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¿Por qué no es cierto que Colombia

esté invirtiendo mucho en


educación?
Por JULIÁN DE ZUBIRÍA SAMPER*

Julián De Zubiría analiza las consecuencias de la ausencia de política de Estado


en educación y explica el mecanismo que fue concertado recientemente en Paipa
entre un grupo de académicos para enfrentar dicho problema: la creación de un
Consejo Nacional de Educación.

¿Por qué no es cierto que Colombia esté invirtiendo mucho en educación? Foto: Twitter:
@juliandezubiria

No es cierto que Colombia esté invirtiendo mucho en educación. Tampoco que


haya sido una prioridad para quienes han gobernado en los últimos 20 años. Esto
es muy fácil de verificar si tenemos en cuenta que hoy invertimos menos por cada
estudiante y mucho menos de lo que invierten nuestros vecinos. En Colombia,
contrario a lo que nos dicen, vamos como el cangrejo.

El gasto por estudiante en educación superior cayó de 9,1 millones de pesos en el


2000 a 8,1 millones de pesos en el 2015, lo que nos deja muy atrás tanto en
cobertura como en inversión frente a la región. Como país, la inversión general
que realizamos por estudiante al año es de U$3.000, cuando la de Argentina y
México es de U$4.000 y la de Chile es de U$5.000.
Para los menores de 6 años la situación es muy grave. Según la UNESCO, para el
año 2013, más de la mitad de los niños entre 3 y 6 años en América Latina y el
66% en el Caribe, recibían educación inicial. Por el contrario, en Colombia la
matrícula tan solo cubría al 33% de los niños en dichas edades.

La Ley 115 de 1994 estableció tres años obligatorios de educación inicial. Hoy,
veinticuatro años después, no hemos garantizado el primero de ellos para todos
los niños, a pesar de que sabemos que es la inversión más rentable que conoce la
humanidad.

Puede leer: “Si tu candidato no sabe cómo cambiar la educación, cambia de


candidato”

En el caso de la educación básica y media, y pese a los avances logrados en la


última época en cobertura, el país también permanece atrás del promedio de
América Latina. Esto es así ya que de cada cien niños que se matriculan en
primero de primaria, solo treinta y nueve terminan el bachillerato. La deserción
hace imposible garantizar el derecho a la educación.

Tampoco es cierto que estemos marchando en la ruta de convertirnos en el país


“mejor educado” de América Latina para el año 2025. La explicación es muy
sencilla: mientras los vecinos han tomado medidas para mejorar la calidad,
nosotros no hemos llevado a cabo ninguna estructural.

Chile, por ejemplo, hizo una profunda reforma curricular en 1998, que le permitió
organizar las asignaturas para impulsar los procesos de pensamiento e
interpretación de los estudiantes y vinculó a los docentes a completos programas
de formación, antes de implementar la jornada única. Al hacerlo, resolvió tres
problemas de manera articulada: currículo, formación y jornada única.

En Colombia, por el contrario, seguimos dando “palos de ciego” y cada vez


estamos más confundidos a nivel curricular: se trabajan más de quince
asignaturas por año, atomizadas y con contenidos en general impertinentes. En
formación hemos asumido la ruta más costosa y la que menos impacto genera:
enviar a los docentes a tomar maestrías, cuando todos los estudios han ratificado
una y otra vez que esto no impacta la calidad en la educación básica. Y pensando
de manera fragmentada, hemos iniciado la jornada única sin cambios en el
currículo ni en la formación de docentes.

Perú está marchando en la dirección correcta después que reconocieron sus


pobres resultados en PISA, declararon Emergencia Social en 2004, conformaron
una Comisión Nacional de Educación y comenzaron a construir una política
pública de largo aliento.

Por el contrario, en Colombia, el Ministerio de Educación no para de mentir para


hacer creer al país que estamos mejorando significativamente en calidad. En el
año 2017 retrocedimos en los resultados SABER de 3º, 5º, 9º y 11, pero las
autoridades del MEN se silenciaron para que esto no fuera visible y para poder
seguir atribuyendo el leve incremento alcanzado en 2016 al programa Ser Pilo
paga. Atribución que tampoco es cierta.

Mientras en Ecuador duplicaron su inversión en educación y fortalecieron los


procesos de evaluación en las instituciones de educación superior, en Colombia
las universidades públicas siguen asfixiadas financieramente y drenamos sus
menguados recursos con programas de subsidio a la demanda que terminaron,
como era previsible, fortaleciendo las universidades privadas.

Le sugerimos: El cambio cultural que Colombia necesita

En particular un programa que tan solo cubre al 2% de los egresados del


bachillerato y que nos quisieron presentar como el eje de la política educativa
durante el segundo gobierno de Juan Manuel Santos: ¡Vaya política educativa
aquella que sólo ofrece apoyo para 10.000 de los 550.000estudiantes que cada
año se gradúan del bachillerato! Los políticos, siguen jugando irresponsablemente,
con las ilusiones de las nuevas generaciones.

