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Una historia de humildad. (Recomendado).

Bsubercaseaux

25 de Abril de 2011
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Bueno, antes que nada quiero aclarar que la historía que contaré a continuación tiene
como fin dar lugar a una reflexión, no a comenzar a discutir de religión ni dar pie a un
forobardo!. Esta historía es de redacción propia, ya que me la contó mi vieja hace unos
años y quería compartirla. Otro punto importante, es que no me consta la veracidad de
esta historia, pero aunque haya sido falsa deja mucho que pensar...

En un tren que recorría Francia, al rededor del año 1890, Un anciano se sentó a un lado de
un jovencito.

El anciano, con una biblia bajo el brazo sostenía un rosario, el cual iba rezando...

El joven, al ver esto, interrumpió la concetración del anciano y le dijo: ¿De verdad, señor,
usted cree en esa fábula?
A lo que el anciano respondió que sí.
El joven le empezo a decir que la ciencia dice esto, que la ciencia dice aquello, que el
génesis tiene tal error, etc.
El señor atento, le decía: mmm... que interesante,
A lo que el joven le empezo a recomendar lecturas, acerca de la revolución, del ateismo,
de ideología, de biología y otros.

El anciano contento le decía: Que interesante, a mi me encanta leer y siempre quiero


aprender cosas nuevas...
Entonces, después de todo el discurso de joven, en el cual decía cosas como que tener fé
era de gente que no creía en la ciencia, etc.
Le tocó al joven bajarse, por lo que antes le diijo al viejo: Deme porfavor su tarjeta de
presentación (época en que todo el mundo tenía una) para enviarle los libros. Con un tono
de arrogancia.
Con esto, el anciano sacó de su abrigo la tarjeta, se la dió al joven y se despidió
amablemente.
Por el otro lado el joven guardó la tarjeta y salió con la frente muy en alto. Luego, después
de envolver un paquete con todos los libros, se dirigió al correo.

Entonces, cuando le preguntaron por la dirección donde quería hacer llegar el paquete, el
jovencito saco por primera vez la tarjeta, inmensa fué su impresión al ver que decía algo
así como;

" Doctor y Profesor,


Director General del Instituo de Investigaciones Cientificas,

Luis Pasteur, Universidad nacional francesa de ciencias y humanidades


Un poco de ciencia nos aleja de Dios, más un monton de ella nos devuelve a Él. "

LA HUMILDAD.
Se acercaba mi cumpleaños y quería ese año pedir un deseo especial al apagar las velas de
mi pastel.

Caminando por el parque me senté al lado de un mendigo que estaba sentado en uno de los
bancos, el más retirado, viendo dos palomas revolotear cerca del estanque y me pareció
curioso ver a un hombre de aspecto abandonado, mirar las avecillas con una sonrisa en la cara
que parecía eterna.
Me acerqué a él con la intención de preguntarle por qué estaba tan feliz.

Quise también sentirme afortunado al conversar con él para sentirme más orgulloso de mis
bienes, por que yo era

un hombre al que no le faltaba nada, tenía mi trabajo que me producía mucho dinero, claro
¿como no iba a producírmelo trabajando tanto?, tenía mis hijos a los cuales gracias a mi
esfuerzo tampoco les faltaba nada y tenían los juguetes que quisiesen tener.

En fin gracias a mis interminables horas de trabajo no les faltaba nada a mi familia.

Me acerqué entonces al hombre y le pregunte, ¿Caballero que pediría usted como deseo en su
cumpleaños?

Pensando yo que el hombre me contestaría que dinero y así de paso yo darle unos billetes que
tenía y hacer la obra de caridad del año.

No sabe usted mi asombro cuando el hombre me contesta lo siguiente con la misma sonrisa en
su rostro que no se le había borrado y nunca se le borró:

-Amigo, si pidiese algo más de lo que tengo sería muy egoísta, yo ya he tenido de todo lo que
necesita un hombre en la vida y más. Vivía con mis padres y mi hermano antes de perderlos
una tarde de junio, hace mucho, conocí el amor de mi padre y mi madre que se desvivían por
darme todo el amor que le será
posible dentro de nuestras limitaciones económicas. Al perderlos, sufrí muchísimo pero entendí
que hay otros que nunca conocieron ese amor, yo sí y me sentí mejor.

