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Llámame amo 74
Cuestión de labia 83
Milady y yo. 93
—¿No te parece que huele a sudor de cerdo por aquí? — susurró el cazador, a
modo de saludo, cuando Bartholomew estuvo a su lado.
El cazador, sin dejar de mirarle socarrón, dio otra calada al cigarrillo, esta vez al
derecho, y contestó:
— Pero siempre me gusta dar un poco de ventaja. Tienes tres minutos. Corre.
El joven supo que el cazador hablaba en serio, y no intentó sacar más tiempo, ni
perder el poco que tenía hablando o suplicando. Se volvió e intentó salir de la
discoteca lo más deprisa que pudo, pese a chocar con la multitud. Trastabillando
alcanzó la calle, y echó a correr atropelladamente, esforzándose por pensar.
Sólo muerte. Y su presa ni siquiera era una joven chillona de esas a las que es
tan divertido asustar, sino un maldito zombi lamecuellos, como llamaba Alan a
los vampiros. Y, por si fuera poco, un puto Chupacabras.
el pastel. Se decía que descendían del propio Bassarab Vlad Drakul, más
conocido como Conde Drácula, pero esto Alan no acababa de creerlo. Fuera
como fuese, los Dementia eran la casta más poderosa, cerrada y endogámica de
los vampiros. Controlaban la política en varios países, el tráfico de dinero, armas
y drogas…
eran salvajes hasta bajo el punto de vista de Alan, y no toleraban los escarceos
con vampiros de otros clanes inferiores, salvo para concebir.
Por debajo de los Dementia, estaban los Lacrima Sanguis, los únicos vampiros
que poseían la fertilidad y que podían reproducirse normalmente, tanto con
humanos como con otros vampiros, y que gozaban de gran prestigio por éste
motivo, aunque eran igualmente denostados por aparearse con humanos, o con
vampiros de otras castas inferiores. No obstante, eran apreciados por sus
inusuales dotes para la poesía y la literatura y, en general, para casi todo tipo de
artes. Después estaban los Semen Minervae, que se ocupaban esencialmente de
la investigación y el estudio; los Sensualita, sólo preocupados por el placer en
general y el sexo en particular… Y, bajando, bajando cada vez más en las castas,
estaba el último escalón: los Chupacabras. Por no tener, no tenían ni nombre
latino de esos que molan. Su nombre, provenía de su tolerancia a alimentarse no
sólo con sangre de animales inferiores, sino también —y éste parecía ser su gran
pecado— de otro tipo de sustancias, como leche, miel o huevos.
El resto de castas vampíricas se alimentaban sólo de carne o vísceras humanas;
alimentarse de un animal inferior, era algo humillante, que sólo podía tolerarse
en caso de extrema necesidad, y había muchos vampiros que preferirían dejarse
morir de hambre, antes que morder a una vaca, por ejemplo. Pero la idea de
tomar leche, era sencillamente impensable. Era como dar carne a un animal
herbívoro, o pasto a un lobo.
Para el resto de castas, el que los Chupacabras fuesen capaces de digerir esas
sustancias, los colocaba a un solo paso de los humanos. No los consideraban
auténticos vampiros, sino una especie de abominación abortiva. Algo que iba a
ser vampiro, pero se había malformado en el camino. No era de extrañar que
cuando la chica, perteneciente a la casta más alta, se enteró de que se había
tragado el semen de un Chupacabras, montase en cólera y dijera que la había
forzado. Ser violada por un miembro de la última casta, no era tan vergonzoso
como admitir que tú misma le habías seducido y que te habías metido su polla en
la boca de mil amores.
Alan salió del bar y olfateó el aire. El olor a sudor y miedo era inconfundible, y
estaba por toda la calle, marcando el camino que había seguido su presa, como
un farol encendido. Echó a andar a buen paso.
¿No podía la chica callárselo, olvidarlo y en paz? Mierda, mierda, mierda, ¿qué
podía hacer? Se detuvo, jadeando, luchando por calmarse un poco para pensar, y
entonces oyó el golpeteo seco de un trote y supo que su tiempo se había acabado.
Alan alargó la zancada, las garras listas y los colmillos afilados. Sus ojos se
centraron en la garganta del vampiro, dispuesto a desgarrar y separársela del
cuerpo; se inclinó para correr también con las manos, se
impulsó, alargó el cuerpo, se abalanzó con las fauces abiertas, goteando saliva. Y
sólo agarró aire. Rodó ágilmente en el suelo, el vuelo de su abrigo aleteó a su
espalda. En la calle, ya no había nada. Sonrió y olisqueó. El olor a miedo se
desvanecía cerca de él, ¿dónde?
Ratones y ratas. A cientos, huyendo de él. Alan sabía que era uno de ellos. Uno
de aquellos animalitos, era su presa, pero en medio de la pestilencia de la
alcantarilla, era imposible saber cuál. Un Chupacabras no tiene grandes poderes
de transmutación, y no puede mantener la forma prestada durante más de un
cuarto de hora, pero allí abajo, entre aquélla peste, era más que suficiente. Para
cuando recobrase su forma humana, estaría no sólo lejos, sino empapado en
mierda de la cabeza a los pies; imposible seguirle el rastro. El jodido perdedor
podría sobrevivir allí años, alimentándose de ratas, sin ocurrírsele asomar un pie
fuera. Si los Chupacabras habían sobrevivido a lo largo de los siglos, había sido
por eso: por ser tan cobardes, que estaban dispuestos a todo por conservar la
vida.
Alan soltó una risita cínica. Bueno… la verdad es que no tenía muchas ganas de
hacer ese trabajo de todas maneras.
Lárgate de Londres. Vete de Inglaterra. Vuelve con “tu padre”. No aparezcas por
aquí, o no volverás a tener suerte.
El cazador agarró al azar unos cuantos roedores y se los guardó en bolsillos del
abrigo, luego se impulsó flexionando las rodillas, y de un salto, ganó la
superficie. Bartholomew le oyó alejarse. Sabía que se había ido, podía sentirlo,
sabía que no iba a perseguirle ya, pero de todos modos permaneció oculto en las
cloacas durante varios días, hasta atreverse a salir de ellas, ya en las afueras de
Londres.
Madrid, 1963
Era Enero y hacía frío, mucho frío fuera. Ya había pasado Reyes, las clases
habían comenzado de nuevo, y Alfonso Vladimiro, el conserje de noche, volvía
a tener ocupaciones. Pero esta noche, se las había saltado. Sabía que no estaba
bien, que su lugar estaba vigilando los terrenos y limpiando las aulas después de
las clases nocturnas, pero por una vez, ¿quién se iba a enterar? Para cuando
empezasen a llegar el director y los maestros, él estaría de nuevo en danza, nadie
se enteraría que, durante unas horas, había abandonado el trabajo para estar con
ella.
“Tengo miedo” Le había dicho Tatiana “No sé por qué, pero estoy muy asustada.
Por favor, quédate
El anciano conserje sonrió, casi halagado, pero en lugar de ir junto a ella, pasó
primero por el baño, para lavarse los dientes. Mientras se enjabonaba la boca, se
miró al espejo, y se consideró afortunado. Tenía ya el cabello cano, aparentaba
unos sesenta años, si bien su cuerpo seguía siendo fuerte y en realidad tenía
muchos más. Tatiana tenía unos cuarenta, y aunque era, en efecto, mucho más
joven que él, aparentaba apenas veinte.
Recordó que al principio de que ella se mudase con él, mucha gente del
complejo la tomó por hija suya, porque él también tenía los ojos claros, a veces
verdes, a veces azules. No siempre era fácil explicar que no era su hija, sino su…
bueno, ni siquiera estaban casados. Vladimiro era consciente que había mucha
gente que murmuraba, un hombre tan mayor con una chica tan joven, y encima
ni casados, y por si fuera poco…
—Vlaadiiiii… — Tatiana canturreó su nombre, y le sacó de sus pensamientos —
Ven, corazón, te estoy esperando. Ven a abrazarme… — El conserje acabó de
enjuagarse y se dirigió a la cama con una gran sonrisa llena de cariño. Tatiana
tenía estrellitas en los ojos cuando le vio acercarse, se acostó junto a ella y la
abrazó. La joven dejó escapar un suspiro infinito y se apretó contra él, buscando
calor — Tenía tanto miedo
— susurró ella
hacer esas películas de vampiros tan partidistas, que siempre acaban mal.
