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Cuando un animal se expone por primera vez a un estímulo y reacciona con miedo, este
estímulo se define como incondicionado (es lo que ocurre por ejemplo cuando un animal
observa cómo se aproxima un depredador, o incluso a veces sólo con la percepción de su
olor). En cambio, hay otras situaciones en que se produce un miedo aprendido. En este
caso inicialmente el estímulo no provoca miedo, pero al asociarlo con otros estímulos
generadores de miedo se producirá el miedo aprendido. Este miedo condicionado fue
descrito por J. Watson y constituye una de las bases del conductismo. En este paradigma
un estímulo neutro como un sonido o una luz (estímulo condicionado) al aparearse varias
veces con un estímulo aversivo como una descarga eléctrica (estímulo incondicionado)
provocará la respuesta (condicionada) sólo con la exposición a la luz o al sonido. Este
condicionamiento se produce a partir de la activación de la amígdala. La amígdala recibe
estímulos desde el tálamo y el cíngulo facilitándose así un acceso precoz a información
que no ha sido totalmente procesada por la corteza.
Los estímulos condicionados producirán una información sensorial que activará el tálamo
y la corteza perirrinal, y a su vez estimulará el complejo lateral-basolateral de la amígdala.
En esta estructura deben converger al mismo tiempo los estímulos condicionados e
incondicionados para generar el miedo condicionado. Los estímulos incondicionados, a su
vez, estimulan el tálamo y la corteza somatosensorial e insular (en el caso de la descarga
eléctrica) para activar el complejo lateral-basolateral amigdaliano. Desde este complejo se
extienden proyecciones hacia el núcleo central de la amígdala, las que pueden ser
activadas por los estímulos condicionados e incondicionados en un proceso que implica
una potenciación a largo plazo. Es en este circuito donde cobra importancia la inactivación
del complejo lateral-basolateral de la amígdala o de sus señales sensoriales para que se
deteriore la adquisición y la expresión del miedo condicionado a claves auditivas y/o
visuales. Es importante tener en cuenta este mecanismo para orientar un adecuado
tratamiento del TEPT.
Por otra parte, la corteza prefrontal órbito-medial que participa tanto en la adquisición
como en la extinción del miedo condicionado, ejerce una influencia inhibitoria tónica sobre
la amígdala (5); cuando se producen lesiones órbito-mediales la respuesta al estrés
agudo será más intensa, lo que puede traducirse en un mayor riesgo de que pueda
consolidarse un TEPT. Además se han descrito lesiones neuroanatómicas y funcionales
en la corteza órbito-medial en la depresión mayor, lo que podría explicar en parte la
asociación entre TEPT y depresión (6,7).
El ácido gama amino butírico (GABA), neurotransmisor inhibitorio, ejercería una acción
inhibitoria tónica en estructuras como la amígdala y el hipotálamo medial (12); además
puede afectar significativamente los mecanismos de memoria al actuar directamente en
neuronas del hipocampo y de la corteza, e indirectamente sobre la neurotransmisión
monoaminérgica y colinérgica (13).
Considerando que el TEPT tiene una evolución prolongada con mantención de síntomas
atribuibles a una condición de estrés crónico se supuso que el cortisol debería estar
elevado y que la prueba de supresión con dexametasona mostraría un escape de cortisol,
situación que se encuentra en la depresión mayor, donde hay una condición de estrés
crónico no traumático. Sin embargo, en el TEPT se han encontrado niveles bajos de
cortisol, con concentraciones elevadas de CRH en el líquido céfalo-raquídeo(41), y
respuestas de ACTH elevadas tras la administración de metapirona (bloqueador de la
síntesis de cortisol en las suprarrenales)(42). Gran parte de los estudios realizados en
diversas poblaciones de pacientes con TEPT han confirmado un cortisol reducido (43-47).
Frente a pruebas de exigencia del eje HHA, como es la prueba de supresión con
dexametasona, en el TEPT se encuentra una mayor supresión de la liberación de ACTH y
cortisol, lo que ha sido demostrado en varios estudios con poblaciones de pacientes que
difieren en el tipo de estresor (50-53). Este resultado es totalmente opuesto al que se
encuentra en la depresión mayor, donde hay una falla en la supresión del cortisol y una
reducción del número y/o sensibilidad de los receptores de glucocorticoides. Esta
situación explica porqué muchos pacientes depresivos, aun teniendo cifras elevadas de
cortisol, no desarrollan síntomas propios de un cuadro de Cushing. En cambio, en el
TEPT se ha encontrado un aumento en la sensibilidad de los receptores de
glucocorticoides de los linfocitos (54,55). Se ha postulado que un mecanismo que pudiera
explicar este tipo de funcionamiento del eje HHA en el TEPT dependería de un aumento
en la sensibilidad al feedback inhibitorio de cortisol. La constante reactivación,
principalmente, de síntomas invasores y de hiperalerta en el TEPT crónico llevaría a un
estrés crónico y recurrente con la correspondiente liberación de CRH; sin embargo, la
sensibilidad de la hipófisis al CRH estaría disminuida como lo demuestran los estudios de
estimulación con CRH que encuentran una liberación de ACTH aplanada (56). Por otra
parte la mayor sensibilidad de los receptores de glucocorticoides protegería contra los
efectos neurotóxicos de la hipercortisolemia, especialmente sobre estructuras como el
hipocampo.
Es importante señalar que la medición del cortisol lo más cercano al hecho traumático
puede tener además un valor pronóstico en la evolución del TEPT. En pacientes que
desarrollarán TEPT después de un trauma, el cortisol es menor que en aquéllos que
evolucionarán con una depresión o que no tendrán ningún trastorno psiquiátrico; esto se
ha encontrado tanto en víctimas de violación (57), como en sujetos que han sufrido
accidentes automovilísticos (58). Asimismo, en un grupo de víctimas de violación
atendidas en un servicio de urgencia y que fueron evaluadas a los tres meses
diagnosticándose TEPT, se encontraron niveles de cortisol más bajo (durante la atención
en urgencia) en aquéllas que tenían antecedente de violación en el pasado respecto de
las que no lo tenían (59).
