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Del mito a la ciencia La importancia de los filósofos presocráticos radica más en el

planteamiento de problemas que en las soluciones que les otorgaron. Ellos crearon
conceptos que hasta la fecha son fundamentales en las ciencias más avanzadas, como
los de causa- efecto, fenómeno, leyes, número, medida, materia, espacio, elemento,
átomo, etc. A los primeros filósofos les interesaban los cambios cíclicos de las cosas, la
regularidad de los movimientos celestes, el orden y la belleza del cosmos, los
fenómenos atmosféricos, etc. No sólo se preguntaban qué son las cosas sino que
también se preguntaban de qué estaban conformadas. Sustituyeron a los dioses
mitológicos por explicaciones racionales de lo que rige el cosmos, poco a poco fueron
dando forma al método científico, teniendo como base lo natural en lugar de lo
sobrenatural. La primera escuela En las primeras páginas de la Metafísica, recogiendo
las doctrinas de los pensadores griegos que le precedieron, Aristóteles afirma que Tales
y sus discípulos de Mileto, Anaximandro y Anaxímenes, fueron los primeros filósofos,
ya que afontaron en términos racionales, y no míticos, el problema del arjé. ¿Qué es el
arjé? El término arjé proviene del griego ἀρχή que indica el principio, el fundamento,
aquello de lo que todo ha tenido origen y que mantiene vivo el mundo. Los Milesios
señalaron el arjé en un elemento natural (el agua, el aire, el ápeiron), pero ya los filósofos
de la generación siguiente elaboraron respuestas más refinadas al problema: Heráclito
identificó al arjé con el fuego, y Pitágoras con el número. Posteriormente el término se
mantuvo en la tradición y fue empleado por Platón y Aristóteles para designar en sentido
genérico ya sea la materia de la que están hechas las cosas, ya sea la fuerza que da
vida a la naturaleza. 2 El principio de todo es el agua. La década pitagórica Tales (625
a.C.-547 a.C.) : El principio de todo es agua. El principio primordial se halla, según Tales,
en el agua. La respuesta puede parecer desilusionadora, pero su importancia reside en
el hecho de que por primera vez en la historia del pensamiento se busca una solución
de tipo racional en lugar de mítico-fantástica. Lo confirman las razones aportadas por
Tales: el agua es abundante y la vida surge del agua o de lo húmedo. Anaximandro (611
a.C.-547 a.C.): El principio de todo es el ápeiron. Con un notable salto intelectual
respecto a Tales, Anaximandro ya no sitúa el arjé en un elemento natural, sino en el
ápeiron, término que en griego indica lo ilimitado, lo infinito: una realidad primigenia e
indiferenciada, sin límites ni confines. Probablemente el razonamiento que lo condujo a
esta conclusión fue el siguiente: Cada parte del universo es el resultado de una
oposición entre fuerzas antagónicas. La tierra, el agua, el aire, el fuego; es decir, todos
los elementos son el resultado de un equilibrio de opuestos: el calor se opone al frío, lo
seco se opone a lo húmedo. Pero también el cosmos en su totalidad ha de ser el
producto de un antagonismo fundamental, y aunque el universo aparece definido,
limitado, determinado en cada componente suyo, hay que pensar que tuvo un origen y
que está sostenido por un principio diametralmente contrario: el ápeiron.

Anaxímenes (570 a.C.-500 a.C.) : El principio de todo es aire. Quizá realizando una
cierta vuelta atrás respecto a la solución de Anaximandro, Anaxímenes identificó el arjé
con un elemento natural: el aire. En realidad, es probable que con este término aludiese
a lo que luego los griegos llamaron pneuma, es decir, el aliento caliente y rarefacto, de
naturaleza más espiritual que material, que está presente en todo ser vivo y que se
exhala del cuerpo con el último aliento. Más que una sustancia natural, el aire de
Anaxímenes es el principio de la vida.

Pitágoras (582 a.C.-500 a.C.) : El principio de todo es el número. Pitágoras identificó el


arjé con el número, el punto de partida, fundamento y causa que los Milesios
encontraron en un elemento físico. Cualquier figura geométrica, y por lo tanto cualquier
cuerpo existente, puede ser pensado como una cantidad finita y numerable de
elementos base unitarios: los números. Todo se reduce a números y todo es numerable,
con esta certeza, Pitágoras construyó la primera matemática y elaboró una metafísica,
un ideal de orden, racionalidad y armonía cósmica. La idea pitagórica de número es
distinta de la moderna: el número no es un ente abstracto, sino algo concreto, real y
medible, una dimensión esencial de las cosas. Así pues el número pitagórico poseía
una dimensión espacial: en ella hay triángulos, cuadrados, etc. 3 Interacción de los
cuatro elementos.

Heráclito (540 a.C.-475 a.C.): El principio de todo es el fuego. Para Heráclito todo deriva
del fuego. Así como el fuego es el más dinámico entre los elementos, así es la
naturaleza. Ya los filósofos Tales, Anaximandro y Anaxímenes habían notado la
importancia de los fenómenos de transformación en la naturaleza pero para Heráclito
no es posible llegar a comprender la naturaleza puesto que lo que ahora es, después
ya no es. Todo viene y todo va en la naturaleza y precisamente en este cambio consiste
la naturaleza de las cosas. Parménides (539 a.C.-480 a.C.) : El principio de todo es el
ser. Contrario al pensamiento de Heráclito, de que todo en la naturaleza está en
constante cambio, Parménides sostiene que en la naturaleza nada se mueve. Las cosas
en la naturaleza sólo cambian en apariencia, en el fondo siempre permanecen siendo,
el ser es lo que hace que las cosas permanezcan inmutables. Para Parménides todo lo
que se encuentra en la naturaleza es un mismo ser eterno e inmóvil.