Tatiana sonrió. Ella tenía una sensibilidad especial, si decía que estaba asustada,
no era por la película ni mucho menos, sino porque había “algo” de lo que tener
miedo, aunque ni ella misma supiera aún qué.
Puede que algo los amenazase. Puede que estuviese a punto de suceder algo
malo, ya fuese político, o meteorológico, o bursátil; siendo muy pequeña, había
sido capaz de presentir el Crack del 29, sólo por las sensaciones de inseguridad y
sospecha que había en el ambiente. Y eso, Vladi lo sabía. Pero sabía también
que, de momento, no había forma de saber qué le daba miedo y precaverse
contra ello, de modo que salía por la tangente para intentar quitar hierro al
asunto. Para alguien que no conociese al conserje tan bien como ella, Vladi
simplemente podía ser un ancianito despistado, quizá medio senil. Ella sabía que
bajo esa inocencia desenfadada, había una personalidad astuta. Al menos, la
había algunas veces.
Sólo Vladi podía escuchar los sonidos de su placer, porque los emitía
directamente en su oreja, como ahora.
—Vla… Vladi… — musitó la joven, muy bajito, acariciando con su aliento las
orejas y el cuello del
conserje. Éste casi no podía hablar, era tan delicioso el estar dentro de ella… se
le despertaban la ternura, la pasión, y también el apetito. Tatiana, sonrojada de
calor y placer, estaba asombrosamente bonita, y la joven vio que su compañero
sonreía y abría las fauces, con los colmillos creciendo a ojos vistas, y negó con
la cabeza— ¡no… aún no… espera, por favor! — suplicó y comenzó a moverse,
ensartándose en el miembro
¡Trrrrrrrrrrrrring!
El timbre de la puerta sonó y los dos pararon de inmediato, con un buen susto.
Tatiana gritó de forma casi audible, pero el susto duró sólo un segundo. El susto
del timbre, porque de inmediato la joven se asustó mucho más, al ver que su
compañero estaba a punto de levantarse para ir a abrir, y le atenazó con más
fuerza.
Vladi seguía empujando, cada vez más rápido, ya estaba casi, las piernas le
daban temblores y sentía que sus nalgas se acalambraban, mientras Tatiana
asentía con la cabeza, con los pies elevados y los dedos encogidos, a punto de
estallar, y entonces susurró “ahora”, y giró la cara para ofrecerle su cuello. Al
conserje le brillaron los ojos, y atacó. Tatiana ahogó un grito, sus uñas se
clavaron en la espalda de su compañero, y sintió su carne explotar en la boca de
Vladimiro, su sangre ser absorbida, y un calor imposible recorrer todo su cuerpo,
cebarse en su vientre, bajar hasta su perlita y estallar por segunda vez en su
vagina, que empezó a titilar y aspirar el miembro de Vladi, que también explotó
en ese instante, inundando su vientre de esperma. Vladimiro se estremeció,
derramándose dentro de ella, sus caderas dando golpes espasmódicos para
expulsar la descarga, mientras su boca se llenaba del sabor cálido, salado y
delicioso de la sangre, y Tatiana temblaba entre sus brazos, dando golpes, con
los ojos en blanco, tensa debajo de él y con la boca abierta en un grito mudo,
soltando sonrisas derrotadas, sólo atinando a susurrar “no pares… no pares…”.
Vladimiro sorbió hasta quedar lleno, y hasta que ella dejó de moverse. Los dos
estaban satisfechos.
—¿Cómo?
—Eeeh… no, no, papá, verás… no he querido decir “cómo”, en el sentido de…
sino… —
Era pequeñita, menuda, con el pelo castaño claro, corto y con espeso flequillo.
Iba descalza, tenía los ojos muy grandes y una expresión en general de
fragilidad, casi de desamparo. Daban ganas de tomarla de la mano y llamarla
cosas como “tesorito”. — Hola — dijo muy bajito, con su vocecita aguda. —. Tú
eres Tolo, ¿verdad?
no le gustaba nada, iba a tener que volver a utilizarlo, por eso prefería que le
llamaran “Tolo”, para acortar.
—Vladi habla mucho de ti… — Tolo no supo si sonreír o qué, pero su padre sí
sonrió.
—Voy a prepararte tu antiguo cuarto. Está como lo dejaste. Igual que cuando lo
dejaste, voy a preparártelo. — Tolo asintió. Así era su padre. Con él, no hacían
falta explicaciones ni nada semejante.
Simplemente sabía que, si su hijo había vuelto, era porque necesitaba un sitio
donde quedarse, y ese sitio, era su casa, no había necesidad de hablar nada.
Vladimiro se marchó y Tolo y Tatiana se quedaron a solas.
—Es tu miedo el que llevaba sintiendo toda la noche. Estás muy asustado,
alguien intentó matarte, o cuando menos, hacerte mucho daño. Sólo pudo ser un
cazador. ¿Quién fue?
Tolo intentó una vez más negar con la cabeza, hacerse el despistado… pero los
enormes ojos verdes de la joven le miraban fijamente, y supo que sería imposible
mentir. Se derrotó.
—Alan. — confesó. Tatiana silbó hacia dentro. Alan y Coral eran, sin lugar a
dudas, los más feroces
cazadores de los últimos tiempos. Algo muy gordo tenía que haber hecho Tolo
para que mandaran tras él a semejante pareja de asesinos, pero ya no pudo
preguntar qué había sido, porque se empezó a oír un llanto en la habitación, y
Tolo reparó que había otro cambio en la casa, además de Tatiana: una cunita, con
faldones negros. Estuvo a punto de caerse de culo. Tatiana se inclinó hacia la
cuna y sacó de ella un bultito envuelto en mantitas negras, al que arrulló
suavemente. Se sentó en el sofá y estuvo a punto de abrirse la bata, pero
entonces preguntó:
—No, claro que no, adelante. — La joven sonrió con agradecimiento y se sacó el
pecho, acercándose
Tatiana asintió. No era extraño que los Lacrima Sanguis tuvieran relaciones con
otras castas o hasta con humanos, pero sí que lo era que permanecieran juntos
después. Por regla general, después de dejar su semilla, o de conseguirla,
abandonaban a su compañero sexual para volver con los de su casta, pero es
cierto que los Lacrima Sanguis eran dados a las artes y las letras; había algunos
que eran notarios o abogados, pero la mayoría eran artistas, poetas… y como
tales, un poco dados al romanticismo. Era raro que Tatiana se hubiera quedado
junto a su padre, pero entraba dentro de lo esperable. Fuera como fuese, a él le
venía bien. Para el mundo vampírico, Bartholomew había muerto, pero si se
llegaba a saber que seguía vivo y estaba con su padre, bueno, los Lacrima
Sanguis eran casi los únicos que podían poner objeciones a una decisión tomada
por los Dementia.
—Ven aquí, Tolo. Tu nueva hermana quiere saludarte. — susurró Tatiana, dando
una palmada en el otro asiento del sillón, y el citado obedeció, intentando que no
se notara mucho las ganas que tenía de ver al bebé.
conserje del Instituto, aunque por aquellos tiempos, era un centro sólo
masculino. Tolo se acostumbró muy pronto a él y si él le adoptó como hijo,
también se puede decir que Tolo le adoptó como padre, aunque no les unieran
lazos de sangre. Habían vivido juntos durante más de medio siglo, hasta que él
decidió irse a
Tatiana hizo eructar a la pequeña y luego se la ofreció con una sonrisa. Tolo puso
cara de susto, ¿Él?
—¡Oh…! ¡Le gustas! ¡Te ha mordido! — dijo Tatiana — ¡Es el primer mordisco
que da, y te lo ha dado a ti!