Por otra parte, en hijos de sobrevivientes del Holocausto se ha encontrado que los valores
más bajos de cortisol urinario lo tienen los hijos con TEPT de padres con TEPT y luego
tienen cifras algo más elevadas los hijos sin TEPT de padres con TEPT; este último grupo
constituye una población de alto riesgo para desarrollar TEPT (60). Se estudiaron hijos de
sobrevivientes del Holocausto y se encontró una alta puntuación de traumas infantiles
(principalmente abuso psicológico y abandono), lo que se atribuyó al TEPT de los padres;
además se encontró una asociación entre cifras bajas de cortisol urinario y abuso
psicológico. Estos hallazgos llevaron a Yehuda a plantear que la experiencia de traumas
infantiles sería un factor importante para transmitir el TEPT de padres a hijos (61).
Considerando que el TEPT no constituye una respuesta que se observe en todos los
sujetos que sufren un acontecimiento traumático, se puede plantear que en los pacientes
que desarrollan un TEPT existiría una condición en la cual el organismo es incapaz de
recuperarse hasta alcanzar el estado pretrauma. Esto lleva a postular que el sistema
neuroendocrino se caracterizaría por anormalidades que explicarían los hallazgos antes
mencionados y además se diferenciaría de otras situaciones de estrés no traumático
como la depresión. Además, la mayor sensibilidad de los receptores de glucocorticoides
en el TEPT junto con el efecto neurotóxico del cortisol podría explicar -al menos en parte-
la reducción del volumen del hipocampo encontrado en varios estudios.
Neuroimágenes
Con el empleo de tomografía por emisión de positrones (PET) Rauch et al con un modelo
de provocación de síntomas, mediante el relato detallado del episodio traumático,
encontraron una actividad aumentada en estructuras del hemisferio derecho relacionadas
con el alerta emocional (amígdala, cíngulo anterior, ínsula, lóbulo temporal anterior,
cortezas visual y orbital posterior) y una reducción de la actividad en la corteza frontal
inferior izquierda correspondiente al área de Broca; esta reducción de actividad fue el
hallazgo más específico para los pacientes con TEPT (73). La activación particularmente
de la amígdala no se ha encontrado en estudios de provocación de síntomas en pacientes
con trastorno obsesivo compulsivo o con cuadros fóbicos (74,75). Junto con la
hiperactividad de la amígdala (76) se han identificado otras áreas involucradas en el
control motor, en las claves visoespaciales y en la memoria en pacientes con TEPT
sometidos a estudios de provocación de síntomas y evaluación con PET (77).
Se han descrito dos casos de pacientes con una respuesta clínica opuesta frente a un
daño cerebral con compromiso del hemisferio derecho. Uno de ellos, un veterano de
guerra, tuvo una desaparición de síntomas invasores con posterioridad a un infarto
cerebral frontal derecho, con mantención de síntomas de hiperalerta (78); en cambio, el
otro paciente, también veterano de guerra, tuvo una reactivación de síntomas invasores
después de haber sufrido un traumatismo encéfalo craneano que provocó una pequeña
lesión en la corteza prefrontal dorsolateral derecha (79). También resulta interesante el
hallazgo de una mejoría sintomática post tratamiento con fluoxetina que se acompañó de
un aumento del flujo cerebral en áreas prefrontal y paralímbica en un paciente, víctima de
tortura, que desarrolló un TEPT (80).
Terapia farmacológica
A partir de los hallazgos en modelos animales relacionados con trauma y estrés, y de los
estudios clínicos en pacientes con TEPT hoy en día se cuenta con una farmacoterapia
más racional para esta enfermedad.
Antes de decidir un tratamiento farmacológico deben tomarse en cuenta algunos aspectos
clínicos que pueden resultar relevantes para una mayor eficacia terapéutica. Junto con el
diagnóstico de TEPT debe incluirse cualquier otro diagnóstico comórbido, indicar el tipo
específico de población a la cual pertenece el paciente (civil, combatiente, etc), señalar si
se trata de un acontecimiento traumático único o reiterado, el momento de su aparición, el
tiempo de evolución, el grado de severidad, los síntomas predominantes y la eventual
respuesta a tratamientos previos.
Para conseguir una adecuada aceptación de parte del paciente del tratamiento
farmacológico y alcanzar una buena adherencia a éste se debe realizar una
psicoeducación, orientada a entregar una visión comprensible acerca de la forma en que
aparece el TEPT, sus síntomas, el tratamiento y la evolución. El hecho traumático provoca
una reacción de alarma, cuyos efectos se mantienen en el tiempo a través de los cambios
psicobiológicos producidos; sobre estos cambios tendrá efecto el empleo de
psicofármacos.
