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La importancia de la historia en la educación

Cuando hablamos de investigación histórica nos vienen a la mente varios


conceptos como el pasado, la historia y una serie de imágenes y nociones sobre
lo que, supuestamente, ha sucedido tiempo atrás. Dicha percepción lineal,
rígida, objetiva y monolítica de la historia que, a menudo, se confunde con el
pasado es la introducción para este artículo. Y decimos esto ya que el pasado no
se entiende en singular, sino en plural. La enseñanza de la historia en la
actualidad forma parte de la enseñanza de “un pasado” específico: la historia-
nación.

Tres ejes fundamentales


Se trata de un asunto que nos remonta al siglo XIX y principios del siglo XX.
Para empezar a desgranar esta problemática de la historia escolar debemos
señalar tres ejes fundamentales:

1. Historia o narrativa histórica. Se trata de una dimensión que está


reservada recelosamente a un pequeño colectivo intelectual (historiadores
profesionales). A pesar de ello, estamos ante una dimensión académica muy
influyente en el que será nuestro segundo eje.
2. La educación. Esta situación es fruto de una especie de simbiosis política,
intelectual e ideológica producida a finales del siglo XIX y principios del siglo
XX en la Europa occidental y el continente americano. ¿Entre quiénes
exactamente se produjo esta simbiosis más allá de los conceptos abstractos
“historia” y “educación”? Pues nos referimos específicamente al Estado-nación,
recientemente configurado, pero todavía neonato en materia de desarrollo
político, y también al colectivo académico de historiadores.
¿Qué sucederá entre el Estado y los historiadores? Nacerá la profesionalización
de la historia de la mano del Estado, pero sobre todo de la nación, un concepto
problemático, incluso, hasta nuestros días.

¿Entonces, por qué el Estado-nación necesita del colectivo de historiadores?


Para no extendernos demasiado, esto lo resumiríamos de la siguiente manera: el
Estado necesita de la nación para legitimarse como estructura de poder tras los
procesos revolucionarios de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX.

Pero, al mismo tiempo, la nación necesita de una historia, es decir, de un relato


para construir una identidad nacional que sirva como verdadero pegamento
social y cultural en prospectiva.

¿El resultado? La construcción de los relatos nacionales o historias generales de


la nación que hoy en día conocemos como historias de países (de España, de
Chile, de México, de Francia, de Marruecos, de China, de Japón y un largo etc.).

¿Pero, qué pasa con nuestro segundo eje, el de la educación? A esto se responde
con una pregunta: ¿cómo hizo el Estado, y sigue haciendo, para construir
ciudadanía?

Esto se llevará a cabo a través de un sistema educativo centralizado que gire, en


última instancia, en torno a las naciones.
Y es aquí es donde entra nuestro tercer eje:

1. La ciudadanía o formación ciudadana. El sistema educativo de cada país,


de cada nación, de cada Estado, se encarga de construir planes educacionales-
formativos en lo que se denomina escolarización. Así pues, desde la escuela, la
niñez y la juventud temprana se edificará en torno a ciertos valores, conceptos,
normas y percepciones.
Extensión de este sistema educativo
A lo largo del siglo XX lo que hemos podido comprobar es una evolución
progresiva de la extensión y masificación de este sistema educativo en todo el
mundo. Eso sí, a diferentes velocidades y con las particularidades pertinentes,
pero con los mismos fines. Hoy en día nuestro mundo sigue siendo el regido
bajo el ideal liberal-republicano de naciones.

Llevamos más de doscientos años bajo este modelo. Y todo ello muy a pesar de
la globalización o de los procesos tecnológicos revolucionarios que avanzan a
una velocidad vertiginosa sin que apenas nos demos cuenta.

¿Es la historia escolar importante en la formación de sociedades en la


actualidad? Se habla mucho de la importancia de la historia ¿pero, sabemos
realmente las consecuencias que tiene aquello en la construcción de
percepciones de los jóvenes sobre lo que sucede en el mundo?

Hay un “gen profesionalizante” de la historia al cual todo historiador debe


“lealtad académica”: la nación. Pero no solo la nación, también el Estado, e
incluso el todopoderoso liberalismo republicano (o, dicho de otra forma, las
repúblicas de gobierno representativo vigentes hoy en día).

