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HISTORIA ANTIGUA DE MORELOS

Arqlgas. Giselle Canto Aguilar


Laura Ledesma Gallegos

INTRODUCCIÓN

Conocer nuestro pasado e integrar la historia del estado de Morelos es el propósito de este
trabajo. Para lograrlo tuvimos que recabar información bibliográfica, arqueológica,
geográfica y cartográfica, labor bastante ardua que evidencio el lento proceso que es la
investigación histórica, más aun, mostró la falta de estudios en áreas que fueron de gran
actividad social, en la entidad. Pese a ello logramos recuperar la información
arqueológica registrada para el estado de Morelos, que arroja alrededor de 1000 zonas
arqueológicas, de las cuales se han investigado parcialmente y abierto al público
solamente siete. Yautepec, Tepoztlán y Teopanzolco, que son representativas del periodo
Posclásico; Xochicalco cuyas últimas exploraciones han confirmado su existencia para el
Epiclásico, y que además sugieren un fuerte vínculo con ideas sociales del Posclásico; la
ocupación de Las Pilas está fechada para el Clásico; por su parte el sitio arqueológico de
Olintepec, que tuvo una larga duración tanto en el Preclásico como para el Posclásico,
funcionó como Centro Regional; por último, Chalcatzingo, es de los sitios estudiados el
que revela ocupación más temprana, y donde el estilo olmeca dejó su impronta. Este
desequilibrio en la información es evidente cuando se intenta reconstruir la historia
antigua de Morelos; los hiatos temporales son obvios para varias de las fases de
ocupación prehispánica del territorio morelense. Pese a ello, en este texto se intenta cubrir
todos los periodos de esa, además de mencionar todos los aspectos de las diferentes
sociedades, por supuesto, relacionándolos con la información bibliográfica de otras
regiones que interactuaron con las culturas establecidas en el estado. De tal suerte el
objetivo del presente texto es presentar un panorama global de la historia de los pueblos
que habitaron el territorio del actual estado de Morelos, desde la aparición de los grupos
cazadores - recolectores en esta región -a la que se le ha dado una fecha tentativa de su
llegada de 12,000 a C- hasta el año de 1521 d C, fecha que marca la conquista y
destrucción de la civilización mesoamericana. Dar a conocer al público en general la
historia antigua del Estado de Morelos, explicando que ésta estuvo dentro de un escenario
global que fue Mesoamérica; y que la actual sociedad deriva, en buena parte, de la de
entonces. Para lograr una explicación coherente, en este discurso el tiempo
mesoamericano ha sido dividido en cinco periodos, a saber: Cazadores - Recolectores
(que cubren desde 12,000 a 1500 a C); Preclásico (de 1500 a C a 150 d C); Clásico (de
150 a 650 d C); Epiclásico (de 700 a 900 d C) y Posclásico (de 900 a 1521 d C). Además
el periodo de los Cazadores-Recolectores cuenta con dos fases y también los periodos
Posclásico y Preclásico tienen tres fases cada uno. Para algunas de éstas la investigación
arqueológica ha tenido poca fortuna, y por ello los datos son muy escuetos, sin embargo
no pasaron desapercibidos. Es necesario puntualizar que la historia de los pueblos de
Morelos siempre estuvo en concordancia con la de Mesoamérica, sobre todo con la del
Altiplano Central, y muy específicamente con la de la Cuenca de México, por eso serán
evidentes las constantes referencias respecto de esas áreas culturales. Así, primeramente
se hace mención de los grupos cazadores - recolectores, cuyo paso estaba marcado por el
movimiento de las constelaciones. Este nomadismo estacional los condicionaba a formar
pequeños grupos, con muy pocas posesiones; la explotación de las plantas silvestres les
permitió conocerlas originando los primeros cultivos, conocimiento que heredaron las
primeras sociedades campesinas. El Preclásico inició con una organización social de tipo
igualitaria finalizando con la configuración de estados con una compleja estratificación
social, donde la iconografía olmeca hizo su aparición como sistema que fundamenta la
diferenciación social al interior del linaje. La supremacía de la poderosa ciudad de
Teotihuacan, durante el Clásico, sobre diversas rutas de comercio fue determinante en el
desarrollo de toda Mesoamérica porque a través de las rutas transitó todo tipo de
personajes; embajadores, guerreros, comerciantes, mujeres nobles que se desplazaban
para contraer matrimonio, todos ellos entablaron relaciones diversas con diferentes
ciudades, lo que permitió no solo el intercambio de bienes, sino también la circulación de
iconos y con ellos la transmigración de ideas. De tal forma, no es de extrañar que en
regiones tan alejadas del Altiplano Central, como la maya, se hallen representaciones del
Dios de la Lluvia, dios de Teotihuacan. El Epiclásico ha sido reconocido como un
periodo de transición, en el que predominó la pluralidad étnica de los habitantes de cada
uno de los señoríos, en el que se conjugaron una serie de elementos políticos, económicos
–como la trama de nuevas rutas de comercio- y religiosos que cristalizarían en el
Posclásico. Por ejemplo, la preeminencia del dios Quetzalcóatl como patrono de la
nobleza. Después de la caída de Tula, en el Posclásico destacó la migración de grupos,
principalmente nahuas, quienes guiados por su dios patrono arribaron al Altiplano
Central, configurándose una serie de señoríos que tras consolidarse entraron en
competencia unos con otros; la culminación de este periodo fue la formación del Imperio
Tenochca y su hegemonía en Mesoamérica. Ellos justificaron su expansión utilizando la
institución religiosa, pues plantearon como necesidad imperiosa la de obtener cautivos
para alimentar al dios solar Huitzilopchtli, para que así continuara el curso de la vida.
Esta breve reconstrucción del pasado prehispánico ha permitido establecer que un
elemento preponderante dentro de las sociedades antiguas fue, precisamente, la religión,
que encubrió todas las acciones políticas y económicas que efectuaron esas sociedades y
que dio como resultado una compleja idea del cosmos que legitimaba y regulaba todas las
acciones humanas. De tal manera fueron las acciones que llevaba a cabo el hombre en su
vida cotidiana, que iban desde prender el fuego, cocinar, cultivar, hasta relacionarse con
sus semejantes, las que dieron origen a preguntas sobre el funcionamiento de su entorno,
de su universo. Las respuestas a esas interrogantes, es decir, la explicación de las diversas
acciones del hombre sobre los diferentes ámbitos del universo, engendraron formas
particulares de conciencia social. Fue a través de elementos ideológicos que esta
conciencia social conformó y delimitó el campo de acción sobre un particular ámbito del
universo y estableció las normas, reglas, prácticas, e instituciones bajo las cuales se
llevaría a cabo[1]. En este sentido aquí se sigue la explicación del historiador Alfredo
López Austin, quien explica que “Cada sistema ideológico se caracteriza como un
conjunto articulado de elementos ideológicos delimitados por particulares formas de
acción sobre un particular ámbito del universo. El sistema ideológico posee peculiaridad
estructural y dinámica: pero está también articulado tanto al resto del plano ideológico
como a la estructura social.”[2] En el México antiguo la religión fue uno de los sistemas
ideológicos en los que cristalizó la conciencia social. Otros campos donde también se
llevaron a cabo las acciones humanas y que concretaron en sistemas ideológicos fueron la
política, la magia, el mito, el arte, etc. Aunque la dinámica de transformación de cada
sistema vario, ellos estaban relacionados entre sí, en mayor o menor grado, o aún en
forma antagónica. López Austin también asienta que la imbricación de todos los sistemas
ideológicos crea la cosmovisión. “Por cosmovisión puede entenderse el conjunto
articulado de sistemas ideológicos relacionados entre sí en forma relativamente
congruente, con el que un individuo o un grupo social, en un momento histórico, pretende
aprehender el universo.”[3] Los sistemas interrelacionados forman una estructura, en
donde el predominio de uno de ellos en un momento dado es el que da congruencia al
conjunto. En el mundo prehispánico la religión fue el sistema ideológico dominante de la
estructura social; los sistemas político y económico, incluyendo sus instituciones y leyes,
fueron recubiertos por una capa de religiosidad, esto se observa claramente en la
sacralización del poder y la existencia de los hombres dioses; en los rituales de petición
de lluvias de los campesinos, los que fueron marcados por un calendario que sólo los
sacerdotes conocían y; en la cohesión social del grupo dada por la existencia de un dios
fundador, el dios patrono del grupo. Observada la importancia del papel que jugó la
religión en Mesoamérica, se determinó que en esta historia del Morelos Antiguo se
tomara a la Religión Mesoamericana como el hilo conductor explicativo. Ahora bien,
antes de iniciar la historia antigua de Morelos es pertinente introducir varios conceptos
necesarios para seguir el desarrollo del tema, estos conceptos son: Mesoamérica,
Cosmovisión, la Geometría y la Dualidad del Cosmos mesoamericanos.

MESOAMÉRICA

Es posible considerar a Mesoamérica como un territorio con una extensión variable que
estuvo determinada por una intrincada red de relaciones establecidas entre los grupos que
la habitaron. Estos, que compartían un patrón de subsistencia agrícola, formaron
sociedades de diferente complejidad, desde organizaciones sociales simples a sociedades
de clases organizadas en estados altamente centralizados, cuyas relaciones produjeron
una base cultural común: la tradición mesoamericana. En la mitología náhuatl el origen
de los hombres se debe a Quetzalcóatl, quien se roba los huesos del Mictlan, después de
molerlos, los riega con sangre de su propio pene, haciendo una masilla con la que forma a
los hombres. Así creados, los hombres quedaron guardados en estado de latencia, dentro
de una gran montaña con siete úteros, Chicomoztoc. Los hombres esperaban ser extraídos
por algún dios, quien les entregaba parte de él, una reliquia que formaría el bulto divino.
El dios los guiaría a la tierra prometida, y les otorgaría una lengua, particulares
costumbres, un oficio y los instrumentos necesarios para realizarlo, convirtiéndose en el
patrono del grupo. Estos grupos, unidades básicas de organización de los
mesoamericanos, estaban relacionados por lazos de parentesco formando linajes.
Gráficamente, el linaje puede ser representado por un triángulo equilátero; en la cúspide
se localizaba el dios patrono; en el nivel inmediato inferior estaba el que lo representaba
en la tierra. Este individuo fungía como cabeza del grupo, ejercía la jefatura del linaje, la
cual era hereditaria. Los linajes, llamados en el Posclásico calpultin, poseían un territorio
que era cultivado por las unidades domésticas, constituidas por una familia nuclear o
varias, encabezadas por un jefe. Las unidades domésticas representaban las unidades
básicas de producción. Para la época del Posclásico, a los linajes se les denominaba como
calpultin, (en singular calpulli).[5] Ahora bien, en el Posclásico Medio (1150 – 1350 d C)
llegaron a la Cuenca de México, entre otros grupos, acolhuas, tepanecas, xochimilcas,
chalcas y mexicas. Cada uno de ellos creía haber sido extraído de Chicomoztoc por su
propio dios patrono, el cual los había guiado a la tierra prometida. El dios los había
acompañado en su viaje entregándoles parte de él, una reliquia que formaría el bulto
divino, que cargaban sus sacerdotes. El dios patrono no sólo los condujo a la tierra
prometida, sino que también les otorgaría una lengua, particulares costumbres, un oficio y
los instrumentos necesarios para desempeñarlo.

COSMOVISIÓN
Característico de las organizaciones estatales mesoamericanas fue su constitución
pluriétnica, conformada a partir de la congregación de varios calpultin. De esa manera,
los dirigentes, la nobleza da cada calpulli se reunió con el propósito de unificar a la
población -a su población-; en cierto momento esa nobleza se desligo por completo del
resto de la población, originando un linaje real, con un dios protector particular, que en
consecuencia dejó de servir a los intereses de los calpultin, vigilando exclusivamente los
propios. Así sobre una organización social de tipo igualitaria de los calpultin se impuso
una organización de tipo estatal que, al menos desde el Epiclásico (700-900), estuvo
legitimada por un dios tan importante en el panteón mesoamericano como lo fue
Quetzalcóatl. Como ya quedó anotado, la elección de Quetzalcóatl como dios patrón de la
nobleza dirigente se debió, principalmente, a que él fue el creador de la raza humana, ya
que él rescató del Mictlan los huesos de los hombres, los molió y regó con su sangre para
crear a la raza humana. En otro mito quedó asentado como Quetzalcóatl entregó los
huesos a los cuatrocientos dioses, para que ellos, con su sacrificio de sangre, generaran a
grupos particulares. Entonces ellos serían los dioses patrones de los linajes. En este
último mito lo que nota es que Quetzalcóatl estaba por encima de todos los dioses de los
calpultin, en consecuencia la nobleza está por encima del resto de la población. En la
mitología mesoamericana fue el dios Quetzalcóatl quien además creó el cosmos: él partió
al monstruo Cipactli, y de la parte inferior se originaron los nueve pisos del inframundo;
de la superior las nueve capas celestes; para evitar que se unieran los dos partes de
Cipactli; Quetzalcóatl plantó cuatro árboles cósmicos que formaron una zona intermedia,
compuesta de cuatro capas celestes inferiores, que eran el mundo del hombre y de los
astros.

LA GEOMETRÍA DEL COSMOS


La cosmovisión del México prehispánico dividía al mundo en dos niveles. Al nivel
superior correspondían 13 pisos celestes; y, al inferior 9 pisos del inframundo. A su vez
los pisos celestes eran subdivididos en 9 verdaderos cielos superiores, que eran los
paternos; 4 intermedios, en donde quedaba comprendida la superficie de la tierra, morada
de los hombres, los meteoros y los astros que surcan el cielo, y por último, los 9 pisos
maternos del inframundo. Cada piso celeste y del inframundo estaba habitado por
diversos dioses y seres sobrenaturales. Los diversos dioses transitaban por los pisos
celestes y del inframundo cumpliendo sus respectivos ciclos, pasando por el mundo de
los hombres, en donde se generaba el movimiento que daba origen al tiempo, el tiempo
de los hombres. De esta forma se explicaban la dinámica del cosmos. El cielo y el
inframundo estaban separados por cinco postes, colocados en los cuatro puntos cardinales
y uno al centro. Los dioses pasaban del cielo al inframundo a través de estos postes.
LA DUALIDAD DEL COSMOS
Los pueblos mesoamericanos fueron grupos agrícolas que vivían en asentamientos
permanentes. Estas características definieron su modo de aprehender su universo. El
periodo agrícola estaba regido por el cambio estacional de secas y lluvias que se
presentaban en territorio mesoamericano. El predominio de un elemento sobre otro marco
su alternancia en forma de ciclo. Fue a partir de este ciclo que las sociedades antiguas
explicaron su universo, ordenando sus elementos en pares opuestos, pero
complementarios, cuya presencia alterna creaba el movimiento, es decir el tiempo. Por
ejemplo, distinguieron cielo y tierra, arriba y abajo, masculino y femenino, calor y frío,
luz y oscuridad.[6]
CAPÍTULO I. EL CONOCIMIENTO DE LAS ESTRELLAS

Los grupos cazadores – recolectores se movían de acuerdo a las estaciones a través de un


territorio definido en busca de productos vegetales. Esta movilidad estacional derivó en el
conocimiento de los ciclos reproductores de las plantas, llegando a lo largo del tiempo a
manipular este ciclo para controlarlo. Esto dio origen a campamentos ya no estacionales
si no semipermanentes alrededor de la germinación de estas plantas, tanto para un cultivo
incipiente como para protegerlas de otros grupos vecinos o bien de depredadores. Los
campamentos semipermanentes detectados arqueológicamente han sido fechados entre
5,500 y 3,500 a C; se han localizado sobretodo en nichos ecológicos ideales, como por
ejemplo el sur de la Cuenca de México, en donde los recursos lacustres permitieron que
los miembros de grupos de seminómadas pudieran vivir en las épocas en que no se daban
las gramíneas. Hacia el 3,400 y hasta 1,500 a C, las poblaciones se concentraron en
aldeas semipermanentes; la ocupación estacional de los campamentos se hizo más
prolongada, y dependieron en mayor medida de cultivos incipientes. Si bien hay indicios
de estructuras habitacionales –en Tehuacán, Puebla, por ejemplo-, los campamentos
abiertos no desaparecieron, y continuaron habitándose las cuevas y abrigos rocosos. Otro
elemento diagnóstico que ha permitido inferir que las poblaciones semipermanentes
continuaron un proceso de transformación hacia grupos dependientes de la agricultura,
viviendo en aldeas permanentes, es la cerámica, cuya aparición data del año 2,500 a C.
Para los cazadores – recolectores los artefactos cerámicos representaron volúmenes
pesados, frágiles y difíciles de transportar, por eso es que estos artefactos se asocian
principalmente con grupos sedentarios. La manufactura de vasijas cerámicas estaba
relacionada directamente con los asentamientos permanentes y con los productos
agrícolas; por ejemplo, su función principal fue el almacenamiento y cocción de las
semillas; y el acarreo y almacenamiento de agua a las aldeas. La cerámica de aquel
entonces fue sumamente sencilla, pues sus formas imitaban a las de algunos productos
vegetales, como las del guaje. Asimismo su decoración fue simple, consistió básicamente
en incisiones logradas por medio de conchas. El intercambio de bienes entre estos grupos,
tanto los cazadores – recolectores como los aldeanos, permitió una amplia difusión del
proceso agrario así como de la alfarería, acelerando los cambios en el territorio que
posteriormente se definiría como Mesoamérica.
CAPÍTULO 2: EL PRECLÁSICO: EL MAIZ, LA PLANTA SAGRADA

Lo que caracterizó al periodo Preclásico fueron los cambios en la organización social de


los pueblos mesoamericanos. El inicio de este periodo estuvo sellado por el
establecimiento de asentamientos permanentes alrededor de los campos de cultivo, el
crecimiento poblacional y como consecuencia directa el aumento en el número de
asentamientos, la producción cerámica, la edificación de arquitectura cívica – religiosa,
etc. Pero lo más sobresaliente fue el cambio de sociedades igualitarias a sociedades
altamente estratificadas que aparecieron a finales del periodo. Fue una constante a lo
largo de las fases del Preclásico el incremento poblacional, el aumento de niveles en la
jerarquización de los asentamientos, dependiendo del número de habitantes, la presencia
de arquitectura y su ubicación estratégica en una región. Como Hirth propone “... La
localización de los grupos humanos dentro de sus medios geográficos y la forma en la
que estos cambian a través del tiempo son el producto de un proceso multifacetado de
toma de decisiones. La localización de los asentamientos con relación a recursos que
ocurren naturalmente puede ser una indicación de una variedad de actividades
económicas, ya sean primarias (agricultura, caza y recolección, minería) o secundarias
(manufactura, etc.). Los asentamientos están también distanciados unos de otros con
relación a las relaciones sociales existentes, con asentamientos competitivos tendiendo a
estar más distantes uno de otro que aquellos que están fuertemente unidos.”[7] Junto a la
diferenciación social se dio el surgimiento del calendario y la escritura. Desde sus inicios
la escritura transmitió información política, y con ella estuvieron asociados los registros
cronológicos. Como la arqueóloga Joyce Marcus apunta “la historia, el mito y la
propaganda pública se fundieron y quedaron registrados por la escritura y las notaciones
calendáricas”. Son varias las regiones de Mesoamérica que han brindado información
acerca de este periodo, sin embargo para los fines de esta historia solamente se hará
referencia a la Costa del Golfo, Guerrero y la Cuenca de México.