La sertralina fue el primer fármaco aprobado por la FDA para el tratamiento del TEPT en
1999 (99). Los primeros estudios fueron ensayos abiertos en veteranos(100), en víctimas
de violación (101) y en pacientes con comorbilidad con alcoholismo (102), en los cuales
se demostró eficacia de la sertralina. Posteriormente se ha encontrado en estudios doble
ciego placebo controlados de 12 semanas de duración, con dosis flexibles entre 50 mg y
200 mg una superioridad de la sertralina, en poblaciones de predominio civil y con mayor
proporción de mujeres (103, 104). Una población de veteranos con un tratamiento de 50
mg a 200 mg, por 10 semanas, doble ciego con placebo, demostró eficacia mayor para la
sertralina; sin embargo, la eficacia fue algo menor que para la población civil (105). En
una revisión de estudios placebo controlados de 12 semanas Davison et al encontraron
que la sertralina resultó superior al placebo en 15 de 17 síntomas evaluados, con un
mayor efecto sobre hiperalerta y sobre el embotamiento afectivo ya desde la primera
semana. Asimismo fue marcado el efecto sobre el terror, lo que probablemente facilitó la
mejoría de los demás síntomas. La acción sobre los síntomas físicos resultó menos
notoria (106). También se cuenta con estudios de continuación del tratamiento más allá
de la fase aguda de 12 semanas con resultados exitosos. Un 92% de los pacientes que
respondieron favorablemente durante la fase aguda se mantuvieron sin recaer en los 6
meses siguientes de tratamiento (107). Otro estudio de seguimiento durante 28 semanas
encontró que los pacientes con placebo tenían 6,4 veces mayor riesgo de recaer que los
pacientes con sertralina, la que alcanzó una dosis promedio al final del período de 137 mg
(108). El seguimiento más prolongado con sertralina incluyó 359 pacientes con TEPT
crónico, durante 64 semanas, con evaluación de la calidad de vida y del deterioro
psicosocial; los pacientes en quienes se discontinuó la sertralina (doble ciego con
placebo) tuvieron recurrencia de los síntomas del TEPT y un deterioro psicosocial algo
menor en comparación a las condiciones en que se encontraban previo al ingreso al
estudio (109).
El segundo ISRS aprobado para su empleo en el TEPT por la FDA fue la paroxetina. Un
primer estudio abierto en una población de no combatientes demostró eficacia de la
paroxetina, en dosis de hasta 60 mg diarios por 12 semanas, con una mejoría más precoz
de los síntomas de hiperalerta y de las conductas de evitación que de los fenómenos
invasores (110), Otro estudio abierto por 6 semanas en un grupo de 12 refugiados de
Bosnia encontró que la paroxetina fue eficaz para los síntomas del TEPT (111). Se han
publicado dos estudios placebo controlados con paroxetina, de 12 semanas cada uno,
con un número importante de pacientes con TEPT crónico (307 y 551 respectivamente),
uno con dosis flexible de 20 mg a 50 mg y el otro con dosis fija de 20 mg y 40 mg
demostrándose en ambos estudios la mayor eficacia de la paroxetina sobre el placebo
(112, 113).
Entre los otros antidepresivos que han demostrado utilidad en el TEPT se cuenta el
nefazodone del cual sólo hay estudios abiertos con dosis entre los 100 mg y los 600 mg.
Un análisis de seis estudios que incluyeron 105 pacientes demostró una eficacia para
nefazodone sobre los diversos síntomas del TEPT y una mejor respuesta en víctimas de
trauma civil, mujeres y con menor edad (123). Otros ensayos abiertos en veteranos, con
TEPT crónico durante 6 a 12 semanas han resultado eficaces (124-126); incluso en uno
de ellos se evaluaron específicamente los trastornos del sueño, los que mejoraron
clínicamente, pero sin cambios objetivos en el polisomnograma (127). La trazodona ha
resultado discretamente útil en ensayos abiertos con dosis de hasta 400 mg (128) y
especialmente para los trastornos del sueño, aunque inesperadamente se detectó un
porcentaje alto de priapismo del 12% (129). Existen otros estudios piloto con mirtazapina
y con venlafaxina con resultados promisorios (130,111).
Los neurolépticos también han sido empleados en el TEPT; sin embargo, se dispone sólo
de algunos informes sobre estudios de casos con tioridazina (131) y risperidona (132-134)
con resultados favorables. Un estudio abierto con olanzapina en veteranos durante 8
semanas demostró eficacia del neuroléptico (135); en cambio en un estudio doble ciego,
placebo controlado por 10 semanas con dosis flexible hasta 20 mg la olanzapina no fue
superior al placebo, pero la muestra fue de sólo 15 pacientes (136).
Entre los estabilizadores del ánimo que se han empleado en el TEPT, la carbamazepina
ha sido utilizada de preferencia en veteranos, con buenos resultados, pero son pocos los
pacientes que han sido evaluados y los estudios son abiertos (137-140). El valproato ha
demostrado utilidad en dos estudios abiertos (141,142); en cambio, la lamotrigina en un
estudio doble ciego, placebo controlado, fue más eficaz que el placebo en dosis de hasta
500 mg diarios para los síntomas principales del TEPT (143). El litio ha sido eficaz en el
control de la irritabilidad de dos pacientes con TEPT (144). Un estudio abierto,
naturalístico, de 33 semanas de duración promedio, con topiramato en dosis de hasta 500
mg demostró una eficacia de este anticonvulsivante como monoterapia o bien en
combinación con otros fármacos en población civil con TEPT crónico (145).
Respecto de los benzodiazepínicos los estudios controlados son escasos y no se ha
demostrado que alprazolam (146) ni clonazepam (147) superen al placebo. Dada la alta
comorbilidad de adicción al alcohol y a las drogas en el TEPT crónico las benzodiazepinas
deben indicarse con cautela y de preferencia por un tiempo breve en la primera etapa del
tratamiento.
Por otra parte, la reducción del volumen del hipocampo traduce atrofia y muerte de
neuronas piramidales del área CA3. Un hallazgo revolucionario ha sido el demostrar que
es posible que ocurra neurogénesis a través de los receptores serotoninérgicos 5-HT1A
postsinápticos, que activarían el factor neurotrófico derivado del cerebro, lo que se
conseguiría mediante la acción de los antidepresivos (158). Recientemente se ha
demostrado que el estrés físico incondicionado puede provocar una reducción del factor
neurotrófico derivado del cerebro (159), lo que genera un desafío para poder obtener
fármacos de diseño más específicos que sean aplicables al TEPT y puedan
eventualmente prevenir los procesos de atrofia y muerte neuronal.
