Está en la página 1de 8

Verein für Raumschiffahrt.

Contacto en Berlín

“Cuando el ingenioso Julio Verne escribió su Viaje a la Luna(*), no imaginó


cuán pronto este problema comprometería la atención de los físicos. Lo
que él trató conscientemente como una Utopía fantástica está hoy cerca
de su realización, y quizá el primer cohete pase silbando en camino hacia
el espacio antes de que este libro entre a la imprenta”.

Las palabras con que Otto Willi Gail iniciaba El Disparo hacia el Infinito, en
1929, reflejaban la confianza que los científicos alemanes y austriacos de
entonces tenían en que la conquista del espacio estaba cerca y que si
alguien iba a lograrlo, serían ellos, pues pocas naciones habían logrado
tantos avances en astronáutica en tan corto tiempo.

El libro de Gail era una novela basada con escrupulosidad en el trabajo


pionero de sus amigos el rumano-alemán Hermann Oberth y el austriaco
Max Valier, quienes por entonces eran la dupla pionera de la era espacial.
Oberth llegaría a ser considerado uno de los padres indiscutibles de la
misma e incluso fue el maestro de Von Braun. Éste fue su alumno y
principal asistente en sus experimentos antes de enrolarse en el ejército
alemán para hacer misiles de guerra. La contribución de Valier, en cambio,
no parece haber sido reconocida en toda su plenitud debido a su temprana
muerte, pero en esos años pioneros fue tan decisiva como la de Oberth.

Contrariamente a lo que se cree, Oberth no fue profesor universitario ni


ingeniero, sino profesor de escuela. Luego de estudiar Física en la
Universidad de Heidelberg, presentó una tesis en la que probaba que los
viajes al espacio serían posibles a condición de desarrollar motores de
combustible líquido, los únicos capaces de impulsar una nave hasta salir
de la atmósfera terrestre. Sin embargo, la universidad rechazó su tesis por
considerarla excéntrica y él no pudo titularse. Más tarde, sin embargo,
decidió publicarla por su cuenta bajo el título de Los Cohetes hacia el
Espacio Interplanetario.

Valier también hizo estudios de Física en la Universidad de Innsbruck, los


que interrumpió al iniciarse la Primera Guerra Mundial. Al finalizar ésta, no
volvió a las aulas y se convirtió en divulgador científico y escritor de ciencia
ficción.

En 1923, leyó el libro de Oberth y se entusiasmó tanto que, al conocerlo


en persona, hizo enormes esfuerzos para popularizar sus ideas y combatir
los prejuicios en contra. Empezó por escribir otro libro, El Avance en el
Espacio (1925), en el que ponía los postulados de Oberth al alcance del
hombre común. Tuvo tal éxito que en los años siguientes mereció hasta
seis reediciones en las que el texto iba sufriendo variaciones muy ligeras.
Pero la última, de 1930, el año de su muerte, sería una radical
actualización. Le añadió el título deRaketenfahrt (algo así como El Viaje
en Cohete). Aunque el cambio más saltante fue la inclusión de un elogio
al motor a reacción de combustible líquido inventado por un personaje
venido de Sudamérica, el ingeniero y diplomático peruano Pedro Paulet.
Pero otorgar ese reconocimiento no fue fácil para el austriaco. Sigamos,
sin embargo, la cronología de los hechos antes de llegar a este evento.

Valier no sólo escribió este libro y diversos artículos que se publicaban en


varios países e idiomas. Su carácter decidido lo empujó a pasar de la teoría
a la práctica. Si Oberth era el más importante teórico, Valier era el hombre
de acción. Así, viajó por Alemania dando exitosas conferencias a fin de
despertar el interés por los viajes al espacio y de hallar financistas para
experimentar y construir una nave espacial. Para llegar a ello, había
trazado un plan que constaba de cuatro etapas:

· Examinar todos los tipos de cohetes existentes hasta el momento,


incluidos los de combustible sólido.
· Aplicar la propulsión de esos cohetes al transporte de personas en
vehículos existentes (bicicletas, automóviles, trineos y barcos).
· Construir aeroplanos especialmente desarrollados y aplicar en ellos
combustibles líquidos.
· Construir un avión cohete que pudiese atravesar el límite de la atmósfera
terrestre.

