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Simón Rodríguez, el gran

educador de América y mentor de


Simón Bolívar
Apasionado del saber y de la escritura, viajó cuanto pudo por
Europa y América para poner en práctica sus revolucionarios e
incomprendidos métodos en favor de la educación popular
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ALBERTO LÓPEZ
28 OCT 2018 - 19:36 CET
Retrato de Simón Rodríguez

La historia nunca le ha correspondido a Simón Rodríguez con el reconocimiento


que merece el empeño vital que siempre tuvo por la educación de las clases
populares. Influenciado por los filósofos franceses de la Ilustración, promovió la
formación de los ciudadanos por medio del saber para que alcanzaran la libertad a
través de revoluciones del conocimiento. Sin embargo, ni la originalidad de sus
pensamientos, ni la excentricidad de sus métodos lo ayudaron a ser comprendido ni
entendida la trascendencia de lo que proponía: aplicar los revolucionarios métodos
europeos del siglo XIX a la colonizada América para librarse de sus opresores.
La educación fue lo que dio sentido a su existencia: lectura, aprendizaje de idiomas,
viajes,… Se convirtió en un cosmopolita ansioso por aplicar su pedagogía educativa
en cualquier lugar del mundo donde requirieran su presencia y también por este
motivo se arruinó en varias ocasiones.

A pesar de haber demostrado ser un gran pensador, ensayista y educador, su vida va


aparejada a la de Simón Bolívar, de quien fue tutor y mentor, y también a la de
Andrés Bello. La injusticia histórica define a Simón Rodríguez como “el maestro
del libertador”, cuando en realidad con los años la amistad y el trabajo en común
convirtieron su relación de maestro-alumno en otra de reciprocidad por las ideas
comunes que defendían.

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Simón Narciso Jesús Rodríguez nació en la capital de Venezuela, Caracas, tal día
como hoy de hace 249 años, el 28 de octubre de 1769. Las imprecisiones sobre su
vida comienzan con el nacimiento, ya que lleva el nombre del santo del 28 de
octubre, Simón, pero también el del 29, Narciso. Su procedencia tampoco está clara.
Se sabe que fue abandonado en las puertas de un monasterio y que se crio en la casa
de un clérigo de nombre Alejandro Carreño, que se barrunta que pudiera haber sido
su padre porque llevó durante un tiempo su apellido. Simón Rodríguez tuvo un
hermano, Cayetano Carreño, que se convirtió después en un famoso músico de la
capital venezolana.
De apariencia fornida y buena estatura, su extravagante forma de vestir, que era
motivo de burlas a su paso, no le desvió nunca de su objetivo: aprender para poner
en práctica sus ideas educativas e instruir al pueblo, especialmente a las personas
con menos posibilidades de acceder al conocimiento.

La carrera educativa de Simón Rodríguez comienza cuando el Cabildo de Caracas


le otorga el permiso para ejercer de maestro en la única escuela pública de esa
ciudad en 1791. Apenas tenía 20 años y ya había leído a Rousseau y conocía la
‘Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano’. Eran tan altos sus
propósitos que en 1794 presentó al ayuntamiento de Caracas un estudio titulado
‘Reflexiones sobre los efectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y
medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento’. En él argumentaba la
necesidad de crear nuevas escuelas y de formar buenos profesores con mejores
salarios, de incorporar más alumnos a la educación y extenderla a todas las etnias, a
la vez que debía disminuirse la enseñanza particular.

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En estos años de incipiente carrera educativa fue cuando tuvo entre sus alumnos al
entonces inquieto Simón Bolívar. Simón Rodríguez, al que además de maestro le
encargaron ser tutor del más tarde apodado como ‘El Libertador’, estuvo con él
hasta que el pequeño cumplió los 14 años.

En 1797 salió de Venezuela para nunca volver. Una teoría dice que fue por el
fracaso de una tentativa revolucionaria en la que se vio involucrado y que fue
expulsado, y otra asegura que se fue él por el descontento con el régimen español.
Sea como fuere, Jamaica se convirtió en el primer destino de su exilio, en el que
pasó 20 años viajando cuanto pudo con la idea de formarse continuamente.
En Kingston Simón Rodríguez invirtió sus ahorros para aprender inglés en una
escuela de niños, a los que también él enseñaba castellano. Dos años después viajó a
Estados Unidos, concretamente a Baltimore, donde consiguió trabajo como cajista
de imprenta, lo que más tarde le permitiría a él mismo componer los moldes de
imprenta de sus obras. Después viajó a Francia, donde se registró bajo el nombre de
Samuel Robinson de la siguiente manera: “Samuel Robinson, hombre de letras,
nacido en Filadelfia, de treinta y un años”; y esta identidad la mantendría durante su
estancia en el viejo continente.