La noche en que Bartholomew huyó, muchos otros niños mamaban del pecho de
sus madres, o cuando
—Soy “papá”, no Alan. — dijo él de mala gana, dando puntapiés para librarse
de ellas. Las gemelas
sólo hacían algún caso a su madre, y como ella le llamaba Alan, las niñas no se
hacían a llamarle “papá”. Si dependiera sólo de él, ya las habría puesto firmes
con un buen par de zarpazos, no eran más que dos caprichosas consentidas que
sólo sabían intentar halagar y hacer la pelota, y pelearse entre ellas. Cuando Alan
les rugía o amenazaba, ellas reculaban. No se atrevían a enfrentarse a él, y eso le
molestaba, ¿qué clase de criaturas había engendrado, que no habían heredado su
valor? Sólo se atrevían a morderle cuando estaba dormido. “Cuando crezcan,
empezarán a producir veneno, y eso les dará seguridad, y se harán más audaces”,
le aseguraba Coral, pero Alan no lo tenía claro. De cualquier modo, lo quisiera o
no, eran sus hijas, así que se abrió el abrigo y les dejó caer los ratones, mientras
sostenía con una mano a los cachorros de dóberman.
—¡Perritos! — dijo, y extendió los brazos todo lo que pudo, intentando coger a
los asustados cachorros de dóberman, que, en su miedo, rugían y enseñaban los
dientes, y se asombraban de que las niñas no se asustasen de ellos.
—¿Te gustan? Se llaman Drácula y Mircea. — Alan se agachó por primera vez y
dejó en el suelo a los cachorros. Drácula intentó morder a Jet, pero ésta se
revolvió, le agarró por detrás y le mordió en la oreja, mientras el animal chillaba.
Alan estuvo a punto de caer de rodillas. Coral no había ido de caza con él,
porque su estado de gestación era avanzado, pero, en teoría, aún faltaba casi un
mes para el alumbramiento. Había parido en su ausencia. Es cierto que los
licántropos son mucho más fuertes que los humanos, es muy poco probable que
una hembra pueda morir en un parto, y este, es terreno exclusivamente
femenino; si Alan hubiera estado en casa, ella tampoco le hubiera dejado pasar,
ni intervenir. Pero al menos, podría haber estado cerca, pensó.
No le apetecía. Alan no era un hombre paternal, bien lo sabía, pero sí que amaba
a su mujer, y se acercó a ella, acariciándole la cara sudorosa. Sólo entonces vio
al cachorro, y en ese momento, sí que cayó de rodillas, junto a la cama
matrimonial. El cuerpo de su nueva hija, estaba por completo cubierto de fino
vello negro, y en el final de la espalda, había una diminuta coletilla de pelo
suave. El tercer cachorro, no heredaba la licantropía de serpiente propia de su
madre, sino la lobuna de su padre. Salía a él. Y Alan supo que aquél bultito de
carne rosada cubierto de vello, acababa de atravesarle el pecho con una garra
invisible, y había destruido en mil pedazos su corazón. “Vas a ser la más fuerte
de toda mi descendencia” pensó Alan
Mariposa. Mi ama ya me había dejado muy clarito que nuestra relación era
simplemente sexual, que no había nada más y nunca habría nada más, porque
fuera de nuestros encuentros de dominación, éramos dos desconocidos, y tenía
razón. Imbécil adoraba a Mariposa, pero de Ocaso, sólo sabía su nombre. Vistas
así las cosas, lo mejor era que Miguel, y no Imbécil, intentase acercarse a Ocaso
silla, sin saber cómo reaccionar, sin explicarse qué estaba intentando. Yo
larguísimos minutos, durante los cuales Ocaso siguió mirándome a través de los
cristales oscuros de sus gafas rojas, que protegían de la luz sus ojos fotofóbicos,
y sin ninguna expresión en el rostro más que sorpresa. Por fin agachó la cabeza y
negó con suavidad.
bollito… un zumo? — Ocaso negó de nuevo, sin casi mirarme. Sacó de una
bolsita que tenía en la mesa un termo, y se sirvió en la tapa—taza del mismo una
hecho de que yo seguía allí plantado, esperando alguna reacción por parte de
ella, aunque sólo fuese un “¿vas a quedarte ahí hasta echar raíces?”. Cualquier
otro tío hubiera dicho una frase de cortesía y se hubiese largado, pero yo estaba
dispuesto a conocer a Ocaso, por muchas trabas que me quisiera poner, de modo
que ataqué una vez más— ¿No vas a la cafetería a desayunar? ¿O sales fuera?
cafetería, o, aprovechando que las oficinas están dentro del centro comercial,
salimos a comprar algo, pero ahora caía que nunca creía haber visto a Ocaso en
vez más. Si estaba dispuesta a no despegar ni los labios, aquello iba a ser aún
más cuesta arriba de lo que yo temía. Tomé una silla que estaba cerca y me senté
ella.
apretó la taza del termo, e instintivamente, cerré los ojos, esperando que me
lanzara su contenido a la cara, pero se contuvo. Suspiró y negó con la cabeza una
vez más. Mi presencia la molestaba, lo sabía bien, y mi parte de esclavo se sintió
perdón y marcharme, pero me forcé a recordar que aquélla que estaba a mi lado,
no era mi ama. Era una chica normal a la que yo deseaba conocer, y por lo tanto,
ella como “mi ama”, pero intentaba hacerlo. Ocaso parecía abstraída de mi
presencia allí. Tenía los ojos cerrados mientras bebía su té, saboreándolo. Su
cuerpo estaba allí, pero su mente estaba increíblemente lejos, donde ni yo, ni
nadie podía alcanzarla. Me parecía más inaccesible como chica normal que
pero siendo Ocaso ni siquiera me hacía la dignidad de notar que estaba allí.
Viendo que no iba a haber manera de que ella misma me contase nada de su
persona, miré hacia sus cosas, en la mesa, por ver si algo podía darme alguna
pista para iniciar una conversación, o cuando menos, atraer su atención de algún
modo.
compañeros, incluso yo que soy medio jefecillo, tenemos abierto Internet para
mirar algo de vez en cuando; las noticias, el tráfico, el correo, o incluso hacer
alguna compra… ella no. Su escritorio estaba inmaculadamente limpio y
cierto es que ella era la primera que se esforzaba por serlo. En la bolsita donde
reconocí la edición.
giró la cara para mirarme — Eeh… bueno, es un clásico. Es muy bueno— casi
boca apenas se movió, pero a través de los cristales oscuros de sus gafas, pude
ver algo parecido a simpatía en sus ojos. Estuve tentado de empezar a hacer
preguntas del estilo “¿te gusta leer? ¿Por dónde lo llevas? ¿Es la primera vez que
nada. Sólo tomó el libro y lo abrió por una página en la que tenía una señal, y me
llevaba. Ocaso se me quedó mirando unos segundos, luego miró el libro y alzó
—¿Lo has leído cinco veces? — creí entender, y ella asintió. Y esta vez,
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tumbado en la cama, las manos esposadas al cabecero y los pies atados también.
y en parte tenéis razón, pero yo sí quiero conoceros a vos también fuera de aquí.
—Qué bonito… el bueno de Imbécil cree que puede acercarse a Ocaso y así,
por las buenas, convertirse en su amiguito o en su novio, ¿verdad que sí?
—Imbécil, Ocaso ya ha pasado por bastante como para pasar también por ti.
Ella no tiene la fuerza de carácter que tengo yo para mandarte a tomar por saco,
ningún daño.
ama había sufrido abusos por parte de su tío abuelo, quien también abusó de su
madre, siendo pequeña. Incluso había intentado quitarse la vida para huir de él.
No era de extrañar que Ocaso apenas hablara y le costase tanto tomar confianza.
Siendo Mariposa, se protegía de todo el mundo; Mariposa era fuerte, era una
dómina, era alguien que sólo hacía sus propios deseos, que siempre era la parte
con Ocaso y punto. Si mañana vuelves a mi puesto, aunque sólo sea para
pagafantas durante más de medio año, para por fin darme la patada. Y cuando yo
se tomó como una ofensa personal el que yo no estuviera deprimido durante más
hundirme.
—Os pido… os ruego un mes, ama, sólo eso. Permitidme tratar con Ocaso
sólo un mes, nada más. Si a ella le caigo lo bastante simpático como para seguir
Sufro demasiado estando con vos y sabiendo que no puedo teneros, ama.
—Imbécil, que esto se acabe o no, no es decisión tuya, sino mía. Si se acaba,
yo también pierdo, ¿sabes? Eres un buen esclavo, quizá el mejor que he tenido.