MESOAMÉRICA EN EL PRECLÁSICO TEMPRANO 1500 – 1100 a C


Alrededor del año 2500, varios elementos confluyeron para dar como resultado el
surgimiento de Mesoamérica; estos fueron los asentamientos permanentes asociados a los
campos de cultivo, la elaboración de la cerámica, así como la especialización de las
aldeas en la explotación de algunos recursos naturales dependiendo de su entorno
geográfico. Asimismo, la especialización propició el intercambio de productos e ideas,
fortaleciendo la unidad de la región. Para el inicio del Preclásico Temprano la población
de las aldeas permanentes estaba constituida por grupos igualitarios, sin jefatura
hereditaria, cohesionados tan sólo por lazos de parentesco. La homogeneidad del grupo
resalta debido a la presencia de una bella cerámica, principalmente bícroma, que pese a la
aparente variedad de formas y decoración, su forma básica fue el botellón, además de que
fue exactamente igual en cualquier sitio donde se manufacturó. Este tipo de cerámica se
originó en el Occidente de México y de allí se difundió a la mayoría de las aldeas del
Altiplano Central. Son varias las áreas de Mesoamérica para las cuales se cuenta con
información de este periodo, entre ellas están la Cuenca de México y los valles de
Tehuacan, Puebla, Oaxaca y Morelos. Básicamente, los primeros pueblos de campesinos
incipientes de estas áreas se constituyeron cerca de ríos permanentes y manantiales,
aunque también fue importante la cercanía de diferentes nichos ecológicos, pues la
recolección aún no se abandonaba completamente. Así, de los datos recuperados en la
Cuenca de México, se ha obtenido información sobre los tipos de cultivo. Por ejemplo,
cultivaban dos variedades de maíz: el Nal Tel y el Chapalote, así como otras especies
como el amaranto, el frijol, la calabaza y el chile.[8] Asociados a esas poblaciones, se han
encontrado pequeños asentamientos llamados por los arqueólogos “residencias aisladas”.
En realidad las residencias fueron campamentos que se construían sólo en ciertas épocas
del año, es decir, de carácter estacional, localizados en nichos ecológicos específicos, en
los cuales se desempeñaban diversos tipos de actividades, principalmente la recolección
de una o varias plantas silvestres. Los campamentos estacionales son evidencia de que los
agricultores incipientes no habían abandonado la recolección completamente, quizá la
agricultura no satisfacía del todo sus necesidades alimenticias; así, ellos recolectaban
especies que en momento aun eran silvestres como el girasol, el nopal, la tuna y el
epazote. En la Cuenca de México para el Preclásico Temprano se han reportado doce
asentamientos, de los cuales sobresalen Tlatilco y Coapexco; éstos son clasificados por
los investigadores como villas grandes, con una población entre 200 y 500 habitantes;
mientras que para las aldeas se ha calculado una población entre 40 y 180 personas.
Como ya se ha mencionado, estos sitios compartían una cultura que se manifestaba en la
producción de bellos botellones, algunos de ellos con asas de tipo estribo, está se ha
denominado cultura Tlatilco, que se extendía en toda la Cuenca de México y en los valles
de Morelos y que los relaciona con la cultura del occidente de México. Entre las
principales materias primas que se intercambiaron en este periodo se encuentra la
obsidiana y artefactos manufacturados con ella, como son navajas, raederas, raspadores,
etc. Su importancia económica no radicaba solamente en su utilidad, sino también en los
nexos que se creaban entre los grupos que formaban esta incipiente Mesoamérica. Así,
aunque la Cuenca de México contara con importantes yacimientos de obsidiana como lo
fueron Otumba y el Paredón, que eran más que suficientes para suplir sus necesidades,
sus habitantes comerciaron obsidiana de lugares tan lejanos como Michoacán y Veracruz.
Uno de los sitios claves para entender este sistema de intercambio fue Coapexco,
localizada en un paso natural de la Sierra del Ajusco hacia Morelos. Los arqueólogos
Sanders, Parsons y Santley han propuesto que probablemente este sitio fue fundado por
grupos provenientes de Morelos. En este sitio se encontró gran cantidad de obsidiana de
diversos yacimientos, tanto de los de la Cuenca como son Otumba y el Paredón, como de
Michoacán y Veracruz, aunque el porcentaje de obsidiana de estos dos últimos
yacimientos fue mayor, en comparación con la de la Cuenca. Esto ha llevado a plantear
que seguramente los habitantes de Coapexco fueran comerciantes especializados en el
intercambio de obsidiana y que probablemente, el lugar del asentamiento fue elegido
porque se encontraba en el paso de importantes rutas de comercio asociadas al
intercambio de la obsidiana, sobretodo de aquella proveniente de Zinapécuaro
(Michoacán) y de Altotonga (Veracruz). Para el último siglo de este periodo la presencia
de obsidiana de Altotonga, Veracruz, enlazó el Altiplano Central con la zona nuclear
olmeca en la costa del Golfo. Este contacto con los olmecas del Golfo derivó en la
presencia de materiales y símbolos de tipo olmeca en el Altiplano, los que probablemente
provenían del asentamiento olmeca de San Lorenzo, el Centro Regional más importante
de esta región. Además de la obsidiana, entre estos materiales se hallaron vasijas
cerámicas y pendientes de piedra verde en forma de colmillos; y entre los símbolos
olmecas destacan principalmente la mano-garra-ala, el were-jaguar, la serpiente flamígera
y la cruz de San Andrés. Mientras que las nacientes diferencias en la jerarquía social
fueron marcadas por productos de intercambio, por ejemplo, espejos de pirita (que
enlazaría el área con los valles centrales de Oaxaca), conchas (de ambas costas), así como
otros bienes suntuarios elaborados con materias primas exóticas, los símbolos olmecas
fueron utilizados en el Altiplano Central (y también en Oaxaca) durante el Preclásico
Temprano no como elementos asociados a la jerarquía social, como lo fueron
posteriormente, sino que fueron asociados a los grupos de parentesco, linajes, siendo
mutuamente excluyentes entre sí. Esto ha llevado a investigadores como Marcus y
Tolstoy a proponer que como parte de la religión del Preclásico Temprano estaba el culto
a los fundadores de los linajes, generalmente representados como animales totémicos,
ancestros que a finales de este periodo fueron investidos con símbolos olmecas. Otra
parte sumamente importante de la religión del Preclásico Temprano fue la gran profusión
de figurillas femeninas. En estas figurillas se exageraban los atributos sexuales como
parte del culto a la fertilidad. En donde la fertilidad de la Tierra se concibió como un
aspecto netamente femenino, y que más tarde se transformaría. La existencia de entierros
bajo las casas de los agricultores, o bien, en los que fueran sus graneros, excavaciones en
la tierra de forma troncocónica, dan indicio de otra creencia mesoamericana, el alma
colectiva. El historiador Alfredo López Austin utilizando creencias mesoamericanas del
Posclásico, así como indígenas coloniales, explica esa práctica como la idea de que una
de las almas del ser humano estaba vinculada a la prosperidad de la familia, que el alma
era una fuerza vital reproductora que abarcaba no solo a los miembros de la familia sino
también a sus campos de cultivo y sus animales. Por lo tanto, “Los restos depositados
bajo el piso del hogar serían centros irradiadores de la fuerza familiar y doméstica”.
Producto de esta creencia en la fuerza vital del alma de sus antepasados son los casi 500
entierros localizados en Tlatilco.

MORELOS EN EL PRECLÁSICO TEMPRANO


Como ya quedó anotado, arqueólogos como Sanders, Parsons y Blanton han propuesto
que el principal foco de colonización de la Cuenca de México fueron grupos de
campesinos que migraron desde los valles de Morelos. Esta hipótesis se base en que
Morelos, con su alto nivel de lluvia, libre de heladas y un clima cálido, fue un hábitat
ideal para la existencia del maíz silvestre, no así la Cuenca de México con su alta
elevación y la presencia de heladas. Estos autores proponen que Morelos, junto con zonas
ecológicas comparables en Oaxaca, Guerrero y Puebla, fue uno de los centros de
domesticación del maíz.[9] En los valles de Morelos los pueblos agrícolas del Preclásico
Temprano trazaron patrones semejantes a los de la Cuenca de México. A lo largo de las
riberas del Río Cuautla se situaron San Pablo, Nexpa, Cerro Chacaltepec y,
probablemente también para este periodo, Olintepec. Otro sitio importante fue
Cacahuamilpa, ya en los límites entre los estados actuales de Morelos y Guerrero,
siguiendo la vertiente del río Amacuzac. En el valle de Yautepec, a lo largo del río, se
localizaron entre otros sitios, Atlihuayan y Tlaltizapan. En la actual ciudad de
Cuernavaca se han encontrado vestigios arqueológicos de este periodo en Gualupita,
asentamiento situado próximo a un manantial. Pese a su importancia, aparentemente
ninguno de ellos tuvo un tamaño comparable al de Tlatilco. En todos los asentamientos
mencionados estuvo presente la cerámica, principalmente botellones, estilo Tlatilco.
Todos los botellones de esos sitios configuraron ofrendas funerarias de los entierros
asociados a las casas de los agricultores. El arqueólogo David Grove plantea que el Río
Cuautla pudo haber sido una de las probables rutas de difusión de este estilo cerámico,
que está presente desde el Occidente de México, pasando por Michoacán y Colima, hasta
la Cuenca de México. Este contacto con la Cuenca de México se vio reforzado por el
intercambio de obsidiana, tal y como lo muestra la obsidiana del sitio de San Pablo, pues
más del 90% provenía de Otumba, yacimiento probablemente controlado por Tlatilco, ya
que para este momento el valle de Teotihuacan estaba deshabitado. Hacia el oriente de
Morelos, en las riveras del Río Amatzinac y cercano a un manantial, aparece
Chalcatzingo como una pequeña villa en este periodo del Preclásico Temprano. Su
localización en un área con varios nichos ecológicos de recursos explotables así como
buenas tierras agrícolas, favorecieron la residencia en este sitio, que para finales de este
periodo tenía una población aproximada de 200 habitantes; sin embargo si lo
comparamos con los asentamientos más ricos del centro de Morelos, Chalcatzingo
resultaba un asentamiento relativamente menor. Un elemento importante del sitio fue la
construcción de arquitectura pública de fachada de piedra. Por su tamaño, localización y
arquitectura Grove propone que la villa fue el asentamiento principal del valle, y que
quizá fue el centro redistribuidor, situación que permitiría el surgimiento de la jerarquía
social en el Preclásico Medio. Ahora bien, Chalcatzingo estaba situada en la esquina
sureste del área de influencia de la cultura Tlatilco, así lo demuestran los botellones y las
figurillas femeninas, característicos de este estilo, que fueron halladas en el sitio. La
localización de Chalcatzingo en un área periférica le permitió establecer relaciones con
otras áreas fuera de la cultura Tlatilco, como con el valle de Izúcar de Matamoros, en
especial con el importante sitio de Las Bocas, así como con los valles centrales de
Oaxaca, en donde está el sitio de San José Mogote.

MESOAMÉRICA EN EL PRECLÁSICO MEDIO 1100 – 500 a. C


En este periodo destaca el significativo aumento de la población; esto fue posible porque
el hombre continuo mejorando las plantas; asimismo creó una serie de técnicas agrícolas
asociados a sistemas de control de agua, por ejemplo represas en los ríos y canales para
irrigación; también obtuvo mayores beneficios al habilitar terrazas agrícolas, que le
permitió una mayor producción agrícola para una población en constante aumento. Por lo
tanto, fue posible un incremento en el número de sitios. La existencia de pequeños
poblados en zonas de pobres recursos agrícolas pero ricos en otros tipos de recursos como
la sal, la madera, la piedra, etc., hacen suponer que cada uno de los sitios desarrolló una
especialización en la explotación de tales recursos. Por otro lado, hay evidencia de
grandes sitios con arquitectura de carácter público, generalmente ubicados en las mejores
tierras agrícolas. Tal situación indica dos aspectos; primero, que existió una jerarquía en
los asentamientos, en donde los sitios mayores desempeñaban el papel de centros
rectores; y segundo, que esta diferenciación en el tamaño, tipo y función de los
asentamientos en el ámbito regional, funcionó a través de una red distributiva. La
aparición de arquitectura de carácter público es característica de este periodo. Este tipo de
arquitectura está presente en varios lugares de Mesoamérica. Por ejemplo, San Lorenzo,
sitio en el área nuclear olmeca, en la Costa del Golfo, cuyo emplazamiento tuvo lugar en
un cerro, que fue totalmente modificado, agrandado y adaptado por medio de terrazas
para construir varios edificios; otro caso similar fue el de La Venta, en Tabasco, en donde
se adecuaron grandes espacios para construir los montículos y plazas; en el centro rector
de uno de los valles de Oaxaca está San José Mogote, lugar en el que la arquitectura de
orden público gigante sobresale; en las costas de Chiapas y Guatemala; también en
Chalcatzingo y Chimalacatlan, Morelos, y en Teopantecuanitlan, Guerrero, es evidente la
presencia de relieves, arquitectura y escultura de dimensiones desproporcionadas de
carácter también público. En la costa del Golfo, San Lorenzo, La Venta y, posterior a
ellos, Tres Zapotes crecieron hasta convertirse en importantes asentamientos. Estos sitios,
asociados con otros de la costa del Golfo como Manatí y Laguna de los Cerros, que
también poseen escultura de estilo olmeca, representan diferentes momentos de desarrollo
de la cultura olmeca. La cronología de San Lorenzo y La Venta presenta serios problemas
lo que ha llevado a proponer a algunos investigadores que en ciertas fases de su
ocupación sitios éstos pudieron, ser contemporáneos y haber establecido, junto con los
otros asentamientos de Mesoamérica, una compleja red de relaciones. Aún así, los
diferentes momentos de apogeo de San Lorenzo y La Venta corresponden a diferentes
fases de presencia de la cultura olmeca en Mesoamérica. Esto no quiere decir, sin
embargo, que los sitios olmecas del Golfo fueran los difusores de la cultura hacia otras
áreas, sino que hubo una gran innovación cultural con múltiples orígenes en toda
Mesoamérica, y tal como lo plantea Demarest, durante este periodo se formaron
complejas redes de influencias mutuas. La ocupación más importante de San Lorenzo
(1200 – 900 a. C) correspondería con la de algunos sitios del Preclásico Temprano como
Tlatilco y Coapexco en la Cuenca de México, y con las primeras fases arquitectónicas de
Teopantecuanitlan, Guerrero; pero también con asentamientos del Preclásico Medio
como San José Mogote, Oaxaca. El segundo momento de expansión de la presencia
olmeca correspondería al apogeo de La Venta (1000 – 600 a. C), asociado con
asentamientos como Chalcatzingo y Chimalacatlan, Morelos; Teopantecuanitlan,
Oxtotitlan y San Miguel Amuco, Guerrero: Xoc, Pijijiapan y Tzuzuculi, Chiapas, etc.
Todos ellos grandes centros regionales planificados e importante arquitectura pública. En
todo el proceso, el papel de los centros rectores consistió en concentrar los productos
generados por la especialización para hacerlos llegar a todos pueblos inmersos dentro de
su esfera regional. Se ha propuesto que este papel de redistribuidor fue uno de los
factores que llevó a la diferenciación social al interior de los grupos. Un jefe que
concentraba y redistribuía, en teoría equitativamente, adquirió cada vez mayor prestigio,
y bienes, dentro de su linaje. Ya para este momento, la jefatura era de carácter
hereditario, posición justificada esgrimiendo el argumento de ser el individuo o la rama
más cercana al ancestro mítico fundador del linaje. Esto además proporcionaba al jefe un
importante papel dentro de la religión del grupo; debido a su cercanía con el ancestro el
jefe, o jefes eran capaces de manejar la sobrenaturaleza, principalmente el conocimiento
de los fenómenos naturales, siempre esperados para obtener una buena producción
agrícola. [10] Esta asociación de los jefes con la sobrenaturaleza les otorgó un carácter
sagrado. Así, en La Venta, en las esculturas llamadas altares/tronos, los jefes fueron
representados sentados a la entrada de una cueva, que es el acceso al inframundo –
concepto que forma parte del núcleo duro de la tradición religiosa mesoamericana- ya que
ellos eran concebidos como los mediadores entre su grupo social y las fuerzas
sobrenaturales que habitaban el inframundo: la lluvia y la fertilidad. Como Grove y
Gillespie proponen el jefe estaba ubicado en un punto crítico del cosmos uniendo a la
humanidad y a la divinidad, “... él fue elevado sobre la sociedad por su cualidad sagrada”.
La arquitectura pública no solamente evidencia la centralización del ritual, ya que esos
edificios y espacios abiertos sirvieron como escenarios para las importantes ceremonias
rituales, alejando del ámbito familiar la adoración de los ancestros y dioses; también
muestra el trabajo de la comunidad, no fue forzado, no se trataba de esclavitud, sino que
los campesinos tenían que granjearse el favor de los dioses, había que estrechar sus lazos
con la tierra, y, al mismo tiempo, reforzar la solidaridad entre ellos. Como Grove y
Gillespie postulan, respecto de esta arquitectura “... proyecta la identificación de espacios
sagrados dentro del paisaje y de tal modo legitima los ‘derechos’ de la comunidad a la
tierra transformando metafóricamente la naturaleza y su inmensidad en la cultura y la
comunidad...” El centro rector también se encargó de controlar el intercambio de
productos fuera del ámbito regional, realizado con otros centros de su misma jerarquía.
En este proceso de intercambio la incipiente nobleza requirió de productos exóticos [11]
o suntuarios utilizados para destacarse físicamente al interior del grupo. Este sistema
generó un proceso de apropiación y refuncionalización por parte de los grupos, creando al
mismo tiempo, la unidad y la diversidad mesoamericana. Fue en la Costa del Golfo, en
donde este proceso de diferenciación social se dio en fechas tan tempranas como el año
1200. Los grupos que habitaron esta región, que algunos investigadores proponen que
pertenecían al grupo lingüístico oto-mangue, son conocidos como “olmecas”, quienes
crearon un complejo panteón formado por los diferentes animales totémicos con los que
se identificaban los ancestros míticos de los linajes; dioses que amalgamaban rasgos
humanos y animales (cocodrilo, tiburón, serpiente, ave rapaz y sobre todo, el jaguar), y
concretaron en un vigoroso estilo olmeca relacionado con la jerarquización de la
estructura social. Los elementos distintivos de los diferentes animales totémicos fueron
conjugados para formar el llamado Dragón Olmeca, aparentemente el dios más
importante de este panteón, asociado frecuentemente con representaciones de personajes
con cetros. Tal vez la comparecencia del dragón con elementos de otros dioses indicara la
unidad del grupo olmeca. Los iconos asociados a la cultura olmeca se localizaron en toda
Mesoamérica; cejas flamígeras, boca ondulada con las comisuras hacia abajo, y sobre
todo el complejo mano – garra – ala. Aparecieron frecuentemente asociados a las vasijas
cerámicas, pero también en esculturas y pintura. En cada uno de los ejemplos no se
soslaya su filiación olmeca, pero a su vez, cada uno elaborado en un característico estilo
propio. Otros conceptos religiosos del Preclásico Medio se observan en la iconografía
olmeca, conceptos que perduran hasta el momento de la conquista como parte de la
tradición religiosa mesoamericana, como es la división del plano terrestre en cuatro
puntos con un punto al centro como el eje del mundo. Son las primeras representaciones
del árbol cósmico, el axis mundi.