Si bien ya estaban convencidos de las bondades de los cohetes de


combustible líquido, llama la atención que, en 1926, Valier, Oberth y otros
apasionados de los viajes espaciales siguieran jugando a rectificar
el Columbiad, el cañón que Verne había imaginado en De la Tierra a la
Luna y que hizo posible, en la ficción, alcanzar suelo selenita.

En 1927, Valier lideró la creación de la Verein für Raumschiffahrt (VfR)


o Sociedad para los Vuelos Espaciales, a la que se integraron Oberth y
otros científicos, no sólo alemanes y austriacos, sino de varias partes de
Europa. Declinó presidirla por el tiempo que le demandaban sus viajes.
Asumió la presidencia Johannes Winkler.

Ese año, el norteamericano Charles Lindbergh logró la hazaña de volar


entre New York y París en treinta y tres horas y media. Valier escribió
entonces el artículo De Berlín a New York en una hora, donde proponía un
avión impulsado por cohetes para batir ese récord. La nave fue bautizada
como el Buque-Cohete y su diseño puede verse en la imagen.

En otro artículo, Valier había sugerido colocar cohetes bajo las alas de un
aeroplano Junker G-23 para lograr que éste despegara manteniendo la
posición horizontal. Evidencia de que la VfR no sólo buscaba el desarrollo
de motores de combustible líquido, sino también una solución para el
despegue vertical.

Debe haberse sorprendido al conocer el diseño del Avión Torpedo, la nave


de Paulet, que llevaba cohetes debajo de las alas pero de una manera más
práctica y exitosa que la pensada por el austriaco.

En una carta de ese año, Paulet respondía al artículo De Berlín a New York
en una hora. Analizando el diseño de Valier, decía: “Si su forma de obús
puede permitirle la ascensión vertical, no se ve cómo pase a la dirección
horizontal sin imponer a sus pasajeros una acrobacia de alta escuela, y
mucho menos, cómo puede descender verticalmente.”

El diseño de avión de Paulet, en cambio, incluía un ala pivotante que, al


girar, podría permitir el ascenso vertical y el desplazamiento horizontal u
oblicuo sin incomodar a los tripulantes. Paulet creía, además, que la forma
ovoide era la más apropiada para una nave espacial. “Disponiendo así de
baterías inferiores y ecuatoriales de cohetes, cuya inclinación podría
además variarse, sería fácil dirigir vertical, horizontal y oblicuamente ese
móvil, contrarrestar cualquier capricho contrario al fluido ambiental,
defenderse en el espacio y descender a plomo”.

En la misma carta, Paulet ofrecía también detalles del motor-cohete de


combustible líquido inventado por él hacía treinta años. Acerca de su
potencia decía: “Un solo cohete de 2 kilos y medio de peso y con unas 300
explosiones por minuto no sólo pudo mantenerse en constante empuje
contra el dinamómetro, que llegó a marcar hasta 90 kilos de presión, sino
que funcionó, sin deformarse notablemente, cerca de una hora. En tales
condiciones no era, pues, aventurado prever que disponiendo de dos
baterías con mil cohetes cada una, para accionar una mientras la otra
descansaba, habría sido posible levantar varias toneladas”.

No obstante la difusión de la misiva de Paulet, que originalmente apareció


en un diario peruano y luego dio la vuelta al mundo en varios idiomas,
Valier siguió adelante con su plan de explorar la retropropulsión en
vehículos diversos, aunque utilizando combustibles sólidos todavía.

Gracias a su poder de convencimiento, a fines de 1927, halló un financista


para sus experimentos, el empresario automovilístico Fritz Von Opel. En
1928, comenzaron a probar con automóviles impulsados por cohetes de
pólvora negra. Lograron apenas una combustión de segundos pero eso
fue un éxito para ellos, así que iniciaron una serie de demostraciones
públicas con el fin de publicitar a la fábrica Opel y, de paso, las actividades
de la VfR.

La segunda de esas pruebas, llamada Opel Rak II, se realizó el 23 de mayo


de 1928 ante el asombro y los aplausos de 2,000 almas reunidas en un
autódromo cerca de Berlín. Irónicamente, el mismo día, Oberth defendía
sus teorías sobre motores-cohete de combustible líquido ante el
stablishment científico alemán, que las cuestionaba. Por ello, para algunos
miembros de la VfR, las pruebas que hacía Valier con combustibles de
pólvora restaban credibilidad a su agrupación.

