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Alejandro Suárez Beltrán

Proyecto final Estética de la Naturaleza: Viaje a pie de Fernando González: un


manifiesto literario del valor de la caminata y la Naturaleza como sugestión
poética y filosófica

Resumen

Toda introspección del hombre proviene del nivel de significación que los símbolos de afuera le
imprimen en su espíritu. Pero la mirada introspectiva de la literatura de González no se limita al
placer sensorial; es en la contemplación, esto es, en la experiencia estética que, a partir del placer
sensorial y el juicio estético -señalados como ejes constituyentes en toda experiencia placentera
estética- donde el autor-observador experimenta tanto un deseo de escribir la experiencia
obtenida con el objeto de deseo (la Naturaleza) como un deseo de liberar lo que tiene reprimido
mediante la percepción del objeto de deseo. Así, este artículo procura sustentar cómo Viaje a
pie es un manifiesto literario del placer obtenido a través de la contemplación de la Naturaleza y
el ejercicio ya interiorizado por el hombre: el caminar. Segundo, también espera describir cómo
ese manifiesto literario es una evidencia de la sugestión poética y filosófica que la Naturaleza y el
estar vinculado a ella, caminando o respirando en y junto a ella, es una fuente de
autoconocimiento y conocimiento del hombre en sí.

Los símbolos de la Naturaleza y el lenguaje literario


“Después, por debajo de ese oro y plomo, unas crestas negrísimas que eran los picos de la montañas.
Luego, azul pálido y oro sobre la lejana cordillera; azul desteñido, con el gran lucero vespertino, y el oro
de la cordillera se fue borrando. ¡En verdad que es hermoso nuestro esferoide! Porque don Benjamín está
triste a causa de estas noches de insomnio, hemos recordado este amanecer”. p.88

En el principio de este diario, el filósofo caminante distribuye como en un cuadro naturalista los
objetos y colores de este: la fonda, la hora, el día, los colores que se proyectan en las cordilleras,
la magnanimidad del lucero dorado, su refracción en las nubes después de ocultarse, las crestas
de la montaña, y el azul amorfo del cielo. Aunque en varios de los fragmentos del libro se puede
identificar la estructura de presentar el cuadro natural, para después introducir el relato, y de
estos dos últimos extraer la verdad del hombre inmersa, lo que concierne al artículo es subrayar
lo que viene después: el cuadro natural descrito no está situado en el presente de la crónica
narrativa, sino en el pasado, en la intención de que la Naturaleza -o la belleza Natural- sirva
como bálsamo para la tristeza presente de Don Benjamín.

Este está triste porque no ha podido dormir y, por otro lado, está herido en su calcañar. Así, la
tripulación viajera de dos, va en búsqueda de un caballo lento y flaco; pues, según González, los
filósofos también van paso a paso, con lentitud, rumiando. El caballo, como otro ser de la
naturaleza que no está presente (esta vez no en el pasado como el paisaje, sino en el futuro como
ideal), es un pretexto para contar otra cosa: que el caballo es un símbolo del ejercicio de su
pensamiento, donde ningún otro que tenga prisa y brío podría denominarse filósofo. Pero la
disertación no termina ahí: en el apartado el caballo reposado es la metáfora del hombre que se
contiene y canaliza su energía, que no se deja desbordar por ella en su ansiedad sexual. La
sexualidad es el caballo brioso, desordenado, que lo convierte en un ser triste.

En suma, los símbolos de la Naturaleza aquí representan al hombre. Se reproduce a través de


estos el precepto moral de la contención, del dominarse a sí mismo; no para castrarse, sino para
ser dueño de sí, de su canalización e irradiación de su espíritu en un método; en este respecto el
autor interpone otra comparación del hombre con la Naturaleza: “toda la vida cósmica es
ordenada, metódica y alegre” p.91. El hombre es visto como el único animal desordenado.
Todo lo contagia, lo apropia (efecto pródigo), como ha sucedido con los animales domésticos y
otros que han sido utilizados para su entretenimiento y que, en consecuencia, los ha entristecido
como a él, los ha desvinculado.