MORELOS EN EL PRECLÁSICO MEDIO


Para este periodo, en Morelos se reporta la existencia de asentamientos como
Chalcatzingo, Atlihuayán, Mesa de los Tepalcates y Chimalacatlan; mientras que para
Guerrero el sitio importante fue Teopantecuanitlan, así como las pinturas en la cueva de
Oxtotitlan. Aunque solamente el primero de esos asentamientos tiene información más
completa proveniente de las excavaciones realizadas en Chalcatzingo por el arqueólogo
David Grove y su equipo. La región de Huautla es rica en rocas como calcopirita,
malaquita, calcocita y crisacola, todas ellas utilizadas desde este periodo en la
elaboración de cuentas, placas para collares y figurillas. Por lo anterior se infiere que la
ubicación de Chimalacatlan fue estratégica, y que no sólo funcionó como puerto de
intercambio, sino que también controlaba la explotación de los yacimientos de estas
rocas, así como la producción e intercambio de los productos terminados. El intercambio
pudo haberse encauzado hacia Guerrero, al área controlada por Teopantecuanitlan, como
al norte, a Chalcatzingo, de donde partiría hacia la costa del Golfo. Mientras en la región
opuesta, es decir, en el oriente de Morelos, en la planicie del río Amatzinac, la cerámica y
las figurillas de la cultura Tlatilco desaparecieron gradualmente, debido probablemente, a
que el contacto con la Cuenca de México se fue diluyendo, y fueron sustituidas a ese
mismo ritmo por cerámicas de estilo olmeca y nuevos tipos de figurillas. Fue la villa de
Chalcatzingo la que prosperó en esta fase, lo que resalta, sobretodo, por el aumento en el
número de terrazas habitacionales, que implicaban trabajos masivos de corte de roca y
relleno; empero, el sitio mantuvo la misma área pública del periodo temprano. Quizá
contemporáneo con Chimalacatlan, Mesa de los Tepalcates se sitúo en lo alto de un cerro,
en la sierra Huautla, en la convergencia de los ríos Cuautla y Amacuzac. La presencia de
tumbas con arco falso hacen suponer que compartió formas arquitectónicas con
Chimalacatlan y Teopantecuanitlan. Con seguridad el sitio controlaba uno de los pasos
más importantes a Morelos, el Río Cuautla. Sin embargo, aun falta determinar de qué
manera entabló relaciones con Chimalacatlan; si fueron de sujeción, o de tributación.
Hacia el año 700 a C Chalcatzingo alcanzó su apogeo y se convirtió en el principal
asentamiento del Altiplano Central. El sitio abarcó cuarenta hectáreas, incluyendo las
áreas habitacionales y ceremoniales. La característica sobresaliente de Chalcatzingo, sin
lugar a dudas, es su arte monumental, que hasta el momento está constituido por
veintiocho relieves, estelas, altares, entre otras esculturas. Debido a los patrones
escultóricos que presenta la escultura de Chalcatzingo, David Grove propone que los
artistas que las ejecutaron eran pobladores de este lugar, pero que fueron adiestrados por
artistas de la costa del Golfo, específicamente por los que vivían en La Venta, en
Tabasco. Asimismo, el arqueólogo define esta tradición escultórica de Chalcatzingo
como arte fronterizo y para ejemplificarlo este investigador expone que los atavíos y la
postura del relieve del Volador de Chalcatzingo son semejantes a los que presentan los
personajes de las estelas 2 y 3 de La Venta, en Tabasco. En sí los personajes
representados en la escultura de Chalcatzingo y los de La Venta remiten a lo apuntado
anteriormente, esto es, a la sacralización de los gobernantes, propuesta que toma sustento
por la aparición de las llamadas figurillas C8, que han sido identificadas como retratos de
los gobernantes. Este culto legitimó la organización social, política y económica del
Preclásico Medio. Sin embargo el contenido de la tradición escultórica de Chalcatzingo
difirió de la de La Venta, porque la primera, visualmente, hizo más explícitos los
mensajes iconográficos.

MESOAMÉRICA EN EL PRECLÁSICO TARDIO 500 a.C. –150 d.C.


En este periodo se suscitó el fin de la presencia olmeca en Mesoamérica. El sitio de La
Venta en el área nuclear olmeca fue abandonado alrededor de 400 a.C. y, aunque el
desarrollo olmeca continúo, éste se circunscribió a una pequeña región de la Costa del
Golfo. Así, surgieron nuevos asentamientos que rompieron con el patrón de asentamiento
del Preclásico Medio. En este momento surgieron grandes diferencias entre los grandes
sitios y el urbanismo. Si bien el proceso de estratificación social al interior de los grupos
había terminado en el Preclásico Medio, fue durante el Preclásico Tardío que esta
estratificación tomó un nuevo giro: los nuevos centros regionales compitieron entre sí por
controlar los recursos estratégicos para su crecimiento, pugna que los llevo al desarrollo
de símbolos de poder en los cuales proclamaban públicamente su importancia. El patrón
de asentamientos de los pueblos fue mucho más complejo. Dentro de una región se
trazaron diferentes tipos de pueblos, cada uno desempeñaba una función específica,
situación que dio lugar a una jerarquía de asentamientos: en el nivel más bajo se
localizaban las pequeñas aldeas, generalmente dedicadas a la explotación de recursos
naturales en diferentes ámbitos ecológicos; en los siguientes niveles, existieron pequeñas
y grandes villas destinadas principalmente a la producción agrícola; y, en el nivel más
alto, un gran centro, con características proto-urbanas en su planeación, con grandes e
importantes estructuras templarias, con número de habitantes dedicados no solo a
actividades agrícolas, sino también a la explotación de recursos básicos, a la producción
artesanal, a el intercambio y al desempeño de funciones administrativas. Fue el enorme
centro el que controló y administró al resto de los de asentamientos, localizados a su
alrededor dentro de una amplia región. El centro rector no sólo controlaba la
redistribución, es decir, la concentración de la producción por los jefes para después
redistribuirlas entre sus sujetos, sino también se hacía cargo de otros procesos
importantes como el intercambio, que controlado por la jefatura, exigía de sus sujetos
mayor producción de bienes para tener acceso a otros productos como la obsidiana y la
sal. Los centros rectores buscaron asentarse junto a yacimientos de importantes materias
primas o bien en excelentes tierras de cultivo donde se instrumentaron técnicas agrícolas
intensivas, esta ubicación estratégica fue la tónica de este periodo. De tal forma, se dio un
incremento en el número de asentamientos con poblaciones cada vez más especializadas,
entablándose mayor competencia entre los centros rectores por el control no sólo de los
yacimientos, sino también por el control de las redes de intercambio pan-mesoamericano.
Así para el inicio de este periodo surgieron importantes centros rectores en toda
Mesoamérica; en la Cuenca de México, sobretodo en el sur donde las posibilidades del
cultivo en chinampas a orillas de los lagos de Chalco-Xochimilco permitió un rápido
crecimiento poblacional, donde floreció Cuicuilco; la fundación de Teotihuacan, en el
árido norte, fue mucho más tardía y se debió principalmente a los yacimientos de
obsidiana de Otumba y de la Sierra de las Navajas, así como a su ubicación en un área de
paso hacia Puebla y Veracruz. En Oaxaca, el pueblo de San José Mogote fue abandonado
y el nuevo e importante centro rector fue Monte Albán, cuya posición estratégica en el
centro de los fértiles valles centrales de Oaxaca, le permitió imponerse como el
controlador del intercambio. A mediados de este periodo la Cuenca de México contaba ya
con 80,000 habitantes, 10,000 de los cuales vivían en Cuicuilco. Esta concentración de
población evidencia la enorme influencia económica y política que Cuicuilco ejerció no
sólo en las aldeas de su región sino también, como más adelante se explicará, al sur de su
territorio, en tierras morelenses. En aquél sitio se erigió la enorme plataforma templaria
de 135 m de diámetro y 25 m de alto, que aun ahora destaca sobre las construcciones
modernas. Mientras hacia el norte de la Cuenca crecía Teotihuacan rápidamente. En la
competencia entre Cuicuilco y Teotihuacan tanto por los recursos como, principalmente,
por las redes de intercambio, Cuicuilco resultó ser el perdedor. A finales del periodo, la
población de la Cuenca se incrementó a 140,000 habitantes, 20,000 de los cuales vivían
en Cuicuilco, pero más de 40,000 habitaban la ya poderosa ciudad de Teotihuacan, como
lo proclamaron públicamente con la construcción de las colosales Pirámides de La Luna y
del Sol. Otros sitios, de menor importancia y contemporáneos fueron Terremote Tlatenco,
cuyos habitantes se especializaron en la explotación de recursos lacustres; Ecatepec, que
aparentemente se dedicaba a la distribución de obsidiana; Tlapacoya continuó siendo
ocupada en este periodo; Ticoman; Zacatenco, entre otros.[12] La erupción del Xitle,
alrededor del año 100 d.C, dio fin a Cuicuilco. Tal vez por ello su población, y la de los
lagos Chalco y Xochimilco, fue absorbida por la creciente ciudad de Teotihuacan y así el
estado alcanzara la supremacía en la Cuenca de México. Fue el control sobre los
yacimientos de obsidiana, la producción y el intercambio de artefactos elaborados con
esta valiosa materia prima lo que elevó a Teotihuacan como estado hegemónico en toda
Mesoamérica. El fin de la influencia olmeca también ocasionó cambios en la religión
mesoamericana del Altiplano Central durante el Preclásico Tardío. La inexistencia de
monumentos que representen a los gobernantes indica que ya no son los gobernantes
divinizados los que sirven como mediadores entre el mundo del hombre y la
sobrenaturaleza. Son únicamente los dioses quienes tienen el control de la lluvia y la
fertilidad; el ancestro fundador del linaje es ahora el dios patrono que protege al grupo. Y,
aunque los gobernantes siguen siendo poderosos y continúan cumpliendo una función de
intermediarios con los dioses, su papel es anónimo. De esta manera, la arquitectura
pública ya no enfatiza al rey divinizado, sino al centro sagrado. Aunque la construcción
de grandes estructuras templarias, como las de Cuicuilco y Teotihuacan, tuvo sus raíces
en la cultura olmeca, en ellas se unió el culto religioso y el poder político. Asociados a
estas estructuras se han encontrado entierros humanos, práctica que se remonta al periodo
Preclásico Temprano, la fuerza vital de estos individuos no sólo fortalecía a la comunidad
(como por ejemplo, la de los sacrificados), como los entierros bajo el piso de la unidad
doméstica vitalizan a la familia, sino que también estrechaba los lazos entre las
comunidades pertenecientes a estos centros regionales, ya que seguramente entre los
enterrados allí estaban los jefes de los linajes. Es en este momento cuando es posible
identificar a los dioses, algunos de ellos asociados a ciertas ciudades. Por ejemplo, en
Cuicuilco, tan cercano al volcán Xitle, se han hallado representaciones del Viejo Dios del
Fuego; y en Teotihuacan, cuya pirámide del Sol esta construida sobre una cueva que es
asociada con el inframundo, hay abundantes representaciones del Dios de la Lluvia.
También ahí aparecen imágenes del Dios del Viento así como un dios ataviado con la piel
de un desollado. Cada uno de estos dioses con emblemas divinos que nos permiten
reconocerlos en los dioses de periodos posteriores. Aunque desde el Preclásico Medio se
tiene evidencia de escritura y de sistema calendárico con la estela 1 de San José Mogote,
que representa la figura de un cautivo muerte que lleva el nombre de 1 Temblor; es para
el Preclásico Tardío que se tienen mayores registros; un buen ejemplo es la estela de la
Mojarra que cuenta con un extenso texto, en lengua oto-mangue, y con las fechas de 143
y 156 d C
MORELOS EN EL PRECLÁSICO TARDÍO
En Morelos, al igual que en el resto de Mesoamérica, se dieron importantes cambios en la
organización social, económica y política de los pueblos que ocupaban la región.
También se crearon importantes centros regionales localizados en zonas diferentes a las
del periodo del Preclásico Medio. Al ser abandonada La Venta su papel de puerto de
comercio en la red de intercambio se perdió, con lo cual la influencia de Chalcatzingo
disminuyó drásticamente. Los nuevos centros de poder replantearon una nueva red de
intercambio cuyos nodos fueron los nuevos centros rectores del Preclásico Tardío. En el
sureste de Morelos surgió Campana de Oro como el centro rector del área que otrora
controlaba Chalcatzingo; el asentamiento contó con varios templos que pregonaban su
importancia. Sin embargo no pudo mantener durante mucho tiempo el control sobre esta
área, debido principalmente, a la falta de riego. Para el Clásico, Campana de Oro fue
sustituido por San Ignacio, mucho más al sur, pero en una rica región agrícola y como
paso hacia Puebla. Asimismo el sitio de Chimalacatlan fue abandonado cuando su
función -controlar el paso del Río Amacuzac- ya no fue necesaria a la caída de la red de
intercambio olmeca. Esta región montañosa del sur de Morelos, con suelos pobres, nunca
volvería a tener poblaciones importantes, aún en la actualidad. En la región central, con
suelos profundos e irrigados por el Río Cuautla y varios manantiales, Olintepec, un
importante asentamiento de este periodo, alcanzó la categoría de centro regional. La
principal plataforma piramidal alcanza 10m de altura aproximada, aunque debió ser
mucho más alta, pues hay que en considerar que le falta el templo que remataba el
basamento. Hacia el norte del estado, cerca de Tepoztlán, se localiza Tecuescontitla. El
sitio presenta varias plataformas piramidales que son indicadores de su importancia; por
otro lado, y pese a que la región no cuenta con un río o manantial importante, sí tiene
profundas y ricas tierras de labor, lo que permitió el asentamiento de una importante
población alrededor de este centro regional. Cerritos, al norte de la actual ciudad de
Cuernavaca, fue otro de los importantes asentamientos de este periodo. Localizado en
excelentes tierras agrícolas contaba además con abundantes manantiales; es
probablemente que su importancia se debiera a su ubicación en un paso natural hacia la
Cuenca de México, exactamente hacia Cuicuilco. Otro pueblo en esta zona fue Gualupita
(algunos de cuyos vestigios yacen debajo del Casino de la Selva), indudablemente el
asentamiento se formó por los abundantes manantiales existentes en el área. Todos estos
sitios contaban con arquitectura monumental, con un patrón de asentamiento
caracterizado por varias estructuras templarias de aproximadamente 10 m de altura
separadas unas de otras por plazas; cada una de ellas tenía un patio enfrente y casas
habitación a su alrededor. Esta distribución de las estructuras conduce a proponer que la
población que generó ese patrón estaba formada por segmentos de un mismo linaje, cada
uno de ellos representado por la capilla dedicada, tal vez, al mismo dios patrono. A uno
de estos segmentos pertenecía la nobleza gobernante y administradora de la región,
probablemente sus habitaciones se ubicaban cerca del templo mayor. Durante el
Preclásico Tardío, el estado de Morelos mantuvo fuertes contactos con la Cuenca de
México, específicamente con Cuicuilco, como se observa claramente en la cerámica
presente en los centros rectores antes mencionados: Cerritos, Gualupita, Tecuescontitla,
Olintepec y Campana de Oro entre otros.
MESOAMÉRICA EN EL PRECLÁSICO TERMINAL (150 a.C.-150 d.C.)
Se puede considerar este periodo como un momento de transición entre los centros
regionales con una incipiente urbanización, y las complejas ciudades del periodo Clásico.
En la Cuenca de México el periodo estuvo marcado por la destrucción de Cuicuilco y el
consecuente movimiento poblacional al norte de la Cuenca, hacia el valle de Teotihuacan.
A principios del Preclásico Terminal, conocido como fase Patlachique de 150 a.C. al año
1 d C, los emigrantes, junto con la población ya existente en el valle de Teotihuacan, se
asentaron en Oztoyuhualco y en las laderas de los Cerros Colorado y Malinalco, y
situados al noroeste de Teotihuacan. Quizá la elección de este último lugar se debió a la
búsqueda de un sitio que sirviera como resguardo ante el espectacular arribo de foráneos.
Oztoyuhualco adquirió la fisonomía de una urbe, pues rápidamente creció hasta alcanzar
una superficie de 8 km2, habitada con 40 000 gentes. Es posible que el atractivo de la
ciudad se debiera a su ubicación estratégica dentro de la Cuenca; a las altas posibilidades
de controlar los yacimientos de materias primas y a la existencia de lugares sagrados.
Hacia finales del Preclásico Terminal, en la fase Tzacualli que comprendió del año 1 al
150 d C, la población creció hasta alcanzar la cifra de 80 000 habitantes, y una extensión
de 12 km2. Al parecer el sur de la Cuenca de México quedó aparentemente vacía, pues la
población se concentró en Teotihuacan. Fue en ese entonces que esta urbe adquirió la
apariencia que hoy apreciamos, es decir, fueron trazados y construidos la Calzada de los
Muertos, los complejos de tres templos a lo largo de ésta, la prominente Pirámide del Sol
y probablemente también la de La Luna. Es claro que para lograr el movimiento
poblacional a Teotihuacan, planear la traza de la ciudad, organizar la fuerza de trabajo
para edificarla, con su complejo sistema de calzadas, palacios, templos, plazas, etc., debió
existir una autoridad central extremadamente fuerte, que tal vez utilizó una combinación
de coerción y estimulo económico, la explotación y adquisición de materias primas, todo
ello encubierto por un estructurado aparato ideológico, donde Tláloc y los dioses del
inframundo ejecutan los papeles principales.

MORELOS EN EL PRECLÁSICO TERMINAL


Los procesos arriba descritos para la Cuenca de México tuvieron efectos en Morelos. Las
relaciones entre ambos territorios ya fueron mínimas, pues Cuicuilco había caído y el sur
de la Cuenca estaba deshabitada,. Algunos sitios de Morelos, como el de Olintepec, que
si bien continuo habitado, en ese entonces reorientó sus relaciones hacia Guerrero, otros
asentamientos desaparecieron, como Cerritos y Tecuescontitla, que dejaron su lugar a los
sitios del periodo Clásico, como Pantitlan y San Ignacio.
CAPÍTULO 3: EL PODER DE LA CIRCULACIÓN DE BIENES

La hegemonía del poderoso estado teotihuacano marcó los destinos de los pueblos
mesoamericanos cuyas relaciones estaban determinadas por el intercambio de productos.
En ese periodo las relaciones comerciales tuvieron el objeto de sojuzgar y controlar
regiones enteras para Teotihuacan.

MESOAMÉRICA EN EL CLÁSICO 150 – 700 d.C


El Clásico, sobre todo en el Altiplano Central, estuvo tipificado por el desarrollo y
consolidación de Teotihuacan, al norte de la Cuenca de México. El surgimiento de este
estado, desde el periodo Preclásico Tardío, estuvo favorecido principalmente por su
ubicación estratégica. En el valle donde creció el asentamiento existieron manantiales,
que junto con el río San Juan permitieron una agricultura intensiva; su cercanía al sistema
lacustre de la Cuenca de México favoreció el intercambio entre los pueblos de los lagos;
la ciudad estaba lo suficientemente cerca de los importantes yacimientos de obsidiana de
Otumba y de la Sierra de las Navajas (Hidalgo) como para controlar su explotación y, por
supuesto, su intercambio; asimismo se localizaba en el acceso a la ruta más llana para
llegar a Puebla (los Llanos de Apan) y de allí a la Costa del Golfo, lo que amplio sus
perspectivas de intercambio a nivel macro-regional, hasta controlar la red de mercantil
mesoamericana. Otra característica urbanística de Teotihuacan fue el complejo sistema
hidráulico que sus habitantes instrumentaron. Por él que canalizaban y distribuían el agua
de lluvia, la de los manantiales y la del río San Juan. El control que Teotihuacan ejerció
en la explotación, producción y distribución de la obsidiana y artefactos producidos con
esa materia prima le permitió, en principio, establecer relaciones comerciales con otras
regiones de Mesoamérica. Después Teotihuacan controlaría las extensas redes de
circulación de bienes suntuarios y básicos como la obsidiana, las piedras azul-verdes, las
plumas, el cacao, y el algodón, entre otros. Fueron varias las formas en que el Estado
logró ese monopolio, uno de ellos fue la colonización, principalmente de áreas
despobladas como eran entonces Tlaxcala y el norte del Valle de México, pero también
en otras áreas como Hidalgo y Puebla. En esta última región con los asentamientos formó
un corredor con dos ramales; uno lo uniría con el gran centro de Cholula, ya que de allí
partían las rutas de comercio hacia Oaxaca, sobre todo Monte Albán; y el segundo ramal
uniría a la ciudad con la Costa del Golfo a través de Perote. Otra forma de control
utilizada por el poderoso estado fue por medio del establecimiento de enclaves
comerciales en sitios como Matacapan, en el Estado de Veracruz. Una más fue
emprendiendo relaciones comerciales con áreas tan lejanas como Kaminaljuyú y Tikal,
en el área maya. En las estelas de este último lugar se han encontrado representaciones de
personajes teotihuacanos, Nariz Rizada y Cielo Tormentoso, lo que ha sugerido a algunos
investigadores que estos dos gobernantes descendían de teotihuacanos.