Pero también eres un tonto. Persigues algo que sólo has soñado. Lo que tú llamas
lo cumpliré.
—Según vos, ama, esa posibilidad no puede darse, porque ni siquiera existe,
Parecía sospechar, pero por algún motivo, también esa sospecha parecía
regálame una excusa para ponerte un castigo que no olvidarás jamás. Mientras
tanto, hoy vas a sufrir y disfrutar en el jardín de las cosquillas. — sonreí como
sobre la cama, y tumbarme sobre ellas. Me había esposado las manos al cabecero
y atado los pies a las patas de la cama, para que no pudiese moverme. Estaba
alegre, previendo la diversión. Mariposa, sentaba junto a mí, llevaba una corta
batita negra transparente, bajo la cual, sólo había piel. Sus pezones erectos y su
rajita depilada se adivinaban para mí detrás de la tela, pero hoy, nuestro placer
Los finos dedos de mi ama se acercaron a mi piel, sin tocarla. Bajó la mano
derecha, arrimándose a mi vientre, tan cerca que podía notar su calor, pero no me
tocó. Su mano subió muy despacio por mi tripa, mi pecho, hasta casi mi boca, y
yo podía sentir su presencia, pero la caricia no se producía, y eso me volvía loco.
escapó un gemido, estaba burro porque me acariciase, pero su piel no caía sobre
la mía, estaba muy, muy cerca, pero a la vez lejos. Su mano bajó más allá de mi
vientre, y se detuvo… no, no se detuvo, siguió avanzando, pero con una lentitud
empinando con tal rapidez que casi dolía. Dejé escapar un gemidito de súplica y
moldease en el aire. Primero con toda la mano, luego con el dedo índice, como si
dedo, como si tocase allí. Dobló la mano para abarcar mi miembro y la movió
de gusto.
harán falta.
que ni siquiera se había acercado aún. Sabía que iba a gustarme, yo mismo le
había pedido cosquillas, pero aun así la idea me producía una sensación de
—¡Mmmh, jijijii! ¡No, no, mmh… ya, ama… ya! — reí sin poder
me movía, Mariposa atacaba por otro lado, la tripa, los brazos, la cara, un millón
Mariposa bajó el ritmo del plumero y convirtió las cosquillas salvajes en una
caricia pícara, sensual. Tomé aire con esfuerzo y lo solté en gemidos, era
paro?
bajo vientre, rozando mi polla, dándome un gusto delicioso a cada suave caricia.
Cada vez que las sentía, una gran sonrisa de vicio y placer se abría en mi cara, y
deleitándose cada vez que yo gemía, a medio camino entre el suspiro y la risa.
Cuando llegó a las corvas de nuevo reí a carcajadas, noté que rompía a sudar y
mis piernas se balanceaban, intentando librarse del ataque, tan suave como
devastador, de las crueles plumas, mmmmh… Mi ama siguió bajando, y por fin,
llegó a mis pies. Se sentó en la descalzadora, a los pies de la cama. Yo, con la
cabeza apoyada en la almohada doblada, podía verla desde donde estaba, podía
“Le gusto” pensé, en aquél respiro que me concedía. “Le gusta darme placer
y jugar conmigo, pero además le gusto físicamente, le… le hago gracia.” Era
difícil poner palabras a lo que veía en los ojos de Mariposa, pero no era mera
bastante inteligente como para saber derribarlas. Pero entonces, sus dedos
acariciaron las plantas de mis pies, y fui yo quien se derribó por completo.
—¡Mmmmmmmh… no, no… ahí no, ama! ¡Eso no, los pies no, los pies no!
— supliqué inútilmente, entre risas, pero Mariposa me contestó con una sonrisa
y siguió moviendo su dedo índice, arriba y abajo, todo suavidad. Mi piel se puso
de gallina y encogí los pies, intenté hurtárselos moviéndolos, pero estaba atado,
era imposible. De golpe, los dedos de mi ama aletearon sobre mis pies, y mi
plantas, en los tobillos, me cogió de los dedos e hizo cosquillas en ellos, y chillé
de risa, ¡yo mismo no sabía lo sensible que era! Me debatí con violencia, la
presión en mi vientre apareció de nuevo, más intensa, y el miembro me picó de
forma insoportable.
lloraban los ojos y reía sin parar, pero tenía miedo, ¡no quería orinarme encima,
y delante de ella! Mariposa bajó el ritmo y me dejó respirar, pero no se detuvo
respingos cada vez que sus dedos tocaban el centro de las plantas de mis pies.
voz más sensual, y suspiré. Me dí cuenta que tenía la boca abierta y la lengua
como un mástil, casi pegada a mi tripa, con todo el capullo empapado de líquido
¿Para qué crees que te hice poner las toallas en la cama? Para que puedas estar
cama.
momento, era algo… aaah… era enloquecedor, daba risa, pero también era
agradable. No quería que parase, eran unas cosquillas muy suaves, y me llegaban
por todas partes. Mariposa me sujetaba de los dedos y paseaba la brocha por la
planta, por los dedos, por entre ellos, y yo temblaba como si tuviera fiebre,
sintiendo las diabólicas cosquillas extenderse hasta mis nalgas. Mi polla erecta
tirando del barrote del cabecero al que estaba esposado y que había crujido ya
dos veces. Mi cama protestaba en chirridos agudos y mi ama tenía la cara muy
cerca de mi pie, casi parecía a punto de besarlo. “Si lo hace, me corro como una
escurría por mi cuello, y mi pie intentaba escapar, por más que yo no quería que
lo hiciera. Dios, qué gusto, ¡qué perfecto era lo que sentía! Mi ama subió con su
brocha a mis tobillos, a mis dedos de nuevo, y entonces sentí otra brocha en mi
otro pie, ¡me estaba haciendo cosquillas en los dos a la vez! Grité de puro placer,
quería dejar sitio a las brochas, querían ser acariciados y cosquilleados por mi
ama, y ella… ella lo hizo. Mi ano se encogió de gusto y sentí que me iba a correr
La miré con ruego, con intensa frustración, pero no fui capaz de articular
me dolía de tanto reír y mi polla gritaba por estallar. Mi ama se rio. Era su risa de
superioridad, pero también había simpatía en ella.
—¡Si pudieras verte ahora como yo, Imbécil! Sudado, tembloroso, con cara
de estar drogado… — apoyó una mano en mi pecho y se agachó hasta casi tocar
mi oreja con su boca, y eso me hizo dar otra profunda convulsión, un nuevo
subidón de placer que me agarró desde los riñones a la nuca, pero de nuevo no
me corrí. Necesitaba una caricia en mi miembro, sólo eso. Solamente una caricia
perforar mi cerebro — Vamos a hacerte cosquillitas también por aquí, para que
llorar de frustración, ¡querría correrme, no podía esperar más… pero con esas
pluma un poco más deprisa, centrar las cosquillas en el glande. Hizo atrás la piel
ligeramente y cosquilleó el frenillo, y puse los ojos en blanco de placer, los cerré
con fuerza, ¡estaba en las puertas, en las mismas puertas del orgasmo, pero no
podía abrirlas aún, era una tortura absoluta! El bordoneo travieso, el picorcito tan
pelotas, pero no acababa de estallar. Las hebras de la pluma hasta se metían por
cuerpo. Oí la risa de Mariposa, que se había apartado lo más que podía sin dejar
tripa, y finalmente goteó por mi pene, que daba convulsiones para expulsarlo del
pellizcó los costados con rapidez y fuerza, de arriba abajo, a toda velocidad.
entre sus manos, quería disfrutar del orgasmo, saborearlo… pero, curiosamente,
aquéllas cosquillas, ¡sólo lo acentuaban más! Quise hablar, decir “basta”, pero de
insoportable, las propias carcajadas empujaban la presión hacia abajo, sólo podía
salir por un sitio, miré a Mariposa con ojos desencajados de sorpresa y miedo,
negué con la cabeza mientras no podía parar de reír, y mi ama, con expresión
sido más fuerte que yo. Mi pene se vaciaba, pero esta vez, de orina, y en medio
segundo orgasmo. Mis caderas empujaban para soltarlo todo, y el dorado chorro
brilló, describiendo un arco, para caer en las toallas, entre mis piernas abiertas,
suavemente y llegó hasta mis hombros, en los que me pareció sentir deliciosos
estaba en la gloria.