No obstante, en El hombre del coito es animal triste en el mismo apartado, pareciera que la
canalización metódica en González de su escritura no es propiamente metódica: o mejor aún, su
método, o eso que llaman el estilo literario, es el lenguaje caótico de sus ideas. El lenguaje deja la
Naturaleza como símbolo, para hablar del hombre como lo no armónico de ella, del cosmos. El
cuadro natural introductorio y el caballo lento ya no son metáforas, sino se convierten en el
pretexto de la Verdad filosófica.
Con la exaltación del filósofo Nietzscheano, González recurre al uso de signos admirativos, a la
argumentación caótica, incisiva y delirante: “¡La Irregularidad! Todos los otros seres cumplen
con su destino dentro de la regla inmutable; de todos el universo, menos del hombre, sale una
armonía que es como canto de alabanza a la suprema energía o suprema Ley que se llama Dios”
p.92. Así, a pesar del delirio discursivo, el autor sintetiza la premisa primordial del apartado de
una manera pesimista: hoy -1929- no se asume con seriedad el problema metafísico de la
limitación que el cuerpo imprime sobre el alma, pero sobre todo, la carencia del hombre en la
modernidad de reconocerse como un ser nuevo y contradictorio, que prescinde de algún tipo de
contención metódica para dejar de ser menos triste y que, posiblemente, esta se halle en la
identificación armoniosa de la Naturaleza, ya sea a través de la escritura de un cuadro de un
crepúsculo vespertino o en la habilidad creativa de ver en un caballo manso, el ritmo del
pensamiento filosófico metódico -no categórico- que equilibra la energía corporal con la
espiritual.

La metáfora de la Naturaleza del amor y el deseo

En la obra de González también se vislumbra el uso de figuras retóricas que enaltecen la


sugestión poética que se manifiesta en el hombre. Para González lo que trasciende en el hombre
son aquellas circunstancias que anteceden al amor. La mujer es vista como un objeto de deseo
complejo; primero, porque es imposible para el hombre el no contemplarla y, segundo, porque
al mismo tiempo, si el hombre no tiene la voluntad de sobrellevar la urgencia del deseo, podría
ser un peso para su pensamiento.

En un apartado en el que Julia, una adolescente de campo con ojos maravillosos, es descrita de
manera hiperbólica -como todo el amor romántico-, se vislumbra en la literatura de González la
fuerza expresiva de ver en la mujer la armonía y belleza de la Naturaleza y en esta a la mujer.
Pero también la Naturaleza, como metáfora, expresa la mirada reposada y contenida de Don
Benjamín así: “(...) y sus ojos azules, que revelan el fuego intenso y disperso del cielo azul de los
trópicos, miraban a Julia reposadamente”p. 108, a pesar de verse cautivado por la presencia de
Julia. Pero la belleza de Julia no decanta en desborde y desenfreno de los sentidos; Don
Benjamín es mesurado y lozano, y es en esa distancia con el otro, donde se crea la atracción de
Julia por él. Con la metáfora que exalta la Naturaleza, el cielo de los trópicos, se devela el
pensamiento de González en cuanto al amor: el no sucumbir al deseo, a la neurosis apasionada,
sino en la mirada reposada que fija sobre ella. En encuentro de miradas en este caso, es un acto
de amor y, al mismo tiempo, es una expresión catártica: ni él puede estar con ella, ni ella con él,
solo son en la escritura, en el relato de la historia, en la expresión poética de verla a ella con los
ojos del cielo azul del trópico -inmensurable, pero arriba, lejano a todo contacto con el suelo,
como los cuerpos que miran-.

De otro modo, la idea de Naturaleza de González a veces no es metáfora, sino el mismo objeto
literario. Después de hablar del Tótem como una unidad de fuerzas creativas y destructivas del
universo y de sus especialización consecuente en la separación del bien y del mal, Gonzalez
refiere que esa idea destructora carnalizada en el Diablo, es la que pulula en el imaginario
antioqueño. Así contrapone hombre y Naturaleza en la estructura de su ensayo: después de
hablar de la presencia del Diablo como idea en Colombia -y de la inexistencia del sacerdote sin
ella- va directamente a la descripción detallada del paisaje antioqueño y, al final, emite su juicio
estético de esta: “Estas aves son de plumaje oscuro, y las de la orilla del río de plumas verdes y
rojas, como si hubiesen absorbido toda la luz. Desde la cima se perciben los nevados; son de
curvas graciosísimas semejantes a los senos de la amada en el Cantar de los Cantares”p.138.
Cabe señalar que el apartado de página y media es rico en descripciones que, en la imaginación
del lector, podría configurarse un cuadro en el que se disponen los caseríos, las cascadas, las
vertientes, la movilización en el ascenso del excursionista, “árboles inmensos entregados a la
lascivia de las trepadoras”, el olor a tierra caliente, las praderas, los cultivos, etc.