LA RELIGIÓN EN EL CLÁSICO
Como quedó anotado, la deidad más representada en Teotihuacan, tanto en la pintura
mural como en vasijas cerámicas, fue el Dios de la Lluvia, que en el periodo Posclásico
fue nombrado Tláloc. Otros dioses presentes en la metrópoli fueron el Dios Viejo del
Fuego, la Gran Diosa con atributos terrestres, la Serpiente Emplumada como señor del
Tiempo (cuyo campo de acción fue más amplio en el Posclásico), Quetzalpapálotl y Xipe
Tótec. Empero, la principal aportación de la religión teotihuacana a Mesoamérica fue la
creación de una clase gobernante extraída de los diferentes linajes que se asentaron en la
ciudad. López Austin postula que la nobleza ya no le debía vasallaje a sus dioses
originales, pues ellos quedaron bajo el patrocinio de un dios más importante, el de la
ciudad, al que todos, nobles y plebeyos, le debían pleitesía porque era el dios del
territorio sobre el que se extendía la metrópoli.[13] Entonces, los dioses patronos de los
linajes quedaron supeditados al dios de Teotihuacan. Por otro lado la investigadora Linda
Manzanilla propone que el dios territorial debió haber sido Tláloc, hipótesis que sostiene
al referir su exaltada presencia en todas las manifestaciones materiales de la religión
teotihuacana.[14] Así, Teotihuacan fue una ciudad pluriétnica, en la que los diferentes
linajes conservaron identidad propia durante la larga existencia de la ciudad, jamás se
fusionaron en un solo grupo. En este aspecto la intervención del estado estaba dirigida a
demostrar que la metrópoli sí era una unidad, la que se manifestaba mediante la
producción de las máscaras teotihuacanas. Esther Pasztory, historiadora del arte, propone
que esas máscaras fueron producidas para indicar una homogeneidad en la población
teotihuacana, que no existía. Bellamente talladas en piedra verde o tecalli, las máscaras
teotihuacanas reflejan un rostro hierático, uniforme, características que perduraron a lo
largo de siglos. Por otro lado, la también historiadora del arte Janet Berlo postula que esas
máscaras pudieron ser montadas sobre estructuras de madera para investirlas con los
atavíos de diferentes dioses y ser colocadas en los templos situados a lo largo de la
Calzada de los Muertos, hipótesis sugerente, sin embargo no con pocas posibilidades de
comprobar debido a las cualidades perecederas de los materiales de factura.

MORELOS EN EL CLÁSICO
Al inicio del Clásico, la población abandonó los grandes sitios del oeste del Estado –del
periodo anterior-, y se dispersó en un gran número de pequeñas comunidades,
asentándose en las tierras altas, principalmente donde los suelos son escasos y la
agricultura sólo puede ser de temporal. Entonces los sitios fueron de dimensiones
menores y se caracterizaron por tener de dos a cuatro montículos de un máximo de 3m.
de alto. Entre los centros importantes de la región están Tlachichila al norte de
Cuernavaca, y situados a lo largo del Río Chalma, Xochitepec, Tlacuatzingo, Miahuatlán
y otros que comparten características semejantes. Ya para la fase Xolalpan, momento que
en Teotihuacan correspondería a los años (350 – 550 d.C.), parte del actual estado de
Morelos se encontraba bajo la enorme influencia teotihuacana. Esta influencia vario
enormemente entre las regiones este y oeste del estado. Tlacuatzingo, del lado occidental
de Morelos, es el sitio del Clásico más estudiado de esta región. Ha sido investigado por
el arqueólogo Kenneth Hirth a partir de recolecciones de superficie. De éstas él ha
derivado que el sitio cubrió un área de 25.05 hectáreas, con pequeños montículos de no
más de 3m. de altura. Tlacuatzingo no ha sido explorado exhaustivamente hasta el
momento, por lo que se desconocen sus características socioculturales y sus sistemas de
interacción con otros sitios del oriente de Morelos, y de otras regiones vecinas. La
dispersión y pequeño tamaño de los sitios de esta área han sido tomados como
indicadores de que la región fue marginal en su relación con el estado teotihuacano. Esta
situación se deduce por medio del estudio de la alfarería, (tiestos y/o tepalcates). En sus
formas y decoración es posible ver cierta influencia teotihuacana, sin embargo, también
se nota que los alfareros locales tan solo tomaron algunos rasgos logrando una cerámica
que difícilmente podríamos llamar teotihuacanoide. Además la casi nula presencia de
cerámica Anaranjado Delgado, principal indicador del influjo comercial teotihuacano,
señala de nuevo esa relación marginal. Por el contrario, la región oriental de Morelos
tuvo un fuerte desarrollo para el Clásico. Los sitios importantes del Preclásico Tardío
permanecieron y aumentaron en tamaño. Las poblaciones se concentraron en los
profundos valles cerca de ríos y manantiales, practicando una agricultura de riego. Así,
los sitios fueron grandes y llegaron a tener estructuras de más de 5m. de altura,
plataformas, e incluso juegos de pelota. En este caso la presencia de cerámica de
comercio teotihuacana, Anaranjado Delgado, así como de patrones arquitectónicos de
estilo teotihuacano, talud-tablero, ahora sí, hablan de la fuerte presencia teotihuacana que
cristalizó en esta zona. En el área del Río Amatzinac, Hirth ha localizado varios centros
rectores: San Ignacio, Las Lajas y El Palacio; y como sus subordinados, Zacualpan,
Pueblo Viejo, Tetelillas y Las Pilas. Es de suponer que el asentamiento de Las Pilas fue
elegido no sólo por su cercanía a dos ríos importantes, el Amatzinac y la Barranca Honda,
sino también por la existencia de varios manantiales; allí sus habitantes construyeron
varias plataformas con sus templos, con un estilo arquitectónico teotihuacano, ya que
utilizaron el talud–tablero para sus fachadas. Ellos construyeron conductos para canalizar
las aguas de los manantiales, cuando uno se secaba construían otro y lo unían a la red,
creando un complejo sistema de canalización -aunque la arqueóloga Guadalupe Martínez
propone que los conductos fueron construidos en el Preclásico Medio, durante el apogeo
de Chalcatzingo-. Al parecer dos de las estructuras templarias del sitio estuvieron
relacionadas con el inicio de la construcción de algunos de los ductos; por otro lado en
los ductos que dejaban de funcionar depositaban diferentes ofrendas, como entierros
humanos, cuentas verdes y figurillas de barro, hecho que apunta a la importancia religiosa
de este sistema. El arqueólogo Enrique Nalda recorrió parte del noreste Morelos, y
reportó la existencia de un enorme sitio con amplias plazas delimitadas por basamentos
piramidales y juego de pelota. La localización de este sitio, al sureste de Atlatlahucan,
resulta importante ya que es un paso natural que comunicaría a Teotihuacan con el valle
oriente de Morelos transitando por las regiones de Texcoco, Chalco, Amecameca y
Ozumba. Así, los sitios más importantes del este de Morelos son Atlatlahucan, Pantitlan y
San Ignacio quedaban enlazados con Teotihuacan a través de este corredor natural. Es
posible que cada uno de estos sitios desempeñara una función diferente dentro del sistema
de intercambio teotihuacano. Atlatlahucan quizá controlaba el paso de la cuenca de
México a Morelos; Pantitlan tal vez fue el centro productor algodonero, materia prima
que fluiría hacia el primero para llegar a Teotihuacan. Por último, San Ignacio quizá
también funcionara como puerto entre Morelos, Puebla y Oaxaca. Esta desigualdad de
desarrollo de las diversas regiones de Morelos causada por la presencia de Teotihuacan
revela que su integración al sistema de intercambio monopólico teotihuacano fue forzada.
Fue necesario que los pueblos de Morelos entregaran algodón a cambio de bienes básicos
necesarios para su reproducción física, como la sal y la obsidiana, así como bienes
suntuarios (jade, plumas preciosas, etc.) necesarios para su reproducción social.
Probablemente la marginación de algunas de las áreas se debió a que no pudieron cultivar
el algodón o algún otro producto deseado por Teotihuacan y por esa causa quedaron fuera
de la red.

REPRESENTACIONES DE SACRIFICIO A TLÁLOC


Ya ha quedado anotado que la influencia teotihuacana es evidente en materiales
arqueológicos como la cerámica, generalmente definida como de apariencia
teotihuacanoide, además de la presencia de tipos diagnósticos de la gran ciudad como el
Anaranjado Delgado. En arquitectura, sitios como Las Pilas y Hacienda Calderón
muestran el característico estilo de talud – tablero teotihuacano. Si bien es muy poca la
escultura recobrada que puede fecharse para este periodo, indudablemente los remates de
pretil, elaborados en cerámica, fueron obtenidos por la arqueóloga Carmen Cook de
Leonard de las excavaciones que realizó en el sitio de Cinteopa. Ellos descollan la fuerte
influencia teotihuacana en la región este del estado de Morelos. Empero, para definir el
grado de influencia, es necesario comparar estos remates tanto con la pintura mural
teotihuacana, como con los remates de pretil de edificios teotihuacanos. Los vestigios
arqueológicos permiten deducir que el templo de Cinteopa contaba con quince remates en
el pretil, sin embargo solamente pudieron reconstruirse seis de ellos. De éstos el que
guarda mejor estado de conservación es el que se exhibe en el Museo Comunitario de
Amatlan. Gracias a eso se aprecia que fue el mejor elaborado y además fue el que sirvió
de muestra para ejecutar los otros, es decir, que formalmente todos los remates comparten
elementos. Así, de manera general se puede apuntar que los remates de Cinteopa destacan
a un personaje cargado de atavíos. Él está de frente parado a la entrada de un templo
coronado, a su vez, con remates; el personaje porta un elaborado tocado en el que figura
la cabeza de un ave con esplendoroso plumaje. La banda del personaje, sobre su flequillo,
está decorada con flores y quincunces, que son representaciones del plano terrestre. El
señor lleva anillos alrededor de los ojos, las “anteojeras”, prominentes orejeras y, además
un henchido collar que enaltece su pecho. Tiene pulseras y cada una de sus manos
sostiene un cuchillo curvo con un corazón atravesado. A la altura de las rodillas
sobresalen las ajorcas; por último, sus diminutos pies están cubiertos con “catles”
adornados con una borla. El remate descrito a continuación es el que está en el Museo de
Amatlán. Mide 82.5 cm de alto por 58 cm de ancho, sin espiga. La escultura está formada
principalmente por una figura humana vista de frente ubicada al interior de un templo. El
personaje está de pie, con las piernas abiertas sobre la plataforma del templo; sus brazos,
también extendidos, sostienen, cada uno, un cuchillo curvo que atraviesa un corazón
sangrante; su torso no fue modelado. Encima del tocado del personaje se observa una
franja con remates que marca la techumbre del edificio. Las características
arquitectónicas de la estructura templaria son semejantes a las de la arquitectura
teotihuacana; los cinco remates del techo son escalonados, una de las formas más
recurrentes en Teotihuacan; la plataforma es de estilo talud – tablero y finalmente; las
escalinatas están flanquedas por alfardas. Cabe aquí remitir a las representaciones de los
remates de templos teotihuacanos, tanto en la pintura mural como en vasijas de cerámica.
Colocados en el friso, los remates eran empotrados en una cornisa y enmarcados por un
caballete que se juntaba con dicha cornisa. Séjourné presenta varios dibujos de los
templos, así como reconstrucciones hipotéticas de los edificios de Tetitla. Para Paul
Gendrop este tipo de adorno de edificio debe ser llamado “remates de pretil”, o bien “de
parapeto” o “de muro”. Él argumenta que la colocación de los remates en el pretil se
deben a la reconstrucción del templo de Quetzalpapalotl y por el altar-templete del patio
central de Atetelco (el patio Blanco); mientras que señala que los “remates de friso” son
muy diferentes, ya que parten de la moldura media del edificio, interrumpen la cornisa y
rebasan el nivel del techo. Este tipo de remate solamente está presente en la arquitectura
maya clásica, empero no se descarta la posibilidad de que sin la complejidad del estilo del
arte maya, los remates de friso también hallan estado presentes en Teotihuacan como lo
indica Séjourné. Aunque la figura humana del remate de Cinteopa está escasamente
ataviada, sobresale su elaborado tocado dividido en dos secciones: la inferior consiste de
una banda horizontal con quincunces en su interior; el marco de la banda presenta un
diseño de triángulos encontrados, dos extremos de este marco aparecen curvados en la
sección superior del tocado; la terminación de la banda a los lados es con plumas cortas.
Con base en la apariencia de la banda y en su flexibilidad se podría suponer que se trata
de algún tipo de cuerda elaborada con piel. La sección superior del tocado consiste de una
cabeza de ave formada por los ojos y el pico, del que solamente se conserva la mitad
superior. Los ojos del ave están emplumados y más plumas largas parten de la cuerda
curvada. El personaje lleva los ya referidos ornamentos: anillos alrededor de los ojos,
orejeras circulares, un collar que consiste de una banda lisa de la cual pende un sartal de
cuentas, y en lugar de maxtlatl, se observa una barra con los extremos curvados. Esta
barra es semejante a las representaciones teotihuacanas de la bigotera de Tláloc. El señor
lleva algo parecido a brazaletes y ajorcas. Si comparamos los ornamentos de este
personaje con los que llevan los danzantes de los murales 1-4, del Pórtico 3 del Patio
Blanco de Atetelco, se ve que las figuras teotihuacanas tienen prendas de vestir –son
ribetes con flecos, según la historiadora Beatriz de la Fuente-, mientras que las ajorcas y
brazaletes del personaje del remate de Cinteopa, no son prendas de vestir sino elementos
elaborados con papel plegado. El uso del papel plegado en el atavío de los dioses fue uno
de los elementos comunes asociados con Tláloc y los dioses del inframundo. Otra
referencia es la magnífica escultura teotihuacana de una calavera rodeada de un círculo de
papel plegado, del Museo Nacional de Antropología e Historia. Tal vez la única
indumentaria del señor de Cinteopa sean las sandalias, las que se evidencian por el
adorno en forma de una gran borla en el empeine de los pies; estas borlas son semejantes
a las de las sandalias los tlaloque 3 y 4 de Techinantitla. La figura humana lleva sobre el
pecho dos volutas dobles, tanto a su derecha como a su izquierda, con cuadretes triples en
la orilla. De nuevo, comparando con la pintura mural de Teotihuacan, es probable que se
trate de dos vírgulas de la palabra. Suposición que se basa en el hecho de que,
generalmente, los sacerdotes y/o guerreros que portan cuchillos curvos atravesando
corazones también son representados con dos vírgulas de la palabra, por ejemplo, las
figuras danzando de Atetelco; la diferencia radicaría en que la postura de la figura del
remate de Cinteopa es frontal, mientras que la de las figuras del mural de Atetelco es de
perfil. Un ejemplo de doble vírgula de la palabra vista de frente se observa en la figura
central del mural 4 del Cuarto 7 de Tetitla; también es en la pintura mural del Palacio de
Zacuala donde se tiene un ejemplo de una vírgula de la palabra doble: en el Tláloc
Sembrador del mural 8 del Pórtico 9. Elementos importantes de la composición del
remate de Cinteopa son las huellas de pies que aparecen sobre el basamento al lado del
personaje, son dos en el extremo izquierdo de la figura , y uno, de diferente proporción,
del lado derecho. Son semejantes a los que aparecen en las escenas procesionales de los
murales teotihuacanos. La diferencia radica en que los personajes teotihuacanos están de
perfil y las huellas debajo de sus piernas abierta, lo que indicaría que van caminando; en
cambio, la figura de Cinteopa, colocada de frente da la sensación contraria, de
permanecer inmóvil, sin embargo la presencia de las huellas de los pies, puede tomarse
como un convencionalismo que indicaba movimiento, el avanzar hacia un lugar. Por lo
tanto, se puede inferir que la figura de Cinteopa se dirige en procesión al templo.

¿DIOSES O SACERDOTES?
Los remates de Cinteopa también son susceptibles de comparación con sus similares de
Teotihuacan. Los atributos de los remates de Cinteopa –las anteojeras, la bigotera, el
quincunce y el tocado de ave-, por supuesto son atributos asociados a Tláloc. Los remates
teotihuacanos de Tláloc presentan dos formas básicas. Una de ellas presenta imágenes del
dios de manera muy tosca: un rostro con anteojeras, bigotera, colmillos, tocado de tres
nudos, tocado de Rayo–Trapecio, aun con el lirio acuático y manos entregando dádivas.
La segunda forma de representar al dios es por medio de divisas emblemáticas que sirven
de insignias de Tláloc, con motivos como la bigotera, la lengua bífida, el quincunce,
círculos que representan las anteojeras y las orejeras, colocados verticalmente. Aunque
son formas de representar a Tláloc diferentes, ambos tipos de remate servían como
emblemas a los edificios templarios teotihuacanos, ellos anunciaban que el templo estaba
dedicado a Tláloc. A partir de la comparación entre los remates de Teotihuacan y de
Cinteopa se considera que, 1. Ninguna representación de Tláloc en Teotihuacan, aun las
asociadas con la guerra y el sacrificio, lleva cuchillos curvos atravesando corazones.
Solamente aquellas figuras identificadas ya como guerreros o sacerdotes y animales
fantásticos portan tales motivos. Generalmente cuando las manos de los dioses son
representadas surgen de ellas dádivas. Esto significaría que es el dios el que da la dádiva,
quien recibe los sacrificios de corazones y no el que efectúa los sacrificios. 2. A pesar de
que las figuras de los remates de Cinteopa usan anillos alrededor de los ojos y quincunces
en el tocado, no quiere decir que sean imágenes de Tláloc, puesto que en la pintura mural
los sacerdotes y guerreros aparecen también con anteojeras y quincunces en collares. El
que los personajes de los rematen porten tales atributos (la bigotera en lugar de maxtlatl
es un motivo muy especial, tal vez podría ser comparada con el adorno circular de papel
plegado alrededor del pene de una figura del Posclásico) solamente sería indicio de su
asociación con Tláloc, como sacerdotes dedicados a su culto. 3. Las huellas de los pies
señalan acción y en el caso de los remates de Cinteopa que los sacerdotes están oficiando
un ritual de sacrificio de corazón. 4. Los remates muestran la influencia de la pintura
mural teotihuacana, por ello la frontalidad de las figuras es explicable. En los murales del
Pórtico 3 del Patio Blanco de Atetelco, los sacerdotes – guerreros están representados
mirando hacia la entrada del cuarto, probablemente en donde se encontraba el dios. En el
caso de los remates de Cinteopa, ellos no se localizan en un pórtico, sino sobre el techo,
por lo tanto, fue necesario que representaran las figuras de frente, e indicando la acción
de la procesión, de que están llevando a cabo un ritual con las huellas de los pies. 5. El
ritual del sacrificio fue una de las celebraciones más importantes de la tradición
mesoamericana, fue por medio de esta ofrenda al dios que el celebrante lograba
comunicarse con él, con ella ofrecía un regalo con el que paga los dones recibidos y
esperaba recibir más dádivas. El problema aquí es ¿por qué aparecen representaciones de
sacrificio en la región central de Morelos? Pudiera ser que los grupos étnicos que
habitaron esta región adoptaron el ritual de los teotihuacanos, o, seguramente, adoptaron
la forma de representar un ritual que es parte del núcleo duro de la tradición religiosa
mesoamericana y que como tal ya existía en Morelos, siendo el sacrificio la ofrenda más
importante entregada a los dioses. 6. Los remates de Cinteopa también pueden ser
considerados emblemas, pero no del dios, como generalmente son los teotihuacanos, sino
de las actividades que se llevaban a cabo en el lugar en donde estaban colocadas,
entonces las figuras representadas serían sacerdotes llevando a cabo un sacrificio
humanos ofrendando los corazones, muy probablemente dedicados a Tláloc. Los remates
indicaban la importancia de Cinteopa como el santuario de la región este de Morelos, al
que confluyeron los señores de Pantitlan y sus pueblos sujetos. En los remates de
Cinteopa aparece la influencia teotihuacana, pues fueron realizados por un especialista
local que conocía no sólo la pintura teotihuacana, sino también comprendía las
convenciones glíficas presentes en ella. Lo que cabría explicarse aquí, es por qué la
influencia no provino de los remates de edificios teotihuacanos? Una posible respuesta es
que los dirigentes quisieron resaltar en los remates la figura de los sacerdotes, no la del
dios, para magnificar su estatus. Tomando en cuenta que en la antigüedad mesoamericana
los dirigentes de los pueblos fueron los sacerdote de las deidades del culto estatal, en este
caso a través de los remates ellos se representaron no sólo relacionados con Teotihuacan,
sino también emparentados con la nobleza de aquella ciudad. Pero al mismo tiempo
mediante la manipulación de los convencionalismos, los dirigentes trataron de conservar
la identidad del grupo, creando un lenguaje propio; su transformación indica que hubo
resistencia por parte de la tradición ya existente. La confrontación de ambas dio lugar a
una nueva tradición, la local, que se manifestó en el arte en lo que Janet Berlo llama estilo
provincial. Esto evidencia que los grupos de la región este de Morelos efectivamente,
entraron a la esfera de influencia teotihuacana, pero no como grupos conquistados. Las
ofrendas en los conductos de Las Pilas, así como la escenografía que crearon sus
habitantes al edificar dos de los templos sobre el inicio de los conductos para crear la
imagen del agua surgiendo del templo, evidenciarían, junto con los remates de Cinteopa,
el culto a Tláloc en la religión de Morelos durante el Clásico, culto que compartían con
Teotihuacan, pero con características propias de la región. Los datos antes presentados
refuerzan la idea de que entre Teotihuacan y las regiones de Morelos se entabló una
relación comercial desigual. Mientras que con la del poniente los vínculos fueron casi
inexistentes, en el oriente los lazos llegaron a presentarse hasta en las manifestaciones
religiosas. Este proceso no fue más que un ejemplo regional de la realidad histórica que
se dio a lo largo de siglos en ese territorio conocido como Mesoamérica. En el este de
Morelos, después de la caída de Teotihuacan y con la llegada de otros grupos a la región,
esta tradición local formó parte del arte ecléctico de Xochicalco. Hacia el año 650 se
inició un proceso gradual que llevaría a Teotihuacan a su fin. Las causas posibles
suponen que la división de clases generó tal polarización que condujo a la fragmentación
de la clase dirigente, a la militarización y fortificación de la urbe y en consecuencia a la
reducción de su esfera de influencia. Con la desestabilización del gran controlador y
distribuidor de productos se debilitaron, y en muchos casos se rompieron, las ligas
comerciales y políticas que eran el soporte del estado teotihuacano y de otras grandes
ciudades. Como consecuencia de esos eventos, en otras regiones de Mesoamérica se
fundaron nuevos estados que pugnaron por el control de rutas comerciales. Así, aunque
disminuido, Teotihuacan mantuvo la hegemonía de la Cuenca de México.
CAPÍTULO 4: LOS RELIEVES DEL PODER

