, se prorroga. Es un conjunto de acciones sobre acciones posibles; opera
sobre el campo de posibilidad o se inscribe en el comportamiento de los sujetos actuantes:
incita, induce, seduce, facilita, dificulta; amplía o limita, vuelve más o menos probable; de
manera extrema, constriñe o prohíbe de modo absoluto; con todo, siempre es una manera de
actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tanto que actúan o son suscep-
tibles de actuar. Un conjunto de acciones sobre otras acciones” (Foucault, 1988: 14 y 15).

Para profundizar en la idea de poder en Foucault, véase el siguiente


debate que este mantuvo con Noam Chomsky:

<https://www.youtube.com/watch?v=OxU17CC4XVM>

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104

Por último, el poder es una capacidad inmanente y rutinaria de toda acción


social en el marco de la producción y reproducción de los sistemas sociales
y, en consecuencia, denota fundamentalmente un conjunto de capacidades
que, como se señaló, no solo están determinadas por las posibilidades de
acceso a los recursos políticos y económicos, sino también por el grado de
competencia de los sujetos en el ejercicio del obrar humano y por ciertas con-
diciones históricas y sociales que facilitan y/o constriñen en diferentes grados
las proyecciones reflexivas y fácticas de esos agentes.

“[...] Poder no se conecta de manera intrínseca con la consecución de intereses sectoriales.


En esta concepción, el uso de poder no caracteriza a tipos específicos de conducta sino a
toda la acción, y el poder mismo no es un recurso. Recursos son medios a través de los cuales
se ejerce poder, como un elemento de rutina de la actualización de una conducta en una
reproducción social. No debemos entender las estructuras de dominación ínsitas en institu-
ciones sociales como molinos para «seres dóciles» que se comportarán como los autómatas
propuestos por la ciencia social objetivista. El poder en sistemas sociales que disfrutan de
cierta continuidad en tiempo y espacio presupone relaciones regularizadas de autonomía
y dependencia entre actores o colectividades en contextos de interacción social. Pero todas
las formas de dependencia ofrecen ciertos recursos en virtud de los cuales los subordinados
pueden influir sobre las actividades de sus superiores. Es lo que denomino dialéctica del
control en sistemas sociales” (Giddens, 1995: 52).

Vale decir, toda acción social supone, siempre y en todo lugar, el ejercicio de
poder, inclusive en situaciones o escenarios en los que las condiciones de
constreñimiento social sobre los agentes imponen márgenes muy restringidos
de acción. Toda estructura de dominación no necesariamente presupone la
existencia de formas de coerción perfiladas como factores determinantes del
comportamiento de los actores sociales, pues, en ciertas circunstancias his-
tóricas esos escenarios pueden estar atravesados por condiciones que bien
pueden brindar oportunidades novedosas y positivas para el desarrollo de
acciones y comportamientos orientados a producir profundos cambios en la
situación social y política imperante. Además, todo escenario social y político
contiene, según las circunstancias históricas en las que se articula, modali-
dades de interacción en las que se combinan diversas formas de autonomía
y dependencia entre sus protagonistas. En este contexto, las relaciones de
poder se expresan siempre en “actos” bajo diversas formas y pueden gene-
rar diferentes tipos de efectos, pero, en todo caso, dichos actos nunca se
producen por fuera de un contexto de relativa “libertad” de los sujetos o, en
palabras de Foucault, en un contexto signado por la “coerción pura y simple
de la violencia”.

“El ejercicio del poder no es simplemente una relación entre ‘parejas’, individuales o colec-
tivas; se trata de un modo de acción de algunos sobre algunos otros. Lo que es decir, desde
luego, que no existe algo llamado el Poder, o el poder, que existiría universalmente, en
forma masiva o difusa, concentrado o distribuido. Solo existe el poder que ejercen “unos”
sobre “otros”. El poder solo existe en actos aunque, desde luego, se inscribe en un campo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


105

de posibilidades dispersas, apoyándose sobre estructuras permanentes. Ello también signi-


fica que el poder no es una especie de consentimiento. En sí mismo no es renuncia a una
libertad, transferencia de derechos, poder de todos y cada uno delegado a unos cuantos
(lo cual no impide que el consentimiento pueda ser una condición para la existencia o el
mantenimiento de la relación de poder); la relación de poder puede ser efecto de un consen-
timiento permanente o anterior, pero no es por naturaleza la manifestación de un consenso
[...]. Cuando se define el ejercicio de poder como un modo de acción sobre la acción de los
otros, cuando se caracterizan estas acciones por el “gobierno” de los hombres, de los unos
por los otros –en el sentido más amplio del término– se incluye un elemento importante:
la libertad. El poder se ejerce únicamente sobre “sujetos libres” y solo en la medida en que
son “libres”. Por esto queremos decir sujetos individuales o colectivos, enfrentados en un
campo de posibilidades, donde pueden tener lugar diversas conductas, diversas reacciones y
diversos comportamientos. Ahí donde las determinaciones están saturadas, no hay relaciones
de poder; la esclavitud no es una relación de poder cuando el hombre está encadenado (en
este caso se trata de una relación física de coacción), sino justamente cuando puede despla-
zarse y en última instancia escapar. En consecuencia, no hay una confrontación cara a cara
entre el poder y la libertad que sea mutuamente exclusiva (la libertad desaparece ahí donde
se ejerce el poder), sino un juego mucho más complicado. En este juego, la libertad puede
muy bien aparecer como condición de existencia del poder (al mismo tiempo como su pre-
condición, puesto que debe existir la libertad para que el poder se ejerza, y también como
su soporte permanente, puesto que si se sustrajera totalmente del poder que se ejerce sobre
ella, este desaparecería y debería sustituirse por la coerción pura y simple de la violencia);
pero también aparece como aquello que no podrá sino oponerse a un ejercicio del poder
que en última instancia, tiende a determinarla completamente. La relación de poder y la
rebeldía de la libertad no pueden, pues, separarse. El problema central del poder no es el de
la “servidumbre voluntaria” (¿cómo podríamos desear ser esclavos?). En el corazón mismo
de la relación de poder, y “provocándola” de manera constante, se encuentran la obstinación
de la voluntad y la intransitividad de la libertad” (Foucault, 1988: 14-16).

Ahora bien, si las relaciones de poder son constitutivas y, al mismo tiem-


po, constituidas por las relaciones sociales, el fenómeno del poder político
atraviesa la compleja trama de la sociedad en su conjunto, pero, en un sen-
tido específico, el calificativo de “político” denota al conjunto de relaciones
o situaciones de poder articuladas alrededor del, y referidas al, gobierno de
una asociación, es decir, del centro del lugar o instancias donde se ejerce la
dirección y el control de dicha asociación. Esta configura una forma particular
del poder que, contemporáneamente, encontró en el Estado y, en particular,
en el gobierno de este, un punto de referencia preponderante.

“Las relaciones de poder están arraigadas en el tejido social. Ello no quiere decir, sin embar-
go, que existe un principio fundamental y primario de Poder que domina la sociedad
hasta en su más mínimo detalle; pero, tomando como punto de partida la posibilidad de
la acción sobre la acción de otros (coextensiva a toda relación social), las múltiples formas
de disparidad individual, de objetivos, de instrumentaciones dadas sobre nosotros y a los
otros, de institucionalización más o menos sectorial o global, de organización más o menos
deliberada, definen distintas formas de poder. Las formas y las situaciones del gobierno de
unos hombres se limitan y a veces se anulan, otras se refuerzan. Es un hecho indudable
que el Estado en las sociedades contemporáneas no es solo una de las formas o uno de los
lugares –aunque fuera el más importante– de ejercicio del poder, sino que de cierta manera

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


106

todas las otras formas de relación de poder se refieren a él. Pero no es porque cada uno se
derive de él. Es más bien porque se ha producido una estatización continua de las relaciones
de poder [...]. Haciendo referencia aquí al sentido restringido de la palabra gobierno, podría
decirse que las relaciones de poder se gubernamentalizaron progresivamente, es decir, se
elaboraron, racionalizaron, centralizaron bajo la forma o bajo los auspicios de instituciones
estatales” (Foucault, 1988: 18 y 19).

Con el inicio de la era moderna y, en su marco –el surgimiento del Estado


como instancia orientadora del “poder político diferenciado”–, los grupos
con poder social se referencian en él con el fin de determinarlo, condicionar-
lo, influirlo, conformarlo, resistirlo, limitarlo, todo lo cual ha convertido a la
política –en sentido estricto– en “la actividad dirigida a gobernar, o a influir
indirectamente en el poder político, en el centro político de dirección y control
del conjunto de la sociedad” (Bouza-Brey, 1996: 43).
Michael Mann (1991) sostiene que “las sociedades están constituidas por
múltiples redes socio-espaciales de poder que se superponen y se intersec-
tan”. En efecto, las sociedades no son totalidades cerradas, sino una trama
compleja de relaciones de poder.

CC
Las sociedades no son unitarias. No son sistemas sociales (cerrados ni abier-
tos); no son totalidades. Nunca se puede hallar una sola sociedad delimitada
en el espacio geográfico o social. Como no existe un sistema, una totalidad,
no pueden existir «subsistemas», «dimensiones» ni «niveles» de esa totalidad.
Como no existe un todo, las relaciones sociales no pueden reducirse «a fin de
cuentas», «en última instancia», a alguna propiedad sistémica en ese todo, co-
mo el «modo de producción material», o el «sistema cultural», o el «normativo»,
o la «forma de organización militar». Como no existe una totalidad delimitada,
no sirve de nada el dividir el cambio o el conflicto sociales en variedades «en-
dógenas» o «exógenas». Como no existe sistema social, no existe proceso «de
evolución» en su interior. Como la humanidad no está dividida en una serie de
tonalidades delimitadas y no se produce una «difusión» de organización social
entre ellas. Como no existe una totalidad, los individuos no se ven constreñi-
dos en su conducta por la «estructura social como un todo», así que no sirve
de nada distinguir entre «acción social» y «estructura social». (Mann, 1991: 14)

La consideración de las sociedades como “múltiples redes de poder, super-


puestas e intersectantes” niega la existencia de un factor “primordial” o
“determinante” en la constitución de las mismas. Y esa trama de vínculos
estructurante de las sociedades se configura de las relaciones articuladas
entre las cuatro “fuentes del poder social”: las “relaciones ideológicas, eco-
nómicas, militares y políticas”. Estas son “redes superpuestas de interacción
social, no dimensiones, niveles ni factores de una sola totalidad social”. Y
son también “organizaciones, medios institucionales de alcanzar objetivos
humanos” cuya “primacía no procede de la intensidad de los deseos humanos
de satisfacción ideológica, económica, militar o política, sino de los medios
de organización concretos que posea cada una para alcanzar los objetivos
humanos, cualesquiera que sean estos” (Mann, 1991: 15).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


107

No obstante, tal como lo destaca César Cansino, la actual “complejidad


social” se manifiesta en una “creciente diferenciación funcional interna a
los grupos”, por lo que “aumentan el número y la variedad de los subsiste-
mas sociales, crece la autonomía de sus códigos y se engrosan las redes de
interconexión e interdependencia funcionales de los diversos subsistemas
diferenciados”.

CC
[…] Las estructuras de poder ya no son lineales, jerárquicamente descendien-
tes desde un vértice que se derrama hacia la base. El poder ya no presenta
las connotaciones de la causalidad lineal y transitiva: se ha vuelto un sofisti-
cado medio de comunicación con formas reflexivas y de relaciones particula-
res. Por su parte, el sistema político ya no coincide con el sistema social en
su conjunto. La política ya no es la expresión general de la vida social. El sis-
tema político es simplemente un subsistema al lado de otros, encargado de
prestaciones funcionales específicas, que no gozan de un particular primado
respecto de los subsistemas de la ciencia, la tecnología, la economía, la cul-
tura, el tiempo libre, etcétera. (Cansino, 2008: 249 y 250)

Como señala el politólogo mexicano, “las sociedades ya no tienen un centro”,


y eso transforma el sistema político.

3.4. Política y gobierno


Como se señaló anteriormente, se entiende a la política como el proceso
social de reproducción de la dominación –en sentido giddeniano– mediante
la articulación de prácticas e interacciones recurrentes e institucionalizadas,
referidas y referenciadas en las instituciones de gobierno existentes en deter-
minado escenario histórico, vale decir, interacciones orientadas a intervenir
directa o indirectamente en la constitución, organización y funcionamiento de
las instituciones gubernamentales y en la promulgación regular de políticas
y decisiones colectivas.
Así, como sostiene Jacques Lagroye (1991), la política designa al conjun-
to de actividades y prácticas sociales que se relacionan directamente con el
gobierno de una sociedad, esto es, con la instancia encargada de la organi-
zación y dirección de la vida de una sociedad. El gobierno no hace referen-
cia exclusivamente a los Estados nacionales, sino a todo tipo de personas
o grupos encargados de la gestión, dirección y control de toda asociación,
aunque solamente se podría denominar gobierno político al gobierno ejercido
sobre un conjunto social.

CC
Gobierno [...] no se trata de la instancia particular de los Estados contempo-
ráneos encargada de tomar decisiones, hacer ejecutar leyes y conducir políti-
cas, sino de los actos que tienden a organizar y conducir la vida en sociedad.
Por cierto que se podría hablar en los mismos términos del gobierno de una
Iglesia, una asociación o un grupo cualquiera. Pero se calificará al gobierno de
político en la medida que afecta al conjunto de los individuos y grupos que
conforman una sociedad organizada, disponen de un territorio, aplican reglas

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


108

de vida comunes y cuyos miembros realizan actividades variadas concebidas


como aporte a la vida colectiva. (Lagroye, 1991: 21)

Desde el punto de vista sociológico, el gobierno de una asociación está con-


formado por las personas o el grupo, es decir, los gobernantes, que detentan
la capacidad de “imponer a los demás miembros una orientación mutuamente
ajustada (o coordinada) de sus conductas e incluso una modificación de las
orientaciones anteriores”, dice el estudioso francés. Los miembros de esa
asociación le reconocen a sus gobernantes la autoridad para imponer una
determinada orientación común de conductas y, en el marco de las prácticas
sociales desenvueltas en dicha asociación, aquellos ajustan efectivamente
sus comportamientos y creencias generales a tales orientaciones.
En este contexto, Lagroye sostiene que toda interacción social se constituye
en interacción política en la medida que sus efectos suponen, en forma explíci-
ta, la modificación o transformación de la capacidad de poder y/o legitimidad
de ciertos actores o grupos sociales y políticos en el marco de las relaciones
que mantienen con otras unidades.

CC
[...] Toda interacción (de índole económica, cultural, religiosa, etc.) provoca mo-
dificaciones en las posiciones sociales ocupadas por los participantes y, por
consiguiente, afecta el poder que puedan ejercer, sea porque adquieren mayo-
res recursos o porque acrecientan su legitimidad. Pero, a diferencia de otras
formas de relación, la interacción política es concebida explícitamente como el
medio para designar, reconocer o legitimar a los dirigentes del grupo. (Lagroye,
1991: 170 y 171)

De este modo, las interacciones políticas, además de explicitar el carácter


relacional del poder social y, en particular, del poder político, se articulan en
el marco de un proceso dinámico y permanente de producción y reproducción
de los parámetros institucionales que enmarcan el escenario sociopolítico en
el que se sitúan históricamente.

CC
[...] La interacción política (y los cambios de posición que esta puede provocar)
es el conjunto de las interacciones (de índole económica, religiosa, cultural)
que modifica a la vez las propiedades y los recursos de los agentes así como
las reglas que rigen sus relaciones: la estructuración no se adquiere de una
vez para siempre ni constituye una coacción permanente e intangible; es un
proceso continuo de elaboración de reglas, dentro de los límites propios de la
organización general de la sociedad y del alcance normativo que ciertos grupos
pueden atribuir a las reglas transmitidas. (Lagroye, 1991: 175)

Así, el eje causal y objetivo en torno del cual se estructuran las interacciones
políticas está dado por la intervención directa o indirecta en las relaciones
de poder establecidas entre actores y/o grupos sociales con el objetivo de
producir algún tipo de cambio en esa relación y en el contexto del sistema

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


109

de interacción en el cual se sitúan esos actores, pero, sobre todo, en las


instancias de gobierno y en las decisiones colectivas que surgen de ellas. En
el plano de las complejas sociedades modernas en las que las estructuras
gubernamentales se hallan altamente especializadas y diferenciadas, esa
intervención encuentra en las instituciones de gobierno su principal marco
de referencia y ámbito de desarrollo, lo que ratifica que la política constitu-
ye esencialmente la actividad y/o proceso por el cual los actores afectan o
intentan afectar de alguna manera el alcance y el contenido del aparato y de
las actividades gubernativas.
Con esta impronta, Max Weber (1991a: 82) sostuvo que la política es la
actividad social a través de la cual se ejerce el gobierno político de una aso-
ciación o se interviene en el proceso mediante el que se procura ejercer, de
alguna manera, cierta “influencia” sobre dicho gobierno, que, modernamente,
este autor resume en el Estado. “Por política [se entiende] la dirección o la
influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestros
tiempos, de un Estado”.
Así entendida, la política expresa entonces:

CC
[...] La aspiración (streben) a participar en el poder o a influir en la distribución
del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los
distintos grupos de hombres que lo componen. (Weber, 1991: 84)

En los años ochenta, el politólogo Norbert Lechner (2013) también le otorga


al Estado un carácter central en la definición de la política, pero deja abierta
la posibilidad de interpretar cualquier “acción social” que pueda tener una
connotación política.

CC
[…] La política [es] el conjunto de actividades referidas al Estado y a la regula-
ción legal (y, por tanto, respaldada por el poder estatal) de las relaciones socia-
les. Aunque tales actividades se desarrollen preferentemente en determinado
marco institucional –el aparato del Estado, el Parlamento, los partidos políticos–
no tienen límites unívocos ni formas fijas. Toda acción social puede tener una di-
mensión política –sin que por eso “todo sea política”. (Lechner, 2013: 424)

Lechner plantea que, en este marco, habría que estudiar, para cada sociedad
y momento histórico, “cómo varían los límites y las formas de «hacer política»”.
En este sentido, “la política no tiene una significación única y unívoca, sino
que ella misma es parte de la lucha política. La lucha política es siempre una
lucha por definir lo que es «la política»” (Lechner, 2013: 425).
Por esta razón, para este pensador, “la mera definición formal de la política
resulta, pues, insuficiente, porque no permite dar cuenta del contexto dentro
del cual se elaboran las diferentes significaciones de la «política»”.
De este modo, la actividad política encuentra su principal referente simbó-
lico y su espacio institucional privilegiado en los Estados modernos y en el pro-
ceso sociopolítico que lo contextúa, ámbito en el que se desarrollan las prácti-
cas e interacciones orientadas a influir de algún modo sobre las instituciones

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


110

y actividades gubernamentales, y que, tomado en su conjunto, configura lo que


se denomina sistema político de una sociedad, todo lo cual será posteriormen-
te abordado y analizado.
En la vida política contemporánea, el gobierno estatal ocupó un lugar pre-
ponderante, ya sea como marco de referencia privilegiado de las acciones polí-
ticas de los actores sociales principales o como instancia central de orienta-
ción y de expresión de las relaciones de poder desenvueltas en una sociedad.
Sin embargo, la complejidad de la vida social y política actual así como los
procesos socioculturales, económicos y políticos derivados del desarrollo de
prácticas transnacionales que sobrepasan a los Estados y sus gobiernos cen-
trales –a través de la generación y reproducción de “flujos inmensos de capi-
tales, dinero, bienes, servicios, personas, información, tecnologías, políticas,
ideas, imágenes y regulaciones”– han modificado el escenario político y, ade-
más de cercenar la centralidad que el Estado ha guardado en dicho escenario
durante las últimas dos centurias, fueron apuntalando la incidencia política
de otros actores locales y transnacionales no gubernamentales, no estatales.
Simultáneamente a estos procesos se produjo una creciente y significativa
proliferación de enfoques teóricos en la sociología y, en particular en la cien-
cia política, que comenzaron recientemente a dar cuenta de estos cambios y
de la complejidad que fue adquiriendo la vida social y política. Estos nuevos
aportes reconocen la centralidad e importancia que aún conservan los Estados
y los gobiernos en los escenarios políticos contemporáneos, pero consideran
la política como un fenómeno que se manifiesta básicamente en todos los
ámbitos de la vida social, más allá de los gobiernos y de sus actividades ins-
titucionales y políticas, y está en la base del proceso de producción y repro-
ducción de la vida social, tal como lo expresan con absoluta claridad David
Held y Adrian Leftwich (1989).

“En nuestra visión, la política es un fenómeno que se encuentra en y entre todos los grupos,
instituciones y sociedades, envolviendo todas las esferas del esfuerzo humano, pública y
privada. Se manifiesta en las actividades de cooperación, negociación y resistencia de toda
la vida humana: una ineludible dimensión de la producción y reproducción de la sociedad.
En consecuencia, política trata del poder; trata de las fuerzas que influyen y reflejan su
distribución y su uso; y trata del efecto de esto sobre el uso y la distribución de los recur-
sos. Política trata de la “capacidad de transformación” de los agentes sociales, organismos
e instituciones: no trata del gobierno, o solo del gobierno. Donde la política se considera
más restringidamente como una esfera aparte de la economía y la cultura, esto es, como
actividad gubernamental e instituciones, un vasto dominio de los que consideramos política
queda fuera de vista. No hay, de hecho nada más político que los constantes intentos por
excluir ciertos tipos de problemas de la política. Estos intentos representan estrategias de
despolitización; esto es, estrategias para que ciertas cuestiones sean tratadas como si ellas
no fuesen un objeto apropiado para la política […] Además, a menudo, administradores y
políticos nos invitan a “mantener la política fuera” de cosas como el deporte (o viceversa) o
no “mezclar” la política con la religión, las relaciones industriales y las relaciones “raciales”.
Lo que realmente ellos nos están pidiendo es que nos abstengamos de participar en la polí-
tica, es decir, en las decisiones acerca del uso y distribución de recursos en relación con los
asuntos que son muy importantes para nuestras vidas. Como tal, ellos no están intentando
promover, defender o ni siquiera aislar la política, están intentando suprimirla” (Held y
Leftwich, 1989: 247).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


111

De este modo, la política se articula en torno al gobierno de una sociedad y


al conjunto de los procesos sociales a través de los cuales dicho gobierno se
forma, se mantiene, se cambia, se reformula, se influencia, se condiciona, se
apoya, se apuntala. La política se refiere, entonces, a un sistema o campo de
poder que se estructura en torno del gobierno de una sociedad, pero que se
extiende al conjunto de las actividades que se vinculan con este.
En este sentido, la política no tiene un fin en sí mismo, no cuenta con una
meta universal e inmanente, sino que posee aquellos fines que, en un con-
texto histórico determinado, es perseguido o procurado por los miembros del
grupo social de referencia o por su clase dirigente.

CC
[…] Si el poder político es, justamente en razón del monopolio de la fuerza, el
poder supremo de un determinado grupo social, los fines perseguidos por los ac-
tos de los políticos son los fines que, en cada momento, se consideran preemi-
nentes para un determinado grupo social (o para la clase dominante de dicho
grupo social). […] No existen fines de la política de una vez y para siempre, y
mucho menos un fin que los incluya a todos y que pueda ser considerado el fin
de la política. Los fines de la política son tantos como metas un grupo organiza-
do se propone, según el tiempo y las circunstancias. (Bobbio, 2005: 183)

Dado que la política es una actividad social orientada a producir y reproducir


los dispositivos de dominio gubernamental de un determinado grupo social,
sin más, los procesos de construcción de ese dominio configuran un aspecto
fundamental de la misma. Y ello se relaciona con el fenómeno (y la noción)
fundamental de hegemonía.

LECTURA OBLIGATORIA

Weber, M. (1991), “La política como vocación”, en El político y el

OO científico, Alianza Editorial, Madrid, pp. 81-95.

3.5. Política y hegemonía


La hegemonía es el proceso social por medio del cual se entablan las luchas
entre actores sociales y políticos por la construcción de un dominio político
asentado en una legitimidad persistente.
El concepto de hegemonía fue acuñado por la tradición marxista clásica, y
entre las formulaciones más significativas se destaca la aportada por Antonio
Gramsci. Para este marxista italiano, la hegemonía suponía la dirección políti-
ca y moral-intelectual de la clase dirigente en el marco de un “bloque histórico”
conformado por fuerzas sociales que se imponen y proyectan hacia el resto
de la sociedad. Es más que un dominio político, ya que constituye una moda-
lidad de dirección cultural o, en sus propias palabras, una “hegemonía cultural
e intelectual”. Ese bloque histórico se convierte, así, en “bloque ideológico”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


112

A través del concepto de hegemonía, Gramsci intentó “reflexionar acerca de


la complejidad y la especificidad de la dominación de la burguesía en Europa
occidental, que hacían inviable la repetición de la Revolución [bolchevique] de
Octubre en los países capitalistas más desarrollados del resto del continen-
te” (Giacaglia, 2002: 152).
Parafraseando a Marx, Gramsci analizó, en el marco de las “relaciones
entre estructura y superestructura”, las “relaciones de fuerza” que “operan en
la historia de un determinado periodo”, entendiendo que “ninguna sociedad
se impone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias
y suficientes o que estas no estén en vías de aparición y de desarrollo”, así
como “ninguna sociedad se disuelve y puede ser sustituida si primero no ha
desarrollado todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones”
(Gramsci, 1991: 32). En este contexto, la hegemonía se produce cuando, en
el desarrollo de las fuerzas políticas, un grupo social “alcanza la conciencia de
que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, supe-
ran el círculo corporativo del grupo meramente económico, y pueden y deben
convertirse en intereses de otros grupos subordinados”. Se trata de la “fase
más estrictamente política” en la que “las ideologías germinadas anteriormen-
te se convierten en «partido», entran en confrontación y se declaran en lucha
hasta que una sola de ellas o al menos una sola combinación de ellas, tiende
a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando,
además de la unidad de fines económicos y políticos, también la unidad inte-
lectual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la
lucha no en el plano corporativo sino en un plano «universal», y creando así la
hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subor-
dinados” (Gramsci, 1991: 36 y 37).
La hegemonía configura, así, la construcción de la dirección intelectual y
moral de un grupo social sobre otros grupos sociales, pasando del particula-
rismo económico-corporativo al universalismo socio-político mediante el cual
los estratos dominantes logran la dirección cultural del bloque histórico, pero
la logran teniendo en cuenta y combinando de alguna manera los intereses
económico-corporativos de los grupos sobre los que se ejerce la hegemonía.

CC
El hecho de la hegemonía presupone indudablemente que se tomen en cuenta
los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales la hegemonía se-
rá ejercida, que se forme un cierto equilibrio de compromiso, esto es, que el
grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo, pero también
es indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden afectar a lo
esencial, porque si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser tam-
bién económica, no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva
que el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica.
(Gramsci, 1991: 42)

Hasta aquí, el concepto de hegemonía da cuenta del proceso de desarrollo de


las fuerzas sociales y políticas previas a la conquista del poder. Pero, como
se dijo, Gramsci también utiliza este concepto para referirse a las formas de
dirección cultural de los sectores dominantes que ejercen el gobierno estatal
y que supone un equilibrio entre el ejercicio de la “fuerza” y del “consenso”,

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


113

así como un conjunto de acciones y artimañas tendientes a reproducir la hege-


monía cultural y el dominio político.

CC
El ejercicio “normal” de la hegemonía […] se caracteriza por la combinación de
la fuerza y del consenso que se equilibran diversamente, sin que la fuerza do-
mine demasiado al consenso, incluso tratando de obtener que la fuerza parez-
ca apoyada en el consenso de la mayoría, expresado por los llamados órganos
de la opinión pública -periódicos y asociaciones- los cuales, por lo tanto, en
ciertas situaciones, son multiplicados artificiosamente. Entre el consenso y la
fuerza está la corrupción-fraude (que es característica de ciertas situaciones
de difícil ejercicio de la función hegemónica, presentando el empleo de la fuer-
za demasiados peligros) o sea el debilitamiento y la parálisis infligidos al ad-
versario o a los adversarios acaparando sus dirigentes bien sea encubierta-
mente o, en caso de peligro emergente, abiertamente, para provocar confusión
y desorden en las filas adversarias. (Gramsci, 1991: 81)

Cuando la hegemonía se quiebra, para Gramsci, se abre un proceso de “crisis


orgánica” del bloque histórico, que se manifiesta cuando “los grupos sociales
se separan de sus partidos tradicionales, o sea que los partidos tradicionales
en aquella determinada forma organizativa, con aquellos determinados hom-
bres que los constituyen, los representan y los dirigen no son ya reconocidos
como su expresión por su clase o fracción de clase”. Se está ante una “crisis
de hegemonía”, la que no es más que una “crisis de autoridad” o una “crisis
del Estado en su conjunto” (Gramsci, 1991: 52).
A partir de este aporte y prescindiendo de los principios marxistas que
enmarcaron el abordaje gramsciano, la noción de hegemonía configura un con-
cepto fundamental para dar cuenta de la producción y reproducción de las for-
mas de dominio social y político en las sociedades contemporáneas.
A su tiempo, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (2010) plantearon los lími-
tes de la noción gramsciana de hegemonía debido a que “reposa sobre una
concepción […] que no logra superar plenamente el dualismo del marxismo
clásico” y que se asienta en un “núcleo esencialista”. Según estos autores,
para Gramsci, tiene que haber siempre “un principio unificante en toda forma-
ción hegemónica, y este debe ser referido a una clase fundamental”, ya sea
la burguesía o el proletariado, en razón de lo cual “la hegemonía de la clase
no es enteramente práctica y resultante de la lucha, sino que tiene en su últi-
ma instancia un fundamento ontológico” (Laclau y Mouffe, 2010: 103 y 104).

PARA AMPLIAR

Para reflexionar al respecto del concepto de hegemonía en Gramsci,

AA lea con atención el siguiente trabajo de Mirta Giacaglia:


<https://www.redalyc.org/pdf/288/28801009.pdf>

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


114

De todos modos, para Laclau y Mouffe, el aporte gramsciano ha sido funda-


mental, ya que, a partir de él, “la política es concebida como articulación”,
aportando “una complejidad radical y profunda en la teorización de lo social”.
Y, “si bien la lógica de la hegemonía no despliega todos sus efectos decons-
tructivos en el espacio teórico del marxismo clásico”, cae “el último reducto
del reduccionismo de clase en la medida en que la unidad y homogeneidad
misma de los sujetos de clase se disgrega en un conjunto de posiciones pre-
cariamente integradas” (Laclau y Mouffe, 2010: 124).
Estos dos autores parten del reconocimiento del “carácter incompleto y
abierto de lo social” y, en ese sentido, indican que la hegemonía emerge en
el campo de las “prácticas articulatorias” y no ocupa el “centro de lo social”:
es apenas un tipo de relación política.

CC
Hegemonía es, simplemente, un tipo de relación política; una forma, si se quiere,
de la política; pero no una localización precisable en el campo de una topografía
de lo social. En una formación social determinada puede haber una variedad de
puntos nodales hegemónicos. Evidentemente, algunos de ellos pueden estar so-
bredeterminados; pueden constituir puntos de condensación de una variedad de
relaciones sociales y, en tal medida, ser el centro de irradiación de una multiplici-
dad de efectos totalizantes; pero, en la medida en que lo social es una infinitud
irreductible a ningún principio unitario subyacente, la mera idea de un centro de
lo social carece de sentido. (Laclau y Mouffe, 2010: 183)

Si la pluralidad de lo social es irreductible, debe reconocerse a la política como


un campo signado por “una pluralidad de espacios políticos y sociales que no
remiten a ningún fundamento unitario último” y en el que “la identidad de cada
uno de estos espacios es siempre precaria”, todo lo cual niega la posibilidad
de la existencia en las prácticas hegemónicas de la “autonomía total” o de la
“subordinación total”.

“[…] Tanto autonomía como subordinación –y sus distintos grados de relatividad– son
conceptos que solo adquieren su sentido en el campo de las prácticas articulatorias y –en la
medida en que estas operan en campos políticos surcados por antagonismos– de las prácti-
cas hegemónicas. Las prácticas articulatorias no tienen solo lugar en el interior de espacios
sociales y políticos dados, sino entre los mismos. La autonomía del Estado en su conjunto
–suponiendo por un instante que se puede hablar de él como de una unidad– depende de
la constitución de un espacio político que solo puede ser el resultado de prácticas hege-
mónicas. Y lo mismo puede decirse del grado de unidad o autonomía existente entre las
distintas ramas o aparatos del Estado. Es decir, que la autonomización de ciertas esferas no
es el efecto estructural necesario de nada, sino la resultante de prácticas articulatorias precisas
que construyen dicha autonomía. La autonomía, lejos de ser incompatible con la hegemonía,
es una forma de construcción hegemónica” (Laclau y Mouffe, 2010: 184).

Por lo tanto, para estos autores, “ninguna lógica hegemónica puede dar cuenta
de la totalidad de lo social y constituir su centro”, es decir, “la apertura de
lo social es, por consiguiente, la precondición de toda práctica hegemónica”

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


115

(Laclau y Mouffe, 2010: 186). Y esto conduce a otra consideración fundamen-


tal: la práctica y formación hegemónica no está determinada por la “lógica
específica de una fuerza social única” que se configure como sector dominan-
te. “Todo bloque histórico –o formación hegemónica– se construye a través
de la regularidad en la dispersión”, señalan.

“El punto importante es que toda forma de poder se construye de manera pragmática e
internamente a lo social, apelando a las lógicas opuestas de la equivalencia y de la diferencia;
el poder no es nunca fundacional. Por tanto, el problema del poder no puede plantearse
en términos de la búsqueda de la clase o del sector dominante que constituye el centro de
una formación hegemónica, ya que, por definición, dicho centro nos eludirá siempre. Pero
también es incorrecto plantear como alternativa el pluralismo, o la difusión total del poder
en el seno de lo social, ya que esto tornaría el análisis ciego a la presencia de puntos nodales
y a las concentraciones parciales de poder existentes en toda formación social concreta. Este
es el punto en el que buena parte de los conceptos del análisis clásico –“centro”, “poder”,
“autonomía”, etc. – pueden ser reintroducidos si se define su estatus: todos ellos son lógicas
sociales, contingentes, que como tales adquieren su sentido en contextos coyunturales y
relacionales precisos, en los que siempre estarán limitados por otras lógicas, muchas veces
contradictorias; pero ninguno de ellos tiene una validez absoluta en el sentido de que defina
un espacio o momento estructural que no pueda, a su vez, ser subvertido. Es imposible, por
tanto, arribar a una teoría de lo social sobre la base de absolutizar ninguno de estos concep-
tos. Si la sociedad no es suturada por ninguna lógica unitaria y positiva, tampoco nuestro
conocimiento de ella puede suministrar esa lógica. Un enfoque “científico” que intentara
determinar la “esencia” de lo social sería, en realidad, la primera de las utopías” (Laclau y
Mouffe, 2010: 186 y 187).

A partir de este conjunto de aportes, el concepto de hegemonía constituye


un instrumento heurístico fundamental para comprender la sociedad y la vida
política como un ámbito que se produce y reproduce de manera permanente,
sin determinismo ni esencialismos, es decir, como señala Giacaglia, que no
está “suturado”.

“La sociedad no debe ser entendida, entonces, como un espacio suturado. Toda estructura
discursiva es el resultado de una práctica articulatoria que organiza y constituye las relaciones
sociales. Los antagonismos sociales y la dislocación impiden el cierre de toda estructura.
Las prácticas articulatorias hegemónicas definen su identidad por oposición a prácticas
articulatorias antagónicas. El antagonismo descubre los límites de toda objetividad, en tanto
nunca está plenamente constituida. La sociedad no se presenta como un orden objetivo
y armónico, sino como un conjunto de fuerzas divergentes en conflicto, impidiendo la
conformación de identidades plenas. La constitución y mantenimiento de una identidad
depende, pues, del resultado de una lucha que no se encuentra garantizado por ninguna
ley a priori ni necesaria de la historia. Desde esta perspectiva, la categoría de hegemonía
constituye un valioso y fundamental punto de partida dentro del discurso contemporáneo
para pensar lo político, en tanto significa la articulación contingente de elementos en torno
a las luchas de los agentes sociales concretos dentro de configuraciones sociales específicas”
(Giacaglia, 2002: 156).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


116

Pucciarelli y Castellani llevan a cabo una redefinición del concepto de hege-


monía que resulta singularmente atractiva. Según estos autores, lo que hace
posible la hegemonía es “la producción de un consenso general mayoritario
sobre una concepción del mundo social determinada”, la que no es más que
“un sistema complejo de representaciones y explicaciones que solo puede
ser producida, comunicada, compartida o confrontada por la existencia del
lenguaje”. Ese lenguaje común es garantía, al mismo tiempo, “de unidad y
diversidad del universo social y se reconoce primordialmente por la reiteración
de esa experiencia compartida” (Pucciarelli y Castellani, 2017: 16 y 17).

CC
[…] Las construcciones discursivas que ese sistema de representaciones con-
tiene se desarrollan en medio de una contradicción irresoluble y permanente:
son por naturaleza producto de una visión parcial, entendida como práctica so-
cial fragmentaria e imperfecta, que busca presentarse en la competencia fren-
te a otras visiones de iguales características como verdad universal, es decir,
en calidad de representación única de ese universo que la contiene como par-
te, como fracción, ante otras diversas en su contenido pero igualmente imper-
fectas. La pretensión de imponer un tipo de universalidad excluyente que ali-
menta la práctica social de unas concepciones parciales frente a otras
constituye el campo principal de la práctica política hegemónica. En tanto in-
completas e insuficientes, dejan espacios libres en los cuales se inscriben
otros modos de concebir alternativos, pretendidamente universales y totalizan-
tes (pero fallidos en igual medida), condicionados por la yuxtaposición de pul-
siones y necesidades subjetivas que obstaculizan y deforman la percepción de
la realidad exterior en forma pura. (Pucciarelli y Castellani, 2017: 17)

De este modo, la lucha política y, en su marco, la puja por formar el gobierno


o por ejercerlo, es fundamentalmente una disputa por imponer al resto de
los actores políticos, sociales y económicos un “sistema de representacio-
nes” que describa e interprete el conjunto social y que –aunque específico,
parcial e incompleto y representativo de la visión del mundo de un sector o
agrupamiento social que se pretende o es dominante– se proyecte e imponga
legítimamente como la concepción de la totalidad. Es, sin más, una lucha
hegemónica en la que los actores intentan producir o reproducir el dominio
cultural mediante la imposición de una visión o ideología pretendidamente
universal de la sociedad.
La lucha hegemónica atraviesa y determina el campo de la política. El
ámbito en el que “se despliegan, conviven, se complementan y confrontan
las diferentes formas de representación fallida de lo universal, es decir, las
diferentes ideologías y concepciones del mundo” es el “campo específico
de la lucha política”. Allí es donde “se construyen relaciones de fuerza des-
tinadas a establecer cuál de las representaciones parciales adquiere mayor
grado de universalidad, o sea, mayor nivel de aceptación social” (Pucciarelli
y Castellani, 2017: 17).
La lucha política por acceder al poder o perpetuarse en él es siempre una
confrontación entre “voluntades colectivas” que constituyen “sistemas de
representación y sus respectivos proyectos de intervención”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


117

CC
Cuando el bloque de fuerzas sociales que constituye uno de esos sujetos co-
lectivos se instala en el poder, hace prevalecer su ideología y su proyecto, y do-
mina la mayor parte de las instituciones políticas, se convierte en un […] “blo-
que histórico” capaz de definir en ese momento preciso la naturaleza de la
economía (régimen de acumulación), la dinámica social (régimen social), la
gestión institucional (régimen institucional) y el régimen de legitimación ideoló-
gico y político (régimen político). (Pucciarelli y Castellani, 2017: 18)

Esto ocurre cuando el bloque histórico es dirigido por un “agresivo bloque


hegemónico” que cuenta con el apoyo o consentimiento de una “fracción
mayoritaria de la sociedad” que, en ese marco, configura un “bloque hegemo-
nizado”. En este planteo, despuntan dos actores determinantes del campo
político aunque no exclusivos: el bloque hegemónico y el bloque hegemoniza-
do. Pero hay más en el campo político y es allí que se configura la verdadera
lucha política por construir o deconstruir hegemonía.

CC
En el espacio restante, no ocupado por ninguno de esos dos bloques, se insta-
lan las fuerzas sociales y políticas neutrales y de oposición que pueden perma-
necer pasivas e impotentes o ir generando en su desarrollo formas de expre-
sión e intervención antihegemónicas con capacidad virtual de alimentar en su
desarrollo proyectos alternativos prehegemónicos o contrahegemónicos. […] El
régimen hegemónico casi nunca es homogéneo, no se presenta en estado pu-
ro. Salvo los modelos de hegemonía orgánica, pocas veces abarca a todas las
instancias de la vida social de la misma manera, o regula las diferentes prácti-
cas sociales con la misma intensidad, o incluye a todos los grupos dentro del
bloque de las clases y grupos hegemonizados. En estos casos, el régimen he-
gemónico debe concebirse teniendo en cuenta, además, los resultados diver-
sos que arrojan tanto los posicionamientos como las distintas formas de con-
frontación entre proyectos hegemónicos alternativos. (Pucciarelli y Castellani,
2017: 18)

La hegemonía es siempre incompleta tanto “al interior del sujeto colectivo”


como “hacia el resto de los sectores hegemonizados”. Es decir, hay “períodos
prolongados de indefinición” en los que se produce un tipo de confrontación
que no conduce a la construcción de un actor hegemónico y “amenaza con
disgregar el bloque histórico y aislar cada vez más al bloque hegemónico”.
Esto magnifica la capacidad de acción y proyección de la propuesta contra-
hegemónica y, cuando se produce el “múltiple proceso de desagregación del
bloque histórico” de manera conjunta con el “surgimiento de nuevas fuerzas
sociales” y la “construcción de un proyecto contrahegemónico”, se está en la
antesala de una “crisis orgánica”, que es siempre una “crisis hegemónica”.

“[…] Cuando la lucha se prolonga excesivamente reproduciendo un conflicto irresuelto que


no puede abrir una nueva instancia de reconstrucción del orden prevaleciente, ni generar
nuevas fuerzas con vocación contrahegemónica, nos hallamos frente a una improductiva
crisis de hegemonía. Improductiva, porque ni la naturaleza de los proyectos de los actores en
conflicto, ni sus estrategias de confrontación y de construcción de poder permiten visualizar
la resolución de las contradicciones que se hallan en la razón del enfrentamiento. La crisis
genera una etapa inestable y transitoria, que se define tanto por la sustancia y las formas de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


118

confrontación como por la naturaleza de los protagonistas que la hacen posible. Cuando
alguno de esos componentes está ausente, se encuentra en descomposición, es demasiado
incipiente o demasiado débil, o se halla descentrado, la confrontación se desvirtúa y cambia
de naturaleza, en lugar de posibilitar la salida o superación de la crisis, produce lo contra-
rio: un incontenible proceso de decadencia que amenaza con generar tanto un proceso de
desagregación social como un colapso institucional” (Pucciarelli y Castellani, 2017: 19).

En suma, la política es el campo y la actividad de producción y reproducción


de la hegemonía.

3.6. Sistema político y campo político


Los conceptos de “sistema político” y “campo político” han sido utilizados en
la ciencia política para dar cuenta de la compleja trama de interacciones polí-
ticas, es decir, interacciones de poder referidas al gobierno de una sociedad,
que se estructuran en todo tipo de ámbitos sociales.
El concepto de “sistema” hace referencia al conjunto de relaciones carac-
terísticas que se articulan entre determinados elementos o componentes del
sistema y que guarda una permanente interacción con su ambiente, es decir,
con el conjunto de relaciones que no forman parte de tal sistema. Un sistema
es político cuando esa compleja trama de interacciones sociales se estructura
con relación y en referencia al ejercicio del gobierno de la asociación o de la
sociedad en su conjunto. En un sentido general, Robert Dahl define un sistema
político como “todo modelo persistente de relaciones humanas que involucra,
en un grado significativo, control, influencia, poder o autoridad”, pero que, en
lo específico, está referido al gobierno de una sociedad, es decir, a aquella
instancia “que sostiene con éxito una reivindicación de reglamentación exclu-
siva del uso legítimo de la fuerza física al poner en vigor sus normas dentro
de un área territorial determinada” (Dahl, 1983: cap. 1).
Este pensador, del mismo modo que lo han hecho la mayoría de los auto-
res de enfoques sistémicos de la política, indicó que con el concepto de sis-
tema se designan en forma analítica “cosas concretas”, en razón de lo cual
no debía confundirse dicha construcción teórico-analítica con las prácticas e
interacciones políticas específicas. En este sentido, Lagroye sostiene que el
concepto de sistema político designa un “modelo teórico” que resulta de una
“operación intelectual de abstracción”, pero que ello no significa que los fenó-
menos sociales y políticos concretos que son abarcados por el modelo solo
existan como invención del analista, sino que se estructuran efectivamente
en la realidad histórica (Lagroye, 1991: cap. 3).
En verdad, los enfoques sistémicos tendieron a interpretar los sistemas
políticos como entidades completas y autosustentadas o, según los describe
apropiadamente Bouza-Brey, como “un conjunto cohesivo e interdependiente
de elementos que interactúan entre sí y con el ambiente, pero que no puede
ser descrito ni entendido como la mera suma de las partes”, pues estas
“actúan de modo distinto que si estuvieran aisladas, ya que su comportamien-
to depende del de las demás y de la lógica global del conjunto del sistema”
(1996: 59). Vale decir, el todo –el sistema–, autoequilibrado y autorregulado,
se impone y determina a las partes –sus miembros.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


119

Así, entonces, el concepto de sistema puede facilitar más que cualquier


otro modelo teórico la objetivación de un conjunto de interacciones sociales y
políticas como una realidad natural y equilibrada, es decir, estructurada inde-
pendientemente de los actores que componen dicho sistema, y cuya estruc-
tura es externa y se impone casi coactivamente sobre ellos. Esta visión obje-
tivista y determinista de la sociedad se contrapone con aquella –desarrollada
en la primera parte de esta unidad– por medio de la cual se interpreta a esta,
y en su interior a la política, como el resultado de un proceso de producción y
reproducción cotidiana de los actores sociales.
Bajo esta orientación más bien constructivista, el sistema político podría
ser interpretado como un sistema de relaciones de poder referenciadas y arti-
culadas en torno del gobierno de la sociedad y en cuyo ámbito se produce y
reproduce la dominación. Juan Carlos Portantiero define el sistema político
como “un conjunto de instituciones y procesos políticos, gubernamentales y
no gubernamentales, desempeñados por actores sociales constituidos como
tales y dotados de una cierta capacidad de poder”.

CC
[...] Todo sistema político incluye interacciones entre gobernantes y gobernados
en el interior de una cultura política determinada, lo cual difiere de sociedad en
sociedad. En el seno del mismo es donde se regula la competencia por el poder,
se producen las decisiones que conciernen a toda la sociedad y se organiza la
forma de la autoridad, es decir, se determina el tipo de régimen político vigente.
Así, el sistema político agrupa a las instituciones que cumplen las funciones de
dominación, dirección y administración políticas. Como articulación entre coac-
ción y consenso, entre ley y valores, es siempre un sistema hegemónico, pero no
solo entendido como el lugar desde donde la hegemonía se ejerce, sino, sobre
todo, desde donde se constituye (Portantiero, 1988b: 117).

En el marco de esta orientación, y como lo indica Alcántara Sáez (1994:


53-57, todo sistema político se compone de los siguientes elementos –solo
distinguibles analíticamente:
1. Los “elementos institucionales” que constituyen el “régimen político” y que
están conformados por los poderes políticos y el conjunto de reglas de inte-
racción que regulan legal y efectivamente tanto su organización y sus acti-
vidades como su vínculo con la sociedad, teniendo en cuenta que ello eng-
loba el conjunto de reglas legales y sociales, escritas o consuetudinarias.
2. Los “actores institucionalizados” –se trate de organizaciones o movimien-
tos sociales o de partidos políticos– a través de los cuales la sociedad se
organiza –activa o pasivamente–, articula, agrega y plantea sus demandas
e intenta influir y/o modificar en mayor o menor medida las decisiones
gubernamentales.
3. Los “valores de los individuos y de los grupos sociales”, particularmente
en todo lo referido a la vida política y social, lo cual, de algún modo, deter-
mina el contexto de legitimación de la política.
4. El contexto o “entramado internacional” en el que se encuentra inmerso
y relacionado todo sistema político, y que se compone de otros sistemas
políticos y organizaciones que directa o indirectamente intervienen e influ-
yen en el escenario político internacional.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


120

Esta conceptualización, en fin, nos abre camino hacia la interpretación de la


política como un campo de poder en el que se produce y reproduce la domina-
ción. Bourdieu, intentando romper con todo enfoque teórico esencialista de la
vida social, indica que esta configura una “realidad relacional” estructurada
sobre la base de la “diferencia” existente entre personas o grupos que ocupan
“posiciones relativas” en el contexto de las relaciones que protagonizan. Esos
individuos o grupos “existen y subsisten en y por la diferencia” y en el marco
de una trama de relaciones de poder. Así, el espacio social se constituye como
“campo”, más precisamente como un “campo de fuerzas” que se impone a los
agentes que lo componen, y como un “campo de luchas” dentro del cual esos
agentes se enfrentan, “con medios y fines diferenciados según su posición en
la estructura del campo de fuerzas”, en función de conservar o transformar la
estructura de distribución de las formas de poder o de las especies de capital
existentes en dicho campo, que siempre es, en consecuencia, un “campo de
poder”.

“El campo de poder (que no hay que confundir con el campo político) no es un campo
como los demás: es el espacio de las relaciones de fuerza entre los diferentes tipos de capital
o, con mayor precisión, entre los agentes que están suficientemente provistos de uno de los
diferentes tipos de capital para estar en disposición de dominar el campo correspondiente
y cuyas luchas se intensifican todas las veces que se pone en tela de juicio el valor relativo
de los diferentes tipos de capital [...]; es decir, en particular, cuando están amenazados los
equilibrios establecidos en el seno del campo de las instancias específicamente encargadas de
la reproducción del campo del poder [...]. Una de las cosas que está en juego en las luchas
que enfrentan al conjunto de los agentes o de las instituciones que tienen en común el hecho
de poseer una cantidad de capital específico (económico o cultural en particular) suficiente
para ocupar posiciones dominantes en el seno de los campos respectivos es la conservación
o la transformación de la «tasa de cambio» entre los diferentes tipos de capital y, al mismo
tiempo, el poder sobre las instancias burocráticas que están en condiciones de modificarlo
mediante medidas administrativas [...]. Las fuerzas que se pueden emplear en estas luchas y
la orientación, conservadora o subversiva, que se les aplica, dependen de la «tasa de cambio»
entre los tipos de capital, es decir, de aquello mismo que esas luchas se proponen conservar
o transformar. La dominación no es un mero efecto directo de la acción ejercida por un
conjunto de agentes («la clase dominante») investidos de poderes de coacción, sino el efecto
indirecto de un conjunto complejo de acciones que se engendran en la red de las coacciones
cruzadas a las que cada uno de los dominantes, dominado de este modo por la estructura
del campo a través del cual se ejerce la dominación, está sometido por parte de todos los
demás” (Bourdieu, 1997: 50 y 51).

LECTURA OBLIGATORIA

Bourdieu, P. (1997), “Espacio social y campo de poder”, en Razones

OO prácticas. Sobre la teoría de la acción, Editorial Anagrama, Barcelona,


1997.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


121

La “posición social” de una persona, es decir, su pertenencia a un grupo o


“clase particular de condiciones de existencia”, le confiere a esa persona
ciertos hábitus a partir de los cuales ella interviene en determinado espacio
o campo, intervención que, cuando ocupa posiciones dominantes dentro de
dicho campo, está orientada a mantener las relaciones de dominación que la
benefician.
En este marco, la especificidad del campo político está dada justamente
por la producción y reproducción de la dominación de una unidad social sobre
otra conforme su posición social o, en palabras de Bourdieu, “la reproducción
del orden establecido”. Si bien toda relación social, cualquiera sea el campo
en la que se articule, se inscribe en el proceso de producción y reproducción
de la dominación, la particularidad del campo político y de las relaciones que
se estructuran en él radica en el hecho de que la dominación está objetivada
en un conjunto de mecanismos e instituciones concretas, dotadas de ciertas
características particulares y que fueron objeto de un proceso previo de insti-
tucionalización y codificación mediante el cual se conformaron ciertas instan-
cias de gobierno impersonales.
Dicho proceso supuso el pasaje de formas elementales de dominación,
es decir, de la dominación directa de una persona sobre otra sin contar con
la mediación de un “sistema de mecanismos” que asegure con su funcio-
namiento la reproducción del orden establecido, a un tipo de dominación
asentado en –y articulado a través de– un conjunto de instituciones objetiva-
das y codificadas en rangos y títulos permanentes e independientes de sus
ocupantes. En este nuevo marco, las relaciones de dominación se entablan
expresamente entre posiciones instituidas y socialmente reconocidas y cuya
ocupación por parte de ciertas personas se halla regulada por reglas también
codificadas y reconocidas. Además, ello tiene un efecto de legitimación que
sirve, a su vez, como instancia de disimulo de la dominación y que permite
“economizar la reafirmación continua de las relaciones de fuerza mediante
el uso declarado de esta”.

“La institucionalización sustituye las relaciones entre unos agentes indisociables de las fun-
ciones que desempeñan y que sólo pueden perpetuar entregándose por entero y sin cesar,
por las relaciones estrictamente y jurídicamente garantizadas entre posiciones reconocidas,
definidas por su rango en un espacio relativamente autónomo de posiciones y que tienen
su propia existencia, distinta e independiente de sus ocupantes actuales y potenciales, ellos
mismos definidos por unos títulos que [...] les autorizan a ocupar estas posiciones [...]. La
objetivación que efectúa el título y, más generalmente, todas las formas de «poderes» (cre-
dentials), en el sentido de «prueba escrita de cualificación que confiere crédito y autoridad»,
es inseparable de la que asegura el Derecho cuando garantiza unas posiciones permanentes,
independientes de los individuos biológicos que reclaman y susceptibles de ser ocupadas
por agentes biológicamente diferentes aunque intercambiables bajo el punto de vista de los
títulos que deben detentar. Desde ese momento, las relaciones de poder y dependencia no
se establecen ya directamente entre personas; se instauran, en la objetividad misma, entre
instituciones, es decir, entre títulos socialmente garantizados y puestos socialmente defini-
dos y, a través de ellos, entre mecanismos sociales que producen y garantizan el valor social
de los títulos y los puestos, y la disposición de esos atributos sociales entre los individuos
biológicos” (Bourdieu, 1991: 221-223).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


122

Se trata, en suma, de la conformación institucional de las estructuras de


gobierno de las sociedades modernas perpetuada como resultado de un proce-
so de diferenciación y jerarquización social de dichas estructuras y también de
legitimación de las mismas como instancias dominantes. Como dice Bourdieu,
la objetivación del capital político en instituciones permanentes supone “su
materialización en «máquinas» políticas, en puestos e instrumentos de movili-
zación y su reproducción continua por mecanismos y estrategias” (1989: 194).
En definitiva, el campo político no es más que un sistema de interacciones
objetivado a través de un extenso proceso de institucionalización, diferencia-
ción y jerarquización de la dominación, regido por los mismos parámetros que
regulan a todo campo de poder, pero cuya particularidad está dada por su
objeto expreso, es decir, por la producción y reproducción de la dominación,
y por ciertas características específicas que lo singularizan. Entre estas cabe
mencionarse, en primer lugar, el hecho de que numerosos agentes tienden
a reforzar y legitimar su proyección en el campo político a través de sus posi-
ciones dominantes en otros campos, en particular, en el económico y en el
cultural, lo que les permite dotarse de los recursos necesarios para acceder
a puestos de dirección en aquel campo.
La concentración de “capital político” en manos de un grupo reducido de
personas dentro de una sociedad, es decir, los “profesionales”, es más sig-
nificativa cuanto más pronunciada es la concentración de la posesión de ins-
trumentos materiales y culturales, en particular, “el tiempo libre y el capital
cultural”, en sus manos y, por ende, cuanto mayor es la desposesión de esos
medios de parte de los simples miembros del campo. Aquel capital se confor-
ma con los “instrumentos de percepción y de expresión del mundo social” y,
así, el campo político se convierte en el escenario en el que se dirime la puja
por definir el contenido y los límites del discurso político, es decir, “el univer-
so de lo que es pensable políticamente” o “la frontera entre lo que es políti-
camente decible o indecible, pensable o impensable”.
En definitiva, se trata, por un lado, de una “lucha por el principio legítimo
de legitimación”, o sea, una “lucha por el poder propiamente simbólico” lle-
vada a cabo por actores o grupos –los profesionales del campo político– que
siguen estrategias tendientes a legitimar el fundamento social de su domina-
ción y de los modos a través de los cuales esta se reproduce y, por otro lado,
de una lucha por el control de las estructuras institucionalizadas de domina-
ción o gobierno.

“La lucha que oponen los profesionales es, sin duda, la forma por excelencia de la lucha
simbólica por la conservación o por la transformación del mundo social por medio de
la conservación o de la transformación de la visión del mundo social y de los principios
de división de este mundo: o, más precisamente, por la conservación o por la transfor-
mación de las divisiones establecidas entre las clases por medio de la transformación o
de la conservación de los sistemas de clasificación y de las instituciones que contribuyen
para perpetuar la clasificación en vigor, legitimándola. Ella encuentra sus condiciones
sociales de posibilidad en la lógica específica según la cual se organiza, en cada formación
social, el juego propiamente político en que se juegan, de un lado, el monopolio de la
elaboración y de la difusión del principio de división legítima del mundo social y, de este
modo, de la movilización de los grupos y, por otro lado, el monopolio de la utilización
de los instrumentos de poder objetivado (capital político objetivado). Ella asume, pues,

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


123

la forma de una lucha por el poder propiamente simbólico de hacer y de hacer creer, de
predecir y de prescribir, de dar a conocer y de hacer reconocer, que es al mismo tiempo
una lucha por el poder sobre los «poderes públicos» (las administraciones del Estado)”
(Bourdieu, 1989: 173 y 174).

Esta lucha política exige que los actores políticos cuenten con un amplio
apoyo, un apoyo socialmente abarcativo y diversificado en cuanto a sus ins-
trumentos, y que no puede conseguirse solamente en función de la posición
dominante que dichos actores pueden detentar en el campo, sino de la relativa
correspondencia que debe existir entre las visiones y objetivos sostenidos por
esos actores y los intereses del grupo que lo apoya. Vale decir, ese apoyo es
duradero si los actores dominantes consiguen exitosamente elaborar e impo-
ner una representación del mundo social capaz de obtener la adhesión del
mayor número posible de personas y, al mismo tiempo, conquistar puestos
claves para asegurar su dominio sobre sus tributarios.

CC
[...] La relación que los vendedores profesionales del servicio político (hom-
bres políticos, periodistas políticos, etc.) mantienen con sus clientes está
siempre mediatizada, y determinada de modo más o menos completo, por la
relación que ellos mantienen con sus competidores. Ellos sirven los intereses
de sus clientes en la medida en que (y sólo en esa medida) se sirven también
al servirlos, quiere decir, de modo tanto más exacto cuanto más exacta es la
coincidencia de su posición en la estructura del campo político con la posición
de sus mandantes en la estructura del campo social. (Bourdieu, 1989: 177).

Así, según Bourdieu, la estructura del campo político determina las tomas de
posición de los actores dominantes a partir de las constricciones e intereses
asociados a una posición determinada en ese campo, pero también a partir de
los apoyos obtenidos fuera de ese mismo campo. Ello, en definitiva, privilegia
las acciones desenvueltas tanto dentro del campo político como entre este y
otros campos, en particular, el campo económico y el cultural.

LECTURA OBLIGATORIA

Bouza-Brey, L. (1996), “El poder y los sistemas políticos”, en

OO Caminal Badia, M. (coord.), Manual de ciencia política, Tecnos,


Madrid, puntos I, II, IV, V, VI y VII.

1.

KK Luego de la lectura de esta unidad, realice las siguientes actividades:


a. Desarrolle los conceptos de prácticas sociales y habitualidad.
b. ¿Por qué sostiene Giddens que los sujetos pueden “actuar de otro
modo”?

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


124

c. Desarrolle los conceptos de regla social, recursos y hábitus.


d. ¿Qué es la objetivación y qué consecuencias tiene en las prácticas
sociales?
e. Desarrolle el concepto de poder en sentido general y en sentido
restringido.
f. ¿Por qué, según Foucault, “el poder se ejerce únicamente entre suje-
tos libres y en la medida en que son libres”?
g. ¿Qué vínculo hay entre política y gobierno?
h. Desarrolle el concepto de campo político según Bourdieu.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


125

Gubernamentalidad y Estado
Objetivos
•• Realizar una aproximación al concepto de Estado y describirlo.
•• Analizar cuál es el vínculo existente entre política y Estado, y entre guber-
namentalidad y Estado.
•• Explicar la relación que se produce entre Estado e instituciones.
•• Observar y describir el modo en que el Estado formula y pone en práctica
políticas públicas.
•• Especificar las nociones de gobernabilidad y gobernanza.

4.1. Política, gubernamentalidad y Estado


Como señala Weber, la política configura una actividad social orientada hacia
“la distribución, la conservación o la transferencia del poder” en la sociedad.

CC
Cuando se dice que una cuestión es política, o que son “políticos” un ministro
o un funcionario, o que una decisión está “políticamente” condicionada, lo que
quiere significarse siempre es que la respuesta a esa cuestión, o la determina-
ción de la esfera de actividad de aquel funcionario, o las condiciones de esta
decisión, dependen directamente de los intereses en torno a la distribución, la
conservación o la transferencia del poder. (Weber, 1991a: 84)

PARA AMPLIAR

Para profundizar esta argumentación de Max Weber, véase el siguien-

AA te artículo de Manuel Herrera sobre la política como profesión, publi-


cado en el portal de la Universidad Nacional de La Rioja.
<https://www.unir.net/ciencias-sociales/revista/noticias/
mas-sobre-weber-y-la-politica-como-profesion/549201706283/>

Es decir, toda acción social está “políticamente orientada” cuando y en la


medida en que “tiende a influir en la dirección de una asociación política, en
especial a la apropiación o expropiación, a la nueva distribución o atribución
de los poderes gubernamentales” (1992: 44), dice el ilustre sociólogo alemán.
El gobierno, así, delimita el núcleo de la política, y su estructuración y ejerci-
cio configura la función identificadora de la actividad política. Todas las socie-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


126

dades tienen formas de gobierno a través de las cuales se toman ciertas deci-
siones y se implementan políticas que afectan a la mayoría de sus miembros
y por medio de las cuales se estructura su “orden” político y social y sus rela-
ciones con otras sociedades. En el escenario político moderno, dicha guber-
namentalidad ha supuesto –y supone- una compleja red de organizaciones y
estructuras políticas y sociales, relacionadas entre sí, cuyas prácticas e inte-
racciones producen y reproducen el sistema político en su conjunto y, en su
interior, dan forma a complejas estructuras institucionales de gobierno. Este
sistema, y la sociedad en su conjunto, se conformó, de alguna manera, en
referencia a esas estructuras de gobierno.

“La existencia de un gobierno ha sido siempre una condición elemental para la posibilidad
de una vida civilizada [...]. El gobierno, desde el momento de la aparición del Estado, y aun
antes, consiste en una institución que se erige en núcleo central de una comunidad política.
Este núcleo reúne o intenta reunir, entre otras cosas, las condiciones siguientes: a) ostenta –a
menudo compartiéndola con presidencias estatales, parlamentos y tribunales- la autoridad
suprema de un Estado, su soberanía; b) transmite órdenes que los súbditos –frecuentemente
ciudadanos- deberían obedecer; es decir, «ordena» la vida económica, política y cultural
hasta donde llega el alcance de dichas órdenes; c) distribuye y redistribuye los bienes y recur-
sos materiales que controla según su voluntad, es decir, atribuye ingresos, extrae impuestos
y destina servicios y riquezas; d) otorga y quita privilegios, autoridad y reconocimiento a sus
súbditos, es decir, distribuye honores, castigos y ventajas o desventajas sociales a individuos
o colectivos determinados; e) se responsabiliza de la gerencia de aquellos aspectos de la vida
social que no pueden estar en manos exclusivas de un grupo particular, pues son bienes y
objetivos colectivos generales como, por ejemplo, la conducta de la guerra, la emisión de
moneda o la administración de justicia” (Arbós y Giner, 1993: 4).

El gobierno es “todo acto que tiende a organizar y dirigir la vida en sociedad”,


y su estructuración social resultó de lo que Lagroye denomina proceso de
“especialización de roles políticos” (1991: cap. 1). Este proceso conforma
una dimensión más de la producción y reproducción de la vida social, ya que,
de algún modo, toda asociación, aun las más incipientes o primitivas, supone
ciertas modalidades de gubernamentalidad en el sentido señalado. Dicho de
otra manera, y en palabras de Weber, toda asociación se constituye a partir
de “los poderes de gobierno” que la regulan efectivamente como tal y que
permiten el mantenimiento –reproducción– de su orden.

CC
[...] La «existencia» de una asociación depende por completo de la «presencia»
de un dirigente y eventualmente de un cuadro administrativo. O sea, dicho de
un modo más exacto: de la existencia de la probabilidad de que pueda tener lu-
gar una acción de personas dadas, cuyo sentido esté en el propósito de im-
plantar el orden de la asociación. Es decir, que existan determinadas personas
«puestas» para actuar, en cada caso, en ese sentido. Es, por lo tanto, concep-
tualmente indiferente aquello en que descanse esa posición, bien sea por de-
voción tradicional, afectiva o racional con arreglo a valores (deberes feudales,
de cargo o de servicio), o por cálculo de intereses racionalmente sopesados
(interés por sueldo, etc.) [...]. (Weber, 1992: 39)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


127

De este modo, la existencia de ciertas personas o grupos encargados de


ejercer la dirección de aspectos importantes y diversos de la vida de una
asociación, de imponer –coactiva o consensuadamente– determinadas orien-
taciones –institucionales, culturales, económicas, etc.– al grupo o asociación,
de establecer normas de procedimiento y modalidades de actuación a sus
miembros y hacerles reconocer su autoridad, ya sea en forma permanente e
institucionalizada o de manera esporádica, indirecta y/o acotada, da cuenta
entonces de la conformación de un gobierno y del desarrollo de cierta formas
de gubernamentalidad. Como se dijo, ello resulta de un proceso de especializa-
ción de los roles y funciones políticas desempeñados por individuos o grupos,
inclusive no especializados en esa clase de actividades sociales, a los que se
los denomina “gobernantes”.

CC
Hablar de “gobierno” de un grupo significa ante todo reconocer que ciertos in-
dividuos o equipos de individuos (los “gobernantes”) son capaces de imponer
a los demás miembros una orientación mutuamente ajustada (o coordinada)
de sus conductas e incluso una modificación de las orientaciones anteriores.
En este sentido, los miembros de una asociación religiosa o cultural reconocen
de hecho como sus gobernantes a aquellos que están en condiciones de pro-
poner e imponer una orientación común de sus conductas (religiosas, cultura-
les, etc.). Decir que los reconocen “de hecho” sólo significa que modifican sus
conductas en la práctica, ajustan sus acciones y suscriben a las creencias ne-
cesarias, de manera tal que la orientación acaba por imponerse a todos.
(Lagroye, 1991: 29 y 30)

El rasgo particular que diferencia a las sociedades modernas de las primi-


tivas, acerca de las formas de gubernamentalidad estructuradas en ellas,
reside justamente en el grado de especialización, diferenciación y, por ende,
de institucionalización que adquieren las estructuras gubernamentales, en el
marco de un proceso de “especialización política”, es decir, “especialización
forzada de los gobernantes y los mecanismos de gobierno”, que resulta de la
diferenciación de funciones y estructuras sociales en sociedades complejas
y, en su marco, del surgimiento de relaciones de dominación entre diferentes
grupos sociales.
Ahora bien, ese gobierno es “político” en la medida en que sus actos
afectan “al conjunto de los individuos y grupos que conforman una sociedad
organizada, disponen de un territorio, aplican reglas de vida comunes y cuyos
miembros realizan actividades variadas concebidas como aportes a la vida
colectiva” (Lagroye, 1991: 21), es decir, en la medida en que consigue des-
envolver efectivamente la función esencial de regulación general de las activi-
dades sociales de la asociación a través del desarrollo de ciertas actividades
básicas como:
1. El arbitraje de los conflictos sociales y políticos.
2. La administración de los medios coactivos y el uso de la fuerza física y
simbólica.
3. La imposición de reglamentaciones y directivas socialmente válidas.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


128

La efectividad de esta regulación se consigue cuando el gobierno logra impo-


ner sus decisiones al conjunto de la asociación de manera predominante, se
trate de una tribu nómada o de un Estado nacional moderno.

“[En sociedades que alcanzaron un nivel relativamente elevado de diferenciación social]


las relaciones entre grupos no sólo son desiguales y frecuentemente conflictivas, sino que
imponen la dominación de unos sobre otros o de uno sobre todos los demás [...]. En la
mayoría de los casos, la especialización de lo político coincide con una institucionalización de
la dominación, incluso si no les basta a los dominantes ‘dejar actuar el sistema para perpetuar
su imperio [y si] deben esforzarse diariamente para producir y reproducir las condiciones
inciertas de la dominación’ [Bourdieu]. Así como es necesario el trabajo personal de cada
dominante para mantener su posición, también lo es la existencia de gobiernos especia-
lizados en muchas sociedades ‘complejas’ [...] para conservar esas relaciones [...]. Lo que
caracteriza al gobernante es su capacidad reconocida para imponer decisiones que afectan
al conjunto de la sociedad, arbitrar en los enfrentamientos entre grupos o segmentos, pro-
mulgar reglamentos bajo la forma de decisiones con valor de referencia para situaciones
idénticas. Su propia autoridad se basa en el poder ‘legítimo’ de aplicar sanciones [...], pero
sobre todo la sanción violenta mediante el recurso a la coerción. Por cierto que el gobernante
no es el único miembro de la sociedad capaz de aplicar sanciones [...]. Pero es el único que
puede aspirar, y efectivamente aspira, a prohibir a los demás el uso de la coacción, que puede
reivindicar el monopolio de ella (sea para ejercerlo él mismo o para autorizar la aplicación
de sanciones coercitivas). Ese derecho no se le reconoce “naturalmente”; si gobierna, es
porque está en condición práctica de hacer respetar sus decisiones [...]” (Lagroye, 1991: 51-53).

El gobierno de una asociación puede regular efectivamente el orden de la


misma a través del uso de la fuerza en términos predominantes, pero en
sociedades complejas la perpetuación de su dominio en el tiempo o, en su
defecto, la institucionalización de dicho dominio, requiere de un basamento
de legitimidad asentado en la validez de sus ordenaciones y regulaciones
habituales. Modernamente, este tipo de dominio se estructuró en el marco
del Estado que surgió a partir del Renacimiento. Vale decir, entonces, que,
en los tiempos modernos, la política se fue organizando y desenvolviendo,
directa e indirectamente, en torno del Estado, el que, como toda asociación
política, ha supuesto y se ha expresado en una compleja trama de relacio-
nes de dominación cuya continuidad y vigencia en un determinado escenario
espacio-temporal dependió del acatamiento voluntario de los dominados a los
mandatos de los gobernantes y del funcionamiento efectivo de una estructura
administrativo-institucional de gobierno.
Guillermo O’Donnell sostiene apropiadamente que el Estado constituye una
red de “asociaciones complejas” cuya lógica deriva de un proceso sociológi-
co de construcción de un “centro” conformado por un núcleo de autoridades
que hablan y toman decisiones en nombre del conjunto invocando, con algún
grado de éxito, el “bien” de ese conjunto y proveyendo efectivamente ciertos
servicios, bienes y decisiones.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


129

“[…] Toda autoridad de una asociación, política o de otro tipo, argumenta que sus deci-
siones, así como su propia existencia, son para el bien de la asociación en su conjunto. Las
autoridades basan su expectativa de ser obedecidas en esta pretensión, y al hacerlo delinean
un límite entre la asociación y todos aquellos que no pertenecen a ella. […] En asociaciones
de cierta complejidad, estas pretensiones generan un patrón básico de diferenciación social:
los que se ocupan de asuntos que presumiblemente son de interés común de la asociación y
los que no lo hacen. Como consecuencia, emerge un centro desde el cual algunos individuos
tienen la prerrogativa de hablar en nombre de la asociación e invocar como base para sus
decisiones el bien común de aquélla. La existencia de este centro es usualmente consistente
con mi interés en tanto miembro de la asociación. Deseo disfrutar de mi libertad y de
los bienes que la asociación provee –practicar deportes en un club, que mis derechos de
trabajador sean representados por un sindicato, estudiar en una universidad, compartir los
objetos que nuestra banda ha robado, o ser ciudadano de un Estado que funciona razona-
blemente–. Consecuentemente, quiero la existencia de cierto tipo de entidad que facilite el
goce de esos bienes. Y no quiero esto sólo por hoy; lo quiero para todo el tiempo que puedo
prever. Además, aunque no me importe la suerte de muchos, como me importan algunos
(por ejemplo, miembros actuales y futuros de mi familia), también quiero que se extienda
a ellos una garantía de largo plazo de la existencia de la asociación. Por lo tanto, en muchas
situaciones nuestro interés consiste en participar en la creación (o aceptar la existencia) de
una esfera de decisión que se ocupa de dos tareas básicas. Primero, proveer algunos bienes
colectivos y resolver problemas de acción colectiva. Segundo, tomar decisiones obligatorias
para todos los miembros –de otra manera el free-riding sería incontrolable o la asociación
simplemente se disolvería–. Este deseo racional lleva a constituir, o aceptar la existencia de
asociaciones que, a través de sus líderes, ejercen diversos poderes sobre nosotros. Esto es
verdad respecto de numerosas asociaciones. En ellas, ya sean benéficas o dañinas, democrá-
ticas o despóticas, los seres humanos (igual que la mayoría de los animales) constantemente
producimos y reproducimos relaciones sociales jerárquicas” (O’Donnell, 2004: 156 y 157).

Cuando estas asociaciones se expanden, diversifican y, por ende, se hacen


más complejas, adquieren un desarrollo institucional que tiene un significativo
despliegue normativo y organizacional.

“Cuando la asociación deviene mínimamente compleja, desarrolla roles formales de lide-


razgo que se especializan en tomar decisiones colectivas. Normalmente deseamos que esas
autoridades tengan suficiente poder para tomar e implementar dichas decisiones; esto es en
general verdad, ya sea que quienes toman esas decisiones seamos todos reunidos en asam-
blea, o representantes escogidos vía elección o por azar, o sólo una persona, o lo que fuera.
Otra cosa que normalmente queremos es que los que detentan autoridad en la asociación
puedan hablar por ella. Esto vale tanto interna como externamente. Internamente, porque
fracasaría el sentido mismo de contar con dichas autoridades si éstas no tuvieran capacidad
de interpelar a todos los miembros de la organización con la expectativa de ser obedecidos,
sobre todo al tomar decisiones sobre las cuales algunos miembros están en desacuerdo. En
estos casos, las autoridades típicamente argumentan que han tomado esas decisiones por el
bien de la asociación en cuanto tal, no sólo del de los miembros que concuerdan con ellas.
Externamente, las autoridades se dirigen a “otros” que no son miembros de la asociación,
con la pretensión de corporizar, o representar, el “nosotros” constituido por los miembros de
aquélla. Cuando los líderes de un sindicato interpelan a los empleadores, o los vecinos de un
barrio al gobierno municipal, o los gobernantes de un país a los de otro, ellos representan su
asociación frente a otros, con la pretensión de hablar por ella en su conjunto, no sólo como

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


130

un mero agregado o una mayoría de sus miembros. En ambos casos, interna y externamen-
te, las autoridades exhiben la versión oficial, la autoimagen oficialmente propiciada, de la
asociación que como tales autoridades dicen representar. Esta es otra característica de las
asociaciones de cierta complejidad y durabilidad; como dice Hosle […]: ‘Toda unidad social
tiene un concepto descriptivo de sí misma; las unidades más complejas también tienen uno
normativo’ (bastardillas en el original). En esas asociaciones complejas, en las que los miem-
bros no pueden encontrarse cara a cara, el ‘concepto normativo’ que el centro postula de sí
mismo y de la asociación a la que dice servir suele ser el mecanismo fundamental mediante
el cual nos reconocemos como un ‘nosotros’. Esto, insisto, es poder. La autorización de
hablar-por-nosotros implica consecuencias importantes para los miembros de la asociación
y para los ‘otros’. Por lo tanto, como miembro de la asociación, estoy interesado en lo que
se dice en su nombre y en quién lo dice. Además, en asociaciones complejas ocurren otras
consecuencias. Primero, los roles decisorios devienen permanentes y especializados; segun-
do, los ocupantes de dichos roles desarrollan un interés por normalizar -básicamente, por
medio de reglas formales- su propio poder, de esta manera aumentando la probabilidad de
que sus decisiones sean aceptadas como válidas y regularmente implementadas. Esto da lugar
a la emergencia de regulaciones internas, manuales de procedimiento, miríadas de formu-
larios, censos, mapas, estatutos y constituciones. Pero el movimiento hacia la formalización
no proviene sólo desde arriba. Desde abajo, tengo otro interés racional que contrarresta
mi interés porque haya una efectiva toma de decisiones por parte de la asociación. Este
interés es el de ser protegido de decisiones que considero arbitrarias, que transgreden mi
visión sobre lo que debería ser o hacer la asociación, o que de alguna manera me excluyen
de la asociación y/o de sus beneficios. Por lo tanto, normalmente apoyo la formalización
de la asociación mientras esta incluya maneras de hacer sus decisiones razonablemente pre-
visibles y eventualmente me permitan recurso efectivo contra ellas; esto es especialmente
verdad en asociaciones, como el Estado, de las que la salida (exit) es imposible o sumamente
costosa. Pero sólo podré afirmar ese interés si soy reconocido como miembro pleno de la
asociación -si soy, para decirlo de alguna manera, un ciudadano de ella-. De otra manera
soy un súbdito, un ser sometido a relaciones autoritarias por medio de las cuales los líderes,
sin mi voz ni consentimiento, toman decisiones que son obligatorias para mí y que, en el
caso del Estado, son en última instancia sustentadas por la coerción física. Lo antedicho
implica que, en especial pero no exclusivamente con relación al Estado, mi racional deseo
de pertenecer a una asociación que es razonablemente efectiva en sus decisiones y, a la vez,
de estar protegido de algunas decisiones de dicha asociación, entraña una tensión –en rigor,
una contradicción– que es últimamente insoluble: no hay punto general de equilibrio, y si
lo hay lo es para ego pero no para álter; ese punto de equilibrio, si existe, varía de acuerdo
con el tipo de decisión estatal de que se trate; y la fluidez de la política implica que lo que
puede ser hoy un equilibrio aceptable no lo será mañana. La política, en especial la política
democrática en la cual al menos en principio todos tienen voz, lidiará siempre con esta
irresoluble –pero creativa– tensión” (O’Donnell, 2004: 157-159).