Conclusiones
Aunque los resultados del menor volumen del hipocampo pueden resultar
controvertidos, especialmente porque las muestras de pacientes estudiadas son de
tamaño reducido, los hallazgos acerca de los efectos neurotóxicos de la
hipercortisolemia y los cambios a nivel genético en los procesos de neurogénesis
están aportando interesantes resultados, los que a su vez también podrían en un
futuro ofrecer otras alternativas terapéuticas.
No cabe duda que el TEPT constituye un gran desafío para la psiquiatría, tanto para
los clínicos como para los investigadores básicos. El TEPT se refiere por esencia al
constructo más característico de la patología mental: una causalidad psíquica
desencadena un trastorno psiquiátrico. La base biológica constituye el sustrato que
permite que sólo algunos sujetos reaccionen con un TEPT ante un acontecimiento
traumático, y que sólo un porcentaje relativamente bajo evolucione hacia la
cronicidad. Los métodos no invasores y los avances en la biología molecular
probablemente permitirán dilucidar una serie de interrogantes que hoy en día nos
ofrece este cuadro para así poder contar con un mejor tratamiento para esta
patología de alta frecuencia de presentación en la población general.
Las aferencias se corresponden con las sensaciones que recepcionan los órganos de los sentidos y
que se procesarán primero en las correspondientes áreas somatosensoriales cerebrales. Por
ejemplo, los estímulos captados por la retina se procesarán en el área visual occipital. Los distintos
tipos de información captados por los sentidos se procesan en áreas de asociación primarias. Para
la vista, se tratará de integrar color, forma, etc. Finalmente, hay áreas de asociación secundarias,
que asocian justamente información procedente de distintos sentidos. Por ejemplo, color, textura,
sonido, aroma.
Las áreas de asociación secundaria son: la corteza prefrontal CPF, el sistema límbico y la corteza de
asociación posterior. La llegada de los estímulos captados por los sentidos al cerebro se hace
previa estación en el tálamo. El tálamo es una importante estructura del diencéfalo. Hay dos
funciones del tálamo en este sentido: funciona como estación de relevo, puesto en el camino
hacia el destino final; y, además cumple función de filtro. Como filtro, impide que todos los
estímulos lleguen a la corteza. La falla del tálamo en su función de filtro ha sido postulada en
problemas psicopatológicos, como la esquizofrenia. Desde el tálamo surgen dos vías
respondedoras a estímulos: la vía talámica directa y la vía talámica indirecta.
Expresión motora
La vía talámica directa es, como se puede imaginar, la más corta, y, también la más rápida. El
tálamo pasa la información al complejo nuclear amigdalino, que producirá la respuesta motora. El
complejo nuclear amigdalino forma parte del sistema límbico y se parece a una almendra. Es una
parte subcortical del sistema límbico. Sobre la amígdala ha habido una explosión de estudios de
investigación en los últimos años.
El protagonismo de la amígdala tiene que ver con su rol como coordinadora de las respuestas
vinculadas a la expresión de la ansiedad y a la experiencia ansiosa. Se ha hecho referencia a la
respuesta motora. La respuesta motora en la ansiedad puede ser de lucha o de tipo evitativo, de
huida. Lo que los anglosajones llaman “fight or flight”. La respuesta producida por vía talámica
directa es subcortical. Puede resumirse como aferencia – tálamo – complejo nuclear amigdalino –
referencia. Implica acción sin pensamiento. Si una persona acerca su brazo a la tapa de un horno y
siente que se quema, retira inmediatamente el brazo sin pensarlo.
La vía talámica indirecta es la siguiente: aferencia – tálamo – CPF – complejo nuclear amigdalino –
eferencia (respuesta motora). Como se puede apreciar es una respuesta cortical más elaborada,
más integrada y más sofisticada.
La vía talámica directa gana en velocidad, es 300 milisegundos más rápida que la indirecta. Cuando
no hay sincronía entre las dos vías pueden producirse respuestas inapropiadas o menos eficientes,
como quedarse congelado frente al peligro por parálisis o una activación desenfrenada de la
amígdala.
La CPF tiene una parte dorsal, exterior, que está involucrada en las funciones ejecutivas
superiores; y otra porción ventral, medial, que hace de stop a la amígdala ya que ejerce una acción
inhibitoria. La respuesta motora (lucha, huída, parálisis) es una de las formas de expresión de la
ansiedad, las otras son la autonómica y la endocrinológica, y podría mencionarse la inmunológica.
Expresión autonómica
La expresión autonómica depende de los núcleos del tronco encefálico. Las aferencias dolorosas
llegan directamente a ellos. También reciben aferencias de la coordinadora de las respuestas
ansiosas, la amígdala. La activación simpática produce aumento de la frecuencia cardíaca o
taquicardia, percepción del latido cardíaco o palpitaciones, aumento de la frecuencia respiratoria,
de la tensión arterial, dilatación pupilar o midriasis, mayor velocidad de los reflejos; en general la
activación de los núcleos protuberanciales se relaciona con el estado de alerta o vigilancia, la
persona está en guardia, lista para atacar o para salir corriendo.
La activación de los núcleos bulbares se asocia con reacciones que defensivamente no serían
óptimas, como producir bradicardia o disminución del ritmo cardíaco que puede relacionarse por
ejemplo con síncope o desvanecimiento o con pérdida del control de esfínteres. Son respuestas
parasimpáticas.
Los corticoesteroides son liberados con un ritmo circadiano. Quiere decir que varía entre los
distintos momentos del día. La secreción máxima se produce por la mañana. El dosaje de cortisol
en plasma varía según el momento del día en el cual sea extraída la muestra sanguínea. Los
estímulos ansiogénicos activan el eje hipotálamo – hipófiso – adrenal, aumentando la liberación
de cortisol.