¿Influye la historia escolar en la formación


ciudadana de los jóvenes del siglo XXI?
La historia no solo importa en este ámbito, sino que es fundamental. Tal es su
importancia que cuando un ministerio o gobierno la intenta eliminar del
currículo, los profesores salen a la calle, tal y como está sucediendo hoy
en Chile, por ejemplo.
Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile. Bombardeo del Palacio de La Moneda (palacio de
gobierno) Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, CC BY
¿Pero, por qué defender la historia si lo que está haciendo es construir una
ciudadanía con contenidos estancos y conceptos homogeneizantes y obsoletos?

El ejemplo de la guerra entre la ministra de Educación chilena, Marcela


Cubillos, con el Colegio de Profesores de Chile y con una mayoría social
bastante transversal y diversa, es una muestra empírica de que la historia es
parte de la identidad chilena, de sus valores patrios, sus tradiciones, sus
costumbres y, más importante, su pasado.

Es aquí cuando se establece lo que entendemos que es el primer error: el eje


pasado-historia. La historia no es el espejo del pasado. Otra cosa es que las
historias nacionales pretendan que así lo sea bajo un relato lineal,
androcéntrico, blanco, occidentalocéntrico y que versa sobre la cronología del
ejercicio de poder y los poderosos.

A pesar de que este relato ha sido objeto de críticas, no lo es en su principio


fundacional. Autores como Frank Ankersmit, Georg G. Iggers, Hayden
White o Herman Paul se han dedicado a cuestionar el rol positivista e
historicista de la historia, es decir, de una percepción objetiva y axiomática de la
misma.

El problema que crea una historia objetiva en


los estudiantes
En estudios de este tipo (Teoría de la Historia) nos encontramos precisamente
con un reconocimiento literario y subjetivo de la historia. Lo que sucede es que
finalmente los estudios e investigaciones acerca de la Teoría de la Historia no
dialogan con los estudios sobre Didáctica de la Historia, y aún menos con
estudios etnográficos acerca de lo que ocurre en la escuela y con los estudiantes.
Por eso, faltan importantes esfuerzos interdisciplinares en este campo o
problemática de estudio.

La historia en el sistema escolar no está creando niños, niñas y


jóvenes reflexivos, creativos y pensantes. Y si lo hacen, lo harán dentro de unas
limitaciones conceptuales como el liberalismo político, el republicanismo, la
democracia, la ciudadanía, la nación y un largo etc.

¿Se puede ser reflexivo y crítico con estas categorías de modernidad y progreso?
Sí, pero no es posible superar cognitivamente ciertas problemáticas políticas,
sociales y culturales en la actualidad si no superamos este laberinto
epistemológico, es decir, del origen del conocimiento enseñado.

Por esta razón, la pregunta que nos hacemos es qué se está enseñando y no
tanto cómo se está enseñando. Autores como Juan Sisinio Pérez Garzón,
Sebastián Plá, Joaquim Prats, Antoni Santisteban Fernández, Joan Pagès o
Mario Carretero, entre otros, son protagonistas en los estudios de la didáctica de
la historia. En ellos vemos una defensa generalizada de una historia escolar
menos memorística y más reflexiva, sumado a una transformación al cómo
ofrecer clases de Historia.

Retrocesos y limitaciones
Por esto es muy importante poner el acento en cómo muchos de esos
conocimientos nos están provocando serios retrocesos y limitaciones de cara a
la construcción de diferentes futuros posibles.

La historia no estaría ayudando a construir una ciudadanía verdaderamente


libre, sino a seres pasivos ante lo que ocurre en el mundo, es decir ciudadanos
espectadores y no activos en los principales problemas de nuestra sociedad.

Quizás parezca raro, pero hubo una vez que la historia sirvió para
elaborar utopías. Hoy en día eso es sinónimo de debates metafísicos que, al
final, no tienen ninguna transcendencia ni incidencia en nuestras vidas.

Finalmente, la esclavitud del siglo XXI parece no estar únicamente en lo


material y financiero, sino también en lo intelectual. Estamos condenados
socialmente si no logramos emanciparnos cognitivamente, ya que no podemos
permitirnos como colectivo humano seguir encadenados a un pasado que nos
limita, a un presente que cada vez nos oprime más y a un futuro inexistente y
vacío de toda esperanza.

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