El Epiclásico (700 a 900 d C) fue un periodo de transición entre el Clásico y el


Posclásico, los nacientes señoríos retomaron elementos del Clásico y que fueron
reinterpretados para crear una cultura de carácter ecléctico; muchos de estos elementos
continuaron hasta el Posclásico. Si bien durante el clásico tardío el área maya vio una
época de gran esplendor, la presente narración se circunscribe en aquellas ciudades
estados del Altiplano.

MESOAMÉRICA EN EL EPICLÁSICO 700 – 900 d. C.


Las ciudades-estados del Epiclásico también se consolidaron en áreas consideradas como
marginales, es decir en lugares donde el desarrollo e influencia del sistema de comercio y
tributación teotihuacano no privó. De tal suerte, Cacaxtla dominaría el valle tlaxcalteca;
Cholula tendría la preponderancia en el valle poblano; Teotenago señorearía la vasta
planicie toluqueña; finalmente Cantona se erguiría en la zona limítrofe con Puebla y
Veracruz; Tajín en el norte de Veracruz; y La Quemada en el septentrión de
Mesoamérica. Este panorama creó un ambiente de competencia económica limitada a
ámbitos regionales, que no subsanaron del todo la necesidad del intercambio de productos
de prestigio requeridos por las nacientes noblezas. Esas ciudades no siguieron las rutas
teotihuacanas sino que trazaron nuevas vías de comunicación e intercambio. Tales rutas
se pueden rastrear por medio de un detallado estudio de la distribución de artefactos
líticos de yacimientos explotados durante el Clásico terminal y el Epiclásico. Asimismo,
localizando los bancos de materias primas para la producción de objetos de prestigio
como las piedras verdes para la elaboración de esculturas y ornamentos de diversos
tamaños. Los sitios de Epiclásico tuvieron cualidades muy concretas. A excepción de
Tajín, los demás lugares fueron emplazados en la cima de un cerro, el cual fue
perfectamente acondicionado, mediante un plan, para albergar no sólo a los gobernantes,
sino también a algunos miembros de los diferentes estratos sociales. También integraron
a la población que otrora estuviera dispersa a su alrededor, y la mantuvieron bajo su
égida. Igualmente contaban con varios centros dentro de su área inmediata con los que
mantenían una estrecha relación. Testifican estos acertos, las terrazas con edificios
públicos y que al mismo tiempo albergan habitaciones para la servidumbre; el sistema de
control de acceso a la ciudad y; el trazo de calzadas que comunicaban a la ciudad con los
diferentes centros.

MORELOS EN EL EPICLÁSICO
Hacia el año 700 d C, en el oriente de Morelos hubo un abandono de los sitios
importantes del Clásico, mientras que los sitios pequeños continuaron ocupados hasta el
Posclásico. Es posible que este tipo de asentamientos se mantuviera dada la riqueza
agrícola de la región, y que la población de los sitios mayores se integrara a los primeros,
o bien se dispersara en los alrededores. La interrogante aquí es ¿a dónde se fue la nobleza
gobernante de los asentamientos mayores? En el occidente de Morelos, considerada una
zona marginal de la influencia teotihuacana, se dio un proceso contrario. En lugar de
dispersión de asentamientos hubo una agrupación. Los sitios de Tlacuatzingo y
Miahuatlan, los más importantes de la región se reagruparon, quizá con otros sitios de la
zona, y probablemente de otras áreas de Mesoamérica más lejanas, y fundaron la ciudad-
estado de Xochicalco alrededor del año 700 d C. De tal manera, Xochicalco no solamente
abarcaba el propio cerro, sino que se componía, al menos, de seis sitios más que son
Coatzin, La Silla, El Temazcal, La Fosa, La Maqueta y Tlacuatzingo. Cuatro de los seis
compartían algunas de las características arquitectónicas del propio Xochicalco, lo que
hace suponer que fueron construidos para fines muy específicos. El arqueólogo Hirth
sostiene que entre Xochicalco y los otros seis sitios alcanzó la población un máximo de
treinta mil habitantes, el cincuenta por ciento residía en la metrópoli, mientras que el
resto estaba asentada en pequeñas villas distribuidas en las planicies del sur de la
ciudad.[15] La ciudad de Xochicalco tuvo una organización social de tipo estatal, en la
que la nobleza, la dominante, requería de toda una infraestructura que la mantuviera en el
poder, que la justificara y legitimara no sólo ante los campesinos sino también ante sus
iguales y la nobleza de otras ciudades. Para ello, tal grupo tuvo que generar un sistema de
difusión que transmitiera a propios y extraños que ellos eran los legítimos gobernantes y
que propagara su poderío. Fue esa una proclama pública que llevó no sólo a la
producción plástica dentro de la arquitectura, la escultura y la pintura mural, la cerámica,
la talla de hueso y concha y probablemente la cestería, sino también a la distribución e
intercambio de esos bienes. Si bien es cierto que la nobleza formaba un grupo, también
dentro de ella se podrían encontrar niveles jerárquicos. Al nivel mayor correspondían los
gobernantes y sacerdotes, quienes dictaron los cánones para la producción plástica; en el
siguiente nivel se encontraban aquéllos que se desempeñaban como la infraestructura
burocrática del Estado, los guerreros, comerciantes y recaudadores de tributo; por último
estaban aquellos reconocidos también como nobles, los artistas que fueron encargados de
plasmar el proyecto político y religioso, de magnificar una proclama pública, los que
manejaban la tinta negra y la roja. Fueron todos estos personajes quienes en sí se
resguardaron en la ciudad de Xochicalco. La escultura más importante de Xochicalco que
pone de relevancia esa proclama pública, es precisamente la Pirámide de la Serpientes
Emplumadas. Los personajes de los relieves de la Pirámide denotan una postura regia y
ricos atavíos que los identifican con una clase, la privilegiada y dirigente, compuesta por
sacerdotes y militares. Quienes configuraron la nobleza dirigente de Xochicalco fueron
los jefes de los linajes que se congregaron en ese lugar. Ellos dejaron de servir a los
intereses de sus linajes para brindar lealtad al nuevo estado xochicalca. Así, los dioses
patronos de los linajes pasaron a segundo término; tal vez, los nobles eligieron a un
nuevo dios como el protector de la ciudad. Los linajes continuaron funcionando como
agrupaciones que tenían la posesión de las tierras agrícolas. Dentro del linaje también se
llevaron a cabo las actividades artesanales. La nobleza dirigente se mantenía de parte de
la producción de los linajes que obtenía por medio del tributo. Por otro lado, el
requerimiento de materiales de construcción para levantar la ciudad, y la presencia de
talleres líticos en determinados puntos, así como la producción cerámica homogénea
hacen suponer que en Xochicalco había toda clase de gremios especializados, como
escultores, pintores, lapidarios, comerciantes, albañiles, canteros, ceramistas, etc. La
extensión de la ciudad de Xochicalco, el tipo de construcciones que se han descubierto,
los relieves que las decoran, la escultura, los restos de lapidaria, la cerámica y la lítica,
son evidencias materiales que subrayan dos puntos importantes; primero la existencia de
clases sociales altamente diferenciadas; y segundo que aquellas se constituyeron a partir
de la agrupación de varios pueblos –léase varios linajes-, que dieron a la ciudad un
carácter ecléctico y a la vez cosmopolita.

EL ECLECTICISMO DE XOCHICALCO: LA RELIGIÓN


La producción plástica en Xochicalco, y en sí en todos los sitios del Epiclásico, ha sido
descrita por los arqueólogos como “ecléctica”, y es indudable que tal concepto es uno de
los atributos que definen al periodo.[16] El eclecticismo se debió a que la elite xochicalca
seleccionó conscientemente, elementos que provenían de las ciudades clásicas de
Teotihuacan y Monte Albán, además de otros del área maya y de la Mixteca Alta,
específicamente de la región denominada Yucuñudahui, culturas contemporáneas a ellos .
La selección de elementos evidencia un claro conocimiento de su significado. Esos
elementos fueron combinados para crear un nuevo sistema en el que fueron
refuncionalizados dentro de un nuevo discurso, utilizado por los señores para sus
proclamas. La serpiente emplumada aparece en Teotihuacan con una función diferente.
Allí fue el dios creador del tiempo;[17] en cambio en Xochicalco el cuerpo ondulante de
la serpiente, del dios Quetzalcóatl aparecía asociado con representaciones de los nobles,
su función fue legitimar el poder que tenían estos dirigentes sobre otros nobles y sobre los
plebeyos. Su prominente presencia en el templo principal de Xochicalco indicaba la
importancia de este dios en la religión no sólo de la ciudad sino también de la del periodo
Epiclásico. Como bien anota Janet Berlo, muchos de los elementos del Epiclásico
perduraron hasta el Posclásico,[18] tal y como trascendió la función que caracterizó al
dios Quetzalcóatl en el Epiclásico. Para reforzar aun más el estatus al que correspondían
y el patrocinio de su dios, los nobles de Xochicalco se representaron con atributos
divinos, principalmente portando un tocado o un yelmo en forma de la cabeza de
Quetzalcóatl: de las fauces emergen los rostros de los gobernantes, lo que significaba que
el dios los sacaba a la luz, les daba la vida. Por otro lado, en Xochicalco resalta la
importancia del culto al dios Tláloc como deidad de los cerros, dios del agua y de los
mantenimientos. Como parte de la parafernalia templaria la Gran Pirámide es fiel
expresión y representación de un cerro, de una montaña sagrada; en ella se hallaron
excéntricos de obsidiana, íconos del dios Tláloc. También se figuraba a Tláloc en
esculturas de piedra verde, mal llamadas “mezcala”; si bien muchas de ellas no llevan
tallados los atributos del dios, es probable que fueran pintados, como los ejemplos que se
conocen del Templo Mayor.[19] Asociado al culto a la lluvia está el culto a la fertilidad
de la tierra, que los xochicalcas expresaron con imágenes femeninas cargadas de
símbolos de flores y plantas de maíz. Asimismo las diosas se asociaron a las cuevas,
consideradas éstas como entradas al inframundo, morada de Tláloc y repositorio de las
riquezas del mundo. Por tal motivo las diosas fueron colocadas a la entrada de una cueva,
como la Xochiquetzal.

LA COMPETENCIA POR EL CONTROL DE LOS BIENES


La región en la que Xochicalco se desarrolló contaba con gran variedad de flora y fauna
que satisfacían las necesidades básicas de los pobladores, sin embargo en ella no
existieron las materias primas indispensables para manufacturar artículos de trabajo y
ornato, de uso diario y de prestigio. Algunas de esas materias primas fueron la sal, la
cerámica, la obsidiana –vidrio de origen volcánico con el que se elaboraban todo tipo de
instrumentos punzo cortantes y adornos, como cuchillos, navajas, punzones, bezotes,
cuentas para collares y excéntricos-. También requerían de rocas de color verde –para la
talla de máscaras, figurillas, pendientes y cuentas; o bien diferentes especies de conchas
utilizadas en su forma original, sin trabajo alguno, o facturando anillos y pulseras; plumas
de diversas aves, entre las que sobresalían las del quetzal, que ostentaba una gama de
colores. Los diferentes estratos de la sociedad precisaban de variadas materias y artículos
a fin de distinguirse entre uno y otro. El atavío certificaba el estatus social del portador.
Así para conseguir los bienes de prestigio, los xochicalcas tuvieron que relacionarse con
otros estados de su misma envergadura e integrarse a las nuevas rutas de intercambio
regional, e ir más allá abriendo nuevas vías de comunicación. De manera tal, el tipo de
relaciones que Xochicalco entablaba con otras ciudades -que también controlaban bienes
suntuarios-, fueron por medio de la conquista, el comercio y las alianzas matrimoniales
entre gobernantes. Es posible considerar que, una vez dentro de la red de intercambio
mesoamericana, Xochicalco se lanzara a la conquista de la región de Taxco, que brindaba
diferentes rocas sumamente estimadas para la elaboración de escultura. Este
planteamiento surge debido a la riqueza y variedad de máscaras y figurillas que se han
recuperado durante las últimas exploraciones en diferentes áreas de la ciudad, y se
refuerza porque en la Pirámide de las Serpientes Emplumadas se ha identificado un glifo
como Tlamacazapa, lugar cercano a Taxco, e interpretado como posible tributario de
Xochicalco. Con el control de la producción y distribución de ciertos bienes suntuarios, a
Xochicalco le fue posible ingresar a la red comercial regional y mesoamericana que
existió en el Epiclásico, pero también hubo de establecer alianzas con los nobles
gobernantes de otros Estados, las que fueron ratificadas mediante el ritual del
matrimonio. Como quedó anotado, este procedimiento se sumó a los de comercio y
conquista, y su articulación dio paso a la configuración de nuevas rutas de intercambio.
Conviene reiterar que la importancia de las rutas comerciales se debía a que por ellas
transitaban los conocimientos como la escritura, el calendario, la religión, los
procedimientos para la fundación de ciudades y las modas que imperaban para la talla de
artefactos.

LA REBELIÓN
Así como fueron de vertiginosos la fundación y el esplendor de Xochicalco, también lo
fue su estrepitoso final. Los restos arqueológicos hallados durante las últimas
exploraciones denotan que las áreas habitaciones fueron repentinamente abandonadas
dejando todos los utensilios; mientras que las áreas residenciales y cívico-ceremoniales
fueron incendiadas; además todo el artificio religioso más que saqueado fue destruido.
Los datos recuperados en Xochicalco permiten proponer que la destrucción y el abandono
de la ciudad no fueron producto de una guerra de conquista, es decir del arribo de grupos
extranjeros que pretendieran dominarla, pues de haber sido así habrían sido encontradas
otras evidencias como armas -puntas de lanza principalmente-, y un número considerable
de cadáveres, cuando menos en áreas importantes de la urbe. También se habrían hallado
todos los edificios, aún las habitaciones, consumidos por el fuego y, entonces sí, saqueada
y robada la parafernalia religiosa. Una de las posibles explicaciones podría ser que un
sector de la burocracia se conjuró con los artesanos y campesinos contra los estamentos
dominantes, propiciando una rebelión. La falta de instrumentos de guerra, no obsta para
suponer que la rebelión consistiera en cercar a los gobernantes, hasta obligarles a salir de
la ciudad de Xochicalco. Antes de abandonar su residencia los nobles destruyeron el
corazón de la ciudad, sus emblemas y dioses, todo lo que le daba el ser, para que no
fueran ultrajados.
CAPÍTULO 5: EL PODER DEL TRIBUTO A la llegada de los españoles, en el año de
1519, la mayor parte del territorio mesoamericano estaba bajo el dominio del Imperio
tenochca. Este y los diversos señoríos que conformaban la vasta región presentaban una
tradición local, fundamentada en la tradición mesoamericana común, ejemplificada
ampliamente con los propios señoríos asentados en Morelos.

MESOAMÉRICA EN EL POSTCLÁSICO TEMPRANO 900 – 1200 d.C


La caída de las grandes ciudades del periodo Epiclásico (Xochicalco, Cacaxtla,
Teotenango, La Quemada, Cantona y Tajín entre otras) dio como consecuencia la
movilización de numerosas poblaciones, que se reagruparon para dar origen a nuevos
centros urbanos. De tal manera el periodo Posclásico quedó caracterizado por una gran
inestabilidad política producto de la lucha por el poder de estos centros formándose
sucesivos estados hegemónicos, los cuales no pudieron mantenerse durante mucho
tiempo, ocasionando con su debilitamiento el aumento de actividades bélicas que no
hacían más que denotar el vacío de poder existente. El primero de estos estados en
imponer su dominio fue el tolteca, el cual se consolido entre los años 900 y 1175. Tula
estuvo conformada por dos grupos principales: nonoalcas y toltecas-chichimecas. En ese
momento se registraron los primeros hablantes de lengua náhuatl en el Altiplano Central.
La alianza militar de Tula con los señoríos de Culhuacan, del sur de la Cuenca de
México, y Otompa, aceleró la expansión del imperio tolteca en el Altiplano. La
importancia de Tula residió en la toma de algunas de las vías de comunicación y
comercio que existieron anteriormente, así como el trazo de nuevas rutas. Sus contactos
llegaron a regiones tan alejadas como Costa Rica y Nicaragua. Así, no es de sorprender
que su influencia llegara al área maya, como lo muestran los vestigios de Chichen Itzá.

MORELOS EN EL POSCLÁSICO TEMPRANO: EL CAOS


Entre los años de 900 a 1200 dC, la desestabilización que se creó en toda Mesoamérica
con la caída de los estados del Epiclásico posibilitó la formación de nuevos señoríos. En
Morelos, la desaparición de Xochicalco permitió reacomodos de la población y la
formación de nuevos centros de poder. En la crónica de fray Diego Durán se menciona
que en el este de Morelos se configuró el señorío de Huaxtepec, cuyos habitantes
probablemente fueron hablantes de popoloca; mientras que para el oeste mencionan a
Cuauhnáhuac, en donde, tal vez hablaran una variante del otomi, ocuilteco y/o
matlatzinca, lenguas pertenecientes a la familia oto-mayense. La importancia que
tuvieron los señoríos de Cuauhnáhuac y Huaxtepec se debió a su ubicación en tierra
caliente, donde cultivaron el algodón. De ahí que probablemente Tula buscara aliarse con
esos señoríos para obtener ese producto, ya como materia prima o bien como artículo
terminado, en forma de trajes o mantas. Nuevamente, en Morelos hay muy pocos
indicadores arqueológicos para este periodo, los datos provienen de fuentes
documentales. Pese a que se cuenta con la mención de los dos señoríos, aún se desconoce
su respectiva ubicación. Se han localizado cerámicas tipo Mazapa y Plumbate,
diagnósticas de este periodo, pero todavía no se ha estudiado ningún asentamiento.