El cortisol está involucrado con un mayor rendimiento del organismo: subida de energía, aumento
de la ingesta (en especial de carbohidratos, puede asociarse al deseo compulsivo de dulces propio
de la ansiedad o también conocido como “craving” de dulces), reserva de calorías, aumento del
umbral al dolor, disminución de la respuesta inflamatoria. Cuando las concentraciones plasmáticas
de cortisol son altas, producen una regulación a la baja del número de receptores del hipocampo
al cortisol. El hipocampo es parte del sistema límbico, involucrado en la memoria episódica o
biográfica o memoria de la asociación libre.
Ansiedad y depresión comparten las bases biológicas, lo cual explica la respuesta positiva de
ambas a los mal llamados antidepresivos, que tienen diversas acciones, entre las que se cuenta la
acción antidepresiva y la acción ansiolítica. Muchos pacientes con depresión no responden a la
prueba de supresión de la dexametasona. Dexametasona es un corticoide exógeno. Cuando se le
administra a una persona, produce una disminución en la síntesis de los corticoesteroides
endógenos. En la depresión, aunque la persona reciba dexametasona sigue fabricando y liberando
altas cantidades de cortisol.
El cortisol tiene un efecto dañino sobre las neuronas del hipocampo, las atrofian. Disminuye el
número de dendritas y se empequeñecen. La serotonina está involucrada en esta cuestión y el
aumento de serotonina durante el tratamiento permite que puedan “florecer” las mustias
neuronas hipocampales.
Experiencia de la ansiedad
La experiencia se refiere al estado de sentimiento que puede ser representado y es del orden de lo
privado. La experiencia de la ansiedad es opaca. Para neurobiólogos como Damasio o Kandel es
consciente y permite interpretar las reacciones que se producen en el cuerpo o expresiones que ya
se han planteado. Ledoux, en cambio, habla de estados de sentimiento que pueden ser hechos
conscientes y de estados de sentimiento representados inconscientemente. En la experiencia de la
ansiedad intervienen el hipocampo, la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal.
Bibliografía
Stahl, Stephen. Psicofarmacología esencial de Stahl. Tomo II. Editorial Aula Médica. Madrid. 2011
Bauleo, Armando - Alvano, Alejandro Sebastián. Avatares de la clínica. Mediciencia. Buenos Aires.
2004 Fratícola, Gabriel. Neuroanatomía en psiquiatría. 2008.
Violencia y agresión
Una definición adaptativa de agresividad sería la expuesta por Valzelli (1983), que la
considera como un componente de la conducta normal que se expresa para satisfacer
necesidades vitales y para eliminar o superar cualquier amenaza contra la integridad física
y/o psicológica. Estaría orientada a la conservación del individuo y de la especie y
solamente en el caso de la actividad depredadora conduciría a la destrucción del oponente,
llegando hasta provocar su muerte. Siguiendo esta línea, se ha propuesto una distinción
entre agresión y violencia basada en criterios de utilidad biológica. La primera sería una
conducta normal, fisiológica que ayuda a la supervivencia del individuo y su especie
(Archer, 2009). El término violencia se aplicaría a formas de agresión en las que el valor
adaptativo se ha perdido, que pueden reflejar una disfunción de los mecanismos neurales
relacionados con la expresión y control de la conducta agresiva, en tanto que su objetivo es
el daño extremo, incluso llegando a la muerte de la víctima (Anderson y Bushman,
2002, Daly y Wilson, 2003, Mas, 1994). En consecuencia, la violencia está influida por
factores culturales, ambientales y sociales que modelan la manera concreta de expresar la
conducta violenta (Alcázar, 2011, Siegel y Victoroff, 2009). No obstante, esta
conceptualización no implica necesariamente que la agresión y la violencia sean dos
categorías separadas; al contrario, desde esta perspectiva se puede considerar que tanto la
agresión como la violencia son conductas complejas que en dosis moderadas pueden tener
una función adaptativa en entornos ambientales exigentes que supongan retos para la
supervivencia del individuo. De este modo, la agresión y la violencia podrían considerarse
como parte de una misma dimensión continua (Vassos, Collier y Fazel, 2014).
De esta manera, la violencia debería ser considerada como el resultado final de una cadena
de eventos vitales durante la cual los riesgos se van acumulando y potencialmente se
refuerzan unos a otros, hasta que la conducta violenta se dispara en una situación específica
(Gronde, Kempes, van El, Rinne y Pieters, 2014).
Así, los factores psicosociales y biológicos interactúan modelando la conducta violenta. Por
consiguiente, las causas psicosociales y biológicas del crimen violento están
inseparablemente unidas y en constante interacción (van der Gronde et al., 2014, Stahl,
2014).
Tipos de agresión
¿Qué hay de la influencia de la corteza prefrontal sobre las estructuras límbicas (amígdala e
hipotálamo), indicada por otros autores, en los circuitos del comportamiento agresivo en el
gato? Esa influencia existe en el gato a través de una conexión multisináptica a través del
tálamo (Haller, 2014).
En relación con las estructuras cerebrales implicadas en el control de la conducta agresiva
en el ser humano, los estudios se han basado en el comportamiento de seres humanos con
daños cerebrales debido a enfermedades (tumores, quistes, rabia), heridas o enfermedades
mentales. Por ejemplo, un estudio de Sano, Mayanagi, Sekino, Ogashiwa y Ishijima
(1970) en el que se lesionó el llamado hipotálamo posteromedial tuvo éxito en reducir o
abolir la agresividad en pacientes violentos. Otros estudios replicaron este hallazgo (Haller,
2014).
Un ejemplo interesante de control hipotálamico de la agresión es el hamartoma
hipotalámico (con el nombre de hamartoma se conoce a un grupo de neuronas, glia o
manojos de fibras nerviosas que perdieron su camino en el momento de la migración
celular embrionaria, ubicándose en estructuras donde normalmente no deberían estar). Un
subgrupo de pacientes que desarrollan esta malformación muestra un incremento de la
agresión y cuando se retira el hamartoma se abole la agresividad (Ng et al., 2011). Los
hallazgos observados con esta malformación muestran que las funciones hipotalámicas
están estrechamente ligadas con la agresión en humanos.