Apenas unos días antes, el 15 de mayo, el boletín de la VfR, Die


Rakete (El Cohete), había hecho una breve mención a Paulet. Pero lo más
interesante es que, al día siguiente del Opel Rak II, el 24 de mayo, Paulet
iniciaba su participación en las celebraciones por el Centenario de la
Sociedad Geográfica de Berlín.
¿Estuvo un día antes viendo la presentación de Valier en el autódromo?
¿O en el debate que sostenía Oberth con los científicos alemanes? ¿Se
produjo el encuentro entre Paulet y los miembros de la VfR? Hay varios
indicios para pensar que sí. Como que en el informe de su participación en
el evento de la Sociedad Geográfica de Berlín, Paulet solicitaba a las
autoridades peruanas fomentar la llegada de científicos alemanes al Perú.
¿Estaba pensando en los miembros de la VfR?

Anotemos que a ese evento asistieron el sabio germano-


venezolano Alfredo Jahn Hartmann, miembro como Paulet de la Sociedad
de Ingenieros del Perú y quien recibió la medalla Nachtigal; así como el
sabio alemán Augusto Weberbauer, quien recibió el título de Miembro
Correspondiente por sus trabajos de Geografía Botánica en el Perú. ¿Pudo
compartir Paulet con alguno de ellos su encuentro con los señores de
la VfR?

De otro lado, mientras que Valier era cuestionado por algunos de sus
colegas, sus experimentos tuvieron amplia difusión en los medios de
comunicación y le dieron tal publicidad a la VfR que a Oberth le llegó la
oportunidad de poner en práctica sus conocimientos teóricos.

La escritora Thea Von Harbou había publicado ese año la novela Frau im
Mond (La Mujer en la Luna). Su esposo, el cineasta Fritz Lang, quería
adaptarla al cine y pensó que sería un buen golpe publicitario lanzar el día
del estreno un cohete de combustible líquido. Así que, en junio de 1928,
contrató a Oberth para que sea asesor científico de la película y para que
construyera el cohete.

Oberth asesoró el guión sin dificultad. El problema vino cuando tuvo que
construir el cohete. Él no tenía habilidades de mecánico -como lo
reconocería años después-, así que la oportunidad era también un desafío.
Por feliz coincidencia, luego de unos meses apareció el libro El Cohete
para Transporte y Vuelo, donde el ruso Alexander Borisowitsch
Scherschevsky, integrante de la VfR, afirmaba que los inventos de Paulet
abrían las puertas de la era espacial y lo convertían en uno de los cuatro
precursores de la misma, junto al también ruso Tsiolkovski, el
norteamericano Goddard y el propio Oberth.

Die Rakete hizo una elogiosa reseña del libro, señalando que era una obra
muy bien documentada y de fácil acceso para un público amplio. Hay que
subrayar que ese libro tuvo el mérito de descubrir la obra teórica de
Tsiolkovski, desconocida hasta entonces para Europa Occidental. Y que
hasta hoy es una obra citada con frecuencia por los historiadores de ese
periodo.

Es de presumir que Scherschevsky conocía de primera mano el trabajo de


Paulet. Oberth lo contrató como uno de sus asistentes y le encargó
construir la cámara de combustión del cohete que lanzaría en el estreno
de la película. Lamentablemente, el ruso y el otro asistente, Rudolf Nebel,
tampoco sabían de mecánica y el cohete nunca estuvo listo. Oberth se
despidió discretamente de Lang.

¿Se entrevistó Scherschevsky con Paulet? No se puede precisar aún. Pero


si así fue, debió memorizar sus planos. Al respecto, en años muy recientes,
se ha revelado que el ruso, quien vivía en Alemania, era espía del régimen
soviético. Así, de acuerdo a una nota periodística del biógrafo de
Oberth, Hans Barth, en los archivos del Ejército Rojo, han aparecido los
planos del cohete que quiso construir Oberth en esa ocasión y que los
servicios secretos rusos obtuvieron gracias a los minuciosos informes de
Scherschevsky. Sería legítimo preguntarse entonces si los planos de
Paulet están ahí también.