Cuando joven conocí una niña de la cual me enamoré perdidamente, un día la besé y estalló
en mí el amor hacia aquella joven tan bella que cuando luego se marchó, mi corazón sufría
tanto... Recuerdo ese momento y pienso que hay personas que nunca han conocido el amor y
me siento mejor.

Un día en este parque un niño correteando cayó al piso y comenzó a llorar, yo fui, lo ayude a
levantarse, le sequé las lágrimas con mis manos y jugué con él por unos instantes más y
aunque no era mi hijo me sentí padre, y me sentí feliz
porque pensé que muchos no han conocido ese sentimiento.

Cuando siento frío y hambre en el invierno, recuerdo la comida de mi madre y el calor de


nuestra pequeña casita y me siento mejor porque hay otros que nunca lo han sentido y tal vez
no lo sentirán nunca. Cuando consigo dos piezas de pan comparto una con otro mendigo del
camino y siento el placer
que da compartir con quien lo necesita, y recuerdo que hay unos que jamás sentirán esto.

Mi querido amigo, que más puedo pedir a Dios o a la vida cuando lo he tenido todo, y lo más
importante es que estoy consciente de ello.

Puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas dos palomitas jugando, ¿qué
necesitan ellas? lo mismo que yo, nada... Estamos agradecidos al Cielo de esto, y sé que usted
pronto lo estará también.

Miré hacia el suelo un segundo como perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio
que me había abierto los ojos en su sencillez, cuando miré a mi lado ya no estaba, sólo las
palomitas y un arrepentimiento enorme de la forma en que había vivido sin haber conocido la
vida. Jamás pensé que aquel mendigo, era tal vez un ángel enviado por el Señor,
me daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser humano...
Publicado por JESÚS en 8:28

Etiquetas: LA HUMILDAD.

Dos cuentos sobre la humildad


Es importante darnos cuenta de lo poco que somos humanamente y de lo frágil
que es la vida para que no seamos soberbios y podamos vivir humildemente
agradecidos a Dios por cada momento de nuestra existencia, sin tratar de
acumular tesoros en este mundo.

Un día un turista fue a visitar a un maestro espiritual y quedó estupefacto al ver


que su casa sólo tenía una estancia llena de libros con una mesita y un banco,
que eran sus únicos muebles. Y le preguntó:

– Maestro, ¿dónde tienes tus muebles?

– Y los tuyos, ¿dónde están?, replicó el maestro.

– ¿Los míos? Yo sólo estoy de paso.

– Yo también, respondió el maestro.


Por eso, no hay que pensar tanto en tener y tener cosas materiales. No hay
que alardear de lo que somos o tenemos. Hay que vivir para la eternidad y ser
humildes.

***

“Un día”, dice un autor, “caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una
curva; y, después de un pequeño silencio, me preguntó”:

– Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas algo más?

– El ruido de una carreta.

– Sí, es una carreta vacía.

– ¿Cómo sabes, papá, que es una carreta vacía, si no la vemos?

– Es muy fácil saber si una carreta esta vacía por el ruido. Cuanto más vacía
va, mayor es el ruido que hace.
A lo largo de mi vida, pensando en la carreta vacía, he comprendido que hay
muchos hombres que van por la vida hablando demasiado, interrumpiendo la
conversación de los otros, presumiendo de lo que tienen, menospreciando a la
gente. Entonces, pienso en la carreta. Hay demasiada gente que está vacía por
dentro y necesita hablar y estar en medio del ruido para acallar su conciencia,
porque están vacíos. No tienen tiempo para pensar, ni para leer y no pueden
soportar el silencio para reflexionar y hablar con Dios. Por eso, la humildad es
la virtud que consiste en callar las propias virtudes y permitirles a los demás
descubrirlas.