Haller (2014) afirma que los mecanismos descritos para el gato en el hipotálamo, sustancia
gris periacueductal y otros centros como la amígdala también pueden funcionar de forma
similar en humanos con el añadido de la corteza prefrontal como sustrato de los factores
psicológicos.
Las estructuras límbicas (amígdala, formación hipocampal, área septal, corteza prefrontal y
circunvolución del cíngulo) modulan fuertemente la agresión a través de sus conexiones
con el hipotálamo medial y el lateral (Haller, 2014).
La amígdala
La corteza prefrontal
La corteza prefrontal es aquella parte del lóbulo frontal situada delante de la denominada
corteza premotora, incluyendo tanto regiones de la parte medial del hemisferio como de la
parte lateral. En lo que nos interesa a nosotros para el estudio de la agresión, la corteza
prefrontal contiene 3 regiones importantes: la corteza orbitofrontal (COF), la corteza
cingulada anterior (CCA) y la corteza prefrontal ventromedial (CPFvm). La COF se
encuentra en la parte basal de los hemisferios mientras que la CPFvm se encuentra en la
cara medial de los hemisferios y en su parte ventral y la CCA se encuentra en la cara medial
de los hemisferios (fig. 1).
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Figura 1. A. Vista sagital medial del hemisferio derecho. La parte frontal está a la izquierda
y la parte occipital a la derecha; en negro, el cuerpo calloso. B. Visión sagital medial del
hemisferio derecho en la que se han numerado las áreas de Brodmann que se citan en el
texto. Las líneas corresponden a los límites de las áreas. En rayado discontinuo se
encuentran las BA 11,12 y 25 que se consideran parte de la CPFvm. La corteza cingulada
anterior forma parte del BA 24. C. Vista basal del hemisferio derecho: OLF, surco olfativo,
MOS, surco orbital medio, TOS, surco orbital transversal, LOS, surco orbital lateral. D.
Vista basal del lóbulo frontal del hemisferio derecho en la que se muestra parte de la
CPFvm en rayado discontinuo. El resto de la base del lóbulo frontal está constituido por las
circunvoluciones orbitales u orbitarias: OLF, surco olfativo, SOM, surco orbital medio,
SOT, surco orbital transversal, SOL, surco orbital lateral.
La COF se ha subdividido en varias áreas de Brodmann (BA en adelante) y no es uniforme
anatómicamente y por lo tanto no lo será desde un punto de vista funcional (Price,
2006, Price, 2007). La COF forma parte de la corteza frontal límbica junto con la CCA.
Ambas cortezas, en el caso de la COF sobre todo su zona posterior, tienen las conexiones
más fuertes con la amígdala (Ghashghaei, Hilgetag y Barbas, 2007). La vía amígdala-COF
posterior puede tener un papel destacado en el enfoque de la atención sobre estímulos
motivacionalmente relevantes, consistente con el papel de la amígdala en la alerta y
vigilancia emocional. Como la amígdala recibe información sensorial de todas las
modalidades sensoriales (que terminan en las mismas partes de la amígdala que se
proyectan a la COF posterior), sus proyecciones pueden enviar el significado afectivo de
los estímulos sensoriales externos. A su vez, la información que la CCA y la COF enviarían
a la amígdala sería acerca del medio interno incluyendo emociones internalizadas como
celos, vergüenza y culpabilidad, que evocan una excitación emocional (Ghashghaei et al.,
2007).
Dado su patrón de conexiones con la amígdala, existiría una diferencia en las funciones de
la COF y la CCA: como la COF recibe más proyecciones de la amígdala y la CCA envía
más proyecciones a la amígdala (macacos, Ghashghaei et al., 2007; humanos, Roy et al.,
2009), la primera tendría un valor más sensorial o perceptual evaluando el valor
motivacional y afectivo de los estímulos mientras que la segunda tendría una relación más
importante con las acciones o respuestas (hay que tener en cuenta que la CCA tiene sus
principales conexiones de salida con centros autónomos del tronco del encéfalo y de la
médula espinal implicados en la expresión de emociones como vocalizaciones) (Rosell y
Siever, 2015, Timbie y Barbas, 2014). Es importante destacar que la COF contiene una
conexión especializada con la amígdala, a través de las masas intermedias de esta, que
activaría centros del tronco del encéfalo y de la médula espinal implicados en la activación
emocional y en el retorno a una situación emocional previa disminuyendo dicha activación.
Este circuito permitiría explicar la excitación emocional (incremento de frecuencia
respiratoria y cardiaca, etc.) en situaciones de comportamiento agresivo.
Estudios de daño cerebral en la CPF y agresión. En la literatura neuropsicológica se han
encontrado ejemplos de agresión impulsiva tras daño a la COF ya sea durante la
infancia/adolescencia (Anderson et al., 1999, Boes et al., 2011, Eslinger et al.,
2004, Mitchell et al., 2006) o durante la edad adulta (Bechara et al., 2000, Benton,
1991, Berlin et al., 2004, Grafman et al., 1996, Hornak et al., 2003, Szczepanski y Knight,
2014) (tabla 1).
Tabla 1. Resumen de las regiones de la CPF afectadas en los estudios citados anteriormente
(no se citan las revisiones; Benton, 1991, Eslinger et al., 2004, Szczepanski y Knight, 2014)
Tipo de
Región lesionada Datos conductuales
neuroimagen
Boes et al. CPFvm: (BA 11, 12) Resonancia A la edad de 6 años en la escuela: robo,
(2011) CCA (BA 25, 32) magnética mentira, agresión, rabia y desobediencia.
Inteligente y académicamente capaz.
Tipo de
Región lesionada Datos conductuales
neuroimagen
Resonancia
Polo frontal (BA 10) magnética
Berlin et COF (BA 11, 12) estructural.