—Así me gusta, Imbécil, que lo sueltes todo. Ahora, voy a dejar que reposes
Porque para la segunda parte te toca darme gusto a mí, y te quiero limpio. ¿Te ha
Como pude, notando aún tibias gotas de orín resbalar de mi sexo por entre
mis piernas, pero asentí. Mi ama me miraba con simpatía, agachada junto a mí,
la cabeza apoyada en mi pecho. Hubiera dado diez años de mi vida por tomar
entre mis manos esa carita con forma de corazón y llevar su boca a la mía, para
meterle la lengua hasta la garganta. Pero no hizo falta que yo diese nada.
Mariposa misma leyó mi deseo en mis ojos y sacó la lengua, para que yo la
paladar las últimas cosquillas de aquél juego delicioso. “Un mes.” Pensé,
encantado “Tengo un mes para intentar que quien me haga esto, sea Ocaso, y no
sólo Mariposa. No sé si voy a lograrlo, pero voy a dejarme hasta la piel por
—¿Por qué me hizo esto? ¿Por qué tuvo que hacerlo así? — sollozaba una y
otra vez, agarrándose el vientre, que le dolía. — No tenía que hacerlo así, se lo
hubiera dado. Sólo tenía que pedirlo, ¿por qué me hizo eso?
***********
—Tenemos que dejarla, Alan. Sé que te molesta que se marche de casa, pero
tú sabes el talento que tiene Junior para los números, tienes que permitírselo. No
protestó Alan.
con tutores, como ha hecho hasta ahora? ¿Qué se le ha perdido a mi hija en…?
olvidado, pero quien la llevó en el vientre durante más de ocho meses, fui yo.
Quien soportó un parto draconiano y quien tuvo que cicatrizar desgarros, fui yo,
y quien tuvo las tetas exprimidas, fui yo. Ya sé que es tu hija favorita, pero no la
que le llenaba de orgullo que Junior, su hija pequeña, su preferida, hubiera sido
Una que apenas aceptaba a cien alumnos por año y para la que había que superar
uno de los más terribles exámenes de ingreso para poder optar, y que hubiera
entrado dentro de los diez primeros, le enorgullecía, sí. Pero por otro, eso
distinciones entre nuestras hijas, pero no estoy ciega. Sé que es la mejor de las
tres. Quiero mucho a Bet y a Jet, pero son dos cabezas locas que sólo parecen
pensar en caprichos. Están bien donde están, aunque me duela su castigo. La…
porque la quiero, tengo que dejarla ir. Tenemos que dejarla ir. Y piensa… — la
que, sin niñas en casa, estaremos otra vez solitos. ¿No te apetece volver a jugar
tentadoramente. Alan pudo sentir el cálido vaho de ella antes de que dejara caer
sus labios en los suyos y los presionara, acariciándolos con su lengua con infinita
suavidad, para abrirse paso entre ellos y explorar su boca, hasta encontrarle la
estómago y llegar por fin a su bajo vientre, donde tiró de su hombría con
violencia. Coral sintió la erección pegarse a su sexo desnudo, y rio en medio del
beso.
quería estar encima. Coral lo sabía e intentaba con frecuencia tentarle, hacer que
se quedara debajo sólo para molestarle, pero nunca lo lograba. Alan se deshizo
de los pantalones y se frotó contra su mujer, entre los gemidos de ambos. Coral
lo abrazo, acariciándole con los pies también, mientras Alan movía las caderas y
se empujaba con los pies, con su virilidad apretada entre los cuerpos de ambos,
sonriendo. Alan soltó una risita baja, ronca, y se colocó. El sentir el calor
empujó sin poder contenerse, soltando un gañido cuando el placer le dejó sin
aire. Coral le agarró con las piernas y empezó a contraer su vagina, apretándole
quería pensar que quizá ella lo quería así porque sabía que era él quien lo
necesitaba así, quien necesitaba sentirse querido ahora que su hija preferida iba a
hasta quedar casi pegados — estás tan estrecha como la primera vez que te violé.
áspero y peludo. — Si no recuerdo mal, creo que fui yo quien te vencí… — qué
delicioso era, su miembro candente acariciándola por dentro, tan firme, tan
orgulloso, tan… ¡ah, qué placer! Alan sonrió y negó con la cabeza.
años. En su lugar, se dejó dominar por el placer que la atravesaba desde su sexo
miró, y los dos supieron que no había más narices que cogerlo, era la línea
privada, la del “trabajo”. De mala gana, Alan se incorporó sin salir de su esposa
por matarle, nadie dijo que ese precio, garantizase que siguiese muerto. Más…
“casi” inmediatamente… — Alan colgó, con una sonrisa de vicio en sus labios,
hombros, había estado moviendo las caderas todo el rato, cada vez más deprisa,
no sabía lo que era gozar sin moverse, por primera vez lo había sentido un
—¿Quién era, bestia? — susurró Coral. Alan se echó de nuevo por completo
sonrió, maliciosa.
—¿Para qué reservarlo? Luego, me darás otro… u otros. — Alan emitió una
serie de rugiditos que podían tomarse por una risa, y empezó a empujar sin
compasión.
**************
72 horas antes.
Iana trotaba por el campo de tierra, corriendo como una loca, mirando
constantemente tras ella, notando que el cielo, a cada momento, se clareaba más
y más. No podía volar, no por un sitio donde empezaba ya haber gente, sólo
podía confiar en correr más que el sol, o a las malas, encontrar algún sitio donde
pequeña, que ya había abierto, y siguió corriendo, jadeando, por las colinas de
césped. A lo lejos, se veía el instituto, y poco antes de llegar a él, la casita del
conserje, donde vivía con su familia. Apretó aún más la carrera, podía
rastrillo en las manos, agrupando en montoncitos las hojas secas de los árboles.
Cualquiera que hubiera visto a Iana, la hubiera tomado por una muchachita
—Jovencita, esto se tiene que terminar. Se tiene que terminar a la de ya, pero
los estudiantes de cincuenta años atrás (y más). Como puede apreciarse, el paso
del tiempo, no solucionaba su manía de repetirlo siempre todo.
—Vamos a ver, niña, vamos a ver… ¡¿tú estás tonta o qué!? — Iana se
volvió y sonrió a quien así le hablaba. Era su hermano mayor, Tolo. En realidad,
había puesto un poco más gordito aún en los últimos años. Iba en pantalones
cómica en su barriga pálida. Quizá el aumento de peso hacía que se notase más
el jadeo perenne al hablar, convirtiendo los “es que” en “eg que”, por ejemplo.
Miraba a Iana con cara de pocos amigos, y antes que ella pudiera contestarle
alguna zalamería, continuó — Mira, me da igual que digas que estás enamorada,
o enchochada o empanada, ¡si te han dicho que a las dos de la mañana tienes que
estaba terminando de bajar todas las persianas y echar cortinas. Madre e hija
eran un calco una de la otra. Sólo en Tatiana se podía apreciar quizá mayor
perfectamente ser tomadas por gemelas— ¡Mira lo que dice Tolo! ¿Verdad que
él no me puede castigar?
—Es cierto, cielo, él no puede… — la joven ya iba a cantar victoria, pero su
madre acabó la frase — pero yo, sí. Y estás castigada, esta noche, no saldrás.
sus grandes ojos verdes, con carita de tristeza. Vladimiro sonrió y empezó un
gesto vago con la mano, pero Tatiana carraspeó de forma muy significativa, y el
conserje se lo repensó.
—Hija, tu madre tiene razón. Tiene razón, es así. Te hemos dicho mil veces
que tienes que llegar a las dos, que si no querías seguir creciendo, nos parecía
bien, pero que entonces, tenías que obedecer unas normas. Nos parece bien que
quieras parar tu crecimiento por ahora, pero con tu edad tienes que obedecer
unas normas, hija. Las vampiresas jóvenes como tú, están expuestas a muchos
—¡Pero, papá, si está porque me pase algo malo, me puede pasar igual a las
objetar algo más, pero su madre la cortó —. No se hable más. El salir por la
de la noche pensando cuándo vas a volver y si te habrá ocurrido algo. Y ver que
pasan las horas, que va amaneciendo, y que tú no llegas. Sin saber si puedes
estar en un sitio seguro, o en mitad de la calle, sin un mal sitio donde ocultarte.