MESOAMÉRICA EN EL POSCLÁSICO MEDIO 1150 – 1350 d. C.


Este periodo, que va de los años de 1150 a 1350, inició con la caída de Tula, evento que
dio lugar a dos importantes procesos; el primero fue la reorientación de los centros de
poder, adquiriendo el señorío de Culhuacan, de linaje tolteca, el papel de Tula. El
segundo fue una serie de oleadas de grupos chichimecas que migraron hacia el Altiplano
Central, se trataba tanto de hablantes de náhuatl como de otomí. Estos grupos tuvieron
diferentes patrones de subsistencia, algunos eran cazadores - recolectores mientras que
otros practicaban la agricultura. Los primeros grupos que llegaron a la Cuenca de
México, alrededor de 1195 d C, fueron los acolhuas, grupos otomís comandados por
Xólotl que se asentaron en el este, fundando el Acolhuacan. Les siguieron los
xochimilcas, chalcas, tepanecas, cuitlahuacas, mixquicas y amecamecas, grupos nahuas
que se asentaron en los lugares que llevan ese nombre. Los tlahuicas, tlaxcaltecas,
huexotzincas, matlatzincas, malinalcas, cohuixcas se asentaron en los valles cercanos a la
Cuenca, alrededor de 1220. El último grupo en llegar a la Cuenca fue el de los mexicas
aproximadamente en 1248. En este mosaico de etnias en que se convirtió el Altiplano
Central, fue tal la presión demográfica y bélica que crearon los emigrantes, que en
algunos casos se impusieron a los pueblos ya establecidos, en otros se aliaron con ellos, o
bien quedaron bajo su sujeción. De esta forma las estructuras sociales adquirieron gran
complejidad, donde organizaciones de tipo estatal se impusieron a las comunidades
multiétnicas. Las disputas entre estos señoríos estuvieron encaminadas, primeramente, a
definir su territorio, para después luchar por imponerse a sus vecinos más cercanos, y así
obtener de ellos el preciado tributo. Para expandir su dominio con mayor prontitud
continuaron con la tradición de formar alianzas entre los señoríos más poderosos, no sólo
militar y políticamente sino por su importante ascendencia cultural. Una de estas primeras
alianzas, formada entre 1175 y 1300, se dio entre el señorío de Culhuacan, de estirpe
tolteca, Tenayuca, para este momento capital del pujante señorío tepaneca, y Xaltocan,
que al norte dominó el territorio otrora controlado por Tula. Mas tarde, entre 1300 y
1350, el poder de Xaltocan y Tenayuca declinó, formándose otra alianza entre Culhuacan,
Azcapotzalco, la nueva y poderosa capital tepaneca, y Coatlinchan al este de la Cuenca y
capital del señorío acolhua. Como ya se mencionó, el último grupo en llegar a la Cuenca
fue el de los mexicas; su peregrinar le llevó a fundar su capital México-Tenochtitlan en
territorio tepaneca en el año de 1345. Sometidos a ellos, los mexicas pagaban tributo en
servicios personales, que tomaban la forma de guerreros, convirtiéndose en el brazo
armado de Azcapotzalco. En 1370 eligen como su primer Tlatoani a Acamapichtli.

MORELOS EN EL POSCLÁSICO MEDIO


Los tlahuicas fueron parte de los emigrantes nahuas que llegaron al Altiplano Central, sin
embargo, al ser rechazados por los grupos ya asentados en la Cuenca, se vieron obligados
a continuar su peregrinaje rumbo al sur, lo que los llevó a cruzar la Sierra del Ajusco. En
el centro y oeste del territorio morelense tuvieron mejor suerte y lograron imponerse a los
pueblos establecidos, para configurar los señoríos tlahuicas de Cuauhnáhuac, Xochitepec,
Xiuhtepec, Yautepec y Huaxtepec. De este periodo es representativo el sitio de
Teopanzolco, que consta de una importante área ceremonial con más de catorce
estructuras, entre ellas dos plataformas de planta circular dedicadas al culto del dios
Ehecatl - Quetzalcóatl. La estructura templaria principal del centro ceremonial de
Teopanzolco consiste de un gran basamento piramidal de planta cuadrada con dos
templos en la cima y doble escalinata para el acceso. Por el análisis de la cerámica de ese
asentamiento el arqueólogo Michael Smith propone que la construcción de este templo es
más bien contemporánea con la Pirámide de Tenayuca, que también es un templo doble,
y no con el Templo Mayor de México – Tenochtitlan. Tal vez por ello, el nombre náhuatl
de Teopanzolco, “el lugar del templo viejo”, le fue dado por los mismos tlahuicas,
quienes probablemente fueron sus constructores y después lo abandonaron al cambiar el
centro de su ciudad a otra loma. La importancia militar del señorío xochimilca era
indudable, sin embargo no pudo extenderse al norte de la Cuenca, en donde lideraban la
región los tepanecas. Por lo que fue el noreste de Morelos el que sufrió el embate de la
expansión xochimilca, quienes erigieron los señoríos de Tepoztlán, Totolapan,
Yecapixtla, Tlayacapan, Tetela, Hueyapan, Tlamimilolpa, Xomiltepec, Tlacotepec,
Temoac, Zacualpan y Ocuituco. Maldonado enfatiza que fray Diego Durán dice que los
tlahuicas tomaron Cuauhnáhuac como su capital, no que la fundaron, por lo tanto, para el
Posclásico Medio, la llegada de nuevos grupos de habla náhuatl a Morelos, implicó la
conquista y posterior integración de los pueblos que habitaban el territorio morelense,
incluidos los del área de Tepoztlán.[20] La llegada de los emigrantes, la conquista e
integración con la población local caracterizó a ese momento como un periodo de gran
efervescencia, en el cual cada uno de los grupos intentaba ejercer el dominio sobre otros.
La Relación de Tetela y Hueyapan confirma que esos pueblos, Tepoztlán entre ellos,
estuvieron sujetos a Xochimilco. El continuo contacto de los pobladores del Valle de
Tepoztlán con Xochimilco marcó una vía de comunicación, la que aun se evidenciaba en
la época de colonia por la existencia de una calzada prehispánica utilizada como camino
real, que atraviesa la Sierra del Chichinautzin desde Tepoztlán hasta Xochimilco. Los
productos de las tierras morelenses, especialmente el algodón y el papel amate, siempre
fueron ambicionados por los habitantes de la Cuenca de México. La ocupación
xochimilca del noreste de Morelos fue para adquirir productos de tierra caliente. Después
de su consolidación alrededor de 1300 en la Cuenca de México, la Confederación Chalca
inició una serie de conquistas en el área chinampera, sojuzgando a Mixquic y Cuitláhuac.
Aunque no hay datos que certifiquen la embestida de Chalco contra Xochimilco y sus
aliados, Davies discute que uno de los barrios de Chalco fue Chimalhuacan Xochimilco,
lo cual podría reflejar una previa adhesión de Xochimilco.[21] De tal suerte, la relación
entre Tepoztlán y Xochimilco terminó cuando los chalcas conquistaron el sur de la
Cuenca y al mismo Tepoztlán. Si bien la relación entre Chalco-Xochimilco no es clara, se
puede deducir de la información documental y del análisis de los materiales cerámicos
arqueológicos. Así, los Anales de Cuauhtitlan mencionan la conquista de Tepoztlán por
Chalco para este periodo; por otro lado, la semejanza entre el tipo cerámico Mixquic
Negro/Naranja –de Chalco- y el Negro/Naranja –de Morelos-Puebla-, puede ser tomada
como evidencia de la conquista chalca. Del análisis de ambas fuentes se deduce que
probablemente Tepoztlán dejo de tributar a Xochimilco para mandar su tributo a Chalco.
La información de las fuentes para el Posclásico Medio contiene más datos sobre
Tepoztlán. A grandes rasgos podemos resumirla como sigue: al inicio del Posclásico
Medio Tepoztlán fue ocupado por gentes de filiación xochimilca, probablemente
imponiéndose a la población local; posteriormente fue conquistado por la Confederación
Chalca, a los cuales les debieron haber pagado tributo al menos hasta que Tepoztlán fue
conquistado por Iztcoatl en 1438 aproximadamente, o bien por Moctezuma Ilhuicamina
en 1452, ya durante el Posclásico Tardío. Por último, cabe dejar anotada que otra
incursión chalca a Morelos fue la de Huaxtepec, mencionada por el cronista Fernando de
Alva Ixtlilxochitl.

SIGUIENDO A LOS DIOSES


Los mitos de origen del periodo Posclásico narran las migraciones que todos los pueblos
tuvieron que emprender para llegar a un asentamiento definitivo. Después de ser creados
por Quetzalcóatl, todos los pueblos mantuvieron estuvieron en estado embrionario dentro
de Chicomoztoc, una montaña con siete cuevas, siete úteros; hasta que un dios, el dios
que les daría su nombre, su lengua y sus costumbres, los sacaría de ella. A partir de allí,
este dios sería padre y madre, los protegería y guiaría a la tierra prometida, en la que
también garantizaría el sustento. Este mito y sus variaciones fue utilizado por los pueblos
mesoamericanos para explicar el momento de su creación, origen y nacimiento -divinos
todos-, su relación jerárquica, tanto política como económica, y al mismo tiempo para
legitimar su posesión sobre un territorio determinado. Por eso todos los pueblos antiguos
conservaban y difundían un mito de origen, que los anclaba a una historia común.

LOS SEÑORÍOS TLAHUICAS Y XOCHIMILCAS


Los grupos tlahuicas y xochimilcas no fueron la excepción. Su peregrinaje es narrado
principalmente en la Crónica X, los Anales de Tlatelolco, Códice Azcatitlán y la Tira de
la Peregrinación. Los xochimilcas llegaron a la Cuenca junto con varios grupos como los
chalcas, tepanecas, acolhuas, entre otros, El arqueólogo Smith toma la fecha de 1182 de
los Anales de Cuauhtitlan, para proponer que los xochimilcas ya estaban en la Cuenca de
México en ese entonces, ya que en ese año libraron una batalla contra los culhuas. A
partir de ese evento se propone que algunos segmentos del grupo xochimilca emigraron
hacia Morelos. Por su parte los tlahuicas arribaron a la Cuenca de México acompañados
de los tlaxcaltecas, huejotzincas, matlatzincas, y otros más, pero al encontrarla ocupada,
se vieron compelidos a continuar a otras regiones, en su caso, los tlahuicas prosiguieron
hacia Morelos, asentándose entre los años 1200, 1220, aproximadamente.

EL TEMPLO DOBLE: EL DOMINIO DEL ESTADO


Fue en la construcción del Templo doble de Teopanzolco en donde los habitantes del
joven señorío de Cuauhnáhuac mostraron claramente la amalgama de dos cultos. Por un
lado, el de los agricultores, los sustentadores del estado, dedicado a Tláloc, o bien, a
algún dios patrono identificado con los tlaloques; y por el otro, el culto de la nobleza, un
culto diurno, solar, asociado con la guerra y sus ansias de conquista. Es posible que con
estos templos también quisieran representar la unión de dos grupos: la de los campesinos
que habitaban tierras morelenses desde tiempos atrás, y la de los invasores, chichimecas
que se nombraron tlahuicas, cuyas armas, el arco y la flecha, simbolizaban su
ascendencia mítica solar. Con este enorme templo, el estado controló a los campesinos,
ahora, más que nunca, dependía de los reyes – sacerdotes la reproducción no sólo del
ciclo agrícola, sino también el de la vida, marcado por el ciclo de nacimiento y muerte de
sol.

MESOAMÉRICA EN EL POSCLÁSICO TARDÍO 1350 – 1521 d. C.


A la llegada de los españoles, en 1519, la mayor parte del territorio mesoamericano se
encontraba bajo el dominio del Imperio tenochca. Los mexicas, así como una multitud de
señoríos que conformaban a Mesoamérica, presentaban una tradición local fundamentada
en la tradición mesoamericana común. Al iniciar el siglo XVI, Mesoamérica era un
mosaico de etnias entre las que existía un sinnúmero de relaciones que iban desde
migraciones de diversos grupos, reacomodos, que podrían ir desde la integración con los
grupos locales, o bien el sometimiento de unos u otros; alianzas matrimoniales para
adquirir estatus, para acceder a productos suntuarios, en fin, para obtener la protección de
poderoso señoríos; la guerra que implicaba la imposición de un grupo sobre otro y así
obtener el codiciado tributo; por último, el control sobre las antiguas redes comerciales a
larga distancia, a fin de obtener los bienes suntuarios dignos de los gobernantes. En el
Posclásico Tardío (1350-1521 d.C) el destino de los pueblos mesoamericanos se vio
ligado al desarrollo del pueblo tenochca. Al inicio de ese periodo los tenochcas eran
sujetos de Azcapotzalco, capital del estado tepaneca, que se impuso a sus aliados y
comenzó una etapa de expansión, que lo llevaría a conquistar no sólo a señoríos de la
Cuenca de México como Culhuacan, Xochimilco, Cuitlahuac y Mixquic, sino también
hacia otras áreas como lo fue Cuauhnáhuac, en el estado actual de Morelos. Alrededor del
año de 1428 los mexicas ya se habían consolidado como grupo, adquiriendo la suficiente
fuerza militar y política para rebelarse contra el poderoso señorío de Azcapotzalco. Las
tropas mexicas se aliaron con los acolhuas de Texcoco; las primeras fueron comandadas
por su tlatoani Izcóatl, mientras que los acolhuas estuvieron dirigidos por
Nezahualcóyotl, entre ambos contingentes derrotaron a Maxtla, señor de Azcapotzalco.
Al ser derrotado Azcapotzalco, el teritorio tepaneca perdió su jefatura, de tal forma, para
controlar esa área, Izcóatl y Nezahualcoyotl designaron al señorío de Tlacopan en su
lugar. Integrarían el nuevo orden político de la Cuenca de México, Tenochtitlan, Texcoco
y Tlacopan, con Totoquihualiztli como su tlatoani. Esta situación trajo como
consecuencia la preeminencia de los mexicas dentro de la Cuenca de México. Aquéllos,
aliados con Texcoco y Tlacopan formaron la excan tlatoloyan, conocida comúnmente
como Triple Alianza. Con esta alianza, las tres capitales configuraron la máxima
jerarquía de gobierno, militar y religiosa de Mesoamérica. En cada una de ellas
gobernaría directamente el rey de su respectiva filiación; el rey de Tetzcoco gobernaría a
los reinos acolhua-chichimecas; el de Tlacopan a los tepanecas, y el de Tenochtitlan a los
colhua-mexicas. A partir de ese momento la Triple Alianza se abocó a imponer dominio
sobre otros señoríos. Primeramente, reconquistando a los tributarios tepanecas, para luego
expandirse por toda Mesoamérica. Al noroeste del área su expansión fue frenada por el
estado tarasco, tan poderoso como ellos, así como por los señoríos otomíes de Meztitlán y
Tototepec hacia el noreste. En cambio, hacia el sur, llegaron a conquistar hasta la
importante región productora de cacao del Soconusco. Pese al dominio ejercido en el
Altiplano, a la Triple Alianza jamás le fue posible sojuzgar a sus vecinos tlaxcaltecas y
huejotzingas, asentados en el valle poblano-tlaxcalteca.