Por lo tanto, la burocratización y legalización de las asociaciones –entre ellas,


el Estado, pero no solo el Estado– trascurre en torno de la formulación y pro-
mulgación de reglas así como de la conformación de “instituciones ordenadas
jerárquicamente que están formalmente a cargo de contribuir al logro de los
objetivos de la asociación y a la normalización de su funcionamiento”.

CC
Cuando estas asociaciones establecen control sobre un territorio, incluyendo
superioridad en el control de los medios de coerción, se transforman en ese
fenómeno moderno que llamamos el Estado. Los Estados (más precisamente,
los funcionarios autorizados para invocar la autoridad del Estado) típicamente

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


131

pretenden que lo que hacen está orientado hacia el logro del bien común (o pú-
blico o general) de los habitantes de su territorio. (O’Donnell, 2004: 160)

De este modo, O’Donnell da cuenta del proceso por el cual se fueron configu-
rando asociaciones políticas que desembocaron en la constitución histórica
de los Estados modernos. Vayamos al análisis de estos aspectos.

4.2. Una conceptualización mínima de Estado


El Estado constituye una estructura cuya existencia, así como la validez de sus
ordenaciones, se articulan dentro de un ámbito territorial delimitado, y cuya
particularidad está determinada por el control monopólico y legítimo de los
medios institucionales de administración gubernamental y del ejercicio legal y
simbólico de la violencia a través de los cuales procura y consigue exitosamen-
te la estructuración y el mantenimiento de un cierto orden social y político para
el conjunto de esa unidad. Puede decirse que existe un Estado donde hay:

1. un aparato institucional de gobierno, que ejerce el dominio gubernamental


sobre
2. un determinado territorio, cuya autoridad se respalda en el funcionamien-
to de
3. un sistema legal impersonal y unificado, y en la capacidad de concentrar y,
eventualmente, utilizar
4. la fuerza física y
5. el dominio simbólico para imponer sus reglamentaciones.

Para Weber, el Estado es un tipo particular de asociación política, esto es, una
asociación desenvuelta dentro de un ámbito geográfico determinado y cuya estruc-
turación y validez están garantizadas de un modo continuo por “la amenaza y la
aplicación de la fuerza física por parte de su cuadro administrativo” (1992: 43). La
especificidad de esa modalidad de asociación está dada justamente por su “medio
específico”, es decir, la violencia física. Dicho de otro modo, el Estado configura una
asociación política que no se define ni existe por sus fines ni por los objetivos de la
comunidad política a la que pertenece o de los gobiernos que lo administran, sino
que, desde el punto de vista sociológico, solo puede ser definido y existe por refe-
rencia a su medio específico que está dado por la posibilidad efectiva del uso de la
fuerza para imponer sus ordenaciones. Argumenta que debe entenderse por Estado
al “instituto político de actividad continuada” solo cuando su cuadro administrativo
cuente con la pretensión al “monopolio legítimo de la coacción física” para alcanzar
el mantenimiento del orden vigente (Weber, 1992: 43 y 44).
Así, el Estado garantiza una dominación efectiva y continuada, es decir, en
su marco, las órdenes –reglamentos, directivas, normas, políticas, etc.– emi-
tidas por los gobernantes son efectivamente obedecidas en forma continuada.
La posibilidad regular de la obediencia se obtiene mediante el uso o la ame-
naza del uso de la violencia coercitiva, cuyos medios son monopólicamente
detentados y ejercidos por dichos gobernantes, y ese monopolio es efectiva-
mente ejercido sobre cierta base territorial que los gobernantes y las reglamen-
taciones por ellos impartidas reclaman como jurisdicción propia.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


132

Un agrupamiento político configura un Estado en la medida que dicho agru-


pamiento mantiene un carácter institucional, esto es, en la medida en que con-
siga efectivamente el monopolio de la coacción física legítima. Esa efectividad
supone, por un lado, la obediencia de los miembros de la asociación fundada
en razones de orden tradicional, afectivo o racional o bien por la satisfacción
de los intereses de aquellos y, por el otro, el funcionamiento de un aparato
especializado y altamente institucionalizado, dotado justamente de una legiti-
midad propia en la reivindicación del monopolio de la coerción.

CC
[…] Caracteriza […] formalmente al Estado el ser un orden jurídico y adminis-
trativo –cuyos preceptos pueden variarse– por el que se orienta la actividad
–“acción de la asociación”– del cuadro administrativo (a su vez regulada por
preceptos estatuidos) y el cual pretende validez no solo frente a los miembros
de la asociación –que pertenecen a ella esencialmente por nacimiento–, sino
también respecto de toda acción ejecutada en el territorio a que se extiende la
dominación (o sea, en cuanto “instituto territorial”). Es, además, característico,
el que […] solo exista coacción “legítima” en tanto que el orden estatal la per-
mita o prescriba {…]. Este carácter monopólico del poder estatal es una carac-
terística tan esencial de la situación actual como lo es su carácter de instituto
racional y de empresa continuada. (Weber, 1992: 45).

Como ya fue señalado, Weber distingue tres principios de justificación o tipos


de fundamentos de la legitimidad de un ordenamiento político a partir de los
cuales se pueden constituir diversas modalidades de dominación, tales como
la dominación legal-racional, la dominación tradicional o la dominación carismá-
tica. Dichas modalidades no son más que formas típicas de reivindicación de
la validez y legitimidad de los gobernantes. El Estado moderno, pues, configura
“la expresión más racional” de un tipo particular de dominación, esto es, de
la dominación legal cuya manifestación institucional “más pura” se materializa
en un tipo de administración de carácter burocrática basada en el ejercicio
continuado y regular de la gestión a través de la fijación de atribuciones oficia-
les ordenadas mediante reglas y leyes y, en su interior, del establecimiento
de jerarquías y competencias administrativas rigurosamente instauradas. Su
funcionamiento es desempeñado únicamente por un funcionariado profesional
retribuido en dinero con sueldos fijos y sometido a una rigurosa disciplina y
vigilancia administrativa.

PARA AMPLIAR

“La acción, en especial la social y también singularmente la relación

AA social, puede orientarse, por el lado de sus partícipes, en la represen-


tación de la existencia de un orden legítimo. La probabilidad de que
esto ocurra de hecho se llama «validez» del orden en cuestión [...].
«Validez» de un orden significa para nosotros algo más que una regu-
laridad en el desarrollo de la acción social simplemente determinada
por la costumbre o por una situación de intereses [...].

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


133

Al «contenido de sentido» de una relación social le llamamos [...] de


«validez» de este orden cuando la orientación de hecho por aquellas
máximas tiene lugar porque en algún grado significativo (es decir, en
un grado que pese prácticamente) aparecen válidas para la acción,
es decir, como obligatorias o como modelos de conducta” (Weber,
1992: 25).

“El tipo más puro de dominación legal es aquel que se ejerce por medio de un cuadro admi-
nistrativo burocrático. Sólo el dirigente de la asociación posee su imperio, bien por apropia-
ción, bien por elección o por designación de su predecesor. Pero sus facultades de mando
son también “competencias” legales. La totalidad del cuadro administrativo se compone,
en el tipo más puro, de funcionarios individuales [...], los cuales: 1) personalmente libres, se
deben sólo a los deberes objetivos de su cargo; 2) en jerarquía administrativa rigurosa; 3) con
competencias rigurosamente fijadas; 4) en virtud de un contrato, o sea (en principio) sobre
la base de libre selección según; 5) calificación profesional que fundamenta su nombramiento
–en el caso más racional, por medio de ciertas pruebas o del diploma que certifica su califi-
cación-; 6) son retribuidos en dinero con sueldos fijos, con derecho a pensión las más de las
veces; son revocables siempre a instancia del propio funcionario y en ciertas circunstancias
(particularmente en los establecimientos privados) puede también ser revocados por parte
del que manda; su retribución está graduada primeramente en relación con el rango jerár-
quico, luego según la responsabilidad del cargo y, en general, según el principio del “decoro
estamental”; 7) ejercen como su única o principal profesión; 8) tiene ante sí una “carrera”,
o “perspectiva” de ascensos y avances por años de ejercicio, o por servicios o por ambas
cosas, según juicio de sus superiores; 9) trabajan con completa separación de los medios
administrativos y sin apropiación del cargo; 10) y están sometidos a una rigurosa disciplina
y vigilancia administrativa” (Weber, 1992: 175 y 176).

PARA AMPLIAR

En el siguiente texto, Weber analiza pormenorizadamente las carac-

AA terísticas, los supuestos, el origen histórico y técnico y el desarrollo


de la dominación burocrática.
Weber, M. (1992), Cap. 9, parte 3, inciso III, en Economía y socie-
dad. Esbozo de sociología comprensiva, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires.

Así, según Weber, todo Estado moderno, además de la legitimidad articulada


en torno de los principios que justifican su validez, consigue perpetuar la domi-
nación y la administración continuada a través de dos elementos esenciales:

1. El cuadro administrativo conformado por el personal auxiliar del titular de la


asociación cuya función se resume en el establecimiento y mantenimiento
del orden articulado en la misma.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


134

2. Los medios materiales de administración compuestos por el conjunto de


bienes materiales y financieros necesarios para efectivizar la administra-
ción de la asociación.

Weber sostiene, inclusive, que una de las características centrales del Estado
moderno –característica también presente en la dominación patriarcal, patri-
monial o absolutista sultanista, pero que en el caso del Estado posmedieval
adquiere un elevado nivel de racionalización– reside en la separación de la
propiedad de los medios materiales de administración respecto de los miem-
bros del cuadro administrativo en el mismo sentido en que “el proletariado
o el empleado «están» separados de los medios materiales de producción
dentro de la empresa capitalista”.

CC
[...] En el Estado moderno el poder de disposición sobre todos los medios de
la empresa política se amontona en la cúspide, y no hay ya ni un solo funciona-
rio que sea propietario del dinero que gasta o de los edificios, recursos, instru-
mentos o máquinas de guerra que utiliza. En el Estado moderno se realiza,
pues, al máximo (y esto es esencial a su concepto mismo) la «separación» en-
tre el cuadro administrativo (empleados u obreros administrativos) y los me-
dios materiales de la administración. (Weber, 1991: 91a)

Otro aspecto fundamental del Estado está dado por el “sistema social” que
este regula. Anthony Giddens señala al respecto que el Estado constituye un
“aparato de gobierno o de poder”, pero también es un “sistema social como
un todo subordinado a ese gobierno o poder”. Ambas dimensiones son rele-
vantes para analizar el Estado. “Todas las formas de aparato de Estado con-
sisten en una pluralidad de organizaciones” y, para el sociólogo inglés, esta
es la primera característica del Estado. Pero, asimismo, “todos los Estados
incluyen el monitoreamiento reflexivo de los aspectos de la reproducción de
los sistemas sociales subordinados a su dominio”. Y ello lo convierte en una
“organización política”.

CC
La “política” […] no es definida de un modo sustantivo, no se refiere inevita-
blemente al uso de la fuerza. El aspecto “político” de las organizaciones dice
respecto a su capacidad de organizar los recursos de autoridad o lo que llama-
ré poder administrativo. Todas las organizaciones tienen características políti-
cas, pero solo en el caso de Estados es que envuelve la consolidación del po-
der militar en asociación con el control de los medios de violencia dentro de
una extensión territorial. Un Estado puede ser definido como una organización
política cuyo dominio es territorialmente organizado y es capaz de accionar los
medios de violencia para sustentar ese dominio. (Giddens, 1987: 19 y 20)

Como señala el propio Giddens, esta definición de Estado se aproxima a la


definición weberiana, pero no destaca como parte constitutiva del Estado la
“reivindicación del monopolio de los medios de violencia o el factor de legiti-
midad” (Giddens, 1987: 20).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


135

Del mismo modo, Guillermo O’Donnell adopta una definición tipológica y


general del Estado de cuño weberiano aunque, a diferencia de la conceptua-
lización desarrollada por Weber y en sintonía con Giddens, no contempla la
legitimidad como un trazo característico del Estado, ya que esa legitimidad
“puede o no ser atributo” del Estado.

CC
Por Estado entiendo un conjunto de instituciones y relaciones sociales (casi to-
das ellas sancionadas y respaldadas por el sistema legal de ese Estado) que
normalmente penetra y controla el territorio y los habitantes que ese conjunto
pretende delimitar geográficamente. Tales instituciones tienen como último re-
curso, para efectivizar las decisiones que toman, a la supremacía en el control
de medios de coerción física que algunas agencias especializadas del mismo
Estado normalmente ejercen sobre aquel territorio. (O’Donnell, 2004: 149 y 150)

Para O’Donnell, el Estado posee tres dimensiones fundamentales:


1. Un conjunto de burocracias conformadas por “organizaciones complejas”
que “tienen legalmente asignadas responsabilidades apuntadas a lograr o
proteger algún aspecto del bien, o interés público, general”.
2. Un sistema legal constituido por un “entramado de reglas legales que pene-
tran y co-determinan numerosas relaciones sociales”.
3. Un foco de identidad colectiva para todos o casi todos los habitantes de
su territorio.

PARA AMPLIAR

Sobre estas cuestiones O’Donnell señala que: “Contemporáneamen-

AA te, en especial en democracias, la conexión entre las burocracias del


Estado y el sistema legal es íntima: las primeras se supone que actúan
en términos de facultades y responsabilidades que les son legalmen-
te asignadas por las autoridades pertinentes -el Estado habla a través
de la gramática del derecho-. Juntos, las burocracias del Estado y el
derecho presumen generar, para los habitantes de su territorio, el gran
bien público del orden general y de la previsibilidad de una amplia
gama de relaciones. Al hacer esto, el Estado (más bien, los funcio-
narios que hablan en su nombre) presume garantizar la continuidad
histórica de la unidad territorial respectiva, usualmente concebida
como una nación. […] Típicamente, los funcionarios del Estado,
especialmente los que ocupan posiciones en su cúpula institucio-
nal, afirman que el suyo es un estado-para-la-nación (o, sin entrar
en detalles innecesarios en este momento) un estado-para-el-pueblo.
Con estas afirmaciones ellos invitan al reconocimiento generalizado
de un “nosotros” que apunta a crear una identidad colectiva (“somos
todos argentinos-brasileños-peruanos”, etc.) que, según se postula,
estaría por encima de, o debería prevalecer sobre, los conflictos y cli-
vajes sociales existentes” (2004: 150 y 151).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


136

Para este politólogo, las tres dimensiones del Estado “no deben ser atribui-
das a priori a todo Estado”, sino que “son tendencias que ningún Estado
ha materializado completamente, y que algunos distan de haber logrado
medianamente”.

CC
En lo que respecta al Estado como conjunto de burocracias, su desempeño
puede desviarse seriamente de cumplir las responsabilidades que le han sido
asignadas; el sistema legal puede per se tener serias falencias y/o no exten-
derse efectivamente a diversas relaciones sociales, o aun a vastas regiones, y
en lo que respecta al Estado como foco de identidad colectiva, su pretensión
de ser verdaderamente un estado-para-la nación puede no ser verosímil para
buena parte de la población. Las tres dimensiones del Estado son históricamen-
te contingentes; por lo tanto, la medida de su logro debe ser establecida empí-
ricamente. (O’Donnell, 2004: 151)

El gobierno configura la estructura política constituida por las “posiciones en


la cúpula de las instituciones del Estado”. El acceso y la ocupación de dichas
posiciones, así como la toma de decisiones “que son normalmente emitidas
como reglas legales obligatorias sobre el territorio delimitado por el Estado”
por parte de quienes las ocupan se desarrolla a través del régimen político
de ese Estado. O’Donnell define al régimen como “los patrones, formales e
informales, y explícitos e implícitos, que determinan los canales de acceso a
las principales posiciones de gobierno, las características de los actores que
son admitidos y excluidos de tal acceso, los recursos y las estrategias permi-
tidos para lograrlo, y las instituciones a través de la cuales el acceso ocurre
y, una vez logrado, son tomadas las decisiones gubernamentales” (2004:
152). Este autor sostiene que el gobierno es una parte vital del Estado, es
decir, es su “cúpula institucional”. Así, el “régimen” es la “mediación entre
el Estado y la sociedad”, y el mismo consiste en una serie de “instituciones,
reglas y prácticas”, que se encargan de regular el acceso desde la sociedad
a las posiciones jerárquicas del Estado (2004: 152).
De este modo, el Estado constituye una estructura política e institucional
fundamental en las sociedades modernas. Y sus componentes –burocracia,
sistema legal e identidad colectiva–, más allá de sus formalizaciones norma-
tivas, configuran una compleja trama de relaciones sociales y políticas que le
dan forma al Estado como estructura de poder y de gobierno de una sociedad.

“[…] El lado organizacional del estado está ordenado burocráticamente. […] Por otro lado, la
burocratización de una asociación es concomitante con su legalización: varios tipos de reglas
son emitidos con el propósito de regular el funcionamiento de la asociación, incluyendo las
relaciones de las autoridades con los miembros de aquélla y las de éstos entre ellos. Asimis-
mo, a medida que la asociación se hace más compleja y burocratizada, los líderes colocados
en su cima no tardan en descubrir un fuerte interés -sobre el que Weber insistió- en regular
y controlar los comportamientos de los funcionarios de la propia asociación. Esto es común
a toda asociación compleja; sin embargo, el estado tiene la característica muy especial de
que no sólo apunta a regular su funcionamiento interno, sino que también externaliza su
legalidad. En contraste con otras asociaciones, el estado intenta controlar diversos aspectos
de toda asociación, grupo e individuo en el territorio que demarca. El estado moderno

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


137

penetra, sobre todo a través de su sistema legal, múltiples relaciones sociales. Al hacerlo, los
que están autorizados a hablar en nombre de esta particular asociación típicamente afirman
la pretensión de proveer, a todos los que habitan en su territorio, el supremo bien público
del orden y la previsibilidad, y si fuera necesario el respaldo coercitivo, de una amplia gama
de relaciones sociales” (O’Donnell, 2004: 160 y 161).

Este proceso de conformación del Estado ha tenido un anclaje histórico que


requiere de algunas consideraciones en función de su constitución.

4.3. La constitución histórica del Estado


El Estado, tal como se lo conoce actualmente, surgió en la era moderna en
Europa y, en palabras de Lagroye, “se impuso de alguna manera como moda-
lidad legítima de gobierno de las sociedades en la época contemporánea”
(1991: 55). Pese a la existencia, antes del Renacimiento, de ciertas formas
de organización política semejantes a las estatales, tales como las desarrolla-
das durante la etapa del despotismo antiguo, el imperio romano o los reinos
helenísticos, dichas organizaciones tuvieron una escasa diferenciación de las
diferentes instancias de gobierno y no sustentaron un cuerpo institucionaliza-
do de burocracia auxiliar, características centrales de todo Estado moderno.
Entre los siglos XII y XVI se produjeron en Europa occidental una serie de
transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales que enmarcaron
y determinaron el surgimiento histórico del Estado moderno.
La emergencia del Estado moderno supuso la conformación del escenario
político de la modernidad. Pese a la enorme diversidad histórica y social en la
que se produjo esa emergencia, de alguna manera, el Estado –su estructura-
ción social, política y económica, así como sus vínculos con otros Estados–
ha delimitado los contornos del escenario político moderno. En torno de él,
directa o indirectamente, se produjeron y reprodujeron los actos e interaccio-
nes que constituyeron –y constituyen– el sistema político de las sociedades
modernas. Este proceso fue coincidente con la concentración del monopolio
legítimo de los medios de coacción física y simbólica en favor de una estructu-
ra política-gubernamental centralizada conformada sobre tres instancias bási-
cas, esto es, una burocracia civil, una organización militar permanente y una
estructura fiscal-financiera unificada.
La conformación de la burocracia pública configuró el principal instrumento
mediante el cual, en la Europa continental, se formó el Estado moderno. No
obstante, la conformación de los aparatos administrativos se llevó a cabo en
el marco de un proceso de centralización y concentración del poder que sirvió
de basamento central para la formación del Estado y que comprometió otras
dimensiones y aspectos centrales de la vida social de la época. Con el surgi-
miento de los regímenes absolutistas en Europa, se abandonó la modalidad
administrativa asentada en los pequeños núcleos de servidores domésticos
que secundaban a los príncipes en el gobierno de sus dominios, y se dio lugar
a la conformación y expansión de grandes estructuras administrativas que
comenzaron a guardar un carácter “público”.
Esto supuso una marcada concentración de poder en manos de los sobe-
ranos, lo que derivó de dos procesos concomitantes y mutuamente condicio-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


138

nados, a saber: la competición político-militar entre los príncipes, que trajo


aparejada la formación de grandes formaciones militares permanentes, y las
exigencias financieras que ello impuso. Las burocracias civiles se formaron
para organizar, mejorar y reforzar la presión fiscal sobre las poblaciones con-
troladas, a los efectos de obtener el financiamiento necesario para hacer fren-
te a las guerras que enmarcaron la formación de los Estados nacionales. Se
trató, en definitiva, de un largo y complejo proceso histórico.

“[…] Existe una estrecha relación entre dos fenómenos: el paso de las milicias mercenarias,
reclutadas por medio de contratos, con empresarios militares privados, a los ejércitos pro-
fesionales y permanentes y el paso de la financiación del Estado por medio de banqueros
privados a la financiación mediante la constante mejora del aparato fiscal. Burocracia civil
y organización militar permanente se desarrollan conjuntamente en la Europa continental
y su suerte está estrechamente vinculada desde el comienzo. Los mismos funcionarios civiles
[…] están originariamente asignados a tareas de coordinación y vigilancia de la organiza-
ción militar. Estimulado por la exigencia de la competición militar y, por ello, conectado
a la dimensión «externa» de la soberanía estatal, el proceso de afirmación y reforzamiento
de las burocracias en la época tardía del absolutismo (siglos XVII y XVIII) tiene poderosos
reflejos y consecuencias sobre la dimensión «interna» de la soberanía: la concentración del
poder inducida por los desarrollos administrativos y militares se resuelve en una progresiva
y correspondiente sustracción de poder a los estamentos nobiliarios, a la Iglesia, a las corpora-
ciones. Con la consolidación de las burocracias públicas en la época tardía del absolutismo
culmina, de este modo, un proceso iniciado muchos siglos antes, en la fase de decadencia de
la sociedad medieval, la definitiva afirmación de la soberanía estatal y con ella el monopolio
legítimo de la fuerza, que es la característica peculiar del Estado moderno” (Panebianco,
1995: 375 y 376).

El Estado moderno es, entonces, el resultado de un amplio proceso de cen-


tralización del poder político cuya expresión más notoria está dada por la
concentración exitosa del monopolio legítimo de la coacción física y la confor-
mación de una sofisticada burocracia administrativa. Más concretamente, el
desarrollo del Estado moderno se originó históricamente en el proceso político
de expropiación emprendido por los príncipes en detrimento de los poderes
estamentales tradicionales.

CC
[...] El Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institu-
cional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la vio-
lencia física legítima como medio de dominación y (...), a ese fin, ha reunido to-
dos los medios materiales en manos de su dirigente y ha expropiado a todos
los funcionarios estamentales que antes disponían de ellos por derecho pro-
pio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas. (Weber, 1991a: 92)

Este proceso englobó una multiplicidad diversa de transformaciones sociales


ubicadas en los planos tanto económico como jurídico y político, y que, en lo
fundamental, abarcó y supuso una racionalización del aparato administrativo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


139

de la institución estatal y del sistema jurídico que a él se correspondía. El paso


de las formas tradicionales de dominación a la modalidad moderna de domina-
ción legal-burocrática no resultó de un factor determinante único ni de un pro-
ceso unívoco y homogéneo, sino que, por el contrario, implicó la convergencia
de un conjunto de circunstancias y eventos típicos de la civilización occidental
que derivaron del proceso de racionalización global de las relaciones sociales.
Por cierto, en este conjunto de transformaciones, el desarrollo de la eco-
nomía mercantil y capitalista –al que el propio Weber calificó como “el poder
más importante de nuestra vida moderna”– tuvo una importancia fundamen-
tal en la conformación histórica del Estado, pero no fue la única causa de su
emergencia, tal como lo sostuvieron numerosos teóricos e historiadores mar-
xistas o influidos por el materialismo, siempre dentro de una perspectiva de
carácter economicista.
La conformación social del Estado moderno devino, en cambio, como resul-
tado de la convergencia de condiciones políticas y económicas que permitieron
un desarrollo equilibrado y general de determinadas formas legales-burocráti-
cas de dominación política y de una economía de carácter mercantil-capitalis-
ta, delimitando, así, un proceso general en el que la racionalización del Estado
y la racionalización de la economía funcionaron como instancias mutuamente
producidas. Es decir, ello solo fue posible en un contexto histórico signado por
el despliegue simultáneo de formas desarrolladas de administración guberna-
mental burocrática, de un derecho impersonal formalmente estructurado y de
una economía incipientemente capitalista.

PARA AMPLIAR

Según Weber, todos los ámbitos de la vida social moderna se hallan

AA atravesados por un paulatino y creciente proceso de racionalización


general signado por la generalizada imposición de los requerimien-
tos del cálculo racional-instrumental aplicados a la administración y
organización de las instituciones económicas y políticas. Dicho pro-
ceso se contextuó en el marco de una cultura dispuesta al desarrollo de
acciones racionales llevadas a cabo en los diversos ámbitos de la vida
social, tales como la economía, el comercio, la producción, la políti-
ca, la administración, la ciencia, la tecnología y el arte. Weber sostu-
vo que la racionalidad formal de la acción social se refiere al grado en
el que dicha acción está regida y articulada según parámetros numé-
ricamente calculables.

“[...] Desde el punto de vista histórico, el progreso hacia el Estado burocrático, que admi-
nistra e imparte justicia según un derecho racionalmente codificado y unos reglamentos asi-
mismo racionalmente concebidos, aparece muy estrechamente unido al desarrollo capitalista
moderno. La empresa capitalista de nuestros días se basa en su textura interna sobre todo
en el cálculo de costes. Para poder subsistir precisa de una justicia y de una administración,
cuyo funcionamiento, por lo menos en principio, pueda ser también calculado racionalmente
sobre la base de normas generales fijas, igual que se calcula el rendimiento previsible de una
máquina” (Weber, 1991b: 129).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


140

El proceso de racionalización formal creciente en el ámbito de la economía


tuvo su correlato en un proceso con características análogas desarrollado
en el ámbito del derecho y de la administración gubernamental. Del mismo
modo que el Estado y el derecho modernos constituyeron una condición nece-
saria para el desarrollo de la economía capitalista, esta, a su vez, implicó un
conjunto de relaciones sociales que fueron influyendo e imponiendo rasgos
de racionalidad formal a la organización estatal y jurídica. En efecto, la condi-
ción de “calculabilidad plena” en el funcionamiento de la estructura jurídica y
administrativa se desplegó históricamente en forma conjunta con la economía
capitalista en el marco de un proceso político signado por la racionalidad for-
mal aplicada, de un lado, a la administración estatal –de lo que resultó una
administración de tipo racional-burocrática– y, de otro lado, al orden jurídico.
Las transformaciones operadas en el plano de las formas de organización
de las estructuras gubernamentales dieron lugar a la “administración burocrá-
tica pura”, a la que Weber consideró la forma más racional de ejercicio de una
dominación. Ello, a su vez, se enmarcó en un proceso colectivo mucho más
abarcativo que supuso la burocratización de toda forma de organización social
moderna y que englobó inclusive a la empresa capitalista.

CC
El desarrollo de las formas «modernas» de asociación en toda clase de terreno
(Estado, iglesia, ejército, partido, explotación económica, asociación de intere-
sados, uniones, fundaciones y cualesquiera otras que pudieran citarse) coinci-
de totalmente con el desarrollo e incremento creciente de la administración bu-
rocrática: su aparición es, por ejemplo, el germen del Estado moderno
occidental. (Weber, 1991b: 129)

Por su parte, la creciente racionalidad formal de la vida jurídica generó un tipo


de derecho, el “derecho formal”, compuesto por reglas rigurosamente abstrac-
tas creadas y aplicadas de acuerdo con las características externas, generales
y unívocas de los hechos a los que regulaba, independientemente de los valo-
res derivados de imperativos o criterios éticos, políticos o religiosos. Así, se
constituyó un derecho sistemáticamente estatuido cuya aplicación configuró
una responsabilidad exclusiva de juristas profesionales especializados. Para
Weber, este proceso de formalización del derecho respondió principalmente
a factores técnicos-jurídicos y a la progresiva necesidad de burocratización de
la asociación estatal, y solo en forma indirecta se lo puede atribuir a factores
económicamente determinados.

“En ese proceso influyen factores económicos sólo en cuanto la racionalización de la econo-
mía, sobre la base de la libertad de mercado y la libre contratación y, concomitantemente,
la complejidad siempre creciente de los conflictos de intereses cuya solución incumbía a la
creación del derecho y a su aplicación, reclamaron imperiosamente el desenvolvimiento de
la especialización del derecho y el desarrollo del carácter de instituto de la asociación política.
Todas las demás influencias puramente económicas se hallan concretamente condicionadas,
razón por la cual no es posible referirlas a reglas de carácter general. Como en reiteradas
ocasiones habremos de corroborarlo, las cualidades del derecho, determinadas por factores
de técnica jurídica interna y por factores políticos, reaccionaron intensamente sobre la
estructuración de la economía” (Weber, 1992: 509).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


141

En suma, estos procesos abrieron la posibilidad de que los agentes econó-


micos interesados en el mercado, en especial, la burguesía, pudiesen contar
con “una creciente posibilidad de cálculo” en la administración de la justicia
y del Estado, lo que, por cierto, configuró una de las principales condiciones
necesarias para las actividades económicas basadas en el intercambio, es
decir, para el capitalismo.
En su momento, a fines de los años setenta, Norbert Elias (2016) sostuvo
que la organización de la sociedad en Estados fue el resultado de un comple-
jo y extenso transcurso histórico de “monopolización y centralización de los
ingresos y de la violencia física dentro de grandes territorios” desenvuelto den-
tro del marco de un proceso civilizatorio que ha implicado un “cambio de las
costumbres humanas cuyo resultado provisional es nuestra forma «civilizada»
de comportamiento y de sensibilidad” configurando “espacios pacificados”
en el que las coacciones y violencias van quedando reducidas o extinguidas.
Pero estos cambios han moldeado y fueron moldeados por cierta “autocoac-
ción psíquica” que resultó de la “constitución de […] institutos monopólicos
estables” que imponen un “aparato formativo que sirve para inculcar al indivi-
duo desde pequeño la costumbre permanente de dominarse” y de generar un
“autocontrol más estable que, en gran medida, funciona de modo automático”.

“Cuando se constituye un monopolio de la violencia surgen espacios pacificados, ámbitos


sociales que normalmente están libres de violencia. En ellos, las coacciones que pesan sobre
los individuos aislados son distintas a las anteriores. Ciertas formas de violencia, que siempre
han existido pero que, hasta entonces, solamente se daban conjuntamente con la violencia
física, se separan de ésta y quedan aisladas en los espacios pacificados. Las más visibles para
la conciencia habitual de la época presente son la violencia y la coacción económicas. En
realidad, lo que queda en los ámbitos humanos una vez que la violencia física inmediata se
retira lentamente de la escena de la vida social cotidiana y solo funciona de forma media-
tizada en la creación de costumbres, es un conjunto de diversos tipos de violencia y de
coacción. […] Las sociedades que carecen de un monopolio estable de la violencia física
son, al propio tiempo, sociedades en las que la división de funciones es relativamente escasa
y las secuencias de acciones que vinculan a los individuos, relativamente breves. A la inversa;
sociedades con monopolios estables de violencia física, representados, en un principio, por
una gran corte principesca o real, son sociedades en las que la división de funciones es más
o menos complicada y en las que las secuencias de acciones que vinculan a los individuos,
son más prolongadas, mientras que también son mayores las dependencias funcionales de
unas personas con relación a otras. En estas sociedades, el individuo está protegido frente
al asalto repentino, frente a la intromisión brutal de la violencia física en su vida; pero, al
mismo tiempo, también está obligado a reprimir las propias pasiones, la efervescencia que
le impulsa a atacar físicamente a otro. Y las otras formas de la coacción, que dominan en
los ámbitos pacificados, modelan el comportamiento y la manifestación de los afectos del
individuo en el mismo sentido. Cuanto más densa es la red de interdependencias en que está
imbricado el individuo con el aumento en la división de funciones, cuanto más extensos son
los ámbitos humanos sobre los que se extiende esa red y que se constituyen en una unidad
funcional o institucional con dicha red, tanto más amenazado socialmente está quien cede
a sus emociones y pasiones espontáneas, mayor ventaja social tiene quien consigue dominar
sus afectos y tanto más intensamente se educa a los individuos desde pequeños para que
reflexionen sobre los resultados de sus acciones o de las acciones ajenas al final de una larga
serie sucesiva de pasos. El dominio de las emociones espontáneas, la contención de los afec-
tos, la ampliación de la reflexión más allá del estricto presente para alcanzar a la lejana cadena
causal y a las consecuencias futuras, son aspectos distintos del mismo tipo de cambio del
comportamiento que se produce necesariamente al mismo tiempo que la monopolización

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


142

de la violencia física y la ampliación de las secuencias de acción y de las interdependencias


en el ámbito social. Se trata de una modificación del comportamiento en el sentido de la
«civilización»” (Elias, 2016: 541 y 542).

Esto resultó de un proceso de concentración del poder a partir de una situa-


ción de “extrema desintegración”, como la existente en el mundo feudal de
Occidente, cuando comienzan a actuar determinados mecanismos y que derivó
de la necesaria “interdependencia” que condujo “a la integración de territo-
rios cada vez más extensos”. Se pasó “de las luchas de competencia y de
exclusión de los pequeños señoríos, de los pequeños centros de dominación
política, que, a su vez, surgieron de luchas de exclusión entre unidades aún
menores” a la victoria de algunos titulares de las unidades en lucha, convir-
tiendo a este “en centro de integración de una unidad de dominación mayor”
conformado como “el núcleo monopolista de una organización estatal en cuyo
marco muchas de las zonas o grupos humanos que antaño se hallaban en
competencia libre se integran en un entramado más o menos unitario, más o
menos denso y de mayor extensión” (Elias, 2016: 618).
Por su parte, para Elias, la “forma de organización del control, la violencia
física y la amenaza que de ella emana” resultante de este proceso de concen-
tración ha incidido de manera determinante sobre el individuo en la medida
que construyó territorios pacificados y, en ellos, excluyó de la vida de esos indi-
viduos “una inseguridad permanente” e instaló una “forma peculiar de seguri-
dad”, lo que a su vez le permitió ir construyendo una modalidad de autocontrol.

“La organización monopolista de la violencia física no solamente coacciona al individuo


mediante una amenaza inmediata, sino que ejerce una coacción o presión permanente
mediatizada de muchas maneras y, en gran medida, calculable. En muchos casos, esta
organización actúa a través de su propia superioridad. Su presencia en la sociedad es, habi-
tualmente, una mera posibilidad, una instancia de control. La coacción real es una coacción
que ejerce el individuo sobre sí mismo en razón de su preconocimiento de las consecuencias
que puede tener su acción al final de una larga serie de pasos en una secuencia, o bien en
razón de las reacciones de los adultos que han modelado su aparato psíquico infantil. El
monopolio de la violencia física, la concentración de las armas y de las personas armadas en
un solo lugar hace que el ejercicio de la violencia sea más o menos calculable y obliga a los
hombres desarmados en los ámbitos pacificados a contenerse por medio de la previsión y
de la reflexión. En una palabra, esta organización monopolista obliga a los seres humanos a
aceptar una forma más o menos intensa de autodominio” (Elias, 2016: 544 y 545).

En razón de ello, este brillante estudioso alemán sostiene que, en verdad, lo


que se establece con el monopolio de la violencia en los ámbitos pacificados
es “un autodominio desapasionado” en el que “el aparato de control y de
vigilancia en la sociedad se corresponde con el aparato de control que se
constituye en el espíritu del individuo”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


143

CC
[…] Al aumentar los grupos de personas en relaciones de interdependencia y al
excluirse de estas los actos de violencia física, surge un aparato social en el que
las coacciones que los hombres ejercen unos sobre otros se transforman en au-
tocoacciones; estas autocoacciones, que son funciones de una previsión y re-
flexión permanentes que se inculcan en el individuo desde pequeño en corres-
pondencia con su imbricación en secuencias más largas de acciones, tienen
parcialmente la forma de un autodominio consciente, parcialmente también la
forma de costumbres, y funcionan de modo automático. (Elias, 2016: 548)

Este proceso civilizatorio se expande y difunde al conjunto de la sociedad. No


se trata solo de un proceso llevado a cabo o vivenciado por los sectores domi-
nantes o los titulares del poder, sino que se divulga también entre las clases
bajas y estas contribuyen con la conformación de un conjunto social relativa-
mente integrado. “La división del trabajo se hace tan sensible y complicada y
las perturbaciones en cualesquiera lugares de las cadenas de montaje que la
atraviesan afectan en tal grado a la totalidad social que, bajo la presión de las
luchas de exclusión, las clases dirigentes, las poseedoras del poder, se ven
obligadas a tomar crecientemente en consideración a las amplias clases popu-
lares”, señala Elias, dando cuenta de un claro proceso de incorporación social
y de “expansión de la civilización” (2016: 554). Esto implica “la integración
de las clases inferiores, urbanas y rurales, en las pautas del comportamiento
civilizado, la continua habituación de esas clases a una previsión a más largo
plazo, a una contención homogénea y a una regulación más estricta de las
emociones: la solidificación cada vez mayor de un aparato de autocoacción”
(2016: 560).
La formación de los Estados fue concomitante con este conjunto de trans-
formaciones en la esfera de los individuos. Pacificar significa gestionar impul-
sos y emociones, limitar y canalizar miedos. Pero las sociedades modernas
están atravesadas por las tensiones y temores que surgen de las diferencias
de nivel social y eso hace que las personas se sientan inseguras.

“Ninguna sociedad puede subsistir sin canalizar los impulsos y las emociones individua-
les, sin una regulación muy concreta del comportamiento individual. Ninguna de estas
regulaciones es posible sin que los seres humanos ejerzan coacciones recíprocas y cada una
de estas coacciones se transforma en miedo de uno u otro tipo en el espíritu del hombre
coaccionado. No hay que hacerse ilusiones, la producción y reproducción continua de los
miedos humanos por medio de los hombres es algo inevitable e inexcusable siempre que
los hombres traten de convivir de una u otra forma, siempre que sus anhelos y sus accio-
nes se interrelacionen, ya sea en el trabajo, en la convivencia o en el amor. Pero tampoco
debemos creer o imaginarnos que los mandatos y los miedos que hoy dan su carácter al
comportamiento de los hombres tengan como «objetivo», en lo esencial, estas necesidades
elementales de la convivencia humana, y que, en nuestro mundo, se limitan a las coac-
ciones y a los miedos imprescindibles para un equilibrio de los anhelos de muchos y para
el mantenimiento de la convivencia social. Nuestros códigos de comportamiento son tan
contradictorios y tan llenos de desproporciones como las formas de nuestra convivencia, y
la estructura de nuestra sociedad. Las coacciones a las que hoy está sometido el individuo,
así como los miedos correspondientes están determinados, en su carácter, en su intensidad y
en su estructura, por las coacciones específicas de interdependencia de nuestro edificio social
de las que hablábamos más arriba: por las diferencias de nivel y las poderosas tensiones que
las caracterizan” (Elias, 2016: 627).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


144

En definitiva, como señala este pensador, el “entramado social no es definitivo


y mucho menos un punto culminante de una civilización, como tampoco lo es
nuestra forma de comportamiento, nuestro nivel de coacciones, mandatos
y miedos”, lo que indica que “la civilización no se ha terminado”, sino que
“constituye un proceso”.
Ahora bien, Pierre Bourdieu (1997) propone reconstruir analíticamente la
emergencia del Estado moderno en un sentido más amplio. Rechaza aquellos
enfoques que interpretan dicha emergencia como un proceso de concentración
de la fuerza física y propone abordarlo como un proceso histórico de concen-
tración de los instrumentos del campo de la coacción física, del derecho, de
la cultura y de la economía y también del campo simbólico.

CC
De hecho, la génesis del Estado es inseparable de un proceso de unificación
de los diferentes campos sociales, económico, cultural (o escolar), político,
etc., que va parejo a la constitución progresiva de un monopolio estatal de la
violencia física y simbólica legítima. Debido a que concentra un conjunto de re-
cursos materiales y simbólicos, el Estado está en condiciones de regular el
funcionamiento de los diferentes campos, o bien a través de las intervencio-
nes financieras (como en el campo económico, las ayudas públicas a la inver-
sión o, en el campo cultural, las ayudas a tal o cual forma de enseñanza), o
bien a través de las intervenciones jurídicas (como las diferentes normativas
del funcionamiento de las organizaciones o del comportamiento de los agen-
tes individuales). (Bourdieu, 1997: 50)

Para este autor, el Estado no solamente reivindica con éxito el monopolio del
empleo legítimo de la violencia física, sino también el de la “violencia simbóli-
ca”. Dicha posibilidad es factible dado que el Estado estructura efectivamente
su dominio “subjetivo” a través de diversas formas de “estructuras menta-
les, de percepción y de pensamiento”. Es decir, la emergencia del Estado
se produce a través de una serie de actos de institución de las “estructuras
sociales” y de las “estructuras mentales” adaptadas a aquellas, que lo con-
forman y que se presentan como algo “natural”. Así, el Estado resulta de la
concentración –histórica– de diferentes tipos de capital, tales como el capital
de la fuerza física, el capital económico, el capital cultural, el capital simbólico,
delimitando un campo de poder en cuyo escenario se entretejen una serie de
confrontaciones y luchas que, directa o indirectamente, apuntan en particular
al control del Estado y, desde él, al control del campo y de los intercambios y
de las correlaciones de fuerza que se producen en él. Ello genera, en verdad,
un nuevo tipo de capital, es decir, el capital estatal.

“El Estado es el resultado de un proceso de concentración de los diferentes tipos de capital,


capital de fuerza física o de instrumentos de coerción (ejército, policía), capital económico,
capital cultural o, mejor, dicho, informacional, capital simbólico, concentración que, en
tanto que tal, convierte al Estado en poseedor de una especie de metacapital, otorgando
poder sobre las demás clases de capital y sobre sus poseedores. La concentración de diferentes
especies de capital (que va pareja con la elaboración de los diferentes campos correspon-
dientes) conduce en efecto a la emergencia de un capital específico, propiamente estatal, que

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


145

permite al Estado ejercer un poder sobre los diferentes campos y sobre los diferentes tipos
particulares de capital, en especial sobre las tasas de cambio entre sí (y, con ello, sobre las
relaciones de fuerza entre sus poseedores). De lo que resulta que la elaboración del Estado
va pareja con la elaboración del campo del poder entendido como espacio de juego dentro
del cual los poseedores de capital (de diferentes tipos) luchan particularmente por el poder
sobre el Estado, es decir, sobre el capital estatal que da poder sobre las diferentes especies de
capital y sobre su reproducción (particularmente sobre la institución escolar)” (Bourdieu,
1997: 99 y 100).

Bourdieu reconoce que, en sus orígenes, el Estado moderno debió reafirmar


su fuerza física frente a otras formaciones estatales en nacimiento y también
frente a sucesivos “contrapoderes” internos que resistieron aquella concen-
tración. Las fuerzas armadas de ese Estado se diversificaron y se conforma-
ron, así, en “fuerzas militares” a cargo de la defensa exterior del Estado y en
“fuerzas policiales” a cargo del mantenimiento del “orden interior” del mismo.
Pero esta concentración de “capital de fuerza física” requirió de la conforma-
ción de una “fiscalidad” eficiente mediante la cual fue posible la recaudación
impositiva que permitió el financiamiento de los imperativos de la defensa y
la seguridad interior. Ello dio lugar a una “causalidad circular” entre la institu-
cionalización de las fuerzas armadas del Estado y la institucionalización de los
impuestos, ya que estos eran cobrados a los súbditos con el fin de mantener
a aquellas fuerzas, y estas servían, al mismo tiempo, de instancia de coerción
que permitía vencer las sucesivas resistencias internas que se interponían al
cobro de esos impuestos.
Del mismo modo, esto generó la conformación de un capital simbólico asen-
tado en el reconocimiento de la legitimidad de aquellas fuerzas armadas y de
las recaudaciones oficiales, y todo, en su conjunto, contribuyó con la unifica-
ción del territorio, es decir, de un territorio sometido a una misma fiscalidad y
fue parejo con la concentración del capital informacional acerca del conjunto
social –especialmente, a través de las estadísticas económicas y poblacio-
nales y de la cartografía territorial–, lo cual, a su vez, trajo aparejada la con-
formación del mercado cultural mediante la unificación de los códigos y de
las estructuras lingüísticas y jurídicas y la homogeneización de las formas de
comunicación y de las estructuras burocráticas. En ello jugaron un rol central
las estructuras escolares inculcando y trasmitiendo una “cultura nacional legí-
tima”. Así, el Estado se fue conformando al amparo de la concentración de
estas diferentes especies de capital y, en su marco, fue moldeando un conjun-
to de “estructuras mentales” que contienen principios de visión y de división
comunes, formas de pensamiento y de percepción comunes, etc.
Según Bourdieu, en este proceso de concentración, el capital simbólico
configuró una instancia estructurante básica en la medida que sirvió como
condición o como acompañamiento de todas las otras formas de concentra-
ción de capital. Y, en particular, la forma objetivada y codificada de ese capital
simbólico, que está dada por el capital jurídico, cuya concentración supuso un
proceso de diferenciación que desembocó en la conformación de un “campo
jurídico autónomo”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


146

“Todo remite a la concentración de un capital simbólico de reconocida autoridad que,


ignorado por todas las teorías de la génesis del Estado, se presenta como la condición o,
cuando menos, el acompañamiento de todas las demás formas de concentración, si deben
tener por lo menos cierta duración. El capital simbólico es cualquier propiedad (cualquier
tipo de capital, físico, económico, cultural, social) cuando es percibida por agentes sociales
cuyas categorías de percepción son de tal naturaleza que les permiten conocerla (distinguirla)
y reconocerla, conferirle algún valor. […] Más exactamente, esa es la forma que adquiere
cualquier tipo de capital cuando es percibido a través de unas categorías de percepción que
son fruto de la incorporación de las divisiones o de las oposiciones inscritas en la estructura
de la distribución de esta especie de capital (por ejemplo fuerte/débil, grande/ pequeño, rico/
pobre, culto/inculto, etc.). De lo que resulta que el Estado, que dispone de medios para
imponer e inculcar principios duraderos de división conformes a sus propias estructuras, es
la sede por antonomasia de la concentración y del ejercicio del poder simbólico” (Bourdieu,
1997: 108 y 109).

A su vez, es fundamental la “forma objetivada y codificada” de ese capital


simbólico que está dada por el capital jurídico, cuya concentración supuso un
proceso de diferenciación que desembocó en la conformación de un “campo
jurídico autónomo” (Bourdieu, 1997: 110).
Bourdieu le otorga una importancia capital a este proceso en la conforma-
ción del poder estatal. Y ello, según observa, se expresa en la capacidad del
titular del Estado de “nombrar”, es decir, designar personas con honores,
puestos o funciones.

CC
La concentración del capital jurídico es un aspecto, absolutamente crucial, de
un proceso más amplio de concentración del capital simbólico, bajo sus dife-
rentes formas, que constituye la base de la autoridad específica del detenta-
dor del poder estatal y en particular de su poder, harto misterioso, de nombrar.
Así, por ejemplo, el rey se esfuerza por controlar la totalidad de la circulación
de los honores a los que podían pretender los hidalgos: trata de adueñarse de
los grandes beneficios eclesiásticos, de las órdenes de caballería, de la distri-
bución de los cargos militares, de los cargos de la corte y por último y sobre to-
do de los títulos de nobleza. De este modo se constituye poco a poco una ins-
tancia central de nombramiento. (Bourdieu, 1997: 111)

De esta manera, “se pasa del capital simbólico difuso, basado exclusivamente
en el reconocimiento colectivo, a un capital simbólico objetivado, codificado,
delegado y garantizado por el Estado, burocratizado”, que se manifiesta con
radicalidad en el acto de nombrar, de atribuir, de designar, como un “acto de
consagración”. Bourdieu explica que el nombramiento es un “acto misterioso”
que moviliza un capital simbólico acumulado dentro de una red de “relaciones
de reconocimiento (…) constitutivas del universo burocrático” (1997: 113).
El Estado actúa, así, como un “banco de capital simbólico” que “garantiza
todos los actos de autoridad” y le otorga una “impostura legítima”, convirtién-
dose en un “verdadero poder creador, casi divino”.

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147

“El nombramiento o el certificado pertenecen a la clase de los actos o de los discursos ofi-
ciales, simbólicamente eficientes en tanto que llevados a cabo en situación de autoridad por
unos personajes autorizados, «oficiales», actuando ex officio, en tanto que poseedores de un
officium (publicum), de una función o de un cargo asignado por el Estado: el veredicto del
juez o del profesor, los procedimientos de registro oficial, actas o atestados, los actos destina-
dos a producir un efecto de derecho, como las actas del estado civil, nacimiento, matrimonio
o defunción, o las actas de venta, tienen la capacidad de crear (o de instituir), mediante
la magia del nombramiento oficial, declaración pública o llevadas a cabo respetando las
formas prescritas, por los agentes titulares, debidamente registrada en los registros oficiales,
identidades sociales socialmente garantizadas (la de ciudadano, de elector, de contribuyen-
te, de pariente, de propietario, etc.) o uniones y grupos legítimos (familias, asociaciones,
sindicatos, partidos, etc.). Al enunciar con autoridad lo que un ser, cosa o persona, es en
realidad (veredicto), en su definición social legítima, es decir lo que está autorizado a ser,
lo que tiene derecho a ser, el ser social que tiene derecho a reivindicar, a profesar, a ejercer
(por oposición al ejercicio ilegal), el Estado ejerce un verdadero poder creador, casi divino
[…]” (Bourdieu, 1997: 114).

Para Bourdieu, el orden simbólico se estructura sobre la base de la imposición


a las personas de un conjunto de “estructuras cognitivas”, es decir, formas de
percepción y de pensamientos comunes, que son aparentemente coherentes
y sistemáticas y que están en consonancia con las “estructuras objetivas
del mundo social”. Dicha consonancia inmediata se traduce en sumisión al
“orden establecido” dado que aquellas estructuras cognitivas, incorporadas
y convertidas en inconscientes, resultan de la historia colectiva e individual,
pero fueron diseñadas e impuestas por el propio Estado, en particular, por
sus funcionarios. El Estado, en suma, construye hábitus sobre la base de los
cuales se estructura el consenso con que cuenta y la sumisión del que es
beneficiario de parte de las personas y grupos sociales y políticos.
Por eso, para el sociólogo francés, el rasgo específico del poder del Estado
deriva de su capacidad para construir “mentalidades” mediante la “forma par-
ticular de eficacia simbólica que ejerce”. El Estado construye “sentido común”
mediante la inculcación de “unas estructuras cognitivas y evaluativas idénti-
cas o parecidas” y, de este modo, produce un “mundo social ordenado” sin
necesidad de ejercer todo el tiempo la coerción física.

CC
La construcción del Estado va pareja con la construcción de una especie de
trascendencia histórica común, inmanente a todos sus «súbditos». A través del
marco que impone a las prácticas, el Estado instaura e inculca unas formas y
unas categorías de percepción y de pensamiento comunes, unos marcos so-
ciales de la percepción, del entendimiento o de la memoria, unas estructuras
mentales, unas formas estatales de clasificación. Con lo cual crea las condi-
ciones de una especie de orquestación inmediata de los hábitus que es en sí
misma el fundamento de una especie de consenso sobre este conjunto de evi-
dencias compartidas que son constitutivas del sentido común. (Bourdieu,
1997: 117)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


148

La sumisión al orden estatal se logra porque las estructuras cognitivas que el


Estado impone “no son formas de la conciencia sino disposiciones del cuerpo” y, en
función de ello, “la obediencia que otorgamos a los imperativos estatales no puede
ser comprendida como sumisión mecánica a una fuerza ni como consentimiento
consciente a un orden” debido a que “el mundo social está lleno de llamadas al
orden que solo funcionan como tales para aquellos que están predispuestos a per-
cibirlas, y que despiertan unas disposiciones corporales profundamente arraigadas,
sin pasar por las vías de la conciencia y del cálculo”. Ello da lugar a la legitimidad
del Estado que, para ser eficaz, no se siente ni se percibe, sino que se vive:

CC
[…] Lo que plantea un problema es que, en lo esencial, el orden establecido
no plantea ningún problema; que, excepto en las situaciones de crisis, la cues-
tión de la legitimidad del Estado, y del orden que instituye, no se plantea. El
Estado no precisa necesariamente dar órdenes, y ejercer una coerción física
para producir un mundo social ordenado: no mientras esté en disposición de
producir unas estructuras cognitivas incorporadas que sean acordes con las
estructuras objetivas y de garantizar de este modo la creencia […], la sumisión
dóxica al orden establecido. (Bourdieu, 1997: 120)

De este modo, el Estado no condensa apenas un proceso de concentración


de la fuerza física, sino también de concentración concomitante de la fuerza
simbólica materializada en “estructuras cognitivas” que contienen formas de
percepción, de clasificación y de significación de las cosas del mundo y, en par-
ticular, de las estructuras sociales, sin perder de vista que se trata de estruc-
turas cognitivas históricamente constituidas y cuyos efectos básicos implican
la creación de un basamento de legitimidad y consenso en favor del Estado.

LECTURA OBLIGATORIA

Weber, M. (1991), “Parlamento y gobierno en una Alemania reor-

OO ganizada. Una crítica política de la burocracia y de los partidos”, en


Escritos políticos, Alianza Editorial, Madrid. (Selección del texto)

4.4. La estructuración sociopolítica del Estado


El Estado se produce y reproduce en el marco de un conjunto de relaciones
sociales. Es parte de esa trama de relaciones y, por ende, se estructura en
ella y a través de ella. Ello no solo da cuenta de que el Estado constituye un
fenómeno social sino que también es histórico.
Bob Jessop destaca que el Estado no es una “entidad unitaria sustancial
[…], un agente, una función o una relación que está separada de la sociedad
y opera como mecanismo vertebrador esencial, pero oculto, de la vida políti-
ca”. Tampoco es “una fuerza ideológica explícita arraigada en la tergiversa-
ción –enmascaramiento– colectiva de la dominación política y económica, en
las sociedades capitalistas, de formas que legitiman el sometimiento a ella”
(2017: 56). El Estado es una dimensión de la vida social y política.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


149

“[…] El Estado y el sistema político son partes de series de relaciones sociales más amplias
y no pueden ser comprendidas ni explicadas de manera adecuada sin hacer referencia a
su integración en estructuras de mayor amplitud. Los Estados soberanos no existen en
un solemne aislamiento, vigilando al resto de la sociedad, sino que están íntimamente
relacionados con otros órdenes institucionales (en especial, los sistemas económico y legal)
y con sus respectivas “sociedades civiles” […]. Esta relación varía notablemente a lo largo
y ancho de los Estados. Es más, sea cual sea el grado de autonomía del Estado respecto a
otros órdenes, el ejercicio y el impacto del poder estatal (o, mejor dicho, de sus poderes)
son activados mediante grupos cambiantes de políticos y funcionarios del Estado que están
localizados en partes concretas del aparato estatal, en coyunturas específicas, y reflejan el
equilibrio de fuerzas prevaleciente tal y como se ha resuelto tanto fuera como dentro del
Estado. De esto se desprende que los poderes y las capacidades estructurales del Estado no
pueden comprenderse totalmente centrándose sólo en él […]” (Jessop, 2017: 59).

Este conjunto de dimensiones señaladas por Jessop conduce a abordar al


Estado en cuanto a su estructuración social y política, así como en cuanto a su
composición institucional y al juego de relaciones de fuerza articuladas entre sus
actores, lo que haremos en este apartado y en el siguiente, respectivamente.
El Estado, como organización social altamente especializada, toma cuerpo
en sus órganos de gobierno y de administración mediante los cuales se
proyecta como instancia codificada de dirección y regulación legítima sobre el
conjunto del sistema político y social. Estas funciones de dirección y regulación
configuran las tareas estructurales del Estado y se articulan alrededor de dos
objetivos centrales. Por un lado, la inserción política externa de la asociación
y/o la preservación de la integridad institucional y territorial de esa comunidad
frente al exterior. Y, por el otro, la estructuración de un cierto orden político-
social interno.
Ahora bien, el Estado, en tanto estructura, es decir, en tanto conjunto de
procedimientos sociales y recursos políticos estructurados a partir de un sis-
tema de interacción con alto grado de institucionalización, se expresa regular-
mente en las prácticas e interacciones sociales y políticas desarrolladas por
los actores que –en su condición de gobernantes, funcionarios, organizaciones
o sectores no estatales– lo constituyen y legitiman como institución de gobier-
no. Es importante distinguir la doble faceta que posee el Estado. Al mismo
tiempo que el Estado es el resultado de esas prácticas e interacciones regula-
res, también constituye el medio de producción de las mismas. Vale decir que
el Estado “toma cuerpo” en esa compleja trama de prácticas e interacciones
que lo producen y reproducen regularmente como sistema de gobierno, y, en
ese mismo acto, configura el medio a través del cual se lleva a cabo la efecti-
vización de esas prácticas e interacciones y de todas aquellas por vía de las
cuales los actores participan e influyen, de alguna manera, sobre su organi-
zación y contenido.
En consecuencia, no se puede concebir al Estado como una instancia cerra-
da y aislada de la sociedad y del sistema político, ni independiente respecto de
las interacciones estructuradas entre los actores y grupos sociales y políticos
que directa o indirectamente intervienen en él. Por el contrario, al mismo tiem-
po que el Estado es condicionado en su funcionamiento y en su organización
por la dinámica de esas interacciones, también constituye un factor estructural
condicionante del proceso social y político llevado a cabo por aquellos actores.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


150

Para Lagroye, esta centralidad se reafirma “en la medida que las instan-
cias de gobierno de una sociedad parecen capaces de imponer a sus miem-
bros el respeto por las reglas que rigen las relaciones entre grupos y rigen
sus derechos y obligaciones recíprocas”, lo que hace que “el control directo
o indirecto” de dichas instancias refuercen su importancia estratégica dentro
del proceso político.

CC
De alguna manera, el “poder del Estado” deviene de la siguiente dinámica: an-
te la imposibilidad de imponer directamente sus intereses, los grupos sociales
rivales tienden a reconocer la autoridad de las instancias y los aparatos esta-
tales que esperan controlar; estas, designadas por su capacidad para reivindi-
car una legitimidad colectiva propia, se benefician con esas delegaciones im-
plícitas de poder; así refuerzan su capacidad de acción, al punto de poder
imponer a los grupos reticentes, o incluso a todos, las decisiones que lesionan
ciertos intereses. (Lagroye, 1991: 104 y 105)

Todo esto, en definitiva, apuntala y consolida, de cara a la sociedad, la creen-


cia en la legitimidad de las instituciones estatales de gobierno y la apariencia
de que configura “algo dado, inalterable y dotado de fuerza propia” que se
proyecta externa y coercitivamente sobre los individuos y grupos políticos y
sociales.

CC
Lo que se considera como parte del “orden político” ya no parece depender de
una relación de fuerzas entre grupos y aparatos sociales de dominación, sino
corresponder a la sola competencia del Estado; de manera que las acciones,
concordantes en sus efectos, de gobernantes, aparatos administrativos y orga-
nismos diferenciados a cargo de los intereses grupales, extienden (de manera
más o menos rápida y regular) el campo de las actividades políticas cuyo con-
trol se arroga el Estado. (Lagroye, 1991: 105)

Es en este marco que el Estado se convierte en el principal referente y ámbito


de desarrollo de la actividad política, ya que sus acciones e iniciativas generan
o tienen, de alguna manera, ciertos efectos sobre la producción y reproducción
de formas regularizadas de relaciones sociales y políticas de poder. Es decir,
el Estado está en condiciones de imponer y/o afectar decisiones, normas y
procedimientos que, de alguna manera, tienen consecuencias directas o indi-
rectas sobre la vida política y social, lo que determina que el grueso de las
interacciones –y de los conflictos– entre grupos sociales y políticos se orienten
a influir o participar de las decisiones gubernamentales del Estado.
El Estado constituye la única instancia que detenta el monopolio del “papel
social” de ser la organización legítima y legal que garantiza el “orden públi-
co”, incluso permitiéndole, de ser necesario, hacer uso de la fuerza, tal como
lo indicó Weber. Este contexto de consentimiento social y legitimidad política
permite que el Estado lleve a cabo la estructuración del orden político-social
interno. En esta dirección, Lagroye señala que el Estado es quien promueve
la definición de las “reglas que rigen las relaciones entre grupos sociales”,
y que estas no son inventadas o establecidas por sí mismo, sino que resul-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


151

tan de “la transformacion de las relaciones entre los grupos en un espacio


ampliado”, pero son dotadas de la autoridad que se le reconoce al Estado y
sus aparatos. En palabras de Lagroye, el Estado “les pone el sello de su pro-
pia legitimidad” (1991: 111).
En verdad, como se vio, estos efectos sociales y políticos no son más que
el resultado de un proceso de objetivación de las estructuras de gobierno
estatal que da lugar a que el “orden político” se presente ante las personas
como el resultado competente y legítimo del Estado y no como un producto
de las interacciones políticas protagonizadas por los diferentes grupos y apa-
ratos sociopolíticos. Esta objetivación, en definitiva, permite que el Estado se
constituya y desarrolle como estructura institucional de dominación y de orga-
nización política de los sistemas sociales y, más precisamente, del sistema
político, lo que, a su vez, configura uno de los ejes fundamentales mediante
el cual es posible explicar las condiciones de cambio y evolución del proceso
social y político contemporáneo.
La incidencia del proceso de objetivación del Estado en la vida política
actual es relevante. Ya vimos que para Bourdieu este proceso es tan signifi-
cativo que el Estado solo puede pensarse con categorías elaboradas por el pro-
pio Estado o, digamos, por los funcionarios estatales. Para este pensador, el
dominio estructurado a través del Estado no solo se manifiesta mediante el
eventual empleo de la violencia física, tal como lo expuso Weber, sino también
mediante la “violencia simbólica”.

CC
Si el Estado está en condiciones de ejercer una violencia simbólica es porque se
encarna a la vez en la objetividad bajo formas de estructuras y de mecanismos
específicos y en la «subjetividad» o, si se prefiere, en los cerebros, bajo formas
de estructuras mentales, de percepción y de pensamiento. Debido a que es el
resultado de un proceso que la instituye a la vez en las estructuras sociales y en
las estructuras mentales adaptadas a esas estructuras, la institución instituida
hace olvidar que es fruto de una larga serie de actos de institución y se presenta
con todas las apariencias de lo natural. (Bourdieu, 1997: 98)

Esta perspectiva amplía la noción de Estado y la asienta tanto en el campo de


la coacción política, del derecho, de la cultura y de la economía como, princi-
palmente, en el campo simbólico. Es, pues, en el marco de este campo que el
Estado es objetivado, naturalizado, y a partir de ello, que ese Estado detenta
la capacidad de regular los diferentes campos de la vida social.
De este modo, en la modernidad, la política se ha ido estructurando, en
gran medida, en torno de las confrontaciones articuladas alrededor de la con-
centración y control del capital estatal. Como ya se resaltó, el Estado ha sido
la principal instancia de referencia, en forma directa o indirecta, de las luchas
políticas, las que bien pueden ser entendidas como luchas por “el monopolio
de las ventajas propias del monopolio estatal de la violencia física y legítima”.
Ahora bien, que el Estado configure un conjunto de instituciones, organiza-
ciones y funciones que detente la autoridad legal y el monopolio efectivo de la
fuerza física legítima no lo convierte en una entidad separada de la sociedad y
diferenciada de la economía, la política y la cultura. El Estado es una relación
que expresa poder, significaciones, intereses y valores sustentados por acto-
res que forman parte de la sociedad. Vale decir, no existe una relación de exte-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


152

rioridad entre el Estado y la sociedad, sino, por el contrario, el Estado consti-


tuye una red compleja y altamente institucionalizada de la sociedad, y en él se
expresan y “reflejan” el conjunto de conflictos y correlaciones de poder que se
establecen entre los actores políticamente relevantes, es decir, entre aquellos
actores con capacidad para incidir, influir o determinar las políticas y regla-
mentaciones gubernamentales estructuradas en el Estado y a través de él.
Al contrario, en el marco de ciertas perspectivas materialistas, el Estado
fue entendido como una instancia orientada al mantenimiento de las condicio-
nes institucionales necesarias para perpetuar o reproducir el capitalismo en
tanto modo de organización de la producción y como régimen social de acumu-
lación de capital basado en la extracción y apropiación coercitiva y privada del
plusvalor creado por el conjunto de la sociedad. En esa perspectiva, el Estado
aparecía como un instrumento –externo y cuasi cosificado– de explotación de
las clases dominantes sobre las clases subordinadas. Sin embargo, otras
visiones clasistas dieron cuenta críticamente de esa perspectiva instrumen-
talista y reivindicaron justamente el carácter relacional del poder y del Estado.
Nicos Poulantzas (2005), por ejemplo, en el marco de una perspectiva mar-
xista, consideró al Estado como la expresión institucional de una trama de
relaciones de fuerzas articulada alrededor de la función ordenadora y estraté-
gica del Estado mismo. El Estado no es una “cosa” manipulada por las cla-
ses dominantes, ni es un “sujeto” que somete a las clases dominantes, es
decir, no es un “bloque monolítico, sin fisuras”, sino que está atravesado por
“contradicciones internas”. Las políticas del Estado, la autonomía relativa de
este y su papel organizador resultan de las “fisuras, divisiones y contradiccio-
nes internas del Estado”.

CC
[…] Captar el Estado como la condensación de la relación de fuerzas entre cla-
ses y fracciones de clases tal como estas se expresan, siempre de modo es-
pecífico, en el seno del Estado, significa que el Estado está constituido-dividido
de parte a parte por las contradicciones de clase. Esto significa que una insti-
tución, el Estado, destinada a reproducir las divisiones de clase no es, y no
puede ser nunca, como en las concepciones del Estado-Cosa o Sujeto, un blo-
que monolítico, sin fisuras, cuya política se instaura, en cierto modo, pese a
sus contradicciones, sino que está dividido. (Poulantzas, 2005: 159)

Para Poulantzas, la homogeneidad y la uniformidad del Estado solo se refleja


en el ordenamiento jurídico interno del mismo. Pero la trama jerárquica y buro-
crática del Estado y sus prácticas “no se parecen en absoluto a su imagen
jurídica”.

“[…] Captar el Estado como condensación material de una relación de fuerzas, significa
que hay que captarlo como un campo y un proceso estratégicos, donde se entrecruzan núcleos
y redes de poder, que se articulan y presentan, a la vez, contradicciones y desfases entre sí.
De ello derivan tácticas cambiantes y contradictorias, cuyo objetivo general o cristalización
institucional toman cuerpo en los aparatos estatales. Este campo estratégico está atravesado
por tácticas frecuentemente muy explícitas al nivel limitado de su inscripción en el Esta-
do, tácticas que se entrecruzan, luchan entre sí, encuentran puntos de impacto en ciertos

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


153

aparatos, son cortocircuitadas por otras y perfilan finalmente lo que se llama «la política»
del Estado, línea de fuerza general que atraviesa los enfrentamientos en el seno del Estado.
A tal nivel, esta política puede ser, ciertamente, descifrable como cálculo estratégico, pero
más como resultado de una coordinación conflictiva de micropolíticas y tácticas explícitas y
divergentes que como formulación racional de un proyecto global y coherente” (Poulantzas,
2005: 163 y 164).

Dicho de otro modo: el Estado cuenta con un margen significativo de autonomía


relativa respecto de los sectores sociales dominantes. Y, aunque Poulantzas
niega que el Estado sea un “simple acoplamiento de piezas sueltas” y pre-
sente una suerte de “unidad de aparato” que se traduce en políticas a favor
de las clases dominantes, reconoce que siempre existe una relativa autonomía
conflictiva y diversa.
En una tradición teórica diferente del marxismo, Theda Skocpol (1984) tam-
bién dio cuenta de este aspecto de la relación entre el Estado y los actores
sociales, y lo hizo destacando que aquella autonomía daba lugar a la confor-
mación de una trama de “intereses” propios del Estado, o de sus funcionarios,
más allá de los de las clases dominantes.

“Las organizaciones de Estado compiten necesariamente y hasta cierto grado con la(s)
clase(s) dominante(s) en la asignación de recursos tomados de la economía y de la sociedad.
Y los objetivos a los que se destinan estos recursos, una vez asignados, muy bien pueden no
corresponder a los existentes intereses de la clase dominante. Pueden emplearse recursos para
fortalecer la composición y la autonomía del Estado mismo, a veces amenazando necesaria-
mente a la clase dominante, a menos que el poder del Estado sea indispensable y realmente
aplicado en apoyar los intereses de la clase dominante. Pero el empleo del poder del Estado
para apoyar los intereses de la clase dominante no es inevitable. En realidad, los intentos
de los dirigentes por desempeñar simplemente las funciones “propias” del Estado pueden
crear conflictos de interés con la clase dominante. El Estado normalmente desempeña dos
conjuntos básicos de tareas: mantiene el orden y compite con otros Estados, reales o poten-
ciales. […] Los Estados habitualmente funcionan para mantener las existentes estructuras
económicas y de clase, pues tal es normalmente el medio más directo para imponer el orden.
Sin embargo, el Estado tiene sus propios intereses distintos de los de las clases subordinadas,
aunque tanto el Estado como la(s) clase(s) dominante(s) comparten un interés general en
mantener en su lugar a las clases subordinadas en la sociedad, y funcionando de acuerdo con
la economía existente, los intereses fundamentales propios del Estado en el mantenimiento
del simple orden físico y de la paz política pueden llevarle -especialmente en periodos de
crisis- a aplicar concesiones a las demandas de la clase subordinada. Estas concesiones pue-
den ser a expensas de los intereses de la clase dominante, pero no contrarias a los intereses
del propio Estado, de controlar la población, recabar impuestos y conseguir reclutas para el
ejército” (Skocpol, 1984: 62).

Postulando una perspectiva de corte “organizativa” y “realista”, Skocpol


rechaza la visión del Estado como “simples aspectos analíticos de modos
de producción abstractamente concebidos” o como “aspectos políticos de
relaciones y luchas concretas de clase”. Esta configuración teórica desdibuja

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


154

la autonomía realmente existente en todo Estado. En su visión, los “Estados


son verdaderas organizaciones que controlan (o tratan de controlar) territorios
y pueblo”. Sin dudas, “la economía existente y la estructura de clase condicio-
nan e influyen la estructura de Estado determinada así como las actividades
de sus gobernantes”. También “los medios geopolíticos crean tareas y opor-
tunidades para los Estados y ponen límites a sus capacidades de enfrentarse
a las tareas o crisis, sean externas o internas”, pero, en cualquier caso, las
organizaciones fundamentales del Estado son “potencialmente autónomas
ante todo control directo de la clase dominante”. Lo que resta conocer es el
“grado hasta el cual son en realidad autónomas, y con qué efecto”, lo que
“varía de un caso a otro” (Skocpol, 1984: 61-63).
Sin embargo, esta prestigiosa socióloga reconoce que los Estados están
atravesados por intereses de las clases, pero que el “clasismo” de la política
varía de un Estado a otro, lo que depende de la cultura política predominan-
te, de las formas de acción colectiva y de las posibilidades de articulación de
temas colectivos.

CC
[…] Las clases y las tensiones de clase están siempre presentes en las socie-
dades industriales, aunque la expresión política de los intereses y los conflic-
tos de clase nunca estén determinados automática o económicamente, sino
que dependen de las capacidades de las clases para conseguir concientiza-
ción, organización y representación. Directa o indirectamente, las estructuras y
actividades de los Estados condicionan profundamente esas capacidades de
clase. (Skocpol, 1989: 116)

Pero cree que la interpretación clásica del marxismo acerca del Estado como
instrumento de supremacía de las clases dominantes debe ponerse en tela de
juicio, es decir, ponerse “sino de cabeza, sin duda de lado”. Porque le otorga
un papel significativo a las intervenciones y capacidades del Estado.

CC
Las estructuras del Estado influyen no sólo en las capacidades de las clases
subordinadas sino también en las de las clases acomodadas. Nunca basta
con postular que los grupos dominantes tienen un “interés de clase” en man-
tener el orden sociopolítico o en que continúe un determinado desarrollo eco-
nómico según fórmulas congruentes con sus modelos de propiedad. La mane-
ra exacta -o incluso la posibilidad- de que se mantenga el orden y continúe la
acumulación económica depende, en una parte muy significativa, de las estruc-
turas estatales existentes y de las capacidades políticas de la clase dominan-
te que esas estructuras contribuyen a configurar. (Skocpol, 1989: 118)

Y concluye su planteo con una consideración fundamental acerca de la política


y el Estado.

“La política en todas sus dimensiones se fundamenta no solo en la “sociedad” o en la


“economía” o en una “cultura”, en el caso de que alguna de estas variables o todas ellas se
consideren independientemente de los modelos organizativos y las actividades de los Esta-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


155

dos. Los significados de la vida pública y de las formas colectivas a través de las cuales los
grupos adquieren conciencia de los objetivos políticos y trabajan para alcanzarlos no surgen
solo de las sociedades, sino en los puntos de encuentro de los Estados y las sociedades. En
consecuencia, la formación, por no decir las capacidades políticas, de fenómenos en apa-
riencia puramente socioeconómicos, como los grupos de interés y las clases, depende en una
medida importante de las estructuras y actividades de los mismos. Estados en los que, a su
vez, tratan de influir los actores sociales” (Skocpol, 1989: 120).

En este contexto, el Estado aparece, más bien, como garantía de ciertas


relaciones sociales, pero no es una garantía externa ni a posteriori de dichas
relaciones, sino que es una garantía intrínseca y constitutiva de las mismas.
En palabras de Guillermo O’Donnell, las diferentes dimensiones del Estado
no son “ni una cosa, ni una institución, ni una «estructura»”, sino “aspectos
de una relación social”.