Humilde de Verdad

Una vez, Rabí Janoj Henij de Alexander, habló del tema de la humildad. "Si quieren saber

qué es real humildad" dijo, "les contaré un incidente que sucedió con el Rabino Principal

de Frankfurt".

Su nombre era Abraham Abish y aparte de las muchas horas que estaba ocupado con los

deberes rabínicos, se dedicaba al precepto de proporcionar comida y vestimenta a los

pobres. Era su costumbre hacer rondas entre los ciudadanos adinerados y comerciantes

de la ciudad para solicitar caridad que distribuía después a los indigentes, las viudas y los

huérfanos.
Una vez, se detuvo en una de las posadas locales y se acercó a un comerciante que

visitaba la ciudad por negocios. "Discúlpeme", empezó el Rabino. "Por favor ¿podría hacer

una contribución para ayudar a los pobres con comida y vestimenta?"

Parecía como si el comerciante no había oído, porque no hizo más que levantar sus ojos

para mirar fijamente al solicitante parado ante él.

Rabí Abraham, por su parte, era demasiado modesto para anunciar su nombre, y se

mantuvo de pie ante él, esperando pacientemente. Volvió a repetir su pedido. El

comerciante no estaba de humor. Miró fijamente al necesitado que tuvo el descaro para

interrumpirlo. "Márchese. Salga de aquí y deje de molestar a la gente ocupada". Rabi

Abraham se volvió y dejó la posada, sin insistir y nunca imaginando usar su identidad para

coercer al donante involuntario.

Unos minutos después, cuando el comerciante terminó de estudiar sus cuentas, se

preparó para salir y buscó su bastón, pero para su sorpresa no podía encontrarlo. Era una

posesión apreciada y estaba muy disgustado.

No le tomó mucho tiempo asumir que el pobre lo había robado en venganza. El

comerciante persiguió al 'ladrón'. Unos metros más adelante se encontró con el

sospechoso.

"¡Déme mi bastón, ladrón!" gritó.

"Lo siento, pero no he visto su bastón, buen hombre" Rabí Abraham contestó

serenamente.

Pero el enojo del comerciante, en lugar de suavizarse, creció con ferocidad y virulencia

hasta que incluso golpeó a Rabí Abraham. Sin embargo, el Rabino Principal de Frankfurt

no respondió con enojo; se retiró continuado en su misión.

La Providencia Divina hizo que el comerciante permaneciera más tiempo en Frankfurt.

Shabat se encontraba aun en la ciudad. En la tarde del día santo todos los judíos se
reunían para oír palabras de Torá, y él decidió unírseles, porque supo que el Tzadik, Rabí

Abraham Abish se dirigiría a la comunidad y deseaba oír al gran hombre personalmente.

El comerciante entró en el vestíbulo y levantó sus ojos al podio para echar un vistazo al

Rabino. Para su gran susto, reconoció al hombre y la terrible escena de unos días antes

vino a él.

Incapaz de soportar la vergüenza, se desmayó. Cuando recobró la conciencia, estaba

rodeado por feligreses que intentaban reanimarlo.

"¿Que ha pasado?" todos preguntaban ansiosamente. Con gran vergüenza, relató el

terrible suceso.

"¡Debe ir al Rabino y pedirle perdón!" fue el consejo de todos. El comerciante comprendió

que debía hacerlo.

Cuando el Rabino terminó de hablar, atravesó a la muchedumbre, saludando a todos

cortésmente. El comerciante estaba temblando, mudo por la turbación, cuando el Rabino

se acercó. Rabí Abraham lo miró, pero no dijo nada; sólo sus ojos tenían un brillo de

reconocimiento.

Antes de que el comerciante pudiera tartamudear una disculpa, Rabí Abraham habló con

voz conciliatoria, queriendo calmar al hombre.

"¡Por favor, créame, yo no tomé su bastón! Le doy mi palabra de honor."

Al Rabino ni siquiera se le ocurrió que el hombre deseaba disculparse. Era tan humilde

que nunca consideró su propio honor. El Rabino Principal de Frankfurt estaba

disculpándose de nuevo ante el comerciante irreflexivo, incluso ante los ojos de sus

admirados feligreses.

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