Agresivos/violentos, airados o irritables.
al. (2004) CPFdm (BA 8, 9) Tomografía axial
CPFdl (BA 9, 46) computarizada
(TAC).
Delincuentes violentos.
De los cuales n = 12 eran
psicópatas y abusaban de
sustancias.
Resonancia magnética Volumen:
Boccardi et n = 14 diagnosticados de
estructural [Cortical pattern ↓COFm (BA11), ↓CCAvm
al. (2011) ASPD y de abuso de
matching]. (BA24-25, 32-33).
sustancias.
Sin historial de psicosis ni
de desorden de
esquizofrenia.
Resonancia magnética
Ermer et al. Volumen:
Psicópatas criminales estructural (morfometría
(2012) ↓COFl izquierda (BA 47/12)
basada en el voxel).
Delincuentes violentos
Resonancia magnética
Tiihonen et Misma población que el Volumen:
estructural (morfometría
al. (2008) grupo de Boccardi et al. ↓COFm izquierda (BA 11)
basada en el voxel).
(2011).
Volumen:
↓COF (BA 11 y 13) entre
Psicópatas criminales (“sin psicópatas sin éxito y
Yang et al. Resonancia magnética
éxito) y psicópatas con psicópatas con éxito.
(2010) estructural.
éxito. ↓COF (BA 11, 13, 14) entre
psicópatas sin éxito y
controles.
Se ha encontrado que los niveles del neurotransmisor 5-HT en regiones corticales como la
CPF y la CCA son inversamente proporcionales a los niveles de agresión impulsiva
(Coccaro et al., 2015, Siegel y Douard, 2011, Yanowitch y Coccaro, 2011).
Utilizando tareas en que los sujetos podían demostrar una conducta agresiva o no agresiva
hacia otra persona, varios estudios han mostrado, tanto en hombres como en mujeres, que la
reducción mediante la dieta de la 5-HT cerebral está asociada con la conducta agresiva
impulsiva (Coccaro et al., 2015, Quadros et al., 2010, Siegel y Douard, 2011) que se
muestra ante estímulos nocivos, amenazantes o provocadores. Recíprocamente, si se
aumenta la dosis de triptófano en la dieta se observa una irritabilidad y agresión disminuida
en estudios experimentales en humanos.
También se ha manipulado farmacológicamente los niveles de 5-HT en el cerebro, por
ejemplo mediante la administración de fluoxetina (Prozac), un inhibidor selectivo de la
recaptura de 5-HT que aumenta la concentración de esta en el espacio sináptico.
Comparada con la administración de un placebo, la administración de fluoxetina originaba
una reducción en las puntuaciones de una escala de medición de la agresión, la “Overt
Aggression Scale” (Coccaro et al., 2015, Siegel y Douard, 2011). Este dato, junto con el
hallazgo original de que los niveles en el líquido céfalo-raquídeo del metabolito principal
de la 5-HT, el ácido 5-hidroxiindolacético (5-HIAA), explicaba un porcentaje muy elevado,
casi el 61% de la varianza en un grupo de militares diagnosticados con trastornos de
personalidad (Brown, Goodwin, Ballenger, Goyer y Major, 1979), condujo a la hipótesis de
la deficiencia de serotonina en la agresión humana. Los estudios del grupo de Brown
fueron criticados por Berman, Tracy y Coccaro (1997) debido a la ausencia de grupo de
comparación, problemas estadísticos y otros. Berman et al. (1997) concluyen que “la idea
de que la 5-HT regula la conducta agresiva es apoyada sólo modestamente por los estudios
de 5-HIAA en el fluido cerebro-espinal” (p. 655).
Recientemente un meta-análisis ha intentado analizar los estudios que han puesto en
relación la 5-HT con la agresión (Duke, Bègue, Bell y Eisenlohr-Moul, 2013). En este
meta-análisis se encuentra “que la serotonina explica sólo un poco más del 1% de la
varianza en agresión, ira y hostilidad” (Duke et al., 2013, p. 1159). Pero los mismos autores
afirman que la hipótesis de la deficiencia de serotonina permanece abierta al debate porque
puede haber varias interpretaciones posibles de los resultados obtenidos, desde la poca
fiabilidad y validez discriminante de la escala conductual para medir la agresión al
conocimiento actual más detallado de las vías nerviosas en las que interviene la serotonina
como neurotransmisor y sus receptores, que hacen que el papel de la 5-HT en relación con
el control de la conducta sea más complejo de lo que se suponía inicialmente (Bortolato et
al., 2013, Coccaro et al., 2015, Duke et al., 2013).
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la 5-HT es utilizada como neurotransmisor en
diversos circuitos además de la CPF, por ejemplo en el hipotálamo (Hornung, 2003), que es
un centro importante relacionado con el control de la agresión como hemos visto
anteriormente. Además no se puede determinar qué vías serotoninérgicas contribuyen
primariamente a los contenidos de 5-HIAA que se miden en el líquido cefaloraquídeo
(Quadros et al., 2010).
La 5-HT tiene al menos 14 tipos de receptores, con una complejidad de localización (pre o
postsináptica) y de función (favoreciendo o inhibiendo la agresión) elevada (Bortolato et
al., 2013, Coccaro et al., 2015). De ellos, los más importantes en relación con la agresión
parecen ser los denominados 5-HT1Ay 5-HT1B (Olivier y van Oorschot, 2005, Pavlov et al.,
2012, Takahashi et al., 2011). Por otro lado, es importante conocer en qué lugares del
cerebro son más abundantes los receptores ligados con la agresión: un estudio de TEP
(Witte et al., 2009) mostró que la distribución más alta del receptor 5-HT1A, que es un
receptor inhibidor y por lo tanto hace que disminuya la transmisión sináptica
serotoninérgica, en sujetos con altas puntuaciones en agresión se encontraba en la corteza
prefrontal (CPF) y la corteza cingulada anterior (CCA). Por lo tanto, en los sujetos del
estudio de Witte et al. (2009), la menor activación de las CPF y CCA haría que estas
tuvieran una menor inhibición sobre estructuras del sistema límbico como la amígdala o el
hipotálamo, que hemos visto implicadas en el origen de la conducta agresiva. En cambio, se
ha encontrado que otro de los receptores de 5-HT, el receptor 5-HT2A, que es un receptor
excitador, está asociado con conducta agresiva y con conducta de suicidio (en análisis
postmortem en este caso y asociada su localización a la CPF) (Takahashi et al., 2011).