“La dominación es relacional: es una modalidad de vinculación entre sujetos sociales. Es por
definición asimétrica, ya que es una relación de desigualdad. Esa asimetría surge del control
diferencial de ciertos recursos, gracias a los cuales es habitualmente posible lograr el ajuste
de los comportamientos y de las abstenciones del dominado a la voluntad -expresa, tácita o
presunta- del dominante. No tiene sentido intentar un inventario exhaustivo de esos recur-
sos, pero es útil distinguir algunos muy importantes como sustento de la dominación. El
primero es el control de medios de coerción física, movilizables por sí o por intermedio de
un tercero. Otro es el control de recursos económicos. Un tercero es el control de recursos
de información en sentido amplio, incluso conocimientos científico-tecnológicos. El último
que interesa señalar es el control ideológico, mediante el cual el dominado asume como justa
y natural la relación asimétrica de la que es parte, y por lo tanto, no la entiende ni cuestiona
como dominación” (O’Donnell, 1978: 1159).

El Estado es garante de las relaciones de dominación y no de los sujetos


sociales mediante los cuales esas relaciones se constituyen, y lo es frente al
conjunto de sujetos o actores sociales que se constituyen como tales en el
conjunto de esas relaciones.

“[…] La garantía que presta el Estado a ciertas relaciones sociales, incluso las relaciones de
producción que son el corazón de una sociedad capitalista y de su contradictoria articula-
ción en clases sociales, no es una garantía externa ni a posteriori de dicha relación. Es parte
intrínseca y constitutiva de la misma, tanto como otros elementos -económicos, de infor-
mación y control ideológico- que son aspectos que sólo podemos distinguir analíticamente
en dicha relación. ¿Qué quiere decir a su vez esto? Que las dimensiones del Estado, o de lo
propiamente político no son -como tampoco lo es “lo económico”- ni una cosa, ni una ins-
titución, ni una “estructura”: son aspectos de una relación social” (O’Donnell, 1978: 1162).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


156

Este aspecto del asunto, sumado a la relativa autonomía que el Estado guarda
respecto del conjunto de la sociedad, aun siendo parte intrínseca de ella, indi-
ca que el Estado expresa, de alguna manera, un “interés” más general que el
de los sujetos sociales que protagonizan las relaciones de dominación, pero
ello no implica que sea neutral o igualitario, ya que, en verdad, está orientado
básicamente a la reproducción de las relaciones sociales que constituyen a
la sociedad en forma desigual y contradictoria.

“[…] El Estado es expresión de un interés más general que el de los sujetos sociales de cuya
relación emana. Pero ese interés no es neutral o igualitario; es el de la reproducción de una
relación social que articula desigual y contradictoriamente a la sociedad. Esto equivale a decir
que el Estado en conjunto -como aspecto y como objetivaciones- es una forma de articu-
lación de aquellos sujetos sociales. En este sentido, el Estado es una generalidad (respecto
de la particularidad de aquellos sujetos y de sus intereses), pero es una generalidad parcia-
lizada (debido al sesgo estructural de la modalidad de articulación entre aquellos sujetos).
Lo cual a su vez implica que el Estado es una mediación imbricada en, y emanada de, una
relación entre otros sujetos sociales. Esta es la razón de que el Estado sea habitualmente,
además de coacción, una mediación consensualmente articuladora de sujetos sociales […]”
(O’Donnell, 1978: 1165 y 1166).

Dicha garantía es efectivamente realizada por el Estado en la medida que este


es capaz de co-articular y co-organizar la sociedad en su conjunto en dos sen-
tidos analíticamente distinguibles. En primer lugar, cuando el Estado funciona
como “límite negativo” frente a las consecuencias socialmente destructivas de
la reproducción de la sociedad y, en particular, de las relaciones de domina-
ción y del proceso de acumulación económica. Es decir, cuando el Estado inter-
viene y se proyecta institucionalmente como instancia protectiva de personas
o grupos frente a los riesgos sociales, ambientales, culturales, económicos,
etc., que pueden surgir del desarrollo económico y/o de las luchas políticas. Y,
en segundo término, cuando el Estado funciona como “límite positivo” contri-
buyendo a generar condiciones sociales –de salud, educación, infraestructura,
bienestar, etc.– que neutralicen conflictos o situaciones que puedan poner en
juicio la reproducción de las relaciones de dominación.
La presencia de las instituciones estatales y su proyección sobre la socie-
dad durante el ejercicio de estas funciones configura la principal razón por la
cual el Estado es vivido y percibido como “algo” externo, general y neutral.
Esa apariencia de externalidad, generalidad y neutralidad encubre, en verdad,
las relaciones de dominación que co-estructura, y se estructura en el propio
Estado y hace que ese Estado aparezca y se proyecte solamente en función
de la regulación y estructuración de dichas relaciones. Digamos que ello hace
viable la configuración del Estado como campo estratégico de las relaciones
de poder y, al mismo tiempo, como instrumento de poder básico en todo esce-
nario político moderno. Es decir, ello convierte al Estado en objetivo, medio y
resultado privilegiado del conjunto de las relaciones de dominación estructu-
radas en una sociedad moderna.
En objetivo porque su centralidad en la estructuración de la política moder-
na lo proyecta como un ámbito o instrumento cuyo control y/o influencia otor-
ga a los actores sociales una mayor capacidad de poder. En medio porque

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


157

configura un recurso de dominación básico en ese ámbito. Y como resultado


porque su existencia y características son el efecto de las prácticas políticas
y relaciones de dominación producidas y reproducidas por los actores socia-
les. La objetivación del Estado como instancia externa, general y neutral oculta
esta triple condición del Estado, así como su carácter eventualmente coactivo,
y ese ocultamiento permite efectivizar su proyección como tal, la hace viable
material y simbólicamente, le otorga un carácter legal e institucional y la con-
vierte en legítima para la mayoría de los actores sociales.

“Desde que las relaciones sociales fundamentales [...] aparecen desligadas de toda acción, es
difícil reconocer en ellas a su aspecto prioritariamente coactivo: el Estado. Por lo tanto, este
a su vez suele ser captado en lo que es derivado y secundariamente: en sus objetivaciones
como derecho y como conjunto de instituciones. Estas tienden entonces a aparecer como
plenitud del Estado, y, por lo tanto, son el momento de objetivación de una relación social
que se ha perdido de vista, también como una fuerza extraña a los sujetos sociales y movida
por una racionalidad que les es ajena. Lo que es primordialmente un aspecto de relaciones
de dominación queda reducido a su superficie objetivada en instituciones. Dicho de otra
manera, la reificación o cosificación del Estado [...] en sus instituciones es la modalidad típi-
ca de su apariencia –razón por la cual la crítica de ese Estado debe comenzar por descubrirlo
como aspecto de la dominación en la sociedad” (O’Donnell, 1978: 1172).

Así, el Estado es parte de la sociedad; configura un aspecto de la sociedad y,


más precisamente, de las relaciones de dominación que se reproducen en la
sociedad. Su expresión está dada por el funcionamiento de las instituciones
estatales, esto es, por sus reglamentaciones, normas, políticas e iniciativas
que allí se formulan e implementan y que, como se vio, dan forma a la admi-
nistración burocrática que cumple las tareas de organización general de la
sociedad. He aquí, pues, un aspecto central en lo que hace a la estructuración
sociopolítica del Estado.
Joel Migdal (2011) plantea que solo puede entenderse al “Estado en la
sociedad”, ya que “en ningún lado existe un conjunto único e integrado de
reglas, ya sea codificadas en la ley del Estado, santificadas como escrituras
religiosas o consagradas como reglas de etiqueta para la conducta cotidia-
na”, es decir, “en ninguna sociedad existe un código universal indiscutible –en
la ley, la religión o cualquier otra institución– para guiar la vida de la gente”.

CC
El modelo de Estado en la sociedad […] se centra en las interacciones carga-
das de conflictos de múltiples conjuntos de directrices, formales e informales,
que establecen cómo actuar y que son promovidas por diferentes agrupacio-
nes de la sociedad. Estas múltiples agrupaciones, las cuales usan recompen-
sas y sanciones sutiles y no tan sutiles –incluyendo a veces la violencia– para
tratar de conseguir lo que quieren, incluyen conjuntos laxos de personas así
como organizaciones sumamente estructuradas con múltiples recursos a su
disposición. […] Todas las sociedades tienen batallas en curso entre grupos
que promueven diferentes versiones de cómo debería comportarse la gente.
La naturaleza y el resultado de estas luchas dan a la sociedad su estructura y
carácter distintivo. (Migdal, 2011: 27 y 28)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


158

Sobre la base de este axioma, Migdal indica que “los Estados no difieren de
cualquier otra organización formal o de las agrupaciones sociales informales”,
en el sentido en que “sus leyes y regulaciones deben competir con otros tipos
muy diferentes de comportamiento sancionado, con frecuencia con resultados
completamente inesperados para las sociedades que los Estados pretenden
gobernar […] y para los Estados mismos” (2011: 28). Y propone abandonar
esa visión reificada del Estado que lo conceptualiza y lo considera como una
instancia o aparato uniforme y configurador de la vida social.

“El supuesto de que sólo el Estado crea y debería crear reglas, y que sólo él mantiene o debe-
ría mantener los medios de violencia para hacer que la gente obedezca esas reglas, minimiza y
trivializa esa rica negociación, interacción y resistencia que ocurre en toda sociedad humana
entre múltiples sistemas de reglas. Plantea una sociedad humana donde una organización
increíblemente coherente y compleja ejerce una extraordinaria hegemonía de pensamiento
y de acción sobre el resto de las formaciones sociales que se intersectan en ese territorio. No
brinda ninguna forma de teorizar sobre el terreno en el que compiten los diversos conjuntos
de reglas, excepto formularlas en negativo, como fracasos o Estados débiles, o incluso como
“no Estados” (Migdal, 2011: 169).

Así, Migdal afirma que el Estado es “un campo de poder marcado por el uso y
la amenaza de violencia” y conformado por dos dimensiones fundamentales.
Por un lado, por la imagen de que el Estado constituye “una organización domi-
nante coherente en un territorio, que es una representación de las personas
que pertenecen a ese territorio”. Y, por otro lado, unas prácticas a través de
las cuales el Estado se materializa en relaciones de dominación y resisten-
cias. “Los Estados reales están determinados por dos elementos, imágenes y
prácticas”, las que “pueden estar sobrepuestas y reforzarse entre sí, o pueden
ser contradictorias y mutuamente destructivas” (Migdal, 2011: 34). La imagen
del Estado lo presenta a este como homogéneo y monolíticamente regulatorio,
mientras que las prácticas son diversas y contradictorias.

“[…] La imagen del Estado es la de una entidad autónoma, integrada, dominante que con-
trola, en un territorio determinado, la creación de reglas, ya sea directamente a través de
sus propios organismos o indirectamente permitiendo que otras organizaciones autorizadas
–negocios, familias, clubes y similares– generen ciertas reglas de alcance limitado. La imagen
genera percepción. Aquí la percepción que tienen quienes están dentro y fuera del territorio
es que lo consideran suyo como principal y más adecuado creador de reglas dentro de sus
límites territoriales. En ese sentido, la percepción asume una entidad única que es bastante
autónoma, unificada, centralizada. Aunque todos reconocen la complejidad y vastedad de
esta organización –que sus pares no siempre trabajan en perfecta armonía, que la “imagen”
es un retrato que no muestra todas las imperfecciones–, la imagen del Estado induce a la
gente a percibir sus componentes como si estuvieran genéricamente integrados y actuaran
en conjunción entre sí” (Migdal, 2011: 35).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


159

Para este autor, la imagen del Estado da cuenta de que este no solo está
separado de la sociedad, sino que está por encima de esta. Pero las prácticas
del Estado, sus acciones y la trama de relaciones que estructuran, no se pre-
sentan como algo homogéneo y ordenado. Y, en ese sentido, “el desempeño
cotidiano de los organismos y actores del Estado, sus prácticas, puede refor-
zar la imagen del Estado o debilitarla; puede consolidar o neutralizar la noción
de las fronteras territoriales y las que existen entre lo público y lo privado”
(Migdal, 2011: 37).
Las prácticas que contradicen la imagen de un Estado monolítico y domi-
nante no son “desviaciones”, sino interacciones que producen y reproducen
al Estado, más allá de la imagen de este.

“¿Cómo resulta posible entender la aparición de numerosos conjuntos de prácticas, muchas


de las cuales pueden estar en conflicto con los dictados de la imagen (y la moralidad) del
Estado? La dificultad para controlar las partes remotas de los Estados, los muchos frentes en
los que pelea con agrupaciones que tienen estándares de conducta conflictivos, y la tentación
de los funcionarios de aceptar reglas alternativas que, por ejemplo, les den mayor poder o les
permitan enriquecerse en lo personal o privilegiar al grupo al que sean más leales, han llevado
a diversas prácticas de ciertas partes o sectores del Estado. Distintas partes o fragmentos del
Estado se han aliado entre sí, así como con grupos externos, para favorecer sus objetivos.
Esas prácticas y alianzas han servido para promover una variedad de conjuntos de reglas,
con frecuencia muy distintas de aquellas propuestas en las propias leyes y reglamentaciones
oficiales del Estado. Estas alianzas, coaliciones y redes han neutralizado la frontera territorial
y social precisa que había intentado establecer la primera representación del Estado, así como
la clara distinción entre el Estado como preminente creador de reglas y la sociedad como
receptora de esas reglas” (Migdal, 2011: 40 y 41).

Por lo tanto, para Migdal, “el Estado es una entidad contradictoria que actúa
contra sí misma”, cuyo abordaje requiere de dos niveles de análisis. Por un
lado, el que apunta a dar cuenta de la “dimensión corporativa y unificada del
Estado –su totalidad– expresada en su imagen”. Y, por otro lado, y el que está
orientado a conocer las “prácticas y alianzas reforzadoras y contradictorias
de sus distintas partes”. Es decir, debe configurarse una estrategia cognitiva
de carácter dual que permita comprender la “cualidad paradójica” del Estado.

CC
[El Estado] se debe entender a la vez […] como la imagen poderosa de una or-
ganización claramente definida y unificada, de la que se puede hablar en singu-
lar […], como si fuera un solo actor con una motivación central que se compor-
tara de una manera coherente para gobernar sobre un territorio claramente
definido; y […] como las prácticas de muchas partes y fragmentos laxamente
conectados, los cuales con frecuencia tienen fronteras imprecisas entre ellos
mismos y con otros grupos dentro y fuera de las fronteras oficiales del Estado,
y a menudo impulsan conjuntos de reglas que resultan conflictivos entre sí y
con las leyes “oficiales”. Las teorías que no incorporan los dos lados del
Estado paradójico terminan, ya sea idealizando su capacidad de convertir la re-
tórica en una política efectiva, o descartándolo como un batiburrillo de funcio-
narios corruptos que solo ven por sus propios intereses. (Migdal, 2011: 44)

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160

De esta manera, Migdal invita a estudiar el Estado en su composición institu-


cional y en su acción mediante políticas e intervenciones públicas.

LECTURA OBLIGATORIA

Migdal, J. (2011), Estados débiles, Estados fuertes, Fondo de

OO Cultura económica, México, capítulo 1, pp. 34-50.

4.5. Estado e instituciones


La organización del Estado constituye la matriz institucional que, como lo
indicó Bob Jessop, establece “el terreno, la esfera, el dominio, el campo o la
región característicos de las acciones específicamente políticas” (2017: 55).
Para James March y Johan Olsen, importantísimos referentes de la corrien-
te denominada “nuevo institucionalismo”, “el Estado no solo se ve afectado
por la sociedad, sino que también la afecta a ella”, es decir, la vida política
de una sociedad “no solo depende de las condiciones económicas y sociales,
sino también del diseño de las instituciones políticas” (1993: 13).
En la ciencia política, el concepto de institución política es fundamental.
Bo Rothstein afirma con pertinencia que “cualquiera sea la historia que quie-
ran contar los científicos políticos, será una historia sobre instituciones”, aun
reconociendo que existe una “enorme variación, en el tiempo y en el espacio,
de los rasgos específicos de esas instituciones” o, mejor, una “gran variación
en la forma particular que adopta cada institución” (2001: 201).
No obstante, durante el apogeo del conductismo norteamericano en la cien-
cia política, el estudio y abordaje de las instituciones políticas fue exiguo o casi
inexistente. Y ello iba acompañado por el desdén que primó sobre el Estado
durante la hegemonía del aquel paradigma. Se configuró una tendencia dentro
de la cual el Estado y, con él, las instituciones políticas, fueron perdiendo su
“posición central” en la ciencia política y los acontecimientos políticos fueron
entendidos como “epifenómenos [más] que como acciones necesarias para
una comprensión de la sociedad” (March y Olsen, 1993: 5). En ese marco, la
noción de instituciones políticas no tuvo ninguna relevancia para dar cuenta
de los procesos políticos de las sociedades.
El renovado interés por las instituciones políticas emergió en la ciencia polí-
tica durante los años ochenta y tuvo su origen en diferentes tradiciones y bases
teóricas. Todas coincidieron en que las instituciones son “reglas de juego”, abar-
cando tanto las reglas formales plasmadas en leyes o normas escritas como las
reglas informales que comprenden rutinas, costumbres, hábitos, estilos, proce-
dimientos no escritos (Rothstein, 2001: 215). Esas reglas de juego constituyen
acuerdos para regular las relaciones entre personas y sus conductas.
El nuevo institucionalismo analiza “el comportamiento actual de las insti-
tuciones y no solo sus aspectos formales o estructurales” y, además, “pres-
ta atención a los efectos de las instituciones en forma de políticas públicas
u otras decisiones”. Por eso, Guy Peters destaca que esta corriente alentó el
análisis de las políticas públicas dentro de la ciencia política, así como lo que
“el gobierno realmente hace” (2001: 306).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


161

Pero también han colocado como un eje de reflexión la relación entre ins-
tituciones políticas y sociedad. Al respecto, March y Olsen plantean y resal-
tan “la interdependencia entre instituciones políticas y sociales relativamen-
te autónomas”. Dado que la política es un aspecto de la vida social, esto es,
es una dimensión de la producción y reproducción de la sociedad, las institu-
ciones políticas son siempre instituciones sociales, pese a lo cual es posible
distinguir, como lo hacen los autores, a las instituciones propiamente políti-
cas –como, por ejemplo, el Estado– de las instituciones sociales en general y
reconocer la posibilidad de interdependencia entre unas y otras.

CC
Sin negar la importancia tanto del contexto social de la política como de los
motivos de los actores individuales, el nuevo institucionalismo insiste en un
papel más autónomo para las instituciones políticas. (March y Olsen, 1993: 13)

Contemporáneamente, la institución política fundamental es el Estado y lo es


en la medida en que, como indica Heclo, “está en posesión del poder de la
autoridad política” de la sociedad.

“Los Estados se construyen movilizando recursos humanos y materiales, organizando esos


recursos en forma de estructuras eficaces de cara a la acción, y velando autoritativamente
en la sociedad por el cumplimiento de las decisiones de esas estructuras. Esta perspectiva es
importante porque, en medio del galimatías de modos diversos y más matizados de concebir
las instituciones, hace que no perdamos de vista una cuestión de central importancia: el
Estado no es un «actor» más de los aparecidos en el escenario histórico. Actúa a través del
poder coercitivo que ejerce con carácter de monopolio. El Estado puede optar por persuadir,
negociar o alcanzar compromisos en beneficio mutuo. Pero, en última instancia, quienes
controlan la autoridad pública tienen la palabra final en cuanto a la decisión de quién gana y
quién pierde. Y como la que así se pronuncia es la autoridad pública, sus decisiones vinculan
a todo el mundo, tanto a quienes participaron en la toma de esas decisiones como a los que
no […]” (Heclo, 2010: 105 y 106).

El Estado, así, organiza y hace funcionar las estructuras de gobierno de una


sociedad y, por lo tanto, es al mismo tiempo escenario e instrumento de las
relaciones de poder y dominación entabladas entre los gobernantes y aquellos
actores sociales y políticos con capacidad de acceder a esas estructuras, de
condicionar o determinar sus reglamentaciones y políticas, y de influir o inter-
venir en el proceso decisorio y gubernamental.
Por lo tanto, la “autonomía” y la “coherencia” de las instituciones políticas
y, en particular, del Estado, varían conforme la compleja trama de relaciones
de poder que se entrecruzan en su “interior” y con relación a los actores socia-
les y políticos. Esas instituciones y, específicamente, el Estado, no configuran
un bloque monolítico sin fisuras cuyas reglamentaciones, medidas y políticas
se diseñan, formulan e implementan independientemente de las correlaciones
de poder que las atraviesan o contornean. Las instituciones políticas son un
escenario de poder y aquellas relaciones de poder las constituyen como tal.
Las políticas del Estado reflejan, de alguna manera, esas correlaciones arti-
culadas en el seno del propio Estado.

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162

Esas instituciones, y entre ellas, el Estado, no son solamente un reflejo de


las correlaciones de poder desarrolladas en la sociedad. Con mayor o menor
relieve y gravitación, las instituciones y el Estado también inciden sobre la
sociedad y, particularmente, sobre la política. Es decir, las instituciones y el
Estado son una instancia estructurada y, al mismo tiempo, estructurante den-
tro del escenario social y político, esto es, una instancia que enmarca y expre-
sa las relaciones de poder canalizadas a través de y en su seno, al mismo
tiempo que produce efectos importantes sobre la vida política de las socieda-
des e interviene activamente en la reproducción del sistema político.

“El postulado de autonomía es necesario para establecer que las instituciones políticas son
algo más que meros espejos de las fuerzas sociales. Las observaciones empíricas parecen indi-
car que los procesos internos a las instituciones políticas, si bien es posible que sean desenca-
denados por acontecimientos externos, afectan al curso de la historia. Programas adoptados
meramente como compromisos políticos por parte del legislativo resultan investidos de un
significado y una fuerza independientes al crearse un departamento que se ocupe de ello. El
establecimiento de políticas estatales, o la competencia entre burócratas o entre legisladores,
ponen en acción y organizan identidades y divisiones sociales que de otro modo permanece-
rían latentes. Los expertos dentro del sistema político desarrollan y modelan la comprensión
de los problemas y las alternativas en relación con la política” (March y Olsen, 1993: 14).

Para estos teóricos, las instituciones políticas juegan un papel fundamental en


tres aspectos de la vida política que las teorías políticas tradicionales tratan
como “exógenos” al sistema político pero que no lo son: las preferencias o
intereses de los actores políticos, sus recursos o poderes y las restricciones
impuestas por las reglas de juego formales.
En la política, las preferencias y significados se “desarrollan mediante una
combinación de educación, adoctrinamiento y experiencia”, lo que hace que
“no sean estables ni sean exógenos”, es decir, las preferencias políticas “se
moldean a través de la experiencia política, o mediante las instituciones polí-
ticas” (March y Olsen, 1993: 15).
Lo mismo ocurre con la distribución de recursos políticos, lo que constituye
un paso determinado “endógenamente” en el proceso político.

“Las instituciones políticas afectan la distribución de los recursos, los cuales a su vez afec-
tan el poder de los actores políticos, y por lo tanto a las propias instituciones políticas. La
riqueza, la posición social, las credenciales de poder, el conocimiento de alternativas y la
atención no resultan fáciles de describir como exógenos al proceso político y a las institu-
ciones políticas. Tener una posición da acceso a derechos de participación y altera la distri-
bución del poder y de las oportunidades. Las alternativas políticas de los líderes no vienen
completamente definidas por fuerzas exógenas, sino que son conformadas por las instancias
administrativas existentes. Los resultados del proceso político modifican las credenciales de
poder que, a su vez, modifican los resultados políticos” (March y Olsen, 1993: 16).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


163

Finalmente, las reglas de juego, esto es, las “constituciones, leyes, reglas
consuetudinarias de la política”, tampoco son exógenas al proceso político
dado que “convierten en ilegítimas o hacen pasar desapercibidas muchas
acciones o consideraciones posibles” y hacen que “algunas alternativas se
[vean] excluidas de la agenda ya antes de que la política comience”. Pero
“estas restricciones no vienen impuestas en su forma definitiva desde un
sistema social externo”, sino que “se desarrollan dentro del contexto de las
instituciones políticas” (March y Olsen, 1993: 16).
A tono con esta orientación, Theda Skocpol y Margaret Weir reiteraron que
el carácter estructurado y estructurante de los Estados permite pensarlos
como actores y como estructuras, es decir, como “lugares de acción potencial-
mente autónoma de los funcionarios” y como “un complejo de políticas pre-
existentes y acuerdos institucionales”. Los Estados configuran, así, un ámbi-
to caracterizado por el entrecruzamiento complejo de instituciones, actores y
acontecimientos. Las acciones y decisiones tomadas y emprendidas por los
gobernantes y funcionarios en ese ámbito no son siempre coherentes ni racio-
nales, ni están exentas de contradicciones.
Los actores sociales y políticos vinculados a los Estados, así como los
gobernantes, funcionarios y burócratas que los conforman, actúan y se pro-
yectan sobre y en el Estado a través de una compleja estructura de institucio-
nes, normas y procedimientos que funciona como recurso por medio del cual
esos actores pueden concretar esas actuaciones, al mismo tiempo que dicha
estructura resulta de tales actuaciones y se actualiza a través de ellas. Pero
ese proceso de producción y reproducción institucional, en el que juegan un
papel central los funcionarios estatales, no solo da lugar a la conformación
del “campo burocrático” de los Estados, sino que, además, afecta activamen-
te la vida política de una sociedad.

“Los Estados afectan a los posibles resultados políticos de dos maneras principales. En pri-
mer lugar, los Estados pueden ser los lugares de acción autónoma de los funcionarios, no
reducible a ningún grupo de presión social o de preferencias. Esto es cierto porque tanto
los funcionarios nombrados como los elegidos tienen intereses organizativos y de carreras
propios, y ellos idean y trabajan en favor de aquellas políticas que promuevan esos intereses,
o que al menos no los dañen. Naturalmente, los funcionarios elegidos o nombrados serán
sensibles de distintas maneras a las preferencias sociales y al contexto económico en que
haya de operar el Estado. Sin embargo, políticos y funcionarios también se ven envueltos
en luchas entre ellos. Y deben proceder de acuerdo con esas luchas, junto con cualquier
iniciativa que tomen en relación con la economía o con la movilización de apoyo social,
empleando o teniendo en cuenta las capacidades coactivas, jurídicas, fiscales y administrati-
vas de la estructura del Estado dentro de la cual se hallan situados. Si una estructura estatal
dada no proporciona los «instrumentos jurídicos» existentes o los prevé prontamente, para
poner en marcha una línea de acción dada, no es probable que los funcionarios del gobierno
los busquen, y los políticos que aspiran a un cargo no es probable que los propongan. Al
contrario, es bastante probable que los funcionarios del gobierno (y los políticos aspirantes)
adopten iniciativas nuevas, posiblemente a la cabeza de las demandas sociales, si se pueden
adaptar fácilmente las capacidades del Estado para hacer cosas que les aportan ventajas en
sus luchas con fuerzas políticas competidoras. Las estructuras organizativas de los Estados
[…] influyen indirectamente en las políticas para todos los grupos de la sociedad. Esto
ocurre de distinta manera; […] las organizaciones y las tácticas mediante las que los grupos
sociales situados socialmente de manera diversa pueden (o no pueden) influir en los pro-
cesos políticos, se configuran parcialmente mediante las estructuras de gobierno en las que

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


164

operan los grupos. Aún más, los acuerdos administrativos, fiscales, coactivos, jurídicos de
los Estados dados, así como las políticas que los Estados persiguen de hecho, influyen en
las concepciones que los grupos, o sus representantes, desarrollan sobre lo que es deseable o
posible en general en el ámbito de la acción gubernamental. Así, las estructuras del Estado
sirven de inspiración a las demandas mismas que se persiguen a través de la política” (Weir
y Skocpol, 1993: 95 y 96).

De este modo, en cualquier circunstancia política, las políticas gubernamenta-


les resultan de un conjunto de factores que, de alguna manera, influyen deci-
sivamente en su diseño, formulación e implementación. Entre esos factores
cabe mencionarse a las estructuras organizativas del Estado, las herencias
políticas, el conjunto de innovaciones intelectuales políticamente relevantes,
las demandas formuladas por los grupos sociales y el conjunto de actividades
desarrolladas por los políticos y funcionarios encargados de la administración
estatal.
Estos rasgos que signan el vínculo estructurado entre los Estados y las
sociedades indican que las instituciones políticas y la sociedad se presupo-
nen mutuamente e interactúan en forma interdependiente.

CC
Las acciones humanas, los contextos sociales y las instituciones actúan unos
sobre otros de modo complicado [...]. Las instituciones no parecen ser ni refle-
jos neutrales de fuerzas ambientales exógenas ni escenarios neutrales para la
actuación de individuos guiados por preferencias y expectativas exógenas.
(March y Olsen, 1993: 22)

Sin embargo, el Estado no se estructura apenas con relación a la sociedad


de la que forma parte. El Estado moderno, desde su nacimiento, ha formado
parte de un sistema de Estados interrelacionados y competitivos. Ello implica
que las instituciones políticas y, específicamente, las estatales, se sitúan en
una compleja trama de relaciones de poder internacionales e interestatales.
Los Estados también están condicionados por, y condicionan a, los contextos
transnacionales históricamente cambiantes y heterogéneos. Vale decir, junto
con Skocpol, que los Estados se estructuran en un contexto signado por la
intersección del conjunto de relaciones de poder y dominación articuladas en
los ámbitos nacionales e internacionales.

CC
[...] Estos contextos [transnacionales] influyen en los distintos Estados a tra-
vés de las relaciones geopolíticas de dominación y competencia interestatal, a
través de la comunicación internacional de ideales y modelos de políticas pú-
blicas y a través de las pautas económicas mundiales de comercio, división de
las actividades productivas, flujos de inversión y finanzas internacionales. Los
Estados se sitúan necesariamente en la intersección entre los órdenes socio-
políticos nacionales y las relaciones transnacionales dentro de las cuales de-
ben maniobrar para sobrevivir y avanzar en relación con otros Estados.
(Skocpol, 1989: 84 y 85)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


165

Como se dijo, los Estados ejercen una significativa influencia “en el contenido
y en el funcionamiento de la política” dado que configuran un conjunto de
organizaciones, organismos, procedimientos y normas que expresan, definen
y articulan determinados intereses, orientaciones y prácticas políticas que,
por su parte, intervienen, condicionan y/o determinan el escenario político
nacional e internacional, las relaciones de poder en él articuladas y la orienta-
ción general del propio Estado frente a tales escenarios. Ello convierte a las
instituciones en “actores políticos” relativamente autónomos en relación con
el contexto nacional e internacional y con capacidad de incidir en un sentido
co-estructurante sobre dichos ámbitos, tal como lo ha destacado Skocpol en
sintonía con el enfoque neoinstitucionalista.

“Los Estados, concebidos como organizaciones que reivindican el control de territorios y


personas, pueden formular y perseguir objetivos que sean un simple reflejo de las demandas
o los intereses de grupos o clases sociales de la sociedad. Esto es lo que se entiende normal-
mente por «autonomía del Estado» [...]. Si se profundiza en la cuestión, se puede conti-
nuar con el análisis de las «capacidades» de los Estados para alcanzar los objetivos oficiales,
especialmente por encima de la oposición real o potencial de grupos sociales poderosos
o en circunstancias socioeconómicas recalcitrantes [...]. La articulación de los Estados en
estructuras transnacionales y corrientes internacionales de comunicación puede mover a los
altos funcionarios estatales a seguir estrategias de transformación incluso ante la indiferencia
o la resistencia de fuerzas políticamente importantes. De modo similar, la necesidad fun-
damental para los Estados de mantener el control y el orden puede propiciar reformas por
iniciativa estatal (así como la simple represión). En cuanto a quién tiene más probabilidades
de actuar en esas circunstancias, parece que serán los colectivos de funcionarios estatales
coherentes desde el punto de vista organizativo, en especial los colectivos de funcionarios
de carrera relativamente desvinculados de los intereses socioeconómicos dominantes en el
momento, los que probablemente pongan en marcha nuevas y características estrategias
estatales en época de crisis. Asimismo, los colectivos de funcionarios pueden desarrollar de
formas características las políticas públicas ya establecidas, actuando de modo relativamente
continuo a lo largo de períodos temporales prolongados. Las orientaciones extranacionales
de los Estados, los desafíos a los que pueden hacer frente para mantener el orden interno y
los recursos organizativos a los que pueden recurrir y que pueden desplegar los colectivos de
funcionarios estatales, todas estas características del Estado [...], pueden contribuir a explicar
la acción autónoma del Estado” (Skocpol, 1989: 86 y 87).

Cabe indicar, como lo ha hecho esta socióloga estadounidense, que la referida


autonomía de los Estados no constituye un “rasgo estructural” de los mismos
o de los sistemas de gobierno que los enmarca. La enorme variabilidad de
las prácticas, acciones y estrategias de los actores políticos –locales, nacio-
nales y/o internacionales– así como también de las iniciativas y políticas de
los gobernantes y funcionarios, y los fluctuantes cambios producidos en las
relaciones de dominación y en las estructuras administrativas y consecuente-
mente en las “posibilidades estructurales” de las acciones estatales, deter-
minan la conformación de un mayor o menor margen de autonomía estatal.
Además, el Estado no es totalmente autónomo o totalmente dependiente.
Las condiciones de autonomía estatal varían sectorial y temporalmente. “Las
aportaciones estatales autónomas tienen lugar en áreas de actuación política

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


166

concretas y en momentos históricos determinados” expresa Skocpol para dar


cuenta de ello (1989: 95).

CC
[…] La “autonomía del Estado” no es un rasgo estructural fijo de ningún siste-
ma de gobierno. Puede aparecer y desaparecer. Esto es cierto no sólo debido
a que las crisis pueden precipitar la formulación de estrategias y políticas ofi-
ciales por parte de élites o administradores que de otro modo no podrían ma-
terializar sus posibilidades de acción autónoma; también es cierto porque las
mismas posibilidades estructurales de acciones estatales autónomas cambian
con el tiempo, a medida que las organizaciones de coerción y administración
experimentan transformaciones, tanto internamente como en sus relaciones
con los grupos sociales y con sectores representativos del gobierno […].
(Skocpol, 1989: 96)

Por lo tanto, la autonomía del Estado “solo puede apreciarse en su integridad


en estudios verdaderamente históricos y sensibles a las variaciones estructu-
rales y a los cambios coyunturales que se operan dentro de sistemas políticos
determinados”.
De alguna manera, este conjunto de aspectos está relacionado con las
capacidades de los Estados “para poner en práctica sus políticas”. Skocpol
sostiene que las capacidades de los Estados dependen de dos conjuntos de
factores fundamentales. Por un lado, de “la total y absoluta integridad y el con-
trol administrativo-militar estable de un territorio dado”. Y, por otro lado, de la
disposición “de funcionarios leales y cualificados, y de abundantes recursos
económicos para alcanzar con eficacia toda suerte de objetivos”. En su consi-
deración, “las historias de la construcción del Estado [apuntan] exactamente
a estos medios universales del poder del Estado” (Skocpol, 1989: 99).
Con relación a este aspecto despunta como una cuestión fundamental la
relación entre las instituciones políticas y los procesos sociales y políticos
o, en concreto, tal como se preguntan Carlos Acuña y Mariana Chudnovsky:
“¿Son las instituciones las que forjan los procesos sociales o son los proce-
sos sociales los que crean su institucionalidad?” (2012: 19).
El concepto de institución es fundamental para entender la propuesta teó-
rica de Acuña y Chudnovsky:

“Entendemos a las instituciones como el conjunto de reglas que apuntan a resolver proble-
mas de coordinación y conflictos distributivos en una sociedad. Las instituciones distribuyen
poder y recursos y son, a su vez, producto de la lucha entre actores desiguales (lo cual es
consecuencia de previas distribuciones de poder y capacidades/recursos). Además, operan
en contextos donde existen otras instituciones y otras variables sociales. Considerar estos ele-
mentos implica comprender las instituciones desde ópticas no funcionales, poniendo énfasis
en los conflictos distributivos en sus orígenes y en su despliegue. En este sentido, hablar de
instituciones no siempre implica asumir que existe equilibrio y que las instituciones sólo
son mecanismos de coordinación. También se las puede entender como legados de procesos
históricos (conflicto) o del efecto contagio (consecuencias no buscadas). Lo relevante en
esta mirada es que, por un lado, pone énfasis en el origen de las instituciones y no sólo en
su función, y, por otro lado, acentúa su papel como administradoras de conflictos” (Acuña
y Chudnovsky, 2012: 49).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


167

Las instituciones no existen ni funcionan en el vacío, sino en medio de una


trama compleja de relaciones protagonizadas por actores situados en un
determinado contexto político, económico y cultural. En función de dar cuenta
de esto, los autores, en su formulación teórica, parten de la noción de “matriz
política” para ubicar el ámbito situacional de las instituciones y su relación con
los actores, así como su incidencia en las políticas y acciones estatales. Una
matriz es “un lugar o medio donde se produce o desarrolla algo, una estructura
o ambiente donde una actividad o proceso particular ocurre o se despliega”.
Y una matriz política constituye “un sistema de variables socio-estructurales,
político-institucionales e ideológico-culturales” que “fija los límites de facti-
bilidad para la realización de intereses de grupos sociales y el alcance de
objetivos de actores políticos”; “define probabilidades diferenciales para la
realización de esos intereses y el alcance de los objetivos políticos factibles”;
y “brinda a los distintos actores un conocimiento o mapeo de cómo funcionan
y deberían funcionar las relaciones sociales, influyendo de esta forma sobre la
percepción de los límites de factibilidad y los cursos de acción más apropiados
para alcanzar objetivos y realizar intereses” (Acuña y Chudnovsky, 2012: 29).
No obstante, el resultado del proceso político no está determinado por la
matriz, sino también por el comportamiento de los actores situados que accio-
nan y desarrollan estrategias en ese ámbito situacional y cuya capacidad de
intelección de ese escenario y de articulación de sus objetivos los convierte
en actores más o menos competentes. La relevancia de las instituciones polí-
ticas debe comprenderse en el marco del vínculo establecido entre las con-
diciones políticas, sociales y económicas situacionales y el accionar de los
actores determinado o condicionado por sus intereses y destrezas cognitivas
y políticas.

“Las instituciones no operan aisladas de la materialidad de lo social (ni esta de las insti-
tuciones). Las variables que nos hablan de esa base material de la sociedad remiten a su
estructura social y económica. Resultan centrales para la definición de las propiedades de
la matriz, porque fijan los límites de aquello que es materialmente factible alcanzar en un
momento dado en una sociedad. Las condiciones estructurales fijan el campo de posibili-
dades para las estrategias de los actores o movimientos específicos. Es más, aquello que se
manifiesta como condición estructural en un momento dado siempre es producto de un
proceso histórico en el que las acciones y los movimientos de períodos anteriores revistieron
importancia […]. Ahora bien, si las condiciones estructurales fijan los límites de factibilidad
para que puedan desplegarse estrategias/comportamientos que permitan alcanzar objetivos,
realizar intereses o -inclusive- generar consecuencias no buscadas, las estrategias y compor-
tamientos, a su vez, son la resultante de una intencionalidad, del supuesto de un actor de
que un determinado comportamiento dará por resultado un estado de cosas y no otro. Los
actores, en consecuencia, son también claves para el análisis político y la explicación de los
procesos históricos puesto que, bajo este supuesto, la direccionalidad histórica es también
resultado de la articulación de los diversos comportamientos desplegados por el conjunto
de actores individuales y colectivos intervinientes. Por un lado, la intencionalidad que da
sentido al accionar de los actores se materializa dentro de marcos donde la organización de
los grupos sociales, las instituciones estatales y el régimen político y legal fijan y constituyen
las reglas que determinan probabilidades diferenciales para el logro de los diversos objetivos
que persigue una sociedad. En este contexto, si entendemos el poder como la capacidad
de los actores de alcanzar sus objetivos o realizar sus intereses, y si aceptamos el hecho de
que el conjunto de mecanismos organizacionales y jurídico-institucionales determina una
probabilidad diferencial para el logro de esos objetivos e intereses, entonces este conjunto

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


168

institucional no es sino la organización social del poder político. […] Entonces, el conjunto
de mecanismos organizacionales y jurídico-institucionales otorga forma política a la capa-
cidad o el poder de todo grupo sociopolítico para organizarse y definir tanto sus intereses
comunes como los objetivos y estrategias funcionales a estos. Por lo tanto, será inconcebible
explicar el comportamiento político, ya sea individual o colectivo, sin contemplar el con-
junto de mecanismos que organizan el poder político en una sociedad, sin contemplar las
instituciones […]. Por otro lado, ni la intencionalidad de los actores ni la distribución del
poder pueden entenderse fuera de la influencia de factores ideológico-culturales, y por eso
los comportamientos (y, por ende, los procesos políticos) no son comprensibles como mero
resultado de la articulación entre lo estructural y lo político-institucional. Las estrategias
implementadas por los actores y sus resultados dependen a) de su percepción/conocimien-
to sobre los límites de factibilidad que enfrentan sus acciones y objetivos y de la dinámica
que rige las relaciones sociales, forjando b) una percepción/conocimiento sobre la mayor
o menor probabilidad de éxito de un accionar dado, y c) una mayor o menor aceptación
valorativa/normativa de un determinado curso de acción u objetivo. Por ello, incorporar la
ideología también como variable explicativa implica comprender los comportamientos de
los actores en función de lo que estos perciben como interés, de lo que “conocen” sobre la
factibilidad y probabilidad de éxito de sus objetivos y estrategias (sus mapas cognitivos) y de
lo que consideran aceptable/deseable en función de los valores y normas -pautas de acción-
que culturalmente sostienen y reproducen su pertenencia a una u otra identidad colectiva
(sus mapas identitarios y normativos)” (Acuña y Chudnovsky, 2012: 29-32).

Acuña y Chudnovsky no consideran las instituciones políticas como la “fuente


excluyente del poder de los actores y grupos sociales”, sino como instan-
cias que “distribuyen poder en un contexto social en el que el poder está
predefinido y el desafío a la perdurabilidad de la institucionalidad radica en
si meramente refleja esa distribución previa del poder o si, por el contrario,
logra redefinirla”. He aquí el planteo acerca de la continuidad y cambio de las
instituciones políticas.
El análisis de estos procesos implica abrir la “caja negra” de las institu-
ciones y, para los autores, ello debe hacerse poniendo el foco en la relación
entre instituciones y actores, sin perder de vista que “las estructuras institu-
cionales son heterogéneas” y, por lo tanto, muestran “en los diversos ámbitos
específicos de gobierno y de política pública, distintas lógicas de interrelación
entre instituciones y actores”.
Según estos politólogos argentinos, el abordaje de las instituciones es
ineludible a los efectos de “entender los procesos políticos” y lo es por cinco
razones fundamentales.

“[…] Las instituciones importan para entender la política por cinco razones. Primero,
importan por su potencial de modificar comportamientos (la presencia o la ausencia de
instituciones puede resultar en conductas diversas). Y esto no necesariamente se debe a
que las instituciones los “moldeen” según establecen sus reglas (y por lo tanto permitan
prever conductas a partir de la letra de la ley). Importan porque muchas veces modifican
comportamientos, aunque lo hagan en una dirección que apunte a evitar la regla o eludir
su cumplimiento (lo que sugiere que muchas veces las instituciones influyen sobre con-
ductas aunque no resulten buenas variables predictivas de estas). Segundo, porque aquellas
instituciones que efectivamente logran moldear comportamientos sobre la base de la regla
establecida podrían llegar a resolver problemas de coordinación y conflictos distributivos en
una dirección de mayor eficiencia y justicia (como se la quiera definir), lo cual es relevante

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


169

para la sociedad y los intereses y derechos que la cruzan (aunque también las instituciones,
al moldear conductas, pueden hacerlo en una dirección que empeora la coordinación de la
sociedad o resuelve los conflictos distributivos de manera injusta, de lo que se infiere que las
instituciones que importan y logran moldear comportamientos no necesariamente producen
buenos resultados). Tercero, las instituciones no sólo pueden definir el accionar de los acto-
res y la dinámica política, económica e ideológico-cultural de una sociedad, sino que a su vez
pueden ser definidas por los actores y las otras variables de la matriz política, en cuyo caso
no importan para explicar lo que nos pasa, lo cual constituye una información clave para
despejar confusiones y entender mejor la política. Cuarto, al facilitar o dificultar el alcance
de objetivos y la realización de intereses de los actores, las instituciones importan porque
distribuyen poder; sin embargo, la distribución de poder no se agota en las instituciones
porque también se ve influida por los recursos y capacidades de origen extrainstitucional
con que cuentan los actores, en cuyo caso las instituciones importan aunque no bastan para
explicar lo que nos pasa. Quinto, las estructuras institucionales son heterogéneas, por lo que
pueden convivir en un mismo momento y lugar partes o arenas donde las instituciones no
importen para entender los procesos sociales, porque se ven determinados por otras variables
y/o actores; otras en las que importan y dentro de las que importan, unas que mejoran la
dinámica social y otras que no” (Acuña y Chudnovsky, 2012: 62 y 63).

Las intervenciones del Estado se reflejan en acciones y políticas que resultan


de esta compleja trama de relaciones entre actores e instituciones. Y ello
requiere, según los citados autores, de un “abordaje matricial que reconozca
y analice la especificidad […] de la dinámica entre instituciones y actores en
las arenas gubernamentales de una sociedad (sus órganos y su lógica de
gobierno), en las áreas de políticas sectoriales, y en la organización y el com-
portamiento de los actores sociopolíticos” (Acuña y Chudnovsky, 2012: 64).

LECTURA OBLIGATORIA

Jessop, B. (2014), El Estado y el poder, revista Utopía y praxis lati-

OO noamericana, Universidad del Zulia, Maracaibo, Año 19, Nº 66,


julio-septiembre.

4.6. El Estado en acción: las políticas públicas


Las bases institucionales del Estado configuran, por cierto, la matriz organiza-
cional fundamental de la política en tanto práctica social tendiente a producir y
reproducir formas de dominio social que son siempre cambiantes y dinámicas.
Las instituciones estatales y las prácticas políticas, en su conjunto, deter-
minan las acciones y políticas del Estado.

“[…] Mientras la organización institucional [del Estado] ofrece un referente bastante está-
tico y espacial, la política (politics) es inherentemente dinámica, abierta y heterogénea; se
refiere a las formas, metas y objetos de las prácticas políticas. Esto incluye discusiones sobre
la arquitectura del Estado y la esfera política más amplia, junto con las luchas externas al
Estado que modifican los cálculos o los puntos de vista políticos sobre los propósitos del

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


170

poder estatal (o ambos). La política a su vez reduce el rango de las políticas que son factibles
–es decir, la formulación de políticas como arte de lo posible–. Así, si la política se ocupa de
la dirección estratégica global del Estado y su división del “trabajo político”, el análisis de
las políticas (policy) denota campos específicos de intervención y abstención, decisión y no
decisión estatales, y así sucesivamente. Sin embargo, algunas políticas concretas transforman
la política […] y remodelan las prácticas políticas, cambiando, por ejemplo, el equilibrio
de fuerzas y estimulando nuevas reivindicaciones y movimientos políticos” (Jessop, 2017:
55 y 56).

Este es el marco general en el que el Estado se expresa en acciones. Así,


pues, las actividades de los gobiernos se traducen en decisiones, iniciativas,
acciones y políticas públicas que abarcan desde una medida puntual, una
acción gubernamental o la sanción de una norma hasta un programa integra-
do de actividades gubernamentales y administrativas, y que resultan de un
proceso complejo de formulación y ejecución de decisiones que afectan los
asuntos públicos. Al respecto es clave la noción de política pública.
Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne sostienen que la noción de política
pública comprende un conjunto de “interacciones, alianzas y conflictos, en
un marco institucional específico, entre los diferentes actores públicos, para-
públicos y privados, para resolver un problema colectivo que requiere de una
acción concertada”.

CC
[Una política pública es] una serie de decisiones o de acciones, intencional-
mente coherentes, tomadas por diferentes actores, públicos y a veces no pú-
blicos –cuyos recursos, nexos institucionales e intereses varían– a fin de resol-
ver de manera puntual un problema políticamente definido como colectivo.
Este conjunto de decisiones y acciones da lugar a actos formales, con un gra-
do de obligatoriedad variable, tendientes a modificar la conducta de grupos so-
ciales que, se supone, originaron el problema colectivo a resolver (grupos-obje-
tivo), en el interés de grupos sociales que padecen los efectos negativos del
problema en cuestión (beneficiarios finales). (Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne,
2008: 35)

Esta definición hace referencia a dos aspectos fundamentales. Por un lado,


la emergencia o aparición de un problema público sobre el que se interviene y
que da origen al proceso gubernativo. Por otro lado, la autoridad política que
articula ese conjunto de acciones e intervenciones gubernamentales.
Con relación al primer aspecto, aquellos autores reconocen que “toda polí-
tica pública apunta a la resolución de un problema público reconocido como
tal en la agenda gubernamental”, lo que hace que represente, de alguna
manera, “la respuesta del sistema político-administrativo a una situación de
la realidad social juzgada políticamente como inaceptable”. Sin embargo, al
comienzo del proceso las cosas no están tan claras. “En los momentos ini-
ciales de toda intervención pública, no se han identificado aún con precisión
las causas de un problema colectivo, ni tampoco se ha alcanzado un con-
senso entre los actores públicos y privados sobre la definición del problema
a resolver”. Y, además, existen una serie de razones por las cuales no todo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


171

problema social se convierte en objeto de intervención pública, lo que indica


que los organismos estatales no pueden ser imaginados como una “especie
de Estado-ventanilla que responde de manera igualitaria y automática a todas
las «demandas sociales»”, ni tampoco como un “Estado «cautivo» y manipula-
do por un grupo organizado”.

“[…] Ciertos episodios de cambio social no generan necesariamente políticas públicas,


sobre todo porque no están articulados (lo que puede deberse a la no visibilidad de las
consecuencias del problema, porque los temas planteados sólo serán observables a largo
plazo, por la falta de «voz» o de representación política de los grupos afectados, entre otras
posibles causas) o porque ninguna de las alternativas de intervención pública es viable y
goza de consenso suficiente (por ejemplo, impactos electorales potencialmente negativos,
ausencia de instituciones político-administrativas disponibles para implementar las medidas
de respuesta, impotencia para realmente modificar la conducta de algunos actores privados,
etc.). […] No existe una respuesta institucional lineal, mecánica y que pueda sólo entenderse
como el resultado de la importancia o presión objetiva que genera un problema colectivo.
Esta respuesta, de darse, se plantea siempre en el marco de un ejercicio «redistributivo» (con
ganadores y perdedores), en el centro de una «movilización de visiones sesgadas». […] Es
problemático incorporar «beneficiarios» y «víctimas» en un mismo escenario que no tiene
nada de neutral desde el punto de vista político” (Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne,
2008: 33-35).

Por su parte, con relación al otro aspecto de la definición inicial, Ives Meny y
Jean-Claude Thoenig señalan que “una política pública es el resultado de una
actividad de una autoridad investida de poder público y de legitimidad guber-
namental” (1992: 89).
Toda política pública refleja, entonces, las acciones desarrolladas por un
gobierno o, más específicamente, por la autoridad pública, aunque frecuente-
mente implica la intervención en dicho proceso de ciertos sectores sociales
y privados. Los citados autores indican apropiadamente que una “autoridad
pública” es todo “organismo que concede y administra bienes colectivos”, es
decir, bienes y servicios que no son divisibles (pueden ser consumidos o uti-
lizados por más de una persona), no pueden ser racionados de forma selecti-
va por los mecanismos del mercado y de los precios y, finalmente, están dis-
ponibles en el sentido de que cada consumidor potencial puede recibir una
parte igual.
Estos bienes y servicios públicos pueden ser concedidos o administrados
tanto por las autoridades gubernamentales encargadas de la administración
de determinadas personas, grupos o territorios como por instituciones, orga-
nismos o empresas (privadas o mixtas) que no forman parte del circuito institu-
cional del gobierno administrativo del Estado, pero a los que este les ha conce-
dido la potestad administrativa sobre un bien o servicio público determinado.

CC
Es autoridad pública aquel organismo que administra un bien colectivo, a con-
dición de que este organismo disponga de un procedimiento específico de op-
ciones, que posea una autoridad propia y que actúe por medio de un aparato
organizado. Estas condiciones [...] excluyen la consideración de organismos

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


172

que no tienen ninguna autonomía de acción, que son simples relevos jerárqui-
cos. (Meny y Thoenig, 1992: 92)

El ejercicio del gobierno y de la administración estatal configura un proceso


institucional por medio del cual los gobernantes y funcionarios del Estado –que
tengan a su cargo las tareas ejecutivas y/o legislativas–, y eventualmente cual-
quier otro actor social o político vinculado de alguna manera a dicho proceso,
elaboran, formulan, deciden, implementan y controlan un conjunto de iniciati-
vas y políticas públicas a través de las cuales se procura la estructuración del
orden político-social interno y la inserción internacional del país. Así, en tanto
conjunto de prácticas y normas institucionales diseñadas y llevadas a cabo prin-
cipalmente por los actores gubernamentales, las iniciativas y políticas públicas
configuran un “sistema de acción pública” que se estructura y desarrolla en
un contexto social, político e institucional sumamente complejo.
Tal como lo resaltan tanto Lagroye como Meny y Thoenig, debe considerar-
se que, a partir del grado de desarrollo, diversidad y diferenciación institucio-
nal que han desplegado los Estados actuales, los procesos gubernamenta-
les de decisión e implementación de políticas e iniciativas públicas guardan
un elevado grado de complejidad “imposible de reducir al bello orden de la
concatenación lógica como pretenden aquellos que se arrogan el mérito de
controlarlas”. Dicha complejidad no solo deriva de la magnitud de las proble-
máticas institucionales o sociopolíticas a ser abordadas o resueltas o de la
disponibilidad de recursos generalmente escasos, sino también del hecho de
que, como se señaló, en el proceso gubernamental intervienen una multipli-
cidad de actores con distintas visiones, intereses y estrategias políticas, se
trate de diferentes personas, grupos o sectores gobernantes o del funcionario
estatal, o se trate de distintos grupos, sectores u organizaciones sociopolíti-
cas –no estatales– intervinientes en todas o algunas de las etapas o dimen-
siones de dicho proceso.
En este sentido, las iniciativas y políticas públicas no resultan de la inten-
ción, voluntad o racionalidad de los actores encargados formalmente de deci-
dirlas y aplicarlas, sino que son el producto de una trama heterogénea de inte-
racciones sociopolíticas en la que interviene una enorme diversidad de actores
entre los que se establecen determinadas relaciones de interdependencia y
que no se agota en los gobernantes y funcionarios del Estado, sino que supo-
ne también la intervención de actores sociales y de fuerzas políticas vinculados
o insertos en ciertas áreas o aspectos de la vida pública.

LEER CON ATENCIÓN

Con el término gobernantes –o, indistintamente, actores gubernamen-

LL tales– se hace referencia a las autoridades legalmente habilitadas y


encargadas de tomar –o participar en la toma de– decisiones políticas
en el marco del proceso gubernamental de formulación, implemen-
tación y control de las iniciativas, normas o políticas públicas, sea en
el área ejecutiva o legislativa; y con el término funcionarios se designa
a los agentes encargados de ejecutar dichas decisiones.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


173

“La autoridad gubernamental es el actor central de la política pública. Al mismo tiem-


po, no es el único jugador activo, puesto que se mueve en interdependencia con otros
actores: organismos encargados de ejecutar sus decisiones, sujetos que reaccionan a
las realizaciones así producidas, grupos de intereses u otras instituciones que ejercen
influencias sobre la acción proyectada o en curso. Los sujetos no permanecen pasivos,
aunque puedan parecerlo a priori. Su firma de respuesta los convierte en algo más que
los blancos inertes. Estas relaciones de interdependencia estructuran un verdadero
sistema [...]. Sin embargo, el reparto de los actores tiene muchas posibilidades de
cambiar de una política a otra [...]. Ciertos actores pueden aparecer intermitente-
mente, para después desaparecer y reaparecer interpretando otro papel. El sistema
de actores es elástico: las variaciones en su composición pueden desorientar a un
analista que se contente con observar los acontecimientos a través de la lupa de las
instituciones políticas formales. La acción pública no se limita a los actores formales:
políticos y funcionarios. Incorpora a otros actores que, en principio, no tienen nada
que ver con el «juego político», pero cuyo comportamiento y presencia cuentan en la
medida en que las realizaciones públicas se transforman en impactos sociales” (Meny
y Thoenig, 1992: 103).

Ahora bien, la presencia y participación en el proceso gubernamental tam-


bién puede ser protagonizada por grupos de funcionarios, organismos o
instituciones estatales –como, por ejemplo, las Fuerzas Armadas, las univer-
sidades, etc.– que, detenten o no la atribución formal de actuar de manera
directa en la formulación, decisión y/o implementación de determinadas
acciones públicas, intervienen de hecho según sus perspectivas e intereses
y conforme el grado relativo de autonomía institucional y de capacidad de
poder que sustentan en pos de influir, presionar y hasta imponer ciertas
temáticas, criterios, acciones y programas institucionales. Si estos aspec-
tos fueran dejados de lado y se tomaran aquellos rasgos de las políticas
públicas como etapas sucesivas y racionalmente desarrolladas por los gober-
nantes y administradores del Estado, no se apreciaría justamente la diversi-
dad, selectividad, parcialidad y variabilidad de las motivaciones, acciones e
interacciones efectivas que llevan a cabo los distintos actores participantes
del proceso gubernativo.

CC
En última instancia, se podría concebir esos procesos como una mezcolanza
de interacciones variadas, accidentalmente vinculadas unas con otras, que ex-
cluyen todo esquema racional y ponen en contacto a grupos que actúan en fun-
ción de intereses heterogéneos para resolver problemas que perciben de dis-
tintas maneras. (Lagroye, 1991: 459)

Empero, el Estado configura una estructura sociopolítica institucionalizada,


codificada y estructurada en torno de un conjunto de roles orgánico-funciona-
les objetivados y materializados en una combinación de funciones, competen-
cias y procedimientos racionalmente establecidos. Las diversas y complejas
interacciones que se articulan en torno de estos parámetros protocolizados
están rutinizados y habitualizados, lo que supone un funcionamiento asenta-
do sobre la base de percepciones, mecanismos, orientaciones y conductas

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


174

relativamente normalizadas y racionalizadas. El reconocimiento de los pape-


les y funciones objetivados dentro de la administración estatal, sumado a la
mencionada regularización de percepciones, líneas de acción y criterios de
implementación y control, imponen una cierta “racionalidad limitada en el
proceso del cual resulta una política pública”.
Puede observarse, así, que el acto por medio del cual las iniciativas o políti-
cas son formalmente promulgadas –como ley, decreto, resolución, reglamento
u ordenanza– no constituye el origen de esa iniciativa o de esa política, pero a
través de esa acción formal de promulgación, toda iniciativa o política pública
resultante de las complejas interacciones que contextuaron su formulación,
se convierten en acto legal y legítimo de gobierno por medio del cual, según
Lagroye, “lo que era (...) una mera interacción entre agentes variados adquie-
re, al menos simbólicamente, un valor de reglamento para toda la sociedad”
(Lagroye, 1991: 465).
De todos modos, esta objetivación no debe hacer perder de vista el carác-
ter relacional, enmarañado y procesal que posee la actividad gubernamental
y, en particular, la formulación e implementación de las políticas públicas.
Según lo indicado, las iniciativas y políticas públicas configuran una serie de
prácticas que, de alguna manera, conforman un “programa de acción guber-
namental” referido a algún aspecto de la vida pública de una sociedad, mate-
rializado en un conjunto de estrategias. Las políticas públicas adquieren cuer-
po y se expresan mediante diferentes estrategias que, en un plano general,
corresponden a una misma esfera de actividades o sector de aplicación, tanto
institucional como social –economía, seguridad pública, cultura, educación,
exterior, defensa nacional, etc.–, demarcatorio del campo de la acción guber-
namental y que, además, están concatenadas y sistematizadas unas con otras
en el marco de un programa coherente que contextúa y sirve como marco de
referencia, de legitimación y de orientación de los actos puntuales y concre-
tos que lo conforman.
Asimismo, como lo destaca apropiadamente Aguilar Villanueva, “la estra-
tegia no es una acción única sino un haz de acciones” puesto que “es prác-
ticamente imposible que una sola acción llegue a ser causalmente idónea
para producir por sí misma la situación futura deseada”. Tampoco comprende
“acciones nuevas, diversas e independientes de las acciones que las distin-
tas unidades administrativas llevan a cabo para cumplir con sus responsabi-
lidades y que se superponen como una carga adicional de trabajo”. Se trata,
pues, de un complejo espectro de acciones llevadas a cabo por las diferentes
instancias de la administración comprometidas en su desarrollo.

CC
La estrategia es un plan de acción que incluye normalmente un conjunto cohe-
rente e integrado de acciones que han sido seleccionadas porque, conforme a
los resultados que arrojó el análisis [de las fortalezas y debilidades organiza-
cionales así como de las oportunidades y amenazas situacionales], son las
que con base en conocimiento o experiencia se consideran causalmente nece-
sarias, idóneas y decisivas para realizar los fines-metas, contemplados por la
visión de la organización, o para crear las condiciones antecedentes que posi-
bilitan o facilitan su logro. (Aguilar Villanueva, 2006: 304)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


175

Pero no siempre los gobiernos estatales desarrollan políticas públicas


integrales en las que se establecen objetivos de largo y corto plazo, priori-
dades, programas de acción, cronograma, mecanismos de implementación
y modalidades sistemáticas de contralor y de evaluación. En determinadas
oportunidades, formulan, deciden e implementan iniciativas puntuales que
engloban medidas acotadas traducidas en reglamentaciones, acciones úni-
cas, prestaciones limitadas, campañas comunicacionales o regulaciones
administrativas concretas. En numerosas ocasiones, tales medidas supo-
nen apenas manifestaciones simbólicas materializadas en conferencias,
discursos o campañas comunicacionales. Del mismo modo, los gobernan-
tes pueden “decidir” no formular ni implementar ningún tipo de políticas
públicas o iniciativas puntuales respecto de determinados asuntos que
han adquirido el relieve de problema público. Es decir, tal como lo indican
Meny y Thoenig, frente a determinadas problemáticas o situaciones y en
ciertos contextos, los gobiernos pueden “actuar o no actuar”, lo que lleva
a afirmar que una acción pública es “todo aquello que los actores guberna-
mentales deciden hacer o no hacer”. En efecto, “no actuar” constituye una
respuesta posible frente a determinadas situaciones y ello ocurre cuando
un actor o una autoridad pública decide colocarse fuera de la acción,
cuando decide abstenerse de formular o de llevar a cabo una medida o un
programa de gobierno.

“[...] Una política se presenta bajo la forma de un conjunto de prácticas y normas que
emanan de uno o de varios actores públicos. En un momento dado, en un contexto
dado, una autoridad adopta prácticas de determinado género, actúa o no actúa. Estas
prácticas se pueden señalar concretamente: formas de intervención, reglamentaciones,
provisión de prestaciones, represión, etc. También pueden ser más inmateriales, a
veces simbólicas: un discurso, una campaña de comunicación. Al mismo tiempo, estas
prácticas se refieren o son referibles a finalidades, a valoraciones explicitadas por la
autoridad pública, o implícitas. [Así] una política pública se presenta como un progra-
ma de acción gubernamental en un sector de la sociedad o en un espacio geográfico”
(Meny y Thoenig, 1992: 89 y 90).

Otro aspecto que da cuenta de la complejidad de las políticas públicas y de


sus procesos de producción y desarrollo está dado por el hecho de que la acti-
vidad gubernamental posee dos facetas fundamentales que es imprescindible
distinguir: la gestión interna y la gestión de las políticas públicas propiamente
dicha.
La gestión interna comprende la gestión de los recursos y medios institu-
cionales y materiales que sirven de instrumentos internos que son moviliza-
dos por la autoridad política para generar los productos y servicios que confi-
guran la política pública en sí.

“La gestión interna es la movilización que hace una autoridad pública de sus recursos
propios, a fin de producir realizaciones concretas especificables e individualizables. La auto-
ridad dispone de medios tales como personal, materiales, una imagen de marca o créditos

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


176

financieros. Los utiliza para transformarlos en productos: una dirección provincial de equi-
pamiento produce kilómetros de arcenes segados; un servicio municipal emite certificados
administrativos; un negociado del Ministerio del Interior publica textos reglamentarios;
un servicio de asistencia social visita hogares y a personas que necesitan ayuda, etc. Dicha
actividad pública está regulada, en principio, de manera interna a la autoridad considera-
da. Esta es responsable de su eficiencia, de ajustar los recursos y los productos, ejerciendo
también una función de producción. Para lograrlo, dispone de instrumentos de gestión:
contabilidad, gestión de recursos humanos, informática, procedimientos de organización
del trabajo, etc. Estas herramientas permiten asegurar una relación entre los medios consu-
midos y los resultados que se desean obtener, productos identificables y localizables” (Meny
y Thoenig, 1992: 93).

La gestión de las políticas públicas consiste en “transformar productos


en efectos o impactos” y ello constituye el “meollo” del asunto, ya que
“toda intervención pública concreta engendra una alteración del estado
natural de las cosas en la sociedad y puede unirse a uno o varios efectos
o impactos”.

CC
Los efectos o los impactos presentan cierto número de particularidades. A me-
nudo son enunciados de manera cualitativa y normativa, en términos genera-
les y abstractos, tales como la seguridad en una colectividad. Emergen con un
retraso más o menos acusado en relación a la fecha en que interviene la pres-
tación pública […]. Por último, la relación entre los productos de la actividad y
los efectos de estos productos no es necesariamente directa, lineal o mecáni-
ca. (Meny y Thoenig, 1992: 94)

En suma, la producción y desarrollo de políticas públicas comprende una rela-


ción entre medios, productos y efectos.

En este marco, y más allá de la posibilidad de que una autoridad pública deci-
da abstenerse de formular alguna medida o programa de gobierno, es decir,
que decida no actuar, puede indicarse que las políticas públicas guardan las
siguientes características:

1. Corresponden a una misma esfera de actividades o sector de aplicación


tanto institucional como social (economía, seguridad, cultura, educa-
ción, exterior, defensa, etc.), que engloba al conjunto de individuos, gru-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


177

pos e instituciones que componen el campo de la acción gubernamen-


tal cuya situación está directa o indirectamente afectada por la acción
estatal.
2. Apuntan a resolver un problema social reconocido políticamente como públi-
co que implique la existencia de una situación política, económica o social,
cuyo abordaje o solución requiere algún tipo de intervención del sector
público.
3. Suponen prácticas y normas concatenadas y sistematizadas unas con otras,
en el marco de un programa coherente que contextúa y sirve como marco
de referencia, de legitimación y de orientación de los actos puntuales y
concretos que lo conforman.
4. Presuponen determinadas orientaciones, perspectivas, valores e intereses
referidos al campo de aplicación o área temática en cuestión y en cuyo
marco adquieren significación y validación sus objetivos, el programa ela-
borado y sus particularidades.
5. Son formuladas e implementadas por la autoridad gubernamental pública
(gobierno, ministerio, secretaría, etc.) encargada de diseñarlas, plantear-
las y garantizar su vigencia efectiva y, con ello, de legitimarla y de darle
“fuerza de ley”.
6. Están respaldadas política y jurídicamente por la potestad legal y por el
eventual uso de la fuerza que detenta la autoridad pública encargada de su
formulación e implementación.

Como ya se indicó, el ejercicio del gobierno político-institucional configura un


complejo proceso que dista substantivamente de conformar un conjunto de
actividades linealmente producidas y concatenadas. Se trata de un proceso,
aún contradictorio, en el que las fases que lo componen no se preceden
entre sí según un ordenamiento lógico preestablecido y perfectamente deli-
mitado, ni la existencia o las particularidades de alguna de esas fases con-
diciona la existencia o particularidades de las otras. La labor gubernamental
se extiende en el tiempo, transcurre en el tiempo y su duración configura un
elemento estructurante de dicha labor y de la intervención efectivizada en
la misma por parte de otros actores sociales y políticos. Además, la com-
pleja trama de actores gubernamentales, burocráticos, sociales y políticos
que intervienen de hecho en todas o en algunas de la fases de elabora-
ción e implementación de las iniciativas y políticas públicas, los intereses
y orientaciones puestos en juego y articulados por ellos, los efectos de su
intervención y de las relaciones de poder entabladas en esos ámbitos, las
coyunturas políticas y sociales en las que se enmarcan tales procesos y el
tipo de estructura institucional que posee el Estado condicionan las políticas
públicas y hacen que muchas de ellas no superen la fase de formulación
o que algunas otras sean objeto de reformulaciones durante algunas de la
etapas de implementación.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, desde el punto de vista analíti-
co, es posible distinguir cinco momentos o fases fundamentales del proceso
de actividades gubernamentales, conforme el esquema propuesto por Jones y
adaptado por Meny y Thoenig:

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


178

La primera fase del proceso gubernamental es la identificación de un proble-


ma o situación por parte de los actores gubernamentales como susceptible
de ser abordada, tratada y procesada a los efectos de generar algún tipo de
resolución del problema, o modificación y/o mejoramiento de la situación de
referencia, y constituye una etapa clave del proceso gubernamental. Supone
el inicio del mismo y, de alguna manera, marca los parámetros en torno de los
cuales se llevará a cabo tal proceso de no mediar significativas redefiniciones.
Por cierto, la identificación de un problema como objeto de intervención ins-
titucional no implica necesariamente la automática incorporación a la agenda
gubernamental. Algunos autores como Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne
consideran que constituye las dos fases iniciales del proceso gubernamental.

“La fase de surgimiento y de percepción de los problemas la podríamos definir como aquella en
la que una determinada situación, produce una necesidad colectiva, una carencia o una insa-
tisfacción identificable directamente o a través de elementos que exteriorizan esa situación
y ante la cual se busca una solución. De manera más general, podríamos decir que surge un
problema cuando se constata la diferencia entre la situación actual y lo que sería la situación
deseable. Sin embargo, no todo problema social genera una política pública. El paso de la
existencia de un problema a su tratamiento político deriva de una (re)«construcción social»
del problema en cuestión, lo que se conecta con su mayor o menor incorporación a los media
(a través del conocimiento científico, de la difusión de informaciones, del lobbying, de la
visibilidad de los afectados, etc.). La fase de incorporación a la agenda política corresponde a
que se tome en cuenta, por parte de los actores decisivos del sistema político administrativo,
ese problema de entre las múltiples demandas provenientes de grupos sociales e incluso de
los propios servicios públicos. Esta incorporación a la agenda puede considerarse por tanto
como una especie de filtro de los problemas por parte de los actores públicos” (Subirats,
Knoepfel, Larrue y Varonne, 2008: 44).

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179

Ambas etapas surgen generalmente de la articulación de un conjunto de inte-


reses sociales y políticos y su traducción en demandas de acción pública ante
las autoridades gubernamentales o, en su defecto, la preocupación oficial por
abordar un problema social, económico y político e incorporarlo en la agenda
gubernamental para intervenir sobre él. No obstante, en un caso o en el otro,
es determinante la percepción como problema o como situación problemática
efectuada por los gobernantes y funcionarios estatales que, de alguna mane-
ra, median y califican aquellas demandas, la incluyen en la agenda pública y
la conceptualizan y definen como problema.

“Tan importante como la entrada y permanencia de un problema en la agenda pública es


su definición. Existe un juego de intereses cruzados de actores y grupos que actúan para
determinar qué asuntos deberán ser considerados como problemas y, sobre todo, cómo
serán definidos. No se trata de una cuestión secundaria puesto que la definición condiciona
el tipo de solución a aplicar […]. Definir una situación como problema de política pública
supone la formulación de su hipotética solución. Un problema puede no dejar de ser más
que un hecho lamentable si a su definición no se aporta una solución factible de acuerdo
con los recursos disponibles, los valores sociales predominantes y las posibilidades técnicas,
elemento este último de gran valor, puesto que el desarrollo técnico permite la aceptación
como problemas de situaciones antes irresolubles, así como la redefinición de problemas
ya existentes y aún incluso la aparición de nuevos problemas gracias a que se dispone de su
solución” (Fernández, 1996: 440).

Para Joseph Gusfield (2014), los problemas sociales no se convierten inevita-


blemente en problemas públicos, es decir, en objetos de intervención guber-
namental mediante su inclusión en la agenda política. La definición de un pro-
blema público es política y tiene lugar dentro de un complejo proceso político.

“No todos los problemas sociales llegan necesariamente a ser problemas públicos. No todo
se vuelve tema de conflicto o de controversia en la arena de la acción pública. No todos
cuentan con dependencias que los atiendan ni con movimientos que trabajen para resol-
verlos. El hecho de que determinadas situaciones deban o no ser problemas públicos suele
constituir, en sí mismo, un tema fundamental. […] Lo que puede ser notorio y visible en
un período histórico puede no serlo en otro. El tema y los problemas pueden aparecer y
desaparecer intermitentemente de la atención pública. ¿Cómo es que determinado tema o
problema adquiere estatus público, se transforma en algo en lo cual “alguien tendría que
intervenir”? Cuando se analiza el carácter público de un problema es vital reconocer, una
vez más, las múltiples posibilidades de resolución. ¿Quién o qué institución obtiene -o a
cuál le endilgan- la responsabilidad de “hacer algo” al respecto? Así como los fenómenos
son pasibles de conceptualización como problemas de diversos modos, su carácter público
los vuelve pasibles de diversas concepciones acerca de su resolución. […] El problema de la
responsabilidad tiene dos dimensiones: una cultural y otra estructural. En el nivel cultural,
implica cierta manera de ver los fenómenos. […] En el nivel estructural, sin embargo, esta-
blecer la responsabilidad involucra a diferentes instituciones y diferente personal a cargo
de las obligaciones respecto del problema y las posibilidades de atacarlo. En este caso, el
cambio del parámetro de las definiciones causales, de las conceptualizaciones cognitivas,
hacia otro parámetro entraña además implicaciones para las instituciones […]” (Gusfield,
2014: 69-71).

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180

La segunda fase del proceso gubernativo está dada por la formulación de una
acción, estrategia o intervención para abordar el problema público incorporado
a la agenda. Sobre este proceso, del contraste permanente entre la “imagen
real” derivada del diagnóstico integral del problema o la situación y la “imagen
ideal” construida a partir de las metas y objetivos pretendidos por las estra-
tegias gubernamentales surge la viabilidad fáctica de la política pública o de
algunos de sus aspectos. Como lo destaca Arellano Gault, esto se inscribe
en un “proceso estratégico” que siempre está presente más allá de que sea
desenvuelto de hecho o de manera planificada, y en su contexto se lleva a
cabo inexorablemente la diferencia y el contrapunto entre las metas y las rea-
lidades situacionales e institucionales o, en sus palabras, “entre lo deseado y
lo que se tiene”, de lo que deriva la interpretación de lo posible, de lo viable y
le otorgará direccionalidad estratégica a las políticas públicas.

“[…] El diagnóstico estratégico es un diagnóstico sui generis, pues no es un diagnóstico de


síntomas, sino un diagnóstico de problemas. Por ello, el “diagnóstico” estratégico no iden-
tifica, sino que construye realidades posibles desde el criterio de viabilidad, para encontrar el
problema estratégico. [El diagnóstico estratégico] establece, entre pensamiento y construc-
ción, la viabilidad de la misión [estratégica] al proporcionar un marco de referencia capaz
de comparar la imagen ideal con esta imagen real. Y aunque no hace un estudio de toda la
realidad, lo que sería inútil, además de imposible, en el diagnóstico se busca sustancialmente
los elementos de impacto directo sobre la misión, tanto externos como internos. En este
sentido, la estrategia viene a ser un elemento contingente donde el diagnóstico recupera
variables relevantes de la misión y crea […] una imagen real, contrastable con la imagen
ideal. Sin embargo, lo que denominamos “imagen real” se compone, en verdad, de diversas
realidades posibles. No podemos pensar que un diagnóstico realmente pueda tener tal pre-
cisión como para ser una “fotografía total” de la realidad. Si basamos toda nuestra estrategia
en un diagnóstico único, que nunca será capaz de observar toda la realidad, estaríamos
desvirtuando todo el pensamiento estratégico. La “imagen real” se compone, entonces, de
varias realidades que son posibles de darse y, lo que es más importante, de “construirse”. Se
trata de pensar en la viabilidad y, como tal, pensar en términos de posibles situaciones de
construir, influir, impactar. De la confrontación entre la misión y las distintas realidades
surge el primer espacio de direccionalidad estratégica: en términos generales, aparece el
problema estratégico; problema definido como la diferencia entre lo deseado y lo que se
tiene, efectuando un corte de espacio-tiempo posible” (Arellano Gault, 2004: 78 y 79).