Esta relación placentera con la Naturaleza del artista que escribe, que expresa su fruición erótica
en la comparación de las curvas del nevado con los senos de la amada, en el devenir lascivo de las
trepadoras sobre los árboles, demuestra la singular representación de la Naturaleza como una
idea fuera de la separación del Bien y del Mal del hombre. Es decir: la Naturaleza crea y destruye
al hombre, le permite ser su objeto de deseo, su sueño de penetración sexual, de apropiación
simbólica, pero al mismo tiempo, este deseo nunca se cumple -¿cuándo se cumple?-, pues la
Naturaleza es infinita en tiempo y espacio, en sus movimientos ecosistémicos, biológicos y
químicos, está en constante expansión y atiborramiento de movimientos vitales que una ínfima
mirada humana no puede asir. Es por ello que el poeta en este caso la vuelve metáfora en el
cuerpo de la amada: porque quiere tocarla y no puede.

Lo que puede ser el Hombre en la Naturaleza

La Belleza Natural, apreciada por los caminantes en su itinerante devenir físico y espiritual en el
espacio y en el tiempo, no es precisamente el pretexto para la manifestación de la Verdad
filosófica: no habría Verdad sin la experiencia estética y vital en la Naturaleza, no habría
filosofía sin las imbricaciones donde la materia del cuerpo se enlaza con la otra (la tierra, el aire,
el rayo del sol, las formas, los colores). Así, los sentidos del cuerpo no pueden sentirse más vivos
en otro entorno, pues según González, somos hijos de esta Madre. El cuerpo se conecta con la
tierra, la tierra lo alimenta (González dice glándulas mamarias), y a partir de esa alimentación el
hombre es, algo que la Cultura no le permite ni la permitirá ser.
Del mismo modo, González va atribuyéndole al árbol la significación de aquella sombra que
resguarda al hombre de su propia depredación en la Cultura. Debajo de cualquier árbol del
territorio nacional, en su diversidad del trópico, es una posibilidad de realización del Ser en la
meditación. Así, el ascetismo, la excursión, la caminata, vienen a ser para el filósofo
trascendental, su recogimiento íntimo y necesario para saberse vivo. No hay instancias
culturales del tiempo ni el espacio en la construcción de aquella Verdad Trascendental -que no
es una premisa o un resultado, sino en el perpetuo clímax de un devenir físico y espiritual en el
Aquí y el Ahora:
“¿Qué nos urge? Dejemos henchirse nuestros pulmones y que por la columna vertebral pasen las corrientes
magnéticas de la tierra; somos, y ella lo es también, solenoides. Lo único nuestro es el instante que pasa, ese
que se alejó ya galopando cuando lo percibimos; ese instante es también la fábrica de nuestro futuro y es hijo
de nuestro pasado; pero sólo él es nuestro”p. 160.
Como se ve, el Tiempo es uno solo: el instante que, a lo Borges, no es sino sólo en la conciencia
de la Unidad permanente que vibra y se va. La Belleza Natural, entonces, que el cuerpo del
Caminante Filósofo percibe no sólo por los ojos y el oído, sino también la transpira por el
olfato, es esa belleza que, a partir de esa exploración placentera de contacto con la materialidad
de los ecosistemas, dilucida el pensamiento filosófico no categórico: el de desligarse del concepto
que representa la realidad de la filosofía tradicional, para afianzarse en la filosofía pragmática de
pensar a el Hombre en Naturaleza: esto es, como a un ser que se ama debido a esta conexión e
integración mística con su Verdadero Entorno, su verdadera condición de felicidad:
“Filosofemos aquí, en donde hay yarumos blancos. Aquí hemos sentido, hemos vivido la verdad de que el
hombre se ama a sí mismo con amor tan grande como es su vida; que todo ser vivo es egoísta en cuanto vivo,
o sea, que el amor propio ocupa igual espacio que la vida. Esta es inseparable e inconcebible sin aquél” p.
160.

A partir de este apartado, también se vislumbra la distinción del método práctico de González:
el amor propio. Con y por el amor propio, el viaje de dos filósofos se emprende, tanto para
encontrar placer en la caminata y en la contemplación, como también para padecerlo. El
Filósofo trascendental embarca desde su amor propio de ser humano, de las posibilidades de
dolor, perturbación, melancolía, placer, y plenitud que sabe se encontrará en su camino. Los
filósofos que buscan el conocimiento no desde el concepto, sino en su devenir en la experiencia
con la Otredad, en la sugestión que imprime sobre su espíritu, privilegian el camino físico sobre
el concepto, al ascenso Dantesco sobre la erudición y la categoría.

El éxtasis del camino


Pero, ¿qué son estos jóvenes viajeros? Somos, querida lectora, metafísicos, y algo poetas debido a la
concreción y dureza de nuestras glándulas de treinta años. Quizá en la vejez no quede sino el metafísico. Pero
ahora somos amantes aficionados a la filosofía.