Este es el marco en el que la Academia Colombiana de Ciencias, decidió convocar


un grupo de académicos para que pensáramos estrategias que nos ayudaran a
salir del grave problema en el que se encuentra el derecho a una educación de
calidad en el país.

En esta oportunidad nos reunimos en el Hotel Sochagota de Paipa para pensar


estrategias concretas que puedan ser tenidas en cuenta por los actuales
candidatos presidenciales. Hasta el momento apenas si contemplan ideas del
sentido común como incrementar la “cobertura” o “mejorar la calidad”, pero
ninguno se ha referido a los desafíos que estableció el Plan Decenal o al acuerdo
nacional por la educación inicial conocido con el nombre de ¡NiñezYa!

Ninguno ha hecho propuestas sobre formación inicial y permanente de docentes,


educación rural, evaluación o currículo y estos son algunos de los cuellos de
botella más graves de la educación actual. Gustavo Petro ha planteado algo muy
deseable, pero inalcanzable en el corto y mediano plazo: Que la educación
superior sea gratuita. Con excepción de Sergio Fajardo, ningún otro se ha referido
a cómo podríamos ayudar a impulsar el cambio cultural que demanda el país en
su momento actual, para poder superar la “cultura del atajo” y del vivo” que tanto
daño ha generado al tejido social, la confianza y la reconciliación entre los
colombianos.

El documento de Paipa está siendo divulgado entre organizaciones educativas y


académicas y convocaremos ruedas de prensa para discutirlo. Por ello, sólo me
referiré a una de sus propuestas.
En el país hay un enorme consenso en torno a la necesidad de construir una
política de Estado en educación, una política que trabaje para alcanzar resultados
a largo plazo. Lo que hemos hecho hasta el momento, es lo contrario.

Le recomendamos: ¡La niñez no da espera!

El mundo no conoce de un país que haya garantizado el desarrollo sostenido sin


invertir en educación y en ciencia. Todos los casos históricos, demuestran que en
la educación y la ciencia están las llaves para impulsar el desarrollo, consolidar el
tejido social, elevar la productividad y la creatividad, así como formar ciudadanos
que respeten las diferencias y aprendan a trabajar en equipo.

En el sudeste asiático se ha dado el último caso visible, lo que ha convertido a los


llamados “tigres asiáticos” en los países que mayor inversión per cápita vienen
realizando en las últimas décadas, tanto en investigación como en ciencia y
educación. Corea, por ejemplo, invierte el 4,3% del PIB. En el otro extremo está
Colombia con una inversión del 0,21% del PIB en ciencia para el 2017, inferior
incluso a la que tuvimos veinte años atrás y la cual ya era extremadamente baja
(0,38% del PIB). Estamos con una inversión similar a la que realiza Mongolia y
Omán.

Como tendencia general, los ministros de educación son economistas que llegan a
conocer el sistema, a aprender cómo funciona el sector y a establecer lógicas de
racionalización y eficiencia, como si allí estuviera el problema de la calidad en la
formación de los niños, los jóvenes y los docentes.

Así mismo, la experiencia durante el segundo periodo de Santos, ha salido muy


costosa para la política pública. Sin consultar con ningún actor, sin consensuar y
sin mediar discusión con la academia o el parlamento, el país se vio enfrentado a
asumir como eje de la política pública un pequeño pero muy costoso programa
educativo: Ser Pilo Paga.

Para garantizar que esto no vuelva a ocurrir, para asegurar que no primen los
intereses “politiqueros” de quienes sean designados como ministros y para
impulsar el desarrollo de largo aliento, se requiere la construcción de una política
de Estado en educación.

El mecanismo que proponemos para asegurar su implementación es la creación


de un Consejo Nacional de Educación de alto nivel, presidido por el Ministro y
cuya función principal sea la construcción de una política de largo plazo que
asegure continuidad en las decisiones y que ayude a garantizar un adecuado
seguimiento del estado del sistema educativo, de la implementación y los ajustes
que demanden todos los planes y acuerdos alcanzados y del impacto de las
medidas que se tomen tanto en calidad como en el aseguramiento del derecho a
la educación.
El país sigue a la espera de que los recursos que se están liberando de la guerra
se inviertan en educación y en ciencia; y de que iniciemos una verdadera
revolución pedagógica en la formación de los docentes y en el replanteamiento
estructural del currículo en la educación básica y media.

Puede leer: La explosiva mezcla de fe y elecciones

Seguimos también en deuda con el derecho de los jóvenes a su educación


superior y de garantizarles a los niños la educación inicial de calidad,
independientemente de su condición social, económica y regional, tal como lo
establecimos en 1994 en la Ley General de Educación.

Para seguir ampliando el derecho, como exigen las democracias, necesitamos que
la sociedad civil asuma un rol más protagónico y les exija a sus candidatos y
próximos gobernantes un compromiso serio y a largo plazo con la educación. Por
ello, una vez más reitero la consigna que he propuesto para las presentes
elecciones presidenciales: “Si tu candidato no sabe cómo cambiar la educación,
cambia de candidato”.

*Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones


Unidas. Twitter: @juliandezubiria

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