De este modo, el nexo fáctico entre lo buscado, lo deseado, que se traduce


en las metas y objetivos estratégicos de toda política pública, y lo existente,
que es reflejado en el diagnóstico situacional e institucional, se materializa en
las estrategias e iniciativas que dan formas a las políticas públicas. Se trata,
pues, de la formulación de iniciativas o políticas públicas tendientes a tratar y
procesar un problema o situación políticamente relevante, lo que se basa en
el análisis gubernamental de dicho problema o de la situación agendada, el
estudio de soluciones eventuales a los mismos, la adecuación de criterios y
la elaboración de una respuesta a través de un programa o plan de acción.
Ello, en su conjunto, implica la elaboración de proyecciones o pronósticos
acerca de las tendencias problemáticas presentes, la elaboración de conje-
turas interpretativas acerca de su evolución y el diseño de un plan de acción
que contenga la mejor alternativa de solución al problema y que se asiente

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181

sobre la base de criterios de factibilidad política que contengan una estrate-


gia política adecuada para asegurar la viabilidad de la propuesta formulada.
Se trata de un momento técnico-político preparatorio mediante el cual una
“apuesta” se incorpora en la agenda gubernamental como alternativa para la
acción o, mejor, como respuesta de solución al problema agendado. Según
Meny y Thoenig, es una etapa compleja en la que intervienen distintas instan-
cias gubernamentales y funcionariales tanto durante el momento de análisis
de la situación como durante el proceso de selección de opciones.

“[...] Los responsables políticos, sus gabinetes, sus servicios realizan estudios para decantar
el «desafío», separar las facetas operativas, identificar los parámetros que provocan el pro-
blema, movilizar el conocimiento disponible y, por último, establecer un diagnóstico. La
imaginación, más o menos creativa, se moviliza a fin de suscitar alternativas y elaborar un
estado deseable hacia el cual encaminarse. Se hacen previsiones y se emiten opiniones sobre
los méritos de las alternativas, sobre lo aceptable de las soluciones, sobre el devenir de los
problemas una vez que se haya tomado la decisión [...]. El análisis define la labor de inves-
tigación del problema, se buscan las opciones y las alternativas. Se anticipan y explicitan las
consecuencias, ventajas e inconvenientes, los efectos inducidos y los efectos buscados. La
cuestión se centra en saber si es necesario actuar o no, y qué resultaría de no hacer nada. La
característica del trabajo de análisis es un ir y venir entre la simplificación y la complejidad,
ya se trate de los objetivos, las soluciones o los efectos [...]. La selección es un proceso de
reducción de las opciones a una sola. Se acompaña de tensiones que ocultan divergencias
normativas y utilitarias. Puede ser el momento en que se expresa y tratan los conflictos: los
hechos o el análisis no son neutros para los actores; en todo caso, no más que los objetivos.
Compromisos, negociaciones, coaliciones, sobrentendidos, claroscuros, constituyen otras
tantas alternativas generadas en el curso de este proceso. La revalorización de opciones
alternativas permite la expresión de tácticas tan variadas como el recurso a los valores, la
propaganda, la comunicación o el chantaje. La promoción política acompaña estrechamente
la selección de una alternativa” (Meny y Thoenig, 1992: 136).

La tercera fase del proceso gubernamental consiste en la toma de decisión


por medio de la cual los gobernantes habilitados seleccionan las iniciativas o
políticas a implementar, es decir, es el momento en el cual las autoridades
públicas legalmente legitimadas para ello deciden poner en marcha un plan,
programa o política determinada. Por consiguiente, tal decisión no es más que
un acto de legitimación y oficialización política de una opción. Su efectivización
se concreta cuando la persona o el grupo al que institucionalmente le corres-
ponde resolver un problema, decide ya sea por medio de una forma o de un
voto. En ese acto puede aceptar o rechazar la opción seleccionada durante la
formulación, pero en el momento de su ejecución le coloca a la opción esco-
gida el carácter de “oficial”.

CC
La legitimación no es un acto protocolario, aun cuando el decisor se contenta
con ratificar el trabajo elaborado anteriormente. Posee su valor agregado, que
es política y simbólicamente decisivo: por su voto, por su firma, reviste de legi-
timidad la opción y la hace oficial, portadora de autoridad e irreversible. El tra-
bajo de legitimación consiste, pues, en aportar una solución de acuerdo con

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


182

un criterio de elección que la haga aceptable a los ojos de terceros. Se trata


de conformar la solución a las normas que comparten los subordinados, los lí-
deres políticos o el público. En lo sucesivo, si alguien puede discutir la opción,
deberá exponerse a transgredir las normas compartidas colectivamente, pa-
gando un costo muy alto, discutiendo la constitucionalidad del sistema político,
la legalidad de los procedimientos, recurriendo a la amenaza (la calle, la huel-
ga, la guerra civil), etc. (Meny y Thoenig, 1992: 138)

Por cierto, la no-decisión también configura una forma de legitimación y ofi-


cialización de una decisión, esto es, de la decisión de no decidir en favor de
opción alguna. Ello conlleva análisis y selección de opciones y configura, del
mismo modo, una actividad gubernamental.
La decisión en el proceso gubernativo constituye un momento culminante
cuya relevancia está dada por el hecho de que es el eje determinante de la
intervención estatal.

“Actuar es tomar decisiones. La decisión ocupa un lugar esencial en la jerarquía de los actos
públicos, porque en ese preciso momento se juega la partida. Un responsable administra-
tivo resuelve. Se seleccionan las soluciones. Una serie de acontecimientos derivan de ellas.
Los interesados en la política pública considerada verán afectada su situación. El porvenir
parece comprometido de manera irreversible. En la vida concreta de la gestión pública
todo concurre a la revaloración, cuando no a la sacralización, de la toma de decisiones.
La Constitución o el organigrama precisan, a veces detalladamente, quién tiene derecho
a firmar, en qué circunstancias, al final de qué trámites. El decisor final es la persona que
cuenta, aquella cuyos humores, intereses y gestos se espían. Se le deben honores. Porque
todo, en definitiva, descansa sobre sus espaldas y compromete su responsabilidad. En casa
de la política, el decisor trabaja en el piso principal, como el capitán en un barco. Los
consejeros o los expertos, si bien ayudan a decantar el problema y a generar alternativas,
permanecen en la bodega. En principio, el momento de la decisión representa el apogeo
del trabajo político y administrativo. El resto parece secundario. Esta es, en parte, la razón
por la cual, a los ojos del observador de la cosa pública, la decisión tiene valor privilegiado
como reveladora del sistema político y, en consecuencia, de la estructura profunda de las
comunidades y de las sociedades. Porque quien tiene la decisión ejerce el verdadero poder”
(Meny y Thoenig, 1992: 129).

Una vez efectivizada la decisión, la fase siguiente del proceso gubernamental


consiste en la implementación de las iniciativas o políticas mediante la puesta
en práctica o ejecución de las acciones y/o normas correspondientes y la
gerencia y administración que ello conlleva. Implica el desarrollo de un conjun-
to de actividades individuales y organizativas tendientes “a transformar con-
ductas en el marco de un contexto prescriptivo establecido por una autoridad
pública competente”, sostienen Meny y Thoenig.

CC
Ejecutar es aplicar un programa de acción a un problema, a una situación o a
un comportamiento. Ello implica modificaciones y perturbaciones en relación al
«estado natural» de la gente y de las cosas inducidas, suscitadas o solicita-
das. Un cierto número de ciudadanos, de interesados, verán su ámbito de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


183

comportamiento convertido en blanco de los ejecutores. Se trata de obtener


que, en los contextos así perturbados, los individuos y los grupos cambien a
partir de deseos y de incitaciones más o menos directas procedentes de los
actores públicos. (Meny y Thoenig, 1992: 168)

Sin embargo, no se trata de un mero proceso técnico, sino que implica un


conjunto de actos y medidas en cuya ejecución intervienen numerosos actores
tanto gubernamentales como funcionariales y sociales, los que, de hecho,
no son neutrales ni pasivos frente al desarrollo de las iniciativas o políticas
decididas. El papel de los ejecutores de esas iniciativas y políticas resulta
determinante para el desarrollo y los efectos de las mismas, al punto que, en
ciertas ocasiones, el proceso de ejecución está cruzado por estrategias y tác-
ticas de los funcionarios encargados de tal ejecución que bien puede redundar
en una reformulación de la política ejecutada o en formas soterradas o mani-
fiestas de neutralización de las mismas. Tal como se vio, las burocracias no
constituyen una estructura pasiva, sino que juegan un papel protagónico en la
implementación de las políticas y en los efectos y resultados de las mismas.

CC
Nueve de cada diez veces, los ejecutores titulares de las decisiones guberna-
mentales son las burocracias públicas y semipúblicas. Ahora bien, estas buro-
cracias no son instrumentos inertes. Al contrario, en su calidad de organizacio-
nes, expresan una libertad de maniobra muy considerable. Lo que surge como
producto de las actividades burocráticas no es el reflejo exacto de las orienta-
ciones fijadas por los decisores públicos. Hay un juego, diferencias, fenóme-
nos de contingencia que operan a lo largo de camino. Todo ello afecta la efi-
ciencia de la acción administrativa, es decir, la relación entre los costos o
medios movilizados y el nivel de los resultados concretos. Afecta también la
eficacia de la política pública, es decir, la resolución de los problemas o la sa-
tisfacción de los objetivos prescritos por el decisor. (Meny y Thoenig, 1992: 183)

Además, en todo este proceso de ejecución también intervienen, más o menos


activamente, los propios afectados por las políticas en curso de implemen-
tación, ya sea por medio de algún tipo de participación esporádica, acotada,
reactiva y/o no mediada o agregada o directamente a través de organizaciones
sociales o políticas altamente institucionalizadas, complejas y con grandes
recursos institucionales y económicos. Estas instancias interactúan, de algu-
na manera, con los gobernantes y, principalmente, con los formuladores y
ejecutores en el momento en que las normas o actos se promulgan o aplican.

“[…] El proceso de implementación sólo se da por terminado tras la producción de deci-


siones y acciones directamente destinadas a los grupos-objetivo identificados (outputs).
Ello implica que dicho proceso se caracteriza siempre por las interacciones entre actores
públicos y privados. Estos intercambios acostumbran a generar negociaciones en las que,
en ocasiones, organizaciones no gubernamentales o grupos de presión sectoriales son los
intermediarios de los intereses y posiciones de los actores sociales. Contrariamente a la fase
de programación, la cual (excepcionalmente) puede llevarse a cabo sin que se establezca

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


184

ningún contacto directo con (determinados grupos de) la sociedad civil, la etapa de imple-
mentación se dirige, por definición, a actores externos al subsistema político-administrativo.
Consecuentemente, los productos y las prestaciones administrativas (outputs) sirven como
punto de partida para evaluar la conformidad de la implementación con el contenido sus-
tantivo del programa de actuación político-administrativo” (Subirats, Knoepfel, Larrue y
Varonne, 2008: 181).

Finalmente, la última fase del proceso gubernamental consiste en la evalua-


ción de los resultados de las iniciativas o políticas públicas implementadas.
En verdad, la evaluación y, por ende, la formulación de juicios acerca de tales
iniciativas o políticas, en particular, de su diseño, formulación e implementa-
ción, y la identificación y medición de los efectos sociales y políticos, es una
tarea fundamental a cargo de los gobernantes, formuladores y ejecutores,
pero también interviene en este proceso una multitud de actores extra-esta-
tales tales como las personas afectadas por esas políticas, el periodismo,
la clase política en general, etc. Por cierto, este proceso evaluativo no es
lo mismo que el control administrativo de la legalidad y pertinencia de los
actos llevados a cabo por un servicio público realizado por los cuerpos de
inspección y auditoría del Estado. La evaluación de las iniciativas y políticas
públicas tiene que ver, más bien, con el control de su eficacia y sus efectos
sociales y políticos.
Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne sostienen que “el objetivo de una
política pública es resolver un problema social definido políticamente como
un tema que es competencia de la esfera pública” y que “una vez programa-
da e implementada, la política debería ser objeto de una evaluación sistemá-
tica”, en particular, una evaluación de los “efectos generados por las medidas
emprendidas por los poderes públicos”. Esto implica, en concreto, “identificar
si los grupos-objetivo seleccionados modificaron efectivamente su conducta
(¿qué impactos?), y si gracias a ello la situación de los beneficiarios finales,
que en un principio se consideró problemática, mejoró realmente (¿qué outco-
mes?)”. En función de estas dos dimensiones, la evaluación de las políticas
públicas procura apreciar los efectos de una política pública según cinco cri-
terios básicos: “efectividad, eficacia, eficiencia en la asignación de recursos,
pertinencia y eficiencia productiva” (Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne,
2008: 207).
La evaluación de las políticas configura una forma de auscultar el desarro-
llo y los efectos de las políticas tanto en su desempeño como en sus impac-
tos. Y ello tiene un gran valor político.

“En la práctica, las evaluaciones son un instrumento de información, de dirección y de


legitimación primaria (gracias al consenso legislativo que está en la base de la intervención
pública) y secundaria (debido a que los actores sociales pueden validar esa evaluación) de las
políticas públicas. Las evaluaciones generan una serie de conocimientos acerca de la perti-
nencia, la efectividad, la eficacia y la eficiencia (productiva y de asignación de recursos) de la
actividad estatal. Tales conocimientos pueden representar un fin en sí mismos y/o, cuando
se construyen en el ámbito universitario, servir a efectos de aprendizaje e investigación. Sin
embargo, generalmente, las evaluaciones se realizan con un objetivo político o adminis-
trativo concreto: iniciar una acción, legitimar una decisión, mejorar la implementación,

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


185

controlar, reducir los fondos, preparar intervenciones posteriores, etc. Se supone que las
evaluaciones preparan los fundamentos de las decisiones por venir y/o legitiman las medidas
que ya se han adoptado” (Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne, 2008: 227).

Los objetivos de las evaluaciones se orientan a tres fines básicos: la reformu-


lación o la modificación de medidas o de las políticas públicas, la mejora de
la implementación de las mismas, y la realización de un informe sobre ellas.
De todos modos, las acciones de los Estados que se traducen en políticas
públicas, aunque estas se formulen, implementen y evalúen de manera eficaz
y eficiente, no siempre consiguen sus objetivos y, a veces, ni siquiera algu-
nos de ellos. Pero eso se debe a que el Estado está inserto, como se vio, en
una compleja trama de relaciones de poder con otras agrupaciones y actores
políticos, económicos y sociales que cuestionan, resisten o intentan modifi-
car o impedir aquellas acciones estatales y hasta subvertir el orden estatal
existente.

CC
Los fracasos o los resultados desiguales de las políticas del Estado no se ex-
plican sólo por las políticas mal diseñadas, los funcionarios incompetentes o
los recursos insuficientes. Los Estados deben competir con grupos opositores,
algunos de los cuales son discreta e indirectamente subversivos, […] mientras
que otros son abiertamente contenciosos. Estas múltiples agrupaciones de la
oposición han creado coaliciones para fortalecer su postura, y estas se han in-
troducido en la estructura de los propios Estados. Las luchas resultantes entre
las coaliciones tuvieron su costo: la implementación de las políticas de Estado
y las consecuencias para la sociedad terminaron siendo muy diferentes de los
planos originales del Estado. (Migdal, 2011: 29)

Este conjunto de limitaciones del Estado y sus políticas solo pueden compren-
derse si se supera la visión del Estado como una instancia monolítica y eficaz-
mente regulatoria de la sociedad, “como si fueran organizaciones propositivas
y muy unidas, con objetivos autónomos, que usan la violencia y la legitimidad
como herramienta eficaz para mantener el control social e implementar políti-
cas” (Migdal, 2011: 31).

LECTURA OBLIGATORIA

Fernández, A. (1996), “Las políticas públicas”, en Caminal Badia,

OO M. (coord.), Manual de ciencia política, Tecnos, Madrid.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


186

4.7. Gobernabilidad y gobernanza


La gobernabilidad es la capacidad de gobernar que detentan las estructuras
institucionales encargadas del gobierno de una sociedad, es decir, encargadas
de la estructuración del orden político-social interno y de la inserción interna-
cional del Estado. Así, la gobernabilidad se refiere al rendimiento y límites de
una acción de gobierno en el marco de un contexto político y social que con-
temporáneamente está signado por la diversidad y complejidad de actores y
relaciones y, particularmente, en el marco de situaciones de crisis.
Vallès y Martí i Puig sostienen, en este sentido, que la gobernabilidad está
directamente relacionada con “el objetivo final de la política” dado por “la con-
secución de un grado razonable de estabilidad social”. Y este resultado es
perseguido por los gobiernos “mediante políticas públicas que intentan influir
sobre su entorno” (2015: 423). Es decir, la gobernabilidad es la capacidad
de un gobierno para gestionar los asuntos públicos –siempre complejos– y los
conflictos que debe afrontar.

“Cada política pública organiza una serie de intervenciones en un ámbito conflictivo de la


vida colectiva […] Se propone reaccionar ante dicha conflictividad mediante la reasigna-
ción de recursos de todo tipo y utilizando –si conviene– la coacción. […] Esta actividad
de gobierno –desarrollada a través de una suma de políticas públicas– repercute sobre los
equilibrios sociales existentes, ya sea para reforzarlos, ya sea para modificarlos. Cuando esta
actividad de gobierno y sus correspondientes repercusiones son aceptadas ampliamente y
con frecuencia, puede hablarse de gobernabilidad de sistema. Por el contrario, un rechazo
repetido y generalizado nos indica una situación de ingobernabilidad. No hay entonces
ajuste suficiente entre las expectativas y las respuestas, ni actúan como una referencia, ni se
consigue el grado suficiente de cohesión social al que debe aspirar la acción de gobierno. En
cierto modo, la noción de gobernabilidad actúa como una referencia –o como una prue-
ba– que permite valorar el rendimiento de un sistema político. […] La gobernabilidad, por
tanto, se mide en base a los efectos que produce la intervención política. Si esta intervención
es capaz de pacificar o atenuar el conflicto en la mayoría de las ocasiones, se atribuiría al
sistema un grado elevado de gobernabilidad. En caso contrario, podría achacársele una situa-
ción de ingobernabilidad más o menos acentuada” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 423 y 424).

La gobernabilidad, así entendida, se ubica entre el desempeño del gobierno


y la estabilidad del sistema político. En concreto, se refiere a las destrezas
gubernamentales para llevar adelante sus objetivos y “estabilizar” el conjunto
del sistema político o, si se quiere, impedir una ruptura del mismo. Pero esa
cualidad se inscribe en un contexto más amplio y está condicionada o deter-
minada –dependiendo del contexto– por factores situacionales puntuales.
Para Arbós y Giner, la capacidad de gobierno se estructura sobre la base
de dos condiciones fundamentales y necesarias para la estabilidad de todo
gobierno, a saber: la legitimidad y la eficacia. La legitimidad tiene que ver con
el consenso y la validez del gobierno ante sus ciudadanos, y la eficacia hace
referencia a la calidad del desempeño gubernamental propiamente dicho. Vale
decir, la gobernabilidad está determinada por la capacidad de un gobierno para
desplegar sus acciones social y políticamente en forma eficiente y legítima.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


187

“[...] La gobernabilidad es la cualidad propia de una comunidad política según la cual sus
instituciones de gobierno actúan eficazmente dentro de su espacio de un modo considerado
legítimo por la ciudadanía, permitiendo así el libre ejercicio de la voluntad política del poder
ejecutivo mediante la obediencia cívica del pueblo. Esta cualidad se expresa, esencialmente,
en un proceso continuo de gobierno que obtiene un grado mínimo de obediencia ciudada-
na, una medida suficiente de aceptación popular, así como de las diversas instituciones (de
la propia esfera política y de la sociedad civil) para que dicho proceso no tenga una existencia
efímera. Este proceso, sin embargo, se ve abocado a ciertos problemas básicos que si no son
resueltos llevan al fenómeno del desgobierno y, más concretamente, al de la ingobernabilidad
de una sociedad. Este es un fenómeno distinto al del enfrentamiento o rebelión de una parte
de la sociedad contra el gobierno. Hay que distinguir, pues, la disensión civil –que en el
caso extremo se torna guerra civil, revuelta o revolución– de los fenómenos estrictos de falta
de gobernabilidad, a pesar de que probablemente exista un continuum que lleva de unos a
otros” (Arbós y Giner, 1993: 13 y 14).

Por lo tanto, la gobernabilidad no solo se refiere al ejercicio del gobierno y,


en particular, a la eficacia y eficiencia de dicho ejercicio, sino también a la
legitimidad y al consecuente respaldo social con que cuenta ese gobierno y
que, en todo caso, contribuye a crear las condiciones situacionales favorables
–aunque no suficientes– para garantizar un gobierno eficaz.
Según Ángel Flisfisch, la gobernabilidad se remite, entonces, a “la calidad
del desempeño gubernamental a través del tiempo”, es decir, a:

1. La capacidad gubernamental de adoptar oportunamente decisiones ante


desafíos que imponen y que exigen ciertas respuestas de ese gobierno.
2. La efectividad y eficiencia del conjunto de decisiones adoptadas en
cuanto a su acatamiento social y a la producción de efectos sociales,
respectivamente.
3. El grado de aceptación social de esas decisiones.
4. La coherencia de las mismas en el tiempo, de manera que no generen efec-
tos o consecuencias contradictorias (1989: 113).

No obstante, debe especificarse que, así entendida, la gobernabilidad tampo-


co queda reducida a la capacidad técnica del gobierno para resolver problemas
públicos o a la legitimidad social de dicho gobierno, sino que además expre-
sa una cuestión fundamentalmente política y que está dada por la voluntad
gubernamental a favor de apropiarse de determinados problemas sociales y
políticos, convertirlos en objetos de las políticas públicas y formular e imple-
mentar exitosamente intervenciones políticas. De ese modo, como lo indicó
Rolando Franco (1995), la gobernabilidad supone “querer”, “saber” y ”poder”,
esto es, implica la concurrencia de una manifiesta voluntad política –expresa-
da en determinados “proyectos de gobierno”– de parte de la clase política y
gubernamental, el desarrollo de cierta capacidad y efectividad en el ejercicio
del gobierno en cuanto a la formulación y ejecución de las políticas públicas,
y la existencia de condiciones institucionales y sociales que posibiliten –y/o
no obstruyan– dicho desempeño gubernamental.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


188

CC
[…] No basta «poder», sino que hay que «querer», esto es, tiene que haber vo-
luntad política y, además, se requiere «saber». Esto último tiene que ver con la
capacidad de gobernar, esto es, poseer la condición para diseñar y ejecutar po-
líticas públicas y lograr efectividad en el desenvolvimiento de la actividad gu-
bernamental. Los componentes cruciales de dicha capacidad son un poder gu-
bernamental adecuado (lo que implica reformas institucionales) y la existencia
de consenso social (legitimación del régimen político y del gobierno), además
de elementos operativos que se logran mediante el «perfeccionamiento de las
elites políticas». Es necesario también que el público se identifique con las es-
trategias de desarrollo, lo que exige ilustrar a la población, entregándole visio-
nes realistas del proceso. El tercer concepto relacionado es el de proyecto de
gobierno, esto es, el conjunto de objetivos y la estrategia y la táctica que guia-
rán la acción para alcanzar los resultados esperados. (Franco, 1995: 48)

Pues bien, la gobernabilidad es un fenómeno político-social complejo que se


refiere tanto a la capacidad gubernamental como a los sistemas políticos en
cuestión y su dinámica o, en todo caso, a la articulación estructurada entre
ambas instancias y que, como se dijo, compromete tanto la legitimidad política
y social como la eficiencia gubernamental.

“La cualidad de «gobernable» se refiere a la dimensión política de un orden social. Presu-


pone que el poder político es capaz de ejercer la acción de gobierno sobre los ciudadanos;
es decir, que orientando su conducta con mandatos y prohibiciones, fundamentados en el
consentimiento y en la represión, consigue sus objetivos [...]. En cualquier caso, la eficacia
para el gobierno no es sino la consecución de sus objetivos. Hay que añadir que algunos
sectores sociales pueden formular demandas sociales que no coincidan con aquellos, si
bien son presentadas asumiendo que el gobierno las hará suyas con los mismos criterios de
prioridad [...]. Así, la medida de la eficacia del gobierno puede también estar determina-
da por las expectativas de la sociedad y afectar la legitimidad del poder político. Cuando
hablamos de legitimidad del gobierno nos referimos a la condición de aceptable que tiene
su autoridad a los ojos de los ciudadanos […]. Los gobernantes actuales deben ser […] efi-
caces a la hora de satisfacer demandas sociales que, a veces, se formulan sin que existan las
estructuras administrativas idóneas para satisfacerlas […]. La «sobrecarga» que conlleva la
multiplicidad de demandas juega en contra de la eficacia de la acción del gobierno” (Arbós
y Giner, 1993: 16).

Dentro de determinadas perspectivas conservadoras, la cuestión de la “sobre-


carga de demandas sociales” que pesan sobre las instituciones gubernamen-
tales configuró unos de los factores explicativos principales de la creación de
condiciones de ingobernabilidad. Esa sobrecarga, sumada a la crisis de las
estructuras gubernamentales –particularmente, originadas como consecuen-
cia de las “crisis fiscales” recurrentes–, afecta la gobernabilidad y produce
una profunda brecha entre el sistema político y la sociedad signada por la
ineficiencia gubernamental y la deslegitimación social (Crozier, Huntington y
Watanuki, 1975: cap. 5).
No obstante, desde otros puntos de vista, se reconoció que, si bien la
gobernabilidad –o, eventualmente, la ingobernabilidad– configura un atribu-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


189

to o cualidad del sistema político y, en particular, del sistema de gobierno


de una sociedad, dicho fenómeno hace referencia a la estructuración social
de dicho sistema político, es decir, al vínculo articulado entre la política y la
gubernamentalidad, por un lado, y la sociedad, por el otro. Ello inclusive ha
llevado a sostener a algunos autores que la gobernabilidad podría asegurar-
se si un gobierno es capaz de “mantener la legitimidad y promover el desa-
rrollo socioeconómico”, como forma, justamente, que dar lugar a un contexto
social favorable al desarrollo de una relación integral entre gobierno y socie-
dad (Alcántara Sáez, 1994).

1.

KK Luego de la lectura de la presente unidad, responda las siguientes


preguntas:
a. ¿Qué determina la especificidad del campo político?
b. ¿Qué es el gobierno de una sociedad o asociación?
c. ¿Por qué, según Lagroye, toda forma de gobierno resulta de un “pro-
ceso de especialización de roles políticos”?
d. Desarrolle ampliamente el concepto de Estado.
e. ¿Qué es un orden legítimo según Weber?
f. ¿De qué manera el Estado garantiza el orden social y simbólico?
g. ¿Cómo funciona el Estado según la articulación de imagen y prácticas
según Migdal?

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190

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


191

Actores, acciones y culturas políticas


Objetivos
•• Analizar y describir los distintos actores políticos.
•• Explicar las acciones políticas y reflexionar acerca de cómo inciden en la
vida política.
•• Comprender los roles de la cultura política, prestando atención a la socia-
lización y comunicación políticas.
•• Observar y describir la incidencia de los medios de comunicación en la polí-
tica, abordando las nociones de videopolítica y política mediática.

5.1. Los actores de la política


El ámbito de la política moderna o, en palabras de Bourdieu, el “campo políti-
co”, se estructura a través de la relación y competencia entre diversos actores
que interactúan entre sí e intervienen de alguna manera en la producción y
reproducción de la dominación participando en forma directa o indirecta en la
estructura institucional de gobierno de la sociedad o ejerciendo ciertas formas
de influencia sobre esas estructuras.

“[…] La política no es una actividad exclusiva de los políticos. […] Todo comportamiento
político posee una dimensión colectiva: el acto político de un sujeto individual tiende a
integrarse en un conjunto de actos realizados por otros, con el fin de aumentar su incidencia
sobre la toma de decisiones y asegurar su aceptación. Por esta razón, el día a día de la polí-
tica […] otorga un gran protagonismo a los actores colectivos. Resalta […] el papel de los
partidos [políticos]. Pero, junto a ellos, es también intensa la actividad de otros colectivos:
una organización de agricultores realiza un corte de carretera con sus tractores, un colegio
de abogados se pronuncia en una rueda de prensa sobre un proyecto de ley del gobierno,
un sindicato declara una huelga, una asociación de vecinos denuncia la inseguridad en su
barrio poniendo pancartas en los balcones, una organización ecologista promueve la clausura
de las centrales nucleares a través de una huelga de hambre, una coordinadora feminista
se moviliza contra las agresiones domésticas a las mujeres con una campaña sensibilizando
contra la violencia de género, etc.” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 341).

Tal como lo destacan Vallès y Martí i Puig, los actores políticos colectivos
poseen una serie de rasgos comunes distintivos (2015: 341 y 342):

1. Configuran una asociación voluntaria, dado que “sus miembros forman


parte de [la misma] sin que ello les sea impuesto obligatoriamente por la
autoridad política”.

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192

2. Su actividad posee una estabilidad relativa, ya que “no se trata de fenóme-


nos circunstanciales”.
3. Existe una comunidad de intereses y objetivos, ya sean latentes o mani-
fiestos, “que producen una cierta homogeneidad entre los individuos” que
componen la asociación.
4. Tienen una línea de acción coordinada y organizada “mediante el uso de
medios e instrumentos diversos”.

Por cierto, los actores políticos colectivos “adquieren protagonismo cuando


aparece la política de masas y se abre un espacio amplio para la intervención
política” de actores muy diversos y diferentes de las estructuras partidarias.
La conformación a partir del siglo XX de Estados liberal-democráticos impulsó
y facilitó “la expresión de las demandas de diversos grupos sociales” que se
fueron convirtiendo en “intermediarios o agentes colectivos”. Vallès y Martí
i Puig añaden que en las sociedades contemporáneas, la diversificación y
complejidad de las estructuras sociales, sumadas a la politización de cuestio-
nes que antes se ignoraban, condujo a la multiplicación de actores políticos
colectivos. Estos, a su vez, también acentuaron su diversidad (2015: 343).
En la vida política actual, los principales actores políticos colectivos son los
movimientos sociales, los grupos de interés y los partidos políticos.

5.1.1. Los movimientos sociales


La complejidad y diversidad de la vida social y del escenario político contem-
poráneo ha dado lugar a la aparición de actores difusos pero disruptivos y
de una enorme significación política a los que se denominan movimientos
sociales. Así lo han sido históricamente –o lo son– los movimientos obreros,
feministas, ecologistas, pacifistas, de minorías étnicas y lingüísticas, estu-
diantiles, contraculturales, de derechos humanos, de jóvenes, de inmigrantes,
de desposeídos de la tierra, de desocupados, de pobladores carenciados, de
consumidores y usuarios, etc. (Ibarra y Letamendía, 1996: 403-413).
A diferencia de otros actores colectivos con alto grado de organización,
como los partidos políticos y los grupos de interés, los movimientos sociales
son “fenómenos menos integrados y de fronteras más difusas” que suelen
incorporar “una pluralidad de núcleos –entidades estables, clubes, publicacio-
nes, colectivos locales, etc.–, conectados entre sí mediante una articulación
relativamente débil, descentralizada y poco o nada jerárquica”, y con propues-
tas y discursos que “no se limitan a un solo ámbito o a un solo sector de la
vida social” debido a que “sus objetivos se sitúan en varios ámbitos de las
relaciones colectivas”. También tienen la particularidad de llevar a cabo accio-
nes mediante “vías de intervención política no convencionales” dado que, en
general, tienen “cerradas muchas veces las vías convencionales que contro-
lan sobre todo partidos y grupos de interés” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 351).
Por su parte, Ibarra y Letamendía señalan que los movimientos sociales
constituyen una forma de acción colectiva que, como tal, implica la preexis-
tencia de un conflicto, esto es, “de una tensión que esa acción colectiva trata
de resolver haciéndolo visible, dándole dimensiones públicas”. Pero es el
emergente de “tensiones estructurales” que surgen en medio de “carencias
o fracturas estructurales”, siempre que “otras formas preexistentes –organi-
zaciones– de solucionar ese conflicto no pueden llegar a él, no saben llegar a

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


193

él o no quieren llegar a él”, y que a ese colectivo de gente “no le gusta cómo
se interpreta y cómo se vive la resolución de esa injusticia” que dio origen a
la movida (1996: 424 y 425).

CC
[Los movimientos sociales constituyen una] red de interacciones informales
entre individuos, grupos y/o organizaciones que, en sostenida y habitualmente
conflictiva interacción con autoridades políticas, élites y oponentes –y compar-
tiendo una identidad colectiva en origen diferenciada, pero con tendencia a
confundirse con identidades convencionales del «mundo exterior»–, demandan
públicamente cambios (solo en potencia permanentemente antisistémicos) en
el ejercicio o redistribución del poder a favor de intereses cuyos titulares son
indeterminados o indeterminables colectivos o categorías sociales. (Ibarra y

Letamendía, 1996: 431)

Por lo tanto, los movimientos sociales constituyen actores escasamente insti-


tucionalizados en relación con los grupos ya conformados y asociados, y que
se estructuran sobre la base de nuevos tipos de solidaridades y creencias en
cuanto a su objeto y al hecho de tratarse de intereses más acotados, puntua-
les, específicos e imprevistos. Pueden tener cierta base organizacional, pero,
en verdad, conforman agrupamientos inicialmente espontáneos, de intereses
difusos y de proyección generalmente reactiva frente al orden social vigente, al
sistema político formal y a otros grupos sociales constituidos. Su eventual con-
tinuidad o institucionalización los convierte rápidamente en grupos de interés
o, según el caso, en partido político, o directamente se extinguen tras haber
alcanzado las metas propuestas o al haberse producidos notables cambios
en el contexto social en el que emergieron.
Federico Rossi, abrevando en los aportes teóricos de los años noventa
acerca de este tipo de actores políticos, identifica una serie de características
constitutivas de los movimientos sociales (2006: 243):

1. Constituyen “redes informales de interacción compuestas por individuos,


grupos y/u organizaciones”.
2. Se articulan sobre la base de “solidaridades y creencias compartidas” que
le otorgan una “sensación de pertenencia” y le proveen una “identidad
colectiva”.
3. Desarrollan una “acción colectiva orientada al conflicto” derivada de un
“antagonismo sobre el control de algún recurso (material o simbólico)”.
4. Usa la “protesta” como modalidad de acción colectiva, aunque no de mane-
ra exclusiva.
5. Perdura en el tiempo “más allá de las protestas”.

Según Alain Touraine, los movimientos sociales configuran “la acción conflicti-
va de agentes […] que luchan por el control del sistema de acción histórica”.
Todo sistema de acción histórica constituye el “sistema de repercusión de la
historicidad sobre la práctica social”, es decir, los efectos social y cultural-
mente estructurantes de la acción ejercida por los agentes a través de sus
actividades y mediante las cuales configuran el conjunto de prácticas sociales
y culturales habituales combinando un modo de conocimiento –que constituye
una imagen de la sociedad–, una forma de acumulación –que extrae una parte

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


194

del producto social disponible– y un modelo ético –que valida e interpreta la


capacidad de acción de la sociedad sobre sí misma.
Para el sociólogo francés, un movimiento social se constituye a partir de
tres principios básicos: de identidad, de oposición y de unidad. En primer
lugar, un movimiento social se organiza a partir de la definición de sí mismo
como actor histórico en medio de las prácticas sociales en las que se sitúa
y del conflicto que lo constituye y organiza justamente como actor. En segun-
do lugar, y como derivación del primer aspecto, el movimiento social se con-
figura como actor histórico a partir de la existencia de un conflicto que ponga
en entredicho orientaciones generales de la vida social que lo afecten como
tal y de un adversario que sea percibido como agente de aquellos intereses
contrapuestos. “El conflicto hace surgir al adversario, forma la conciencia de
los actores en presencia”, dice Touraine. Y, en tercer término, el movimiento
social se constituye a partir de la reafirmación de una totalidad histórica cuyo
dominio disputa contra su adversario, es decir, aunque se constituyan a partir
de un aspecto o tema social puntual y específico, siempre ponen en tela de
juicio la orientación general de un sistema de acción histórico. Así, los movi-
mientos sociales se originan y desarrollan en función de la transformación y
recreación de las relaciones sociales en tanto relaciones de poder, relación
de significación y relaciones de legalidad.

“Lo propio de un movimiento social es que cada uno de sus elementos [identidad, oposi-
ción y unidad] remite a la relación entre los otros dos. Tampoco se encuentra nunca en un
estado de neutralidad afectiva o de simple análisis de la situación. Nunca está en reposo; es
remitido sin cesar de uno de sus componentes a otro, de una de sus vertiente a otra [...] Los
actores de un movimiento no forman un movimiento, no forman un medio social al que
se pueda definir por elecciones comunes, por una identidad social personal y colectiva. Un
movimiento social, por el contrario, está constantemente ocupado en poner en entredicho
la definición social de los papeles, el funcionamiento del juego político, el orden social. Su
unidad no puede ser nunca la de una organización porque consiste en lo que une esperanza
y rechazo, negación y afirmación. El nivel del sistema de acción histórica es donde se sitúa el
movimiento social. Es falso contraponer el movimiento social, protesta elemental, limitada,
presa de los marcos de la sociedad, y una acción política que le daría una envergadura más
vasta y le permitiría poner en entredicho la dominación de clase y el Estado” (Touraine,
1995: 254).

De este modo, un movimiento social constituye el esfuerzo de un actor colec-


tivo “por adueñarse de los valores, de las orientaciones culturales de una
sociedad, oponiéndose a la acción de un adversario con el que está vinculado
por las relaciones de poder”. No expresa cualquier tipo de conflicto social o
político, sino aquel conflicto estructurado sobre la base de una lucha entre
actores que pujan por el dominio cultural de la sociedad o de algún aspecto
de ella y por la conversión de dicho dominio en prácticas sociales habituales.
Se trata, entonces, de un conflicto social y de un proyecto cultural. Como dice
Touraine, “un movimiento social aspira siempre a la realización de valores cul-
turales y, al mismo tiempo, a obtener la victoria frente a un adversario social”
(1994: 237). Por ello, una lucha de reivindicación, la defensa corporativa de
determinado interés o cualquier acto de presión política no es en sí mismo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


195

un movimiento social. Este es más que una lucha inscripta en el plano de las
relaciones de producción o de la vida económica. Es, más bien, una lucha
por la historicidad, por determinadas modalidades de prácticas sociales, de
significados, de formas interpretativas y de validación.

“La naturaleza de los actores, los objetos y las formas de sus conflictos, las ideologías y las
utopías de los movimientos no se pueden expresar ni en términos puramente económicos
ni en términos de sistemas de valores. Un conflicto de intereses económico es más probable
que sea ante todo la expresión de una crisis organizativa y no necesariamente el signo de
la presencia de un movimiento social. Los movimientos sociales ponen en tela de juicio
la historicidad de una sociedad que no es separable de un tipo de acción económica. Los
intereses que defienden los movimientos sociales son los de una clase comprometida en la
lucha por la dominación de una historicidad, y por tanto, de un modelo cultural, de una
forma de movilización, de un tipo de jerarquización, de una forma de necesidades. La lucha
no se extiende al conjunto del funcionamiento de un sistema económico, sino al conjunto
del sistema de acción de la sociedad sobre sí misma” (Touraine, 1995: 258).

Los movimientos sociales son portadores de ideologías y orientaciones sim-


bólicas más bien difusas, directamente vinculadas a las nuevas problemá-
ticas sociales –medioambiente, derechos de la mujer, condiciones de vida,
armamentismo, globalización– y no atadas a los viejos parámetros clasistas.
Cuentan con una base social de apoyo más o menos amplia, pero, en cual-
quier caso, poco definida y genérica. No configuran grupos de intereses par-
ticulares ni se abocan a la defensa de intereses puntuales sustentados por
grupos o individuos concretos, sino a la persecución de bienes colectivos y de
valores generales, abarcando problemas no sectoralizables. Y, en general, se
expresan y articulan sus intereses frente al gobierno y a la sociedad a través
de medios no convencionales que, en general, implican formas de protestas.
Claus Offe (1992) afirma que los movimientos sociales politizan cuestio-
nes que no pueden encasillarse ni como públicas ni como privadas, sino, más
bien, cuestiones inscriptas en lo que este autor denomina “esfera política no-
institucional”. Estos movimientos son políticos porque sus actores pretenden
que se reconozcan como legítimos sus medios de acción y que los objetivos
de la acción sean asumidos por la comunidad amplia, pero su irrupción en las
sociedades contemporáneas ha implicado la distinción de tres esferas de lo
social: la privada, la política institucional y la política no-institucional.

CC
[…] Mientras que la teoría liberal parte de que puede categorizarse cualquier
acción como «privada» o «pública» (siendo, en este caso, propiamente «políti-
ca»), los nuevos movimientos se sitúan en una tercera categoría intermedia.
Reivindican para sí mismos un tipo de contenidos que no son ni «privados» (en
el sentido de que otros no se sientan legítimamente afectados), ni «públicos»
(en el sentido de que se les reconozca como objeto legítimo de las institucio-
nes y actores políticos oficiales), sino que son los resultados y los efectos co-
laterales colectivamente «relevantes» de actuaciones privadas o político-institu-
cionales de las que, sin embargo, no pueden hacerse responsables ni pedir
cuenta por medios institucionales o legales disponibles a sus actores. El cam-
po de acción de los nuevos movimientos es el espacio de la política no institu-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


196

cional, cuya existencia no está prevista en las doctrinas ni en la práctica de la


democracia liberal y del Estado de Bienestar. (Offe, 1992: 174)

De este modo, los movimientos sociales son políticamente relevantes en la


medida en que procuran ser reconocidos como actores políticos por la comu-
nidad en su conjunto y por los organismos gubernamentales de esta, llevando
a cabo acciones que, si bien no siempre son consideradas legítimas por el
resto de los grupos sociales y las instituciones políticas, tiene efectos y con-
secuencias sobre la vida social y política.
Charles Tilly considera que los movimientos sociales constituyen una moda-
lidad de interacción política permanente y orientada a producir “cambios en la
distribución o el ejercicio del poder”, lo que los convierte en un fenómeno de
marcada raigambre política.

CC
Un movimiento social es una serie sostenida de interacciones entre quienes
ostentan el poder nacional y personas que reclaman con éxito hablar a grupos
desprovistos de representación formal, en el transcurso del cual esas perso-
nas plantean públicamente demandas de cambios en la distribución o el ejerci-
cio del poder, y respaldan esas exigencias con manifestaciones de apoyo.
(Tilly, 1979: 12)

Para Tilly, el movimiento social surge en un contexto caracterizado por un


desequilibrio en la distribución de poder que es puesta en tela de juicio por
los grupos difusos y espontáneos que retan a los detentadores del poder.
En lo atinente a las formas de activación sociopolítica de los movimientos
sociales, como se dijo, estos siguen tácticas acotadas, no convencionales,
principistas y sin un significativo despliegue de alianzas. Siguen, pues, polí-
ticas de protestas basadas en exigencias formuladas en términos predomi-
nantemente negativos y con escasa o sin impronta negociadora. Como señala
Offe, sus tácticas o modo de actuar externo “van acompañadas por reivindi-
caciones de protesta cuyos aspectos positivos se articulan casi siempre en
formas lógicas y gramaticales negativas, como indican palabras claves como
«nunca», «en ningún lado», «fin», «cierre», «fuera», «parar», «congelar» (freeze),
«prohibición», etc.”, todo lo cual cercena la posibilidad de desplegar acciones
gradualistas en procura de objetivos puntuales. Se asumen, más bien, posi-
cionamientos maximalistas que los aleja críticamente de las fuerzas políticas y
sociales tradicionales, las cuales, aun reconociendo la legitimidad de muchas
de sus demandas, ven a esos nuevos actores como protagonistas de “acti-
tudes irracionales, afectivas, estrechas, cortas, inmaduras, incompetentes e
irresponsables políticamente”.

“Las tácticas, las reivindicaciones de la protesta indican que el grupo de actores movilizado
(real o potencial) se concibe a sí mismo como una alianza de veto, ad hoc, y a menudo
monotemática (más que como un grupo integrado organizativamente y ni siquiera ideo-
lógicamente), que deja un amplio espacio para una amplia diversidad de legitimaciones y
creencias entre los que protestan. Este modo de actuar enfatiza además el planeamiento de
sus exigencias como de principio y no negociables, lo que puede considerarse que es una

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


197

virtud, o una necesidad dada la debilidad de las primitivas estructuras organizativas involu-
cradas. Los movimientos sociales no se refieren a otros actores y oponentes políticos en tér-
minos de negociaciones, compromisos, reformas, mejoras o progresos graduales a conseguir
por tácticas y presiones organizadas, sino más bien en término de fuertes antinomias tales
como si/no, ellos/nosotros, lo deseable y lo intolerable, victoria y derrota, ahora o nunca,
etc. Esta lógica de deslinde de campos, evidentemente, apenas permite desarrollar prácticas
de negociación políticas ni tácticas gradualistas […]. Los movimientos son incapaces de
negociar porque no tienen nada que ofrecer como contrapartida a las concesiones que se les
puedan hacer a sus exigencias […]. Se debe esto a que a los movimientos les faltan varias
propiedades de las organizaciones formales, sobre todo la vigencia interna de las decisiones
de sus representantes, gracias a lo que las organizaciones formales pueden asegurar en cierta
medida el cumplimiento de los acuerdos de una negociación política. Es también típica la
falta de un armazón coherente de principios ideológicos y de representaciones del mundo
de la que poder derivar la imagen de una estructura deseable de la sociedad y deducir los
pasos a dar para su transformación” (Offe, 1992: 178-180).

De todos modos, estas particularidades no excluyen que, en efecto, las accio-


nes colectivas y estrategias emprendidas por los movimientos sociales, ya se
trate de acciones políticas no-institucionales o institucionales, puedan tener
una importante repercusión sobre el sistema político o que sus demandas
puedan traducirse en iniciativas y políticas públicas. Inclusive, en numerosos
casos, los movimientos sociales se transforman, en el tiempo, en grupo de
interés o partidos políticos. Sin embargo, no constituyen un actor colectivo
semejante o equiparable a los partidos políticos o a los grupos de interés.
No son organizaciones ni coaliciones políticas, pero sí son actores políticos
cuya activación política deriva básicamente de una creencia y una identidad
compartida.

“Los movimientos se distinguen de las redes de organizaciones por no ser ni poseer una orga-
nización central, sino múltiples instancias de colaboración con diversa intensidad y alcance.
Si el caso en cuestión es el de una asociación formal que domina todas las esferas […] no
es posible afirmar que sea un movimiento, sino una organización política. Aunque no son
fenómenos espontáneos y en general tienen una o múltiples instancias de coordinación, los
movimientos no son organizaciones políticas. Para participar no es requisito adherir auto-
máticamente a ninguna organización. La naturaleza informal es un componente elemental
del movimiento. Las coaliciones políticas son redes informales de diversos grupos y orga-
nizaciones en pos de un propósito, pero, a diferencia de los movimientos, estas no poseen
una identidad compartida que permita conectar eventos y actores en diversos momentos
y lugares. En otras palabras, no conforman un “nosotros”, sino una sumatoria de grupos
aliados por un objetivo. […] Los movimientos requieren de creencias compartidas que les
den una identidad. […] Para que la acción colectiva política sea posible es imprescindible
que los individuos y grupos delimiten algún tipo de identidad que les permita accionar junto
con otros y definir el contenido de las relaciones en conflictos. A pesar de ser fundamental, la
identidad no es estática, sino que es producto de la interacción que el movimiento establezca
con los aliados y antagonistas. En la relación con los “otros” la identidad de movimiento es
resignificada” (Rossi, 2006: 243 y 244).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


198

Toda organización –grupos o movimientos existentes– en una determinada


sociedad interviene en la vida política de esta en la medida en que, de algún
modo, ejerce algún grado de influencia sobre el proceso gubernamental, parti-
cipa en la formación y difusión de opiniones y orientaciones acerca de la polí-
tica y del poder, entabla relaciones de fuerza, acuerda o confronta con otros
actores políticos y sociales, y legitima orientaciones y modalidades simbólicas
y principios de justificación acerca de la autoridad, entre otras acciones. Esto
es válido tanto para los movimientos sociales (movimiento ecologista, de
derechos humanos, etc.), para las organizaciones sociales no-políticas (como
puede ser la Iglesia, una sociedad de fomento o una cooperadora escolar),
para los grupos de interés de cualquier índole (sindicatos, organizaciones
empresariales) o para los partidos políticos, que constituyen la organización
política de mayor nivel de institucionalización en el mundo social contemporá-
neo. En razón de esto, todos ellos constituyen actores políticos.

5.1.2. Los grupos de interés


Los grupos de interés son aquellos grupos o asociaciones constituidos por
personas que comparten un conjunto de objetivos y perspectivas –sociales,
económicas, culturales o de cualquier índole– cuya consecución o resguardo
implica o conlleva el desarrollo de acciones de influencia sobre las estructuras
de gobierno.

CC
[…] Los grupos de interés se caracterizan por ser asociaciones voluntarias que
tienen como objetivo principal influir sobre el proceso político, defendiendo pro-
puestas que afectan a los intereses de un sector determinado de la comuni-
dad: los trabajadores asalariados, los miembros de una confesión religiosa,
los empresarios de la industria química, etc. Estos grupos se proponen partici-
par en la elaboración de las decisiones políticas relacionadas con los intere-
ses del sector, pero sin asumir responsabilidades institucionales: actúan sobre
las instituciones, pero sin ejercer directamente el poder que estas administran
[…]. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 344)

Según Almond y Powell, dos notables politólogos norteamericanos que en los


años sesenta pusieron especial atención en este tipo de agrupamientos polí-
ticos, los grupos de interés son asociaciones no partidarias que se conforman
con el fin de articular, promocionar o defender los intereses específicos ante
los gobiernos.

CC
Por “grupo de interés” entendemos un conjunto de individuos ligados por lazos
de interés o ventajas particulares, que tienen cierta conciencia de esos víncu-
los. La estructura del grupo de interés puede estar organizada hasta el punto
que exija el desempeño permanente del rol por todos sus miembros, o bien re-
flejar solo una conciencia ocasional o intermitente del interés del grupo por
parte de los individuos. (Almond y Powell, 1972: cap. 4)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


199

Estos grupos desarrollan actividades sociales, culturales o económicas diver-


sas, pero, en lo esencial, no apuntan a “conquistar” el gobierno, sino a
articular sus intereses mediante el planteo de demandas a quienes están
encargados de tomar decisiones políticas. Sus actividades pueden estar total
o parcialmente orientadas o estructuradas en torno de la intervención en el
sistema político, pero no pretenden ejercer el gobierno político de la sociedad,
sino que disputan por la obtención de bienes públicos generados por las orga-
nizaciones gubernamentales. En concreto: son actores sociales que intervie-
nen en la actividad política de una sociedad en la medida que se conforman
y estructuran en torno de ciertos intereses específicos –que pueden ser de
carácter social, cultural, económico, corporativo, político propiamente dicho,
etc.– y los articulan y agregan a través de ciertas acciones colectivas que, de
alguna manera, están orientadas a ejercer algún grado de influencia sobre las
estructuras de gobierno de la sociedad y, en particular, sobre las iniciativas y
políticas públicas formuladas e implementadas por los gobiernos, dado que
tales intereses suponen la obtención de algún bien o servicio público.

“[…] Mediante la realización de acciones colectivas, esporádicas o continuas, los ciudadanos


defienden o promueven sus intereses en la sociedad, lo que conlleva, casi inevitablemente, el
establecimiento de algún tipo de contactos y relaciones con instituciones u organizaciones
que forman parte de este conjunto que llamamos Estado. Entre las organizaciones y movi-
mientos que articulan la acción colectiva organizada, destacan, dejando aparte los partidos
políticos y los movimientos sociales, las asociaciones o grupos de intereses. La acción de estos
grupos se basa, fundamentalmente, en desarrollar actividades y generar móviles de acción,
articulando intereses económicos y sociales. Su objetivo es influir sobre el sistema político
para conseguir los fines que en cada caso se proponen […]. [La implicación de estos grupos
en los procesos políticos actuales], que tiene la voluntad de obtener influencia sobre las
grandes decisiones políticas, o sobre ámbitos sectoriales de la esfera pública, tiene la base de
su efectividad en lograr una acción colectiva continuada de los individuos, habitualmente
gracias a la existencia de estructuras organizativas capaces de mantener cohesionados los
intereses individuales” (Jordana, 1996: 314).

Los grupos de interés se constituyen en torno de un conjunto de objetivos, ven-


tajas o logros de carácter material, cultural, social o institucional vinculados
con la posición objetiva de sus miembros, con relación a diferentes esferas
de la vida colectiva o con sus creencias también referidas a esas esferas o
a algún aspecto de ellas. Se trata de un espectro muy diverso de intereses.
En general, como señala Jacint Jordana, “las asociaciones de interés reco-
gen y forman percepciones e intereses de la sociedad, y se especializan en
la defensa de preferencias sobre diversos aspectos de la vida cívica, social y
económica”, ya sean específicos o generales (1996: 315).
Por cierto, más allá de la diversidad de intereses que pueden representar
y articular estos grupos, su estructuración como asociaciones solo se con-
creta si comparten y sustentan “algún tipo de objetivo sobre las decisiones
públicas en los ámbitos a que se refiera su interés, aunque no es necesario
que los intentos de influir, imponer o establecer sus preferencias en el proce-
so de decisiones públicas constituya el componente principal de la actividad
de estos grupos”. Es decir, los grupos de interés bien pueden constituirse en

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


200

función de la articulación de intereses ante los gobiernos o las autoridades


políticas en cualquier nivel, o bien pueden conformarse para otros objetivos,
pero, en algún momento o circunstancia, por la razón que fuere, se convier-
ten en instancia de articulación de interés ante las estructuras políticas. No
obstante, solo cuando muestran “una dimensión de intervención sobre el pro-
ceso político […] derivada de la existencia de objetivos que implican decisio-
nes públicas” se constituyen como grupos de interés y, por ende, como actor
político (Jordana, 1996: 316).

CC
Por asociaciones [o grupos] de interés se entienden todas aquellas organiza-
ciones que, teniendo su actividad total o parcialmente enfocada a la interven-
ción en el sistema político, no pretenden conseguir el poder político, sino que
pugnan por la obtención o creación de bienes públicos para sus miembros, no
producidos por ellos, sino por las instituciones públicas. (Jordana, 1996: 325)

Es decir, la posibilidad de que estos grupos intenten influir o determinar, a


través de la articulación política de sus intereses, la actividad desarrollada por
las instituciones de gobierno, la opinión pública o sobre otros actores políticos
y sociales, deriva de numerosos factores, pero resulta fundamental el hecho
de que esos intereses sean afectados de alguna manera por las iniciativas o
políticas públicas, aunque la actividad habitual de dichos grupos no sean de
carácter propiamente políticos, sino de otra índole como religiosos, étnicos,
artísticos, fomentistas, deportivos, culturales, sindicales, gremiales, etc.
Cuando estos grupos articulan políticamente sus intereses actúan como
grupo de presión. Así lo manifiesta Lagroye cuando sostiene que se denomina
grupo de presión a “todo grupo de interés, actitud o causa que se moviliza ante
las consecuencias previstas de una decisión política, cualesquiera que sean
las actividades habituales que lo caracterizan”. Es decir, lo que define a una
organización no-política como grupo de presión es su modalidad de acción y,
concretamente, el hecho de articular políticamente sus intereses, o sea, agre-
garlos y combinarlos ante las instancias gubernamentales de la sociedad. Y
ello lo distingue de un partido político, cuyo objetivo general no es influir sobre
el gobierno, sino “conquistar el poder”.
En el mundo contemporáneo es significativa la diversidad y heterogeneidad
de formas y tipos de organizaciones a través de las cuales los diferentes gru-
pos y asociaciones de interés protagonizan acciones colectivas e intervienen
en –o influyen sobre– los procesos de decisión pública y en la vida política
de la sociedad. También son sumamente variados los estilos organizativos y
de funcionamiento, los tipos de intereses –en cuanto a su carácter y objeto–,
las capacidades diferenciales de acceso a recursos de poder y el tipo de vín-
culos articulados con los partidos políticos, con otros grupos sociales y con
el Estado, y los mecanismos de intervención sobre las instituciones guberna-
mentales y el sistema político.

“Tanto los modelos organizativos como los estilos de intervención de las asociaciones de
intereses presentan enormes diferencias en un mismo sistema político. Actuando en una
misma sociedad podemos encontrar desde asociaciones que disponen de enormes recursos
económicos y pocos miembros hasta otras que se basan en activistas sin medios movidos por

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


201

ideales, pasando por las que disponen de muchos miembros y escasos medios económicos.
Sin embargo, las diferencias internacionales respecto al papel de las asociaciones de intereses
en la relación entre sociedad y Estado son aún mayores […]. Por una parte, se encuentra el
grado de control estatal sobre las asociaciones de interés, mayor en las tradiciones europeas;
por otra, encontramos el nivel de fragmentación que caracteriza al sistema de asociaciones
de intereses, bastante superior en los países anglosajones. Otro elemento de distinción
importante se refiere a las tácticas de intervención (asistencia técnica, recursos económicos,
gestión indirecta, presión pública, etc.) que utilizan las asociaciones de intereses. Estas tác-
ticas dependen de dónde estén situados los puntos claves de la estructura política de cada
país. Cuando son los partidos las instituciones que concentran el poder, las asociaciones de
intereses actúan preferentemente sobre estos, mientras que cuando el centro del poder es el
parlamento, o el gobierno, la acción de las asociaciones de intereses se concentra sobre estas
instituciones, y en cada caso son distintas las tácticas más eficaces” (Jordana, 1996: 326).

La activación política de los grupos de interés, en tanto organizaciones no-


políticas, puede responder a un sinnúmero de factores y desenvolverse en
diferentes escenarios sociales y políticos. El grado de solidaridad existente
entre los miembros de los grupos de interés y, en particular, la importancia que
estos le dan a los intereses con relación a los cuales se conformó el grupo,
así como también la significación que le otorgan a la activación política en
defensa de los mismos, configura un aspecto importante para la conformación
del grupo y su funcionamiento.
El nivel de institucionalización del grupo configura un claro indicador de su
estructuración interna y externa y de la capacidad para actuar social y política-
mente, y en ello inciden los recursos financieros y organizacionales con que
cuenta el grupo, las posiciones sociales de sus miembros y sus relaciones
con el gobierno o los partidos, su capacidad para vincularse y obtener apoyo
de distintos sectores sociales, su representatividad social y su destreza para
brindarle envergadura simbólica a sus intereses y demandas. Todos estos
aspectos tienen un peso decisivo en la proyección política de los grupos en
cuestión y, especialmente, en las probabilidades de éxito en la articulación
de sus intereses.
Dentro de este espectro de posibilidades, y siguiendo a Almond y Powell,
es posible distinguir diferentes tipos de grupos de interés conforme su des-
pliegue organizativo y sus modalidades de articulación de intereses (Almond
y Powell, 1972: 72-74):

1. Los grupos de interés anómicos: aquellos de organización espontánea o con


algún grado incipiente de organización que, sin vínculos estables y medios
directos con las estructuras de gobierno de la sociedad y sin que sus inte-
reses fuesen tenidos en cuenta por los gobernantes, expresan y articulan
dichos intereses a través de medios informales o violentos como los tumul-
tos, manifestaciones, crímenes, motines, saqueos u otras modalidades.
2. Los grupos de interés no-asociativos: estructurados a partir del parentesco,
la ascendencia, la etnia, el origen regional, el estatus y la clase, y que arti-
culan sus intereses a través de vínculos más bien personales, de manera
intermitente, discontinua y sin procedimientos y medios organizacionales
habituales de articulación. Los citados autores sostienen que, en las socie-
dades modernas, el nivel de influencia de este tipo de grupos es limitado

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


202

frente a grupos organizados y altamente institucionalizados.


3. Los grupos de interés asociativos: aquellos altamente institucionalizados y
organizados, y que poseen estructuras especializadas para la articulación
de sus intereses como los sindicatos, las organizaciones empresariales
–comerciales, industriales o de otro tipo–, asociaciones étnicas, organiza-
ciones religiosas, grupos cívicos, etc. Como indican los citados autores,
“ejercen la representación explícita de los intereses de un grupo particular,
cuentan con un equipo profesional de dedicación exclusiva y disponen de
procedimientos establecidos para la formulación de intereses y demandas”
y, al mismo tiempo, “tienden a regular el desarrollo de grupos de interés
de otro tipo”.
4. Los grupos de interés institucionalizados: son los que forman parte de orga-
nizaciones institucionales tales como los partidos políticos, las fuerzas
armadas, las burocracias, las legislaturas, los juzgados, etc., y que tienden,
en el interior de esas instituciones especiales, a conformarse y organizarse
en función de la defensa de ciertas prerrogativas y privilegios.

Según destaca Pasquino, los grupos de interés anómicos emergen “fuera de


las reglas/sin reglas”, en la medida que “sus intereses son relativamente
nuevos y no cuentan con canales experimentados a través de los cuales mani-
festarse”, o porque “los detentadores del poder han evadido repetidamente
sus exigencias y descuidado sus preferencias”, y ello los induce a “dramatizar
su situación de manera precisamente anómica, recurriendo a demostraciones
tumultos, revueltas, saqueos, incluso asesinatos”. En cambio, los grupos de
interés no asociativos, en general, basados en la etnia, la religión o el paren-
tesco, surgen por “similitud de intereses” y, en contextos de alta movilidad
social, se constituyen en asociaciones. Por su parte, conferidos de “cierta
estabilidad”, los grupos de interés institucionales se conforman “unidos por
una comunidad de intereses” con el fin de “tutelar sus prerrogativas y defender
sus privilegios precisamente por ser instituciones dotadas de persistencia y
con la intención de durar”, tal como ocurre con militares, burócratas, miem-
bros de una congregación religiosa, etc. Y los grupos de interés asociativos
se conforman mediante organizaciones estables para “autoprotegerse y auto-
promoverse, originando estructuras especializadas” que “tienen como tarea
primaria la valorización de las exigencias y de las preferencias de sus propios
afiliados, que libremente deciden entrar a formar parte de ellas” (Pasquino,
2011: 103 y 104). Por lo tanto, los grupos de interés asociativos constituyen
las asociaciones con mayor nivel de especialización e institucionalización.
Se observa, entonces, que no todos los grupos de interés poseen la misma
envergadura, complejidad organizacional, grado de institucionalización ni las
mismas potencialidades para actuar social y políticamente, es decir, para arti-
cular políticamente sus intereses. Pero, de algún modo, su entidad en tanto
“grupo” los convierte en actores sociales fundamentales y relativamente ins-
titucionalizados en la vida política.
Otro criterio clasificatorio de estos grupos es por el tipo de interés que
defienden y articulan. De acuerdo con ello, se pueden distinguir los siguientes
agrupamientos (Vallés y Martí i Puig, 2015: 345 y 346):

1. Los grupos de interés económicos: son los relacionados con la esfera eco-
nómica, es decir, que “se organizan en función de sus posiciones en el
ámbito de la actividad económica”, tales como las asociaciones patrona-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


203

les, los sindicatos, los colegios profesionales, las asociaciones de con-


sumidores, comerciantes, transportistas, agrupaciones de jubilados, etc.
2. Los grupos de interés sociales: nuclean colectivos sociales articulados en
torno de cuestiones de género, edad, lugar de residencia, condiciones físi-
cas, asociaciones vecinales, de fomento, de jóvenes, de personas con dife-
rencias físicas, etc.
3. Los grupos de interés culturales: promueven causas de contenido cultural
o ideológico, como las confesiones religiosas, asociaciones promotoras de
actividades culturales o protectoras del patrimonio cultural, etc.
4. Los grupos de interés políticos: procuran objetivos políticos, pero no aspi-
ran a formar parte del gobierno, tales como los organismos de promoción
y protección de los derechos humanos, de defensa de causas políticas –
sistemas electorales específicos, abolición de pena de muerte– o de soli-
daridad con pueblos en situación de crisis, o grupos de salvaguardia de
ciertos objetivos políticos.

Sin dudas, los grupos de interés dan cuenta de “un conjunto de fenómenos
de naturaleza compleja y que obedecen a una diversidad de formas de orga-
nización, objetivos, tamaños, modelos de acción, etc.”. Más allá de esto, los
grupos de interés configuran, sin más, una forma de “organización y acción a
través de las cuales se produce la construcción y articulación de intereses y
preferencias”, lo que no es más que “una forma de construcción de la acción
política a través de la articulación de demandas” (Rivera, 1995: 287).

5.1.3. Los partidos políticos


Los partidos políticos, a diferencia de los movimientos sociales o los grupos
de interés, “tratan de incidir directamente en las decisiones del gobierno”,
esto es, “intentan acceder a las formas de control institucional que les permite
tomar parte directa en las decisiones de gobierno” (Rivera, 1995: 295).
Como señala Lagroye, constituyen las únicas organizaciones que tienen
como atributo funcional predominante su “participación directa en la compe-
tencia por los puestos y las posiciones de poder político”. Por cierto, dicha
participación configura su función principal pero no la única. También pue-
den desarrollar todo tipo de actividad social y política frecuentemente desen-
vueltas por los grupos de interés y, en ocasiones, hasta por los movimientos
sociales. Pero la especificidad de sus actividades está dada por la selección
del personal que ocupa los cargos de gobierno de la sociedad y la participación
en el proceso de conformación de esos gobiernos, siempre de acuerdo con los
parámetros del régimen político en cuestión.

CC
[…] Los miembros de las organizaciones políticas [partidos políticos], salvo
aquellas cuyo objetivo es la destrucción del régimen y las fuerzas que los sos-
tienen, consideran que el objetivo inmediato y la consecuencia directa de sus
actividades son precisamente lograr que algunos de los suyos ocupen puestos
y funciones dirigentes. Al mismo tiempo, son las organizaciones políticas las
que seleccionan a los individuos que pueden pretender esos puestos y funcio-
nes. Por consiguiente, se puede considerar a las organizaciones políticas co-
mo agrupaciones especializadas en la competencia por la obtención de puestos

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


204

o funciones cuyo otorgamiento depende de las decisiones tomadas por los diri-
gentes; por la actividad de sus miembros, por los recursos y la capacidad de
acción que ofrecen, estas agrupaciones acrecientan las capacidades de cier-
tos individuos de ser seleccionados como dirigentes según las reglas vigentes
del sistema. (Lagroye, 1991: 221 y 222)

En este mismo sentido, Ángelo Panebianco resalta que la especificidad de los


partidos políticos frente a cualquier otro tipo de organización social no está
dada por los fines, sino por el ambiente en el que desarrolla sus actividades
y por el tipo de actividad que desarrolla.

CC
Si los fines de los partidos […] no pueden ser determinados previamente, sur-
ge obviamente el problema de cómo distinguir los partidos de las demás orga-
nizaciones […] La única respuesta posible es que los partidos -al igual que
cualquier otra organización- se distinguen por el específico ambiente en el que
desarrollan una específica actividad. Sean cuales fueran los demás posibles
escenarios que comparten con otras organizaciones, sólo los partidos operan
en la escena electoral y compiten por los votos. Esto permite distinguir a los
partidos por una cierta actividad (ligada a un ambiente determinado) que no
tienen en común con ningún otro tipo de organización; no prejuzgando el pro-
blema de los eventuales fines (dado que una misma actividad pueda servir a fi-
nes distintos). (Panebianco, 1993: 34)

Un partido político constituye una organización política que funciona como


actor colectivo para participar en forma directa en las decisiones o acciones
de gobierno de una sociedad mediante la formulación de proyectos políticos
generales, la intervención en debates y consideraciones de opinión pública y/o
la presentación de candidatos susceptibles de ser seleccionados para ocupar
los cargos gubernamentales (Rivera, 1995: 287).
En efecto, los partidos políticos, en primer lugar, configuran una organiza-
ción política altamente institucionalizada en cuanto a su despliegue orgánico
y funcional, y su particularidad está dada, generalmente, por perseguir objeti-
vos sociales y políticos de carácter general y por presentar un modelo determi-
nado de afiliación de ciudadanos a su estructura. En su interior conviven una
multiplicidad de actores y sectores con diferentes intereses, orientaciones y
perspectivas políticas y hasta ideológicas. En segundo término, las organiza-
ciones partidarias, pese a la diversidad de actores y sectores que conviven
en su seno, en general desarrollan acciones externas de carácter unitarias en
el sistema político.
Dichas acciones colectivas reflejan de algún modo el resultado provisorio
de la correlación de fuerzas entablada en su interior y, en particular, de las
orientaciones y estrategias de los sectores dominantes del partido. Es decir,
son el resultado, de un lado, de un complejo proceso de agregación y unifica-
ción de intereses y perspectivas internas y, del otro, de la influencia ejercida
de la relación establecida con otros partidos y con diferentes actores sociales
–sean grupos de interés o movimientos sociales.
De todas maneras, en tanto organizaciones unificadas, los partidos desa-
rrollan acciones ciertamente unitarias dentro del sistema político, al menos

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


205

a la hora de formular socialmente proyectos políticos y programas de gobier-


no, de participar del proceso de selección de gobernantes y eventualmente
de intervenir en el propio gobierno. En tercer lugar, y tal como ya se indicó,
los partidos, a diferencia de cualquier otro tipo de organización o grupo social,
se estructuran en función de incidir directa o indirectamente en las decisio-
nes gubernamentales formando parte, de algún modo, de las estructuras de
gobierno de una sociedad.
Como lo señala Rivera, “no es, como en el caso de los grupos de interés o
de los movimientos sociales, un intento de conseguir influencia, sino que, por
el contrario, el objetivo de los partidos es la participación directa en la cons-
trucción de las decisiones de gobierno”. Además, dicha intervención se cana-
liza a través de los mecanismos y procedimientos institucionales del régimen
político, lo que convierte a los partidos en “vías de institucionalización de la
acción colectiva dentro de las sociedades” siempre en vista de participar del
gobierno.
Finalmente, los partidos se proyectan socialmente a través de la presen-
tación de opciones políticas de carácter programáticas para intervenir en el
proceso de selección de los gobernantes de la sociedad. Tales orientaciones
programáticas configuran un conjunto de objetivos exteriorizados y articulados
de cara a la sociedad y al sistema político.
Stefano Bartolini indica que, más allá de las funciones y características
estructurales básicas de los partidos políticos –como las señaladas anterior-
mente–, así como también de la enorme variedad histórica existente entre los
tipos de partidos y sistemas de partidos, las organizaciones partidarias des-
empeñan un conjunto de funciones y actividades fundamentales, tales como
las mencionadas a continuación.

1. La estructuración del voto a través de la monopolización de la participación


directa en el proceso de selección de dirigentes para la ocupación de los
cargos gubernamentales de la sociedad y de la dirección y desarrollo de las
campañas electorales abocadas al respecto. “En un sentido más amplio y
relevante, lo que cuenta no es tanto que los votos vayan a los partidos y a
los candidatos, sino que el partido sea el elemento principal y autónomo de
orientación de las opiniones en relación con otras potenciales agencias”,
dice el citado autor. Tal estructuración puede resultar de la identificación
que una porción del electorado posee hacia determinada estructura parti-
daria a la que apoya electoralmente en forma independiente de los candi-
datos postulados (“electorado de identificación”), o bien puede deberse al
respaldo de determinados candidatos o propuestas y que varía conforme
las contingencias electorales (“electorado de opinión”).
2. La integración-movilización-participación de la ciudadanía al sistema político
a través de la promoción de la actividad y la intervención de las personas
en la vida política de la sociedad, movilizando a sectores sociales específi-
cos por medio de sus militantes y brindando el acceso y una estructura de
canalización de aquella movilización. Esto, por cierto, ha estado dinamizado
y sujeto a sucesivos cambios con la consolidación política de determinados
grupos de interés y con la aparición de los nuevos movimientos sociales,
ya sea que estos hayan actuado en forma convergente con los partidos o
enfrentados a ellos.
3. El reclutamiento del personal político, es decir, del personal electivo que
ocupa cargos gubernamentales y posiciones representativas, y del perso-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


206

nal no electivo-representativo que ocupa cargos de la estructura burocráti-


ca del Estado.
4. La agregación de intereses y de demandas sociales a través del diseño de
políticas y programas gubernamentales generales. “Sería tarea de los parti-
dos tomar en consideración y transformar en políticas generales agregadas
las demandas de la sociedad”, indica Bartolini. No obstante, en numerosas
ocasiones, los partidos prefieren ganar autonomía respecto de determina-
dos sectores y demandas sociales y establecer, más bien, vínculos ad hoc
antes que relaciones orgánicas con aquellos.
5. La formación de las políticas públicas o policy-making, ya sea a través de
una traducción más o menos precisa de los proyectos partidarios a progra-
mas gubernamentales o mediante el ejercicio de algún tipo de influencia de
los partidos sobre el proceso gubernamental de formulación e implementa-
ción de políticas públicas. “El problema de la capacidad de los partidos de
influir en el proceso de formación de las políticas públicas va más allá de la
relación entre las posiciones programáticas de los partidos concretos y las
del gobierno y choca en la base con la capacidad de los primeros de tener
algún tipo de influencia sobre los segundos” (Bartolini, 1995).

Estas características marcan la especificidad orgánico-funcional de los parti-


dos políticos en el escenario social contemporáneo. Sin embargo, la importan-
cia del papel y de las actividades desarrolladas por los partidos políticos en
la vida política actual deriva tanto de la estructuración y organización interna
del partido como de los procesos y funciones sociales y políticas en los que
el mismo interviene dentro de la sociedad y del conjunto de vínculos que esta-
blece con otros actores políticos y sociales.
En lo relativo a la dimensión interna de la estructuración sociopolítica de los
partidos, debe señalarse que su constitución histórica como actor dentro del
escenario político contemporáneo no fue más que el resultado del proceso de
especialización política (Lagroye, 1991: cap. 5) que acompañó la emergencia
y consolidación del Estado. Las reglas y mecanismos institucionales que han
establecido y regulado los lugares o puestos de gobierno de una sociedad, y
el proceso de selección del personal requerido para ocupar esos puestos, han
variado históricamente. No obstante, al respecto, la configuración del escena-
rio político contemporáneo estuvo signada por el proceso de legitimación de
los partidos políticos como instancia monopólica o, al menos, predominante
para seleccionar el referido personal gubernamental e intervenir en la interac-
ción competitiva que antecedió y determinó la ocupación de aquellos cargos
de gobierno.
Desde su emergencia como actores políticos, los partidos modernos han
tenido que ser reconocidos como tales en el marco de una amplia lucha con-
tra otras instituciones y grupos como la monarquía, las élites tradicionales,
las burocracias civiles y militares, etc. Esas luchas dieron lugar a un paulatino
reconocimiento de parte de los demás actores sociales de la representativi-
dad de los partidos, primero, en los parlamentos, después, en la administra-
ción de las instancias gubernamentales de la sociedad y, finalmente, en las
estructuras burocráticas del Estado.
Más allá de las variaciones históricas, este proceso se produjo al compás
de la profesionalización de la política, es decir, de la tendencia consolidada a
partir del siglo pasado por medio de la cual se configuró la especialización de
los individuos dedicados exclusivamente a la actividad política, todo lo cual

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


207

supuso la constitución de intereses profesionales específicos y la conforma-


ción de formas de organización política particulares sobre la base de la inte-
racción establecidas en el interior de los partidos entre los dirigentes guberna-
mentales seleccionados, los funcionarios burocráticos –ambos dedicados el
tiempo completo a la actividad política y/o partidaria y con desempeño remu-
nerados– y los militantes conformados por aficionados o seguidores –que no
son rentados ni se abocan el tiempo completo a la política, pero que desarro-
llan un activismo permanente en el partido y desempeñan un papel central en
su institucionalización.
Como lo señaló Maurice Duverger, estas interacciones dieron lugar a dos
modalidades diferentes de estructura organizativa y de legitimación social de
los partidos políticos, es decir, a dos tipos de partidos:

1. Los partidos de cuadros, que son las organizaciones políticas surgidas de


agrupamientos de personalidades y notables influyentes elegidos mediante
el sufragio calificado y que surgieron durante el siglo pasado como adapta-
ción organizativa de los sectores dominantes a los parámetros del sufragio
universal. Su estructura no era más que una asociación de pocas personas
con afinidades y objetivos políticos comunes generalmente derivados de su
posición social dominante, que contaba con importantes recursos financie-
ros e institucionales y con escasas vinculaciones sociales fuera del círculo
de influencia directa de sus dirigentes y miembros.
2. Los partidos de masas –o, diríamos hoy, de militantes–, que, bajo la égida
del socialismo, aparecen a partir del sufragio universal como modalidad
organizativa de los sectores populares para educar políticamente a la clase
obrera, intervenir en la competencia electoral y formar una élite dirigencial
capaz de gobernar la sociedad. Su estructura estaba asentada en la mili-
tancia permanente de los afiliados al partido, que los financian y partici-
pan activamente en su organización y funcionamiento, y que configuran lo
que Duverger denominó “el elemento fundamental del partido, la materia
prima de su acción”.