La exposición de la metafísica de González se hace en el cráter del Ruíz. El ascenso -que


involucra el recogimiento, el regocijo, y el padecimiento- a las claridades de la nieve y el
frailejón, al ápice de la tierra en la altura, implica por fin la síntesis de un pensamiento afianzado
por el camino. De cierta forma, la inmiscusión del filósofo en su búsqueda de integrarse en la
Naturaleza también es el sentido de su pensamiento, de volverlo experiencia vital, de afianzar su
modo de habitar el mundo.

Así, González se vale de la representación del origen de Afrodita en un entorno natural: el mar.
El mar, como el amor, contiene formas que tienden, burbujas. El amor tiende hacia la belleza de
las cosas, que no es precisamente la fundamentación de una contemplación desinteresada, sino
el instinto natural de poseerlo, apropiarlo:

¿Sabéis cuál es la verdadera definición de belleza? Bello es todo lo que nos incita a poseerlo. ¡Cuán lejos de la
verdad están las definiciones que hacen consistir la belleza en la contemplación desinteresada! Deseable es lo
que emerge, lo activo en potencia que nos invita a fecundarlo.

Más adelante, una vez los entes y organismos de la Naturaleza son utilizados para ejemplificar la
lógica de la vida de la existencia humana. Las formas de los demás seres vivos de la Naturaleza
también envejecen; no obstante, el hombre es quien varía en su esencia según su clima, edad, y
régimen espiritual. Las filosofías, por ser fenómenos vitales, varían sobre todo en la juventud. El
elogio metafísico del amor, es también uno de la juventud que debe permanecer en la
variabilidad de la petrificación del cuerpo.

El descenso
Del camino que llega a su fin, se produce un efecto catártico de liberación del espíritu en la
liberación del manifiesto metafísico de la obra. Si el clímax no narrativo, sino filosófico del tema
principal -el amor propio-, el desenlace que sí es narrativo está en cómo se llega al Pacífico y
cómo la Naturaleza lo anticipa.
Así, en una instancia de este descenso está implícita la idea de que la Verdad o la aproximación
vital al Universo está en la misma experiencia de ser capaz de perdurar en el camino, no como la
ciencia que está distanciada y que de la cual el hombre sólo produce hipótesis:
“¿Quién será capaz de sintetizar los innumerables hechos que componen el bagaje de la sabiduría moderna?
¿Quién podrá extraer de ese libro de datos una explicación de la vida, de la muerte, de los anhelos e
intuiciones del hombre? Cada ciencia es una reunión de hechos dispersos. ¿Hay una fuerza vital? ¿La vida es
un quimismo? El vitalismo, el quimismo, el finalismo, todo lo trascendental es hipótesis”.

La Naturaleza no puede ser tratada como el instrumento que le da al hombre la hipótesis, sino debe
ser escindida a la experiencia sensorial y a la reflexión subyacente a esta para tener un conocimiento
propio desde, precisamente, el amor por todas las cosas que son materia, como el yo filósofo. En la
última parte de la obra, esta escisión trascendental se da en la el nombramiento de la vegetación
local: písamos, yarumos, ceibas, gramíneas. El surgimiento de esta a la mirada del filósofo es en sí
misma la caracterización de González de la belleza: posesión fisiológica. Quizá la verdadera
trascendencia de la unión del cuerpo y el alma viene a ser esa “ansia de vivir eterna, pero
fisiológicamente”. Esto es un asunto complejo de la filosofía de González porque: si la esencia no es
material, pero es en la experiencia sensorial y estética que el filósofo siente en y con de la Naturaleza
donde más emerge la esencia, ¿cómo se va a vincular la esencia, en la muerte, a la Naturaleza sin
cuerpo? ¿se va a difuminar en ella? Pero González más adelante responde que la necesidad del alma
inmaterial viene de un campo del extrauniverso, un Antiplanete, con su AntiNaturaleza:
“El espíritu se ha unificado con el cuerpo y con la tierra: todo es una unidad; no hay contradicción en nosotros;

somos tan armoniosos como el amibo, el unicelular. Este valle del Cauca es nuestro ambiente propio. Ni siquiera

percibimos que la tierra es pesada; tan grande es la armonía que desapareció hasta la conciencia, que no es otra

cosa que la percepción de contradicciones y roces. El que está en su medio propio, nada percibe; la felicidad

verdadera es negativa. El Ser perfectamente natural es completamente inconsciente y feliz”.