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En París conoció a fray Servando Teresa de Mier, un sacerdote revolucionario


mexicano, y juntos abrieron una escuela en español. Simón Rodríguez estudió
allí Física y Química y tradujo al castellano la novela ‘Atala’, de Chateaubriand,
para acreditar sus conocimientos, pero Mier se atribuyó la traducción.

Simón Bolívar, que se encontraba en París desde 1803, ya formaba parte de las
amistades más cercanas de Simón Rodríguez. En 1805 emprendieron un largo viaje
hasta Italia, cruzando a pie los Alpes. Fueron a Milán, luego a Verona y Venecia,
Padua, Ferrara, Florencia y Perusa.

En Milán ambos presenciaron la coronación de Napoleón Bonaparte como rey de


Italia. La gira culminó en Roma, donde el 15 de agosto de aquel año de 1815,
Bolívar, junto a Rodríguez y el amigo común Fernando Toro, juró dedicarse por
completo a la causa de la independencia de Hispanoamérica. Gracias a que el texto
quedó grabado en la memoria de Simón Rodríguez pasó a la posteridad de la
manera siguiente: “Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por
ellos; juro por mi honor, y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni
reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del
poder español”.

En 1806 Simón Rodríguez inicia un largo peregrinar de 17 años en soledad por


Europa. Vivió en Italia, Alemania, Prusia, Polonia, Rusia y Londres, donde coincide
con Andrés Bello, que también fue alumno suyo. En la capital británica inventó un
novedoso sistema de enseñanza destinado al buen aprendizaje y uso de la escritura,
de la que era un apasionado al ver en ella grandes capacidades expresivas. De hecho,
solía escribir utilizando muchos signos de puntuación, admiración y exclamación,
mayúsculas, subrayados, esquemas de fórmulas, símbolos, paréntesis y llaves para
transmitir el espíritu y la complejidad de sus pensamientos.

En 1823, animado por las esperanzadoras noticias que le llegaban del otro lado del
Atlántico, Simón Rodríguez regresó a América, concretamente a Colombia después
de un largo exilio en el que había madurado sus ideas sobre la educación y la
política, nutriéndose, fundamentalmente, del pensamiento de Montesquieu. Cuando
Bolívar se enteró del regreso de Rodríguez le escribió una carta para invitarlo a
encontrarse. En Bogotá, sus primeros pasos conjuntos se encaminaron a instalar una
Casa de Industria Pública para habilitar maestros de todos los oficios. Sin embargo,
el proyecto no fructificó por la falta de recursos económicos, por lo que Rodríguez
seguiría intentándolo hacia el sur del continente.

En Lima Simón Rodríguez le presentó a Bolívar sus planes pedagógicos para


implantarlos en las escuelas que el conocido como ‘El Libertador’ ya trataba de
fundar en toda América y que estarían bajo la dirección del educador. De esta forma,
Rodríguez quedó incorporado a su equipo de colaboradores.

En abril de 1825 inició, junto con Bolívar, un recorrido por Perú y Bolivia. Simón
Rodríguez organizó una casa de estudios; después fundó un colegio para varones en
Cuzco y otro para niñas, un hospicio y una casa de refugio para discapacitados.
Bolívar nombró a Rodríguez director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas,
Matemáticas y Artes, y también director general de Minas, Agricultura y Caminos
Públicos de la República Boliviana. El primer día del año 1826 comenzó a funcionar
la llamada Escuela Modelo, que en apenas unos meses ya tuvo 200 alumnos.

El plan de enseñanza diseñado por Simón Rodríguez era muy original: se agrupaba
a los alumnos y se mezclaba la técnica y el espíritu. Los niños, entregados por entero
a las tareas de aprendizaje, incluso en los ratos de ocio, eran observados por personal
facultativo para identificar las inclinaciones de cada alumno. Pero aquellos métodos
no eran comprendidos ni aceptados al ser excesiva la inversión que se necesitaba,
por lo que Rodríguez acabó renunciando a su cargo y, muy decepcionado, escribió
una carta a Bolívar en la que se quejaba amargamente de la incomprensión que había
padecido.