Esta distinción nos permite apreciar que el origen y el desarrollo histórico de


los partidos políticos modernos estuvieron determinados, en primer término,
por la ampliación del sufragio –o la institucionalización del sufragio universal–,
que dio lugar a la ampliación numérica de la ciudadanía y permitió la configura-
ción de un amplio mercado electoral, y, en segundo lugar, por el desarrollo de
las instituciones democrático-representativas y, en particular, de los parlamen-
tos. Frente a semejantes desafíos, en dicho proceso jugó un papel relevante
la capacidad de las organizaciones políticas para procurar recursos financieros
que les permitiera desplegar una importante estructura organizativa acorde
con la necesidad política de intervenir en el proceso electoral y eventualmente
ejercer el gobierno de la sociedad.

“La distinción entre partidos de cuadros y de masas se halla relacionada con una diferencia
en la estructura social y política. Coincidió, en un principio, con la sustitución del sufragio
limitado por el sufragio universal. En los regímenes electorales censatarios, que fueron la
regla general durante el siglo XIX, los partidos adoptaron, obviamente, la forma de partidos
de cuadros; el alistamiento de masas era impensable, ya que estas carecían en aquel tiempo
de influencia política. Por añadidura, el financiamiento capitalista de las elecciones parecía

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


208

algo natural. Sobrevivió, por lo demás, al sufragio censatario. En realidad, el advenimiento


del sufragio universal no provocó inmediatamente el nacimiento de verdaderos partidos de
masas. Los partidos de cuadros trataron simplemente de flexibilizar su estructura, simulando
abrirse a las masas […]. Las bases política y financiera de los partidos de masas faltaban:
en modo alguno se pretendía liberar a las candidaturas y campañas electorales de las garras
de la financiación capitalista; tampoco se buscaba la educación política de las masas ni su
intervención directa en la vida política. Se trataba más bien de utilizar la capacidad política
y financiera de las masas como fuerza auxiliar. Se había dado un primer paso, pero nada más
[…] La introducción del sufragio universal suscitó en casi todas partes […] el desarrollo de
partidos socialistas […]. Sin embargo, hacia la guerra de 1914-19, los partidos socialistas
europeos formaban ya grandes comunidades humanas, profundamente diferentes de los
anteriores partidos de cuadros […]. Fue la concepción marxista del partido de clase la que
condujo a estas estructuras masivas: el partido, expresión política de la clase, debe tratar de
encuadrarla en su totalidad, formarla políticamente y escoger de ella una élite capacitada
para las tareas de dirección y administración. Este esfuerzo organizativo permitió al mismo
tiempo liberar a la clase obrera de la tutela de los partidos de la clase media; para presentar
candidatos obreros independientes en las elecciones era necesario prescindir del financia-
miento capitalista […], lo que no era posible más que con financiamiento colectivo. Para
oponer a una prensa política burguesa una prensa política obrera, había que reunir capitales
y organizar la distribución del periódico. Sólo un partido de masas estaba en condiciones de
realizar estos objetivos” (Duverger, 1982: 65 y 66).

En lo atinente al funcionamiento de los partidos políticos es relevante su


estructuración interna y, en particular, la división de los mismos en diferen-
tes sectores, corrientes o fracciones internas. Según Lagroye, los partidos
políticos constituyen una “asociación compleja de agrupamientos parciales
en interacción”. Cada uno de estos agrupamientos parciales configura una
asociación de miembros del partido –se trate de dirigentes, funcionarios y/o
militantes– que presentan ciertas características comunes surgidas a partir
de orientaciones político-ideológicas o perspectivas programáticas comunes,
de posicionamientos o proyecciones de poder meramente instrumentales o de
representaciones territoriales locales o regionales.
Bartolini identifica a los siguientes grupos dentro de los partidos políticos
modernos (1995):

1. Las fracciones, que son “unidades subpartidarias permanentes y relati-


vamente cohesionadas, altamente organizadas, presentes en todos los
procesos partidistas, incluidos los nombramientos externos, y en las que
las finalidades de poder y de distribución de los escaños prevalecen con
respecto a las político-ideológicas que han dado origen a la fracción”, que
pueden ser de dos tipos:

a) Las fracciones ideológicas, caracterizadas por “una orientación política


programática y de defensa de ciertas políticas e intereses de grupos
externos al partido”.
b) Las fracciones de poder, orientadas a “la búsqueda del poder por los
líderes y de los cargos para sus seguidores”.

2. Las tendencias, que se conforman como un “conjunto estable de actitu-


des políticas e ideológicas con frecuencia enraizadas en la tradición histó-
rica del partido”, es decir, “una serie de predisposiciones políticas en una

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


209

cierta dirección, permanentes en el tiempo y que conciernen a un amplio


abanico de políticas que, si bien encuentra una expresión concreta en
algunos momentos de la vida del partido, no tiene una fuerte cohesión y
organización”.

Lagroye, por su parte, indica que, en general, las tendencias, fracciones y


corrientes de los partidos no se estructuran exclusivamente en función de
objetivos instrumentales limitados a la obtención de cargos gubernamentales
o partidarios o al sostenimiento de ciertas políticas o ejes programáticos, sino
que, de alguna manera, dichos agrupamientos siempre reflejan una visión de
la política y de la sociedad en cuyo marco validan una “comunidad de prácticas
y concepciones” que tienden a imponer al conjunto.

“[...] Las tendencias, corrientes, clanes y fracciones introducen en la interacción interna del
partido las oposiciones y divergencias características del conjunto de las relaciones sociales y
culturales de una sociedad. Desde ese punto de vista son portadoras de objetivos que no se
reducen a la conquista de puestos políticos: cada agrupamiento parcial tiende a imponer sus
propias pautas de conducta, prácticas, normas como modelo legítimo para la organización
en su conjunto. O por lo menos lucha por conservar la legitimidad de sus conductas dis-
tintivas y la existencia de su modelo dentro del partido; modelo que sólo adquiere su plena
significación en relación con los múltiples procesos sociales de los que deriva: modalidades
particulares de socialización, posiciones sociales análogas, concepciones contrastadas de las
actividades sociales, etc. [...]. Por consiguiente, los fuertes lazos de solidaridad que suelen
unir a los miembros de un agrupamiento parcial no derivan solamente de los intereses
comunes ni de la adhesión a un líder, por fuerte que sea esta inversión afectiva. Su comu-
nidad de prácticas y concepciones no es el mero resultado del juego de las relaciones que los
unen y su participación en un mismo equipo de postulantes a puestos políticos. En cierta
forma, su unidad está determinada por procesos sociales «externos» a la actividad partidista,
procesos de donde provienen sus prácticas, valores, manera de ser. En otras palabras, sus
hábitus particulares, no limitados a los efectos de sus posiciones socioeconómicas, pueden
afirmarse en su adhesión a tal o cual agrupamiento parcial dentro de una organización
política” (Lagroye, 1991: 291 y 292).

Las diferentes secciones y federaciones regionales y locales también protago-


nizan las interacciones, convergencias y conflictos desarrollados en el interior
de los partidos e inciden en su estructuración interna y externa. Tales agrupa-
mientos se conforman en función de procesos sociales, económicos, políticos
y culturales de carácter regional o local –provincia, departamento, municipio o
ciudad–. Ellos configuran sistemas de interacción locales que sirven de escena-
rios regionales de las relaciones de poder articuladas en el plano local dentro
del partido, sección o federación y con otros partidos, secciones o federacio-
nes partidarias y grupos sociales también locales. Al mismo tiempo, todo ello
interactúa activamente con la estructura y los actores partidarios nacionales.

CC
Tendencias, corrientes y fracciones se enfrentan en los organismos nacionales
y locales; formas locales de organización se corresponden con las modalida-
des parciales de agrupamientos; agrupamientos parciales son de alguna ma-
210

nera portadores de distintos «modelos» de conductas, relaciones y prácticas.


Cada grupo debe afirmar su identidad en la interacción dentro del partido; no
sólo porque la competencia entre dirigentes reactiva periódicamente la solida-
ridad que los constituye, sino también porque sus miembros se identifican con
ellos, a veces más que con el partido mismo. Es en este marco que se deben
comprender los ritos de adhesión, las estrategias de demarcación, incluso los
espectaculares fenómenos de demarcación que suelen afectarlos. Por consi-
guiente, la cohesión de los partidos no es un hecho; es producto del trabajo
constante de los militantes y dirigentes; es consecuencia de múltiples proce-
sos sociales que contribuyen a objetivar la organización política (Lagroye, 1991:
296 y 297)

Así, las relaciones de poder, las alianzas, convergencias y los conflictos pro-
tagonizados por este conjunto de grupos en el interior de los partidos con-
dicionan ciertamente su vida política interna y su proyección política y social
externa. La compleja interacción de todos estos agrupamientos hace a la
“vida” del partido, la que, en verdad, no es más que una “sucesión de alian-
zas, enfrentamientos, acuerdos y conflictos en torno de la imposición de un
modelo de prácticas y conductas”, según Lagroye.
De todos modos, como ya se dijo, la especialización de sus actividades, la
relativa cohesión de sus miembros en torno de ciertos principios ideológicos,
programáticos y/o instrumentales, la relativa unicidad entre los distintos sec-
tores internos de cara a la competencia o confrontación con otros partidos o
grupos sociales, los mecanismos institucionales que regulan la organización
y el funcionamiento del partido, etc., garantizan la permanencia y la actuación
político-social del partido como un actor coherente y unitario. En este sentido,
Lagroye sostiene que “el partido existe en tanto entidad activa en la concien-
cia de sus militantes y la de sus adversarios; se le atribuyen globalmente los
efectos de las actividades de sus miembros”.

“La diversidad de agrupamientos asociados en un partido no impide considerar a este una


entidad social relativamente coherente [...]. Es la institucionalización de los partidos, que
corresponde a la creación de organismos jerarquizados de decisión y consulta, la elaboración
de reglas codificadas uniformes que rigen las relaciones entre los miembros, la profesiona-
lización de un plantel de «militantes de tiempo completo» y asalariados... Es la existencia
de intereses comunes a todos los afiliados, de los cuales el primero es la persistencia de una
organización capaz de administrar el conjunto de los recursos –materiales, relacionales,
simbólicos– que aprovechan todos los miembros, cualquiera sea la extrema variedad de sus
expectativas y sus inversiones individuales... Es el reconocimiento del partido como agente
colectivo autorizado a participar en la competencia política organizada; reconocimiento que
emana tanto de otros partidos como de organizaciones consideradas «no políticas», del tra-
bajo de los comentaristas, de las prácticas de los electores, de los organismos de gobierno y
de clasificación... Por último, el trabajo de los dirigentes tiende a afirmar las particularidades
de los agrupamientos asociados en el partido (trabajo de conservación y diferenciación de
equipos rivales), a la vez que «hacer existir» la organización común como bien colectivo,
referencia suprema, entidad social constituida para representar un grupo o conjunto de
grupos” (Lagroye, 1991: 297).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


211

Es decir, los mismos mecanismos de la interacción establecida entre los dife-


rentes agrupamientos internos del partido contribuyen a construir a este como
una entidad unificada, como un actor político, dado que dichos mecanismos
configuran un medio a través del cual se producen y reproducen las reglas y
prácticas que regulan efectivamente la vida interna y la proyección externa del
partido y se configura la identidad del mismo.
El funcionamiento de los partidos también está vinculado al contexto social
e institucional en el cual se organizan y desarrollan sus actividades, en par-
ticular, al tipo de régimen político, entendiendo a este como el conjunto de
disposiciones institucionales, reglas codificadas y prácticas sociales habitua-
les –producidas y reproducidas por los actores a través de sus interacciones–
que regulan la estructura orgánico-funcional del gobierno de una sociedad, así
como también la selección de los gobernantes y el ejercicio regular del gobier-
no de esa sociedad. Los partidos forman parte de un régimen político deter-
minado y, en su marco, de un sistema de partido, es decir, de un conjunto de
reglas y modalidades –institucionales y prácticas– que regulan las relaciones
y la competencia entablada entre partidos por la selección de dirigentes y la
ocupación de los cargos gubernamentales.
Así, los partidos políticos diseñan sus estrategias y llevan a cabo sus
acciones colectivas conforme el régimen político, el sistema de partidos y
las interacciones establecidas en su seno entre los grupos y sectores que lo
componen.

“Considerar a los partidos políticos como organizaciones especializadas en la selección (y


eventualmente la formación) de candidatos que pueden aspirar a un puesto dirigente con
alguna posibilidad de éxito significa en definitiva interesarse principalmente por las rela-
ciones entre organizaciones competidoras dentro de un mismo sistema de interacción, así
como entre los equipos (fracciones, tendencias, corrientes, etc.) que se enfrentan en el seno
de cada una de ellas. En este sentido, se puede visualizar cada partido como un sistema de
interacción. El número y la importancia de los puestos a ocupar, las reglas aplicadas para
la selección de los dirigentes, los mecanismos objetivados de la interacción, incluso las
modalidades de legitimación de los partidos y sus miembros varían de una sociedad a otra;
por ello conviene estudiar las diversas condiciones de interacción. Entre esas condiciones, la
forma del régimen (es decir, de las relaciones entre las instancias políticas especializadas) y
el conjunto de las prescripciones codificadas relativas a las reglas legítimas de la competen-
cia política merece una atención especial. Estas reglas constituyen una verdadera coacción
para los agentes en la medida que han experimentado sus efectos, las tiene en cuenta en sus
previsiones, las aceptan e interiorizan hasta el punto de considerar su trasgresión un acto
estratégica y moralmente costoso. Por consiguiente, la capacidad de cada agente de triunfar
sobre sus rivales depende de su aptitud para actuar según las reglas, o al menos para aparentar
que las respeta y domina su uso en beneficio propio. También depende de su capacidad
para emplear en la competencia los recursos (políticos, sociales, financieros) derivados de
su posición social. De ahí se plantea el problema de la inserción social de las organizaciones
políticas” (Lagroye, 1991: 258 y 259).

La dimensión externa de la estructuración sociopolítica de los partidos, es


decir, su inserción social y la trama de interacciones que establece con otros
actores sociales, configura también otro aspecto relevante para su funcio-
namiento. Los partidos políticos son entidades colectivas u organizaciones

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


212

que interactúan, convergen, compiten y hasta confrontan con otros partidos


y agrupaciones sociales no-políticas. Son parte de un “sistema de acción”
social general conformado por el “conjunto de grupos, organizaciones y aso-
ciaciones que contribuyen, cada uno a su manera y según su propia lógica
de funcionamiento, a la construcción de un grupo de referencia”, esto es,
de un “grupo de individuos que tienen actitudes comunes hacia un conjunto
de problemas fundamentales que conciernen a toda la sociedad” y que son
objeto e instancia de referencia de la acción política de los dirigentes y/o
militantes de los partidos. Estos grupos –como, por ejemplo, la clase obrera,
el movimiento ecologista alemán, el “movimiento de los sin tierra” del Brasil,
etc.– se conforman a partir de afinidades creadas por modos de vida, oficios,
creencias, costumbres, educación, etc., y se estructuran en torno de “opo-
siciones sociales que los individuos experimentan en su vida y les permite
definirse: soy esto y no aquello, me siento próximo a estos hombres y alejados
de aquellos”, dice Lagroye.

CC
La existencia de un sistema de acción no significa que esas asociaciones y or-
ganizaciones estén vinculadas por un contrato explícito, es decir, que constitu-
ya una red manifiesta; pueden estar ligadas entre sí tan sólo por una trama de
relaciones individuales entre sus miembros, escasamente formalizadas y visi-
bles sólo bajo un análisis cuidadoso. Pero es bastante común que esas rela-
ciones reciban una forma oficial, e incluso que sean reivindicadas, sobre todo
por los dirigentes de los partidos políticos. La selección de los dirigentes políti-
cos, candidatos y diputados, en la medida que se realiza con distintos resulta-
dos de un partido a otros, resulta en particular de los sistemas de acción riva-
les; todo sucede como si la organización política en un sistema de acción
determinara parcialmente la elección de los elegibles y dirigentes de aquella.
(Lagroye, 1991: 268)

La incidencia de este conjunto de vínculos e interacciones establecidas entre


los partidos y los grupos no-políticos de aquellos es importante, particularmen-
te en lo atinente a la selección de los dirigentes y candidatos partidarios, así
como también a la formulación de lineamientos estratégicos y orientaciones
programáticas del partido.

Dimensión política 1) Régimen político


externa 2) Sistema de partido
Estructuración socio-
política de los partidos Dimensión política 3) Interacción entre
políticos interna fracciones y/o tendencias

Dimensión social 4) Interacción con actores


externa sociales

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


213

LECTURA OBLIGATORIA

Vallès, J. y Martí i Puig, S. (2015), Ciencia política. Un manual,

OO Ariel, Barcelona, capítulos 21 y 22.

5.2. Las acciones políticas


Las acciones políticas son los quehaceres e intervenciones llevados a cabo
por sujetos individuales o por actores colectivos con el objetivo de “tratar
de influir sobre la distribución del poder entre las distintas configuraciones
políticas y dentro de cada una de ellas” (Weber, 1991: 93). Son políticas en
tanto configuran acciones emprendidas en la esfera política de la sociedad,
es decir, acciones relacionadas, referidas o referenciadas en el proceso de
reproducción de la dominación y, más precisamente, en la reproducción de
las estructuras de gobierno de la sociedad.
Vallès y Martí i Puig sostienen que “no sólo los políticos «hacen política»”,
sino también cualquier miembro de la comunidad cuando “intenta influir en
el proceso político con intervenciones de distinto tipo”, aun tratándose de
modalidades de acción no conscientes u ocasionales, tales como “cuando
mantienen esporádicas discusiones con familiares o amigos sobre algún epi-
sodio político de actualidad, cuando votan en una elección, cuando asisten
a un mitin o prestan atención –aunque sea superficial– a un programa televi-
sivo dedicado a personajes o temas políticos” (2015: 317). Los actores se
convierten en lo que Weber denominó “político ocasional”. Pero también hay
formas profesionales de acción política que son llevadas a cabo por políticos
que se dedican a ello de manera plena y exclusiva (Weber, 1991a: 92 y 93).

“Es posible […] establecer una […] distinción […] entre aquellos que hacen de la política
su ocupación profesional –de modo exclusivo o preferente– y los restantes miembros de la
comunidad. Entre los primeros se cuentan los que […] conocemos como los «políticos» o
la «clase política». Se trata de quienes aspiran a ejercer responsabilidades institucionales y
dedican a ello todo su tiempo y sus capacidades. Junto a ellos –y en un sentido más amplio–
figuran también otros profesionales, por ejemplo, dirigentes de organizaciones de interés,
periodistas especializados en política o altos funcionarios que ostentan posiciones directivas
en el sistema administrativo. Frente a ellos figuran los demás miembros de la comunidad
para quienes la política es una ocupación que ha de ser compatible con una actividad laboral
principal en la que consumen la mayor parte de su tiempo y de su energía” (Vallès y Martí
i Puig, 2015: 320).

Por cierto, “la acción política ocupa solo una pequeña parcela en la atención
y el tiempo de los ciudadanos”, ya que “la política debe competir con otras
muchas ocupaciones de la vida cotidiana”, tales como las laborales, cultura-
les, la vida familiar, etc. En este sentido, la acción política es una actividad
“intermitente”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


214

CC
Salvo para aquellos que hacen de la política una profesión –políticos, funciona-
rios directivos, periodistas especializados, etc.-, o para una minoría que la sien-
te como una obligación moral o cívica, la mayor parte de los ciudadanos se
ocupa de la política de forma esporádica y residual. Por otro lado, la mayor par-
te de la actividad política suele estar concentrada en pocos sujetos […]. Así
pues, es una minoría la que acapara gran parte de la acción política, mientras
que la gran mayoría de los ciudadanos interviene en pocas ocasiones. (Vallès y

Martí i Puig, 2015: 320)

Por su parte, la intensidad de la acción política es muy diversa entre las per-
sonas. Y en función de ello, pueden distinguirse tres tipos de personas.

1. Los apáticos, aquellos que son “totalmente indiferentes a la política y a


sus manifestaciones”.
2. Los espectadores, los que “manifiestan un interés intermitente e irregular
por la política que contemplan como algo distante”.
3. Los gladiadores, los que “sitúan la política como una de sus preocupacio-
nes principales, ya sea como militantes, ya sea como funcionarios”.

Tradicionalmente, en la ciencia política se utilizó el concepto de “participación


política” para referirse a lo que aquí denominamos acciones políticas. Según
Revilla Blanco, estas abarcan “el conjunto de acciones de los ciudadanos
dirigidas a lograr su intervención en la producción de lo político” (1995: 308).
Samuel Huntington también sostiene que toda forma de acción o participa-
ción política comprende “la actividad de los ciudadanos orientada a influir en
la formación de decisiones gubernamentales”, sea “individual o colectiva,
organizada o espontánea, continuada o esporádica, pacífica o violenta, legal
o ilegal, efectiva o inefectiva”.

“[La participación política es] la actividad que tiene por objetivo afectar la formación de
decisiones del gobierno. Tal actividad se centra en las autoridades públicas, a quienes gene-
ralmente se les reconoce poder decidir legítima y definitivamente acerca de la distribución
autoritativa de valores dentro de la sociedad. Mucho de lo que usualmente se denomina
política y gran parte de la distribución de recursos entre los diferentes grupos sociales, puede
tener lugar sin la intervención del gobierno. Así, una huelga destinada a influir sobre la
gerencia de una compañía privada para lograr un aumento de salarios, no es participación
política según esta definición; una huelga destinada a influir en el gobierno para que eleve
el tope de los salarios, es participación política. Y de igual manera, también es participación
política una huelga de obreros municipales realizada con el fin de inducir al municipio a
pagar sueldos más altos. De este modo, la cantidad de participación política de una sociedad
está en función, de alguna manera, del alcance de la actividad del gobierno en la sociedad.
Los esfuerzos realizados para influir en la formación de decisiones del gobierno pueden
involucrar la persuasión o la presión sobre las autoridades existentes, para actuar (o para
frenar la acción) de determinada manera. O los participantes pueden intentar reemplazar a
los actuales hombres con poder de decisión por otros que esperan sean más receptivos con
respecto a sus preferencias y necesidades. Menos frecuentemente, la participación política
puede buscar el cambio de ciertos aspectos del sistema político en sí mismo, o la alteración
fundamental de la estructura de todo el sistema, con el propósito de lograr un gobierno
más acorde con los deseos de los participantes. En resumen, la participación política puede
estar dirigida a cambiar las decisiones de las autoridades vigentes, a reemplazar o retener a

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


215

esas autoridades, o a cambiar o defender la organización existente del sistema político y las
reglas del juego político. Todos son medios para influir sobre las decisiones y acciones del
gobierno” (Huntington, 1978: 17).

Sobre la base de estas consideraciones, Huntington indica que la participación


política –para nosotros, la acción política– puede expresarse y efectivizarse a
través de diversas modalidades de acción o tipos de conductas:

1. La actividad electoral, que abarca tanto la intervención en votaciones


mediante las cuales se seleccionan las personas encargadas de ocupar
los cargos gubernamentales como también la participación en las campa-
ñas electorales, en el acto electoral o en cualquier otro tipo de actividad
desarrollada en el marco del proceso electoral.
2. La actividad de presión, que incluye las actividades de individuos o grupos
orientadas a establecer vínculos con funcionarios gubernamentales y diri-
gentes políticos e influir en sus decisiones con relación a temas de la vida
social que afectan a esos individuos o grupos.
3. La actividad de organizaciones, que involucra el conjunto de actividades
desarrolladas por personas o grupos en el interior de determinadas orga-
nizaciones sociales o políticas que se proponen influir de alguna manera
sobre el proceso gubernamental.
4. Los contactos, que abarcan las acciones individuales dirigidas a influir en
el proceso gubernamental generalmente en beneficio de ciertos individuos
o grupos acotados de personas.
5. La violencia, que comprende el conjunto de acciones destinadas a influir
sobre las autoridades gubernamentales a través de acciones que suponen
el daño físico sobre personas o propiedades, y con el objetivo último de
cambiar las autoridades gubernamentales (golpe de Estado, asesinato),
afectar las políticas públicas (motines, rebeliones) o cambiar el régimen
político (revolución).

Este autor, además, destaca que, por fuera de la violencia –que así consi-
derada es siempre ilegal aunque sus objetivos bien pueden ser perseguidos
dentro de la ley–, estas diferentes modalidades de participación política pue-
den adoptar formas legales o ilegales y pueden orientarse a un conjunto de
objetivos de diversa índole.

“La actividad electoral, la presión, la actividad de organización y los contactos pueden


adoptar formas legales o ilegales. El soborno, la intimación y la falsificación de los resultados
electorales, mientras sean realizados por ciudadanos particulares ante que por profesionales,
son formas evidentes de participación política como lo son el voto, concurrir a reuniones
partidarias o pegar afiches de propaganda. Las actividades de presión tales como las huelgas
pacíficas, manifestaciones y piquetes de vigilancia son legales en algunos países mientras
que en otros están prohibidos. De manera similar, los contactos privados pueden ser legales
o ilegales en sí mismo y pueden o no estar acompañados de sobornos o de otros aspectos
ilegales. Cruzar el límite entre las actividades legales y las ilegales involucra un riesgo mayor
y, por lo tanto, una iniciativa mayor por parte del participante. […] Muchas clases de par-
ticipación política ilegal son simplemente la extensión de esfuerzos legales para influir sobre

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


216

los que toman decisiones en el gobierno. Además, la línea divisoria entre la actividad legal
y la ilegal varían de un país a otros y pueden cambiar dentro de un mismo país a través del
tiempo” (Huntington, 1978: 30 y 31).

LEER CON ATENCIÓN

En este texto, reservaremos el concepto de participación política a una

LL forma específica de acción política.

Es posible distinguir dos grandes modalidades diferentes de acción política.


En primer lugar, aquella mediante la cual se procura ejercer algún tipo de
influencia sobre el proceso gubernamental a través de las movilizaciones y la
articulación política llevada a cabo por ciertos grupos de interés o movimientos
sociales. Este tipo de acción política abarca tanto las movilizaciones colectivas
políticamente orientadas como las articulaciones de interés ante las instancias
gubernamentales, las que, en ciertas ocasiones, pueden canalizarse a tra-
vés de diferentes modalidades de movilización. Y, en segundo lugar, aquella
mediante la que se busca intervenir en el proceso de constitución del gobierno
de la sociedad a través de la selección de los gobernantes y del ejercicio –
directo o indirecto– del proceso gubernamental. Este tipo de acción configura
la participación política propiamente dicha.

CC
El ejercicio habitual de las actividades políticas, es decir, definidas y reconoci-
das como tales, concierne a los agentes especializados que las profesan o
que, al menos, están interesados en su cumplimiento: diputados, gobernantes,
funcionarios, militantes y afiliados a partidos, incluso periodistas y comentaris-
tas políticos. De ello no deriva que los demás individuos y los grupos a los que
pertenecen estén totalmente marginados de las actividades políticas. Algunos
reivindican con mayor éxito el derecho de participar en actividades de las que
se encuentran oficialmente excluidos [...]. Otros pretenden que sus intereses y
actividades queden incluidos entre las «prioridades» políticas y rechazan el mo-
nopolio que beneficia a otros grupos u organizaciones considerados legítimos
[...]. (Lagroye, 1991: 299 y 300)

Influencia sobre el Movilizaciones o


gobierno articulación de intereses
Acción política
Constitución del gobierno Participación política

Ahora bien, estas consideraciones son adecuadas para dar cuenta de las
acciones políticas individuales, es decir, las modalidades de acción política
emprendidas por sujetos individuales o grupos primarios. Sin embargo, “todo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


217

comportamiento político [individual] tiene una dimensión colectiva”, es decir,


“el acto político de un sujeto individual tiende a integrarse en un conjunto de
actos realizados por otros, con el fin de aumentar su incidencia sobre la toma
de decisiones y asegurar su aceptación” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 342).
Entretanto, en la vida política contemporánea, un conjunto significativo de
acciones políticas es llevada a cabo por actores colectivos, como los movimien-
tos sociales, los grupos de interés y los partidos políticos, y que dan lugar a
tres modalidades tipológicas de acciones políticas colectivas: las movilizacio-
nes, la articulación de intereses y la participación política.

5.2.1. Las movilizaciones


Una movilización de individuos o grupos de individuos constituye una acción
colectiva desenvuelta en función del planteamiento de un reclamo o posicio-
namiento común y que tiene ciertas particularidades que la distinguen de las
modalidades de articulación de intereses protagonizada por grupos de interés.
Dichos individuos o grupos constituyen “un conjunto que actúa en función de
intereses comunes, a partir de motivaciones idénticas y en pos de un objetivo
compartido”, pero cuya particularidad está dada por el hecho de que dicha
actuación se canaliza por fuera de las vías institucionales típicas de la partici-
pación política electoral, partidaria o directamente gubernamental, como, por
ejemplo, las movilizaciones callejeras, las huelgas, los paros, las sentadas,
las tomas de establecimientos, las recogidas de firmas, las publicaciones de
solicitadas, las manifestaciones, los piquetes, las sublevaciones esporádicas
o permanentes originadas en antagonismos sociales, las formas de agitación,
etc. En razón de ello, algunos autores denominan a las movilizaciones como
“participación política no convencional” (Revilla Blanco, 1995).
Según Lagroye, una movilización “no es política de por sí”. No obstante,
“es el significado que le dan los propios autores o los intérpretes autorizados
lo que eventualmente permite calificarla de «política»”. En numerosas ocasio-
nes, dichas acciones son estimuladas o apuntaladas por los partidos políti-
cos, por asociaciones políticas o directamente por los gobiernos, con el fin de
obtener el apoyo o la aprobación de ciertos actores colectivos. Aun tratándose
de una forma de participación esporádica, acotada, parcial y hasta controla-
da, constituye un accionar político en la medida que, sin configurar una acti-
vidad propiamente política, se orienta a ejercer algún tipo de influencia sobre
el gobierno. En ese sentido, las movilizaciones suponen prácticas no-políticas
pero políticamente significativas.

CC
[...] El proceso de politización, definido como el mantenimiento o desarrollo de
actividades dotadas de significación política, se debe a la acción constante de
esos agentes (dirigentes, partidos, periodistas, comunicadores). Desfilar por
las calles para reclamar colectivamente un aumento de salario no es en sí una
acción política, pero adquiere ese carácter a partir de que los agentes especia-
lizados logran que los manifestantes, los espectadores, el gobierno y la prensa
crean en la significación política de esa acción colectiva: es decir, crean que la
«intención de los manifestantes» es fustigar a gobernantes incapaces de defi-
nir una política social justa. Así, la politización de los individuos y los grupos se
puede definir en un primer sentido como el conjunto de prácticas y razonamien-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


218

tos tendientes a investir a las acciones y conductas de significación política, a


despertar un interés práctico por la participación episódica en actividades con-
sideradas políticas y a difundir la creencia en la necesidad y la dignidad supre-
ma de la organización política de las sociedades. (Lagroye, 1991: 300)

En general, la mayoría de las movilizaciones constituyen acciones políticamen-


te relevantes dado que se articulan en torno del reclamo o posicionamiento
acerca de un bien colectivo cuya regulación o distribución social depende de
alguna manera del gobierno. Lagroye, inclusive, añade que la significación
política de una movilización está dada por el carácter de “ruptura” que lleva
consigo, de rompimiento “con las variadas motivaciones que provocaron la
participación de los individuos, con las prácticas anteriores o con el sentido
atribuido inicialmente a la acción colectiva”.
Sea que los actores de las movilizaciones le atribuyan un significado mani-
fiestamente político a sus acciones o no, toda movilización supone de alguna
manera una forma de politización a través de la cual el agente de la misma
produce una “nueva representación de su situación, una nueva clave de inter-
pretación de su situación social, sus problemas e intereses”, que bien puede
dar lugar a la profundización del proceso de politización y al consecuente
incremento de la participación política, ya sea por vía convencional o no con-
vencional. Ello puede ocurrir aún en situaciones en las que el grueso de los
individuos participantes no tiene una clara conciencia de la significación y los
efectos políticos de sus acciones. Pueden sustentar una noción difusa y gené-
rica del orden político, pero, independientemente de ello, sus actos pueden
generar consecuencias tendientes a perturbar el orden social o a conservarlo,
a producir cambios y rupturas o a garantizar continuidades y reproducciones.
El grado de politización de los individuos y grupos deriva del contexto y de
las particularidades conflictivas en torno de las cuales se inicia y desarrolla
una movilización. Si, como señala Pasquino, los individuos y grupos no se
interesan, aun en forma difusa y esporádica, por la vida política o por el pro-
ceso gubernamental o si, interesándose por ello, no existen canales o recur-
sos que permitan efectivizar el accionar colectivo o el vínculo con los actores
políticos es episódico o apenas incipiente, la movilización no se produce y, en
consecuencia, la extensión e importancia de la politización social y de la par-
ticipación política es acotada o directamente inexistente. Al contrario de ello,
un contexto social signado por una alta politización de las demandas socia-
les y, en ciertos casos, por el recurrente éxito del grueso de esas demandas,
configura un escenario habilitante para el incremento y la ampliación de dicha
politización y de la participación política no convencional.

“Mientras que los individuos y los grupos consideren irrelevante para sus propios destinos
personales y colectivos la actividad de los que toman las decisiones, mientras que ningún
empresario político se preocupe de organizar el consenso, o mejor el disenso, respecto a las
decisiones tomadas o por tomar, mientras sea imposible construir y utilizar canales de acceso
a la esfera política, no politizarán sus propias demandas y por lo tanto la tasa de participa-
ción será baja o nula. Cuando, en cambio, crezca el conocimiento de que otros individuos
y grupos influyen y a veces conforman destinos personales y colectivos, se asignan recursos,
se apropian oportunidades, cuando surjan empresarios políticos (en partidos y sindicatos),
cuando, gracias a sus esfuerzos y empeños, vean preparados los canales de acceso y de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


219

influencia política, las demandas se politizarán y en consecuencia la tasa de participación


crecerá” (Pasquino, 1988b: 184).

La calificación de una movilización como política se debe a sus efectos socia-


les y, en particular, a sus efectos sobre la politización de sus agentes y de los
problemas y demandas en torno de los cuales se articuló, cualesquiera sean
los contenidos de las significaciones sustentadas por esos agentes o de las
valoraciones morales que puedan hacer de ello.

CC
Las movilizaciones dan lugar a una amplia difusión de creencias e ideologías
relativas a la organización política de la sociedad, de las épocas en que los en-
frentamientos sociales aparecen como conflictos sobre las finalidades de la lu-
cha política. Permiten que las creencias acordes con las posiciones sociales
de los agentes interesados revistan un significado político global: entonces las
representaciones derivadas de la posición en el sistema de producción y la so-
ciedad adquieren el estatus de «modelos» para una mejor organización social y
lo conservan en ciertos grupos. (Lagroye, 1991: 311)

Pero, además, las movilizaciones, casi siempre estructuradas a partir de una


dinámica conflictual y como modalidades de ejercicio de la influencia a través
de la protesta, generan las condiciones que posibilitan la conformación de
modalidades de asociación de individuos que, pese a que pueden susten-
tar orientaciones y perspectivas estratégicas divergentes, poseen intereses
comunes directamente vinculados a esa movilización. Pero esas modalidades
de asociación son generalmente objeto de cambios significativos conforme el
conjunto de transformaciones que van sufriendo los agentes en cuanto a sus
percepciones, orientaciones y significaciones y de acuerdo con la evolución
que va teniendo el sistema de interacción articulado en la movilización y el con-
flicto que la originó. La compleja interacción estructurada en las movilizaciones
entre los individuos, grupos y organizaciones que intervienen en ellas o las
protagonizan marca su evolución. Vale decir que las movilizaciones configuran
conjuntos complejos de acciones individuales cuya convergencia, dada por los
intereses comunes, una conducción común y la utilización de ciertos recursos
comunes, las convierten en “actos colectivos de participación política”.

5.2.2. La articulación de intereses


La articulación de intereses, como se dijo, es aquella modalidad de acción polí-
tica orientada a ejercer influencia sobre el gobierno o el proceso gubernamen-
tal y basada centralmente en el planteo de demandas de parte de los grupos
de interés. Tal articulación puede canalizarse a través de diversos actos de
protesta o movilizaciones, o bien mediante otro tipo de acciones tanto públicas
como reservadas, más o menos sistemáticas e institucionalizadas.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


220

CC
Todo sistema político tiene una manera determinada de encarar las demandas.
Las decisiones políticas implican ventajas o perjuicios para determinadas per-
sonas y grupos de la sociedad, incluidas las propias élites políticas. […]
Denominamos articulación política al proceso por el cual los individuos y gru-
pos plantean demandas a quienes están encargados de tomar las decisiones
(decisions makers). (Almond y Powell, 1972: 70)

Como señalan Almond y Powell, “la articulación de intereses puede realizarse


por medio de muchas y diferentes estructuras y de diversas maneras”. Estos
autores diferencian distintos canales y medios de articulación de intereses a
través de los cuales los grupos de interés tienen acceso al proceso guberna-
mental e intentan influir sobre él.

1. Las demostraciones físicas y la violencia, modalidades estas que son carac-


terísticas –aunque no exclusivas– de los grupos de interés anómicos y que
pueden derivar de demostraciones espontáneas y reactivas o deliberadas
y planeadas.
2. La conexión personal a través de la utilización, como instancias de interme-
diación, de la familia, la escuela, los lazos locales y sociales.
3. La representación de élite a través de ciertos dirigentes, parlamentarios
o funcionarios que expresan ante el gobierno los intereses de un grupo.
4. Los canales formales e institucionales que forman parte de todo sistema
político moderno, tales como los partidos políticos, los lobbies, las legisla-
turas, burocracia y gabinetes, los medios de comunicación masivos, etc.

La articulación de intereses mediante el uso de algunas de estas modalida-


des de acción constituye, en opinión de los citados autores, un “problema de
comunicación” del conjunto de las demandas mediante las cuales se expresan
los intereses de determinados grupos o los suyos propios. No se trata, enton-
ces, de un proceso de transmisión de la información, sino de articulación de
los intereses de referencia ante las autoridades del gobierno.
Y ello se desenvuelve en el marco de un determinado sistema de interacción
que, más allá de los canales y medios de articulación de intereses empleados
por los grupos de interés de referencia, vincula a estos con otros actores polí-
ticos y sociales y, en particular, con las instancias gubernamentales de una
sociedad. Cuando las decisiones o políticas de estas afectan las orientacio-
nes o los objetivos de los grupos de interés, estos canalizan sus apreciacio-
nes y metas ante las autoridades públicas y ante la sociedad en su conjunto
desarrollando un conjunto de interacciones con organizaciones políticas y/o
sociales y haciendo uso de un sinnúmero de acciones que incluyen el ejerci-
cio de la presión, lo que convierte al grupo de interés en un grupo de presión.

CC
[…] La posibilidad de que esos grupos traten de influir sobre los gobernantes
o la opinión pública dependerá de muchos factores, de los cuales el más evi-
dente es que se vean afectados o no por las decisiones políticas o amenaza-
dos por medidas que afectan sus intereses materiales y morales […]. (Lagroye,
1991: 277)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


221

En definitiva, las acciones de influencia o presión que pueden ser emprendidas


por los diferentes grupos de interés sobre las instancias de gobierno y/o las
organizaciones políticas de la sociedad convierten a dichos grupos en actores
políticos aunque, en sí mismos, no constituyan organizaciones políticas, sino,
más bien, organizaciones sociales. Asimismo, como lo destaca Lagroye, la
condición de actor político de los grupos de interés puede ponderarse más
aún dado que entre sus acciones pueden englobarse inclusive la socialización
de militantes, la construcción de grupos de referencias dentro de las orga-
nizaciones políticas o partidarias, la selección de dirigentes y la difusión de
creencias. No obstante, lo que distingue a los grupos de interés o de presión
de las organizaciones políticas está centrado en la “diferenciación de tareas,
la lógica propia de cada uno de los campos que compiten y las estrategias de
reivindicación de un monopolio en cada sector de actividad socialmente cons-
truido”, es decir, en las modalidades de las prácticas políticas que desarrollan.

CC
Resultado de un conjunto de procesos históricos, la distinción entre los tipos
de organizaciones generalmente se concibe en torno del modo de oposición de
objetivos y modalidades de acción entre los partidos, por un lado, y los “grupos
de interés”, por el otro. Desde este punto de vista, se considera que lo que de-
fine a una organización partidista es su objetivo de “conquistar el poder” y su
participación en actividades (principalmente electorales) que aseguran a sus
miembros en posiciones de poder de acuerdo con las reglas vigentes en la so-
ciedad. Lo que se supone define al grupo de presión es su objetivo (ejercer “in-
fluencia” sobre los responsables de las decisiones políticas) y sus modalida-
des particulares de acción, tendientes a “presionar” las instancias de decisión
política, los partidos y la opinión pública. (Lagroye, 1991: 276 y 277)

En suma, la diferenciación entre grupos de interés y organizaciones políticas


se objetiva en prácticas diferentes.
En este marco de distinción, las formas de acción de los grupos de inte-
rés están orientadas a “influir sobre el proceso de toma de decisiones” pero
adquieren modalidades muy diversas y variadas en cuanto a los métodos que
utilizan. La gama de formas de acción comprende (Vallés y Martí i Puig, 2015:
346):

1. Las actividades de persuasión, asentadas en la “transmisión de información


y documentación”, los “contactos, entrevistas y consultas con los demás
actores”, la “publicidad comercial directa o indirecta”, etc.
2. Las actividades económicas, mediante el “mecenazgo de actividades socia-
les y culturales, la “financiación legal o encubierta de los partidos”, la
“corrupción de otros agentes”, etc.
3. Las actividades jurídicas, mediante la resistencia en el “cumplimiento
de obligaciones legales”, la interposición de “recursos”, el desarrollo de
“acciones reivindicatorias antes los tribunales”, etc.
4. Las acciones de intimidación o coacción, que comprenden desde el “uso de
la fuerza” hasta la “violencia física contra bienes y personas”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


222

CC
[…] Las acciones de estos grupos son a veces públicas y transparentes, mien-
tras que en otros casos son discretas o secretas. Son claramente visibles […]
las declaraciones, las ruedas de prensa, la difusión de información, las campa-
ñas publicitarias, las movilizaciones o la participación en algún tipo de institu-
ciones. En cambio, suelen permanecer en la penumbra las presiones o los
«contactos directos» con determinados actores públicos y privados que forman
parte del proceso de elaboración de determinadas políticas públicas, las inti-
midaciones o las ofertas de corrupción. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 345)

Para llevar a cabo sus acciones, los grupos de interés se valen de un amplio
espectro de recursos a los que pueden acceder y, en gran medida, la eficacia
de ese accionar depende de ese acceso, así como de la habilidad en el uso
de los mismos. Estos recursos derivan del “número de sus afiliados o de
otros sujetos susceptibles de ser movilizados por el grupo”, las “posiciones
que sus miembros detentan en el proceso de elaboración de determinadas
políticas o en el ejercicio de determinadas funciones”, la “solidez económica
de la organización”, “la consistencia y la disciplina de la organización para
llevar a cabo una determinada acción o resistir los efectos negativos de otras”,
la “habilidad mediática” para presentar intereses sectoriales o persuadir a la
opinión pública, y la “capacidad de relación y de coalición con otras organiza-
ciones […] para defender sus intereses” (Vallès y Martí i Puig, 2015: 347).

5.2.3 La participación política


La participación política convencional está centrada en la intervención en el
proceso de constitución del gobierno de la sociedad a través de la selección
de los gobernantes y del ejercicio del proceso gubernamental. Su principal
expresión está dada por la participación en el proceso electoral y su principal
agente –aunque no el único– es el partido político, es decir, este es el actor a
través del cual se canaliza dicha modalidad de participación.
La participación electoral constituye una forma más de participación polí-
tica y, como señala Pasquino, “quizás ni siquiera la más importante, aunque
probablemente la más difundida y la más universal (o lo que es lo mismo, la
que se practica más en sistemas políticos diferentes entre sí)”. Además, en
general, la participación electoral constituye tanto el “momento culminante”
de otras formas de participación política como el “momento inicial” de las
mismas, es decir, “una condición previa de posteriores actividades de parti-
cipación política”. No obstante, esta modalidad, claramente enmarcada en el
proceso de democratización de los regímenes políticos occidentales, resultó
de luchas derivadas de la ampliación de los derechos ciudadanos, fundamen-
talmente los derechos políticos, y se fue estructurando al compás de la crea-
ción y desarrollo de las instituciones típicas de aquel tipo de régimen.

CC
El voto es un acto relativamente simple. Esta afirmación no debe sin embargo
hacer olvidar que la extensión del sufragio ha sido en la mayoría de los casos
el resultado de importantes luchas entre los detentadores del poder político y
los desafiantes, dentro de la clase dominante y fuera de ella, que diferentes
ritmos y tasas han acompañado al proceso de democratización electoral (y de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


223

creación de las estructuras de partidos e institucionales adecuadas para sos-


tener el peso de la participación electoral) y que, por supuesto, en muchísimos
países el derecho de voto nunca se ha concedido ni está asegurado de una
vez por todas, sino que con frecuencia era revocado, su ejercicio sometido a
abusos y a engaños, su traducción sometida a maniobras y fraudes. Y, por su-
puesto, donde la participación electoral no está eficientemente tutelada, todas
las demás formas de participación política institucionalizada, pacífica, legal, re-
sultan un tanto difíciles y precarias. (Pasquino, 1988b: 185 y 186)

La participación electoral puede ser considerada como la forma “mínima” de


participación, pero, en el marco de un régimen democrático-liberal, es la que
compromete a la mayor cantidad de personas dentro de un sistema político.
En numerosas ocasiones se indicó que el voto y las elecciones no eran más
que una forma de expresión de la “voluntad política colectiva”, una modalidad
de manifestación de la “opinión del pueblo”. Sin embargo, aunque la participa-
ción electoral esté formalmente garantizada y exista un régimen democrático
institucionalmente consolidado, el grado de compromiso y de intervención
individual y grupal de las personas respecto del proceso electoral y, en gene-
ral, de la vida política de la sociedad es variable y está, de alguna manera,
socialmente condicionado. Lagroye sostiene que la participación política y, en
su marco, la participación electoral está “distribuida desigualmente” entre los
grupos sociales, y que son los grupos más desposeídos los que cuentan con
menos interés y con menos condiciones culturales, económicas, instituciona-
les y políticas para intervenir activamente en la vida política.

CC
[…] La participación electoral, como todas las demás formas de participación,
está distribuida desigualmente según los grupos sociales. Los que no votan o
lo hacen en contadas ocasiones (los abstencionistas «habituales») son más
numerosos en las categorías más desposeídas de la población […]; son los
mismos que demuestran menor interés por la política, que no poseen criterios
de evaluación requeridos para comprender lo que está en juego en la compe-
tencia electoral, que tienen la relación más distante (o ninguna relación apre-
ciable) con las actividades políticas cualesquiera que sean; así, la marginación
social y cultural de estos individuos se expresa en la no participación electoral
y en la incapacidad para dominar esquemas y categorías de juicio propiamente
políticos, es decir, conformes con la definición predominante de este orden de
actividades. (Lagroye, 1991: 344)

Existe un conjunto de factores que parecen incidir sobre el comportamiento


electoral de las personas y sobre sus preferencias políticas. Esos factores,
variados y diversos, pueden ser individuales o colectivos. En las sociedades
contemporáneas no es menor la inestabilidad o volatilidad de las preferencias
electorales de los individuos, ya sea que ella se origine en un pronunciado
desinterés por la política, en la errónea comprensión del proceso o de las
ofertas electorales o por la escasa identificación con un partido, un progra-
ma electoral o determinados candidatos. Tampoco es infrecuente que en la
decisión electoral pesen factores coyunturales como “humores pasajeros,
influencias momentáneas, impresiones superficiales recibidas al paso de los

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


224

candidatos por la televisión, etc.”. O que, frente a una marcada indecisión a


favor de algún candidato, se opte por uno para cumplir con la mera obligación
del acto electoral.
Del mismo modo, pueden incidir cuestiones o procesos sociales de mayor
relieve como, por ejemplo, la ruptura episódica de identificaciones políticas,
la adaptación del electorado a las transformaciones de la oferta electoral, la
popularidad del candidato, el grado de aceptación del programa electoral o de
los temas agendados en dicho proceso, la incidencia de los medios de comu-
nicación masivos, el tipo de receptividad de los votantes del mensaje brindado
por los partidos, candidatos o por los medios, etc. En suma, todo ello indica
que el comportamiento electoral no responde necesariamente a una decisión
voluntaria y racional de las personas.
A su vez, la pertenencia a un determinado sector social y, consecuente-
mente, a un determinado vínculo con el sistema laboral, con el lugar de resi-
dencia, con el nivel de ingresos, con el grado de instrucción recibida, así como
también la transmisión de creencias y actitudes adquiridas en un medio ante-
rior, la coherencia sociocultural del grupo de pertenencia –mantenida por las
condiciones de vida particulares y por las organizaciones en cuyo marco se
estructura el grupo– y el grado de identificación de los individuos con dicho
grupo, configuran factores determinantes de la participación y de las prefe-
rencias electorales, sin perder de vista que en una sociedad existe una enor-
me variedad de “situaciones concretas de pertenencia” y que nunca el grado
de determinación de estas situaciones sobre la participación política de una
persona es inmediata o mecánica.
No obstante, la pertenencia a una clase o sector social juega un papel
determinante del comportamiento electoral de sus miembros en la medida
que, a partir de esa pertenencia, se estructura un “sistema simbólico” que
funciona para ellos como “un sistema de percepción de las relaciones políti-
cas, la jerarquía de las posiciones sociales, los actos legítimos o ilegítimos,
incluso las conductas adaptadas a los problemas que pueden enfrentar en la
vida cotidiana”. Es decir, esos sistemas simbólicos generan ciertas formas de
interpretación y de legitimación de determinados aspectos de la vida social y
política, y validan, de ese modo, determinadas prácticas sociales y políticas.
Estructuran, así, determinadas percepciones, valoraciones, convicciones, con-
ductas y opiniones sociales, pero que tienen una inmediata significación polí-
tica y que pueden dar lugar a determinado tipo de comportamiento electoral.
A ello, por cierto, se suma la acción de determinadas asociaciones y organi-
zaciones que, de alguna manera, mantienen y difunden un determinado sis-
tema simbólico, lo cual, en consecuencia, contribuye a reforzar la cohesión
de esas clases o grupos sociales.
En este contexto, las posibilidades y la competencia –capacidad o apti-
tud– a través de las cuales los grupos sociales se constituyen como actores
políticos varían sustancialmente y ello genera una marcada desigualdad en
las prácticas de la participación política. El acceso diferencial a los recursos
–culturales, económicos e institucionales–, así como la desigualdad en la
competencia para el uso de los mismos y en la capacidad de interpretación
contextual, dan lugar a la constitución de grupos políticamente dominantes
y grupos políticamente dominados. En lo relativo a la participación política,
ello se traduce en la diferenciación entre personas políticamente activas y
una gran mayoría de individuos cuya posición social tiende a excluirlos de las
actividades políticas cercenando sus posibilidades de participación política.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


225

Por cierto, ello no resulta de la decisión racional o de la voluntad manifies-


ta de los individuos, sino que deriva de las condiciones sociales y políticas de
una sociedad y, en particular, de la acción de los grupos políticamente activos
que intentan reproducir aquellas condiciones de exclusión sociopolítica de las
que se benefician en tanto los convierte en grupos políticamente dominantes.
Es decir, tal diferenciación hace que, en toda sociedad, exista una “élite” polí-
ticamente activa y una mayoría de ciudadanos políticamente pasivos o direc-
tamente excluidos de todo tipo de participación política regular. Además, las
reglas de juego –institucionales y culturales– del sistema político son deter-
minadas por la porción políticamente activa de la población, o sea, los grupos
políticamente dominantes.

CC
[…] La no participación es indisociable de los procesos sociales de exclusión de
lo político que afectan a la mayoría de los ciudadanos. Expresa su impotencia
social para intervenir en la decisión política, introducir en el debate asuntos con-
siderados «ilegítimos» y, más aún, dominar los valores y las reglas que prevale-
cen entre las élites y les asegura un monopolio del juego político institucionaliza-
do. Esta impotencia no es consecuencia solamente de posiciones dependientes
o de una indiferencia motivada frente a lo político; es producto de las prácticas
de grupos minoritarios, socialmente diversificados, pero cuyo interés común es
limitar y controlar las concepciones de lo que es legítimo, de lo que se puede ha-
cer y tratar en política, en última instancia, de lo que es concebible en términos
políticos. El censo oculto que limita la participación no sólo es consecuencia di-
recta de las desigualdades sociales, sino fruto de la construcción del orden políti-
co por aquellos a quienes beneficia; construcción aceptada e interiorizada por
una mayoría de individuos excluidos o marginados. (Lagroye, 1991: 323 y 324)

En las sociedades modernas, el “orden político” se construye sobre la base


de estos mecanismos de exclusión y marginación política, lo que resulta,
en verdad, “de las características sociales de los individuos y de las reglas
propias del campo político”. El carácter de dominante o dominado tiene que
ver con la posesión o con la des-posesión del capital cultural, económico e
institucional. Los grupos socialmente dominados son aquellos que están des-
provistos de este capital y, en consecuencia, se hallan excluidos del conjunto
de relaciones y prácticas a partir de las cuales se establecen las reglas del
juego político, esto es, se hallan en una situación de marginalidad respecto de
las modalidades de participación estructuradas y “permitidas” por los grupos
políticamente dominantes.
Ser “competentes” políticamente significa detentar la aptitud para enten-
der adecuadamente la vida política y el conjunto de reglas y prácticas que la
determinan en un momento histórico determinado. Ello permite adecuar los
comportamientos políticos a las condiciones sociales y políticas existentes y,
de ese modo, maximizar exitosamente sus intereses en desmedro, quizás, de
aquellos grupos que sustentan percepciones erróneas de tal contexto y, por
ende, los efectos de su accionar político, casi siempre acotado y desprovisto
de recursos, más que producir cambios a favor de sus intereses, genera una
suerte de legitimación del orden existente y un reconocimiento de la legitimi-
dad del dominio de los otros. Todo ello puede apreciarse claramente en el
juego político electoral.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


226

“Los agentes capaces de participar en actividades políticas, de «hacerse una opinión», de


expresar en términos adecuados el significado que atribuyen a sus prácticas (votar, afiliarse,
militar) deben su competencia a su posición social y a los recursos correspondientes. Por
competencia se entiende la aptitud, más o menos mensurable, de los individuos para reco-
nocer las diferencias entre las posiciones de los políticos y los candidatos de las distintas
tendencias o entre los partidos, para expresar y justificar su preferencia por tal o cual posi-
ción, así como su convicción sobre la importancia de los debates y actos de arbitraje entre
los «programas» políticos. Desde este punto de vista, el interés por «la política», es decir, por
los problemas definidos como tales y por las reglas de gobierno de las sociedades, supone
que se conciba a este orden de actividades como capaz de modificar las posiciones y los
recursos de los grupos –y no como un juego extraño y ajeno en el que participan «políticos»
cómplices– y se dominen los esquemas de comprensión correspondientes. Si bien es cierto
que sólo los profesionales de lo político manejan plenamente «los instrumentos materiales
y culturales necesarios para la participación activa, es decir, sobre todo el tiempo libre y el
capital cultural» [Pierre Bourdieu], todos los miembros de los grupos dominantes, en virtud
de sus cualidades sociales y su conocimiento de los efectos de la acción política sobre su
propia posición, se interesan directamente por la participación en las actividades «cívicas». A
la inversa, los miembros de los grupos socialmente dominados son incapaces de aprehender
los temas y las reglas de los debates políticos, así como el lenguaje especializado y abstracto
que los caracteriza. La no participación es una de las manifestaciones del «despojo», pero no
la única. En efecto, estos individuos pueden participar en actividades políticas al depositar
una confianza ciega en aquellos a quienes consideran competentes, capaces de expresar una
opinión acorde con sus intereses tal como confusamente ellos los perciben. Tan es así, que
la participación no es producto de una «opinión personal», sino más bien una entrega de sí
mismo, una delegación incondicional en individuos u organizaciones […]” (Lagroye, 1991:
329 y 330).

Lagroye destaca que el hecho de votar significa que quien vota acepta en la
práctica una regla de juego político y, con ello, contribuye a instaurar y legitimar
un cierto ordenamiento político. Cuando la democracia alcanza determinado
grado de institucionalización y, por ende, las elecciones para la selección
de los gobernantes son regulares, la participación electoral, aun desigual,
diversificada y hasta acotada, constituye la forma de participación objetivada
como más importante. Las elecciones se convierten así en la actividad ciuda-
dana más relevante y esto produce efectos legitimantes significativos. Este
autor indica que la participación electoral impone al ciudadano una “doble
obligación”: la de expresar sus preferencias políticas casi exclusivamente a
través del voto o de cualquier otra forma de participación electoral –afiliarse
a un partido, intervenir en las campañas electorales– y la de verse obligado a
elegir entre los candidatos ofertados por los partidos –en tanto, organizaciones
especializadas.
Vale decir, la participación electoral regular no solo no iguala las desigual-
dades que generan la exclusión política de ciertos grupos sociales ni le permi-
te a los grupos políticamente dominados revertir su condición de dominado,
sino que, además, funciona como una instancia legitimante del “orden políti-
co” y, en particular, de las reglas de juego del mismo, especialmente para los
sectores políticamente dominados. Este carácter legitimante es el que con-
vierte a la participación electoral en una actividad central en la vida política
de la sociedad contemporánea y es el que, por lo tanto, convoca la atención
ponderada de los partidos y dirigentes políticos profesionales.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


227

“[…] Al definir lo que es legítimo –es decir, acorde con el interés colectivo según su concep-
ción vigente– y también lo que no lo es, las actividades políticas provocadas o alentadas
diseñan la forma ideal del orden político. Mantiene un sistema de normas y valores en el
cual se reconoce una «cultura política» concreta: participar en él es aceptar esa cultura. Así
se comprende que tantos agentes tengan interés en alentar esa participación y se dediquen
a ello. Estas actividades acreditan la creencia en la utilidad de la acción política, en la
importancia de un orden especializado de las relaciones políticas, en la necesidad de una
relación institucionalizada entre gobernantes y gobernados. Por consiguiente, constituyen
el fundamento de la aceptación práctica de la política como dimensión mayor de toda la vida
social; participar en ellas es manifestar la pertenencia a la comunidad. En última instancia,
la participación política adquiere el carácter de una obligación moral por más que, concre-
tamente, la mayoría de los ciudadanos esté marginada de ella por decisión propia o ajena.
Estas actividades suponen –a la vez que favorecen– la aceptación de un conjunto de reglas
inviolables y, por consiguiente, la interiorización de normas, la aceptación de creencias y
el aprendizaje de prácticas que mantiene la interacción reglamentada entre grupos y entre
individuos. En este sentido, la conservación de relaciones sociales previsibles es producto
del estímulo constante de actividades específicas, cargadas de sentido, relacionadas explíci-
tamente con un ideal colectivo. Participar es suscribir ese ideal y conocer las obligaciones
que derivan de él” (Lagroye, 1991: 370 y 371).

De este modo, la participación política configura un fenómeno social signado


por la desigualdad y la exclusión, aun en sociedades políticamente democrá-
ticas. Y sirve como instancia reificante y legitimante de un orden político, que,
en verdad, no es más que la expresión de aquellas desigualdades y de las
relaciones de poder que se estructuran a partir de ellas.

LECTURA OBLIGATORIA

Matas Dalmases, J. (1996), “Los partidos políticos y los sistemas de


OO partido”, en Caminal Badia, M., Manual de ciencia política, Tecnos,
Madrid.

5.3. Cultura, socialización y comunicación política


La posición que las personas adoptan ante la política deriva de un conjunto de
actitudes, valores, ideologías y culturas que, aun teniendo una diversa gama
de intensidades y modalidades, configuran las bases simbólicas de las perso-
nas en la política. Y de ello resulta la gama de comportamientos y actitudes
políticas que dichas personas asumen y desarrollan en sus vidas.
Es decir, el tipo de vínculo que las personas establecen con la actividad
política y, en particular, con las estructuras de gobierno de la sociedad, así
como también el interés que guardan hacia esas instancias y las acciones que
emprenden en ellas, se sustenta, al decir de Jorge Benedicto, sobre la base de
“un conjunto de creencias, normas, valores y percepciones de los individuos
hacia la política”, esto es, de “un conjunto interrelacionado de disposiciones
básicas que constituye la matriz fundamental a partir de la cual los sujetos per-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


228

ciben y reaccionan ante los estímulos políticos, construyen sus preferencias


políticas y eventualmente se implican en actividades políticas” (1995: 227 y
228). Dicha matriz constituye la cultura política y sirve de soporte simbólico
en cuyo contexto y a partir del cual los sujetos interpretan y valoran, es decir,
le atribuyen algún sentido, a los hechos y circunstancias de la vida política.
En esa orientación, Vallès y Martí i Puig sostienen que la cultura política
es el “atributo” de un conjunto de personas “que sigue una misma pauta de
orientaciones o actitudes ante la política”. El objeto de referencia de la cultura
política es el proceso político en su conjunto o un aspecto de este.

CC
Las orientaciones o actitudes que se combinan en una cultura política son […]
cognitivas, afectivas, evaluativas e intencionales. Sus objetos de referencia
son el propio sistema político institucional y sus componentes, las diferentes
formas de intervención –o aportaciones en la fase input–, los resultados o ren-
dimientos –los outputs– del sistema y, finalmente, el valor que se atribuye a la
posición que el propio sujeto y los demás actores ocupan en el proceso políti-
co. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 265)

La cultura política “es siempre un atributo colectivo que corresponde a un


grupo, no a un individuo”. Los individuos participan de la cultura política de
un grupo social específico. En razón de ello, no existe solo una cultura política
como propiedad única en el conjunto social, sino que existen diversas culturas
políticas en la medida en que “supone la presencia de un conjunto predomi-
nante de actitudes que tiende a orientar las conductas de los miembros del
colectivo [específico] en una misma dirección” (Vallès y Martí i Puig, 2015:
265). En las sociedades, hay una variedad diversa de culturas y subculturas
políticas.

CC
[…] Cada sociedad presenta una variedad de grupos con sistemas de actitu-
des que se distinguen claramente e incluso que se contraponen entre sí. Estas
variantes han recibido en ocasiones la calificación de subculturas políticas, pa-
ra expresar las modulaciones que caracterizan las actitudes de grupos genera-
cionales, ámbitos territoriales, clases sociales, élites políticas o formaciones
partidarias. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 266 y 267)

La importancia de la cultura política radica en la impronta determinante que


tiene a la hora de moldear y establecer las concepciones y los comportamien-
tos o acciones de las personas en relación con la política.

CC
[Las] pautas culturales dominantes [en cada sociedad] son la que orientan la
conducta de los actores y los inducen a reaccionar de un modo y no de otro, en
función de cómo entienden la política y de cómo se sitúan ante ella. La cultura
política nos ayuda, pues, a penetrar por qué dichos actores convierten en con-
flicto determinadas situaciones, por qué elaboran diferentes propuestas de so-
lución, por qué adoptan estrategias de confrontación o de consenso, etc.
(Vallès y Martí i Puig, 2015: 268)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


229

Pero la cultura política configura una realidad social intrincada y permanente-


mente en disputa, que no deriva de manera automática de las condiciones
sociales imperantes en un contexto determinado, sino que está en constante
tensión y cambio.

CC
[…] La cultura política de un pueblo [es] el conjunto de las formaciones simbó-
licas e imaginarias mediante las cuales los individuos viven y se representan
las luchas por el poder y las competencias por el dominio de los sistemas de-
cisorios de una sociedad. Pero […] los límites y el sentido de estas definicio-
nes y de estas luchas no se desprenden automáticamente de las condiciones
sociales o de las bases económicas de una sociedad, aunque se vinculan
siempre con las demandas que esta fórmula. En términos generales, […] son
el resultado de agudos conflictos por la definición del sentido y de los límites
de aquello que entendemos por justo o injusto, público o privado, legítimo o ile-
gítimo, etcétera. (Quevedo, 1997: 62)

La configuración de la cultura política en un grupo social es un proceso histó-


rico y deriva del conjunto de interacciones que los individuos mantienen con
otros individuos, grupos y con el contexto social y político en el que transcurre
su vida. Tal proceso se denomina socialización política.

CC
[…] La construcción de estas matrices básicas con que los individuos se en-
frentan al mundo de la política tiene lugar mediante una serie de procesos so-
ciales de carácter colectivo en los que los individuos participan necesariamen-
te como consecuencia de sus pertenencias sociales y de las pautas de
interacción social que mantienen con otros individuos y con el entorno que les
rodea. A través del proceso de socialización, la adquisición de una determina-
da cultura política o la inserción en el espacio de la comunicación política y la
opinión pública, el individuo va conformando sus creencias básicas sobre la
sociedad y la política […]. (Benedicto, 1995: 228)

PARA AMPLIAR

Sobre la idea de cultura política, lea en detalle el siguiente artículo de

AA Gabriel Almond y Sidney Verba:


<http://webs.ucm.es/info/cpuno/asoc/profesores/lecturas/almond-
verba.pdf>

La conformación de las creencias políticas de los sujetos no es impuesta por


el contexto social ni resulta de una decisión racional, sino que es la expresión
de la compleja –y no siempre voluntaria o consciente– construcción de valores
e interpretaciones producidas en el marco de las interacciones sociales situa-
das históricamente y protagonizadas por ellos. Tal construcción, iniciada en la

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


230

niñez y desarrollada durante toda la vida de un individuo, supone, de un lado,


el aprendizaje de ciertas pautas culturales, valores y esquemas simbólicos en
el marco de la interacción que se mantiene con otros sujetos y con su entorno
y, del otro lado, la configuración de su propio sistema de interpretación y vali-
dación de lo social y lo político, esto es, de su propia identidad sociopolítica.
Se trata de un doble proceso de transmisión y adquisición dinámico, mul-
tifacético y permanentemente sujeto de producciones y reproducciones, en
cuyo marco los valores y las creencias de los sujetos pueden ser reforzados,
reformulados y abandonados al mismo tiempo que nuevos valores y creencias
se pueden ir configurando, todo ello al amparo de la confluencia de múltiples
situaciones e interacciones no siempre exentas de conflictos y contraposicio-
nes. En gran medida, la transmisión de valores y creencias, perpetrada por la
familia, la escuela, los medios de comunicación y/o otras asociaciones o gru-
pos, es informal, difusa y latente, por lo que tal proceso no puede interpretar-
se como una mera acumulación de conocimientos e información.

CC
[…] La socialización se apoya en los procesos fundamentales: la transmisión y
la adquisición. La transmisión es la herencia de un cierto capital, siendo carac-
terística del medio familiar y, en cierta medida, del escolar, y aparece como
particularmente eficaz con normas y valores ideológicos, propiciando la conti-
nuidad. La adquisición, en cambio, «se apoya en la acumulación y la estructura-
ción de hechos observados, experimentados o aprehendidos» y es una fuente
de innovación, con la reelaboración subjetiva de las experiencias y conocimien-
tos. Los mecanismos en los que se apoyan tales procesos son la familiariza-
ción y la inculcación. La familiarización se define como «una imposición dulce»
de pautas culturales a partir de la repetición cotidiana de comportamientos y
conversaciones en la familia y otros ambientes, mientras que la inculcación se
funda en discursos deliberados y aleccionadores. (Magré Ferrán y Martínez
Herrera, 1996: 270)

Según Benedicto, la importancia de la socialización para la vida política de una


sociedad reside básicamente en que el contenido de la construcción de los
“universos políticos de los ciudadanos” se expresa en tres dimensiones: la
identificación con el sistema político, la formación de las preferencias político-
ideológicas y las percepciones sobre la actividad política. En primer término,
el proceso de socialización política implica para los sujetos la progresiva
adquisición de conocimientos, valores y creencias acerca de las normas, las
instituciones y las reglas de juego características del sistema político. Esto,
por cierto, está determinado, de alguna manera, por el tipo de cultura política
predominante, las características del régimen político, la historia y las tradi-
ciones culturales en cuyo marco se produce esa transmisión y se van confi-
gurando las diferentes modalidades de identificación política de los sujetos.
En segundo término, en el marco de las identidades construidas acerca de
los aspectos generales del sistema político que se van configurando en las
personas, estas manifiestan y sustentan determinadas preferencias, actitudes
y opiniones surgidas y configuradas a partir de ciertos valores ideológicos y
de la experiencia cotidiana. Y, finalmente, el proceso de socialización brinda a
los sujetos un conjunto de esquemas y elementos conceptuales y teóricos en
cuyo contexto los asuntos del sistema político son percibidos e interpretados.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


231

En suma, ese conjunto de “universos políticos” no es una traducción con-


ceptual de las relaciones de poder estructuradas en la vida política ni –nece-
sariamente– refleja lo que efectivamente ocurre en esa vida política, sino que
es lo que las personas piensan, sienten y creen acerca de la vida política y
de lo que debería ocurrir en esta. En su conjunto, esa matriz de universos
políticos configura la cultura política de los individuos, de los grupos y de las
sociedades.
No obstante, como se indicó, estos procesos y sus efectos sobre la vida
social se desenvuelven en el marco del conjunto de interacciones mediante las
cuales se estructura la sociedad y la vida política. Vale decir, la cultura políti-
ca o la trama de interpretaciones, valores y creencias políticas que prevalece
en el conjunto de las relaciones sociales y de poder de una sociedad, resulta
de la compleja interacción que se articula entre los grupos sociales a lo largo
de un período histórico. Solamente teniendo en cuenta esas múltiples inte-
racciones históricas es posible hablar de una cultura política nacional. Como
lo señala Lagroye, la cultura política, y las conductas derivadas de ella, son
“ajustes, individuales y colectivos, entre los sistemas de creencias y actitu-
des de cada grupo y el sistema común al conjunto de grupos que resulta de
una interacción a lo largo de un período prolongado”.

CC
Lo que el individuo adquiere por medio de la socialización en cuanto a creen-
cias y actitudes sobre la vida social y política es el producto siempre amenaza-
do y sujeto a revisión –pero muy poderoso– de una memoria social construida
en el tiempo, reactivada por ciertos grupos y propuesta a todos como referen-
cia común; la cultura política, considerada el resultado de una historia común
de enfrentamientos y conflictos, pero también de negociaciones y concesiones,
«forja la identidad colectiva que, a su vez, pone la impronta en todos los siste-
mas de actitudes individuales por medio de la socialización o aculturación».
(Lagroye, 1991: 380)

La cultura política de una sociedad resulta, así, de un conjunto de interaccio-


nes pasadas, pero también presentes, que se reproducen en “las concepcio-
nes y las actitudes fundamentales de distintos grupos sociales”, pero que
tiene una determinada influencia de la “cultura nacional”.

CC
La cultura propia de cada grupo social, que condiciona en parte las conductas,
actitudes y creencias de sus miembros, es producto del modo de vida, las rela-
ciones entre individuos y entre grupos, las “claves de interpretación” de los he-
chos sociales, tanto se adquieran esos modos de representación por transmi-
sión familiar como por obra de las organizaciones que encuadran a los
individuos colocados en situaciones análogas. […] La traducción política de es-
ta cultura […] toma forma de creencias específicas y actitudes propias del gru-
po en cuestión. Si bien es cierto que tiende a aislar a los individuos que se
asimilan y se identifican con ella, no por eso está menos expuesta a la influen-
cia de la cultura nacional, e incluso a la de otras específicas: el repliegue so-
bre el grupo social restringido, sus valores y actitudes, el aislamiento cultural y
la conservación de las prácticas específicas jamás se realizan plenamente.
(Lagroye, 1991: 381)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


232

En efecto, en los individuos, no solo incide la cultura política de sus eventua-


les grupos de pertenencia en la vida social y política, sino que también están
expuestos a la “cultura nacional” así como a otros trazos culturales de mayor
envergadura o de carácter global.
Esa “cultura nacional” no constituye una realidad uniforme frente a la trama
de interacciones sociales y políticas en cuyo contexto se produce y reproduce
regularmente. No todos los grupos sociales intervienen de la misma manera
y con el mismo grado de incidencia en su producción o reproducción, ni todos
los grupos sociales participan de ella o tienen acceso a ella de la misma
forma. Existen competencias sociales diferenciales en cuanto a la capacidad
de producir, interpretar, difundir y validar determinados esquemas culturales
y dicha desigualdad deriva básicamente de la posición social y política de los
individuos y grupos intervinientes.
La capacidad de los grupos dominantes para estructurar una cierta cultura
política es considerablemente mayor que la de los grupos dominados, aunque
ello no significa que los dominados no intervengan de ninguna manera en la
configuración de una cultura política nacional ni que los sectores dominantes
mantengan y difundan una cultura política homogénea. En ciertos contextos
políticos, el valor de la cultura política de los grupos dominados y, en particu-
lar, muchas de sus actitudes y demandas, son claves para la proyección polí-
tica de ciertas élites o grupos dirigenciales. En todo caso, la cultura política
nacional es una expresión de las correlaciones de poder estructuradas en el
seno de una sociedad.

CC
[…] La «cultura política» de una sociedad es, ante todo, la de los agentes so-
ciales que la dirigen; sólo estos atribuyen un valor predominante a las ideas y
creencias que legitiman la organización política; el discurso que elaboran o del
cual son los defensores más firmes, invalida constantemente otras concepcio-
nes, hasta el punto de que se tiende a considerarlas una señal de incapacidad
para hacerse una imagen coherente de lo político. De ello no se desprende
que las creencias y actitudes de los «profanos» –o los incompetentes– carez-
can de interés o significación. Tampoco se desprende que no afecten las repre-
sentaciones resultantes de la interacción entre la «cultura de las élites» y la(s)
cultura(s) de los dominados. (Lagroye, 1991: 384 y 385)

En este contexto se estructura la legitimidad de un sistema político o, más pre-


cisamente, de su régimen, de sus relaciones de poder, de su gobierno, de sus
políticas públicas, de sus dirigentes, de sus partidos, de sus candidatos, es
decir, de todos y cada uno de sus componentes. Según Weber, toda forma de
dominación se construye y se proyecta en la medida en que es capaz de arti-
cular una creencia continua y socialmente amplia en su legitimidad. “Ninguna
dominación se contenta voluntariamente con tener como probabilidad de su
persistencia motivos puramente materiales, afectivos o racionales con arreglo
a valores” puesto que “todas procuran despertar y fomentar la creencia en
su «legitimidad»”.
Un cierto orden político es legítimo en la medida en que es considerado
válido por los partícipes del mismo, cualquiera sea la causa de dicha consi-
deración. En este sentido, validez no es lo mismo que consentimiento, ya que
este puede darse como forma de resignación ante la inevitabilidad aparente

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


233

de dicho orden o como consecuencia del uso de la fuerza o, finalmente, como


medio para la obtención de algún tipo de ventaja material o simbólica. La vali-
dez sobre la que se estructura la legitimidad política y a partir de la cual se
acepta cierto orden o se obedece a un determinado mandato es más que ello.

CC
[…] La legitimidad de una forma de poder corresponde a las creencias compar-
tidas con un gran número de personas: «Para obedecer una orden o una regla
que se podría desobedecer con impunidad, es necesario creer en su legitimi-
dad y compartir esa creencia con el conjunto de la comunidad política a la que
se pertenece» [Jean-Williem Lapierre]. Es un rasgo común de los dirigentes
confiar en que podrán reforzar esas creencias por medio de procedimientos va-
riados, destinados precisamente a generar el consenso y desarrollar el apoyo
de los miembros de la comunidad política; así se puede analizar la legitimación
del poder como producto de un conjunto de actos y razonamientos de los cua-
les los dirigentes esperan acrecentar su legitimidad. (Lagroye, 1991: 403)

Dicha legitimidad, su intensidad, amplitud y contenido, se configura en el


contexto general de las culturas políticas de una sociedad. Las interacciones
y prácticas que contribuyen a la configuración de la legitimidad política son
indisociables de la constitución de esas culturas políticas. “La representación
del poder político que se hacen los miembros del grupo es inseparable de
sus creencias sobre la sociedad”, dice Lagroye. Esto es así porque, como
destacan Berger y Luckmann, a través de la legitimidad, las personas le atri-
buyen validez moral y cognoscitiva al orden institucional. Mediante el proceso
de legitimación, los individuos y grupos ofrecen –consciente o inconsciente-
mente– explicaciones y justificaciones, en este caso, referidas al poder y a las
instituciones políticas.

