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Entre los bienes jurídicamente protegidos se destaca el de la vida, derecho básico y condición
de posibilidad para el goce de los demás derechos y libertades.
El objetivo de este ensayo es aclarar el sentido y alcance de este derecho, al igual que las
razones morales que hacen de él un derecho prioritario y fundamental. El texto comienza
explicando lo que significa transformar la vida en un derecho, precisa el sentido en que esto se
hace posible y explica sus alcances identificando tres ámbitos de aplicación.
Una vez asumida la dignidad humana como el fundamento del derecho a la vida, se intenta
mostrar que este derecho es absoluto, inviolable, imprescriptible y, en principio, inalienable,
pese a que, como se verá, en algunos casos excepcionales este principio puede verse afectado.
El ensayo concluye con el análisis de una cuestión controvertida relacionada con el derecho a
la vida: la pena de muerte.
Sin pretensiones de agotar un tema tan complejo, el ensayo espera aclarar lo que implica
asumir que existe un derecho a la vida.
1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La historia en sentido estricto de los Derechos Humanos y del derecho a la vida empieza con la
modernidad (del siglo XVII en adelante), una época caracterizada por el despliegue de la
individualidad libre, que reivindica un espacio autónomo frente a las ataduras propias de
épocas anteriores y quiere ser reconocida en su valor y dignidad.
La noción de derechos subjetivos entre ellos el derecho a la vida, surge precisamente en este
contexto político y cultural, para reconocer y proteger la facultad de obrar y ser de sujetos
individuales y concretos. El derecho subjetivo se transforma en una especie de privilegio legal
o posesión para el individuo al cual se le atribuye, puesto que en principio los derechos eran
considerados como atributos de determinadas personas, no de todas.
Pero de manera paulatina, gracias también a la noción de ley natural entendida como la ley
moral universal, se llegaron a concebir estos derechos como una prerrogativa directamente
vinculada con la naturaleza humana, y por consiguiente como un atributo de todo ser humano.
La gran revolución del siglo XVII fue precisamente la utilización del lenguaje de los derechos,
en el sentido de derechos subjetivos, para reivindicar una dignidad o valor intrínseco inherente
a todos los hombres, y para proteger como "derechos naturales" a bienes básicos como la vida
o la libertad.
Pareciera también que, tan pronto como se hizo indispensable definir los derechos universales,
se hizo igualmente necesario elevar la vida a la categoría de un título inderogable e
imprescriptible y establecer el compromiso de protegerlo, por parte del Estado y sus
instituciones.
Esto, al menos, podría desprenderse del hecho que la vida haya merecido un reconocimiento
solemne y explícito en la Declaración de Derechos del buen pueblo de Virginia del 12 de junio
de 1776.