MORELOS EN EL POSCLÁSICO TARDÍO: LAS PROVINCIAS TRIBUTARIAS


CUAUHNÁHUAC Y HUAXTEPEC
Al igual que la Cuenca de México, este periodo, que va de los años 1350 a 1521, en
Morelos puede dividirse en dos fases: la primera, del año 1350 al de 1438, y la segunda a
partir de 1438 a 1519. La primera fue una fase de constante agitación, marcada por
continuas guerras y alianzas, producto de la expansión tanto de los señoríos morelenses
como de los estados de la Cuenca de México hacia el sur. En Morelos, los estados
conquistadores intentaron colocar bajo su dominio a los señoríos vecinos, para obtener de
ellos tributo tanto en especie como en trabajo, riqueza requerida por sus gobernantes y la
clase en el poder. Pero también los estados de la Cuenca conquistaron, o bien
establecieron alianzas, con varios de los estados morelenses debido a su deseo de obtener
los productos de tierra caliente, principalmente el algodón. El segundo momento inició
con la conquista de Morelos por el ya poderoso imperio de la Triple Alianza, sometiendo
a los señoríos y reorganizando sus territorios en dos grandes provincias que le
permitieron controlar y extraer el tributo con mayor facilidad. Diversas fuentes
mencionan para la primera fase la existencia de los señoríos de Cuauhnáhuac, Xiuhtepec,
Xochitepec, Zacatepec, Mazatepec y Coatlan en el oeste del Estado; mientras que al este
se mencionan el de Huaxtepec, Totolapan y Yacapichtlan. Pese a que se tienen
localizadas las cabeceras de estos señoríos son pocas las excavaciones arqueológicas que
se han llevado a cabo en ellos. En Xochitepec, por ejemplo, fueron excavados varios
pozos estratigráficos en el área ceremonial del asentamiento, que se localiza en lo alto del
cerro de Xochitepec; en el sitio de Coatlan Viejo también se efectuaron varios pozos, sin
embargo, debido a la poca extensión de ambas excavaciones tan sólo se recuperó
información sobre la temporalidad de los asentamientos. Conviene mencionar que en el
oeste de Morelos además de Coatlán el Viejo y Mazatepec, estaba el importante señorío
de Miacatlán. A su alrededor existieron varios importantes pueblos que dominaban las
ricas tierras que fueron irrigadas con aguas de la laguna. En conjunto, las comunidades
formaban una población considerable. Empero se desconoce la localización de la
cabecera del señorío de aquel entonces. Hay que agregar que en el área únicamente ha
sido explorado el sitio de Coatetelco, fechado para el Posclásico tardío, del que no de ha
encontrado, hasta ahora, ningún documento del siglo XVI que arroje luz sobre su historia.
Es hasta el siglo XVIII, cuando Coatetelco aparece dentro de las fundaciones parroquiales
dependientes de Cuernavaca. En cambio el que sí está referido en fuentes documentales
del siglo XVI, es Miacatlán, por lo que se supone que la cabecera del señorío fuera lo que
ahora se conoce por Coatetelco.[22] Ahora bien, con motivo de la remodelación del
Palacio de Cortés a principios de los años 70, se efectuaron excavaciones para localizar el
asentamiento prehispánico del señorío de Cuauhnáhuac. Fueron descubiertos muros en
talud, escalinatas y alfardas, restos de algunas estructuras de lo que fue el señorío más
importante de los valles de Morelos, y que fueron utilizados como parte de los cimientos
del palacio de su conquistador; esos vestigios evidencian lo que fueron antiguamente
templos, palacios y otros edificios que ordenados en un amplio espacio, quizá formaron el
corazón de la ciudad prehispánica. El resto del asentamiento yace bajo la ciudad de
Cuernavaca, y esporádicamente, debido generalmente a excavaciones fortuitas por
cambios en los edificios y parques, se obtienen datos que enriquecen la historia de este
señorío. Un ejemplo de ello, fueron los hallazgos de entierros prehispánicos que
aparecieron durante la remodelación del Jardín San Juan, en el centro de Cuernavaca.
Estos entierros son indicio de que hubo una estructura templaria del Posclásico Tardío en
esa misma área. Conviene anotar que en el este del estado de Morelos se han llevado a
cabo importantes exploraciones arqueológicas en lo que fuera el señorío de Yauhtepec en
dos direcciones. La primera efectuada por la arqueóloga De Vega en un basamento
piramidal. La segunda vertiente está dirigida por el arqueólogo Smith. El objetivo de la
primera es descubrir lo que fue el Tecpan, el gran palacio tlahuica donde no sólo vivían el
tlatoani, el sacerdote principal del culto a los dioses, el jefe administrador-recaudador del
tributo, y el capitán de los ejércitos. Este palacio se levanta sobre una plataforma de 65 m
de ancho por 95 m de largo, actualmente se ha descubierto el 30% aproximadamente, que
dejan ver varios cuartos que albergaron a los servidores del tlatoani. El segundo estudio
tuvo como propósito definir el tamaño del sitio y descubrir los asentamientos
contemporáneos a él, por lo que ha realizado recorridos de superficie del área del río
Yautepec. Este último trabajo ha dado a conocer que la ciudad de Yauhtepec tuvo una
extensión aproximada de 209 ha con una población que varió entre 11,500 y 15,100
habitantes, cuyo centro político y administrativo fue el Tecpan, alrededor del cual se
concentraba la población de Yauhtepec. Por fuentes del siglo XVI se sabe que los
señoríos sujetos, es decir conquistados, de Yauhtepec fueron Atlihuayan, Oacalco,
Huitzililla y Tlaltizapan, lo que le daba el control sobre un importante y rico territorio de
agricultura de riego a través de la canalización del río Yautepec e innumerables
manantiales de la zona. Otro de los señoríos que cuenta con información arqueológica es
Tepoztlán. Este asentamiento se conoce desde 1885, año en que fue liberado el Templo
del Tepozteco por el arquitecto Francisco Rodríguez. Localizado en lo alto de una de las
cimas que forman la Sierra de Tepoztlán, el templo fue dedicado al Tepoztecatl, dios
patrono de los habitantes de señorío de Tepoztlán, y fue durante el Posclásico Tardío un
santuario muy importante. El sitio contaba con un área de servicio adyacente, que
consistía en varias terrazas habitacionales. La ciudad de Tepoztlán se localizaba en el
valle, en las faldas de la Sierra, la mayor parte bajo el poblado actual. El palacio donde
vivía el tlatoani, así como los administradores, fue parcialmente destruido hace algunos
años, los restos indican que su extensión fue similar al de Yauhtepec; otros importantes
edificios aún se pueden observar simplemente caminando por las calles del pueblo. A
pesar de la importancia del señorío de Huaxtepec, éste no ha sido investigado
arqueológicamente; la única información disponible proviene de Olintepec, uno de los
señoríos tributarios de la Provincia. Este sitio se ubica a orillas del río Cuautla, cerca de
manantiales que fueron canalizados, por lo que la zona fue y es de alta productividad
agrícola hasta la actualidad; cuenta con varios templos, plazas y un área habitacional
extensa; de la totalidad del sitio solamente se ha descubierto parte del Montículo I de la
zona. Para los años 1377 y 1409 los señoríos morelenses de Cuauhnáhuac, Xiuhtepec,
Xochitepec, Zacatepec, Mazatepec, Coatlan y Yacapichtlan aparecen en el Códice Xólotl
y son mencionados por el cronista Ixtlilxóchitl en una lista de 46 pueblos aliados a
Texcoco, capital del señorío acolhua. Cuauhnáhuac es el único señorío mencionado en
otras fuentes, por ello, es probable que haya tenido mayor importancia y, con excepción
de Yacapichtlan, los otros pueblos estuvieran subordinados a él. Smith retoma los datos
del Códice Xólotl como evidencia de que tales pueblos fueron ciudades estados
relativamente importantes para este periodo. Las guerras de conquistas emprendidas por
los señoríos morelenses no se limitaron a sus vecinos más cercanos. Los Anales de
Tlatelolco describen como Cuauhnáhuac, en 1370, peleó contra Tzacualtitlan, uno de los
señoríos de Chalco[23]. También relatan como Cuauhnáhuac atacó y conquistó a
Cohuixca, en el estado de Guerrero, en el año 2 Acatl, que sería el año de 1423 en la
cuenta Culhua[24]. La dinámica expansionista también se dio en la Cuenca de México, en
donde dominaban los tepanecas de Azcapotzalco y los acolhuas de Texcoco, que no
conformes con controlar a los señoríos de la Cuenca, arremetieron contra los de los valles
cercanos, en este caso los de Morelos. El señorío de Cuauhnáhuac sufrió los ataques del
imperio tepaneca, evento que posiblemente sucedió entre los años 1375 y 1380. Junto con
los tepanecas pelearon los guerreros mexicas, encabezados por su primer señor,
Acamapichtli, pero solamente actuaron como auxiliares militares[25] de los primeros.
Pese a esa conquista, Cuauhnáhuac mantuvo su independencia, ninguna fuente refiere que
tributara a Azcapotzalco o a Tenochtitlan[26]. Sin embargo algunos pueblos que
probablemente estuvieron sujetos a él, quedaron bajo el dominio de Tezozomoc, tlatoani
de los tepanecas, estos fueron: Anenecuilco, Xoxotlan, Xoxocotlan, Miacatlan,
Cohuintepec, Amacoztitlan y Molotlan[27]. De ellos Tezozomoc, no sólo garantizaba la
obtención del preciado algodón que llegaba en forma de tributo, sino que además también
poseía tierras[28]. Otra mención de Cuauhnáhuac aparece en la Relación de Genealogía
la cual relata que después de la caída de Culhuacán en 1377, la Cuenca fue gobernada por
la alianza de cinco pueblos: Azcapotzalco, Quatlichan, Amecameca, Huexotzingo y
Cuauhnáhuac, por lo que Tezozomoc, el tlatoani tepaneca “... comenzó a señorear la
tierra desde entonces sin reconocer a otro superior, Junto con el había otros cuatro
señores principales que era el de Quautlichan y el de Amequemeca y el de Huexotzingo y
el de Quauhnáhuac: estos cuatro comenzaron entonces también a mandar y señorear
juntamente con el señor de Azcapotzalco.” La referencia permite concluir varios puntos:
primero, una vez más la constante interrelación entre la Cuenca de México y los valles de
Morelos; segundo, que Cuauhnáhuac tenía un nivel de organización social y política
comparable a la de Azcapotzalco; y tercero, se enfatiza la independencia de
Cuauhnáhuac, ya que el señorío fue colocado al mismo nivel que su conquistador. En el
mismo tiempo, el señorío acolhua, el estado competidor de los tepanecas, amplió su
dominio hacia tierras morelenses. Comandados por su señor Quinatzin II, los acolhuas
conquistaron los señoríos de Totolapan y Huaxtepec.Así lo refiere Alva Ixtlixcóchitl: “Y
el gran Quinatzin se lo tomo para sí la parte de Totolapan, que era la mayor fuerza de sus
enemigos, y llevando por acompañados su hermano Tochintecuhtli, señor de Huexutla, y
Huitzilihuitl legítimo sucesor del señorío y reino de Acamapichtli, señor de México.” En
el embate participaron los mexicas pero fueron dirigidos por el que sería su segundo
tlatoani, Huitzilihuitl, hijo de Acamapichtli. “Y juntos en Tezcuco les mando Quinantzin
de este modo,... y Atoxmixatzin, señor de Tlapiltepec, con su ejercito entrase por
Huaxtepec, y sujetase aquella parte y todos sus aliados con la misma orden.”. Quinatzin y
los otros tres señores que fueron a diversas partes, ya en este tiempo habían sujetado a
todas las tierras de Tláluic, y otras provincias remotas adelante de Huaxtépec, y otras
partes: toda hacia la parte del sur respecto de Tezcuco, que todo casi a un tiempo se
sujetó.” [29] Posteriormente, Totolapan se rebeló, ocasionando que fueran reconquistados
por los acolhuas: “Reinando Quinatzin se levantaron los de la provincia que en aquella
sazón era Totolapa y otros pueblos del patrimonio de culhuas... que le fue forzoso ir
personalmente con los señores de la provincia de Chalco, y con los de México...”.[30] Por
los datos del cronista Ixtlixóchitl, Smith calcula las fechas de ambos conquistas entre
1372 (fecha que da para la ascensión de Acamapichtli al trono) y 1377 (fecha de la
muerte de Quinatzin). Otro estado expansionista de la Cuenca de México fue la
confederación chalca. De mayor antigüedad que los tepanecas y los mexicas en la
Cuenca, los chalcas fueron revitalizados por la llegada de varios grupos emigrantes,
formando alrededor de 1300 una confederación con trece señoríos. Como ya quedó
referido, en la Cuenca, la confederación avanzó sobre la vecina zona chinampera,
conquistando Culhuacan, Mizquic y Cuitlahuac, así como otras ciudades del área sur. Los
chalcas también desearon los productos de tierra caliente, y como refiere Chimalpain, los
teotlixcas, uno de los señoríos chalcas, conquistaron Yacapichtlan en el año 9 Tecpatl,
que Davies deduce que es el año de 1352. Otro cronista, Ixtlilxochitl, escribe que
Huaxtepec antes de la conquista acolhua, pertenecía a Acacitzin uno de los señores de
Chalco, así lo atestiguan nombres de poblados morelense cuyas raíces lingüísticas son de
filiación chalca. Dentro de este escenario de guerra, conquista, tributación y alianzas
estos señoríos morelenses mantuvieron cierta independencia con respecto a sus vecinos
de la Cuenca de México. Tal situación cambió drásticamente, cuando los mexicas en
1428, aliados con los acolhuas y los tepanecas de Tlacopan, vencieron a Azcapotzalco, la
entonces capital del imperio tepaneca, y formaron la Triple Alianza. Este imperio
comenzó por reconquistar los territorios otrora pertenecientes a Azcapotzalco en la
Cuenca de México, y así por el año de 1438 se lanzó hacia los señoríos que habitaban los
valles de Morelos. Después de las de conquistas los señoríos morelenses comandadas por
el tlatoani mexica Moctezuma Ilhuicamina[31], Smith encuentra en las fuentes menciones
esporádicas de las conquistas de la Triple Alianza en Morelos. Halló referida la
reconquista que llevó a cabo Axayácatl, a la muerte de Moctezuma I, y como en 1487, la
Triple Alianza impuso, nuevamente, señores en los pueblos de Cuauhnáhuac, Huaxtepec,
Tepoztlán y Xilloxochitepec. Ahora bien, el cronista Ixtlilxóchitl atribuyó a Itzcóatl la
conquista de Tepoztlán y Huaxtepec, acaecida entre los años 1437 y 1438, aunque es
probable que los señoríos hayan sido conquistados por Moctezuma Iluhicamina en el año
de 1452. De cualquier forma, Tepoztlán se convirtió en tributario de la Triple Alianza,
condición que mantuvo hasta el momento de la conquista española.

LOS DIOSES Y EL PODER


Todos los señoríos de Morelos tuvieron un dios tutelar, desafortunadamente tan sólo se
han recuperado representaciones en escultura de los dioses de algunos sitios, esta
evidencia y la proporcionada por las fuentes históricas arrojan suficiente información del
complejo panteón que regía el devenir del cosmos. Se tienen las esculturas del dios
Tepoztécatl, de Tepoztlán; de Ehecatl, en Anenecuilco; de Xipe Totec y Chalchiuhtlicue
en Coatetelco; de Quetzalcóatl en Yauhtepec (aunque por fuentes se deduce que el dios
patrono de ese señorío fue Yauhtepecatl asociado con el yauhtli, o pericón). Además de la
comparecencia de los omnipresentes dioses dadores de las riquezas agrícolas, como
Xochipilli, Chicomecóatl y por supuesto Tláloc. Tepoztécatl, según los mitos
mesoamericanos, fue uno de los “cuatrocientos conejos”, es decir, uno de los
innumerables hijos que tuvieron los dioses Mayahuel y Patécatl, diosa del maguey y dios
que descubrió cómo fermentar el aguamiel para obtener pulque. El nombre calendárico de
los cuatrocientos dioses, los Centzon Totochtli, fue Ometochtli, “dos conejo”, si bien
cada uno poseía su nombre (fig. 23). Los dioses del pulque, incluido Tepoztecatl, estaban
asociados al culto a la fertilidad, pues pertenecían al grupo de los tlaloque, ayudantes de
Tláloc. Es por ello que estas divinidades aparecen representadas con un hacha de
desmonte en sus manos. En el mito de Tepoztécatl se le asocia con el viento, por lo que
se le nombra también como Ehecacone, hijo del viento. En el Códice Mendocino el
señorío de Tepoztlán es simbolizado por un glifo que muestra un hacha de cobre en un
cerro, ha sido traducido literalmente como “lugar del cobre”. Asimismo Tepoztécatl y los
Centzon Totochtli portan hacha de cobre, por lo que se supone que la representación
sugiera, en forma abreviada, el nombre del dios. En Anenecuilco, Coatetelco y Palacio de
Cortés hay esculturas de Ehécatl, dios del viento, numen creador cuyo soplo daba la vida
y traía la lluvia, es uno de los dioses más importantes de Mesoamérica en el periodo
Posclásico Tardío (1350 – 1521 d C). El atavío que nos permite identificarlo como tal, es
la máscara bucal en forma de pico de ave. En algunas de las versiones del mito de la
creación de los hombres, no es el dios Quetzalcóatl quien bajo al Mictlan, el inframundo,
a recoger los huesos de los hombres, sino que quien lo hizo fue una de las advocaciones
de este dios creador, Ehécatl, dios del viento cuyo nombre calendárico fue “9 Viento”
(chiconauehecatl). Es decir, que Ehécatl, al igual que Quetzalcóatl, fue también un dios
creador de vida ya que no fue sólo aire sino el aliento de la vida. Empero, como todos los
dioses mesoamericanos, Ehécatl tuvo un carácter dual: así como fue el creador del
hombre, también tuvo un aspecto nefasto, ya que el viento se llevaba todo, indicándole
que la vida era perecedera. Ehécatl también estaba relacionado con Tláloc, dios de la
lluvia, ya que se decía que los fuertes vientos que precedían las lluvias eran producto de
Ehécatl – Quetzalcóatl. Sahagún, fraile franciscano del siglo XVI, escribió que este dios
“... barría los caminos a los dioses de las lluvias, parar que viniesen a llover.” El religioso
anota que los rituales de sacrificios celebrados al principiar el año estaban consagradas
los tlaloque, a Chalchiuhtlicue y a Ehécatl-Quetzalcóatl. Ahora bien, la aparición de dos
esculturas en Coatetelco, sumamente fragmentadas, pero que conservan atributos que
permiten identificarlas como evocaciones del dios Xipe-Tótec, concede la posibilidad de
plantear que en la ciudad sé relacionaron con dos tipos de ceremonias que se practicaban,
uno asociado con la agricultura y la otra con las prácticas militares. Las imágenes del dios
Xipe Totec siempre muestran a un personaje vestido con otra piel humana la que se puede
apreciar por la presencia de dobleces y costuras del cuero, o bien por la doble boca, doble
órbita ocular, o dos pares de manos y dos pares de pies. Xipe Totec fue el patrono de las
enfermedades de la piel como viruela, sarna, apostemas, toda clase de tumores e
inflamaciones de la piel y enfermedades de los ojos. Quienes las padecían podían curarse
colocándose la piel del desollado. Para Broda esta función del dios es muy importante ya
que lo relaciona con los dioses del agua. También los tlaloque eran los patrones de ciertas
enfermedades de la piel como la lepra, las bubas y la sarna, y se creía que sanaban con
agua[32] . La de “la de la falda de jade”, la Chalchiuhtlicue era una joven doncella, diosa
del agua de ríos, lagos, lagunas y del mar. Patrona de la gente que vivía de la laguna, de
los que transitaban en canoas por canales, ríos y lagos; asimismo quienes se hundían y se
ahogaban caían bajo su dominio. De indudable carácter agrícola se asociaba con otras
deidades femeninas como la Chicomecoatl, diosa del maíz, y la Uixtocihuatl, la diosa de
la sal.[33] Es probable que Chalchiuhtlicue fuera uno de los patrones de los pobladores de
Coatetelco, sobre todo de aquellos que explotaban las dádivas de la laguna.

LOS DONES DE LOS DIOSES


El elemento básico que caracterizó a Mesoamérica fue la agricultura. El ciclo agrícola es
marcado por dos periodos, lluvias y secas; esta dualidad definió la forma de ver el mundo
de los grupos prehispánicos, en donde la alternancia de las estaciones fue concebida
como la presencia de diferentes seres divinos. Esta presencia cíclica de los dioses fue el
punto de partida de los calendarios mesoamericanos. En esos calendarios se precisaba en
que momento los dioses comparecerían en el mundo de los hombres; para asegurar su
asistencia, los indígenas practicaron rituales en los que por medio de ofrendas hacían
peticiones a esos dioses. El calendario solar mesoamericano de 365 días, xihuitl, estaba
dividido en 18 meses de 20 días cada uno, más 5 días nemotémicos. En cada uno de estos
meses se celebraban fiestas a las deidades patrones de la veintena, pero también se
festejaba a Tláloc, dios de la lluvia. En la temporada de secas, llamado tonalco “tiempo
de sol”, Tláloc era adorado como una deidad de los cerros, no sólo porque en sus cumbres
se forman las nubes que traerán la lluvia, también porque el maíz y las demás plantas
comestibles, todos los mantenimientos eran guardados en cuevas dentro de esos cerros.
Las cuevas eran las entradas a la morada de Tláloc. A los cerros y cuevas, o a los templos
del dios, acudían los celebrantes con sus dádivas, generalmente alimentos contenidos en
vasijas miniatura de diferentes formas, aún el copal era quemado en pequeños
sahumerios. Esto se debía a que ellos creían que los tlaloques, los ayudantes de Tlaloc,
“... eran como niños”. Los antiguos mexicanos representaban al dios de la Lluvia con un
bastón y una jarra: el bastón simbolizaba al rayo y la jarra contenía el agua sagrada.
Durante la época de lluvias, conocida como xopan, que abarcaba desde el sexto mes hasta
el onceavo, los rituales simbolizaban el crecimiento del maíz y aseguraban su
maduración. Tláloc aparece en los rituales como dios de la tierra y, junto con los
tlaloques, dispensador de la lluvia, relacionado no sólo con el sol nocturno en su estancia
en el inframundo, sino con todas las deidades agrícolas como Xochipilli, Xilonen,
Xochiquetzal, Cihuacoatl y Toci-Teteoinnan[34]. Entre las fiestas que se realizaban a
Tláloc estaban las del primer mes del calendario solar, llamado Atlcahualo, en honor de
los tlaloques, a Chalchiuhtlicue y a Ehécatl, dios del viento y precursor de la lluvia.[35]
Como un dios benigno, Tláloc daba a los hombres esos dones, que se manifestaban en
lluvias, con lo que iniciaba el periodo agrícola. O bien podría ser un dios maligno y
lanzar granizo o tormentas que destruían las cosechas.