Mientras eso ocurría en Berlín, en otra parte de Alemania, un adolescente


de 16 años rendía un curioso y divertido tributo a Valier. El muchacho había
definido su vocación por los vuelos espaciales al leer el complejo libro de
Oberth. Pero, luego de seguir con vivo entusiasmo las exitosas
presentaciones de Valier y Opel, reunió todos los fuegos artificiales que
pudo y los colocó en la parte posterior de su deslizador, imitando los
coches de ellos. Logró un impulso tan asombroso que el vehículo se salió
de control y alarmó a los vecinos de su localidad. Fue a dar a una
comisaría, de donde lo sacó su padre, nada menos que el Ministro de
Agricultura. Se ganó el apelativo de El joven delincuente. Se llamaba
Wernher Magnus Maximilian Freiherr Von Braun o simplemente Wernher
von Braun. Era de origen noble y, en 1929, haría su ingreso oficial a la VfR.

Pero Valier ya no creía más en los cohetes de pólvora. Luego de agotar


las etapas de su plan, es decir, de probar con cohetes de pólvora en
automóviles, deslizadores y aeroplanos, al actualizar su libro en 1930,
acabó reconociendo la superioridad del trabajo de Paulet.

Primero alabó la “asombrosa potencia” del motor diseñado por el peruano


y luego, comparándolo con cualquier intento previo por lograr el motor ideal
para la aventura espacial, dijo: “El trabajo de Paulet es incluso más
significativo para el proyecto de desarrollo de un avión cohete, pues ha
probado por primera vez -comparado con los pocos segundos de
combustión de los cohetes de pólvora- que, mediante el uso de
combustibles líquidos, construir un motor cohete que logre una combustión
de horas sería factible”.

Se sabe que los de la VfR le propusieron a Paulet integrarse a ellos para


construir el Avión Torpedo. Cosa que él rechazó al conocer sus intenciones
de fabricar misiles de guerra. Esto estaría relacionado con que el siempre
audaz Valier llegó a entrevistarse con Hitler -según testimonio del propio
Führer- para pedirle financiar sus experimentos y construir motores de
combustible líquido a cambio de emplearlos en misiles de guerra. Hitler
diría que lo rechazó porque le pareció un soñador. La entrevista se habría
producido en 1929, según un artículo del escritor Manfred Nagl.

Lo cierto es que hacia fines de 1929, ya separado de Opel y a poco de


actualizar su libro, Valier ya estaba desarrollando un motor a reacción de
combustible líquido para la fábrica de automóviles Heyland. ¿Tuvo acceso
a los estudios de Paulet? Si no fue así, ¿cómo pudo desarrollar en tan
corto tiempo un motor de esa clase?

El primer motor que construyó Valier funcionó pero el automóvil de prueba


no alcanzó una gran velocidad. En una carta de varios años después,
Paulet diría que conservaba todavía el secreto de la fórmula de su
combustible. En todo caso, Valier siguió probando. En medio de uno de
sus experimentos, una explosión le quitó la vida. Era el 17 de mayo de
1930. Fue enterrado con honores por todo lo que aportó a la cohetería
espacial.

1931 sería el año del despegue. No sólo porque Johannes Winkler,


Presidente de la VfR y editor de Die Rakete, fue el primero en lanzar un
cohete de combustible líquido. Sino también porque un joven llamado
Arthur Rudolph, asistente de Valier, perfeccionó el motor de éste para la
fábrica Heyland y en pocos años sería de los científicos que secundaron a
Von Braun en la construcción de los temidos y odiados misiles V-2 para el
Ejército Alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

Muchos años después, olvidados los ecos de la guerra, Von Braun y


Rudolph serían del grupo de élite que construyó el Apolo XI para la NASA
y puso al hombre en la Luna. Uno de los cráteres del satélite de la Tierra
fue bautizado con el nombre de Max Valier. Nuestro Pedro Paulet hizo
mucho más.

(*) Journey to the Moon en el original.

La imagen de la nave de Max Valier ha sido tomada de la carátula del libro


From Germany to the Stars.

ACTUALIZACION: Gracias al amigo Zeso Polar, hemos podido constatar


que ya en su libro de 1928, Valier se ocupaba elogiosamente de Paulet.
Eso cambia el panorama y nos hace pensar en una probable amistad entre
ambos pese a las críticas iniciales de Paulet al austríaco. Y demuestra que
A.B. Scherschevsky no fue el primero en escribir sobre el peruano, como
se repite con poco rigor en la mayoría de sitios webs que se ocupan del
tema.

También podría gustarte