Por el momento, estás castigada hasta nueva orden.
Iana negó con la cabeza, con las lágrimas asomándole a los ojos, boqueando
culpa tuya, gordo seboso! ¡Lo único que te pasa, es que tienes celos!
hermano?!
furiosa— ¡No es NADA en ésta familia! ¡No tenías ni familia propia y por eso te
bofetón fue como un relámpago, tan rápido que Tolo tuvo que mirar a su padre y
a Tatiana alternativamente para ver quién lo había sacudido, porque los dos
le dio la clave. Iana se sujetaba la mejilla encendida, con los ojos brillantes, pero
esta vez, de lágrimas. No había sido una torta fuerte, había sido más una llamada
de atención, pero lo que más le dolía, era el gesto en sí — ¿Cómo podéis poneros
sólo que… no tienes razón, no la tienes para atacar así a tu hermano. Te quiere
más que a nadie, por eso intenta protegerte. Tú sabes que sólo porque te quiere
más que a nadie, es tan protector.
molesta, que sabe que no es tan bueno como él! — Tolo, que había permanecido
callado hasta entonces, estuvo a punto de espetar que el cretino profundo del
cuarto y cerró dando un portazo. Tatiana cogió a Tolo y a su esposo por los
hombros.
Eso esperaba, pensó Tolo. Iana siempre había sido una niña cariñosa, dulce,
había tenido sus momentos irritables, sus cambios de carácter, sus arranques de
genio, como cualquiera, pero había seguido siendo de trato fácil pese a todo.
Pero desde hacía cosa de unos meses, todo se había ido al traste. Llegaba tarde,
cada día más. Apenas estudiaba, no hacía nada en casa, estaba siempre
que muchas noches se iba a la cama sin haberse alimentado siquiera, y a mitad
del día venía a pedirle que regurgitara algo de comida para ella, sin que se
enterasen sus padres, que la reprenderían por no haber comido. Esos momentos,
cuando trataba de conseguir algo, eran casi los únicos en los que se mostraba
amable. Tolo, claro está, cedía siempre.
éste. Le había dolido el insulto, le había escocido de verdad. Ya sabía que era
gordito, pero ella nunca se había quejado, decía de él que era blandito y tibio
Antes. Ahora, ya nunca lo hacía. Ni siquiera quería sentarse a su lado ya, como
si le diese asco. Bien sabía Tolo quién tenía la culpa de todos aquéllos cambios.
Borja.
Borja era un vampiro joven, tendría más o menos la misma edad, tanto física
delgado, rico, vestía bien, hacía gimnasia, y llevaba el pecho depilado. Tolo lo
sabía porque solía vestir con camisas que no se abrochaba hasta el tercer botón,
dejando siempre el pecho al descubierto. Hablaba con un extraño deje que Iana
definía como “aristocrático”, pero que él definía como “treinta euros de chicle en
consideraba que, para un vampiro, era una especie de crimen no ser guapo. Se
cuidaba muchísimo, y pensaba que todo aquél que, como Tolo, fuese gordo o
peludo, o ambas cosas, era poco vampírico. Ser descuidado, sucio, era algo que
podía permitirse la raza inferior, los humanos, pero no los vampiros. No era
extraño que Iana, para serle más simpática, no quisiera ni hablar con Tolo más
allá de lo imprescindible.
A Iana le había llamado la atención Borja desde la primera vez que le vio,
hacía unos meses, pero hacía unas cuantas semanas que salían juntos. La joven
no tenía otra cosa en la boca que lo hacía o decía su noviete: “mamá, es que las
tareas de la casa estropean las manos, y Borja dice que las manos de una señorita
tienen que ser perfectas, y que tienen que estar inactivas para permanecer así…
No quiero comer corazón, Borja dice que engorda muchísimo… Tengo derecho
a salir hasta más tarde, ya no soy una niña, Borja dice que me tratáis de un modo
muy infantil…” Borja dice, Borja esto, Borja aquello; para ella, era perfecto.
Para Tolo, un cretino. Pero en fin, Tatiana tenía razón, se le pasaría. Para
**************
—Psé… hay gente que no puede estar ni cincuenta años sin meterse en líos.
*************
36 horas antes.
Borja? No lo conseguirían… Bien sabía ella qué había pasado: Tolo se pasaba el
día calentándoles la cabeza a sus padres, que si Borja era tonto, que si era un
Dementia, que si no era un buen chico para ella… para que se callase, nada más
que para que se callase, la habían castigado. Pero se iban a arrepentir. Iana sabía
que Borja no creía en esas tonterías de las castas, no le importaba que ella fuese
una Lacrima Sanguis, una casta por debajo de la suya, lo que importaba, es que
se querían. Le había dicho más de una vez que dejase a su estúpida familia de
Chupacabras y se marchase con él. “Nos iremos juntos a ver mundo”, le decía
“Te llevaré a París, a bailar en la misma punta de la Torre Eiffel, desde donde se
se hacía en el pasado”.
había dado cuenta de lo tonta que había sido, ¡si sus padres no la querían…! Si la
alguien que no era hijo suyo, que tan sólo se aprovechaba de ellos para tener
casa gratis, un fracasado que jamás había hecho nada, en lugar de a ella, que era
—¡Sí! — Nunca se había sentido tan feliz. Seguro que, dentro de un par de
días, sus padres discutirían con Tolo, le dirían que era culpa suya que Iana
hubiese escapado, y lo echarían de casa. Qué lástima no estar allí para verlo.
—Sí.
—Dímelo, Iana, dime que eres mía— El joven le acarició la cara con ternura,
y a Iana le pareció que tenía la mirada tan ardiente que iba a abrasarse entre sus
brazos.
—Muy bien— Borja sonrió, y sus colmillos parecieron algo más afilados —
Y ahora que, por tu propia voluntad ya eres mía, puedo hacer contigo lo que
quiera.
sonar en su cabeza. Era una voz que le recordaba cuántas veces, Tolo, le había
****************
—¿Que se ha escapado?
—¡No está en su cuarto! ¡Sólo hay esto! — Tatiana estaba fuera de sí. Había
cajones sacados y una nota en la que Iana decía que se marchaba. Vladimiro se
calzó y se marchó a buscarla sin decir nada, mientras Tolo se iba en dirección
volvía allí. Tolo sabía que su padre tenía poco olfato, no valía para seguir rastros,
pero él sí. Y sabía dónde estaba la discoteca que frecuentaba el niñato aquél, y
localizarlos. Habían usado un coche robado, habían dado vueltas por la ciudad y
que sea poco vampírico”, pensaba Tolo. A la vez, intentaba no pensar a la vez
que, si habían usado un coche, era muy probable que llevasen a su hermana
retenida. Volando, no era fácil controlar a una presa, salvo que estuviera
inconsciente, lo que les exigiría volar en forma humana o cobrar una forma muy
Finalmente, llegó a las afueras. El rastro era más intenso aquí. El cielo ya
tenía que seguir. Estaba llegando a un matadero de ganado, y allí, en una cabaña,
el rastro de su hermana casi brillaba. Adoptó forma humana y entró, dispuesto a
luchar con quien fuera por recobrarla, pero allí sólo estaba Iana. Desnuda de
sangre del suelo no era suya. No la mayoría, al menos. La joven sollozaba. Tenía
la cara sucia de barro, sangre y lágrimas, y se tapó los ojos, gimiendo “basta…
ventanas, sólo un par de troneras cerca del techo, tapadas con rejilla. Estarían a
salvo para pasar allí el día. — Iana. — insistió, suavemente — Iana, soy yo, soy
Iana tardó en contestar. Tenía los ojos cerrados y no quería abrirlos. Tolo
envolvió con él a su hermana, que sollozó de alivio. Sólo entonces pareció darse
cuenta que quien estaba con ella, no era ya nadie de quien hubiera de tener
miedo. Abrió los ojos, y al ver a su hermano, sonrió con alivio, y los ojos le
brillaron. Tolo le devolvió la sonrisa con ternura, acariciándole la cara. Iana miró
la cara redonda de Tolo, su papada temblorosa, las barbas castaño rojizas, igual
me…
—Ssssh… — Tolo siseó para que no diera detalles y la meció contra él.
aquí. Dijeron que no valía la pena matarme, que siguiera viva para aprender la
lección. Tolo, yo no… Yo no soy una Chupacabras, ¿verdad que no? Mi madre,
contigo. Anda, intenta dormir. Yo voy a llamar a papá y Tatiana, que estén
tranquilos.