En suma, lo que se concentra al final del Camino de los caminos, pues la actitud es como un ritual
de verdad y de descubrimiento de La Esencialidad, es que queda incorporada La Naturaleza en el
Hombre:
Para nosotros es ya todo vegetación, así como para el negro caucano todo es una palmera. Somos árboles
sembrados en la tierra y en el ambiente. Las ideas son la savia que circuló en forma de emoción por la
raigambre de los nervios y fructificó.

Como ya se había dicho, se recurre de nuevo a usar los elementos -la savia- naturales como metáfora
del pensamiento construido en el Camino. La savia como bálsamo de la dulzura del conocimiento,
recogimiento e intimidad. De otro modo, la hombres ya son vegetación; más que la Naturaleza
asimilarse en el hombre, es el hombre el que se incorpora en su exhalación cósmica. Por más que los
filósofos caminantes vean las calles urbanas, se ha actualizado en su ser el nuevo conocimiento del
amor a la Otredad y a la posibilidad de devenir espiritual y físicamente. Así mismo, el hombre
fructifica en la fructificación de La Naturaleza: quien toma provecho de la fructificación de lo
natural es el hombre, pero es un provecho de Verdad espiritual, en contraposición al
aprovechamiento industrial del hombre moderno. En este proceso en el que lo natural y el hombre
son espejos de verdad cósmica, hay una homogeneización y reconocimiento del territorio de donde
fructifican:
“Nos vimos nítidamente como árboles, como vegetaciones de nuestra tierra. ¡Qué buen concepto de
patria!”.

Al final, los filósofos que descartan la metáfora, refieren la feminidad del mar. Se asocia lo
inmensurable, avasallador y claro, el ser materno apacible que presume en sus brazos líquidos un
abrazo, con el final del camino a donde se concentra lo que cubre el planeta en su mayor extensión
y es fuente vital del hombre: el agua. El agua acaricia y es el pulso rítmico que, como la madre en
cinta, es el origen del pulso rítmico del hijo. El hijo, el hombre, vuelve a estar dentro de la madre
para sentir el origen de su Esencialidad Primaria.

“Terminamos nuestro viaje. Estamos en la mar. Es femenina. Hemos vivido un mes de vida trascendental.

Nuestras cortezas cerebrales están excitadas, desenfrenadas. Yacemos en decúbito dorsal en las aguas salobres.

Aquí percibimos más claramente que la tierra es nuestra madre; las olas nos mecen y acarician”.

El último apartado es una exaltación de la Naturaleza sobre la pequeñez del hombre, pero más aún,
de sus métodos de conocimiento sobre sí mismo y, sobre todo, de su distanciamiento vital con ella,
haciendo que existiera una ruptura de esa posibilidad que, en 1929, era más apremiante que ahora
en tiempos de sedentarismo y sobrecarga de información: la de sentir la Naturaleza con el cuerpo en
posición decúbito dorsal, donde se enlazaran las energías del espíritu, el cuerpo, y la Naturaleza (la
tierra, el aire, la vegetación, la noche, el clima, los ríos, la mar).
Vale la pena transcribir gran parte del último apartado:

“Crees conocer la vida porque separas animales, vegetales y minerales? ¿No será la tierra más viva, más
orgánica que tú? ¿No se mueve ella sobre sí misma y alrededor del sol con infinita mayor viveza que los jugos
vitales en tu cuerpo? ¿No se mueven con mayor energía las aguas del mar, las corrientes magnéticas y eléctricas,
las corrientes subterráneas, el aire atmosférico que la sangre en tus venas? ¿No crecen más vivamente las
plantas y animales de la tierra que los cabellos en tu cabeza? ¿Crees que la tierra y que los conjuntos estelares
son inorgánicos?
¿De un eolito y de un sílex encontrado en el fango de hace pocos siglos deduces la vejez de tu especie? ¿Crees por
eso que el hombre no es el sello mío?
¿Niegas la inmortalidad porque el cadáver no se ríe? ¿Llamas inmortal a aquel cuyo nombre perdura unos
años en las hojas de los libros?
¿Crees conocerme porque inventaste los términos infinito y esencial?”. P.244.

Referencias bibliográficas:

González, Fernando. Viaje a pie. Fondo Editorial Universidad EAFIT - Corporación Otraparte,
octava edición, Medellín, diciembre de 2010.

Jauss, Hans Robert (1972). Experiencia estética y hermenéutica literaria.


Careri, F. (2012). Walkscapes: El andar como práctica estética.

Cátedra Lectores y lecturas Universidad de Antioquia, Carolina Sanín:


https://www.youtube.com/watch?v=spBO4Rp6m2A&t=3184s

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