CC
La legitimación «explica» el orden institucional atribuyendo validez normativa a
sus significados objetivados. La legitimación justifica el orden institucional ad-
judicando dignidad normativa a sus imperativos prácticos. Es importante com-
prender que la legitimación tiene un elemento tanto cognoscitivo como norma-
tivo. En otras palabras, la legitimación no es sólo cuestión de «valores»:
siempre implica también «conocimiento» […]. La legitimación no sólo indica al
individuo por qué debe realizar una acción y no otra; también le indica por qué
las cosas son lo que son. En otras palabras, el «conocimiento» precede a los
«valores» en la legitimación de las instituciones. (Berger y Luckmann, 1990: 122)

A su vez, la legitimidad de un sistema político o de algún aspecto de este


supone la existencia de valores y creencias convergentes entre gobernantes
y gobernados, concordancia que en numerosas ocasiones resulta de la
actuación de los grupos dirigenciales en favor de apuntalar y ampliar dicho
basamento de legitimidad, apuntando con ello a reforzar su poder político y la
validez de su dominio.
De todos modos, no es menos significativo el hecho de que, generalmente,
una parte considerable de la población –se trate de individuos o grupos– acep-
ta pasivamente el poder político, las reglas del juego político y/o la actuación

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


234

gubernamental, y lo hacen sin ningún tipo de compromiso o interés por la vida


política de la sociedad. En verdad, la aceptación del orden político deriva, en
general, de la objetivación de las estructuras del poder político de una socie-
dad, las que aparecen como instancias inevitables y difícilmente extinguibles.

“[…] La docilidad de los miembros de una comunidad política aparentemente “va de


suyo”. El poder político, sus aparatos y exigencias forman parte de las estructuras de la
organización social que el individuo ha aprehendido a considerar inevitables en el curso de
su socialización, y cuya desaparición le parece lisa y llanamente impensable; el poder “está
ahí”, es un producto de la objetivación, un elemento insoslayable en su percepción de la
realidad. […] El problema es que existan dudas sobre la utilidad social del poder; son ellas
–no la docilidad– las que requieren explicación. Sin embargo, las experiencias del poder
(sea familiar, religioso, económico o político) jamás se viven sin una percepción de la coac-
ción padecida, de la represión de deseos o de esperanzas incompatibles con el orden social;
el orden político no es parco a esas clases de experiencias, tomen la forma del gendarme,
el preceptor, el administrador que se escuda detrás del “reglamento” o el sargento de los
reclutas. La docilidad también supone la aceptación de la posición de dominado en la que se
encuentra el individuo: aceptación que suele ser resignada y “sin rodeos”, aunque facilitada
en general por la interiorización de creencias” (Lagroye, 1991: 403 y 404.)

No obstante, no toda persona o grupo social acepta y avala consciente y


activamente determinada forma de dominación, gobierno o régimen. Existen
personas que “abrazan conscientemente las reglas de la vida social y política”,
mientras que otras “las aceptan sin compromiso alguno” y “sin participación
en las actividades políticas y sin interés por ellas”. Todas ellas aceptan pasi-
vamente al poder político y dicha aceptación se asienta en buena parte en cier-
tas creencias acerca de la vida social y política que derivan en una “docilidad
global frente a las instituciones y las formas objetivadas del poder”.
De todos modos, la conformidad con el poder político y los aparatos de
gobierno se expresa en, y supone, “disposiciones diferentes y de intensidad
desigual”, dando lugar a actitudes, creencias y modalidades de vinculación
con el mundo de la política que van desde una validación y conformidad acti-
va y militante hasta una validación y apoyo difuso y pasivo. Ello depende en
gran medida del objeto al que se presta apoyo. Lagroye distingue al respecto
tres modalidades de aceptación del orden político:

1. La aceptación de la relación de poder en sí basada en el reconocimiento


de que los dirigentes tienen el derecho de ejercer el gobierno sobre los
gobernados.
2. La aceptación de la existencia y el funcionamiento de un aparato especia-
lizado de poder, diferente de otros aparatos de poder (cultural, religioso,
económico) y capaz de ejercer el poder político de la sociedad.
3. La aceptación de ciertas modalidades particulares de gobierno o régimen
político y de su legitimidad para la selección de dirigentes y para el ejerci-
cio del poder.

En definitiva, la aceptación del orden político se estructura sobre la base de


la vigencia predominante de principios de legitimidad, que no es más que un

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


235

“universo de representación”, una “bóveda de representaciones que extiende


sobre el orden institucional una «cobertura protectora de su interpretación
cognoscitiva y normativa»”.

CC
La legitimidad del poder político aparece entonces como el producto de actitu-
des y creencias de intensidad desigual, dotadas de distintas significaciones
según los grupos sociales; le aporta a un régimen y sus dirigentes variadas
formas de apoyo, que van desde la docilidad consentida hasta la movilización
de grupos en defensa del poder amenazado. Garantiza una aceptación de la
dominación política por parte de los agentes sociales sobre los cuales se ejer-
ce, aunque no son siempre los mismos y, a veces, por sus acciones colectivas
o la actividad de sus «representantes», esperan obtener beneficios siquiera
parciales de esa relación desigual. Es la base moral y legal que permite a los
dirigentes conservar su posición. Si bien asume una representación conflictiva
de la sociedad, supone en definitiva que es posible un acuerdo en torno a valo-
res comunes y metas objetivas que el gobierno perseguirá en bien de todos.
(Lagroye, 1991: 407 y 408)

En este sentido, en general, la legitimación –y los contenidos de esta– adquie-


re las formas de “ideologías del poder”, elaboradas y difundidas por agentes
especializados con el objetivo de justificar el poder ante los individuos y gru-
pos y buscar la validación y el consentimiento político de estos al régimen,
al gobierno y a sus políticas. Todo gobierno pretende contar y mantener una
legitimación duradera hacia sus mandatos y hacia los parámetros institucio-
nales básicos del sistema político, de manera tal que dichos mandatos e
instituciones no solo puedan aparecer como el resultado de las relaciones de
poder y fuerza, sino además como “elementos legitimados del orden político”.

CC
[…] Todo poder instituido pretende adquirir una legitimidad duradera, un reco-
nocimiento basado tanto en la argumentación racional (el poder es necesario)
como una imputación moral (el poder es bueno, está al servicio de los valores
comunes); pero las formas de legitimidad, los postulados sobre la vida que
ella supone, los valores sobre los cuales se la proyecta, difieren con el tiempo,
el lugar, las modalidades de las relaciones sociales y las creencias propias de
los grupos. (Lagroye, 1991: 408)

La contracara de ello se produce, justamente, durante los períodos de crisis


política signados por un abarcativo cuestionamiento al poder político y por
la recurrente pérdida de apoyo al régimen, al gobierno o a algunas de sus
acciones o mandatos. En cualquier caso y en referencia a algunas de estas
instancias, tal crisis es, ante todo, una crisis de legitimidad política traducida
habitualmente en la pérdida de la legitimidad, la pérdida de apoyo político y
hasta la caída de los gobiernos o de los regímenes.
Todo este proceso político se desenvuelve en el marco de una trama com-
pleja y diversa de interacciones sociales y de lazos de comunicación entre per-
sonas y grupos sociales.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


236

CC
[…] El conjunto de creencias, valores, normas y percepciones que sustentan la
posibilidad de la acción política de los sujetos va configurándose paulatina-
mente mediante las múltiples interacciones que llevan a cabo –con sus seme-
jantes y con el resto de protagonistas de la vida política de la comunidad– den-
tro de la estructura de relaciones sociales en la que están insertos. Si hubiera
que establecer un elemento esencial de los procesos de interacción social, es-
te sin duda haría referencia a la dimensión comunicativa: sin comunicación en-
tre sujetos que comparten un lenguaje común –entendido en términos genéri-
cos como sistema de códigos– no es posible hablar de interacción social.
(Benedicto, 1995: 257 y 258)

De este modo, el abordaje de los procesos comunicativos que se desarrollan


en la vida política de una sociedad constituye un aspecto fundamental de la
configuración de las culturas políticas, las bases de legitimidad política, los
procesos de socialización y, en su marco, de “cómo los sujetos perciben y se
sitúan ante las cuestiones políticas” (Benedicto, 1995: 257 y 258).
La comunicación política es “el intercambio de mensajes de todo tipo que
acompaña necesariamente a la toma de decisiones vinculantes sobre con-
flictos de interés colectivos”, es decir, sobre la vida política en su conjunto.

CC
La comunicación [política] está presente en todas las fases del proceso políti-
co: en la expresión de demandas, en la definición de la cuestión que es objeto
de conflicto, en la elaboración y negociación de propuestas de intervención, en
la movilización de apoyos para cada una de dichas propuestas, y en la adop-
ción y aplicación de una de ellas. Pero es también consustancial en los proce-
sos de socialización de actitudes, difusión de culturas políticas y creación de
instituciones. (Vallès y Martí i Puig, 2015: 301)

La comunicación política constituye un proceso complejo que posee dos dimen-


siones fundamentales. Por un lado, la dimensión simbólica que da cuenta de
la “utilización de símbolos en el proceso de la comunicación”. Como señala
Benedicto, “los sujetos se sirven de signos disponibles en códigos para trans-
mitir contenidos y significaciones, siendo el lenguaje el principal instrumento
simbólico de transmisión del mensaje político”.

CC
[…] A través de las palabras, las estrategias de argumentación o las fórmulas
retóricas los actores políticos disponen de un instrumento estratégico para
transmitir a su audiencia muy diferentes significaciones y representaciones de
la realidad. La lucha entre distintas fuerzas sociales y políticas por lograr impo-
ner dentro del discurso político el significado de determinados términos que
identifican temas centrales del debate político demuestra bien a las claras la
importancia de los elementos simbólicos expresados a través del lenguaje.
(Benedicto, 1995: 261)

Por otro lado, la dimensión estructural de la comunicación política hace refe-


rencia a las “vías por medio de las cuales se llevan a cabo los flujos de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


237

información en la esfera pública, entre las que destacan por su importancia


los canales por los que fluyen los contenidos comunicativos”. Estos canales
pueden ser institucionales, como las administraciones o los parlamentos;
organizacionales, como los partidos, los grupos de presión y otras fuerzas
organizadas; mediáticos, como los medios de comunicación de masas; o inter-
personales, dados por los existentes en los grupos o mediante los contactos
informales entre personas. Para Benedicto, “el peso respectivo que cada uno
de estos canales tenga en cada momento resultará decisivo para el tipo de
estructura comunicativa predominante dentro de una comunidad política”.
En la actualidad, se observa “un cierto descenso de la importancia de los
canales organizacionales como transmisores de información política en con-
traste con el incremento creciente del poder de los canales mediáticos que,
además de ser para la mayor parte de la gente la principal fuente informativa
en el terreno político, constituyen una referencia imprescindible en la forma-
ción de la opinión pública” (Benedicto, 1995: 261).
Como afirma Manuel Castells, los medios de comunicación son “la prin-
cipal fuente de la comunicación socializada”, es decir, que tienen “el poten-
cial de alcanzar a la sociedad en su conjunto”. Pero lo relevante está dado
por un hecho mucho más significativo para la vida política contemporánea: el
enmarcado de la opinión pública se realiza mediante procesos que se produ-
cen principalmente en los medios de comunicación. Para este sociólogo, “los
mecanismos de procesamiento de la información que relacionan el contenido
y el formato del mensaje con los marcos (patrones de redes neuronales) exis-
tentes en la mente son activados por mensajes generados en el ámbito de la
comunicación”. Por lo tanto, para el análisis de la política contemporánea y,
en particular, de la “construcción del poder” es fundamental la comprensión
de “cómo se presentan las noticias en los medios de comunicación y de cómo
la gente las selecciona e interpreta” (Castells, 2009: 214 y 215)

PARA AMPLIAR

Tal como lo indica Manuel Castells, “la radio, la televisión y la pren-

AA sa siguieron siendo en gran medida medios de comunicación de


masas”. No obstante, “las redes de ordenadores y las telecomunica-
ciones supieron sacar partido al potencial de la digitalización y el soft-
ware de código abierto para generar nuevas formas de comunicación
interactiva local-global, a menudo creadas por los propios usuarios
de las redes” (2009: 93).

En este marco, hay tres grandes procesos que intervienen en “la relación entre
los medios de comunicación y las personas durante la emisión y recepción de
noticias sobre las que los ciudadanos se perciben en relación con el mundo”
(Castells, 2009: 216). En primer lugar, el establecimiento de la agenda median-
te el cual se asigna “una especial relevancia a un asunto particular o a un
conjunto de informaciones por parte de la fuente del mensaje (por ejemplo,
una empresa de comunicación concreta) con la expectativa de que la audiencia
prestará una mayor atención al contenido y formato del mensaje”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


238

CC
[…] El conocimiento público de los asuntos, especialmente de los asuntos po-
líticos o de las políticas, está estrechamente relacionado con la cobertura que
se les presta en los medios nacionales. Además, el establecimiento de la
agenda de los medios es particularmente llamativo cuando está relacionado
con la vida cotidiana del espectador. De este modo, las opiniones políticas tan-
to de las élites como de la gente corriente están conformadas en gran medida
por la información facilitada por los medios de comunicación de masas o por
otras fuentes de gran difusión tales como Internet. (Castells, 2009: 217)

En segundo término, la priorización, que constituye una suerte de extensión


del establecimiento de la agenda, ya que se produce cuando “el contenido de
las noticias sugiere a las audiencias que deben utilizar determinados asuntos
como referencia para evaluar la actuación de los líderes y de los gobiernos”,
haciendo que “unos asuntos tengan más importancia en la mente de las
personas (estableciendo la agenda)”. De este modo, “los medios de comu-
nicación también pueden moldear los aspectos que [las personas] tienen en
cuenta cuando se forman una opinión sobre los candidatos o los asuntos
políticos”.

CC
[…] Las narraciones de determinados asuntos que afectan a un nodo de la
memoria pueden expandirse para influir en las opiniones y actitudes sobre
otros asuntos. Así, cuanto más frecuentemente se hable de un asunto, con
más probabilidad la gente se basará en la información presentada para reali-
zar sus evaluaciones políticas. (Castells, 2009: 217)

Y, finalmente, el enmarcado, que es el “proceso de «seleccionar y resaltar


algunos aspectos de los acontecimientos o asuntos y establecer relaciones
entre ellos con el fin de promover una determinada interpretación, evaluación
y/o solución» [Robert Entman]” (Castells, 2009: 218).

“[…] El enmarcado no es una cuestión de eslóganes; es una forma de pensar, una forma de
actuar. No es sólo palabras, aunque las palabras o las imágenes sean necesarias para construir
el marco y comunicarlo. Lo fundamental es que los marcos no están fuera de la mente. Sólo
los marcos que son capaces de conectar el mensaje con los marcos mentales preexistentes
se convierten en activadores de la conducta. […] Los marcos que emplean términos con
mayores resonancias culturales tienen mayores posibilidades de influir: palabras e imágenes
que llaman la atención, son comprensibles, fáciles de recordar y que incluyen una carga
emocional. Los marcos se hacen eficaces cuando tienen resonancia y aumentan la magnitud
de su repetición. Cuanto mayor sean su resonancia y magnitud, más probabilidades habrá
de que el enmarcado evoque sentimientos y pensamientos parecidos en una audiencia más
numerosa. El enmarcado funciona dejando vacíos en la información que la audiencia rellena
con sus esquemas preconcebidos: estos son procesos interpretativos de la mente humana
basados en ideas y sentimientos conectados, almacenados en la memoria. En ausencia de
contramarcos en la información facilitada por los medios, la audiencia se inclinará por los
marcos que se le sugieren. Los marcos están organizados en paradigmas: redes de esquemas
habituales que aplican analogías procedentes de historias anteriores a los acontecimientos
nuevos” (Castells, 2009: 218.)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


239

Así, la importancia que poseen los medios de comunicación en la comuni-


cación y en la vida política contemporánea es decisiva, especialmente los
medios de carácter audiovisual, como la televisión.

CC
A lo largo de este siglo XX no sólo asistimos a una constante transformación
de los mecanismos tecnológicos de transmisión de información, sino que es la
propia comunicación política la que se transforma: las interacciones comunica-
tivas de los distintos actores políticos encuentran en los medios un elemento
de intermediación imprescindible. Los mass media, además de constituir un
canal básico para la transmisión de información política, se han convertido al
mismo tiempo en emisores privilegiados de la misma; los mensajes y conteni-
dos políticos se adaptan a las exigencias de la comunicación mediática. Los
mass media se han convertido, así, en una característica estructural y estructu-
rante del espacio público moderno. […] El factor fundamental de la comunica-
ción ya no son los contenidos transmitidos, sino los medios a través de los
que se transmiten, los cuales determinan los modos de pensar y actuar de la
propia sociedad. (Benedicto, 1995: 264)

Benedicto, a tono con Castells, afirma que “la influencia de los medios no
se agota en el tipo de información que transmiten, sino que también resulta
fundamental cómo la transmiten”, lo que adquiere rasgos particulares a partir
de “la expansión imparable de la televisión”.

CC
[…] En la época de la expansión imparable de la televisión, la comunicación
mediática se convierte cada vez más y más en un espectáculo en el que predo-
minan la dramatización, la personalización y la simplificación, con las eviden-
tes consecuencias que ello tiene para el desarrollo de la vida política en unas
sociedades como las actuales, en las que los públicos dependen en gran me-
dida de los recursos informativos de los medios de comunicación de masas
para conocer, interpretar y orientarse ante la realidad sociopolítica. (Benedicto,
1995: 266)

Esta transformación ha sido estructural y ha dado lugar a la videopolítica y a


la mediatización de la política.

LECTURA OBLIGATORIA

Lagroye, J. (1991), Sociología política, Fondo de Cultura Económica,

OO Buenos Aires, capítulo 7.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


240

5.4. Videopolítica y mediatización de la política


Antes de pasar al presente apartado, prestemos atención a lo que Giovanni
Sartori explica sobre los medios de comunicación y el reto que estos significan
para la democracia.

Medios de comunicación, información y decisiones públicas: un


reto para la democracia
Conferencia de Giovanni Sartori, 21 de noviembre de 2001, Monterrey,
México.

<https://www.youtube.com/watch?v=xV_5Yb6FvIk>

5.4.1. La videopolítica
En 1997, Giovanni Sartori dio cuenta de una profunda transformación en la
vida política contemporánea como derivación de un profundo cambio cultural
desenvuelto a escala planetaria.
Para el pensador italiano, “la llegada del televisor y de la televisión” como
medio de comunicación masiva tuvo un impacto significativo sobre la cultu-
ra contemporánea: la primacía de la imagen asentada en “la preponderancia
de lo visible sobre lo inteligible”, que ha conducido a “un ver sin entender”.

“Nos encontramos en plena y rapidísima revolución multimedia. Un proceso que tiene


numerosas ramificaciones (Internet, ordenadores personales, ciberespacio) y que, sin embar-
go, se caracteriza por un común denominador: tele-ver, y, como consecuencia, nuestro
vídeo-vivir. […] El vídeo está transformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita,
en un homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen. Todo acaba siendo
visualizado. Pero ¿qué sucede con lo no visualizable (que es la mayor parte)? Así, mientras
nos preocupamos de quién controla los medios de comunicación, no nos percatamos de que
es el instrumento en sí mismo y por sí mismo lo que se nos ha escapado de las manos. […]

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


241

El acto de tele-ver está cambiando la naturaleza del hombre. Esto es […] lo esencial, que
hasta hoy día ha pasado inadvertido a nuestra atención. Y, sin embargo, es bastante evidente
que el mundo en el que vivimos se apoya sobre los frágiles hombros del «vídeo-niño»: un
novísimo ejemplar de ser humano educado en el tele-ver -delante de un televisor- incluso
antes de saber leer y escribir” (Sartori, 1998: 11 y 12).

Para Sartori, “la televisión […] es «ver desde lejos», es decir, llevar ante los
ojos de un público de espectadores cosas que puedan ver en cualquier sitio,
desde cualquier lugar y distancia”, lo que impone que “el hecho de ver preva-
lece sobre el hecho de hablar, en el sentido de que la voz del medio, o de un
hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen y,
como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal
simbólico”. En definitiva, para el telespectador “las cosas representadas en
imágenes cuentan y pesan más que las cosas dichas con palabras” (Sartori,
1998: 26).
De este modo, la televisión produce una diferencia radical en las comuni-
caciones debido a que traslada a estas “del contexto de la palabra (impresa
o radiotransmitida) al contexto de la imagen”.

CC
[…] La televisión no es un anexo; es sobre todo una sustitución que modifica
sustancialmente la relación entre entender y ver. Hasta hoy día, el mundo, los
acontecimientos del mundo, se nos relataban (por escrito); actualmente se
nos muestran, y el relato (su explicación) está prácticamente sólo en función
de las imágenes que aparecen en la pantalla. Si esto es verdad, podemos de-
ducir que la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis,
que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens. La televisión no es sólo
instrumento de comunicación; es también, a la vez, paideia, un instrumento
«antropogenético», un medium que genera un nuevo anthropos, un nuevo tipo
de ser humano. (Sartori, 1998: 36)

Este cambio cultural radical produjo el empobrecimiento de la capacidad de


entender del homo sapiens asentada en la pérdida de la capacidad de abs-
tracción. Para este pensador italiano, “el homo sapiens debe todo su saber y
todo el avance de su entendimiento a su capacidad de abstracción”, que se
manifiesta en “símbolos que evocan también «representaciones» y, por tanto,
llevan a la mente figuras, imágenes de cosas visibles y que hemos visto”.
En efecto, “casi todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en
palabras abstractas que no tienen ningún correlato en cosas visibles, y cuyo
significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes”, lo que es funda-
mental en la experiencia política de las personas.

CC
[…] No nos es posible ver nación, Estado, soberanía, democracia, representa-
ción, burocracia, etcétera; son conceptos abstractos elaborados por procesos
mentales de abstracción que están construidos por nuestra mente como enti-
dades. Los conceptos de justicia, legitimidad, legalidad, libertad, igualdad, de-
recho (y derechos) son asimismo abstracciones «no visibles». […] Y toda nues-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


242

tra capacidad de administrar la realidad política, social y económica en la que


vivimos, y a la que se somete la naturaleza del hombre, se fundamenta exclusi-
vamente en un pensamiento conceptual que representa -para el ojo desnudo-
entidades invisibles e inexistentes. (Sartori, 1998: 46)

La televisión “atrofia” la capacidad de abstracción y de entender en la medida


en que las imágenes no pueden dar cuenta de las complejas realidades que
denotan las abstracciones y los conceptos. Y da lugar al surgimiento del homo
videns.

“[…] La imagen de un hombre sin trabajo no nos lleva a comprender en modo alguno la
causa del desempleo y cómo resolverlo. De igual manera, el hecho de mostrar a un detenido
que abandona la cárcel no nos explica la libertad, al igual que la figura de un pobre no nos
explica la pobreza, ni la imagen de un enfermo nos hace entender qué es la enfermedad. Así
pues, […] todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis
(de conceptos y de concepciones mentales) que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el
mundo percibido por nuestros sentidos. Y la cuestión es ésta: la televisión invierte la evolu-
ción de lo sensible en inteligible y lo convierte en el ictu oculi, en un regreso al puro y simple
acto de ver. La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia
nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender. […] Por
tanto, lo que nosotros vemos o percibimos concretamente no produce «ideas», pero se infiere
en ideas (o conceptos) que lo encuadran y lo «significan». Y éste es el proceso que se atrofia
cuando el homo sapiens es suplantado por el homo videns […]” (Sartori, 1998: 47 y 48).

Esta transformación dio lugar a la videopolítica, es decir, a “los múltiples


aspectos del poder del video”, en particular, “su incidencia en los procesos
políticos, y con ello una radical transformación de cómo «ser políticos» y de
cómo «gestionar la política»” (Sartori, 1998: 66).
La videopolítica impregna la vida política contemporánea en todas sus
dimensiones y aspectos. Como dice Sartori, “el poder de la imagen se coloca
en el centro de todos los procesos de la política contemporánea” y, en parti-
cular, conforma y “conduce” la opinión de la gente.

CC
[…] La fuerza arrolladora de la imagen rompe el sistema de reequilibrios y re-
troacciones múltiples que habían instituido progresivamente, durante casi dos
siglos, los estados de opinión difusos, y que, desde el siglo XVIII en adelante,
fueron denominados «opinión pública». La televisión es explosiva porque des-
trona a los llamados líderes intermedios de opinión, y porque se lleva por de-
lante la multiplicidad de «autoridades cognitivas» que establecen de forma dife-
rente, para cada uno de nosotros, en quién debemos creer, quién es digno de
crédito y quién no lo es. Con la televisión, la autoridad es la visión en sí mis-
ma, es la autoridad de la imagen. No importa que la imagen pueda engañar
aún más que las palabras […]. Lo esencial es que el ojo cree en lo que ve; y,
por tanto, la autoridad cognitiva en la que más se cree es en lo que se ve. Lo
que se ve parece «real», lo que implica que parece verdadero. (Sartori, 1998:
71 y 72)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


243

Esto dio lugar al “gobierno de los sondeos” de la opinión pública, una de las
expresiones características de la videopolítica. Para el italiano, “los sondeos
no son instrumentos de demo-poder […] sino sobre todo una expresión del
poder de los medios de comunicación sobre el pueblo; y su influencia bloquea
frecuentemente decisiones útiles y necesarias, o bien lleva a tomar decisio-
nes equivocadas sostenidas por simples «rumores», por opiniones débiles,
deformadas, manipuladas, e incluso desinformadas”, es decir, “por opiniones
ciegas” (Sartori, 1998: 76).
Por esa razón, el gobierno de los sondeos se basa en un tratamiento par-
ticular de la información y, en especial, en “opiniones desinformadas”. Por
cierto, “información no es conocimiento”, o sea, por sí misma, “la información
no lleva a comprender las cosas”, ya que “se puede estar informadísimo de
muchas cuestiones, y a pesar de ello no comprenderlas”. La televisión “infor-
ma poco y mal”, es decir, subinforma y desinforma. Por un lado, subinforma
cuando brinda “una información totalmente insuficiente que empobrece dema-
siado la noticia que da” o cuando no informa mediante “la pura y simple elimi-
nación de nueve de cada diez noticias existentes”. Por otro lado, desinforma
cuando produce “una distorsión de la información” al “dar noticias falseadas
que inducen a engaño al que las escucha” (Sartori, 1998: 79 y 80).

CC
[…] La televisión da menos informaciones que cualquier otro instrumento de
información. Además, con la televisión cambia radicalmente el criterio de se-
lección de las informaciones o entre las informaciones. La información que
cuenta es la que se puede filmar mejor; y si no hay filmación no hay ni siquiera
noticia, y, así pues, la noticia no se ofrece, pues no es «vídeo-digna». (Sartori,
1998: 81)

La televisión tamiza y deforma la información, la manipula produciendo “pseu-


doacontecimientos”, que son hechos que acontecen “solo porque hay una
cámara que los [están] rodando, y que, de otro modo, no [tendrían] lugar”.
En ese sentido, el pseudoacontecimiento es “un evento prefabricado para la
televisión y por la televisión”.

CC
[…] Ya sabemos que la imagen es enemiga de la abstracción, mientras que ex-
plicar es desarrollar un discurso abstracto. […] Los problemas no son «visi-
bles». Lo que podemos ver en la televisión es lo que «mueve» los sentimientos
y las emociones: asesinatos, violencia, disparos, arrestos, protestas, lamen-
tos; y en otro orden de cosas: terremotos, incendios, aluviones e incidentes va-
rios. En suma, lo visible nos aprisiona en lo visible. Para el hombre que puede
ver (y ya está), lo que no ve no existe. La amputación es inmensa, y empeora a
causa del porqué y del cómo la televisión elige ese detalle visible, entre otros
cien o mil acontecimientos igualmente dignos de consideración. (Sartori,
1998: 84 y 85)

Esto es posible por la desinformación televisiva basada en “informar mal, dis-


torsionando”. Está ampliamente dicho que “la imagen no miente”, pero, para
Sartori, eso no es cierto debido a que “la visión en la pantalla es siempre un

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


244

poco falsa, en el sentido de que descontextualiza, pues se basa en primeros


planos fuera de contexto” (1998: 100). Y las consecuencias políticas de ello
son significativas.

CC
[…] El vídeo-dependiente tiene menos sentido crítico que quien es aún un ani-
mal simbólico adiestrado en la utilización de los símbolos abstractos. Al perder
la capacidad de abstracción perdemos también la capacidad de distinguir en-
tre lo verdadero y lo falso. (Sartori, 1998: 102)

La videopolítica ha tenido consecuencias importantes sobre el proceso político


contemporáneo, particularmente, en el proceso electoral y en los modos de
gobernar. Pero este proceso se ha inscrito en la mediatización de la política.

LECTURA OBLIGATORIA

Sartori, G. (1998), “Parte II. “La opinión teledirigida”, en Homo

OO videns. La sociedad teledirigida, Taurus, Buenos Aires.

5.4.2. La mediatización de la política


La mediatización de la política ha disparado la más profunda transformación
del escenario político contemporáneo en todos los niveles y con todos los
alcances. No solamente ha reconfigurado las prácticas y las formas de inter-
vención política de los actores colectivos en el proceso político y en la relación
de estos con los gobiernos, sino que también ha cambiado radicalmente las
modalidades de ejercicio del gobierno y del propio proceso gubernamental.
Trastocó las formas tradicionales de ciudadanía, de organización y acción
políticas, de intermediación y representación política y también las acciones
y configuración de las estructuras gubernamentales.
En los años noventa, Georges Balandier dio cuenta de manera minuciosa
de la “mediatización generalizada del ámbito político”. Y postuló la necesidad
de que dicha transformación sea abordada por las ciencias sociales de mane-
ra urgente e integral.

“[La atención en la mediatización generalizada del ámbito político] nos sirve de ayuda a la
hora de identificar y medir los riesgos; las concesiones hechas a la necesidad de aparentar,
de existir en primer lugar por la imagen y de conformidad con el arte de los comunicadores;
la imposición de trasladar la puesta en perspectiva de las convicciones y de las propuestas a
partir de la dramatización generadora de emociones; la fabricación de una opinión pública
hecha cautiva y que ha dejado de ser ya el resultado de la confrontación entre intereses, opi-
niones y expectativas; la contaminación de la práctica política de un exceso de tratamientos
espectaculares, lo que ha acabado multiplicando el número de ciudadanos convertidos en
meros espectadores. […] De lo que estamos hablando es de cómo lo mediático anula lo
político y del abandono de la gestión en manos de «especialistas» a quienes se encarga la

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


245

solución técnica de los problemas. Por otro lado, también la incertidumbre contribuye a
hacer de la relación con lo político un vínculo frágil y fluctuante, sometido a un régimen
de ambigüedad que asocia la curiosidad y el desinterés, el crédito y el descrédito. Lo que se
plantea entonces es la cuestión misma de la democracia, puesto que su ejercicio no puede
conformarse basado en una adhesión blanda, que es más la del espectador «a distancia» que
la del ciudadano activo y protagonista. Ha de proclamarse ya, desde la apertura misma de
este libro: el mal democrático, en la actualidad, es el del anestesiamiento catódico de la vida
política” (Balandier, 1994: 13).

Para este sociólogo francés, “la multiplicación y difusión de los medios de


comunicación de masas modernos han modificado en profundidad el modo
de producción de las imágenes políticas”, generando la posibilidad de que
estas imágenes puedan “fabricarse en gran número, con ocasión de acon-
tecimientos o circunstancias que ya no tienen por qué presentar un carácter
excepcional”. El problema es que mientras “lo imaginario político ha devenido
cotidiano”, también “se ha trivializado y está sometido a desgaste”, impo-
niendo la necesidad de producir “frecuentes renovaciones o la creación de
apariencias de novedad”. Y quien, en estas condiciones, está mejor dispuesto
y situado para producir imágenes políticas en el marco de una vorágine de
“dramatización permanente” son los gobernantes.

CC
Las técnicas audiovisuales de que dispone el poder permiten una dramatiza-
ción permanente, o casi, y por tanto una dependencia menor del ciclo anual del
ceremonial político. Mejor equipados para producir imágenes, los gobernantes
se hallan sin embargo en la paradójica situación de contemplar cómo esa ca-
pacidad se debilita por culpa de su propio uso. Deben aprender a dominar una
nueva tecnología de lo simbólico y de lo imaginario, una nueva forma de dra-
maturgia política. (Balandier, 1994: 118)

Esto constituye lo que Balandier llamó mediapolítica o industria del espectá-


culo político. Siempre “el universo político [ha sido] un escenario, o, más en
general, un espacio dramático, en que se crean efectos”, pero lo novedoso
son las “técnicas utilizables para tal fin, técnicas cuyo uso se modifica en
función de los distintos tipos de sociedad”, aunque el fin último es la renova-
ción permanente de la dramaturgia política sobre la base de acontecimientos
efímeros pero eficaces.

“[…] Las capacidades en hacer proliferar las imágenes políticas traen consigo el debilita-
miento de las demostraciones, es decir, que los ciudadanos-espectadores acaben aburridos y
desafectos. Con el fin de limitar ese desfallecimiento, el poder y sus adversarios deben poner
en movimiento todos los recursos con que cuenta hoy la dramaturgia política, alimentar la
renovación (y con ello la inflación) de las imágenes. Durante los periodos turbulentos, el
acontecimiento crea las oportunidades para ello y fuerza la atención por lo que de inespe-
rado o inquietante contienen. Durante los periodos de mayor calma, unos pseudoaconteci-
mientos fabricados servirán para procurar esos mismos resultados: operaciones (o «golpes»)
que recurren al efecto sorpresa, confrontaciones entre líderes, sondeos en que se expresa la
variación de las popularidades, personajes políticos saliéndose de su papel y exhibiendo sus

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


246

emociones, conferencias de prensa en que se hacen públicas revelaciones reales o aparentes,


etc. En la sociedad de los medios de masas, la empresa política se nutre del acontecimiento,
que es el motor de las dramatizaciones que la constituyen y sostienen. […] La modernidad
se caracteriza no únicamente por la irrupción del acontecimiento y lo efímero, sino tam-
bién por la toma en consideración del futuro, de las fuerzas capaces de provocar grandes
cambios; las simulaciones y los escenarios del porvenir introducen una tensión dramática
en el ejercicio de la vida política presente; incorporan la predicción […] y lo aleatorio. […]
El efecto buscado es […] apaciguar el presente y garantizar la calma, ya sea acentuando la
continuidad, ya sea haciendo del futuro algo menos temible por medio de atribuirle una
forma definida y aceptable. El poder conserva su función como desactivador de angustias y
miedos” (Balandier, 1994: 120 y 121).

Sin dudas, en este marco, “lo político depende cada vez más del arte de apa-
rentar; el acontecimiento lo pone en situación, el ceremonial lo ritualiza, la
conmemoración lo mantiene vivo por medio de la repetición”. Y ello ha sido
concomitante con la mediatización de la política, lo que ha configurado uno de
los procesos sociales más importantes de la vida política contemporánea.

5.4.3. La política y los medios de comunicación


En la actualidad, la política está esencialmente mediatizada, es decir, como
indican Vallès y Martí i Puig, los medios de comunicación “son los transmi-
sores de la mayoría de los mensajes que se entrecruzan en el escenario de
la política” y, por lo tanto, “contribuyen a la identificación de las cuestiones
políticas, a la elaboración de las propuestas alternativas de regulación y al
éxito o fracaso de su aceptación y aplicación”. Sin dudas, los medios de comu-
nicación “no son simples instrumentos pasivos, accesibles por igual a todos
los miembros de la comunidad política”, sino que cumplen un papel relevante
en la configuración del escenario político: “dejan de ser simples canales de
transmisión y se convierten en actores del sistema político”. Además, “defien-
den los intereses de los grupos empresariales de que dependen y elaboran
estrategias particulares para hacerlo, ejerciendo su influencia sobre los demás
actores”. Hoy, los medios son “eco, comparsa y protagonista”.

“[…] En algunos casos, los medios transmiten el eco –más o menos fiel– de los mensajes
emitidos por otros actores políticos: los dirigentes, las organizaciones, los ciudadanos, etc.
En otros casos, los medios acompañan como comparsas a otros actores: apoyan o critican
las posiciones de los partidos, de los movimientos y organizaciones sociales, del gobier-
no o de la oposición, etc. Finalmente, los medios se convierten en protagonistas cuando
deciden desarrollar una estrategia propia en la escena política: por ejemplo, promoviendo
una campaña de oposición sistemática al gobierno o de apoyo permanente a algún grupo
de interés, partido o candidato con el que se alían. Esta intervención directa puede tener
objetivos políticos. O puede estar relacionada con intereses económicos de la propiedad
del medio: un aumento de la audiencia o de la difusión a cualquier precio, una estrategia
empresarial de consolidación o de oposición a eventuales competidores, etc. No todos los
medios asumen los tres papeles mencionados ni –cuando lo hacen– los ejercen a la vez o
con la misma intensidad. Pero en los tres supuestos su influencia sobre el proceso político
en las sociedades contemporáneas es de primera magnitud y no puede ser ignorado” (Vallès
y Martí i Puig, 2015: 379 y 380).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


247

A su turno, Manuel Castells dio cuenta de la profunda metamorfosis que


produjo la mediatización de la política señalando que “el poder y la política
se deciden en el proceso de construcción de la mente humana a través de
la comunicación” y, en ese campo, “los medios de comunicación de masas
son decisivos en la formación de la opinión pública que condiciona la decisión
política”. La política es sobre todo “política mediática”.

CC
La política se basa en la comunicación socializada, en la capacidad para influir
en la opinión de las personas. El canal de comunicación más importante entre
el sistema político y los ciudadanos es el sistema de los medios de comunica-
ción de masas, siendo el primero de ellos la televisión. Hasta hace poco e in-
cluso en la actualidad, los medios constituyen, en gran parte, un sistema arti-
culado en el cual normalmente la prensa escrita produce una información
original, la televisión la difunde a un gran público y la radio personaliza la inte-
racción. En nuestra sociedad, la política es básicamente política mediática. El
funcionamiento del sistema político se representa para los medios de comuni-
cación con el fin de obtener el apoyo, o al menos, la mínima hostilidad, de los
ciudadanos que se convierten en consumidores en el mercado político.
(Castells, 2018)

La política mediática conduce inexorablemente a la personalización de la polí-


tica, es decir, a la relevancia única del referente político (candidato, dirigente
o funcionario) y al conjunto de valores que se le atribuyen en el campo de los
medios de comunicación, en desmedro de los programas, políticas y posicio-
nes más sofisticadas o elaboradas.

CC
[…] Los medios de comunicación de masas no son los depositarios del poder,
pero en conjunto constituyen el espacio en el que se decide el poder. En nues-
tra sociedad, los políticos dependen de los medios de comunicación. El lengua-
je de los medios tiene sus propias reglas. Se construye en gran medida en tor-
no a imágenes, no necesariamente visuales, pero sí imágenes. El mensaje
más poderoso es un mensaje sencillo adjunto a una imagen. En política, el
mensaje más sencillo es un rostro humano. La política mediática tiende a la
personalización de los políticos alrededor de dirigentes que puedan venderse
adecuadamente en el mercado político. Esto no debería trivializarse como el
color de la corbata o la apariencia de un rostro. Es la encarnación simbólica de
un mensaje de confianza en el entorno de una persona, alrededor de su perso-
naje y luego en términos de la proyección de la imagen de ese personaje.
(Castells, 2018)

Como señala Sartori, en este proceso de personalización es fundamental


la televisión. “En la pantalla vemos personas y no programas de partido; y
personas constreñidas a hablar con cuentagotas”, en cuyo contexto lo que
importa “son los «rostros» (si son telegénicos, si llenan la pantalla o no)” y “la
política «en imágenes»” que se basa “en la exhibición de personas” (1998:
107 y 108).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


248

Además, “los políticos cada vez tienen menos relación con acontecimien-
tos genuinos y cada vez se relacionan más con «acontecimientos mediáticos»,
es decir, acontecimientos seleccionados por la video-visibilidad y que después
son agrandados o distorsionados por la cámara” (Sartori, 1998: 113 y 114).
La personalización de la política conduce, a su vez, a la centralidad del
escándalo y la denuncia como una forma natural de vivencia política, lo que
adquiere particular relevancia durante las campañas electorales.

“[…] Los ciudadanos no leen los programas de los candidatos. Confían en la información
de los medios sobre las posturas de los candidatos; y, finalmente, su decisión de voto está
en función de la confianza que depositan en un candidato determinado. Por lo tanto, el
personaje, tal y como ha quedado retratado en los medios, pasa a ser esencial; porque los
valores -lo que más importa a la mayoría de la gente- están encarnados en la persona de los
candidatos. Los políticos son los rostros de las políticas. Si la credibilidad, la confianza y el
personaje se convierten en cuestiones decisivas a la hora de decidir el resultado político, la
destrucción de la credibilidad y el asesinato del personaje se convierten en las armas políticas
más poderosas. Como todos los partidos recurren a ellas, todos necesitan hacer acopio de
munición para la batalla. Como consecuencia, ha proliferado un mercado de intermedia-
rios, que recaban información perjudicial sobre el oponente, manipulando la información
o simplemente creando la información con ese fin” (Castells, 2018).

Ello trae aparejada la ponderación en la vida política de lo que Sartori llama


“falsos testimonios”, es decir, los relatos y la intervención en la política de
personas que son referentes en otros menesteres ajenos a la política y sin
saberes ni experiencia en ella.

CC
Con la televisión, las autoridades cognitivas [en política] se convierten en divos
del cine, mujeres hermosas, cantantes, futbolistas, etcétera, mientras que el
experto, la autoridad cognitiva competente (aunque no siempre sea inteligente)
pasa a ser una quantité négligeable. Y sin embargo, es una clara evidencia que
los «testimonios» que realmente son útiles provienen sólo de las personas
adiestradas en los asuntos de los que hablan. Un músico sabe de música, un
matemático de matemáticas, un poeta de poesía, un futbolista de fútbol, y un
actor de interpretación. Como ciudadanos también ellos tienen el derecho a
expresar opiniones sobre política; pero no opiniones acreditadas a las que se
les debe dar un significado o valor especial. En cambio, la vídeo-política atribu-
ye un peso absolutamente desproporcionado, y a menudo aplastante, a quien
no representa una «fuente autorizada», a quien no tiene ningún título de opi-
nion maker. (Sartori, 1998: 114 y 115)

Finalmente, otra secuela de la mediatización de la política está dada por la


emotivización de la política, es decir, “una política dirigida y reducida a episo-
dios emocionales” materializados en una “infinidad de historias lacrimógenas
y sucesos conmovedores” (Sartori, 1998: 115).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


249

Como destaca Castells, “moldear las mentes” en la política mediática con-


lleva anclar la práctica política en el terrero de los medios de comunicación,
de sus lenguajes, formatos y estilos.

“[…] Las relaciones de poder se basan en gran medida en la capacidad para modelar las
mentes construyendo significados a través de la creación de imágenes. […] Las ideas son
imágenes (visuales o no) en nuestro cerebro. Para la sociedad en general, a diferencia del
individuo concreto, la creación de imágenes se realiza en el ámbito de la comunicación socia-
lizada. En la sociedad contemporánea, en todo el mundo, los medios de comunicación son
la forma de comunicación decisiva […]. La política mediática es la forma de hacer política
en y a través de los medios de comunicación. […] En nuestro contexto histórico, la política
es fundamentalmente una política mediática. Los mensajes, las organizaciones y los líderes
que no tienen presencia mediática no existen para el público. Por tanto, sólo aquellos que
consiguen transmitir sus mensajes a los ciudadanos tienen la posibilidad de influir en sus
decisiones de forma que las lleve a posiciones de poder en el estado y/o a mantener su control
en las instituciones políticas” (Castells, 2009: 261 y 262).

Para los gobiernos, así como para los actores no gubernamentales, “el con-
trol sobre los medios de comunicación es una forma potente de dominación”
(Castells, 2009: 262). Los medios de comunicación desempeñan un papel
fundamental en la producción y reproducción de poder. En concreto: la política,
sea que se trate del ejercicio del gobierno o de la práctica de alguna de las
formas de intervención política, se desarrolla en y a través de los medios de
comunicación.

“El hecho de que la política se desarrolle fundamentalmente en los medios de comunicación


no significa que otros factores (como el activismo de las bases o el fraude) no sean importan-
tes a la hora de decidir el resultado de las batallas políticas. Tampoco significa que los medios
de comunicación ostenten el poder. No son el Cuarto Poder. Son mucho más importantes:
son el espacio donde se crea el poder. Los medios de comunicación constituyen el espacio en
el que se deciden las relaciones de poder entre los actores políticos y sociales rivales. Por ello,
para lograr sus objetivos, casi todos los actores y los mensajes deben pasar por los medios de
comunicación. Tienen que aceptar las reglas del juego mediático, el lenguaje de los medios
y sus intereses. Los medios de comunicación, en conjunto, no son neutrales, tal y como
proclama la ideología del periodismo profesional, ni tampoco son instrumentos directos
del poder estatal, con la excepción obvia de los medios de comunicación en regímenes
autoritarios” (Castells, 2009: 262 y 263).

En razón de ello, en el mundo contemporáneo, los medios de comunicación


constituyen actores políticos relevantes porque, en palabras del sociólogo
español, son instancias claves en la construcción y ejercicio de las “relacio-
nes de poder mediante la gestión de los procesos de comunicación”. Según
Castells, “la comunicación de masas, la comunicación que puede llegar a toda
la sociedad, se conforma y gestiona mediante relaciones de poder enraizadas
en el negocio de los medios de comunicación y en la política del Estado”, lo
que hace que “el poder de la comunicación [esté] en el centro de la estructura
y la dinámica de la sociedad”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


250

“[…] La forma esencial de poder está en la capacidad para modelar la mente. La forma
en que sentimos y pensamos determina nuestra manera de actuar, tanto individual como
colectivamente. Es cierto que la coacción y la capacidad para ejercerla, legítimamente o no,
constituyen una fuente básica de poder, pero la coacción por sí sola no puede afianzar la
dominación. La capacidad para lograr el consentimiento o al menos para instalar miedo y
resignación respecto al orden existente es fundamental para imponer las reglas que gobiernan
las instituciones y las organizaciones de la sociedad. Y en todas las sociedades esas reglas
representan las relaciones de poder incorporadas en las instituciones como resultado de los
procesos de lucha y compromiso entre actores sociales enfrentados que se movilizan por sus
intereses bajo la bandera de sus valores. Además, el proceso de institucionalización de las
normas y reglas, y el desafío a dichas normas y reglas por parte de actores que no se sienten
bien representados en el funcionamiento del sistema, se producen simultáneamente, en
un movimiento incesante de reproducción de la sociedad y producción de cambio social.
Si la batalla primordial para la definición de las normas de la sociedad y la aplicación de
dichas normas a la vida diaria gira en torno al moldeado de la mente, la comunicación es
fundamental en esta lucha, ya que es mediante la comunicación como la mente humana
interactúa con su entorno social y natural. Este proceso de comunicación opera de acuer-
do con la estructura, la cultura, la organización y la tecnología de comunicación de una
determinada sociedad. El proceso de comunicación influye decisivamente en la forma de
construir y desafiar las relaciones de poder en todos los campos de las prácticas sociales,
incluida la práctica política” (Castells, 2009: 24).

Poder y comunicación constituyen instancias determinantes de los procesos


políticos contemporáneos y, en ese marco, “la especificidad de las formas y
procesos de la comunicación socializada, que en la sociedad red se refiere
tanto a los medios de comunicación multimodales como a las redes de comu-
nicación horizontales interactivas creadas en torno a Internet y la comunica-
ción inalámbrica” es central (Castells, 2009: 25).

CC
[…] Los medios de comunicación son las redes esenciales, ya que ellos, orga-
nizados en oligopolios globales y sus redes de distribución, son la fuente prin-
cipal de los mensajes y las imágenes que llegan a la mente de las personas
[…]. (Castells, 2009: 25)

La estructura institucional y organizativa de la comunicación social está con-


formada por los medios de comunicación, en tanto emisores, y por las audien-
cias, en tanto receptores. Como lo destaca Castells, durante las últimas dos
décadas, al amparo de “las políticas públicas y los cambios institucionales
caracterizados por la liberalización, la privatización y la desregulación regulada,
nacional e internacionalmente, como consecuencia de las políticas guberna-
mentales favorables al mercado”, la estructura de la comunicación social se
transformó sobre la base de las siguientes tendencias:

1. La comercialización generalizada de los medios de comunicación en casi


todo el mundo.
2. La globalización y concentración de las empresas de comunicación de
masas mediante la conformación de grandes conglomerados y redes.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


251

3. La segmentación, personalización y diversificación de los mercados de


medios de comunicación, con especial hincapié en la identificación cultu-
ral de la audiencia.
4. La formación de grupos empresariales multimedia que abarcan todas las
formas de comunicación y, en particular, internet.
5. La mayor convergencia empresarial entre operadores de telecomunicacio-
nes, fabricantes de ordenadores, proveedores de internet y empresas pro-
pietarias de los medios de comunicación.

Los medios de comunicación, en este contexto, se estructuran como actores


políticos fundamentales y predominantes en el escenario político contemporá-
neo, pero lo son atravesados por la dinámica de la comercialización, la concen-
tración y la oligopolización. Y ello está determinado por las transformaciones
señaladas anteriormente, lo que modifica esencialmente el escenario político.

“Puesto que los medios son predominantemente un negocio, las mismas tendencias genera-
les que han transformado el mundo empresarial -es decir, globalización, digitalización, crea-
ción de redes y desregulación- han alterado radicalmente las operaciones mediáticas. Estas
tendencias han eliminado prácticamente los límites de la expansión mediática permitiendo
la consolidación del control oligopolístico de unas cuantas empresas sobre buena parte del
núcleo de la red global de medios de comunicación. […] La mayoría de las empresas de
comunicación del mundo se siguen centrando en lo nacional y lo local. No hay casi ningún
grupo de comunicación verdaderamente global, y un número decreciente de medios de
comunicación son excepcionalmente locales. Lo que es global son las redes que conectan la
financiación, la producción y la distribución de los medios de comunicación dentro de cada
país y entre países. La principal transformación organizativa de los medios de comunicación
es la formación de redes globales de empresas multimedia interconectadas que se organizan
en alianzas estratégicas” (Castells, 2009: 109 y 110).

De todos modos, pese a que “el capital y la producción [están] globalizados,


el contenido de los medios de comunicación se adapta a la cultura local y a
la diversidad de audiencias fragmentadas”. Así, globalización y diversificación
se dan de manera concomitante. “Solo las redes globales pueden controlar
los recursos de la producción de medios globales, pero su capacidad para
conquistar cuotas de mercado depende de la adaptación de su contenido al
gusto de las audiencias locales”, que, además, se desarrollan “en distintas
plataformas de contenido y expresiones mediáticas dentro de la misma red
de comunicación global-local” (Castells, 2009: 110).
Este conjunto de tendencias dio lugar a la configuración de un nuevo siste-
ma multimedia global, cuya estructura y dinámica signan las comunicaciones
del siglo XXI y, en su marco, de los medios de comunicación.

CC
Si observamos la configuración de este núcleo de medios globales, vemos
cuatro tendencias interrelacionadas: (1) La propiedad de los medios está ca-
da vez más concentrada. (2) Al mismo tiempo, los conglomerados mediáticos
ahora pueden ofrecer diversos productos en una plataforma, así como un solo
producto en distintas plataformas. También forman nuevos productos combi-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


252

nando partes digitales de otros productos. (3) La segmentación de las au-


diencias, adaptándose a ellas, para maximizar los ingresos por publicidad se
fomenta mediante el movimiento de productos de comunicación entre plata-
formas. (4) Por último, el éxito de estas estrategias viene determinado por la
capacidad de las redes internas de medios para encontrar economías de si-
nergia óptimas que aprovechen el entorno cambiante de las comunicaciones.
(Castells, 2009: 112)

Como ya se dijo, la centralidad de los medios de comunicación en la vida polí-


tica contemporánea constituye un hecho que transforma el escenario político
al amparo del entrecruzamiento de los intereses comerciales y económicos
con los intereses políticos de los propietarios de los mismos, en general
subordinando estos últimos a los primeros.

CC
Los actores de los medios crean plataformas de comunicación y producen
mensajes en consonancia con sus intereses profesionales y empresariales es-
pecíficos. Dada la diversidad de actores de los medios de comunicación, estos
intereses también son diversos. […] Los medios corporativos son fundamen-
talmente un negocio, y la mayor parte del negocio se compone de entreteni-
miento, incluidas las noticias. Pero también tienen intereses políticos más am-
plios, ya que se encuentran directamente implicados en la dinámica del
Estado, que es una parte fundamental de su entorno empresarial. Así pues,
las reglas del juego político en los medios de comunicación dependerán de
sus modelos de negocio concretos y de su relación con los actores políticos y
la audiencia. (Castells, 2009: 263)

Estas tendencias de la política mediatizada inciden de manera determinan-


te en la configuración de la política actual, contribuyendo a reconfigurar los
mecanismos y medios de disputas, luchas y conflictos políticos, así como las
modalidades tradicionales de intervención y participación política, e impactan-
do en el proceso gubernamental y, específicamente, en la toma de decisiones
y la configuración de la agenda del gobierno

PARA AMPLIAR

Véase en profundidad cómo inciden los medios de comunicación en

AA la política en el siguiente artículo de Fermín Bouza:


<https://www.ucm.es/data/cont/docs/471-2013-11-05-influempo2.
pdf>

5.4.4. La política mediática


El papel fundamental de la política mediática en la vida política deriva del
hecho de que los actores políticos solo pueden intervenir mediante el desa-
rrollo de cuatro operaciones claves:

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


253

1. Primero, el acceso a los medios de comunicación en función del desarrollo


de estrategias de creación de poder.
2. Segundo, la elaboración de los mensajes y la producción de las imágenes
que mejor sirvan a los intereses de cada contendiente, sobre la base de la
identificación de la audiencia objetivo.
3. Tercero, la difusión del mensaje y las imágenes mediante el manejo de tec-
nologías y formatos de comunicación específicos, así como la medición de
su eficacia a través de sondeos.
4. Cuarto, la financiación del conjunto de estas actividades, que resultan
caras y que se sitúan en “el punto de conexión central entre el poder polí-
tico y el poder económico” (Castells, 2009: 265 y 266).

La mediatización de la política atraviesa el sistema político en su conjunto,


desde el ejercicio del gobierno hasta la articulación de intereses y la partici-
pación política electoral.

“[…] La política mediática no se limita a las campañas electorales. Es una dimensión cons-
tante y fundamental de la política, practicada por los gobiernos, partidos, líderes y actores
sociales no gubernamentales por igual. Influir en el contenido de las noticias cada día es
uno de los esfuerzos más importantes de los estrategas políticos. Aunque en democracia las
campañas electorales son los momentos realmente decisivos, es el proceso continuado de
información y difusión de imágenes relativas a la política lo que conforma la opinión pública
de una manera difícil de alterar durante los momentos de mayor atención, a menos que se
produzca algún acontecimiento o mensaje espectacular justo antes del momento de tomar
la decisión. De hecho, es habitual que gobiernos y políticos creen o destaquen aconteci-
mientos -el inicio de una crisis con otro país, un gran encuentro internacional (por ejemplo,
los Juegos Olímpicos)- o desvelen la corrupción económica o algún comportamiento ilegal
como estratagema política. Las políticas [públicas] dependen en gran medida de la política.
No sólo porque el poder político determina la capacidad para aplicar políticas, sino porque
estas suelen estar diseñadas pensando en su efecto político” (Castells, 2009: 266 y 267).

El acceso a los medios de comunicación por parte de los actores políticos cons-
tituye un proceso complejo y que dista de ser accesible para el conjunto de
ellos. Es fundamental, dado que sin ese acceso los mensajes de los actores
políticos no llegan a su audiencia. Y ese acceso está bajo el dominio de los
llamados filtros o “gatekeepers”, entre los que se destacan tanto los gobiernos
con sus políticas y acciones regulatorias o de intervención como las empresas
propietarias de los medios.
Existen dos tipos de accesos a los medios de comunicación. Por un lado,
el acceso político a través de las noticias habituales y la programación. Por
otro lado, el acceso privado a través de la publicidad política pagada. Castells
indica que el acceso político “a la programación habitual de radio y televisión
y a la prensa es el factor más importante en la práctica de la política mediáti-
ca” y ese proceso tiene cuatro componentes fundamentales: “el control orga-
nizativo de los organismos gubernamentales o de las empresas”; las “deci-
siones editoriales”; las “opciones de los profesionales del periodismo”; y la
“lógica que conlleva la realización adecuada de la tarea asignada al medio de
comunicación” determinada por la necesidad de “atraer a la audiencia hacia

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


254

el mensaje del producto mediático”. El acceso a los medios de comunicación


“se desarrolla en la interacción entre estos cuatro niveles del proceso de fil-
tro” (Castells, 2009: 269 y 270).
Pero este proceso, según Castells, tiene un “denominador común” dado
por un hecho fundamental: “lo que resulta atractivo para el público aumenta
la audiencia, la influencia, los ingresos y los logros profesionales de los perio-
distas y presentadores”. Y esto, en la vida política, implica que “la informa-
ción de más éxito es aquella que maximiza los efectos de entretenimiento que
corresponden a la cultura de consumismo de marca que se ha hecho predo-
minante en nuestras sociedades”. Lo que más se ve y lee es lo que reviste
mayor importancia política, lo que está apuntalado por las tendencias cultu-
rales de la época y no por “exposiciones profundas” y el “intercambio de opi-
niones civilizado sobre asuntos de importancia”. Estas tendencias muestran
que la mediatización de la política favoreció una suerte de teatralización y per-
sonalización de la misma.

“[No es que] a la gente en general no le preocupen los temas importantes; […] para que una
audiencia amplia perciba estos asuntos (por ejemplo, la economía, la guerra o la crisis de las
hipotecas), tienen que presentarse en el lenguaje del infoentretenimiento, en su sentido más
amplio: no sólo diversión, sino también tragedias. Vista desde esta perspectiva, la política se
convierte en una política de competición: quién gana, quién pierde, cómo, por qué y cuál
es el último cotilleo o la jugada más sucia. El lenguaje político en los medios reproduce la
jerga competitiva del deporte. […] Además, la información se mueve por el sensacionalis-
mo político: delatar las actividades ilícitas de los poderosos siempre ha sido el consuelo del
pueblo, y ahora puede representarse con una puesta en escena que retransmiten los medios
de masas. Una de las principales características de la política teatral es su personalización.
Una audiencia masiva requiere un mensaje simple. El mensaje más simple es una imagen,
y la imagen más simple con la que la gente más se identifica es un rostro humano. Esto
no significa sólo unos rasgos físicos o el color de una indumentaria; lo más importante es
su carácter tal y como se pone de manifiesto en su aspecto, sus palabras y la información y
los recuerdos que representa. Ello se debe en parte a que a muchos ciudadanos les puede
resultar difícil comprender asuntos políticos complicados mientras que la mayoría confía en
su capacidad para juzgar el carácter, lo que es una respuesta emocional al comportamiento
de las personas encarnado en las narraciones políticas. Así pues, la política mediática es una
política personalizada, o […] «la política centrada en los candidatos» [Martin Wattenberg].
[…] Las tecnologías de los medios de comunicación como «la televisión, el correo directo
y ahora Internet han liberado a los candidatos de su dependencia de los partidos políticos,
lo que permite que las campañas se hagan con independencia de la afiliación al partido».
Quizás sea este el efecto más importante de la política mediática sobre el proceso político,
porque provoca que partidos, sindicatos, ONG y otros actores políticos se congreguen
alrededor de una persona y apuesten por sus posibilidades en el mercado de los medios
políticos” (Castells, 2009: 271 y 272).

Este proceso de personalización también va acompañado por la escandaliza-


ción de la política.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


255

CC
[…] En los últimos veinte años, coincidiendo precisamente con la creciente
centralidad de la política mediática, la política personalista ha caracterizado el
proceso político en todo el mundo en detrimento de los partidos estables, las
afinidades ideológicas y las maquinarias políticas. La cuestión es quién elige a
quién. Los medios de comunicación dan a conocer a los líderes y se explayan
en sus enfrentamientos, victorias y derrotas, porque las narraciones necesitan
héroes (el candidato), villanos (el rival) víctimas que hay que rescatar (los ciu-
dadanos). Pero los líderes en ciernes tienen que demostrar que merecen la
atención de los medios utilizando cualquier oportunidad para exhibir sus arti-
mañas (o sus virtudes, para el caso). Para ello crean acontecimientos que obli-
gan a los medios a prestarles atención […]. (Castells, 2009: 272)

En este contexto, adquieren relevancia los dos filtros más importantes que
juegan un papel determinante en el acceso a los medios de comunicación.
Por un lado, el gobierno mediante el “control directo” de los medios a través
de “la censura explícita o por directivas ocultas”, lo que no ocurre solo bajo
gobiernos autoritarios, sino también en regímenes democráticos, en cuyo
marco “los gobiernos a menudo interfieren en el funcionamiento de las com-
pañías de radiodifusión nacionales o de otros canales de comunicación sobre
los que ejercen una influencia económica o indirecta”. En este caso, “el filtro
es estrictamente político y atiende a los intereses del gobierno, de un partido
político en el gobierno o de un político en particular” (Castells, 2009: 273).
Por otro lado, los propietarios y directivos de la empresa dueña de los
medios de comunicación, quienes, sobre la base de “criterios editoriales” que
“normalmente corresponden a intereses empresariales y no a sus preferen-
cias ideológicas”, no impiden “el acceso de opiniones políticas divergentes,
ya que estas aportan la gracia del infoentretenimiento”, pero en ocasiones
aplican “una decisión editorial directa de bloquear el acceso a opiniones o a
actores políticos porque son incompatibles con las estrategias del negocio de
la comunicación” (Castells, 2009: 273 y 274).
Esto ocurre mayormente con los medios de comunicación televisivos y
con la prensa escrita. Pero es diferente de lo que Castells denomina “auto-
comunicación de masas”, que son las nuevas formas de comunicación en
red mediante internet, porque el acceso es prácticamente libre y el bloqueo
excepcional. Sin embargo, tanto internet como los medios de comunicación
de masas constituyen dos plataformas de comunicación distintas, pero com-
parten “una característica clave común en la construcción del campo político:
en ambos casos el proceso de comunicación está moldeado por el mensaje”
(Castells, 2009: 274).

PARA AMPLIAR

Castells denomina “autocomunicación de masas” a una “nueva forma

AA histórica de comunicación” que es de masas “porque potencialmente


puede llegar a una audiencia global” y es autocomunicación porque
“uno mismo genera el mensaje, define los posibles receptores y seleccio-
na los mensajes concretos o los contenidos de la web y de las redes de
comunicación electrónica que quiere recuperar” (Castells, 2009: 88).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


256

Así, el proceso de elaboración del mensaje es lo que sigue luego del acce-
so a los medios. Como señala el mencionado sociólogo, “el mensaje es el
medio” y ese mensaje está moldeado por las características de la política
mediatizada centradas en la “personalización de la política”; las “campañas
electorales centradas en el uso de los medios”; y el “procesamiento diario
de la información política mediante la práctica del spin”, es decir, la actividad
política de los funcionarios, candidatos o dirigentes de “comunicar los asuntos
de tal forma que favorezca sus intereses al tiempo que se busca perjudicar al
adversario” (Castells, 2009: 275). Estas premisas reconfiguraron el campo
político a favor de una forma de instrumentalización de la lucha política en
cuyo marco lo fundamental es ganar y llegar al poder más allá del contenido
de las ideas o proyectos postulados o sostenidos por funcionarios, candidatos
o dirigentes políticos.

CC
El objetivo de la política mediática, como ocurre con toda política, es ganar y
conservar el botín todo el tiempo posible. Esto no significa que el contenido de
la política sea indiferente para los actores políticos. Pero […] alcanzar una po-
sición de poder es la condición previa para llevar a la práctica cualquier pro-
puesta política. Ganar supone que la persona que encarna un proyecto político
(incluidas sus ambiciones personales), respaldada por un partido o coalición
política, efectivamente controla un cargo político y los recursos correspondien-
tes. (Castells, 2009: 275)

Ahora bien, “los mensajes políticos deben superar una gran dificultad para lle-
gar a las mentes de los ciudadanos” y, para ello, debe superarse una cuestión
complicada: “la mayoría de las noticias políticas son ajenas a las preocupacio-
nes de la vida diaria y frecuentemente resultan demasiado complejas para que
los ciudadanos las sigan con el interés necesario para procesarlas y mucho
menos para recordarlas”. Esto significa que debe llevarse a cabo un proceso
de traducción asentado en cierta selectividad y simplificación.

“[…] Cuando las noticias se presentan como infoentretenimiento, lo que incluye su per-
sonalización en una figura política concreta de forma que conecte con las emociones e
intereses del receptor, se procesan más fácilmente y se conservan en la memoria. Por tanto,
la producción del mensaje tiene que plantearse como una negociación entre las caracterís-
ticas y los valores del político y las características y valores de la audiencia objetivo. Es lo
que ocurre en las campañas electorales y en la política del día a día. Los actores políticos
diseñan su estrategia adaptando los mensajes para inducir la conexión más favorable entre
su líder político y el electorado, teniendo en cuenta el formato concreto de las distintas
plataformas de comunicación: televisión, radio, prensa, Internet, SMS, publicidad pagada,
entrevistas en los medios, debates políticos y otras. La precisión de la estrategia depende
de un análisis cuidadoso que se basa en la sociología del electorado potencial. También es
cierto que depende de las características de la figura política. Pero son los políticos los que
controlan los recursos para competir, de forma que adaptarán su estrategia a lo que son y no
al revés. Hasta que pierden, naturalmente. Entonces sus tropas encuentran nuevas figuras
prometedoras” (Castells, 2009: 276).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


257

Este proceso no solo gravita en las campañas electorales, sino también en


el accionar de los gobiernos en su relación con la población respecto de sus
iniciativas y políticas. Y ya no se asienta en “una mezcla de intuición, esperan-
za, consejos de los expertos y retroalimentación de las redes de simpatizan-
tes”, sino en el uso de herramientas y técnicas que convierten este proceso
en una etapa altamente profesionalizada, la que Castells denomina política
informacional.

CC
[…] La articulación de los mensajes […] depende de los intereses y valores de
la coalición sociopolítica construida en torno a actores políticos concretos. El
contenido y el formato de los proyectos políticos se deciden cada vez más con
la ayuda de think tanks que reúnen a expertos, teóricos, estrategas políticos y
especialistas mediáticos en el diseño y la práctica de la política. El uso de ba-
ses de datos, mensajes a grupos concretos de destinatarios y seguimiento de
los sondeos debe entenderse en el contexto de una perspectiva más amplia
[…]: la formación de think tanks y políticos responsables del análisis de las
tendencias, de comprender los mecanismos cognitivos de la gente y aplicar los
resultados de sus estudios para diseñar tácticas eficientes a fin de ganar elec-
ciones, mantenerse en el cargo y solventar con éxito grandes batallas políticas
como la política sanitaria, la energética o el derecho al aborto […] o la reforma
del estado de bienestar […]. (Castells, 2009: 277)

En general, estos think tanks hacen un “uso sistemático de los medios de


comunicación para modelar la opinión pública”, lo que constituye “una empre-
sa que es cara”, tan cara que el esfuerzo más significativo de los actores
políticos que quieren conseguir “visibilidad mediática” es la “cuantía de su
presupuesto” (Castells, 2009: 280).
Por su parte, luego de formulada la política informacional, continúa una
etapa signada por “la identificación de valores, creencias, actitudes, compor-
tamiento social y político […] de los segmentos de la población identificados
por sus características demográficas y distribución espacial”. Y aquí esto tam-
bién redunda en la personalización de la política, fundamentalmente, durante
las campañas electorales.

CC
[…] El mensaje es único: el propio político. Las encarnaciones del candidato en
distintos formatos varían con la población objetivo. Por supuesto, siempre den-
tro de los límites de evitar contradicciones evidentes entre la imagen proyecta-
da a los distintos grupos, espacios y momentos. Los grupos de trabajo sirven
para afinar los mensajes, y los sondeos proporcionan la forma de medir la efi-
cacia de estos en tiempo real y de seguir la evolución de la opinión pública. No
obstante, los sondeos por sí mismos no son una herramienta muy sofisticada
de navegación política porque sólo muestran la valoración del político por la
opinión pública y los aspectos positivos y negativos de su mensaje. Es la com-
binación de sondeos y análisis sociológico de los datos lo que proporciona la in-
terpretación de las tendencias en tiempo real y aumenta las posibilidades de
modificar una evolución desfavorable actuando sobre las actitudes latentes
con nuevas oleadas de mensajes diferenciados para cada categoría social.
(Castells, 2009: 283)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


258

Este proceso emparda al “marketing político” con el “marketing comercial”,


que es concomitante con el surgimiento del “ciudadano consumidor” como
“nuevo personaje de la vida pública”. Esto hace que tanto los dirigentes y fun-
cionarios políticos como las empresas utilicen “las mismas bases de datos”
que se construyen a partir del “procesamiento de datos de fuentes guberna-
mentales y académicas, junto con la enorme cantidad de datos procedentes
de la invasión de la privacidad por las empresas emisoras de tarjetas de
crédito y las compañías de telecomunicaciones y de Internet, que venden la
información de aquellos clientes (la mayoría) que, desconocedores de la letra
pequeña de sus contratos, no se oponen a que las empresas comercien con
sus datos” (Castells, 2009: 284).
Así, “la recopilación de datos, el procesamiento de la información y el
análisis basado en el conocimiento” constituye la materia prima para la pro-
ducción del mensaje, que siempre está destinado a la promoción del “propio
político”. Luego de esto, la difusión del mensaje a las “audiencias objetivo”
se lleva a cabo mediante un conjunto de plataformas entre las que se des-
tacan “la programación cotidiana de televisión y las campañas electorales”
(Castells, 2009: 289).
En el proceso de difusión del mensaje son fundamentales los medios infor-
mativos y, en particular, las “noticias en televisión” que son la principal fuen-
te de información para la mayoría de la gente y que influyen al “espectador
medio” a la hora de establecer la “conexión entre las predisposiciones de la
gente y su valoración de los asuntos de los que trata la vida política” (Castells,
2009: 300).
Pero el momento clave para la difusión del mensaje lo constituyen las cam-
pañas electorales, procesos fundamentales en la vida política contemporánea.

CC
[…] Las elecciones son momentos concretos de la vida política que funcionan
sobre la base de una construcción diaria de significado que estructura los inte-
reses y valores de los ciudadanos. Las campañas electorales actúan sobre las
predisposiciones de los votantes activando o desactivando los procesos emoti-
vos y cognitivos […], con el fin de lograr los objetivos de la campaña.
Independientemente de la ideología y la retórica del discurso político, una sola
cosa importa a los partidos políticos y a los candidatos en campaña: ganar.
Todo lo demás es secundario. Ello implica que las propuestas políticas tienen
que elaborarse como mensajes políticos que consigan el respaldo del electora-
do. (Castells, 2009: 304 y 305)

Durante las campañas electorales, los dirigentes y candidatos procuran tres


objetivos fundamentales. Primero, asegurar la “base de apoyo histórica” com-
puesta por los “fieles al partido”. Segundo, “desmovilizar o confundir al núcleo
de votantes del rival, sobre todo señalando sus defectos, sus actividades ilí-
citas o las contradicciones entre el rival político y los valores de sus votantes
potenciales”. Y, tercero, “conseguir el voto de los independientes y los inde-
cisos”, los que, en numerosas ocasiones, determinan “los resultados de las
elecciones, siempre que se movilice el núcleo central de votantes” (Castells,
2009: 305).
En suma, este conjunto de actividades ha conducido a la profesionalización
de la política debido a que la mayoría de estas acciones requieren de sabe-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


259

res expertos y de emprendimientos infraestructurales de gran envergadura. Y


esto determina un aspecto clave de la mediatización de la política: el finan-
ciamiento de la misma.
Los gastos “estratosféricos” de la política mediática la han convertido en
una actividad cara, al punto que en casi ningún país puede afrontarse “con la
financiación oficial de las organizaciones políticas”. No obstante, esta cues-
tión encubre un tema más enrevesado: la incidencia de las empresas en el
financiamiento de la política.

CC
[…] El aumento de la financiación política no se debe sólo a las crecientes ne-
cesidades de unas campañas políticas que disponen de fondos limitados. En
realidad, es un mecanismo de influencia de las empresas y de otros grupos de
interés en la política a todos los niveles de gobierno. La oferta parece ser in-
cluso mayor que la demanda. Los políticos pueden permitirse políticas caras
porque disponen de abundantes fondos procedentes de grupos de presión y
de donantes. De hecho, algunos políticos ni siquiera pueden gastar todo el di-
nero que reciben, por lo que llevan un tren de vida extravagante que justifican
mediante contabilidad creativa […]. (Castells, 2009: 390 y 391)

La mediatización de la política ha convertido a los medios de comunicación en


actores claves y en un escenario privilegiado de la política contemporánea, y
ha contribuido a producir una profunda metamorfosis de la política.

LECTURA OBLIGATORIA

Castells, M. (2009), Comunicación y poder, Alianza Editorial,

OO Madrid, capítulo 4, pp. 261-349.

1.

KK Luego de la lectura de esta unidad, responda las siguientes preguntas:


a. ¿Cuáles son las dos grandes modalidades de participación política en
una sociedad?
b. ¿Qué es una movilización colectiva y por qué configura una forma de
participación política si se trata de un tipo de actividad no-política
en sí misma?
c. ¿En qué consiste la articulación de intereses como modalidad de parti-
cipación política y en qué se diferencia de la movilización colectiva?
d. ¿Por qué Lagroye indica que la participación electoral es variable y está
socialmente condicionada?
e. ¿Qué es la socialización política?
f. Explique cómo inciden los medios de comunicación en la política
contemporánea.
g. ¿Qué relevancia le otorga Giovanni Sartori a la televisión y qué vín-
culo tiene esta con la política?

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


260

2.

KK Confeccione un cuadro en donde compare las formas tradicionales del


quehacer político detallado por Vallés y Martí i Puig y las nuevas for-
mas de la política que observan Castells y Sartori.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


261

Teorías de la democracia
Objetivos
•• Esbozar una definición amplia y abarcativa del concepto de democracia.
•• Describir el rol que cumple la democracia en las sociedades contemporá-
neas, así como también el rol histórico que cumplió en tiempos pasados.
•• Reflexionar al respecto de las transformaciones que se produjeron en torno
a la democracia durante los últimos años.
•• Diferenciar entre los modelos clásicos de democracia y los modelos pro-
pios de la actualidad.

6.1. Una definición mínima


La democracia es una forma de gobierno que se expandió recientemente. Si
bien las ideas democráticas datan de dos siglos atrás, la democracia como
régimen de organización del gobierno comienzó a extenderse en el siglo XIX,
aunque algunos de sus rasgos fundamentales, como el sufragio universal y
particularmente los derechos sociales de ciudadanía, se asientan luego de la
Segunda Guerra Mundial. Y “es el resultado de un proceso que coincide en el
tiempo con la formación de la sociedad industrial o, en un sentido más amplio,
con el desarrollo del capitalismo” (Paramio, 1996: 141).
El origen del término “democracia” es griego. “Democracia” deriva de
démokratia, cuyas raíces etimológicas son demos (pueblo) y kratos (gobierno).
Así, democracia da cuenta de una forma de gobierno en la que este es ejer-
cido por el pueblo, a diferencia de la monarquía o la aristocracia que se trata
del gobierno de uno y del gobierno de algunos, respectivamente. Ahora bien,
“gobierno del pueblo” configura un concepto ambiguo, pero, aunque la histo-
ria de la idea de democracia haya sido sinuosa, extensa y compleja y aunque
dicha historia haya estado marcada por concepciones contrapuestas, lo que
nunca estuvo en tela de juicio es la consideración de que, en la democracia,
el sujeto y objeto del poder político es siempre el pueblo, entendiendo gené-
ricamente a este como “el conjunto de ciudadanos a los que toca en última
instancia el derecho de tomar las decisiones colectivas” (Bobbio, 1992c: 33).
No obstante, pese a esta definición descriptiva, el desacuerdo reside en el
significado y la extensión del concepto de “pueblo”.

“La historia del intento de restringir el significado de «el pueblo» a ciertos grupos es larga
y significativa. Entre estos grupos destacan entre otros: los propietarios, los hombres blan-
cos, los hombres educados, los varones, aquellos con determinadas capacidades u ocupa-
ciones, o los adultos. La historia de las distintas concepciones y debates acerca de qué se

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


262

debe considerar como «gobierno» del pueblo es también interesante. El abanico de posi-
ciones posibles incluye, tal como resumió útilmente un comentarista:
1. Todos deberían gobernar, en el sentido de que todos deberían participar en la pro-
mulgación de las leyes, la toma de decisiones respecto a la política general, la aplica-
ción de las leyes y la administración gubernamental.
2. Todos deberían participar personalmente en la toma de decisiones cruciales, es decir,
en las decisiones acerca de las leyes generales y las cuestiones de política general.
3. Los gobernantes deberían ser responsables ante los gobernados; en otras palabras,
deberían estar obligados a justificar sus acciones ante los gobernados y poder ser des-
tituidos por los gobernados.
4. Los gobernantes deberían ser responsables ante los representantes de los gobernados.
5. Los gobernantes deberían ser elegidos por los gobernados.
6. Los gobernantes deberían ser elegidos por los representantes de los gobernados.
7. Los gobernantes deberían actuar en interés de los gobernados” (Held, 1992: 17).