Empédocles (495 a.C.-435 a.C): El principio de todo son los 4 elementos. Por lo que
respecta a la naturaleza Empédocles aceptó el postulado parmenídeo de la
permanencia del ser; pero tratará de dar una explicación del cambio, negándose a
aceptar el carácter ilusorio la realidad sensible. Para solucionar las aporías en las que
habían caído los anteriores filósofos Empédocles postula la existencia de cuatro
elementos (fuego, tierra, aire, agua) cada uno de ellos con las características de
permanencia e inmutabilidad del ser, y la existencia de dos fuerzas cósmicas (Amor,
Odio) que actuarán como causa de la combinación o disociación de los elementos. De
este modo, para Empédocles la realidad es el resultado de la combinación de esos
cuatro elementos originarios: la realidad que nosotros captamos es el resultado de la
mezcla de dichos elementos. Propiamente hablando no hay generación; lo que
llamamos "generación" es propiamente "agregación", "mezcla" de elementos. Y lo que
llamamos corrupción no supone la destrucción del ser, sino solamente su "separación",
"disgregación". Esa mezcla y separación de los elementos originarios tiene lugar por las
fuerzas del Amor y del Odio. En la realidad está sometida a un ciclo en el que
predominan alternativamente cada una de esas dos fuerzas, de tal modo que el
predominio de una supone la disminución de la otra y viceversa. Dichas fuerzas son
concebidas por Empédocles, por supuesto, como fuerzas físicas y materiales. Por efecto
del Amor se reúnen las partículas de los cuatro elementos, y por efecto del Odio se
separan las partículas provocando la extinción de los objetos. El mundo tal como
nosotros lo conocemos está a medio camino entre la realidad primitiva, fase en la que
predomina el Amor, y la fase de total separación de los elementos en la que predomina
el Odio.

4 Anaxágoras (500 a.C.-428 a.C.): El principio de todo es el noûs. Al igual que


Empédocles, Anaxágoras se enfrentará al problema de explicar el cambio admitiendo la
permanencia del ser, tal como se desprende de los postulados parmenídeos. El ser no
puede generarse ni corromperse; no puede haber propiamente hablando nacimiento ni
destrucción, sino simplemente mezcla o separación de las cosas que existen. La
solución de Anaxágoras será también una solución pluralista, al estilo de la de
Empédocles. Pero, a diferencia de éste, en lugar de cuatro elementos afirmará la
existencia de un número infinito de ellos, cada uno poseyendo las características del ser
parmenídeo es decir, la eternidad, la inmutabilidad. Estos elementos originarios o
"semillas (homeomerías)" como le llama Anaxágoras se distinguen unas de otras
cualitativamente. La mezcla de estas semillas es lo que constituye los objetos de la
experiencia; cuando en un objeto predomina un tipo determinado de semillas le
atribuimos al objeto la propiedad de las partículas predominantes, ya que, en los objetos
de la experiencia, hay partículas de todas las cosas. Eso explicaría la transformación de
unas cosas en otras: si los vegetales que nosotros ingerimos se convierten en carne es
preciso que haya carne (partículas o semillas de carne) en dichos vegetales. En ese
sentido debería entenderse la afirmación de que hay porciones de todo en todas las
cosas. Así, en un trozo de oro hay partículas de todas las demás cosas, pero
predominan las partículas de oro, por lo que le llamamos simplemente oro. ¿Cómo se
produce esa agregación y esa separación de las semillas? Aquí hace intervenir
Anaxágoras un elemento novedoso en la especulación filosófica: el noûs o inteligencia.
El movimiento de las partículas o semillas estaría sometido a la inteligencia; sin
embargo, el papel de la inteligencia queda reducido al de causa inicial del movimiento
que, una vez producido, sigue actuando por sí mismo sometido a causas
exclusivamente mecánicas. Las partículas son sometidas por el noûs a un movimiento
de torbellino que será la causa de la constitución de todas las cosas tal como nosotros
los conocemos. Este noûs, Mente o inteligencia, es concebido por Anaxágoras como
algo infinito y autónomo, y separado de las semillas y de todas las demás cosas que
existen, llamándole la más fina y pura de todas las cosas, poseedor de todo el saber
sobre cualquier asunto y del mayor poder. También le concibe como ocupando un
espacio, por lo que parece que Anaxágoras mantiene una concepción material del noûs
o Mente, formado de la materia más pura y más sutil, pero lejos todavía de una
concepción inmaterial o incorpórea del ser. No obstante se le considera como el primero
que introduce el recurso a un principio espiritual o intelectual, aunque, según las quejas
expresadas por Aristóteles en la "Metafísica", haya recurrido a él sólo cuando la
explicación por causas materiales le resultaba imposible. Demócrito (470 a.C.-380 a.C.)
: El principio de todo es el átomo. Según Demócrito, la naturaleza se conforma de un
ser material lleno, de vacío y de un movimiento eterno. El movimiento eterno empuja al
vacío dentro del ser material lleno, disgregándolo hasta convertirlo en pequeñas
partículas llamadas átomos. El movimiento eterno hace que los átomos se junten y se
separen para formar las cosas que hay en la naturaleza. Este movimiento de los átomos
está regido por una ley fatal, es decir, una ley que obra sin ninguna finalidad. La ley fatal
se refiere a que todo lo que se encuentra en la naturaleza es producto de una
casualidad.

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