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Simón Narciso Jesús Rodríguez nació en la capital de Venezuela, Caracas, tal día
como hoy de hace 249 años, el 28 de octubre de 1769. Las imprecisiones sobre su
vida comienzan con el nacimiento, ya que lleva el nombre del santo del 28 de
octubre, Simón, pero también el del 29, Narciso. Su procedencia tampoco está clara.
Se sabe que fue abandonado en las puertas de un monasterio y que se crio en la casa
de un clérigo de nombre Alejandro Carreño, que se barrunta que pudiera haber sido
su padre porque llevó durante un tiempo su apellido. Simón Rodríguez tuvo un
hermano, Cayetano Carreño, que se convirtió después en un famoso músico de la
capital venezolana.
De apariencia fornida y buena estatura, su extravagante forma de vestir, que era
motivo de burlas a su paso, no le desvió nunca de su objetivo: aprender para poner
en práctica sus ideas educativas e instruir al pueblo, especialmente a las personas
con menos posibilidades de acceder al conocimiento.
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En estos años de incipiente carrera educativa fue cuando tuvo entre sus alumnos al
entonces inquieto Simón Bolívar. Simón Rodríguez, al que además de maestro le
encargaron ser tutor del más tarde apodado como ‘El Libertador’, estuvo con él
hasta que el pequeño cumplió los 14 años.
En 1797 salió de Venezuela para nunca volver. Una teoría dice que fue por el
fracaso de una tentativa revolucionaria en la que se vio involucrado y que fue
expulsado, y otra asegura que se fue él por el descontento con el régimen español.
Sea como fuere, Jamaica se convirtió en el primer destino de su exilio, en el que
pasó 20 años viajando cuanto pudo con la idea de formarse continuamente.
En Kingston Simón Rodríguez invirtió sus ahorros para aprender inglés en una
escuela de niños, a los que también él enseñaba castellano. Dos años después viajó a
Estados Unidos, concretamente a Baltimore, donde consiguió trabajo como cajista
de imprenta, lo que más tarde le permitiría a él mismo componer los moldes de
imprenta de sus obras. Después viajó a Francia, donde se registró bajo el nombre de
Samuel Robinson de la siguiente manera: “Samuel Robinson, hombre de letras,
nacido en Filadelfia, de treinta y un años”; y esta identidad la mantendría durante su
estancia en el viejo continente.
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“En Venezuela ha desaparecido el Estado de derecho”
Simón Bolívar, que se encontraba en París desde 1803, ya formaba parte de las
amistades más cercanas de Simón Rodríguez. En 1805 emprendieron un largo viaje
hasta Italia, cruzando a pie los Alpes. Fueron a Milán, luego a Verona y Venecia,
Padua, Ferrara, Florencia y Perusa.
En 1823, animado por las esperanzadoras noticias que le llegaban del otro lado del
Atlántico, Simón Rodríguez regresó a América, concretamente a Colombia después
de un largo exilio en el que había madurado sus ideas sobre la educación y la
política, nutriéndose, fundamentalmente, del pensamiento de Montesquieu. Cuando
Bolívar se enteró del regreso de Rodríguez le escribió una carta para invitarlo a
encontrarse. En Bogotá, sus primeros pasos conjuntos se encaminaron a instalar una
Casa de Industria Pública para habilitar maestros de todos los oficios. Sin embargo,
el proyecto no fructificó por la falta de recursos económicos, por lo que Rodríguez
seguiría intentándolo hacia el sur del continente.
En abril de 1825 inició, junto con Bolívar, un recorrido por Perú y Bolivia. Simón
Rodríguez organizó una casa de estudios; después fundó un colegio para varones en
Cuzco y otro para niñas, un hospicio y una casa de refugio para discapacitados.
Bolívar nombró a Rodríguez director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas,
Matemáticas y Artes, y también director general de Minas, Agricultura y Caminos
Públicos de la República Boliviana. El primer día del año 1826 comenzó a funcionar
la llamada Escuela Modelo, que en apenas unos meses ya tuvo 200 alumnos.
El plan de enseñanza diseñado por Simón Rodríguez era muy original: se agrupaba
a los alumnos y se mezclaba la técnica y el espíritu. Los niños, entregados por entero
a las tareas de aprendizaje, incluso en los ratos de ocio, eran observados por personal
facultativo para identificar las inclinaciones de cada alumno. Pero aquellos métodos
no eran comprendidos ni aceptados al ser excesiva la inversión que se necesitaba,
por lo que Rodríguez acabó renunciando a su cargo y, muy decepcionado, escribió
una carta a Bolívar en la que se quejaba amargamente de la incomprensión que había
padecido.
A pesar de ser mayor, su aspecto y su altura daban una imagen muy saludable de él,
por lo que siguió dedicando su tiempo a viajar y a enseñar. En Lima reeditó la obra
‘Sociedades americanas’ y de ahí viajó a Ecuador. Fue acogido por un sacerdote,
quien se empeñó en que fuera maestro de Agricultura en el Colegio de San Vicente.
Sin embargo, Simón Rodríguez terminó siendo profesor de Botánica en el centro
escolar.
No le bastaba con dictar clases, así que también fundó una fábrica de pólvora y
publicó un folleto sobre la ‘Fabricación de pólvora y armas con otras enseñanzas
generales’, en cuyo prólogo escribió que “la pólvora es aquí el pretexto para tratar
de la educación del pueblo”. Más tarde partió a Quito y fundó otra fábrica de velas,
antes de regresar a Colombia y, desde ahí, nuevamente a Quito en el año 1853. En
Guayaquil, en un incendio, se perdió gran parte de su obra.
A los 82 años ofreció una conferencia que sorprendió por sus experiencias y por sus
ideas. Finalmente, en 1853, a pesar de haber manifestado su intención de volver a
Europa con la ilusión de que allí todavía se podía “hacer algo”, se trasladó a la
localidad peruana de Amotape, acompañado de su hijo José y Camilo Gómez,
compañero de este. Fue este último, quien lo asistió en el momento de su muerte,
ocurrida el 28 de febrero de 1854, a los 83 años de edad.