Al respecto, Giovanni Sartori considera que “el pueblo […] no puede literal-
mente consistir en todo el mundo, pero no puede tampoco quedar reducido
a la mayor parte de la ciudadanía”. En efecto, “el pueblo se divide en una
mayoría y una minoría en el proceso de adopción de decisiones y a fin de que
se tomen decisiones”. Pero el criterio de la mayoría no debería transformarse
en “la norma de la mayoría absoluta” debido a que, en ese caso, una parte
del pueblo, la minoría, “se convierte en un no pueblo, en una parte excluida”.

CC
[…] Cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple,
esa asimilación convierte un sector del demos en un no-demos. A la inversa, la
democracia concebida como un gobierno mayoritario limitado por los derechos
de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de
la mayoría y la minoría. Debido a que precisamente el gobierno de la mayoría
está limitado, todo el pueblo (todos los que tienen derecho al voto) está siem-
pre incluido en el demos. (Sartori, 1987: 57)

Estas consideraciones y contrapuntos remiten a dos posiciones básicas.


Por un lado, aquella que identifica a la democracia como una modalidad de
“poder popular”, es decir, como “una forma de vida en la que los ciudadanos
participan en el auto-gobierno y la auto-regulación”. Y, por otro lado, aquella
en la que la democracia se limita a una forma de “toma de decisiones” o “un
medio de legitimar las decisiones de los elegidos por votación de vez en cuan-
do –los «representantes»– para ejercer el poder” (Held, 1992: 18). Se trata,
en un caso, de la democracia directa en la cual el pueblo participa de manera
continua en el ejercicio inmediato del poder y, en el otro, de la democracia
representativa en la que el pueblo ejerce el poder en forma indirecta a través
de sus representantes. A lo largo del pensamiento político occidental, ambas
posiciones parecen haber marcado los andariveles en cuyo interior transitó la
filosofía y la teoría política sobre la democracia.
Para Michel Sodaro, la democracia directa se caracteriza por “el ejercicio
directo del gobierno por parte del pueblo”, es decir, el “gobierno por el pue-
blo”. Este modelo de democracia no ha tenido manifestaciones históricas más
que en el mundo antiguo, “en algunas ciudades-estado griegas, sobre todo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


263

Atenas”. Pero “aunque las democracias directas no existen como modo de


gobierno de grandes grupos en el mundo actual, es posible ampliar la partici-
pación de los ciudadanos en la toma de decisiones entre los dos extremos de
la democracia representativa y la democracia directa”, como, por ejemplo, la
denominada “democracia plebiscitaria”, que se concreta cuando una “demo-
cracia representativas [da] a sus ciudadanos la oportunidad de votar sobre
cuestiones políticas específicas en un referendo (o plebiscito)”. En algunos
casos, “los resultados de un referendo son vinculantes para los representan-
tes del gobierno; en otros, los resultados son meramente consultivos y, aun-
que arrojan información relevante sobre el sentir de la sociedad, no compro-
meten las decisiones políticas” (Sodaro, 2010: 135 y 136).
Por su parte, la democracia representativa materializa “los objetivos de la
participación ciudadana y la rendición de cuentas del gobierno principalmen-
te a través de métodos indirectos, sobre todo, mediante la elección de repre-
sentantes políticos”.

CC
En una democracia representativa, las elecciones son el mecanismo principal
por el que el pueblo ejerce sus derechos soberanos de participar en la política
y hacer que sus representantes electos den cuenta de sus acciones. En el
mundo contemporáneo, la democracia representativa es principalmente una
democracia electoral. Las elecciones, al posibilitar la remoción de los gober-
nantes, constituyen la forma más importante de rendición de cuentas en una
democracia. (Sodaro, 2010: 134)

Esas visiones no siempre fueron convergentes y, en numerosas ocasiones,


fueron más bien contrapuestas.
Como señala Bobbio, la democracia configura una forma de gobierno, con-
trapuesta a la autocracia, que se asienta en “un conjunto de reglas (primarias
o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las deci-
siones colectivas y bajo qué procedimientos” (1996: 14) .
Con relación a “los sujetos llamados a tomar (o a colaborar en la toma
de) decisiones colectivas”, una democracia “se caracteriza por la atribución
de este poder (que en cuanto autorizado por la ley fundamental se vuelve un
derecho) a un número muy elevado de miembros del grupo”. Y respecto de la
“modalidad de la decisión”, el criterio fundamental de la democracia es “la
regla de la mayoría, o sea, la regla con base en la cual se consideran deci-
siones colectivas y, por tanto, obligatorias para todo el grupo, las decisio-
nes aprobadas al menos por la mayoría de quienes deben tomar la decisión”
(Bobbio, 1996: 14).
Pero las dos condiciones anteriores solo pueden garantizarse en la medi-
da que “aquellos que están llamados a decidir o a elegir a quienes deberán
decidir, se planteen alternativas reales y estén en condiciones de seleccionar
entre una u otra”, lo que solo puede garantizarse si quienes deciden tienen
asegurados los “derechos de libertad de opinión, de expresión de la propia
opinión, de reunión, de asociación, etc., los derechos con base en los cuales
nació el Estado liberal y se construyó la doctrina del Estado de Derecho en
sentido fuerte, es decir, del Estado que no solo ejerce el poder sub lege, sino
que lo ejerce dentro de los límites derivados del reconocimiento constitucio-
nal de los llamados derechos «inviolables» del individuo” (Bobbio, 1996: 15).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


264

Por lo tanto, el Estado liberal es una condición necesaria de la democracia,


del mismo modo que esta garantiza los derechos individuales de las personas.

CC
[…] El Estado liberal no solamente es el supuesto histórico sino también jurídi-
co del Estado democrático. El Estado liberal y el Estado democrático son inter-
dependientes en dos formas: 1) en la línea que va del liberalismo a la demo-
cracia, en el sentido de que son necesarias ciertas libertades para el correcto
ejercicio del poder democrático; 2) en la línea opuesta, la que va de la demo-
cracia al liberalismo, en el sentido de que es indispensable el poder democráti-
co para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades fundamenta-
les. En otras palabras: es improbable que un Estado no liberal pueda asegurar
un correcto funcionamiento de la democracia, y por otra parte es poco proba-
ble que un Estado no democrático sea capaz de garantizar las libertades fun-
damentales. La prueba histórica de esta interdependencia está en el hecho de
que el Estado liberal y el Estado democrático cuando caen, caen juntos.
(Bobbio, 1996: 15 y 16)

El desarrollo de la democracia durante el siglo XIX y, en particular, su conjun-


ción con el Estado liberal, se inscribió en un proceso de doble vía. Por un lado,
“la gradual ampliación del derecho al voto, que, en un principio restringido a
una exigua parte de los ciudadanos con criterios basados en la renta, en la
cultura y en el sexo, se ha ido extendiendo según una evolución constante,
gradual y general a todos los ciudadanos de ambos sexos que hayan alcanza-
do un cierto límite de edad (sufragio universal)”. Y, por otro lado, “la multipli-
cación de los órganos representativos (es decir, de los órganos compuestos
por representantes elegidos), que en un primer tiempo están limitados a una
de las dos asambleas legislativas, y luego se extienden poco a poco a la otra
asamblea, a los entes del poder local o, en el paso de la monarquía a la repú-
blica, también al jefe de Estado”. De este modo, la democracia se fue configu-
rando sobre la base del “cumplimiento cada vez más pleno del principio-límite
de la soberanía popular” y se fue insertando en la estructura del Estado liberal
“entendido como Estado in primis garantista” (Bobbio, 1993b: 446 y 447).
En suma, fue el propio Bobbio el pensador contemporáneo que sostuvo
que, pese a las numerosas interpretaciones que se han hecho y que se pue-
den hacer de la democracia, existe un significado predominante de esta.

“[...] Se entiende por «democracia» un conjunto de reglas (las llamadas «reglas del juego»)
que permiten la más amplia y más segura participación de la mayor parte de los ciudadanos,
sea de forma directa, sea de forma indirecta, en las decisiones políticas, en las decisiones
de interés de toda la colectividad. Las reglas son más o menos las siguientes: a) todos los
ciudadanos que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de raza, religión, con-
dición económica, sexo, etc., deben gozar de los derechos políticos, esto es, del derecho de
expresar con el voto la propia opinión y/o elegir quien la exprese por él; b) el voto de todos
los ciudadanos debe tener igual peso, esto es, debe valer por uno; c) todos los ciudadanos que
gozan de los derechos políticos deben ser libres de votar según su propia opinión, formada lo
más libremente posible, esto es, en una libre competencia entre grupos políticos organizados
que compiten entre sí para unir demandas y transformarlas en deliberaciones colectivas; d)
deben ser libres, también, en el sentido de que deben ser colocados en condiciones de tener

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


265

alternativas reales, esto es, de poder escoger entre varias soluciones; e) tanto para las delibe-
raciones colectivas como para las elecciones de representantes, vale el principio de mayoría
numérica, mismo que puedan establecerse diversas formas de la mayoría numérica (relativa,
absoluta, calificada) en determinadas circunstancias previamente establecidas; f) ninguna
decisión tomada por la mayoría debe limitar los derechos de la minoría, en particular el
derecho de tornarse, en igualdad de condiciones, en mayoría” (Bobbio, 1991: 34).

Esta “definición predominante” puede ser restrictiva, según el pensador italia-


no, pero constituye el basamento conceptual e institucional básico sin el cual
no podría abordarse la compleja problemática democrática actual.

6.2. Los modelos clásicos


El desarrollo de la democracia en la antigua Grecia constituyó una fuente
fundamental para el pensamiento político moderno. Sus parámetros teóricos
y filosóficos giraron en torno de los ideales de igualdad entre los ciudadanos,
la libertad de estos, el respeto a la ley y a la justicia, etc., y su influjo sobre el
pensamiento político occidental fue decisivo durante siglos. En este modelo
de democracia, el poder soberano era ejercido por la asamblea de ciudadanos
a través de su participación directa en las funciones administrativas y legis-
lativas de la polis y en referencia a todos los asuntos comunes de la ciudad.
Los puestos o cargos públicos eran ejercidos por ciertos ciudadanos selec-
cionados mediante diversos métodos (elección directa, rotación, sorteo) y, en
ningún caso, ello generaba privilegios particulares para los mismos.
Los ciudadanos disfrutaban de una igualdad política que les permitía gober-
nar y ser gobernados en forma libre. Y la ciudadanía era ejercida por un núme-
ro relativamente pequeño de personas constituido por los hombres mayores
de edad, los que, dado la economía de esclavitud existente en la época y la
carga del trabajo doméstico que pesaba sobre las mujeres, se hallaban libres
en tiempo y recursos para estar abocados a sus tareas de gobierno. Este, en
suma, era el modelo imperante en el mundo clásico, incluso en la Roma repu-
blicana, aunque, en este último caso, el sistema de organización política del
gobierno guardaba algunos trazos esencialmente oligárquicos.
El gran cambio se produjo al compás de las transformaciones sociales,
políticas y culturales desenvueltas durante el Renacimiento y, muy particular-
mente, a partir de la emergencia de los Estados absolutistas. En este marco,
entre los siglos XVII y XIX, surgió y se desarrolló la filosofía y teoría política
liberal que, a través del aporte de pensadores como John Locke, Montesquieu,
Emmanuel Kant, Wilhelm von Humboldt, Jeremy Bentham y James Mill, entre
otros, dio un nuevo giro a lo que hoy conocemos como la tradición del pensa-
miento político democrático.
Cuestionando los poderes absolutos de las monarquías despóticas y sus
pretensiones de legitimación “divina”, el liberalismo reivindicó al individuo
como sujeto racional y libre de escoger y seguir sus propias preferencias polí-
ticas, culturales, religiosas y económicas. El orden político y cualquier forma
de régimen de gobierno nunca serán legítimos si no se estructuran sobre la
garantía de esta condición. Por eso, el Estado debía ser mínimo y estar limita-
do por un conjunto de mecanismos y normas de manera tal que nunca pudie-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


266

ra desarrollarse a expensas de la libertad individual, sino, más bien, como


instancia protectora de dicha libertad, es decir, como instancia protectora de
los derechos individuales.

CC
El problema central a que se enfrentaba la teoría política liberal era reconciliar
el concepto de Estado, como estructura de poder impersonal circunscrita legal-
mente, con una nueva concepción de los derechos, obligaciones y deberes de
los súbditos. La cuestión era cómo relacionar al «Estado soberano» con el
«pueblo soberano», reconocido como fuente legítima del poder del Estado. La
mayor parte de la teoría liberal y liberal democrática se ha enfrentado al dile-
ma de encontrar un equilibrio entre la fuerza y el derecho, el poder y la ley, los
deberes y los derechos. Puesto que, si bien el Estado debe tener el monopolio
del poder de coerción para proporcionar unas bases seguras sobre las que el
«libre intercambio», los negocios y la vida familiar puedan prosperar, su capaci-
dad coercitiva y reguladora debe ser contenida de tal forma que sus represen-
tantes no interfieran en la libertad política y social de los ciudadanos individua-
les, ni en la persecución, en competencias unos con otros, de sus intereses
particulares. (Held, 1992: 59)

La tradición liberal y las problemáticas que colocó acerca “de la naturaleza


de la soberanía, del poder del Estado, de los derechos del individuo y de los
mecanismos de representación” sentaron las bases de los “nuevos modelos
democráticos” emergentes en los siglos XVIII y XIX (Held, 1992, segunda
parte).
Como señala Norberto Bobbio, en lo político, el liberalismo es una doctri-
na del “Estado limitado tanto con respecto a sus poderes como a sus funcio-
nes”. Con relación a los poderes del Estado, postula el “estado de derecho”,
esto es, “un Estado en el que los poderes públicos son regulados por normas
generales (las leyes fundamentales o constitucionales) y deben ser ejercidos
en el ámbito de las leyes que los regulan, salvo el derecho del ciudadano de
recurrir a un juez independiente para hacer reconocer y rechazar el abuso o
exceso de poder”.
Ello implica, por un lado, la “constitucionalización de los derechos natura-
les” de los individuos y su consecuente positivización como derechos jurídi-
camente proclamados y protegidos y, por el otro, la institucionalización de la
“división de poderes” como mecanismos constitucionales tendientes a impe-
dir u obstaculizar el ejercicio arbitrario, ilegítimos, abusivo y/o ilegal del poder
estatal.

CC
Son parte integrante del estado de derecho en sentido profundo, que es el pro-
pio de la doctrina liberal, todos los mecanismos constitucionales que impiden
u obstaculizan el ejercicio arbitrario o ilegítimo del poder y dificultan o frenan el
abuso, o el ejercicio ilegal. Los más importantes de estos mecanismos son: 1)
el control del poder ejecutivo por parte del poder legislativo o más exactamen-
te del gobierno al que corresponde el poder ejecutivo de parte del parlamento
al que toca en última instancia el poder legislativo y la orientación política; 2)
el control eventual del parlamento en el ejercicio del poder legislativo ordinario
por parte de una corte jurisdiccional a la que se pide el establecimiento de la

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


267

constitucionalidad de las leyes; 3) una relativa autonomía del gobierno local en


todas sus formas y grados frente al gobierno central; 4) un poder judicial inde-
pendiente del poder político. (Bobbio, 1992c: 19 y 20)

Con relación a las funciones del Estado, Bobbio reivindica al “Estado mínimo”,
es decir, un Estado “con funciones limitadas en el mantenimiento del orden
público interno e internacional” frente al individuo y principalmente en todo lo
referido a la esfera religiosa y económica de ese individuo. El Estado constitu-
ye un “mal” necesario y, como tal, “debe entrometerse lo menos posible en
la esfera de acción de los individuos (Bobbio, 1992c: 22).
Held define a este modelo como democracia protectora, dado que se asien-
ta en el principio básico de protección de los individuos frente a los gober-
nantes o poderes estatales y frente a sus semejantes, asegurándose de que
esos gobernantes lleven a cabo políticas o medidas tendientes al resguardo
y al desarrollo de las personas. “Los gobernantes deben responder ante los
gobernados a través de mecanismos políticos (entre otros, el voto secreto,
votaciones regulares, la competencia entre representantes políticos) que pro-
porcionan a los ciudadanos los medios adecuados para escoger, autorizar y
controlar las decisiones políticas”, sostiene este autor (1992: 80).
Rafael del Águila ratifica estos rasgos de lo que denomina como modelo
“liberal-protector” y destaca que lo fundamental en esta visión es el control
del poder porque este es necesario, pero “extremadamente peligroso”.

“El principio básico del modelo liberal protector de democracia consiste en definir a esta
como un régimen político que permite la protección de cada ciudadano respecto de la acción
de otros individuos y de todos ellos respecto de la acción del Estado, con lo que se conse-
guiría el máximo de libertad para cada uno. La idea del liberalismo es que la justificación de
la democracia consiste en su contribución a la libertad, al desarrollo y al bienestar de cada
ciudadano individualmente considerado. […]. El modelo liberal protector de democracia
se asocia a una serie de instituciones tales como: 1) los derechos civiles (protección de la inti-
midad, la propiedad, la esfera privada, la libertad de conciencia, la libertad de expresión,
etc.); 2) la división de poderes (haciendo que unos poderes sometan a escrutinio a otros, se
contrapesen y equilibren mutuamente impidiendo la concentración del poder y sus abusos);
3) las divisiones territoriales del poder (haciendo que los contrapesos y equilibrios entre pode-
res tengan también base territorial y no sólo institucional); el control de la legalidad (de los
actos del gobierno o de la administración, sometiéndolos a reglas –leyes– que les impidan
extralimitarse); 5) el consentimiento de los gobernados (lo que garantizaría que el orden político
democrático responde a los intereses de los ciudadanos); 6) el control de los representantes
(sometiéndolos a elecciones periódicas o al principio de publicidad de sus deliberaciones
o sus decisiones); 7) la representación en el Estado de los intereses de los ciudadanos (lo que
permitiría asegurar la presencia en el proceso de toma de decisiones de todos los intereses
relevantes y además evitaría la falta de mesura a la que podía conducir, según esta lectura
liberal-protectora, un exceso de participación directa de los ciudadanos); etc. Todos estos
y otros instrumentos están inspirados por un idéntico motivo: hay que controlar al poder
porque, si bien este es necesario, es también extremadamente peligroso. La primera inten-
ción liberal era impedir la tiranía y sus usos políticos […]” (Del Águila, 2003: 142 y 143).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


268

Por cierto, debido a que la soberanía reside en el pueblo, pero las funciones
del Estado son legítimamente ejercidas por sus representantes, el modelo
democrático-liberal configura la más clara expresión de la democracia indirecta
o representativa. En él, esos representantes son seleccionados a través de
elecciones regulares asentadas en el voto secreto y en la libre competencia
entre líderes o partidos. El gobierno es ejercido por los beneficiarios de la
mayoría de los votos ciudadanos.

CC
En términos generales la expresión “democracia representativa” quiere decir
que las deliberaciones colectivas, es decir, las deliberaciones que involucran a
toda la colectividad, no son tomadas directamente por quienes forman parte
de ella, sino por personas elegidas para este fin […]. Un Estado representativo
es un Estado en el que las principales deliberaciones políticas son realizadas
por los representantes elegidos -no importa si los órganos donde se efectúan
tales deliberaciones sean el Parlamento, el presidente de la república, el
Parlamento junto con los consejos regionales, etc. (Bobbio, 1996: 34)

Simultáneamente a este modelo surgió en la tradición democrático-liberal


una postura alternativa a la impronta representativista del modelo de demo-
cracia protectora, que se asentó en una nueva postulación del principio
de autodeterminación individual y de democracia radical. Held denominó a
este modelo como democracia desarrollista mientras que Del Águila lo llamó
democrático-participativo.
Jean-Jacques Rousseau fue el vocero más importante de este nuevo
modelo y lo inscribió en un principio fundamental: el rechazo a la posibilidad
de que la “voluntad general”, que era la voluntad del pueblo, fuese enajena-
da o dividida, afirmando que la “soberanía” es “inalienable” y “no puede ser
representada”.

CC
[…] La voluntad general puede dirigir por sí sola las fuerzas del Estado según el
fin de su institución, que es el bien común; porque si la oposición de los intere-
ses particulares ha hecho necesario el establecimiento de las sociedades, el
acuerdo de estos mismos intereses es lo que lo ha hecho posible. Esto es lo
que hay de común en estos diferentes intereses que forman el vínculo social; y
si no existiese un punto en el cual se armonizasen todos ellos, no hubiese podi-
do existir ninguna sociedad. Ahora bien, sólo sobre este interés común debe ser
gobernada la sociedad. […] No siendo la soberanía sino el ejercicio de la volun-
tad general, no puede enajenarse jamás, y el soberano, que no es sino un ser
colectivo, no puede ser representado más que por sí mismo: el poder es suscep-
tible de ser transmitido, más no la voluntad. (Rousseau, 2007: 55)

Para Rousseau, los individuos debían participar directamente a través de reu-


niones públicas en el diseño y sanción de las leyes que regularían sus vidas,
haciendo del autogobierno un fin en sí mismo. El pueblo solo es soberano
si participa activamente en los asuntos públicos conformando la “voluntad
general” y hallándose limitado por esta. El principio de la mayoría debía pri-
mar cuando el pueblo no llegara a un consenso en los asuntos tratados. Así,

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


269

mientras el pueblo debía encargarse de la función legislativa de la sociedad,


el gobierno, conformado por magistrados y administradores seleccionados por
elección directa o sorteo, debía cumplir la función ejecutiva en el marco de los
parámetros legales establecidos soberanamente por el pueblo. Solo en este
contexto es posible garantizar la libertad individual y, por ende, la igualdad.
El “contrato social” que dio origen al Estado establece como principio básico
la igualdad de todos los ciudadanos en el disfrute de los mismos derechos,
sean privados o políticos (Held, 1992: 96 y ss.).
Pero, en este marco, la “democracia” solo era posible en ciertas condicio-
nes muy específicas.

“[…] No ha existido nunca verdadera democracia, y […] no existirá jamás, pues es contrario
al orden natural que el mayor número gobierne y el pequeño sea gobernado. No se puede
imaginar que el pueblo permanezca siempre reunido para ocuparse de los asuntos públicos,
y se comprende fácilmente que no podría establecer para esto comisiones sin que cambiase la
forma de la administración. […] ¡Cuántas cosas difíciles de reunir no supone este gobierno!
Primeramente, un Estado muy pequeño, en que el pueblo sea fácil de congregar y en que
cada ciudadano pueda fácilmente conocer a los demás; en segundo lugar, una gran senci-
llez de costumbres, que evite multitud de cuestiones y de discusiones espinosas; además,
mucha igualdad en las categorías y en la fortuna, sin lo cual la igualdad no podría subsistir
por largo tiempo en los derechos y en la autoridad; en fin, poco o ningún lujo, porque
este, o es efecto de las riquezas, o las hace necesarias; corrompe a la vez al rico y al pobre: a
uno, por su posesión, y al otro, por la envidia; entrega la patria a la molicie, a la vanidad;
quita al Estado todos sus ciudadanos, para esclavizarlos unos a otros y todos a la opinión”
(Rousseau, 2007: 95 y 96).

La otra expresión del modelo desarrollista o democrático-participativo estu-


vo sintetizada en el pensamiento de John Stuart Mill, quien, al igual que
Rousseau, consideraba la participación política de los ciudadanos como la
actividad fundamental para garantizar el pleno desarrollo de las personas.
Pero, a diferencia de este, pensaba que la soberanía popular se expresaba
a través del “sufragio universal”. Mediante este, cristalizado en elecciones
periódicas y en el voto secreto, se debía llevar a cabo la selección de los
gobernantes, o sea, del “gobierno representativo”.

CC
[…] El único gobierno que satisface por completo todas las exigencias del es-
tado social es aquel en el cual tiene participación el pueblo entero; que toda
participación, aún en las más humildes de las funciones públicas, es útil; que,
por tanto, debe procurarse que la participación en todo sea tan grande como lo
permita el grado de cultura de la comunidad; y que, finalmente, no puede exi-
girse menos que la admisión de todos a una parte de la soberanía. Pero pues-
to que en toda comunidad que exceda los límites de una pequeña población
nadie puede participar personalmente sino de una porción muy pequeña de los
asuntos públicos, el tipo ideal de un gobierno perfecto es el gobierno represen-
tativo. (Mill, 1998: 150)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


270

Asimismo, los ciudadanos debían participar en las diferentes ramas del gobier-
no local y la administración de justicia, pero siempre mediante el voto y a
través del criterio básico de representatividad. No obstante, retomando los
principios del pensamiento liberal, Mill sostenía que dicho gobierno debía orga-
nizarse en el marco de la división de poderes y del estado de derecho, no solo
en función de garantizar y proteger los derechos individuales, especialmente
los relacionados con la libertad de pensamiento, sentimientos, discusión,
manifestación, publicación, gustos, etc., sino también en función de promover
el desarrollo individual. Ello suponía una ciudadanía activa, informada y com-
prometida con la vida social y política (Held, 1992: 109 y ss.).
Llegado el siglo XX, se impuso en el pensamiento político una concepción
un tanto más pesimista acerca de la democracia, en particular, sobre la posi-
bilidad de la participación democrática de las personas. La democracia fue
entendida como un método de selección de las élites rivales que compiten
entre sí y cuyo resultado hará que una de ellas triunfe y quede encargada de
ejercer el gobierno de la sociedad. Held califica a esta visión de democracia
elitista competitiva y Del Águila de pluralista-competitiva.

CC
[…] La democracia en este modelo [pluralista-competitivo] podría caracterizarse por:
1) Ser un sistema para elegir élites adecuadamente preparadas y autorizar gobier-
nos, y no, en cambio, un tipo de sociedad o de régimen que debiera cumplir objeti-
vos morales (tales como el autogobierno o la protección de los individuos, por ejem-
plo). 2) El sistema de selección de élites consiste en la competencia entre dos o
más grupos autoelegidos de políticos (organizados normalmente como partidos polí-
ticos) que se disputan el voto de los ciudadanos con una cierta periodicidad. 3) El
papel de los votantes no es el de deliberar y decidir sobre cuestiones políticas y des-
pués elegir representantes que las pongan en práctica, más bien se trata de elegir a
las personas que adoptarán de hecho esas decisiones. (Del Águila, 2003: 149)

Sobre la base de estos parámetros, quien introdujo una incisiva crítica a la


noción clásica de democracia y, en particular, a la democracia representativa
fue Joseph Schumpeter. En su opinión, en la democracia no es el pueblo quien
gobierna realmente, sino, más bien, la élite política encargada de administrar
las estructuras gubernamentales. El eje de su crítica a la visión clásica de
democracia pasó por poner en tela de juicio “la afirmación de que «el pueblo»
tiene una opinión definida y racional sobre toda cuestión singular y que lleva a
efecto esta opinión –en una democracia– eligiendo «representantes» que cui-
darán de que esa opinión sea puesta en práctica”. En esa perspectiva clásica,
la “elección de los representantes se considera como el fin que se subordina
al fin primero del sistema democrático, que consiste en investir al electorado
del poder de decidir las controversias políticas” (1996: 343). Schumpeter
propone invertir esa ecuación.

CC
[…] El papel del pueblo es crear un gobierno o algún otro organismo interme-
diario, el cual crearía, a su vez, un ejecutivo nacional o gobierno. Entonces […]
método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisio-
nes políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio
de una lucha de competencia por el voto del pueblo. (Schumpeter, 1996: 343)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


271

A su vez, para Schumpeter, el “éxito” de la democracia está dado por la capa-


cidad constante de reproducción que dicho régimen posee, lo que depende
de la competencia con que es posible enfrentar los problemas corrientes
de forma tal que se considere aceptable por todos los grupos que cuentan
políticamente y sin que se creen situaciones que obliguen a estos a recurrir
a métodos no democráticos. Y eso no solo depende de la existencia de un
relativo grado de libertad individual –particularmente, de libertad de discusión
y de prensa–, sino también de ciertas condiciones políticas fundamentales
(Schumpeter, 1996: 368 y ss.):

1. Los gobernantes, funcionarios y representantes políticos deben estar dota-


dos de una “calidad suficientemente elevada” para hacer frente a los asun-
tos de Estado.
2. El “dominio efectivo de la decisión política”, es decir, de la esfera en que
se decide sobre el “fondo” y sobre la “forma” de las cuestiones que deben
ser afrontadas por los gobiernos, “no debe ser demasiado dilatado” en el
tiempo.
3. La existencia de una burocracia “bien capacitada, que goce de buena repu-
tación y se apoye en una sólida tradición, dotada de un fuerte sentido del
deber y de un spirit de corps no menos fuerte”.
4. Una fuerte dosis de “autodisciplina democrática” mediante la cual se den
formas negociadas de resolución de conflictos y no existan obstrucciones
constantes al gobierno democrático, en el marco de un “alto grado de tole-
rancia para las diferencias de opinión”.

De este modo, para este autor, la democracia requiere tanto de un gobierno


altamente competente y capacitado para hacer frente a los asuntos públicos,
y que procese dichos asuntos con celeridad, eficacia y eficiencia, como de
un sistema político que funcione sobre la base de pautas legales y culturales
convergentes en la resolución de conflictos y en los vínculos políticos estruc-
turados entre sus principales actores.
Simultáneamente a esta “visión elitista” de la democracia, elaborada por
Schumpeter, se desenvolvió la denominada “visión pluralista” de la demo-
cracia, cuyo mayor exponente fue Robert Dahl. Para este autor, el escenario
político está constituido por numerosos grupos de poder –grupos de interés
o partidos– que representan diferentes intereses y entre los que se estable-
cen dinámicas relaciones de intercambio y fuerza. El poder no es acumulativo
y está efectivamente disperso entre los numerosos grupos existentes en la
sociedad. “Hay múltiples centros de poder, ninguno de los cuales es comple-
tamente soberano”, sostuvo Dahl (1967: 54). En este marco, la política es
entendida como la conformación fluida y cambiante de coaliciones de grupos
e intereses que tienden a influir en la política pública.
Desde sus primeros textos, Dahl abordó la democracia estableciendo un
contrapunto entre lo que denominó la “democracia madisoniana” y la “demo-
cracia populista”. La teoría madisoniana postula “una república no tiránica”
mediante “un compromiso entre el poder de las mayorías y el de las minorías,
entre la igualdad política de todos los ciudadanos adultos, por un lado, y el
deseo de limitar su soberanía por el otro” (1989a: 13). La teoría populista pro-
clama que “una organización es democrática si, y solo si, el proceso de llegar
a la política gubernamental es compatible con la disposición a la soberanía
popular y con la condición de la igualdad política”.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


272

La “disposición de la soberanía popular” se cumple si “la alternativa ele-


gida y aplicada como política gubernamental es la que tiene más consenso
entre sus miembros”, siempre que antes hayan existido “diversas opciones de
política”. Y la “condición de igualdad política” se cumple si “el control sobre
las decisiones gubernamentales está compartido de tal manera que, siempre
que se perciba la existencia de alternativas políticas, en la elección de la que
hay que aplicarse como política gubernamental, la opción de cada miembro
tenga asignado un valor igual” (Dahl, 1989a: 54).
Así, indica que cuando se observan todas las experiencias históricas en
donde se desarrollan democracias se puede apreciar que en ellas se dan
ciertas condiciones. Durante la “etapa de elección” o “período de votación” –
incluido el período previo a la votación– se presentan tres condiciones:

1. “Cada miembro de la organización realiza los actos que supone constitu-


yen una expresión de su preferencia entre las alternativas programadas, o
sea, cada miembro vota”.
2. “Al tabular estas expresiones (votos), el valor asignado a la elección de
cada individuo vota”.
3. “La alternativa con el mayor número de votos se declara elección
triunfadora”.
4. “Cualquier individuo que percibe un conjunto de alternativas, por lo menos
uno que él considere preferible a cualquiera de las alternativas actualmen-
te programadas, puede insertar su alternativa (s) preferida (s) entre las que
están programadas para la votación”.
5. “Todos los individuos poseen información idéntica sobre las alternativas”.
6. “Las alternativas (líderes o políticas) con el mayor número de votos, despla-
zan a otras alternativas (líderes o políticas) con menor cantidad de votos”.
7. “Se ejecutan las órdenes de los funcionarios elegidos”. Y durante el perío-
do entre elecciones, se observan las siguientes condiciones:
8. a. “O que todas las elecciones entre las elecciones sean subordinadas
o ejecutorias con respecto a las que surjan durante la etapa de las elec-
ciones, es decir, que en cierto sentido las elecciones son controladoras”.
b. “O que las nuevas decisiones durante el período entre las elecciones se
encuentren regidas por las siete condiciones anteriores, aunque operando
bajo circunstancias institucionales más bien diferentes. O ambas cosas”
(Dahl, 1989a: 92-96).

La aplicación de estas ocho condiciones configura una “poliarquía”. Para Dahl,


la democracia también supone el proceso por medio del cual “los ciudadanos
comunes ejercen un grado relativo de control sobre los dirigentes” (1989a:
11). Pero también, “el gobierno democrático se caracteriza fundamentalmente
por su continua aptitud para responder a las preferencias de sus ciudadanos,
sin establecer diferencias políticas entre ellos”, es decir, configura un “siste-
ma político entre cuyas características se cuenta su disposición a satisfacer
entera o casi enteramente a todos sus ciudadanos” (1989b). Para que ello
ocurra, se deben dar ciertas condiciones políticas fundamentales:

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


273

“[…] Para que un gobierno responda durante un período de tiempo dado a las prefe-
rencias de sus ciudadanos sin distinciones políticas, todos ellos deben tener igual dad de
oportunidades para:
1. Formular sus preferencias.
2. Manifestar públicamente dichas preferencias entre sus partidarios y ante el gobierno,
individual y colectivamente.
3. Recibir por parte del gobierno igualdad de trato; es decir, este no debe hacer discri-
minación alguna por causa del contenido o del origen de tales preferencias”. (Dahl,
1989b: 13 y 14)

Y esas tres condiciones requieren, a su vez, de las siguientes “garantías


institucionales”: libertad de asociación, libertad de expresión, libertad de
voto, elegibilidad para el servicio público, derecho de los líderes políticos a
competir en busca de apoyo, derecho de los líderes políticos a luchar por los
votos, diversidad de fuentes de información, elecciones libres e imparciales, e
instituciones que garanticen que la política del gobierno dependa de los votos
y demás formas de expresar las preferencias (Dahl, 1989b: 15).
No obstante, en el marco de un régimen asentado en estos ocho paráme-
tros, para que exista una “poliarquía” se tienen que dar dos condiciones fun-
damentales: el debate público y la capacidad de representación. La primera
dimensión hace referencia a “la amplitud con que [los regímenes] conceden
abiertamente, aplican públicamente, y garantizan plenamente [las] oportunida-
des institucionales, cuando menos a algunos miembros del sistema político
que quieran oponerse al gobierno”, es decir, “la amplitud con que facilitan la
oposición, el debate público o la lucha política”. Y la segunda dimensión remi-
te al “número de personas facultadas para participar, en un plano de mayor o
menor igualdad, en el control y discusión de la política del gobierno”, esto es,
“tener voz en un sistema de debate público” (Dahl, 1989b: 14 y 15).

CC
[…] El derecho a votar en elecciones libres e imparciales reúne las dos dimen-
siones [debate político y capacidad de representación]. Cuando un régimen ga-
rantiza este derecho a algunos de sus ciudadanos, se abre a un debate públi-
co más amplio. Pero el régimen será tanto más representativo cuanto mayor
sea el número de ciudadanos que gocen de este derecho. (Dahl, 1989b: 15)

Para el mencionado autor, no hay en la realidad ningún régimen, de dimen-


sión considerable, totalmente democratizado. Por lo tanto, prefiere denominar
“poliarquías” a los sistemas con mayor nivel de debate político y de nivel de
representación. “Cabría considerar las poliarquías como regímenes relativa-
mente (pero no completamente) democráticos; o, dicho de otra forma, las
poliarquías son sistemas sustancialmente liberalizados y popularizados, es
decir, muy representativos a la vez que francamente abiertos al debate públi-
co”, sintetiza el politólogo norteamericano (1989b: 18).
Posteriormente, Dahl centró su atención en la democracia ideal y la real,
llevando a cabo estudios importantísimos al respecto.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


274

PARA AMPLIAR

Para profundizar en este tema pueden consultarse los siguientes

AA textos.
Dahl, R. (1991), La democracia y sus críticos, Paidós, Buenos Aires.
Dahl, R. (1999), La democracia. Una guía para los ciudadanos,
Taurus, Madrid.

Entrevista a Robert Dahl sobre democracia

<https://www.youtube.com/watch?v=oPl4LkLH8_w>
(Traducir mediante la herramienta «subtítulos» de la plataforma
Youtube)

“Como mínimo, la democracia ideal debería exhibir los siguientes rasgos:


Participación efectiva. Antes de adoptar o rechazar una política, los miembros del demos
tienen la oportunidad de dar a conocer a los demás miembros sus opiniones al respecto.
Igualdad de votos. Los miembros del demos tienen la oportunidad de votar a favor o
en contra de una política, y todos los votos se computan igual.
Electorado informado. Los miembros del demos tienen la oportunidad, dentro de un
período razonable, de aprender acerca de la política y sobre las posibles políticas alterna-
tivas y sus consecuencias probables.
Control ciudadano del programa de acción. El demos, pura y exclusivamente, decide qué
asuntos se incluyen en la agenda de la toma de decisiones y cómo han de incluirse allí. De
este modo, el proceso democrático es “abierto”, en el sentido que el demos puede cambiar
las políticas de la asociación en cualquier momento.
Inclusión. Cada uno de los miembros del demos tiene derecho a participar en la aso-
ciación según hemos expuesto.
Derechos fundamentales. Cada uno de los rasgos necesarios de la democracia ideal pres-
cribe un derecho que constituye en sí un rasgo necesario de la democracia ideal: así, cada
miembro del demos tiene el derecho de comunicarse con otros; el derecho de que su voto
se compute igual que los votos de los demás; el derecho de recabar información; el derecho

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


275

de participar en idéntica condición que los otros miembros; y el derecho, junto con otros
miembros, de ejercer el control de la agenda. Por ende, la democracia es más que un mero
procedimiento político; necesariamente, también es un sistema de derechos fundamentales”
(Dahl, 2004: 45 y 46).

Para Dahl, estos rasgos ideales se han materializado en la mayoría de los


regímenes políticos de Europa y los Estados Unidos a partir del siglo XVIII. Y
se concretaron mediante una serie de “instituciones políticas”. En esas expe-
riencias históricas, estas instituciones adquirieron rasgos similares “a pesar
de diferencias significativas en la estructura constitucional”.

“Entre las más importantes [instituciones políticas], como es natural, se encuentra la ins-
titución misma de la representación, mediante la cual todas las decisiones y las políticas
de gobierno importantes son formuladas por funcionarios elegidos por el pueblo, que
rinden cuenta al electorado de su accionar. Otras instituciones importantes incluyen:
Elecciones libres, limpias y periódicas. Los ciudadanos pueden participar en dichas
elecciones tanto en calidad de votantes como de candidatos (si bien pueden imponerse
restricciones en términos de edad y residencia).
Libertad de expresión. Los ciudadanos pueden expresarse en público sobre una amplia
gama de temas políticamente relevantes sin temor al castigo.
Fuentes de información independientes. Existen fuentes de información política que no
se hallan bajo control del gobierno ni de grupo único alguno y cuyos derechos a publicar
información o difundirla de otro modo están protegidos por ley; es más, todos los ciuda-
danos tienen derecho a buscar y emplear dichas fuentes de información.
Libertad de asociación. Los ciudadanos tienen el derecho de formar organizaciones
políticas independientes y participar en ellas, incluidos los partidos y los grupos de interés.
[…] La relación entre estas instituciones y las características de una democracia ideal
que se realiza a través de aquellas puede resumirse de la siguiente manera. En una asociación
del tamaño de un Estado-nación, la representación resulta necesaria para la participación
efectiva y el control ciudadano del programa de acción; las elecciones libres, limpias y
periódicas también son necesarias para la participación efectiva y la igualdad de votos; y la
libertad de expresión, las fuentes independientes de información y la libertad de asociación
son todas necesarias para una participación efectiva, un electorado informado y el control
ciudadano del programa de acción” (Dahl, 2004: 46 y 47).

Según Dahl, para las expresiones contemporáneas del pensamiento democrá-


tico-liberal, la poliarquía marca la base normativa y procesal fundamental sin
la cual no puede desenvolverse un régimen político democrático, dado que
dicha base constituye, en definitiva, el sistema institucional mediante el cual
los gobiernos son democráticamente electos y se establecen y regulan los
mecanismos colectivos de toma de decisiones. No obstante, los mecanismos
de la poliarquía solo pueden funcionar como canal institucional del proceso
democrático si tiene vigencia efectiva el conjunto de reglas y derechos que
permitan la más amplia y segura participación de los ciudadanos, en forma
directa o indirecta, en las decisiones políticas de interés colectivo.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


276

LECTURA OBLIGATORIA

Held, D. (1998), La democracia y el orden global. Del estado moderno

OO al gobierno cosmopolita, parte III, Paidós, Buenos Aires.

6.3. Las visiones contemporáneas críticas


Tanto Schumpeter como Dahl, así como numerosos enfoques contemporáneos
ubicados en el pensamiento liberal, tales como las teorías económicas de la
democracia de Anthony Downs, Kenneth Joseph Arrow, James Buchanan, o
como las teorías liberales de la democracia de John Rawls, Friedrich Hayek y
Robert Nozick, dieron forma a un tipo de visión procedimental y formalista de
la democracia, que, por cierto, fue objeto de sustantivas críticas en el marco
de la teoría política contemporánea.

PARA AMPLIAR

Para ampliar información sobre estas teorías, véase:

AA Gonzalo, E. y Requejo, F. (1996), “Las democracias”, en Caminal


Badia, M. (coord.), Manual de ciencia política, Tecnos, Madrid.

En los años noventa, Cornelius Castoriadis marcó con contundencia las limi-
taciones de una interpretación de democracia asentada exclusivamente en la
idea de libertad negativa, en particular, porque dicha perspectiva se basa en
una disyunción infranqueable, por un lado, entre el Estado y el gobierno y, por
el otro lado, entre las personas y la sociedad.

CC
No hay duda de que el despliegue y la realización de esa libertad [libertad ne-
gativa] presupone disposiciones institucionales muy precisas, incluyendo cier-
tamente disposiciones «formales» y «de procedimientos»: los derechos indivi-
duales [...], las garantías judiciales [...], la separación de poderes, etcétera.
Pero las libertades que resultan son estrictamente defensivas. Todas esas dis-
posiciones presuponen –es el postulado tácito más o menos general en lo que
se conoce como filosofía política moderna– que enfrente hay un poder extraño
a la colectividad, que no se puede desplazar ni mermar, por esencia hostil y pe-
ligroso, cuya fuerza se trata de limitar en lo posible. (Castoriadis, 1995: 71)

A ello, Castoriadis añade que, en la democracia, los sujetos constituyen y


producen el sistema político en medio de un contexto en el que la libertad y
la igualdad se corresponden y determinan mutuamente.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


277

CC
Libertad al amparo de la ley -autonomía- significa participación en la posición
de la ley. Es una tautología decir que esta participación sólo realiza su libertad
si es posible para todos por igual, no en la letra de la ley, sino en la efectividad
social. Resulta entonces de inmediato la absurda oposición entre igualdad y li-
bertad, con la que nos machacan los oídos desde hace décadas. A menos que
se tomen como acepciones totalmente aparentes, ambas nociones se impli-
can recíprocamente. La posibilidad efectiva y equitativa de participar exige la
concesión efectiva para todos de las condiciones de cualquier orden de esta
participación. Las implicaciones de esto son a todas luces inmensas; abarcan
una parte considerable de la institución global de la sociedad [...]. No es posi-
ble entonces realizar aún una “democracia de procedimientos” que no sea un
fraude, a menos que se intervenga profundamente en la organización sustanti-
va de la vida social. (Castoriadis, 1995: 71)

En este mismo sentido, para Alain Touraine, cuando la democracia es reducida


a normas y procedimientos institucionales se está desvirtuando su significado
fundamental y, en el fondo, se la está negando. Para este pensador francés,
la democracia denota, antes que nada, un conjunto de mediaciones entre el
Estado y los actores sociales. Esas mediaciones son institucionalmente regu-
ladas por los mecanismos de la poliarquía, pero, en tanto prácticas sociales
protagonizadas por sujetos productores de lo social y no apenas por indivi-
duos, se ubican en el plano de la reproducción social y de la constitución del
sujeto como agente histórico.

CC
La democracia es en primer lugar el régimen político que permite a los actores
sociales formarse y obrar libremente. Los principios constitutivos de la demo-
cracia son los que rigen la existencia de los actores sociales mismos. Sólo hay
actores sociales si se combinan la conciencia interiorizada de derechos perso-
nales y colectivos, el reconocimiento de la pluralidad de los intereses y las
ideas, especialmente de los conflictos entre dominadores y dominados y, final-
mente, la responsabilidad de cada uno respecto de orientaciones culturales
comunes. Esto se traduce, en el orden de las instituciones políticas, en tres
principios: el reconocimiento de los derechos fundamentales, que el poder de-
be respetar, la representatividad social de los dirigentes y de su política y, por
último, la conciencia de la ciudadanía, de pertenecer a una colectividad funda-
da en el derecho. (Touraine, 1994: 321)

Si bien reconoce la imposibilidad de que la democracia se establezca y se


desarrolle sin las limitaciones institucionales típicas del estado de derecho
–esto es, sin la libertad negativa–, Touraine también afirma la insuficiencia de
esa condición para el desenvolvimiento y consolidación integral del proceso
democrático. Según él, tanto el ejercicio pleno de la ciudadanía mediante la
práctica regular del sufragio universal y de la participación política permanente
como la representatividad de los gobernantes y representabilidad de los inte-
reses y opiniones de los distintos sectores políticos y sociales, configuran dos
dimensiones y elementos constitutivos básicos de la democracia.
Es necesario para el proceso democrático que los derechos y libertades del
individuo estén institucionalmente garantizados, pero aun lo es más el ejerci-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


278

cio integral de la ciudadanía y de la participación política en la construcción de


la vida colectiva. Dicho de otro modo, para Touraine, la democracia se cons-
tituye como tal solo a partir de la interdependencia de la libertad negativa, la
ciudadanía y la representatividad. La libertad negativa no incluye ni supone el
ejercicio de la ciudadanía ni la condición de representatividad, sino que garan-
tiza apenas la protección de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos
frente a las eventuales coacciones del Estado. La democracia, más bien, con-
tiene y, al mismo tiempo, supera esta condición.

CC
Es en el momento en que se reconoce y se garantiza a través de instituciones
políticas y por la ley la distancia que separa al Estado de la vida privada cuan-
do existe democracia. Esta no se reduce a procedimientos, porque representa
un conjunto de mediaciones entre la unidad del Estado y la multiplicidad de los
actores sociales. Es preciso que sean garantizados los derechos fundamenta-
les de los individuos; es preciso, también, que estos se sientan ciudadanos y
participen en la construcción de la vida colectiva. Es necesario, por lo tanto,
que los dos mundos –el Estado y la sociedad civil–, que deben mantenerse se-
parados, estén igualmente ligados uno al otro por la representatividad de los
dirigentes políticos. (Touraine, 1995b: 43)

Por su parte, así entendida, la democracia implica como condición de funcio-


namiento la “autonomía de la pluralidad de actores sociales” que la producen
y reproducen cotidianamente a través de su participación política.

CC
La pluralidad de los actores políticos es inseparable de la autonomía y del pa-
pel determinante de las relaciones sociales. Una sociedad política que no re-
conoce esta pluralidad de las relaciones y los actores sociales no puede ser
democrática, aun si [...] el gobierno o el partido en el poder insisten en la ma-
yoría que los apoya y, por lo tanto, sobre su sentido del interés general.
(Touraine, 1995b: 43)

He aquí la diferencia teórico-conceptual básica de esta perspectiva con rela-


ción a la visión procedimental de democracia. La democracia liberal-procedi-
mental ubica su eje de gravitación en la institucionalidad estatal como garantía
de preservación de la esfera privada y autónoma del ciudadano. Solo en el
interior de ese ámbito –cuyos límites y dinámica no son más que aquellos que
análogamente configuran el mercado– el individuo puede proyectarse como tal
y lo puede hacer en la medida que es objeto de la libertad negativa.
En cambio, en el planteo desarrollado por Touraine, ese eje se traslada a
la relación articulada entre los actores sociales y el Estado, al mismo tiempo
que el individuo se convierte en agente histórico a través del ejercicio pleno de
la ciudadanía y de la representatividad de sus gobernantes y de sus intereses.
Ello conlleva, pues, una modalidad de ciudadanía que no tiene un carácter pasi-
vo ni se limita apenas al universo exclusivo de los derechos civiles y políticos
otorgados por el Estado al comprador-oferente y al votante, sino que supone un
conjunto de prácticas sociales y de mediaciones políticas protagonizadas, defi-
nidas y sustentadas autónomamente por una pluralidad de actores sociales.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


279

Charles Tilly, a su turno, aborda la democracia como un régimen que garan-


tiza efectivamente una serie de derechos fundamentales y “niveles relativa-
mente elevados de amplitud, igualdad, consulta y protección”, pero, para su
concreción, “precisa de la creación de una ciudadanía”, la que consiste en
“una serie de derechos y obligaciones mutuas que vinculan a los agentes
gubernamentales con categorías enteras de gente sometida a la autoridad del
gobierno” (Tilly y Wood, 2010: 249).
En este marco, el historiador inglés sostiene que la democracia es un “tipo
de régimen” que se materializa en “un conjunto de relaciones entre un gobier-
no y las personas sujetas a la jurisdicción de ese gobierno”. Esas relaciones
suponen “una serie de derechos y obligaciones mutuas, del gobierno para con
las personas y de las personas para con su gobierno”. Pero añade que “la
distinción entre la democracia y otros regímenes estriba en que, a diferencia
de la extraordinaria asimetría, la coerción, la explotación, el paternalismo y la
segmentación comunitaria que han caracterizado a la mayoría de los regíme-
nes políticos a lo largo de los siglos, la democracia establece un imperio de
la ley harto general y fiable”.

“Un régimen es democrático en tanto:


1. Existen unas relaciones regulares y categóricas, más que intermitentes e individuali-
zadas, entre el gobierno y sus súbditos (por ejemplo, por sí misma, la residencia legal
dentro de los territorios gobernados por el ejecutivo genera unas relaciones rutina-
rias con los agentes gubernamentales, con independencia de las relaciones que pueda
haber con otros patrones determinados o de la pertenencia a grupos étnicos concretos).
2. Estas relaciones incluyen a la mayoría de súbditos o a todos (por ejemplo, no existen
islas importantes de soberanía dentro del perímetro bajo el mandato del gobierno).
3. Estas relaciones son iguales para todos los sujetos (por ejemplo, no existen exclusiones
legales para impedir el ejercicio del voto o la ostentación de un cargo por motivos de
sexo o religión, ni se impone como criterio la propiedad).
4. Los funcionarios gubernamentales, sus recursos o sus actuaciones cambian para dar
respuesta a consultas colectivas vinculantes que se realizan entre los súbditos (por
ejemplo, los referéndum populares dictan la ley).
5. Los súbditos, especialmente, los miembros de las minorías, están protegidos de la
actuación arbitraria de los agentes del gobierno (por ejemplo, un proceso debidamen-
te instruido, y de un modo uniforme, precede a la encarcelación de cualquier indi-
viduo, con independencia de su categoría social)” (Tilly y Wood, 2010: 249 y 249).

Así, dentro de esta perspectiva, a través del concepto de democracia es posi-


ble apropiarse de la dimensión social de los escenarios históricos en los que
se estructura y, con ello, es posible conformar una perspectiva superadora de
aquella marcada por la impronta deontológica y formalista que signó la doc-
trina liberal decimonónica y la actual. Por lo tanto, en la perspectiva crítica, la
democracia deja de ser únicamente una instancia procedimental o una mera
derivación de las normas legales mínimas y necesarias para su reproducción
como régimen de gobierno. También deja de configurar el resultado de las tra-
diciones político-culturales de una sociedad o una consecuencia del derecho
natural o divino.
A diferencia de todo ello y considerando que el poder y sus expresiones
político-institucionales son una creación humana, esto es, resultan de la pro-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


280

ducción y reproducción de la sociedad, la democracia pasa a ser entendida


como un orden regularmente producido por los actores sociales a través de
su participación política, quienes, en razón de ello, se constituyen en sujetos
de ese proceso de creación y recreación. El individuo se proyecta como actor
responsable de las decisiones públicas y el orden político se constituye en
medio y resultado de esa proyección.
Uno de los principales exponentes de esta perspectiva es David Held, quien
basa su interpretación de la democracia sobre la base del “principio de autono-
mía” por el cual “los individuos deben ser libres e iguales en la determinación
de las condiciones de sus propias vidas”; esto solo es posible si resulta de
un proceso de “doble democratización” que suponga la “transformación inter-
dependiente” del Estado y de la sociedad civil. Del lado del Estado, es nece-
sario que el sistema de poder se halle circunscrito y regulado por un conjunto
específico de reglas y controles que se imponen a gobernantes y gobernados
por igual. Y, del lado de la sociedad, debe regir el principio de “autodetermi-
nación”, es decir, “los miembros de una comunidad política –los ciudadanos–
deben poder elegir libremente las condiciones de su propia asociación, y […]
sus elecciones, deben constituir la legitimación básica de la forma y la direc-
ción de la colectividad política”.
Según este autor, la posibilidad real de que los actores se desarrollen autó-
nomamente como “libres e iguales”, no solo supone la protección institucio-
nal frente al uso arbitrario del poder coactivo del Estado y la participación de
los ciudadanos en la determinación de las condiciones de su asociación, sino
también un conjunto de condiciones económicas, sociales y culturales que no
obstruyan o impidan aquella participación.

“Si bien los teóricos políticos de la democracia liberal a menudo divergieron en varios énfa-
sis, sus perspectivas –moderadas y radicales– siempre han tenido ciertos elementos en común
[…]. Estos incluyen: 1. La protección del uso arbitrario de la autoridad política y el poder
coercitivo (lo cual supone el respeto de la privacidad en todos los asuntos que no impliquen
un «daño» potencial y demostrable contra los demás). 2. La participación de los ciudadanos
en la determinación de las condiciones de su asociación por medio de la expresión de su con-
sentimiento respecto del mantenimiento y la legitimidad de las instituciones regulativas (lo
cual supone el respeto de la autenticidad y la razonabilidad de los juicios de los individuos).
3. La creación de las mejores circunstancias para que los ciudadanos puedan desarrollar su
naturaleza y expresar sus diversas cualidades (lo cual supone el respeto de las capacidades de
los individuos, su aptitud para aprender y explotar sus potencialidades). 4. La expansión de
las oportunidades económicas con el propósito de maximizar la responsabilidad de recursos
(lo cual supone que cuando los individuos se liberen de las cargas impuestas por las necesi-
dades físicas no satisfechas son más capaces de realizar sus fines)” (Held, 1998: 186 y 187).

Este es un aspecto central de la cuestión democrática tal como es abordada


e interpretada por estos pensadores y, particularmente, por Held. El proceso
democrático supone ciertas condiciones políticas, sociales, económicas y
culturales mínimas para que la democracia pueda ser producida y reproducida
como tal mediante la participación autónoma de los ciudadanos en la vida
pública. La representatividad de los gobernantes y sus políticas y el ejercicio
pleno de la ciudadanía implican una sociedad conformada por una pluralidad

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


281

de actores con autonomía organizacional y de conciencia, con alto nivel de


intervención y activa participación política en un marco de integración y desa-
rrollo material, institucional y cultural en torno a la idea de pertenencia a un
mismo sistema político y a una comunidad con una historia colectiva común.
Para Held, la democracia únicamente puede ser conceptualizada y abor-
dada a partir de la consideración de las condiciones históricas que inciden y
determinan de alguna manera su funcionamiento concreto debido a que “el
significado pleno de un principio no puede especificarse independientemente
de las condiciones de su aplicación”, lo que hace, en su opinión, que la teoría
de la democracia deba “ocuparse de aspectos teóricos y prácticos, de cues-
tiones tanto filosóficas como organizativas e institucionales”. En razón de ello,
plantea la necesidad de comprender la democracia equiparando los derechos
formales con las condiciones político-sociales reales. “Si se pretende que las
personas sean libres e iguales en la determinación de las condiciones de su
propia vida, y que disfruten de los mismos derechos y obligaciones en la espe-
cificación de un marco que genera y limita las oportunidades a su disposición,
deben estar en posición de disfrutar de un conjunto de derechos no solo en
principio, sino también en la práctica”, indica con precisión (1992: 342).
Estos aspectos no formaron parte de las preocupaciones centrales de las
concepciones minimalistas y liberales de la democracia. Tal como lo resalta
Held, la absolutización de las normas y procedimientos que fuera efectuada
por estos enfoques excluyeron del análisis las condiciones sociales, econó-
micas y culturales de la participación política y del ejercicio del gobierno. La
principal preocupación de los demócratas liberales se centró en el estableci-
miento de las reglas, los principios y procedimientos adecuados para impe-
dir la absolutización del poder, pero, como dice este autor, “ninguno de los
modelos de la democracia liberal es capaz de especificar adecuadamente las
condiciones que posibilitan la participación política de todos los ciudadanos,
por un lado, y el conjunto de instituciones gubernamentales capaces de regu-
lar las fuerzas que modelan realmente la vida diaria, por otro” (1992: 339).
En su opinión, estas deficiencias conducen, de alguna manera, a la configura-
ción de una visión restringida y parcial de democracia.

“[…] Un enfoque que se concentra en el «gobierno» tiende a dejar de lado la evaluación de


la relación entre los derechos formales y los derechos reales; entre el compromiso de tratar
a los ciudadanos como personas libres e iguales y las prácticas que lo quebrantan sistemáti-
camente; entre el concepto de Estado como una autoridad en principio independiente y la
intervención estatal en la reproducción de las desigualdades de la vida cotidiana; entre las
nociones de liderazgo político y partido político como estructuras concebidas para transpo-
ner la brecha entre el Estado y la sociedad, y las constelaciones de centros de poder que esas
estructuras no pueden penetrar. Ignorar estas cuestiones es asumir el riesgo de instalar una
«democracia» en el contexto de una red de circunstancias políticas, económicas y sociales
–desde los sistemas de poder de los grupos sociales más vigorosos hasta las organizaciones
internacionales del sistema de Estados y los flujos globales de los mercados de capitales– que
desafía el control y el alcance de cualquier modelo tradicional de gobierno ciudadano. Y
es asumir el riesgo de crear, con la mejor de las suertes, una forma muy parcial de política
democrática –una forma en que la inclusión de unos pocos está directamente relacionada
con la participación limitada, o la exclusión, de los demás” (Held, 1998: 189 y 190).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


282

Así, al contrario de la tradición liberal, pensar la democracia a partir de sus


“condiciones de aplicación” nos lleva a considerar que, si bien no hay demo-
cracia sin actores sociales, tampoco la hay si dichos actores no están en
condiciones reales de proyectarse en forma activa y autónomamente en la
vida política de la sociedad, es decir, de hacer uso efectivo del conjunto de
derechos civiles, políticos y sociales modernos. La democracia, por cierto, no
configura una forma de sociedad ni existe un conjunto determinado y específi-
co de condiciones socioeconómicas que puedan ser tomadas e interpretadas
como prerrequisitos lógicos o históricos necesarios para su desarrollo y persis-
tencia. Sin embargo, la democracia no puede institucionalizarse plenamente
en escenarios sociales cruzados por procesos que obstruyan o directamente
impidan el ejercicio pleno de la ciudadanía y la constitución de los individuos
como sujetos históricos y protagonistas centrales del juego político a través
de su participación directa en él.
Posteriormente, Guillermo O’Donnell desarrolló un abordaje integral de la
democracia política que, en cuanto a sus atributos constitutivos y condicio-
nes institucionales, se ubica en el mismo tono teórico de Held. Dicha concep-
tualización parte de la afirmación de que las “elecciones limpias e institucio-
nalizadas” constituyen el basamento fundamental de la democracia política.

“Llamo elecciones limpias a las que son competitivas, libres, igualitarias, decisivas e inclu-
yentes, y en las que puedan votar los mismos que, en principio, tienen el derecho de ser
elegidos, o sea, los que gozan de ciudadanía política. Si las elecciones son competitivas,
los votantes tienen ante sí por lo menos seis opciones: votar por el partido A; votar por
el partido B; no votar; votar en blanco; emitir un voto nulo; o adoptar un procedimiento
aleatorio para determinar cuál de las opciones anteriores pondrán en práctica. Además, los
dos partidos (como mínimo) que compiten deben contar con razonables oportunidades para
hacer conocer sus posiciones a todos los votantes, potenciales o efectivos. El voto también
debe ser libre, en el sentido de que los ciudadanos no son coaccionados al votar ni al tomar
sus decisiones acerca de a quién votar. Para que las elecciones sean igualitarias, todos los
votos deben computarse igualmente y sin fraude, independientemente de la posición social
u otras calificaciones de cada votante. Por último, las elecciones deben ser decisivas, en
varios sentidos. Uno, que los ganadores puedan ocupar los cargos correspondientes. Dos,
que los funcionarios electos, basándose en la autoridad que normalmente se asigna a sus
cargos, puedan tomar las correspondientes decisiones de políticas públicas. Tres, que esos
funcionarios concluyan sus mandatos en el plazo y/o en las condiciones estipuladas por el
correspondiente marco institucional. Que las elecciones sean competitivas, libres, igualitarias
y decisivas implica […] que los gobernantes puedan perderlas y –agrego– deben acatar el
resultado” (O’Donnell, 2007: 32 y 33).

No obstante, este atributo requiere, para su aplicación efectiva, de un conjunto


de “libertades concomitantes” a las elecciones y que tengan vigencia entre
una y otra elección a los fines de permitir la efectivización de esas eleccio-
nes. Como se vio, Robert Dalh enumera entre las libertades relevantes a las
de expresión, asociación e información. Pero, para O’Donnell, aunque esas
libertades favorecen la concreción de elecciones libres, no las garantizan
plenamente. En razón de ello, para este pensador es indecible enumerar el
conjunto de libertades políticas concomitantes a las elecciones libres, ya que

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


283

ellas “solo pueden derivarse inductivamente, tanto en lo que se refiere a cuá-


les deben ser incluidas como a los límites internos de cada una”. No obstante,
esas libertades políticas concomitantes, junto con un conjunto de condiciones
institucionales existentes en el plano del Estado, son atributos y condiciones
de la democracia política.

CC
La ciudadanía política consiste en la asignación legal y el goce efectivo de los
derechos y obligaciones implicados por la apuesta democrática: participación
en elecciones limpias e institucionalizadas y libertades “políticas” concomitan-
tes. Un régimen democrático (o democracia política, o poliarquía) presupone:
a) un Estado que delimita dentro de su territorio quiénes son considerados ciu-
dadanos políticos; y b) un sistema legal de ese mismo Estado que asigna la
ciudadanía política sobre una base universalista e incluyente. (O’Donnell,
2007: 48)

O’Donnell desarrolla una conceptualización de democracia que posee una


serie de características fundamentales ubicadas en los planos del régimen y
del Estado:

CC
La democracia política tiene cuatro características específicas que la diferencian
de todos los demás tipos políticos: 1) elecciones limpias e institucionalizadas;
2) una apuesta incluyente y universalista; 3) un sistema legal que promulga y
respalda –al menos– los derechos y libertades incluidos en la definición de un
régimen democrático; y 4) un sistema legal que excluye la posibilidad de legibus
solutus [esto es, alguien (un dictador, un rey, un partido de vanguardia, una junta
militar, una teocracia, etc.) que puedan anular o suspender las reglas legales
existentes, incluidas las que regulan su propia autoridad]. Las dos primeras ca-
racterísticas corresponden al régimen, la tercera y la cuarta al Estado, en espe-
cial, el sistema legal que es parte del mismo. (O’Donnell, 2007: 73)

En suma, a partir de lo señalado, es posible conceptualizar a la democracia


a partir de sus atributos constitutivos y de sus condiciones de aplicación. La
democracia se constituye como tal sobre la base de la aplicación concreta
del principio de la soberanía popular y del ejercicio autónomo de la ciudada-
nía, lo que indica que sus atributos constitutivos suponen con igual peso e
importancia:

1. La vigencia y regularización institucional de elecciones populares y libres


basadas en el sufragio universal, como medio específico para la selección
y designación de las autoridades gubernamentales.
2. La práctica recurrente de la ciudadanía con relación a los derechos y liber-
tades civiles, políticas y sociales modernos, y asentada sobre la base de la
participación político-social autónoma de los ciudadanos en el proceso de
gobierno y en los asuntos colectivos.

Por su parte, la concreción de estos atributos implica el desarrollo de ciertas


condiciones político-sociales de aplicación, tales como:

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


284

1. La existencia de un Estado eficiente con capacidad para garantizar la actua-


lización permanente de los referidos derechos y libertades civiles, políticos
y sociales a lo largo de todo su territorio y de toda la sociedad, y, al mismo
tiempo, organizado institucionalmente sobre la base de la división de pode-
res y susceptible de ser institucional y socialmente controlado –accounta-
bility– por parte de ciertas agencias específicas del mismo Estado –control
administrativo, legislativo y judicial– y de la misma ciudadanía.
2. La vigencia de condiciones sociales, económicas y culturales que, de alguna
manera, no obstruyan o imposibiliten y permitan o sean convergentes con
la efectivización concreta de la poliarquía, de la libertad negativa, de la ciu-
dadanía y de la participación política autónoma de las personas.

Pero ¿estas condiciones son necesarias y suficientes para la vigencia de una


democracia real?, ¿deben precederla o la democracia las debe o puede pro-
ducir?, ¿puede haber una democracia real sin este conjunto de condiciones
aun con variaciones y gradaciones sustantivas?

PARA AMPLIAR

Prestemos atención a lo que Guillermo O’Donnell señala al respecto

AA de la democracia, postulando la noción de “democracia delegativa”:


<http://pdfhumanidades.com/sites/default/files/apuntes/98%20
-%20O%20Donnell%20-%20Democracia%20delegativa%20
%2812%20copias%29.PDF>

Adam Przeworski manifiesta cierta preocupación acerca de este conjunto de


cuestiones y, en particular, sobre las “incapacidades” de las instituciones
democráticas para garantizar aquellas condiciones plenamente. En primer
lugar, plantea la necesidad de dar cuenta de cuáles de esas condiciones o
“incapacidades” son “contingentes” y cuáles son “estructurales”, es decir,
“inherentes a cualquier sistema de gobierno representativo”. Y, en segundo
término, se preocupa de los “límites” de las mismas.

CC
[…] ¿Cuánta igualdad económica y social puede generar la democracia? ¿Cuán
eficaces puede hacer los distintos tipos de participación? ¿Cuán efectivamen-
te puede equiparar a los gobiernos para que actúen según los mejores intere-
ses de los ciudadanos, y a los ciudadanos para que controlen a los gobiernos?
¿Hasta dónde puede proteger a todos al mismo tiempo, a unos de otros y del
gobierno? ¿Qué debemos esperar de la democracia? ¿Qué sueños son realis-
tas y cuáles son fútiles? (Przeworski, 2010: 34)

Este conjunto de cuestiones da cuenta, en palabras de este politólogo, de


los “límites y posibilidades del autogobierno”. Hace doscientos años, “nadie
podía imaginar lo que llegaría a ser la democracia”. Pero lo cierto es que “cua-
lesquiera que fuesen las intenciones de los arquitectos de las instituciones
representativas, los sistemas institucionales que crearon no evolucionaron

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


285

como ellos se proponían” y ello “no ocurrió meramente porque, a la larga,


las transformaciones sociales y económicas volvieron inoperantes las ideas
originales […], sino porque los arquitectos no anticiparon las consecuencias
inmediatas implicadas en sus planos” (Przeworski, 2010: 41).

PARA AMPLIAR

Para una revisión general de lo visto en esta unidad, sobre definicio-

AA nes, épocas y sistemas democráticos, véase el siguiente trabajo de Car-


los Fernández, presentado en la Facultad de Humanidades y Cien-
cias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata como
tesis de grado:
<http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.616/te.616.pdf>

LECTURA OBLIGATORIA

O’Donnell, G. (2004), “Notas sobre la democracia en América

OO Latina”, en La democracia en América Latina. Hacia una democracia


de ciudadanas y ciudadanos. El debate conceptual sobre la democracia,
PNUD, Nueva York, pp. 11-86.

1.

KK Luego de la lectura de la presente unidad, conteste las siguientes


preguntas:
a. ¿De dónde proviene el concepto de democracia y por qué configura
un concepto ambiguo?
b. ¿A qué hacen referencia las nociones de democracia directa y demo-
cracia representativa?
c. ¿Cuál era la concepción de democracia imperante en la antigüedad
griega?
d. ¿Cuál fue el aporte efectuado por la teoría política liberal a la tradi-
ción democrática? ¿En qué consiste el liberalismo político y por qué
Held denomina a este modelo como de democracia protectora?
e. ¿En qué se basa la concepción schumpeteriana de democracia?
f. ¿Por qué la democracia supone a la poliarquía como “base normativa
y procedimental fundamental”?
g. ¿Cuáles son los fundamentos de la concepción de democracia desen-
vuelta por Alain Touraine?
h. ¿Cuáles son, según Held, los elementos comunes de la democracia
liberal?

2.

KK Desarrolle la concepción de democracia desarrollada por Alain Touraine.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


286

3.

KK Desarrolle el concepto de democracia a partir de sus atributos constitu-


tivos y sus condiciones de aplicación.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


287

Los problemas de la democracia


Objetivos
•• Problematizar respecto de las dificultades que experimenta la democracia
en la actualidad.
•• Desarrollar en qué consistió la “despartidización” de la democracia.
•• Explicar por qué se produjo una crisis de representación política en los
últimos años.
•• Vincular la mencionada insuficiencia de la democracia con el surgimiento
de nuevos movimientos colectivos.
•• Reflexionar sobre las nociones de “democracia continua” y
“contrademocracia”.

7.1. Las promesas incumplidas y la democracia de


audiencias
La democracia, en tanto régimen representativo surgido como concepto y
como organización política en la segunda mitad del siglo XIX, se asentó en la
idea de que el pueblo debería gobernarse a sí mismo. Pero las democracias
contemporáneas asentadas en los ideales de autogobierno, igualdad y libertad
no cumplieron con los sueños que las moldearon como ideales de configura-
ción política y social.
Adam Przeworski ha dado cuenta de que las democracias contemporáneas
han provocado un descontento penetrante.

CC
La democracia, con todos sus cambiantes significados, ha enfrentado repetida-
mente cuatro desafíos que, en la actualidad, continúan provocando una insatis-
facción intensa y muy extendida. Esos desafíos son: (1) la incapacidad de ge-
nerar igualdad en el terreno socioeconómico, (2) de hacer sentir a la gente que
su participación política es efectiva, (3) de asegurar que los gobiernos hagan
lo que se supone que deben hacer y no hagan lo que no se les ha mandado
hacer, y (4) de equilibrar orden con no interferencia. Y, sin embargo, al mismo
tiempo la democracia siempre vuelve a despertar nuestras esperanzas.
(Przweworski, 2010: 33 Y 34)

Ya en 1984, Norberto Bobbio retomó la cuestión de lo que en numerosos


trabajos anteriores denominó la “transformación de la democracia”. Pero se
centró en un aspecto particular de toda esa discusión: “la diferencia entre los
ideales democráticos y la «democracia real»”, es decir, el “contraste entre lo
que había sido prometido y lo que se realizó efectivamente” (2007: 16). Y,

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


288

en ese sentido, el notable pensador italiano señaló seis “falsas promesas” o


“promesas incumplidas”.
Primero, el “nacimiento de la sociedad pluralista”:

CC
Partiendo de la hipótesis del individuo soberano que, al ponerse de acuerdo
con otros individuos igualmente soberanos, crea la sociedad política, la doctri-
na democrática había ideado un Estado sin cuerpos intermedios, [...] una so-
ciedad política en la que, entre el pueblo soberano, compuesto por muchos in-
dividuos (un voto por cabeza) y sus representantes, no existiesen las
sociedades particulares [...]. Lo que ha sucedido en los Estados democráticos
es exactamente lo opuesto: los grupos se han vuelto cada vez más los sujetos
políticamente pertinentes, las grandes organizaciones, las asociaciones de la
más diferente naturaleza, los sindicatos de las más diversas actividades, los
partidos de las más diferentes ideologías y, cada vez menos, los individuos. No
son los individuos sino los grupos los protagonistas de la vida política en una
sociedad democrática, en la que ya no hay un solo soberano, ni el pueblo o la
nación, compuesto por individuos que adquirieron el derecho de participar di-
recta o indirectamente en el gobierno, el pueblo como unidad ideal (o mística),
sino el pueblo dividido objetivamente en grupos contrapuestos, en competen-
cia entre ellos, con su autonomía relativa con respecto al gobierno central (au-
tonomía que los individuos específicos perdieron y que jamás han recuperado
más que en un modelo ideal de gobierno democrático que siempre ha sido re-
futado por los hechos). (Bobbio, 2007: 17 y 18).