***********
—La violó. La violaron los tres. Solamente porque “no es una Dementia”. Y
como no es una Dementia, parece que no importa lo que le hagan. Como somos
unos Chupacabras, tenemos que aguantar con todo y tragar con todo, ya sean
había sido complicado, pero es que ni siquiera se había escondido. Es más, había
—Lo sé. Has venido a matarme por lo que hice y por lo que he hecho. Hace
cincuenta años podría pensar que no tenías motivo. Hoy — sonrió — he hecho
—Pues desde luego, lo has logrado — admitió Alan, mirando hacia arriba.
vampiros.
***********
24 horas antes.
revoloteaba en torno a él, y sus amigos le reían las gracias. A juzgar por los
gestos que hacía y las caras que ponía, estaba representando lo bien que se lo
había pasado con Iana. Tolo la había dejado en el cobertizo del matadero. Nada
más empezó a oscurecer, salió a buscar agua limpia con la que lavarla, y después
de ponerla un poco decente, la había tapado bien con su viejo abrigo y él había
padres no le dejarían salir de ella para lo que iba a hacer. Sabía que era firmar su
pelito castaño corto por detrás y muy largo por delante, cayéndole sobre los ojos
Borja hicieron ademán de ir hacia él, pero el joven vampiro los detuvo alzando
como ella, nos portamos bien— sus amiguitos soltaron la risa como si estuvieran
entrenados para ello. — Y ahora, ¿por qué no te largas a ver si puedes extraer
casta, verdad?
—No es que lo crea, es que es. Si su madre tuvo estómago para follarse a
uno de vosotros, sus hijos serán de vosotros, aunque ella sea de una casta
—No, no digo si saben eso, digo si saben que, por esa regla de tres, tú,
voz, el cambio de las eses por ges, era mucho más evidente. Borja se echó a reír,
—¿Qué dices? Sabía que eras estúpido, pero no pensé que fueras
—Te voy a dar una pista— interrumpió Tolo —: Tu puta madre se llama
Alezeya, pero se hace llamar Alice, porque piensa que queda más fino — Borja
palideció. Jamás había hablado de su madre, ni con Iana, ni con nadie que
hubiera podido tener contacto con Tolo, ¿cómo sabía él…? —. Es rubia, y tiene
los ojos azules, como los que tienes tú, le gustan los Beatles, la música de arpa, y
en los años sesenta, en Londres, se lio con un Chupacabras sin saber que lo era.
Lacrima Sanguis que la había preñado y se había ido, tú habías nacido hacía
poco, eras su primer hijo, y ella estaba con la neura de que, con un hijo ya era
vieja, y para quitarse la depre, se follaba todo lo que se le ponía por delante.
Los amiguitos de Borja le miraban como si le vieran por primera vez. Uno de
ellos se apartó un paso. Borja estaba blanco como la leche, negaba con la cabeza,
incapaz de pronunciar palabra, pero por fin, balbució:
—Eso… ¡eso no importa! Si yo ya había nacido, como has dicho, ¡no llevo
cosa: tu madre será una cabrita e idiota como ella sola, pero la chupa de la
hostia, ¿entiendes lo que quiero decir? — Borja parecía a punto de llorar. “En
realidad, no es más que un crío llorica”, le dijo a Tolo una parte de sí mismo.
veo que no. Tu madre me la chupaba hasta que me corría en su boca. Le gustaba
mucho tragarlo, decía que era otra forma de vampirismo. Y luego, entre lo que
regurgitaba para ti, estaba toda mi corrida. Vamos, que te has criado tragándote
Uno de los amigos de Borja soltó la risa sin poder contenerse. Borja había
—Mi madre sigue siendo la nieta del jefe de la casta Dementia — masculló
Borja —. Yo sigo siendo un Dementia, ¡el sucesor! Si queréis seguir vivos
mañana, más os vale…
padre lleva la legislación de la casta, y creo que eso sería suficiente para pedir su
tan viva que ardía por dentro, y se lanzó a por Tolo. Éste le vio venir, y le dejó
acercarse, y cuando estuvo lo bastante cerca, le golpeó la cara con el puño con
todas sus fuerzas. El crujido que hizo la nariz de Borja al partirse, fue el sonido
****************
había pasado una hora, pero sabía que llevaba mucho tiempo allí. Se sentía
que el recuerdo, era muy desagradable, pero los vampiros no tienen la misma
sensibilidad que los humanos. Para ella, aquello había sido muy duro, doloroso,
Iana obedeció y Tolo la tomó en su regazo “igual que cuando era un bebé y
Tatiana me la puso en las rodillas por primera vez”. La acunó en sus brazos y
sintió una presencia en su boca. Era la lengua de Iana. La joven le miró con ojos
amanecer, y lo sabes. Lo que has hecho, sólo se salda con tu muerte. Date un
gusto antes de desaparecer del mundo.”, pensó. Y sabía que estaba mal, pero…
Drácula, llevaba años enamorado de Iana. Mientras fue una niña, pensaba que
simplemente era cariño, pero cuando se convirtió en mujer, se dio cuenta que la
Iana se deslizó al suelo. Le dolía demasiado el vientre como para tener sexo,
tela del calzoncillo. El pene de Tolo estaba ya erecto por efecto del beso de la
torpe y feo, torcido y delgaducho. Éste era bonito. Orgulloso, tieso, con gracioso
vello rojizo rizado en la base. Tolo jadeaba sólo sintiendo la cara de Iana tan
Iana tenía las manos calientes, y su mejilla más caliente aún. Lo frotaba
hasta que por fin se lo metió en la boca. Tolo tuvo que gritar de placer, y apretó
los puños para resistir el impulso de tomar a Iana por la cabeza y apretarla contra
sí. La joven ensalivó su polla, dejándola resbaladiza y brillante, tan sensible… y
perfecto para estorbarlo con palabras. Se limitaba a sentir. Sentir aquélla boca
escalofríos de gusto a cada toque de la misma. Sentir aquéllas manos cálidas que
acariciaban el tronco cuando éste quedaba libre, que jugueteaban con sus bolitas,
pero sabía que era imposible. Su tiempo ya se estaba terminando, sabía que el
alba se acercaba… se dejó vencer por el inenarrable placer que sentía, y sus
caderas empezaron a moverse solas. Iana le miró a los ojos con verdadero cariño
en ellos, y eso fue más de lo que pudo soportar. Tolo exhaló un gemido ahogado
una tiritona de gozo infinito, y se derramó dentro de la boca de Iana, que tragó
—¿Por qué me hizo esto? ¿Por qué tuvo que hacerlo así? — sollozaba,
abrazó por detrás para darle calor. En un ratito tendría que levantarse y salir.
************
Ahora.
inconsciente, así creo que no sufriré mucho. — le dijo Tolo a Alan. El cazador
soltarse, había atado ratas sobre su cuerpo que le devoraran lentamente, de modo
que el vampirito estaba cada vez más débil. Para cuando saliese el sol, seguiría
voz baja. No podía hablar bien con la nariz partida, y parecía que eso le diese
que os maten…
“Violó a una chica.” Pensó Alan “A una chica de la edad de mi hija, pero
mentalmente, más joven aún. La violaron entre varios. Ni para hacer solo algo
así servía ese tío.” Miró a su esposa. Y no necesito preguntarle qué pensaba.
**************
que la caza había tenido éxito, pero Alan aseguró que el tal Borja había
casta no le importó gran cosa: toda la familia del citado había sido asesinada o
llorar al ver a sus padres, y estos la cubrieron de besos, igual que a Tolo, pero
nadie preguntó nada. Cuando los dos vampiros se tomaron de la mano por
ordenaba libros y fotos que quería llevarse, y charlaba con su madre, que la
ayudaba a meter media casa en las maletas, que era lo que intentaban en opinión
que eran los licántropos al no tener castas, sino clanes familiares. Su hija no
podría liarse nunca con un inferior, porque entre licántropos, ese concepto no
existía. Para hacerlo, su hija tendría que liarse con… bueno, qué tontería, ¡eso
era imposible!