EL TRIBUTO DEL CALPULLI AL SEÑORÍO; DE LAS PROVINCIAS AL IMPERIO


Durante el Posclásico Tardío existían en el estado dos niveles de organización, por un
lado el local, constituido por 70 señoríos, que se encontraban bajo el control de seis
importantes ciudades estados que los habían conquistado y de los cuales extrajeron
tributo; estos señoríos fueron Cuauhnáhuac, Yauhtepec, Huaxtepec, Totolapan,
Yacapichtlan y Ocuituco. Tepoztlán se mantuvo independiente, sin señoríos sujetos, por
lo que no se le consideraba un estado conquistador. El otro nivel fue el impuesto por la
Triple Alianza, que agrupo los señoríos en dos importantes provincias tributarias del
Imperio, estas fueron la de Cuauhnáhuac y la de Huaxtepec, en las que el tributo al
Imperio fue recaudado por un recolector llamado calpixque, este personaje, generalmente
un militar, fue parte de la estructura burocrática del imperio. Formaban el importante
estado de Cuauhnáhuac los señoríos de Teocalcingo, Panchimalco, Huitzillapa, Acatlipac,
Xochitepec, Miacatlan, Molotlan, Coatlan, Xiutepec, Xoxotlan, Amacoztlitan, Ixtlan,
Ocpayucan, Ixtepec, Atlicholoayan, Amatitlan, Atlpoyecan, Cohuitepec,
Cuauhchichinollan, Mazatepec, Tehuixtlan, Temimilcingo, Tequexquitenco, Tezoyucan,
Tlaquiltenanco y Zacatepec. Cada uno de ellos tenía que enviar a la cabecera -
Cuauhnáhuac- el requerido tributo, ya fuera que lo obtuvieran o no de sus territorios, o
bien lo adquirieran por la vía del intercambio. De la riqueza agrícola en tierra caliente,
siempre tuvieron conocimiento los estados de la Cuenca de México, por ello fue
aprovechada por los señores de los estados de la Triple Alianza. Según la Matrícula de
Tributos, la Provincia de Cuauhnáhuac estuvo comprometida para entregar tributo en
especie cada ochenta días, el que consistía de 400 mantas de algodón tipo nochpalli; 400
mantas nacazminque, 400 mantas cacamoliuhqui, 800 mantas canauac, 400 maxtlatl, 200
uipilli, 200 cueitl, 1200 quachtli, un tzitzimitl, rodela, un ocelotl, una rodela, un
cuextecatl toztli, una rodela, un tozcoyotl toztli, una rodela, centenpantli papalotlauiztli,
una rodela Y, una rodela II, un xopilli, un momoyactli, una rodela IV, 8000 amatl, 2000
xicalli y una tlaolli ihuan etl. El tributo tenía que ser extraído de los señoríos sujetos por
medio de la Provincia de Cuauhnáhuac. Empero, algunos pueblos sujetos a Cuauhnáhuac,
como por ejemplo el señorío de Miacatlán no solamente tributaba a los mexicas, además
también pagaba tributo a los acolhuas. Tanto los mexicas como los acolhuas aseguraron
la entrega del tributo, imponiendo a dos recaudadores de impuestos, calpixque, que se
encargaban de hacerlos llegar a Tenochtitlan y a Texcoco. Así como los estados exigían
algodón, es casi seguro que demandaran otros productos como fueron los tientes para las
mantas, o bien el papel tan estimado por ser parte de la indumentaria de los sacerdotes y
el ajuar de las esculturas de los dioses. La actividad bélica de Cuauhnáhuac fue en dos
sentidos; el primero, por intereses propios, con el expreso propósito de sojuzgar a otros
pueblos y mantenerlos como parte de su territorio, de tal forma luchó para someter a los
señoríos de Malinalco y Tepoztlán; en el segundo sentido las tropas de Cuauhnáhuac
marcharon, en calidad de auxiliares militares, junto con las de la Triple Alianza
defendiendo los intereses de ésta; así arremetieron contra los señoríos de Huejotzingo, en
Puebla, Cohuixco, en Guerrero.[36] La Provincia Tributaria de Huaxtepec tenía como
señoríos sujetos del Imperio a los pueblos de Huaxtepec, Xochimilcatzingo, Cuauhtlan,
Ahuehuepan, Anenecuilco, Olintepec, Cuautlixco, Tzompango, Huitzillan, Tlaltizapan,
Cohuacalco, Itzamatitlan, Tepuztlan, Yuauhtepec, Yacapichtlan, Tlayacapan, Xaloztoc,
Tecpancingo, Ayoxochiapan, Tlayacac, Tehuizco, Nepopohualco, Atlatlahuca,
Totolapan, Amiltzinco y Atlhuelic. En la relación de Huaxtepec se menciona que ese
señorío tenía como única responsabilidad la de proporcionar guerreros a los ejércitos de
la Triple Alianza, mientras que los otros señoríos de la provincia pagaban el tributo en
bienes que les eran solicitados. Por ello, Huaxtepec, aliado con los mexicas, peleo contra
los recalcitrantes señoríos de Huexotzinco y Tlaxcalla a fin de capturar guerreros para la
celebración de sacrificios en honor de sus dioses; sin duda el propio Huaxtepec lanzó una
empresa particular contra Xiuhtepec,[37] para obtener algún beneficio, tal vez algodón y
cal como tributo en especie. La provincia de Huaxtepec tributaba 400 mantas de algodón,
400 mantas de cenefa labradas en dos colores; 400 colchas; 800 mantas delgadas de
algodón; 400 pañaetes; 200 camisas de mujer y 200 faldellines; 1200 mantas comunes;
una insignia con remate de cabeza de Xolótl; 20 insignias con cabeza de ocelote; insignia
con diseño de Tzitzímitl, ser maléfico del aire, con plumas de color azul verdoso; 20
insignias con armazón labrado a base de plumas rojas; 20 insignias de plumas
desparramadas; 20 insignias amarillas con escudo de coyote; 20 insignias tipo huasteco,
de color azul verdoso; 20 insignias con diseño de mariposa. El tributo de otros artículos
consistió de un cuexcomate con frijol, maíz y semillas de huauhtli, 8 000 hojas de papel
amate; 2 000 jícaras.[38] Las Relaciones Geográficas de Tepoztlán señalan los pueblos
que tenía sujetos, dependencias y/o barrios que continúan existiendo en la actualidad: San
Juan Tlacotenco (Tepecuytlapilco), Santa Catarina (Cacatepetlac), San Andres de la Cal
(Acacueyecan), Santo Domingo (Xocotitlan), Amatlán y Santiago Tepetlapan.[39] Pese a
la sujeción que la Triple Alianza ejerció sobre Tepoztlán, éste peleó contra los señoríos
de Yacapichtlan y Cuauhnáhuac, lo que vuelve a ejemplificar el patrón de conquista y
requerimiento del tributo que existió durante el Posclásico. Los señoríos sujetos de
Yacapichtla fueron Escatepeque, Calalpan, Texopa, Patzulco, Tecaxic, Suchitlan,
Tlacochcalco, Tezayuca, Oyacatlan, Tlayacac, Xalostoque, Atotonilco, Tecpalcingo,
Tetehuamalco, Usuchapa, Atlacabaloya, Telixtaca, Tetelilla, Xonacatepeque,
Macuitlapilco, Chalcatzingo, Xantetelco y Amayuca. Guerreros de este señorío, aliados
de la Triple Alianza, también acometieron contra Huexotzinco y llegaron a regiones tan
distantes como la “Mixteca”. Si bien la región tlahuica fue incorporada al Imperio desde
sus comienzos, varios pueblos del norte se consideraban de origen xochimilca, y por lo
menos algunos de ellos como Tetellan, Hueyapan y Nepopualco, daban a Xochimilco
tributos y servicio militar. Aunque la arqueóloga Konieczna, citando a fray Diego Durán,
menciona que Tetellan y Hueyapan correspondían al señorío de Cuauhquechula
(Huaquechula, Puebla). Fray Diego Durán apunta que el señorío de Ocuituco, al noreste
de la región, junto con sus pueblos sujetos, Jumiltepec y Ecatzingo, tributaban al señorío
de Xochimilco. Si bien Ocuituco no aparece en las listas tributarias de la Triple Alianza,
eso no significa que no aportara algún servicio. Esa situación ha llevado a algunos
investigadores a proponer que la zona en donde se situaba el señorío ejercía el papel de
provincia estratégica, es decir, sirvió como zona de frontera para detener la posible
expansión de los tlaxcaltecas. Entonces, el tributo de Ocuituco consistió en alimentar a
las tropas que se dirigían hacia el fértil valle de Atlixco. En varias de las guerras de
conquista llevadas a cabo por la Triple Alianza, bajo diferentes tlatoque, se menciona la
presencia de contingentes que provenían de “tierra caliente”, tlahuicas en general sin
denotar en específico a que señorío. Así, los tlahuicas pelearon en la Mixteca en tiempos
de Moctezuma I, y por su servicio recibieron “tierras” de esa región, es decir, el tributo
recaudado en ellas sería enviado directamente a los tlahuicas y no a la Triple Alianza;
también estuvieron presentes en Michoacán durante el reinado de Axayácatl, así como en
Meztitlán con Tizóc, y en Chiapas con Ahuizotl. El complejo sistema de conquista y
tributo cubrió todos los ámbitos, desde los pequeños pueblos que fueron incorporados a
señoríos locales, los que a su vez pasaron a ser sujetos de las provincias que rendían
cuentas al Imperio. Este periodo de efervescencia y expansión se vio drásticamente
frenado por la presencia de los conquistadores españoles.
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Cynthia Heath-Smith, Ronald Dohler, Joan Odess, Sharon Spanogle y Timothy Sullivan,
“The size of the city of Yautepec: Urban survey in Central Mexico. Ancient
Mesoamerica, Cambridge University Press, 1994, vol., pp. 51-12. Tolstoy, Paul,
“Coapexco and Tlatilco: sites with olmec materials in the Basin of Mexico”. En: Sharer,
Robert L. Y David C. Grove, Regional perspectives on the Olmec, Cambridge,
Cambridge University Press, 1989, pp.85-121. Wiesheu, Walburga, “La zona oaxaqueña
en el Preclásico”. En: Manzanilla, Linda y Leonardo López Luján, Historia Antigua de
México, vol. 1, México, INAH, UNAM, Miguel Angel Porrúa, 1994, pp. 323-352.
Al adaptar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y la legislación
ambiental mexicana a las disposiciones del TLC, se ha optado por el modelo de
globalización económica tendiente a las privatizaciones y a la apertura de mercados en un
contexto local de subdesarrollo productivo, pobreza y deterioro ambiental. Esta fase
avanzada del imperialismo respalda un proyecto que trata de desarrollar la economía
mediante la rebaja de los costos de producción, la caída de los salarios y la reducción de
los precios de las materias primas. La disminución de las inversiones de interés social, ha
sido necesaria en un sistema donde el libre comercio y la libertad de empresa son básicos,
sin importar cómo se reparta la riqueza, ya que se espera que, a la larga, todos salgan
beneficiados al mejorarse la economía en su conjunto. En este ambiente de presión
exógena, a pesar de los esfuerzos de algunas autoridades estatales y municipales, las
características socioeconómicas del estado de Morelos se derivan de relaciones
productivas que determinan la alteración de los recursos naturales, la distribución
inequitativa del ingreso, la escasez de vivienda, el bajo nivel de vida de la población, la
marginación y el subempleo, como se observa en los ecosistemas deteriorados y en las
áreas urbanas e industriales contaminadas, donde cada día aumenta el número de
personas procedentes del medio rural dedicadas a la economía subterránea. En el preludio
del siglo XXI, dentro del contexto del modelo de desarrollo neoliberal, se ha intentado
generar empleos para los habitantes oriundos y reactivar la economía regional, por medio
de megaproyectos que producen beneficios económicos para sectores exógenos de la
población. El auge del sector industrial se advierte con la cementera que se ha instalado
sobre la ladera occidental de la sierra de Yautepec en el municipio de Emiliano Zapata, lo
que representa una catástrofe ecológica en el corazón de la selva baja caducifolia de dicha
sierra. Esta cementera no ofrece perspectivas de mejoras socioeconómicas consistentes
para los pobladores locales, como ha ocurrido con compañías similares ubicadas sobre los
pliegues situados al noroeste y suroeste de la colonia Calera Chica, de Jiutepec, donde
varias empresas producen materiales de construcción como cemento, mortero, triturados
para concreto, cal hidratada, carbonato de calcio, gravas y arenas. Los megaproyectos
aludidos, en algunos casos no llegan a concretarse, por no contemplar la idiosincrasia de
pueblos indígenas, comunidades agrarias y ejidatarios. Por ejemplo la urbanización de un
fraccionamiento turístico y un club de golf, en terrenos del Parque Nacional El Tepozteco
pertenecientes a la comunidad de Santa Catarina, municipio de Tepoztlán, así como la
construcción del libramiento oriente de Cuernavaca, cuyo proyecto contemplaba un tramo
dentro de la Zona Sujeta a Conservación Ecológica “El Texcal”, correspondiente a la
comunidad de Tejalpa municipio de Jiutepec. La alteración potencial de los sistemas
ecológicos en las áreas naturales mencionadas, se relaciona con la necesidad de
incremento de plazas laborales. Se está frente a un problema de planificación sustentable,
en el que no ha sido posible congeniar los beneficios productivos socioeconómicos y
ambientales. En resumen, el territorio analizado cuenta con abundantes recursos
naturales, en el cual complejas interdependencias ambientales y económicas han
propiciado la existencia de manantiales y escurrimientos que se están agotando y
contaminando, tierras fecundas en proceso de desgaste y contaminación y un clima
agradable que se hace extremoso. Los procesos de cambio del uso del suelo, el
crecimiento urbano desordenado sobre áreas agrícolas y forestales, la pérdida de
biodiversidad, las estrategias de desarrollo neoliberales, la injusta distribución de la
riqueza y los métodos irracionales de apropiación de la naturaleza, han determinado en la
entidad una situación de pobreza en un ámbito de productividad agrícola, industrial y
turística, que tiende hacia el deterioro del medio físico y al empeoramiento del nivel
socioeconómico de la población. El sector económico no presenta un futuro promisorio.
La ilusión de prosperidad de ciertos agricultores al entrar en vigor el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte se ha derrumbado, ya que la apertura comercial y la
privatización de los ingenios azucareros no se ha traducido en beneficios específicos, y
no hay certeza de que la introducción de los cultivos que tienen demanda en Estados
Unidos de América y Canadá, garantice una mejoría en sus ingresos; el proceso de
industrialización y de terciarización de la economía, no ha resuelto el asunto del
desempleo, no ha propiciado un desarrollo local integrado y armónico, ni ha elevado los
niveles de vida de la mayoría de los habitantes; por el contrario, ha estimulado
movimientos inmigratorios descontrolados acentuado las desigualdades regionales y
contaminado los recursos hídricos y edáficos del territorio estudiado.
NOTAS [1] Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología: las concepciones de los
antiguos nahuas, México, UNAM, 1980, 2 v, pp. 17-18 [2] Idem. p. 18-19 [3] Idem. p. 20
[4] Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, El pasado indígena, México, FCE, El
Colegio de México, 1996, p. 62. [5] Alfredo López Austin, La religión, la magia y la
cosmovisión”, Linda Manzanilla y Leonardo López (coord), Historia Antigua de México,
México, INAH, UNAM, 1995, T. III, p. 447. [6] Alfredo López Austin, 1984, 59 [7]
Hirth 1987: 343 [8] Griselda Sarmiento, “La creación de los primeros centros de poder”,
Manzanilla, Linda y Leonardo López Luján, Historia Antigua de México, , México,
INAH, UNAM, Miguel Angel Porrúa 1994 , vol, 1, p. 268. [9] David C. Grove, San
Pablo, Nexpa, and the Early Formative archaeology of Morelos, Mexico, Nashville,
Tennesse, Vanderbilt University Publications in Anthropology no. 12, 1974, p. 59. [10]
López Austin y López Luján, Op. cit. p. 78; Samiento, Op. cit. pp. 268-270 [11]Cabe
destacar que “exótico” es un calificativo impuesto actualmente a aquellos objetos de
lejana procedencia, que por su materia prima, talla y belleza fueron utilizados como
símbolos de jefatura en los linajes; algunos de estos objetos podían ser conchas, piedras
verdes, espejos de pirita, e incluso elaboradas piezas cerámicas. [12] William Sanders,
Jeffrey Parsosns y Robert Santley, The Basin of Mexiso:Ecological Process in the
Evolution of a civilization, New York, Academic Press, 1979, p. 95. [13] Alfredo López
Austin, “ La historia de Teotihuacan”, Teotihuacan, México, El Equilibrista,
Citicorp/Citibank, 1989, pp. 30. [14] Linza Manzanilla, “La zona del Altiplano Central en
el Clásico”, Linda Manzanilla y Leonardo López Luján, Historia Antigua ... Op. cit., v. 2,
p. 167. [15] Cfr. Kenneth Hirth y Anne Cyphers, Tiempo y asentamiento en Xochicalco,
México, UNAM, 1988. [16] Janet Berlo. Art, Ideology and the City of
Teotihuacan,Washington D.C., Dumbarton Oaks, 1992, pp. 191-269. [17] Cfr. Alfredo
López Austin, Leonardo López L. y Saburo Sujiyama. “The Temple of Qutzalcoatl at
Teotihuacan as posible ideological significance”, Anciente Mesoamerica, Cambridge,
University Press, 1991. [18] Janet Berlo, Op. cit., 229. [19] Cfr. Johanna Broda. “Templo
Mayor a ritual space”, Johanna Broda, David Carrasco y Eduardo Matos (eds.), The Great
Temple of Tenochtitlan, Center and Periphery in Aztec World, Berkeley, University of
California Press, 1987. [20] Druzo Maldonado. Cuauhnahuac y Huaxtepec (tlahuicas y
xochimilcas en el Morelos prehispánico), México, CRIM, UNAM, 1990. [21] Nigel
Davies. Op. cit. pp. 253-254. [22] Laura Ledesma Gallegos y Giselle Canto Aguilar.
Guión científico para la reestructuración del museo de sitio de Coatetelco, mecanuscrito,
1997. [23] Anales de Tlatelolco; Davies 1980:255. [24] Anales de Tlatelolco 1980, 5,
doc. V; Smith, 1983:3. [25] Utilizamos el término de auxiliares militares en lugar de
mercenarios siguiendo la crítica de Carrasco: “La existencia de pueblos que actuaban
como auxiliares militares no implica que fueran guerreros a sueldo, como se entiende
normalmente de los mercenarios; eran gente que daba servicio militar en vez de tributo en
especie.” Cfr. Pedro Carrasco, Estructura Política Territoria del Imperio Tenochca. La
Triple Alianza de Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan, México, FCE, COLMEX, 1996, p.
533. [25]Smith duda de esta fecha, ya que Davies señala que entre 1450 y 1454 se dio
una gran hambruna en la Cuenca de México, debido a plagas, heladas y sequías, y que las
principales campañas de Moctezuma I se dan a finales de la década de 1450 e inicio de
1460. Cfr. Davies Op. cit., p. 78, Smith 1983:107. [26] Fray Diego Durán menciona el
matrimonio de Huitzilihuitl con la hija del Tlatoani de Cuauhnáhuac, Miahuaxihuitl;
matrimonio que permite a los mexicas comerciar el algodón. Cfr. Duran, 1967, II:65;
Tezozomoc , 1975: 90-95; Torquemada, 1969:104. Por otro lado Smith propone que la
alianza debió realizarse entre 1396 0 1397 ya que Moctezuma Ilhuicamina nació en 1398
(10 tochtli). Smith 1983:92-93. [27] Memorial de los Pueblos de Tlacopan 1940:119;
Como señala Smith es interesante notar que en esa lista no es nombrado Cuauhnáhuac,
1983:87-88. [28] Estos mismos pueblos se encontraban bajo el dominio de Cuauhnáhuac
-excepto Anenecuilco- en el momento de la conquista española; idem. [29]Fernando de
Alva Ixtlilxóchitl, tomo I, p. 319. [30] Idem. [31] La arqueóloga Barbara Konieczna
difiere de la propuesta de Smith; ella postula que la conquista de Morelos fue llevada a
cabo por el señor Izcóatl y que la empresa de Moctezuma fue simplemente la
confirrmación de su poder sobre estos territorios, Cfr. “Morelos en relación con el
Imperio mexica”, Antropología, Nueva Época, México, ENAH, 1992, nº 37, p.13. [32]
Johanna Broda, “Tlacaxipehualiztli: a reconstruction of an aztec calendar festival from
16th century sources”, Revista Española de Antropología Americana, España, FF y L,
Universidad de Madrid, 1970, vol., 5, p. 242; y “Las fiestas aztecas de los dioses de la
lluvia” Revista Española de Antropología Americana España, FF y L, Universidad de
Madrid, 1970, vol., 6, pp. 255-256. [33] Idem. [34] Idem. [35] Idem. [36] Cfr. Francis
Berdan, et. al. Aztec imperial strategies, Washington D.C., Dumbarton Oaks Research
Library an Collection, 1996, p. 118. [37] Códice Mendocino, Lord Kingsbourough
(comp.), México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1964, f. 25; Matrícula de
Tributos, México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1991, t III, p. 537, lámina 7;
Maldonado, Op. cit., p.83; Berdan, Op. cit., p. 271. [38] Insignias eran las vestiduras
completas de los guerreros que incluían el yelmo o bien tocado de plumas, y además la
rodela. [39] Maldonado, Op. cit., p. 100.

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