La 5-HT es retirada del espacio sináptico por una proteína que es el transportador de
serotonina (5-HTT). Cuando se bloquea el 5-HTT mediante moléculas conocidas como
inhibidores selectivos de la recaptura de la serotonina (ISRSs, por ejemplo la fluoxetina), la
concentración de 5-HT en el espacio sináptico aumenta y se observa una reducción en la
conducta agresiva (Quadros et al., 2010, Takahashi et al., 2011). La proteína 5-HTT es
fabricada por un gen cuya región promotora presenta polimorfismo, el cual afecta a la
transcripción de dicho gen. Así, existen dos alelos de dicho gen, uno de longitud corta
(alelo s) y otro de longitud larga (alelo l). Los individuos s/s y s/l, con menor síntesis de 5-
HT, son más ansiosos, depresivos, hostiles y agresivos que los individuos l/l (Takahashi et
al., 2011, Teodorovic y Uzelac, 2015), aunque existen numerosas discrepancias en los
estudios genéticos que muestran asociación entre el gen 5-HTT y la agresión, ya sea hacia
otros o hacia sí mismo (suicidio) (Bortolato et al., 2013), porque tal vez existan
interacciones gen-ambiente de tal manera que, por ejemplo, los portadores del alelo s tienen
mayor proclividad a la agresión y las ideas suicidas en respuesta a situaciones de stress
vividas durante la infancia, adolescencia y comienzo de la edad adulta (Caspi et al.,
2003, Conway et al., 2012).
Otro gen que relaciona la 5-HT con la agresión es el gen para el enzima monoaminooxidasa
A (MAOA), del cual existe un polimorfismo para baja expresión de MAOA (MAOA-L) y
otro para alta expresión de MAOA (MAOA-H) (Dorfman et al., 2014, Pavlov et al.,
2012, Quadros et al., 2010). Se ha informado de una interacción genotipo-ambiente
(maltrato, sucesos traumáticos en los primeros 15 años de vida), de tal manera que los
individuos con el polimorfismo MAOA-L y ambiente del tipo indicado anteriormente
mostraban mayor propensión a los arrestos criminales, mayor desorden de conducta durante
la adolescencia y mayor disposición agresiva que los individuos con polimorfismo MAOA-
H o los individuos MAOA-L que no habían estado expuestos al tipo de ambiente indicado
arriba (Caspi et al., 2002). Obsérvese que este resultado va en contra de la hipótesis de la
deficiencia de serotonina, puesto que los individuos MAOA-L tienen más 5-HT en sus
circuitos y tal vez la relación sea que la 5-HT aumenta la ansiedad y hace que estos
individuos respondan de manera agresiva ante un reto. Algunos grupos han encontrado una
asociación similar de la agresión con el polimorfismo MAOA-H (Dorfman et al., 2014).
Conclusiones
Los estudios neurobiológicos sobre la agresión humana han prestado atención sobre todo a
estructuras subcorticales como la amígdala y a estructuras corticales como la corteza
orbitofrontal, la corteza prefrontal ventromedial y la corteza cingulada. En cambio, para los
centros organizadores de la agresión, sobre todo impulsiva, todavía debemos seguir
basándonos en estudios llevados a cabo en animales como el gato. Los datos
experimentales procedentes de este modelo apuntan a la existencia de centros
organizadores en el hipotálamo, tanto para la agresión reactiva como para la instrumental,
así como en la sustancia gris periacueductal del tronco del encéfalo. A través de sus
conexiones nerviosas con los centros anteriores, la amígdala y las cortezas anteriormente
citadas llevan a cabo un control excitador o inhibidor sobre aquellos.
Los estudios revisados no son concluyentes pero sugieren que la conducta violenta podría
ser el resultado de la disfunción entre la actividad cortical y la subcortical. En concreto, con
respecto a la actividad cortical, las áreas en las que los estudios son más coincidentes se
vincularían con un mal funcionamiento de la corteza orbitofrontal, la corteza prefrontal
ventromedial y la corteza cingulada anterior, que son estructuras que se relacionan con los
componentes cognitivo y emocional de la toma de decisiones. En relación a las estructuras
subcorticales que se relacionan con los componentes emocionales de la conducta, la
violencia se vincula tradicionalmente y de forma consensuada por la mayoría de los
estudios revisados con alteraciones en el funcionamiento de la amígdala. Por consiguiente,
la alteración de estas estructuras y los circuitos que las unen podrían relacionarse con la
agresión y la violencia, de manera que un gradiente de alteraciones pudiera vincularse con
el espectro de las conductas agresivas y violentas. Nuevas investigaciones se tendrán que ir
acumulando para que se puedan realizar correspondencias entre los distintos tipos de
agresión y las distintas alteraciones en circuitos nerviosos. Estas investigaciones tendrán
que ir considerando que la expresión concreta de una conducta agresiva o violenta va a
estar propiciada, inhibida o modulada por la sociedad y la cultura donde se exprese tal
conducta, lo cual tendrá lugar durante el desarrollo del individuo en una interacción
constante con el cerebro del sujeto para poder desarrollar modelos situacionales que
permitan la prevención de la conducta violenta de un sujeto en una situación concreta.