Segundo, la “reivindicación de los intereses” referida a la “representación”:

CC
La democracia moderna, nacida como democracia representativa, en contrapo-
sición a la democracia de los antiguos, debería haber sido caracterizada por la
representación política, es decir, por una forma de representación en la que el
representante, al haber sido llamado a velar por los intereses de la nación, no
puede ser sometido a un mandato obligatorio. El principio en el que se basa la
representación política es exactamente la antítesis de aquel en el que se fun-
damenta la representación de los intereses, en la que el representante, al te-
ner que velar por los intereses particulares del representado, está sometido a
un mandato obligatorio [...]. [Sin embargo], jamás una norma constitucional ha
sido tan violada como la prohibición de mandato imperativo; jamás un principio
ha sido tan menospreciado como el de la representación política. Pero en una
sociedad compuesta por grupos relativamente autónomos, que luchan por la
supremacía para hacer valer sus intereses en contra de otros grupos, tal nor-
ma, tal principio, ¿hubiera podido ser realizado? Por encima del hecho de que
cada grupo tiende a identificar los intereses nacionales con los intereses del
propio grupo ¿existe algún criterio general que permita distinguir el interés ge-
neral del interés particular de este o de aquel grupo, o de la combinación de in-
tereses particulares de grupos que se ponen de acuerdo entre ellos en detri-
mento de otros? Quien representa intereses particulares tiene siempre un
mandato imperativo. ¿Dónde podemos encontrar un representante que no re-
presente intereses particulares? La respuesta es obvia, no lo vamos a encon-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


289

trar en los sindicatos de los cuales depende la estipulación de los convenios,


como los acuerdos nacionales sobre la organización y el costo del trabajo, que
tienen una gran importancia política. ¿En el Parlamento? ¿Pero qué es lo que
representa la disciplina de partido si no una abierta violación de la prohibición
de mandato imperativo? Aquellos que a veces huyen de la disciplina de partido
aprovechando el voto secreto ¿no han sido calificados como “francotiradores”,
es decir, como réprobos expuestos a la censura pública? Además de todo, la
prohibición de mandato imperativo es una regla sin sanción [...]. (Bobbio, 2007:
18 y 19)

Tercero, la “persistencia de las oligarquías”, pese a la promesa de la “derrota”


de las mismas:

CC
[...] El principio fundamental del pensamiento democrático siempre ha sido la
libertad entendida como autonomía, es decir, como capacidad de legislar para
sí mismo, [...] que debería tener como consecuencia la plena identificación en-
tre quien pone y quien recibe una regla de conducta y, por tanto, la eliminación
de la tradicional distinción, en la que se apoya todo el pensamiento político,
entre gobernados y gobernantes. La democracia representativa, que es la úni-
ca forma de democracia existente y practicable, es en sí misma la renuncia al
principio de la libertad como autonomía. [...] Naturalmente la presencia de éli-
tes en el poder no borra la diferencia entre regímenes democráticos y regíme-
nes autocráticos [...] No puedo olvidar que uno de los partidarios de esta inter-
pretación, Joseph Schumpeter, captó perfectamente el sentido cuando sostuvo
que la característica de un gobierno democrático no es la ausencia de élites si-
no la presencia de muchas élites que compiten entre ellas por la conquista del
voto popular [...]. (Bobbio, 2007: 20 y 21)

Cuarto, el “espacio limitado”, o sea, el hecho de que la democracia no ha


“conseguido ocupar todos los espacios en los que se ejerce un poder que
toma decisiones obligatorias para un completo grupo social”:

CC
[...] La democracia moderna nació como método de legitimación y de control
de las decisiones políticas en sentido estricto, o de “gobierno” propiamente di-
cho, tanto nacional como local, donde el individuo es tomado en consideración
en su papel general de ciudadano y no en la multiplicidad de sus papeles es-
pecíficos de feligrés de una iglesia, de trabajador, de estudiante, de soldado,
de consumidor, de enfermo, etc. Después de la conquista del sufragio univer-
sal, si todavía se puede hablar de una ampliación del proceso de democratiza-
ción, dicha ampliación se debería manifestar, no tanto en el paso de la demo-
cracia representativa a la democracia directa, como se suele considerar,
cuanto en el paso de la democracia política a la democracia social, no tanto en
la respuesta a la pregunta ¿quién vota? como en la contestación a la interro-
gante ¿dónde vota? [...]. (Bobbio, 2007: 21)

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


290

Quinto, el “poder invisible”, es decir, la “mafia, camorra, logias masónicas


atípicas, servicios secretos no controlados y protegidos de los subversivos que
deberían controlar”, persisten como una instancia “extremadamente visible”
en la democracia:

CC
Es bien conocido que la democracia nació bajo la perspectiva de erradicar para
siempre de la sociedad humana el poder invisible, para dar vida a un gobierno
cuyas acciones deberían haber sido realizadas en público [...]. Una de las razo-
nes de la superioridad de la democracia con respecto a los Estados absolutos
que [...] defendían con argumentos históricos y políticos la necesidad de que
las grandes decisiones políticas fuesen tomadas en los gabinetes secretos, le-
janos de las miradas indiscretas del público, está basada en la convicción de
que el gobierno democrático pudiese finalmente dar vida a la transparencia del
poder, al “poder sin máscaras”. [...] La obligación de la publicidad de los actos
gubernamentales es importante no sólo, como se dice, para permitir al ciuda-
dano conocer las acciones de quien detenta el poder y en consecuencia de
controlarlos, sino también porque la publicidad es en sí misma una forma de
control, es un expediente que permite distinguir lo que es lícito de lo que es ilí-
cito [...]. Está por demás decir que el control público del poder es más necesa-
rio por cuanto estamos en una época en la que los instrumentos técnicos de
los que puede disponer quien detenta el poder, para conocer con precisión to-
do lo que hacen los ciudadanos, ha aumentado enormemente, de hecho, es
prácticamente ilimitado. [...] El ideal del poderoso siempre ha sido el de ver
cualquier gesto y de escuchar cualquier palabra de sus sujetos (posiblemente
sin ser visto ni escuchado): hoy este ideal está a la mano. Ningún déspota de
la Antigüedad, ningún monarca absoluto de la Edad Moderna, aunque estuvie-
se rodeado de mil espías, logró tener toda la información sobre sus súbditos
que el más democrático de los gobiernos puede obtener del uso de los cere-
bros electrónicos. La vieja pregunta que recorre toda la historia del pensamien-
to político: “¿quién cuida a los cuidadores?” hoy se puede repetir con la si-
guiente interrogante: “¿quién controla a los controladores?” Si no se logra
encontrar una respuesta adecuada a esta pregunta, la democracia como adve-
nimiento del gobierno visible, está perdida. Más que de una falsa promesa en
este caso se trataría de una tendencia contraría a las premisas: la tendencia
ya no hacia el máximo control del poder por parte de los ciudadanos, sino, por
el contrario, hacia el máximo control de los súbditos por parte del poder.
(Bobbio, 2007: 23 y 24)

Sexto, el “ciudadano no educado”:

CC
En los discursos apologéticos sobre la democracia, desde hace dos siglos has-
ta ahora, jamás falta el argumento de acuerdo con el cual la única manera de
hacer de un súbdito un ciudadano es la de atribuirle aquellos derechos que los
escritores de derecho público del siglo pasado llamaron activae civitatis, y la
educación para la democracia se desarrolla en el mismo sentido que la prácti-
ca democrática [...]. [Sin embargo], en las democracias más consolidadas se
asiste impotentes al fenómeno de la apatía política, que frecuentemente invo-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


291

lucra a cerca de la mitad de quienes tienen derecho al voto. Desde el punto de


vista de la cultura política, estas son personas que no están orientadas ni ha-
cia los output ni hacia los input. Simplemente están desinteresadas por lo que
sucede [...] en el “palacio”. [...] En los regímenes democráticos [...] en el que
el porcentaje de votantes todavía es muy alto (pero va descendiendo en cada
elección), existen buenas razones para creer que esté disminuyendo el voto de
opinión y esté aumentando el voto de intercambio, para usar la terminología
ascética de los polítical scientist, el voto dirigido hacia los ouput, o para usar
una terminología más cruda, pero quizá menos mistificadora, el voto de cliente-
la, basado frecuentemente en la ilusión del do ut des (apoyo político a cambio
de favores personales). (Bobbio, 2007: 25 y 26)

En este conjunto de consideraciones, Bobbio aborda de manera magistral


las transformaciones de las democracias contemporáneas y sienta las bases
interpretativas de esos cambios.
Todo hacía evidente que la democracia representativa estaba en crisis y,
como señaló algunos años más tarde Sartori, el problema era que “ya no nos
satisface” y, en consecuencia, “reclamamos «más democracia», lo que quie-
re decir, en concreto, dosis crecientes de directismo, de democracia directa”.
Ello se ha reflejado en el aumento de los referendos y del gobierno de los son-
deos como una suerte de profundización de la democracia. Por cierto, todo
este directismo representa para el pensador italiano “una mayor democra-
cia”, pero de un tipo particular de democracia. Para que haya más democra-
cia, “a cada incremento de demo-poder debería corresponderle un incremento
de demo-saber”. De lo contrario, “la democracia se convierte en un sistema
de gobierno en el que son los más incompetentes los que deciden”, es decir,
“un sistema de gobierno suicida” (Sartori, 1998: 124 y 125).
Pero ello no es lo que ocurrió. Lo que se ha impuesto es lo que Bernard
Manin auguró en 1995: la conformación de una democracia de audiencias.
Esta, a diferencia de la democracia asentada en –y estructurada sobre la base
de– los partidos políticos que reflejaban y organizaban identidades sociales
traducidas al mundo de la política, se basa en el protagonismo de los lideraz-
gos personales en la escena pública.
Para Manin, el papel desempeñado por los partidos políticos fue determi-
nante de la institucionalidad democrática tradicional. Por ello denominó a la
democracia contemporánea como una “democracia de partidos” en la que “el
pueblo vota más por un partido que por una persona”, y en la que se generaba
un “notable fenómeno de estabilidad electoral” en cuyo marco los ciudadanos
no solo votaban “constantemente por el mismo partido”, sino que esas “prefe-
rencias de partidos” se transmitían de generación en generación. Se trataba,
sin más, de un “gobierno representativo” (Manin, 1998: 255).
Pero esta institucionalidad democrática se fue transformando y la meta-
morfosis del gobierno representativo tuvo como signo distintivo la personali-
zación de la vida política. Mientras que en los años setenta, “las preferencias
políticas eran explicables a partir de las características sociales, económicas
y culturales de los votantes” y ello, como se dijo, se canalizaba mediante los
partidos políticos, en los noventa, esto ya no era así, lo que se reflejaba en la
variación significativa de los “resultados electorales […] de unas elecciones
a otras, aun permaneciendo invariable el trasfondo socioeconómico y cultural
de los votantes” (Manin, 1998: 267).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


292

CC
La individualidad de los candidatos parece ser uno de los factores esenciales
de estas variaciones: las personas parecen votar de modo distinto de una
elección a otra dependiendo de la persona en particular que compita por su vo-
to. Los votantes tienden cada vez más a votar a la persona en vez de al parti-
do o al programa. Este fenómeno supone una desviación de lo que se conside-
raba como el comportamiento normal del voto en la democracia representativa,
generando la impresión de que estamos ante una crisis de la representación.
[…] Sin embargo, el papel predominante de las etiquetas de los partidos en
las elecciones es sólo la característica de un tipo particular de representación,
la democracia de partidos. Es igual de posible considerar la actual transforma-
ción como un retorno a un rasgo del parlamentarismo: la naturaleza personal
de la relación representativa. (Manin, 1998: 267 y 268)

Asimismo, observa también esta personalización de la representación política


en los gobiernos surgidos de este tipo de elecciones.

CC
[…] Los analistas llevan tiempo observando que en los países democráticos
hay una tendencia a la personalización del poder. En los países en los que el
jefe del ejecutivo se elige directamente, las presidenciales tienden a convertir-
se en la elección más importante y da forma al conjunto de la vida política. En
las naciones en las que el jefe del ejecutivo es también líder de la mayoría en
el parlamento, las campañas legislativas y las elecciones se centran en la per-
sona del líder. Los partidos siguen desempeñando un papel fundamental.
Proporcionan recursos cruciales tales como las redes de contactos e influen-
cias, la capacidad para la recolección de fondos y el trabajo voluntario de los
militantes, pero tienden a convertirse en instrumentos al servicio del líder. En
oposición al parlamentarismo, el jefe del gobierno, más que el parlamentario,
es considerado el representante par excellence. Sin embargo, como en el par-
lamentarismo, el vínculo entre el representante así definido y sus electores tie-
ne un carácter esencialmente personal. (Manin, 1998: 268)

Para Manin, esta transformación obedece a dos factores fundamentales. Por


un lado, “los canales de la comunicación política afectan a la naturaleza de
la relación representativa”, lo que no produce “una desviación de los princi-
pios del gobierno representativo”, pero sí “un cambio en los tipos de élites
seleccionadas” debido a que “mediante la radio y la televisión, los candidatos
pueden, de nuevo, volver a comunicarse directamente con sus circunscripcio-
nes sin la mediación de la red del partido”. Por cierto, “la televisión otorga
especial realce y fuerza a la individualidad de los candidatos” y “los medios
de masas […] favorecen determinadas cualidades personales: los candidatos
exitosos no son los notables locales, sino lo que calificaríamos de «persona-
jes mediáticos», personas que tienen un mejor dominio de las técnicas de la
comunicación mediática que otras” (Manin, 1998: 268 y 269).
Por otro lado, “el creciente papel de las personalidades a costa de los
programas es una respuesta a las nuevas condiciones en las que los cargos
electos ejercen su poder”. Dado que “a los candidatos les resulta más difícil
efectuar promesas detalladas” y que, al mismo tiempo, “el entorno en el que
actúan los gobiernos se ha vuelto mucho más complejo” y “el entorno al que

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


293

ha de enfrentarse cada gobierno es el resultado de las decisiones tomadas por


un creciente número de agentes”, en este contexto, “los problemas que han
de afrontar los políticos una vez en el cargo se vuelven cada vez más imprede-
cibles”. En suma, “cuando se presentan a un cargo, los políticos saben que
tendrán que enfrentarse a lo imprevisto; así que no están inclinados a atarse
las manos comprometiéndose con programas detallados” (Manin, 1998: 269).
Todo esto desplaza a los viejos partidos políticos de la escena de la repre-
sentación política y transforma la relación entre gobierno y ciudadanía de
manera sustantiva.

“El hecho crucial es que, en la democracia de audiencia, los canales de la comunicación


pública (periódicos, televisión, etc.) son en su mayor parte políticamente neutrales, es decir,
no partidistas. Esto no significa por supuesto que estos canales de información ofrezcan un
reflejo no distorsionado de la realidad. Introducen sus propias distorsiones y prejuicios.
Pueden tener incluso sus propias preferencias políticas, pero no están vinculados estructu-
ralmente con los partidos que compiten por los votos. Razones tecnológicas y económicas
han conducido al declive de la prensa partidista. Ahora los partidos políticos no suelen
tener sus propias publicaciones de amplia circulación. Además, la radio y la televisión están
establecidas sobre base no partidista. El auge de los medios populares no partidistas tiene
una importante consecuencia: sean cuales sean sus preferencias políticas, todo individuo
recibe la misma información sobre un determinado asunto que cualquier otro. Por supuesto,
las personas siguen formándose opiniones divergentes sobre cuestiones políticas, pero su
percepción de la propia cuestión tiende a ser independiente de las inclinaciones partidistas
individuales. Esto no significa que los temas y los hechos -como algo distinto de los juicios-
sean percibidos de modo objetivo, sin distorsión por parte del medio de comunicación, sino
sencillamente que son percibidos de un modo relativamente uniforme a lo largo del espectro
de las preferencias políticas. Por el contrario, cuando la prensa se encuentra en gran parte en
manos de los partidos políticos (como en la democracia de partidos), la fuente de informa-
ción de cualquiera es seleccionada según sus inclinaciones partidistas; los hechos y los temas
son considerados tal y como los presenta el partido al que se vota” (Manin, 1998: 269).

Sin dudas, las tendencias observadas por Manin signaron el proceso político
contemporáneo.
Por cierto, “el ideal democrático hoy no tiene rival” en todo el mundo, pero
los regímenes democráticos son objeto de amplias y numerosas críticas. Y
esas críticas, como señala Rosanvallon, derivan de “la erosión de la confian-
za de los ciudadanos en sus dirigentes y en las instituciones políticas”, refle-
jada en la abstención electoral, el individualismo en expansión, el repliegue a
la esfera privada, la declinación de la voluntad política y la aparición de élites
alejadas del pueblo. Pero ello ha tenido como contraparte, las “distintas for-
mas de ceguera o de renunciamiento de los gobernantes”. Se trata, sin más,
de la “traición a una promesa”, en cuyo marco las sociedades han reaccio-
nado “a las disfuncionalidades originales de los regímenes representativos”.

CC
Históricamente, la democracia se ha manifestado siempre como una promesa y
un problema a la vez. Promesa de un régimen acorde con las necesidades de la
sociedad, fundada sobre la realización de un doble imperativo de igualdad y auto-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


294

nomía. Problema de una realidad que a menudo está muy lejos de haber satisfe-
cho estos nobles ideales. El proyecto democrático ha quedado siempre incumplido
allí donde se lo proclamó, ya sea que haya sido groseramente pervertido, sutilmen-
te limitado o mecánicamente contrariado. […] Las democracias realmente existen-
tes han quedado inacabadas o incluso confiscadas, en proposiciones muy varia-
bles según cada caso. De allí que el desencanto haya convivido permanentemente
con las esperanzas que hicieron nacer las rupturas con los mundos de la depen-
dencia y el despotismo. El principio de la construcción electoral de la legitimidad
de los gobernantes y la expresión de la desconfianza ciudadana respecto de los
poderes han estado así prácticamente siempre vinculados. (Rosanvallon, 2007: 22)

Por lo tanto, la historia de la democracia ha estado signada por las tensiones


derivadas de las bases de la conformación de gobiernos representativos:
la legitimidad y la confianza. La legitimidad es procedimental y deriva de la
elección de los gobernantes. Pero la confianza es algo más intrincada y com-
pleja. Para Rosanvallon, constituye una “institución invisible” que amplía la
calidad de la legitimidad agregándole un basamento moral y sustancial, así
como también favorece “el carácter de continuidad en el tiempo de esa legi-
timidad ampliada”. Y es un “economizador institucional” en la medida que
“permite ahorrarse todo un conjunto de mecanismos de verificación y prueba”
(2007: 23). En las democracias reales, la disociación entre la legitimidad y la
confianza “ha sido la regla”, es decir, se ha mantenido y hasta ampliado la
legitimidad, pero se ha ido esmerilando la confianza.

LECTURA OBLIGATORIA

Przeworski, A. y otros (1998), Democracia sustentable, parte I,

OO Paidós, Buenos Aires,

7.2. Indiferencia ciudadana y despartidización de la


democracia
Como despunta en el apartado anterior, la democracia participativa clásica
estaba asentada en un “demos «participativo» interesado e informado sobre
política”. Pero ello contrasta con una evidencia actual significativa: “el alto
grado de desinterés y de ignorancia del ciudadano medio” que forma parte de
las democracias contemporáneas (Sartori, 1998: 125).
Se trata de una suerte de despolitización recurrente o, en términos de Peter
Mair, de “indiferencia hacia la política, de una parte, y hacia la democracia,
de la otra”. Para este autor, el problema no reside en la desconfianza hacia la
política y los gobiernos, sino en la falta de interés. “La hostilidad que algunos
ciudadanos claramente sentían hacia la clase política [parece] menos impor-
tante que la indiferencia con la que muchos más ciudadanos veían el mundo
político en general”. Para este politólogo, más allá de la confianza o descon-
fianza que generan, lo importante era si se los ve “realmente vinculados a las
situaciones vitales de los ciudadanos” (2013: 22 y 23).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


295

Pero lo significativo de la indiferencia ciudadana respecto de la política y


la democracia no deriva solo de los cambios producidos en los valores y las
concepciones de los ciudadanos, sino que está fundamentalmente agravada
por las “nuevas retóricas” que comenzaron a emplear, desde los años noven-
ta, diferentes dirigentes políticos de la derecha y de la izquierda, así como en
un “creciente sentimiento antipolítico” difundido ampliamente por la prensa y
cierta literatura especializada, en cuyo marco la política era “denigrada o deva-
luada”, haciendo que la “indiferencia [ciudadana] hacia la política fuera más
profunda” (Mair, 2013: 23).
En este contexto, la política dejó de “ejercer la «mano rectora» del gobier-
no” o, dicho de otro modo, dejó de “proporcionar oscilaciones desde arriba”
y “ayudar a los ciudadanos a buscar sus propias soluciones” (Mair, 2013:
23). Esto ha implicado una defección del gobierno respecto de sus funciones
dirigenciales y rectoras. Se trataba de “emplear la retórica de «la gente» para
poner de relieve la ruptura radical con los estilos del gobierno pasado”.

CC
En esta perspectiva, el gobierno se vuelve subordinado y deferente, y ya no
busca esgrimir su poder o incluso ejercer la autoridad. La importancia del go-
bierno disminuye mientras que la de las instituciones y prácticas no guberna-
mentales aumenta. (Mair, 2013: 24)

Exposición de Peter Mair sobre democracia y participación


ciudadana

<https://www.youtube.com/watch?v=ZDeB3D3TdIM>
(Traducir con la herramienta «subtítulos» de la plataforma Youtube)

A la retórica y a la visión de la dirigencia política también se sumó, en los


años noventa, cierta literatura especializada que apuntalaba el “sentimiento
antipolítico” y que estaba relacionada con “el papel de los políticos en la
elaboración de las políticas”. La política ofrecía soluciones “subóptimas”. Al
respecto, Mair destaca a Giandoménico Majone cuando este sostuvo que “el
papel experto en el proceso de elaboración de políticas era superior al político
porque el primero podía tener en cuenta mejor los intereses a largo plazo.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


296

CC
Por definición, los políticos trabajan sólo a corto plazo o, en todo caso, sólo
son capaces de comprometerse a corto plazo, por lo que ceder a los políticos
el control de la elaboración política, permitiendo que las decisiones estén do-
minadas por consideraciones del ciclo electoral, significa correr el riesgo de
que los resultados no sean óptimos. (Mair, 2013: 25)

En las democracias contemporáneas, la dimensión temporal configura un


aspecto fundamental del proceso gubernamental. Para Giandoménico Majone,
la rendija entre el cortoplacismo del político sometido al escrutinio electoral de
la ciudadanía y los profesionales abocados a abordar y resolver los problemas
complejos que requieren de una temporalidad mayor al corto plazo exigido por
el gobernante o el dirigente, constituye una cuestión central y un problema
fundamental para la democracia.

CC
El límite de tiempo inherente a la exigencia de elecciones a intervalos regulares es
una fuerte restricción al uso arbitrario por parte de los ganadores del concurso
electoral de los poderes que les otorgan los votantes. Al mismo tiempo, el hecho
de que los derrotados en las elecciones puedan aspirar a la victoria en las próxi-
mas elecciones, dentro de unos años, es un incentivo esencial para mantenerse
en el juego democrático. Pero si es cierto que la rendición de cuentas y la legitimi-
dad democrática dependen crucialmente del requisito de elecciones a intervalos
regulares, la segmentación del proceso democrático en períodos de tiempo relati-
vamente cortos tiene serias consecuencias negativas cuando los problemas que
enfrenta la sociedad requieren soluciones a largo plazo. Por lo tanto, se ha obser-
vado a menudo que, bajo la expectativa de la alternancia, los políticos democráti-
cos tienen pocos incentivos para desarrollar políticas cuyo éxito, si es que llega,
vendrá después de las próximas elecciones. (Majone, 1996: 1)

Es por esta razón que Mair sostuvo que, en los noventa, ni los ciudadanos, ni
los políticos “estaban dispuestos a privilegiar el papel de la toma de decisio-
nes política o partidaria”. Y, en este marco, señaló que se acabó la democracia
de partidos asentada en la participación popular.

CC
La era de la democracia de partidos ha pasado. Aunque los partidos permane-
cen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están
empeñados en una especie de competición que es tan carente de significado
que ya no parecen ser capaces de ser el soporte de la democracia en su forma
presente. […] El carácter cambiante de los partidos políticos tiene consecuen-
cias sobre la reputación, la legitimidad y la eficacia de la democracia moderna.
(Mair, 2013: 21)

Mair se refiere a Europa, pero cree que estos procesos tienen implicancias
en occidente y su abordaje analítico es adecuado para entender los procesos
políticos locales. En su perspectiva, la crisis de los partidos políticos como
instrumentos de la representación popular se asienta en un fracaso que tiene
dos dimensiones fundamentales.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


297

“Primero, […] los partidos son cada vez más incapaces de atraer a los ciudadanos de a pie,
que participan en menor número que nunca en las convocatorias electorales; además, su
apoyo a los partidos cada vez es menos consistente y muestran una renuencia creciente a
comprometerse con los mismos, ya sea afiliándose o identificándose con ellos. En este sen-
tido, los ciudadanos se están retirando de la participación política convencional. Segundo,
los partidos ya no constituyen una base adecuada para las actividades y el estatus de sus
líderes que cada vez más dirigen sus ambiciones a instituciones públicas externas, de las que
extraen sus recursos. Los partidos pueden proporcionar una plataforma necesaria a los líderes
políticos, pero cada vez más es el tipo de plataforma que se utiliza para saltar a otros cargos
y posiciones. En otras palabras, los partidos están fracasando a consecuencia de un proceso
de retraimiento o abandono recíproco, en virtud del cual los ciudadanos se retiran a su vida
privada o a formas de representación más especializadas y con frecuencia ad hoc, mientras
que los líderes de los partidos se retiran a las instituciones y sus términos de referencia cada
vez más son sus roles como gobernadores o cargos públicos. Los partidos están fracasando
porque la zona de interacción –el mundo tradicional de la democracia de partidos en el que
los ciudadanos interactuaban con sus líderes políticos y se sentían vinculados a ellos– se está
vaciando” (Mair, 2013: 34).

En este marco, el politólogo irlandés plantea el “final de la participación popu-


lar”, es decir, “la retirada y el distanciamiento populares de la política con-
vencional” y el consecuente “vaciamiento del espacio en el que cabría espe-
rar que la interacción ciudadana con los representantes políticos fuera más
estrecha y activa”. Todo esto es un síntoma, según este autor, del desinterés
ciudadano hacia la política y los partidos o, si se quiere, de la “creciente indi-
ferencia hacia la política convencional” por parte de “ambos lados del puente
democrático”, o sea, “tanto de la ciudadanía como de la clase política”. En
razón de ello, el vaciamiento es profundo (Mair, 2013: 35 y 36).

CC
La democracia de partidos, que normalmente ofrecía un punto de conexión y
un ámbito de participación para los ciudadanos y sus líderes políticos, se está
debilitando, con el resultado de que las elecciones y el proceso electoral se
convierten en poco más que partes «dignas» de la constitución democrática
moderna. Esto es, las elecciones tienen unas consecuencias prácticas cada
vez menores, porque la parte operativa, o «efectiva», de la constitución se está
trasladando a otro lugar. Este debilitamiento se expresa en la retirada ciudada-
na de la participación activa y el desinterés por la vida política convencional,
de un lado, y por la retirada de los líderes políticos a las instituciones estata-
les o de otro tipo. (Mair, 2013: 36)

El desinterés ciudadano por la política se expresa en una serie de hechos que


no necesariamente supone apenas una caída en los índices de participación
electoral. Según Mair, este fue descendiendo pausadamente a lo largo de las
últimas décadas en las democracias europeas, al mismo tiempo que se ha
manifestado una significativa volatilidad electoral entre los ciudadanos que
participan, con relación a sus preferencias partidistas.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


298

CC
[...] A medida que la participación popular se debilita y aumenta la indiferencia,
cabe esperar que incluso los ciudadanos que siguen participando sean más
volátiles, más inseguros y más aleatorios en la expresión de sus preferencias.
Si ya no dependen tantas cosas de la política, entonces es lógico esperar que
se debilite no solo la voluntad de votar, sino también el compromiso de los que
siguen participando. Las opciones probablemente serán más volubles y más
susceptibles de basarse en factores cortoplacistas. En la práctica esto tam-
bién significa que los resultados electorales serán cada vez menos predeci-
bles. Es probable que aumente la volatilidad electoral, que tengan más éxitos
nuevos partidos o candidatos y que los alineamientos tradicionales se vean
sometidos a mayor presión. La inconstancia va de la mano de la indiferencia.
(Mair, 2013: 46)

Relacionado con estas dos tendencias se ha observado el declive en el grado


de identidad o simpatía de los ciudadanos con los partidos políticos. La dismi-
nución de los votantes que afirman identificarse con un partido político ha sido
evidente en casi todos los países democráticos. Ello se refleja también en el
“voto dividido” mediante el cual los ciudadanos votan por diferentes partidos
en diferentes ámbitos electorales o niveles de gobierno. La existencia de “un
compromiso menos partidista y una fidelidad menos constante normalmente
van asociados con pautas de votos más variables y, por tanto, con mayor
propensión a dividir el voto”. Además, “los votantes también están menos
dispuestos a decidir el voto por anticipado –o son menos capaces de hacerlo–,
qué van a votar, y prefieren observar la campaña o incluso no mostrar interés
alguno hasta que se acerca el día de las elecciones”.

CC
[Hay] una falta de compromiso estable por parte de los votantes y, por tanto,
también una falta de interés. Así pues, no es sorprendente que esos votantes
también participen cada vez menos en actividades que requieren más dedica-
ción, ya sea asistir a mítines políticos, trabajar para un partido o candidato,
convencer a otros de que voten en un sentido determinado o incluso donar di-
nero. [...] Los votantes están cada vez menos dispuestos a participar más acti-
vamente; para mucho, al menos en lo que se refiere a la política convencional,
basta con ser meros espectadores. (Mair, 2013: 54)

Asimismo, ha declinado la afiliación partidaria. “Los ciudadanos también están


mucho menos dispuestos a asumir los compromisos y obligaciones relaciona-
dos con la afiliación a los partidos”, dice Mair. La tendencia a la disminución
de la afiliación partidaria ha sido significativa en todas las democracias.
En suma, “los ciudadanos se están retirando y distanciando de la política
convencional” en diferentes aspectos y sentidos y con distintos ritmos.

CC
[...] Cuando [los ciudadanos] votan –y esto ocurre con menos frecuencia que
antes, o en menores proporciones–, sus preferencias aparecen cada vez más
próximas al momento de la votación y están guiadas por consideraciones parti-
distas con menos frecuencia que antes. Por la razón que sea, [...] ahora hay
cada vez menos intransigentes y por tanto más y más ciudadanos que, cuando

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


299

piensan en política (si es que lo hacen), es más probable que lo hagan desde
consideraciones e influencias cortoplacistas. En este sentido, los electorados
se están desestructurando progresivamente, lo que deja a los medios de co-
municación más espacio para fijar las agendas y exige un esfuerzo electoral
mucho mayor a partidos y candidatos. En suma, [hay] un comportamiento elec-
toral que cada vez es más contingente y un tipo de votante cuyas opciones pa-
recen cada vez más accidentales o incluso fortuitas. (Mair, 2013: 59)

Entretanto, siguiendo con la reflexión de Mair, una de las consecuencias más


notables del final de la participación popular ha sido la transformación de los
partidos políticos y de los gobiernos de partidos en dos sentidos fundamenta-
les. Por un lado, la reducción de la “intensidad de la polarización ideológica”
de los partidos y la emergencia de “un nuevo consenso centrista” en los
gobiernos. Por otro lado, el surgimiento del “gobierno compartido”, es decir,
“en la política contemporánea es cada vez más difícil que un partido o bloque
de partidos monopolice el poder”, haciendo que la “política sea menos parti-
dista” (Mair, 2013: 67).
Estos cambios han ido a la par de la pérdida de la cohesión electoral de los
partidos. Estos “se han vuelto considerablemente menos cohesivos” y, asi-
mismo, “se han vuelto más atrapalotodo electoralmente, de modo que ya no
se dirigen primordialmente a su antigua base social, sino que intentan ampliar
sus grupos de apoyo”. Las bases sociales de los partidos han comenzado a
reducirse y a fragmentarse, y los votantes están más “particularizados” que
antes. Por lo tanto, los partidos han aprendido a “hacerse más atractivos
para aquellos segmentos del electorado que en el pasado parecían fuera de
su alcance”. No solamente “el voto se ha vuelto más volátil y desligado”, sino
que los partidos también se transformaron allanándose a “la pugna pro esló-
ganes socialmente inclusivos a fin de obtener el apoyo de electorados social-
mente amorfos” (Mair, 2013: 71 y 72).

“[...] La tendencia al declive de las identidades colectivas en el seno de los electorados occi-
dentales, fruto de procesos socioeconómicos o socioculturales más o menos compartidos,
se ha visto acentuada a nivel político por el comportamiento y las estrategias de partidos
políticos rivales, y una de las consecuencias de esto ha sido debilitar los fundamentos par-
tidistas en la elaboración de la política y en el gobierno. Dada la falta de grupos de apoyo
coherentes y relativamente duraderos, no queda mucho que permita a los partidos construir
o identificar alineamientos estables. Por supuesto, los grupos de apoyo ad hoc que inevi-
tablemente se crean durante las campañas electorales también pueden caracterizarse por
distintos conjuntos de preferencias, conjuntos que pueden competir entre sí de manera más
o menos marcada; pero difícilmente se aproximarán a los duraderos intereses e identidades
que caracterizaron a las bases sociales tradicionales de la política de división y, por lo tanto,
es improbable que los líderes políticos perciban en ellos -o supongan- el mismo grado de
convicción. Es en este sentido que el catch-all en política, como las condiciones sociales que
lo favorecen, excluye el partidismo” (Mair, 2013: 72).

Todo esto se ha dado en Europa, pero también en América Latina, entre otras
regiones del mundo.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


300

LECTURA OBLIGATORIA

Mair, P. (2013), Introducción y capítulo 1, en Gobernando el vacío.

OO La banalización de la democracia occidental, Alianza Editorial, Madrid.

7.3. Crisis de representación


La democracia contemporánea está atravesando una crisis que tiene como
una de sus expresiones más significativas la mutación o metamorfosis de
la representación basada en “una transformación hacia otros vínculos en la
comunidad política caracterizados por un papel central de los liderazgos mediá-
ticos en la constitución de identidades políticas o por la presencia directa de
los ciudadanos, quienes en ciertas circunstancias parecen preferir autorrepre-
sentarse” (Cheresky, 2006: 12).

Conferencia de Isidoro Cheresky sobre los fenómenos contemporáneos


de la política y las problemáticas en torno a la representación.

<https://www.youtube.com/watch?v=E1Beawoi2RI>

La mediatización de la política ha sido determinante para esta metamorfosis


de la representación política. Y la pérdida de la “función representativa” de
los partidos políticos constituye un aspecto fundamental de la misma. La
secuela de esto es la conversión de los partidos políticos en “dispositivos ins-
titucionales que se ofrecen como canales de la competencia política, es decir,
depositarios de lazos de identificación acotados o circunstanciales”. Como
señala Cheresky, si bien ciertas organizaciones partidarias mantienen rasgos
organizativos tradicionales, el “sustento social y militante” de las mismas se
ha reducido. Pero la mayoría de los partidos actuales, en verdad, “ya no son
los de antes” y “giran en torno a liderazgos de popularidad” que “no concitan
lazos identitarios permanentes y masivos”.
Se trató de una mutación de envergadura estructural.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


301

CC
Al haberse transformado en dispositivos públicos con poco sustento social, in-
cluso en agencias semiestatales –es decir que habiendo sido emergentes de
la sociedad y mediadores entre sociedad civil y Estado se habrían convertido
en dispositivos públicos sostenidos por el Estado (partidos conformados por
profesionales, no por asociaciones ni por militantes de pura convicción)–, los
partidos no son representativos en el sentido tradicional o agentes de “agrega-
ción de intereses” […], sino que adquieren una independencia o disociación
de un sustento social que no se verificaba antaño. Para estos nuevos partidos
instrumentales no se trata tanto de conservar adherentes –como era el caso
en el pasado–, sino de conquistar un electorado. La función estructurante de
los partidos y dirigentes es mucho mayor, y ello es así porque han perdido la
base social o porque el lazo representativo se ha debilitado enormemente.
(Cheresky, 2006: 13)

De este modo, los dirigentes partidarios, divorciados de alguna base social,


solo apuntan a mantener su “popularidad”. Antaño, los partidos políticos, en
particular, los partidos de masas, “eran instituciones centrales en el juego
político porque en buena medida habían absorbido los canales de la represen-
tación política, y, en general, no había vida política por fuera de los partidos
políticos o desvinculada de ellos” (Cheresky, 2006: 14). Por lo tanto, la carrera
política de los dirigentes se desarrollaba dentro de los partidos políticos. Y
“no era concebible llegar a las candidaturas o a la representación o al poder si
no era por esa vía” (Cheesky, 2006: 14). Pero eso cambió significativamente.

“En la actualidad, los partidos son más bien un recurso instrumental, eventualmente susti-
tuible. Son cada vez más dispositivos electorales de los que se valen los líderes o las corrientes
políticas emergentes para competir y procurar conquistar la representación. Para ser can-
didato hoy se necesita un partido, pero este cada vez menos concita la adhesión ciudadana
per se. Es cada vez más inusual que el elector decida votar por tal o cual partido y cada vez
más notoria la selección por el candidato, variando aun según la coyuntura. O sea que la
sigla o partido está investida de un sentido presente atribuido por la conformación de la
escena pública, por la imagen del candidato, por los enunciados de los candidatos o de la
coalición que se ha constituido. De este modo, los partidos han pasado de ser organizadores
de la vida pública-política a ser meros intervinientes. No han sido desplazados por otras
organizaciones, sino que el espacio público se ha desestructurado o liberado, según como
se lo mire, y en él participan una diversidad de actores. La formación de opiniones y pre-
ferencias, las identificaciones colectivas, ya no los tienen como actores únicos o, a veces, ni
siquiera principales” (Cheresky, 2006: 14).

La vida política actual está atravesada de forma predominante por la “lógica


de la opinión” y sobre la base de esa lógica “se constituyen liderazgos de
popularidad, donde la comunicación política que da arquitectura a la escena
y a las identidades ciudadanas en formación es suministrada por los grandes
medios de comunicación” (Cheresky, 2006: 15).
Para Cheresky, el “espacio público” ha adquirido una amplitud y una centra-
lidad fundamentales en el sistema político contemporáneo. Pero en la época
en la que los partidos políticos tallaban el espacio público, estos determina-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


302

ban la representación política y la “lucha” política. En cambio, en la actualidad,


en el espacio público “no solo está en juego la legitimidad de la representa-
ción originada por los canales institucionales legales, sino que la propia repre-
sentación se ha ampliado, o ha dado lugar a nuevas pretensiones de repre-
sentación: se constituyen identificaciones en torno a rechazos y demandas
que transitan por canales e identidades ad hoc constituidas en ese espacio”
(Cheresky, 2006: 15). Y, en este ámbito, es determinante el papel jugado por
los medios de comunicación.

CC
El espacio público de las sociedades contemporáneas es sustancialmente di-
ferente, está poblado de ciudadanos cambiantes en sus adhesiones políticas y
es, en consecuencia, un ámbito de conquista de lealtades, de la persuasión
propia de la acción comunicativa. La reproducción de la legitimidad para los re-
presentantes políticos es, en este sentido, un desafío permanente. (Cheresky,
2006: 15 y 16)

El papel de los partidos políticos es poco relevante y, en verdad, “procuran


impulsar las articulaciones ofrecidas a los individuos ciudadanos”, sobre la
base de las “encuestas de opinión”, que son la “brújula” que guían esas arti-
culaciones. “El estado de la opinión construida en el espacio público se ha
convertido, entonces, en el punto de referencia sobre el que se desenvuelve
la vida política” (Cheresky, 2006: 16).

Al mismo tiempo, la política pierde contenido estratégico, mientras que el


coyunturalismo y el pragmatismo adquiere centralidad en la vida política.

CC
El pragmatismo parece más bien connotar la constitución de las escenas políti-
cas. Es la coyuntura, o la “agenda”, la que va delineando la diferenciación polí-
tica, quizás porque es indescifrable en los tiempos presentes; pero también
porque se ha desvanecido la representación de un rumbo estructurado, que
sustentaba las diferencias ideológicas. (Cheresky, 2006: 19)

Este proceso de “ampliación y fluidez del espacio público” proyecta a las elec-
ciones como la instancia central y determinante de la vida política contemporá-
nea y el proceso en el que se manifiesta la “expresión privilegiada de una ciu-
dadanía poco identificada con pertenencias asociativas o corporativas”, entre
ellas, con los partidos políticos. Las elecciones, en este contexto, “delimitan
el período de mayor intensidad política”, pero en circunstancias diferentes
de las del pasado. Sin embargo, el desapego ciudadano a la política y a los
partidos ha hecho que “los resultados de las elecciones [sean] generalmente
inciertos”. Es decir, “el ciudadano está ante opciones electorales, y para un
número creciente de ellos no es obvia la decisión del voto”.
Por lo tanto, la “fluctuación del voto es un estado continuo, que corres-
ponde mayormente a un electorado no alineado, es decir, que no se identifi-
ca permanentemente con una etiqueta partidaria”. Lo significativo es que esa
fluctuación del voto es abarcativa y permanente, en la medida que “no sólo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


303

fluctúa el voto entre elecciones, sino en el mismo proceso electoral o incluso


en el mismo acto electoral, cuando los ciudadanos votan por candidatos de
partidos diferentes según los cargos en disputa” (Cheresky, 2006: 17 y 18).
Los partidos políticos siguen constituyendo un instrumento fundamental
para el juego político democrático. Pero existe cierta desconfianza ciudadana
sobre ellos y lo que prima es el debilitamiento de la identidad partidaria. “Los
partidos como proveedores de una cosmovisión, que generaba adhesión per-
manente y suministraba estabilidad a la escena política, no tienen más vigen-
cia”, señala Cheresky (2006: 18).
En este contexto, adquieren una centralidad determinante los “líderes de
popularidad” que orientan sus acciones a “concitar adhesiones y dramatizar
redefiniciones”. Por su parte, las personas “dejan de ver a los líderes como
emergentes de una fracción a la que adhieren ineluctablemente” y la fideli-
dad a estos líderes es “más directa y menos comprometida”. Antes, la identi-
dad partidaria tenía “una tradición de mayor formalización, suministraba una
pertenencia relacionada con un programa, una tradición, ideales de los cua-
les eran depositarios una diversidad de individuos”. Ahora, aquella adhesión
se expresa “como opinión o como voto, pero no requiere de participación”
(Cheresky, 2006: 20). Y lo que prima es la imagen de un líder, no un progra-
ma de gobierno o político.
Asimismo, “el liderazgo de popularidad es, sobre todo, mediático”, y el líder
asienta su proyección en el “estilo personal”, que “aparece asociado al arbi-
trio del líder, a la concentración del poder y a la ausencia de deliberación”,
tanto en el proceso electoral y político como en el ejercicio del gobierno.

CC
[…] El líder de popularidad no es sólo el referente de legitimidad, aquel que ha
sido legitimado para gobernar y relega implícitamente a un segundo plano a
sus allegados, aun a aquellos que participan de responsabilidades representa-
tivas por el voto popular. Es también el que produce actos de gobierno sobera-
nos. Sus decisiones combinan un sentido de la acción pública derivada de los
resultados prácticos de la misma, con un estilo de decidir, anunciar y connotar
que es tan importante como esos resultados prácticos, y que con frecuencia
precipita otras consecuencias prácticas. El ejercicio del poder concentrado, el
decisionismo y el voluntarismo suelen tener apoyo ciudadano y reforzar la po-
pularidad. En ciertos sectores puede existir un componente de subordinación
autoritaria tradicional, pero lo dominante parece ser una expectativa más des-
encantada. (Cheresky, 2006: 21)

A diferencia de los liderazgos carismáticos de antaño, los líderes de populari-


dad contemporáneos están básicamente “sostenidos en la opinión pública por
una relación directa con ella” y su poder deriva de ello. Así, adquiere relevancia
una nueva forma de “personalismo político”.

CC
El personalismo político ha adquirido una nueva significación en el contexto de
la crisis de representación. Nuevos y renovados líderes han podido darse un
perfil que ha capturado las simpatías ciudadanas y han revalidado o han re-
constituido así las identidades políticas. Se han desarrollado en situaciones
en las que los partidos tradicionales y sus dispositivos para la acción pública

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


304

se han revelado inadecuados. Por ello, los líderes de popularidad, sean o no


sean jefes formales de los partidos y coaliciones con las que compiten electo-
ralmente, han subordinado a las estructuras. Su poder deriva de su crédito en
la ciudadanía y no del control de recursos organizacionales, aunque estos son
un requisito para el acceso al poder y para gobernar. (Cheresky, 2006: 22)

En suma, la videopolítica y la mediatización de la política han contribuido a


la despartidización de la política o, si se quiere, a una transformación política
en la que los partidos dejaron de constituir actores centrales de la escena e
instrumentos fundamentales de la representación política.

CC
[…] La vídeo-política tiende a destruir –-unas veces más, otras menos– el parti-
do, o por lo menos el partido organizado de masas que […] ha dominado la es-
cena durante casi un siglo. No se trata sólo de que la televisión sea un instru-
mento de y para candidatos antes que un medio de y para partidos; sino que
además el rastreo de votos ya no requiere una organización capilar de sedes y
activistas. (Sartori, 1998: 109 y 110)

A esto se añade que la democracia, en este contexto, se ve contrastada por


“los vívidos imperativos de la sobrevivencia que acucian fáctica e imaginaria-
mente a nuestros contemporáneos, y por los dispositivos institucionales que
la dan a ver como portadora de «promesas incumplidas»” (Cheresky, 2015:
281 y 282).

LECTURA OBLIGATORIA

Cheresky, I. (2015), El nuevo rostro de la democracia, Fondo de

OO Cultura Económica, Buenos Aires, capítulos 2, 7 y 8.

7.4. Nuevas acciones y movimientos colectivos


La mediatización y la despartidización de la política han contribuido a la con-
versión de la manifestación callejera en una forma privilegiada y corriente de
dramatización pública. Esta implica la “ocupación momentánea, por varias
personas, de un lugar abierto, público o privado, y que directa o indirectamente
conlleva la expresión de opiniones políticas”. Y, en ese sentido, “se despliega
en el mismo espacio que los cortejos procesionales, religiosos, corporativos
o festivos, que es también el de las insurrecciones, levantamientos y las con-
centraciones”. Pero se diferencia de estos dado que solo “expresa demandas
y a la vez afirma la identidad del grupo que las porta, introduce una relación
distanciada con el tiempo de la política, que deja de ser el de la inmediatez
y de la urgencia para volverse el del desvío posible, e intenta demostrar su

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


305

fuerza para así evitar la violencia”. Por ello, “requiere organizaciones dotadas,
sino de una estrategia, al menos de una capacidad relativa para controlar lo
que entonces deja de ser una multitud”, así como de “regímenes dispuestos
a admitir su especificidad o al menos la existencia de una esfera pública”.
También “privilegia las inmediaciones de lugares de poder o todo otro sitio
adecuado para llamar la atención”. Por ello, se trata de un “fenómeno urbano
ligado a la invención de la calle como espacio concreto de la protesta política”
(Fillieule y Tartakowsky, 2015: 24 y 25).
Para Fillieule y Tartakowsky, la manifestación es un “espacio de lucha” que
remite a cuatro elementos configurativos fundamentales. Primero, “la ocupa-
ción momentánea de lugares físicos abiertos, ya sean públicos (la calle) o
privados (una galería comercial, el hall de un hotel)”. Segundo, la “expresi-
vidad”, que constituye una “dimensión primordial” de la manifestación, y lo
es ya sea “para sus participantes como para los distintos públicos”, y como
forma de “presentación explícita de demandas sociales más o menos preci-
sas”. Tercero, la intervención de una “cantidad de participantes”, que implica
una “cantidad mínima de actores”. Y, cuarto, “la naturaleza de la demostra-
ción”, ya que “la manifestación debe traducirse o desembocar en la expresión
de reivindicaciones de naturaleza política o social” (Fillieule y Tartakowsky,
2015: 28 y 29).
Por su parte, tal como destaca Balandier, las dificultades de acceso a los
medios de comunicación por parte de numerosos actores políticos y sociales,
así como los constreñimientos para expresar públicamente sus intereses,
demandas y posiciones, ha favorecido la generalización de la manifestación
callejera como una modalidad de acción política rutinaria.

CC
[…] El escenario urbano se ha ido abriendo cada vez más a las manifestacio-
nes políticas. […] En las sociedades pluralistas, […] los poderes gozan de
un lugar de privilegio en los medios, en las pantallas sobre las que se proyec-
tan las imágenes políticas. La ciudad, la calle, continúan siendo los escena-
rios sobre los que la protesta despliega sus dramatizaciones; y cuando estas
adoptan una amplitud suficiente, pueden llegar a forzar su existencia mediáti-
ca. […] La manifestación callejera se ha convertido, en las sociedades de li-
bertad, en un medio institucionalizado o, casi, codificado y ritualizado, de
mostrar espectacularmente la oposición a determinadas decisiones de los
gobernantes, o de poner de relieve mediante el recurso a la dramatización
los efectos inaceptables de una situación económica o social. (Balandier,
1994: 134 y 135)

Para Balandier, la manifestación adquiere la forma de un “drama político que


expresa, al contrario de lo que hace el discurso político profesional, críticas
y reivindicaciones”. Su objetivo “no es la subversión”, sino que “informa al
poder”, es decir, “no lo amenaza de manera inmediata”, pero “pone en esce-
na una contestación controlada”. Pero en las sociedades contemporáneas,
las manifestaciones tienen objetivos y adquieren formas y desarrollos que
están orientados a la dramatización mediante la mediatización de la acción
colectiva.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


306

“[…] El objetivo [de la manifestación] queda definido por temas simples, plasmados en
las frases que se hacen constar en las pancartas, en los eslóganes o en las octavillas, y es
evocado por medio de símbolos o emblemas. El recorrido elegido no es neutral, comporta
necesariamente etapas significativas, permite sacarle provecho al simbolismo de los lugares.
El cortejo conforma una sociedad protestataria en movimiento y que se exhibe en el esce-
nario de la calle. […] Se halla reglamentada de acuerdo con convenciones bien precisas;
en cabeza se colocan, tras la pancarta principal, las figuras sindicales y políticas con mayor
renombre, luego, en función de las circunstancias, los parlamentarios electos portando los
emblemas y las «celebridades»; vienen enseguida las delegaciones representativas de profe-
siones o regiones y, cada vez con mayor asiduidad, los grupos de animación y los miembros
de movimientos minoritarios o marginales. El séquito hace manifiestos los poderes de la
contestación, pero no está menos sujeto a un orden estricto; los organizadores se encargan
de que todo esté bajo control, con el fin de que lo imprevisto no pueda ni alterar el sentido
de la demostración ni provocar que se degrade en motín. Su capacidad para mantener el
orden y el número de los convocados -del que las divergencias en su evaluación marcan la
importancia del acto- son las claves por las que se mide su éxito. Esta «obra» que se desarrolla
en la calle, y de la que los responsables dicen que al dar comienzo les coloca en la «situación
del actor» que espera que se alce el telón, se monta para ser vista allí mismo donde tiene lugar
o para ser transmitida por los medios y comentada” (Balandier, 1994: 134).

No obstante, la mediatización y la despartidización de la política también die-


ron lugar a la conformación de nuevos movimientos colectivos con acceso “a
un espacio público relativamente desregulado respecto del encuadramiento
gubernamental, partidario o corporativo”, que surgieron “en un contexto de
desinstitucionalización y creciente desidentificación ciudadana respecto de
las adscripciones partidarias y corporativas”, de otros movimientos sociales
e incluso de “nuevas redes y coaliciones políticas como sedimentos de los
liderazgos de popularidad exitosos” (Cheresky, 2015:232 y 233).
En la región, estos cambios, desencadenados en un marco de pauperiza-
ción social, “no son tan solo de signo político, sino también de instalación de
nuevos sujetos políticos” e incluyen un “retroceso del encuadramiento organi-
zacional de los individuos, de las disciplinas corporativas y partidarias”.

CC
En este contexto regional, la vida política está signada por una gran expansión
de las protestas y los vetos, promovidas unas y desencadenados accidental-
mente otros. Con frecuencia, la crisis económico-social acentúa el descontento
general y, al incrementarse la franja de pobres y excluidos, se inician contesta-
ciones de formato inédito. Las protestas a veces apuntan al veto de decisio-
nes, pero en general, desde el inicio o ulteriormente, derivan de los rechazos
de la clase política y devienen estallidos expresivos de un estado de opinión
que va más allá de un cuestionamiento o un rechazo específico. (Cheresky,
2015: 234)

En este contexto, han surgido nuevos sujetos políticos que, según Cheresky,
“alternan entre las redes sociales y la contestación en el espacio público
territorial”. Se trata de protestas o estallidos de autorrepresentación, es
decir, “protestas dispersas que dan cuenta de una modalidad ubicua de

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


307

autorrepresentación y que pueden valerse de las tecnologías digitales, pero


en las que la proximidad laboral, institucional o vecinal es predominante”
(2015: 255). Y, generalmente, constituyen “estallidos con eco institucional”,
es decir, acontecimientos con un marcado contenido político.

CC
Los estallidos ciudadanos son iniciados con un acontecimiento o una decisión
de gobierno […], pero van más allá de lo que los precipitó inicialmente, pudien-
do recoger descontentos variados, es decir, adquirir dimensión nacional con-
testataria más allá del éxito en el reclamo o veto inicial. [Este] tipo de estalli-
dos […] se reconoce por ser portador de un reclamo que deviene contestación
más amplia, con las características de espontaneidad y centralidad de la so-
ciabilidad de las redes sociales. El rasgo distintivo de estos movimientos es el
de alcanzar cierta continuidad y el de producir efectos identificables en el sis-
tema representativo. (Cheresky, 2015: 262)

Estos estallidos son una expresión de la crisis de representación del sistema


político tradicional, sin dudas. Y, más allá de que se desencadenan o están
orientados por cuestiones o reclamos muy disímiles, configuran acciones
estructuradas en torno de demandas que no han emergido del sistema repre-
sentativo tradicional” o que se desenvolvieron “en sus márgenes”. Estos esta-
llidos, en tanto movilización autorrepresentativa, aparecen como “un sustento
democrático directo que da verosimilitud a las demandas o los proyectos que
por los canales normales eran «inescuchables»”. Se trata, sin más, de “la
extensión de un ideal de democracia directa que no solo reclama bienestar
para todos, sino que se constituye en un ámbito de deliberación y acción per-
manente con pretensión de ser fuente de representaciones y proyectos sobre
la vida en común” (Cheresky, 2015: 269).
De todos modos, como destaca Cheresky, estas experiencias colectivas
de “democracia directa” configuran una expresión de la “declinación del lazo
entre representantes y representados”, pero no conllevan a prescindir de “los
gobiernos y los órganos representativos plurales”, aun en un contexto signado
por “la disminución de su credibilidad pública y capacidades y su secundariza-
ción en ciertas circunstancias o coyunturas en que pesan los poderes fácticos
económicos o la ciudadanía movilizada” (2015: 277). Configuran fenómenos
sustantivamente políticos.

7.5. Democracia continua y contrademocracia


Las transformaciones del régimen representativo han dado lugar a una recon-
figuración de la democracia. Cheresky señala que este proceso constituye una
evolución hacia una “democracia continua” que, aunque detenta perfiles y
rasgos inciertos, posee tendencias identificables. Se observa “una expansión
de la informalidad política y de la participación en detrimento de las elites
políticas, o bien una fragmentación creciente y una conflictividad deslizada a
la impolítica”, lo que da lugar a la conformación de una nueva institucionalidad
democrática que combina en tensión constante elementos del sistema demo-
crático representativo con nuevas formas de intermediación.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


308

CC
Las elecciones persisten como el acto ciudadano por excelencia para la confor-
mación de un gobierno y para la designación de representantes parlamenta-
rios, y más allá de esa crucial pero limitada asignación, son el recurso para di-
rimir situaciones de crisis y de alta conflictividad. La representación es
ineludible como componente para la organización de la vida en sociedad, pero
sus instituciones, miembros y dirigentes permanecen en una tensión originaria
con las expresiones de democracia espontánea o ajena a la institucionalidad
oficial, las que han adquirido un atractivo y una visibilidad nuevos para los con-
temporáneos. […] No habría consolidación y expansión democrática sin repre-
sentación. Pero esta no goza en las sociedades contemporáneas de una dele-
gación de poder; por el contrario, se halla condicionada. La desconfianza
ciudadana no es necesariamente reticencia, ni está solo instalada en la negati-
vidad, aunque este resorte es el que más promueve movilización. (Cheresky,
2015: 115)

La democracia continua constituye una forma de “democracia posrepresenta-


tiva” en la que se combina una “multiplicidad de representaciones”, algunas
“surgidas de las urnas y otras instaladas en el espacio público con ejercicio de
una autoridad derivada del reconocimiento ciudadano” (Cheresky, 2015: 119).
Se conforman poderes indirectos que inciden de manera determinante en
el juego político. Estos poderes configuran “una multiplicidad de representa-
ciones permanentes e intermitentes –como la justicia y los medios de comu-
nicación–, las comisiones públicas y los observatorios referidos a los temas
cruciales del interés y las políticas públicas –como los ambientales, seguri-
dad, salud, distribución del ingreso–, o aun personalidades reconocidas por su
expertise instaladas en el espacio público”, pero también abarcan a “figuras
pasivas” como el “estado de la opinión”, esto es, la “opinión pública figurada
por las encuestas”, así como por los “debates institucionales”, en particular
en el Congreso (Cheresky, 2015: 115).
Esta compleja trama de “instituciones públicas independientes de los
gobiernos” poseen un “estatuto representativo no emanado de las urnas” e
intervienen activamente en la deliberación pública, promueven medidas y polí-
ticas o vetan otras (2015: 116).
Esto hace que las “instituciones formales” no sean los “canales únicos de
demandas y adopción de decisiones”.

CC
[…] En las condiciones presentes hay una novedosa dispersión de poder, algu-
nos de cuyos centros son efímeros y otros, permanentes. La actividad ciudadana
y los poderes indirectos ejercen influencia, pues ciertamente las decisiones lega-
les son las que emanan de las instancias consagradas electoralmente, pero los
poderes indirectos y la autorrepresentación no solo ejercen influencia, sino que
tiene poder de veto eficaz y de deliberación autónoma. (Cheresky, 2015: 119)

De este modo, se va configurando una nueva institucionalidad democrática


que combina la representación articulada en torno de los canales políticos
tradicionales y la autorrepresentación ciudadana.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


309

“Las escenas políticas en las democracias contemporáneas evolucionan hacia una nueva
configuración en la que coexisten representación –es decir, instancias y actores surgidos de
elecciones– y autorrepresentación, evidenciada en una presencia ciudadana permanente.
Esta tiene en nuestro tiempo una figuración pasiva y construida como opinión pública
por medio de las encuestas de opinión, cuyo registro continuo mide la ponderación de
gobernantes y dirigentes –índices de popularidad, intención de voto–, pero que se extiende
de un modo más asistemático a la evaluación de proyectos de ley y de políticas públicas en
ejecución. Por otra parte, desde hace un par de décadas y con más intensidad en el inicio
del siglo XXI, se expande una consistente presencia ciudadana de autorrepresentación, es
decir, de sociabilidad nueva en las redes sociales, los sitios y los blogs posibilitados por la
expansión de Internet, y de acciones virtuales y territoriales signadas por la autonomía y la
horizontalidad” (Cheresky, 2015: 221).

En definitiva, la representación tradicional “está acotada” y en proceso de


metamorfosis. Y ello reconfigura a la democracia tal como se la conocía hasta
hace unas décadas. “La democracia continua prefigura una democracia distin-
ta con posibilidades deliberativas y decisiones colectivas, más amplias, y de
presencia política, en el sentido de iniciativas públicas ciudadanas que ponen
en juego la legitimidad en ámbitos que no son el electoral representativo”
(Cheresky, 2015: 283).
En este mismo sentido, Rosanvallon sostiene que, en las democracias rea-
les, la disociación entre la legitimidad y la confianza y, en su marco, la amplia-
ción de la desconfianza, ha sido el signo de las mismas. Y ello ha dado lugar
a la conformación de “entrecruzamiento de prácticas, de puestas a prueba,
de contrapoderes sociales informales y también de instituciones, destinados
a compensar la erosión de la confianza mediante una organización de la des-
confianza”. Para este pensador francés, las democracias reales deben ser
pensadas teniendo en cuenta tanto “el funcionamiento y los problemas de
las instituciones electorales-representativas, por un lado, y la constitución de
este universo de la desconfianza, por el otro”. Las manifestaciones de la des-
confianza en la democracia han conformado un sistema que configura una ver-
dadera contrademocracia (Rosanvallon, 2007: 24 y 25).

CC
Esta contrademocracia no es lo contrario de la democracia; es más bien una
forma de democracia que se contrapone a la otra, es la democracia de los po-
deres indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia de la descon-
fianza organizada frente a la democracia de la legitimidad electoral. Esta con-
trademocracia conforma de este modo un sistema con las instituciones
democráticas legales. Apunta a prolongar y extender sus efectos; constituye
su contrafuerte. Por eso debe ser comprendida y analizada como una verdade-
ra forma política. (Rosanvallon, 2007: 27)

Así, la contrademocracia, en tanto sistema de contrapoderes, se estructura


en torno de tres modalidades de expresión y organización de la desconfianza.
Primero, los poderes de control, expresados en tres modalidades básicas
dadas por la vigilancia, la denuncia y la calificación, que están orientadas
a poner a prueba la reputación de un poder y dan forma a una verdadera

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


310

“democracia del control”. Segundo, las formas de obstrucción materializadas


en una serie de poderes de sanción y entorpecimiento por medio de los cuales
los ciudadanos han podido “multiplicar las sanciones con respecto al poder”,
lo que configuró una suerte de “democracia negativa”, una “democracia de
rechazo a la original democracia de proyecto” que se impuso sobre la base
de la “soberanía de un pueblo-veto”. Y tercero, el aumento del poder del
pueblo-juez que, sobre la base de la “judicialización de la política”, hace que
“los ciudadanos [esperen] del proceso judicial los resultados que desesperan
obtener por la elección”, pasando de “las democracias de confrontación a las
democracias de imputación” (Rosanvallon, 2007: 30-33).
La democracia de control no hace referencia a los dispositivos por medio de
los cuales los poderes gubernamentales vigilan y dominan a la sociedad, sino,
más bien, a lo contrario: “el control del poder por la sociedad”. Como dijmos,
este aspecto de la contrademocracia hace referencia al conjunto de mecanis-
mos de control mediante los cuales la sociedad ausculta y examina al poder
mediante tres modalidades básicas: la vigilancia, la denuncia y la calificación.
La vigilancia implica “velar, estar en estado de alerta, estar en guardia”, lo
que constituye un atributo de la ciudadanía en democracia. Pero dicha vigilan-
cia no solo supone “control”, sino también “acción”. El control implica “una
mirada puntillosa y permanente sobre los actos de los gobernantes”, mientras
que la acción es “una forma particular de intervención política que no depende
de la toma de decisión ni del derecho de una voluntad” (Rosanvallon, 2007:
134). Y esto da lugar a lo que Rosanvallon denomina una democracia difusa.

CC
[…] Se opera el pasaje a una suerte de democracia difusa, en la que el vector
no es tanto la extensión de los procedimientos de participación política como
el poder creciente de las distintas formas de atención social. […] Las prácticas
de la vigilancia constituyen […] cada vez más la palanca de la intervención
práctica de los ciudadanos allí donde no forman (aún) un verdadero cuerpo po-
lítico. […] La figura del ciudadano-vigilante excede así al ciudadano-elector.
(Rosanvallon, 2007: 55)

A su vez, la denuncia constituye un “hacer saber, hacer conocer, develar, reve-


lar”, es decir, “contar […] con los efectos de la publicidad para volver a poner
en orden el mundo”. Implica “el control de los actos de los gobernantes por
medio de la publicidad”. La denuncia no solo devela aquello que bien puede
resultar escandaloso y “poner límite a una situación condenable” apuntando
a corregir dicha situación, sino también a construir “agenda” mediante la ins-
talación de temas y cuestiones en el debate público y “reafirmar y profundizar
las normas o valores colectivos”. Pero también aporta “transparencia” a lo que
se mantiene oculto, todo lo cual ha estado apuntalado por la desideologización
de la política y el desencanto ciudadano.

CC
[…] El desencanto ideológico alentó un abordaje más individualizado de las
cuestiones políticas. Por eso mismo se agudizó el problema de la confianza
personal en los gobernantes. Aumentó así la centralidad de los escándalos y,
en consecuencia, de las políticas de denuncia. Eso explica una multiplicación
de los affaires, que no es tanto resultado de una declinación de la moral políti-

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


311

ca como de una renovada exigencia social de transparencia. […] Los medios


no crearon el fenómeno: no hicieron más que reflejar, aunque de manera ampli-
ficadora, el advenimiento de una nueva política de la desconfianza. Los líderes
políticos, a su vez, han acentuado ellos mismos su exposición mediática, ha-
ciendo de la puesta en escena de su vida privada un elemento clave de su cre-
dibilidad. (Rosanvallon, 2007: 61)

Por su parte, la calificación consiste en una “evaluación documentada, técni-


camente argumentada, a menudo cuantificada, de acciones particulares o de
políticas más generales”, mediante la cual se produce una suerte de “peritaje
de la calidad y la eficacia de una gestión” que apunta a “testear la competen-
cia de los gobernantes” (Rosanvallon, 2007: 66).
La soberanía de obstrucción configura una dimensión “negativa” de la polí-
tica, pero fundamental para comprender el proceso contemporáneo de trans-
formación democrática. Se trata de una “soberanía crítica” asentada en deter-
minadas modalidades de “política negativa”, tales como la lucha de clases y,
en su marco, la huelga, la “organización de una oposición política y parlamen-
taria estructurada”, y la rebeldía, la resistencia y la disidencia.

CC
El reconocimiento del hecho de la división social, la existencia de una oposición
estructurada y el vigor de una cierta cultura moral de la crítica de los poderes, fue-
ron la base durante dos siglos de la vida de las democracias, […] al condicionar-
las permanentemente para que se cuestionaran a sí mismas su funcionamiento y
el tipo de sociedad que producían. Los conflictos, las manifestaciones de obstruc-
ción e incluso las formas de separatismo que las atravesaron fueron otras tantas
maneras de tomar en serio las ideas democráticas y republicanas. A su manera,
buscaron darles vida, otorgando un sentido práctico a la idea de que la democra-
cia es el régimen que sólo puede establecerse a través de una interrogación per-
manente sobre sí mismo […]. En esa perspectiva crítica, la soberanía se ha cons-
tituido en sistema con los mecanismos electorales representativos, para dar un
marco adecuado a la experiencia democrática. (Rosanvallon, 2007: 168)

La expresión más evidente de los poderes de obstrucción de la contrademo-


cracia se manifiesta en el proceso electoral.

CC
Las elecciones contemporáneas son menos la oportunidad de optar por distin-
tas orientaciones que juicios sobre el pasado. Por ello, el sentido mismo de la
elección cambió de naturaleza. Ya no se trata […] de distinguir y de seleccio-
nar candidatos, sino más bien de proceder a eliminaciones. Entramos así en lo
que podría llamarse una democracia de sanción. (Rosanvallon, 2007: 173)

Las campañas electorales se han tornado esencialmente “negativas” y suman


un corolario de ataques personales y denigraciones de todo tipo, lo que fue
configurando una democracia de rechazo asentada en un régimen de soberanía
negativa en cuyo marco “los poderes de obstrucción en general han adquirido
una importancia creciente” (Rosanvallon, 2007: 178).

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


312

A ello se suman otras acciones de obstrucción eficaces a la hora de pre-


sionar gobiernos para que revean, modifiquen o revisen políticas o decisio-
nes, como las manifestaciones callejeras y los movimientos de opinión. Hoy,
el carácter democrático de un gobierno no deriva solo del cumplimiento de
los procedimientos de representación, sino de la “confrontación permanente
con diferentes categorías de veto provenientes de grupos sociales, de fuerzas
políticas o económicas” (2007: 179).
Estos poderes de obstrucción no implican ni conllevan una tendencia de
despolitización. Como señala Rosanvallon, el “ciudadano negativo no es un
ciudadano pasivo”. No obstante, la soberanía negativa conduce a un debili-
tamiento de la democracia, ya que se expresa en la “pasividad”, el “consen-
timiento por defecto” y la “falta de opinión o elección explícita”. “El retrai-
miento, la abstención o el silencio son en ese sentido formas de expresión
política” que son “omnipresentes” y tienen un papel destacable en la vida
política actual. Dan lugar a un “consentimiento por defecto” consistente en
una “indiferencia absoluta” o en una “indiferencia relativa” derivada de la con-
sideración de que “lo que está en juego aparece como poco importante y el
costo de la expresión contestataria sería entonces muy superior a los bene-
ficios que entrañaría una decisión diferente”. Se trata de un “consenso apa-
rente” (2007: 184).
Además de controlar y obstruir, la otra manera de contrademocracia es el
enjuiciamiento del “ciudadano-juez”, como forma de “someter a prueba” a los
gobernantes.

“[…] Juzgar consiste en examinar una conducta o una acción. Lo que viene a radicalizar y
desarrollar la idea de control, también prolonga el ejercicio de una sospecha haciendo nece-
sario que se llegue a una decisión conclusiva. Es por consiguiente una operación que forma
parte de una actividad de control. El trabajo de juzgar sobrepasa de este modo el marco
estrictamente judicial. Así, es necesario entender el término “juicio” de manera más amplia,
como análisis instruido y argumentado, proceso de examen de una cuestión conducente
a zanjarla. El voto y el juicio son en esa medida dos procedimientos distintos que buscan
un mismo objetivo: decidir con vista al bien común. Son dos formas políticas que podemos
relacionar y comparar; se manifiesta en los dos casos un mínimo “poder de última palabra”.
Se puede comprender que los ciudadanos quieran jugar en los dos tableros, buscando lograr
como jueces lo que consideran no haber podido alcanzar de manera satisfactoria como elec-
tores. A veces pueden ejercer esta función directamente cuando sirven como jurados en un
proceso formal o, más ampliamente, cuando participan, según las distintas modalidades de
la actividad mediática o de la intervención militante, en el equivalente a una instrucción. Sin
embargo, incluso cuando se la “delega” en el aparato judicial como tal, esta función consagra
una dimensión social. Porque la justicia se ejerce “en nombre del pueblo” en primer lugar,
pero más en general porque su ejercicio cumple una expectativa colectiva que está inscripta
en un campo de fuerzas en el que intervienen con su presión organizaciones de la sociedad
civil o el peso difuso de la opinión pública” (Rosanvallon, 2007: 191 y 192).

Por ello, la “superposición creciente de lo judicial y de lo político solo cobra


sentido si se la resitúa en el cuadro ampliado de las formas políticas que
vinculan las propiedades del voto y las del juicio” (2007: 192).
Pero este proceso se desenvuelve en medio de una tendencia de “desliza-
miento de lo político a lo penal”, dando forma a una suerte de judicialización

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


313

de lo político. Esto deriva de dos factores fundamentales. Primero, la “natura-


leza de las instituciones políticas”, en particular, donde hay un alto nivel de
inestabilidad y fragilidad del sistema institucional. Segundo, la “declinación
de la reactividad de los gobiernos frente a las demandas de los ciudadanos”.

CC
Hemos pasado así de las democracias de confrontación y de representación a
las democracias de imputación. El modelo de democracia de confrontación, or-
ganizado en torno de la competencia significativa de partidos, de programas y
de proyectos se ve debilitado, al menos momentáneamente, por la disolución
de las referencias determinadas por el advenimiento de la sociedad posindus-
trial. Pero el deslizamiento a la judicialización ha sido provocado también por la
creciente opacidad de los procesos de tomas de decisiones y la complejidad
en aumento de las estructuras gubernamentales. Es cada vez más difícil saber
quién es realmente responsable de una decisión. De este modo, es la imputa-
ción misma la que se ha vuelto problemática. Hay demasiadas partes que in-
tervienen en cada asunto, demasiadas estructuras entrelazadas en la gestión
de los problemas, como para que el ciudadano pueda ver con claridad […].
(Rosanvallon, 2007: 224)

Una consecuencia de este proceso de judicialización de la política ha sido “el


aumento del poder de los jueces en las democracias”, lo que ha dado lugar
a una especie de “gobierno de los jueces”. Pero esto significó una licuación
de la soberanía popular, así como también la desatención de los jueces del
ejercicio autónomo de la magistratura.
Así, la contrademocracia configura un dispositivo político emergente en
la sociedad de la desconfianza, en cuyo marco existe “una erosión general
del papel de la confianza” en el funcionamiento de dicha sociedad, así como
un “acrecentamiento de las reacciones de desconfianza”. Esta desconfianza
resulta, en primer lugar, de la sociedad del riesgo, en cuyo marco existe una
“constatación trivial de la entrada en un mundo que ha roto con el optimismo
tecnológico” y ha instalado una era de “catástrofes e incertidumbres”. Se trata
de una desconfianza “frente al porvenir”. En segundo término, la desconfian-
za deriva de la “regresión en el orden macroeconómico” que se traduce en el
desfallecimiento de la previsión económica. El mundo económico, abierto y
extremadamente complejo, es menos previsible. Y, por último, la desconfian-
za es producto del advenimiento de una “sociedad de distanciamiento” en la
que “las bases sociales de establecimiento de la confianza social se pulveri-
zan” y, en ese marco, “los individuos confían menos unos en los otros porque
no se conocen lo suficiente” (Rosanvallon, 2007: 27-29).
Todo este proceso ha dado lugar a la conformación de un nuevo orden
democrático en el que se combinan la democracia representativa y la
contrademocracia.

CC
Al pueblo elector del contrato social se le han superpuesto de manera cada
vez más activa las figuras del pueblo-controlador, del pueblo-veto y del pueblo-
juez. De ello han resultado modos de ejercicio indirecto de la soberanía de
acuerdo con formas no organizadas por las constituciones. Soberanía que bien
podemos calificar de indirecta en el sentido de que está constituida por un

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


314

conjunto de efectos, sin proceder formalmente de una autoridad ni expresarse


bajo la forma de decisiones explícitas que puedan calificarse de políticas. La
democracia electoral representativa y la contrademocracia de los poderes indi-
rectos deben tomarse en conjunto para captar en su complejidad el movimien-
to efectivo de apropiación social de poder. (Rosanvallon, 2007: 33 y 34)

Para Rosanvallon no existe un proceso de “desafección democrática” ni de


“declinación de la ciudadanía”, sino una transformación de la democracia y
un cambio en la manifestación de la ciudadanía, todo ello, en un contexto
de repolitización signado por la aparición y emergencia de nuevas formas de
“participación no convencional”. En efecto, el incremento de la participación en
huelgas, manifestaciones, protestas, petitorios, movilizaciones y otras formas
de activación colectivas no da cuenta de “una nueva era de apatía política”,
sino, más bien, de una “mutación” de la política, la representación y la ciuda-
danía, y, en su contexto, se produce una rearticulación de la vida democrática.

“[…] Se han diversificado los repertorios de la expresión política, los vectores de esta expre-
sión, así como sus objetivos. Mientras los partidos se erosionan, se desarrollan los grupos de
interpelación (advocacy groups) y las asociaciones de diversos tipos. Las grandes instituciones
de representación y de negociación han visto empequeñecerse su papel mientras se multipli-
can las organizaciones ad hoc. Los ciudadanos tienen así muchos otros medios fuera del voto
para expresar sus reclamos o sus quejas. El fenómeno de la abstención y de la declinación
de la confianza debe resituarse por ello en un análisis ampliado de las mutaciones de las
formas de la actividad democrática. El voto es ciertamente la expresión más visible y la más
institucional de la ciudadanía. Es el acto que desde hace mucho tiempo simboliza la idea de
participación política y de igualdad cívica. Pero esta noción de participación es compleja.
Mezcla en efecto tres dimensiones de la interacción entre el pueblo y la esfera política: la
expresión, la implicación y la intervención. La democracia de expresión corresponde a la toma
de palabra de la sociedad, a la manifestación de un sentimiento colectivo, a la formulación
de juicios sobre los gobernantes y sus acciones, o también a la expresión de reivindicaciones.
La democracia de implicación engloba el conjunto de los medios por los cuales los ciudadanos
se ponen de acuerdo y se vinculan entre ellos para producir un mundo común. La demo-
cracia de intervención se constituye con todas las formas de acción colectiva para obtener un
resultado deseado. La vida democrática se articula en torno de esas tres formas de actividad
política” (Rosanvallon, 2007: 36).

Esta transformación profunda de la democracia combina así un proceso de


doble vía: “si la democracia de elección está incontestablemente erosiona-
da, las democracias de expresión, de implicación y de intervención se han
desplegado y afirmado”. Y ello da cuenta, según Rosanvallon, del “mito del
ciudadano pasivo”, así como de la certeza de que “no hay despolitización en
el sentido de un menor interés por los asuntos públicos y una declinación de
la actividad ciudadana”, sino, más bien, una profunda modificación del “tipo
de relación con la cosa misma de lo político”.

“El problema contemporáneo no es el de la pasividad, sino el de la impolítica, es decir,


de la falta de aprehensión global de los problemas ligados a la organización de un mundo

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


315

común. Lo propio de las diferentes figuras de la contrademocracia […] lleva al aumento de


la distancia entre la sociedad civil y las instituciones. Delinean así una suerte de contrapo-
lítica fundada sobre el control, la oposición, la disminución de poderes que ya no se busca
prioritariamente conquistar. Estos rasgos se manifiestan de manera doble. Los diversos
mecanismos o comportamientos en juego tienen como primera consecuencia disolver las
expresiones de pertenencia a un mundo común. De esencia reactiva, no pueden servir para
estructurar y sostener una proposición colectiva. Esta contrademocracia impolítica tiene así
por rasgo distintivo superponer una actividad democrática y efectos no políticos. […] Las
formas diseminadas de esta contrademocracia tienen como segunda consecuencia ocultar la
visibilidad y por sobre todo la legibilidad. Ahora bien, se trata de dos cualidades constitutivas
de la esencia misma de lo político. No hay política si las acciones no pueden inscribirse en
una misma narración ni ser representadas sobre un escenario público único. El desarrollo
de las formas de contrademocracia presenta así un carácter indisociablemente complejo
y problemático. Complejo porque se mezclan elementos positivos de aumento del poder
social y tentaciones populistas-reactivas. Problemático también, porque la evolución hacia
una “democracia civil” que se perfila conduce a formas de fragmentación y diseminación allí
donde sería necesario poder afirmar el imperativo de una coherencia y una globalidad. […]
De allí procede profundamente el desencanto que signa a las democracias contemporáneas”
(Rosanvallon, 2007: 38 y 39).

Es decir, se combina lo democrático con lo impolítico, lo que da lugar a “una


nueva era de las democracias”.

Problemas y desafíos de la democracia en el siglo XXI


Conferencia de Pierre Rosanvallon
29 de noviembre de 2011

<https://www.youtube.com/watch?v=Yjytwwa7g2o>

1.

KK Luego de la lectura de la presente unidad, responda las siguientes


preguntas:
a. ¿A qué se refiere Peter Mair cuando hace referencia a que en la actua-
lidad se “gobierna el vacío”?

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


316

b. ¿Cuáles son las transformaciones que Isidoro Cheresky observa que


se produjeron en la política con base en el avance de la democracia
de audiencias?
c. ¿En qué ha consistido la “crisis de intermediación y representación
político-social” y cómo tal proceso impactó sobre las organizaciones
sindicales, los partidos políticos y los nuevos movimientos sociales?
d. ¿Cuáles son y qué particularidades tienen los nuevos tipos de con-
flictos que surgen en estos nuevos escenarios?
e. ¿Cuáles son las características centrales de las nuevas democracias en
América Latina?

2.

KK Confeccione un cuadro comparativo diferenciando, por un lado, los


sistemas democráticos tradicionales que estuvieron vigentes hasta hace
unos años y, por otro lado, los nuevos formatos de democracias que
observamos en esta unidad de la carpeta. Diferencie formas, actores,
procesos y fenómenos propios de cada sistema democrático.

Ciencia política Marcelo Fabián Sain


317

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