Endeudado y arruinado se marcha a Arequipa (Perú) y fundó una fábrica de velas


con la que pretendía conseguir vivir, pero el éxito de la empresa fue que los padres
empezaron a recurrir a él de forma masiva para que educase a sus hijos. En 1828
publicó su primera obra, titulada ‘Sociedades americanas en 1828; cómo son y cómo
deberían ser en los siglos venideros’. Defendía en ella el derecho de cada persona a
recibir educación por su importancia para el desarrollo político y social de los
nuevos estados americanos. También publicó una obra en defensa de Bolívar,
muerto en 1830, titulada ‘El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros
de armas, defendidos por un amigo de la causa social’.

De Lima se trasladó en 1834 a Concepción (Chile), invitado por el intendente de la


ciudad para llevar a cabo “el mejor plan posible de educación científica” en el
Instituto Libertario de Concepción. Allí publicó su libro ‘Luces y virtudes sociales’.
Seguidamente editó en la misma ciudad el ‘Informe sobre Concepción después del
terremoto de febrero de 1835’. Aquel terremoto acabó con todo, incluyendo la
estancia de Simón Rodríguez en esa ciudad. Se marchó a Santiago de Chile y tuvo
un reencuentro con Andrés Bello, del cual surgiría el impulso de la universidad
fundada por el humanista.
También estuvo en Valparaíso, ciudad en la que también se dedicó a la enseñanza,
aunque con un método bastante original para la época en la clase de anatomía, ya
que se desnudaba y caminaba por el salón para que los alumnos se hicieran una idea
del cuerpo humano. Por supuesto, esta didáctica también fracasó y sufrió el rechazo
de la sociedad, volviendo a terminar arruinado.

Su situación personal y, sobre todo profesional, con los continuos fracasos, le


hicieron temer por sus ideas y sus obras, hasta tal punto que en 1842 escribió: “La
experiencia y el estudio me suministran luces, pero necesito un candelero donde
colocarlas: ese candelero es la imprenta. Ando paseando mis manuscritos como los
italianos sus Titirimundis. Soy viejo y, aunque robusto, temo dejar, de un día para
otro, un baúl lleno de ideas para pasto de un gacetillero que no las entienda. Si
muriera, yo habría perdido un poco de gloria, pero los americanos habrían perdido
algo más”.

A pesar de ser mayor, su aspecto y su altura daban una imagen muy saludable de él,
por lo que siguió dedicando su tiempo a viajar y a enseñar. En Lima reeditó la obra
‘Sociedades americanas’ y de ahí viajó a Ecuador. Fue acogido por un sacerdote,
quien se empeñó en que fuera maestro de Agricultura en el Colegio de San Vicente.
Sin embargo, Simón Rodríguez terminó siendo profesor de Botánica en el centro
escolar.

No le bastaba con dictar clases, así que también fundó una fábrica de pólvora y
publicó un folleto sobre la ‘Fabricación de pólvora y armas con otras enseñanzas
generales’, en cuyo prólogo escribió que “la pólvora es aquí el pretexto para tratar
de la educación del pueblo”. Más tarde partió a Quito y fundó otra fábrica de velas,
antes de regresar a Colombia y, desde ahí, nuevamente a Quito en el año 1853. En
Guayaquil, en un incendio, se perdió gran parte de su obra.

A los 82 años ofreció una conferencia que sorprendió por sus experiencias y por sus
ideas. Finalmente, en 1853, a pesar de haber manifestado su intención de volver a
Europa con la ilusión de que allí todavía se podía “hacer algo”, se trasladó a la
localidad peruana de Amotape, acompañado de su hijo José y Camilo Gómez,
compañero de este. Fue este último, quien lo asistió en el momento de su muerte,
ocurrida el 28 de febrero de 1854, a los 83 años de edad.

Setenta años después de su fallecimiento, los restos de Simón Rodríguez fueron


trasladados al Panteón de los Próceres en Lima, y desde allí, al cumplirse un siglo de
su fallecimiento, devueltos a su Caracas natal, donde reposan en el Panteón Nacional
desde el 28 de febrero de 1954.

El legado de Simón Rodríguez va mucho allá de formar la personalidad de Simón


Bolívar o el pensamiento humanista de Andrés Bello: fue el primero que quiso
aplicar en América del Sur los métodos educativos que empezaban a utilizarse a
comienzos del siglo XIX en Europa, e intentó imponer en las atrasadas Bolivia y
Colombia las novedosas y revolucionarias teorías sobre la educación de la infancia y
el acceso al conocimiento de las clases populares.

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