Mímame, Irina.
—¡Ah, llaves del coche, canastilla, voy, voy! — Arnela, mi ayudante, pegó
haber pegado una voz en medio de la biblioteca, sino por haberme quedado frito
Así son las cosas: hace apenas dos años, yo vivía tranquilo y feliz en mi
y ahora no sólo era esposo, sino padre. Lo que al principio me había emocionado
hasta casi las lágrimas, ahora me producía llanto también, pero de pura
limpieza, o quien pudiera simplemente descansar dos minutos, sólo dos minutos.
no sabíamos lo que era dormir cuatro horas seguidas. Ella había solicitado la
deberían. De modo que, sobre todo los primeros días, me tocó trabajar dentro y
fuera de casa, porque Irina, agotada por un parto de gemelos, apenas podía
moverse de la cama. Ahora, también ella limpia, cocina y recoge, pero da igual
que lo hagamos los dos, podríamos ser veinte y no daríamos abasto igual. Kostia
y hay que cambiarles de pañales más o menos con la misma frecuencia (y comer,
comerán miel, pero, con perdón, cuando cagan, cagan MIERDA, ¡qué olor!), y
Yo pensaba que, siendo tan pequeños, lo único que harían sería comer y
dormir, que no darían mucha guerra, que nos darían unos días para
hemos tenido esa suerte, sobre todo con Kostia. No deja de llorar, no hay quien
hambre o que estaba enfermo, pero está completamente sano. Gana peso de
forma normal y no le pasa nada más que quiere llamar la atención y estar todo el
pediatra le aconsejó que, una vez terminada la toma, lo acostara sin más y no
hacerlo, casi tiró la casa abajo con el llanto, hasta que vomitó por los sollozos.
despellejaban las tetas, que ella no hacía que su hijo volviese a pasar semejante
berrinche. Así que ahora lo deja dormirse pegado a su pecho, y sólo cuando se
Y esto durante el día, pero por la noche, es lo mismo. Román duerme casi
seis horas seguidas por la noche, pero Kostia pide comida apenas tres horas
los dos. Así las cosas, no es de extrañar que, mirando las fichas de devoluciones,
Estoy en el trabajo y pienso que Irina está sola en casa, agotada, bregando con
los dos y sin mí para ayudarla. Estoy en casa y pienso que la biblioteca no está al
eso fuera poco, desde que nacieron Kostia y Román, Irina y yo… nuestra vida
Pero no voy a mentir: lo echo de menos. Tengo ganas, muchas ganas de estar
con Irina. No sólo de placer físico (aunque de eso también), sino de mimos. De
poder besarla, abrazarnos, jugar. Todo eso se ha terminado. Y cuando pienso que
quizá sea así para siempre, que tal vez no podamos volver a estar juntos nunca
que hubieran tardado un poquito más en llegar, o al menos que Kostia fuera un
poco más tranquilo, como su hermano Román, que sólo come y duerme y apenas
llora.
que vengo a buscarlo, me da usted esto, ¿es una broma, o qué? — el profesor,
con cara de pocos amigos, levanta el libro que le he dado. Es el “¿De dónde
estómago me dio un vuelco, ¿qué había hecho con el libro? Traté de conservar la
calma, me froté los ojos y miré de nuevo, quizá me había confundido recordando
su sitio alfabético, donde debía estar. Cogí la escalera y busqué por toda la
mientras fui al ordenador a comprobar las últimas retiradas. Ante mi horror, ahí
imperdonable, y nada de lo que me dijera el profesor podía ser peor que lo que
expresamente le pedí que dejara en depósito para que NADIE lo sacase? ¿Está
había dejado ese libro en depósito por una razón, para que NADIE pudiera
cogerlo un día antes del examen y usarlo para pegarse la panzada! ¿No se da
tendrá!
los apuntes a principio de evaluación y no el día antes del examen, cuando les
confisca los libros de consulta, tal vez ellos no usaran ese tipo de subterfugios y
estudiasen desde el primer día si les da los medios para ello? — Era lo peor que
podía hacer. Plantar cara, era lo peor que podía hacer, y me arrepentí al instante
de haber abierto la boca, pero ya no podía hacer que las palabras volvieran atrás.
explíqueselo al decano!
irme, cuando me llamó —. Señor, ¿por qué no dice que fue un fallo mío, y que
usted dijo que se equivocó por encubrirme? Todo el mundo le creerá, y mi tío no
será muy severo conmigo. De algo ha de servir ser la sobrinísima del decano. —
Me quedé mirando a Arnela con una sonrisa hasta las orejas. Era enternecedora
en su adhesión hacia mí.
*****************
de…
juntas por las yemas de los dedos — ¿No ha pasado por encima de su mando
accidente.
sugerido que podría orientar a sus alumnos hacia los textos de consulta
adecuados al principio del semestre, y no dos días antes del examen parcial.
El Decano asintió con la cabeza.
decano en ese momento —. Dígame, señor Oliverio, ¿tiene usted por costumbre
resultados.
mí?
—¿Por qué?
Pero la biblioteca, sí. Usted empezó como ayudante del bibliotecario siendo muy
pertenece a usted, sino a mí. Y yo soy quien toma las decisiones, todas las
decisiones. Y en concreto, que la biblioteca está abierta hasta tan tarde, cuidada
sólo por algún ayudante o por los mismos estudiantes, me parece una decisión
muy a la ligera. Estoy seguro que no la usan para estudiar, sino para fumar, jugar
para no quedarse sin sitio. No, señor Oliverio, no puedo permitir que la
biblioteca sea usada para esos fines. Desde este momento, queda prohibido su
“uso nocturno”, como usted lo llama. Si quieren estudiar, tienen tiempo de sobra
durante todo el curso, no tienen por qué hacerlo en los días previos a los
enterar que se usa la biblioteca fuera de las horas establecidas, tendré que tomar
—. Pasando a otros asuntos más agradables, creo que ha sido padre muy
recientemente, ¿verdad?
criaturas de tres semanas? Cójase la baja por paternidad, señor Oliverio, quédese
en casa con su mujer y sus hijos, y descanse. Se lo merece. Sé muy bien que es
usted muy exigente consigo mismo, tal vez demasiado. Se merece descansar y
tomarse las cosas con más calma. Deje de pensar que todas las bibliotecas
dependen de usted, que todo depende de usted. Recuéstese más en mí, que para
eso soy el Decano. Delegue, señor Oliverio. Piense en ello cuando llegue a casa.
dicho el Decano. No era más que palabrería bonita, lo que en realidad quería
ocurra ni respirar sin pedirme antes permiso”. Recogí mi abrigo del perchero y
entrar de nuevo. Me habían dicho que me tomase la baja por paternidad, ¿no?
mucho frío y amenazaba nieve, conduje con la ventana abierta, intentando que el
las entrañas.
Cuando llegué a casa, respiré hondo antes de abrir la puerta. No quería llevar
las iras del trabajo a mi casa. Iba a estar doce semanas con mi mujer y mis hijos,
así que sonreí, y abrí. Y lo que oí, me llenó de asombro. Digo “oí”, pero en
realidad, fue lo que NO oí. No oí nada. Silencio. No había llantos. Aquello me
asustó, ¿qué había pasado? Corrí a la alcoba de matrimonio casi con miedo, pero
allí estaba la cunita, con los dos niños dormidos panza arriba la mar de
aspecto de haber dormido doce horas seguidas, y muy sonriente por verme allí
tan temprano.
Kostia?
el chupete, y a Kostia a su lado, tan ceporro como él, y abrazado a una bolsa de
agua caliente. — Estaba tan desesperada porque no parase de llorar, que pensé
que, entre los innumerables consejos de mi madre, tenía que haber alguno para
acabar con ese llanto, sin necesidad de atármelo al pecho. Y me dijo que si
lloraba cuando lo quitaba de mi lado, es que añoraba mi calor. Que lo que tenía
que hacer, era darle calor artificial para que se sintiera acompañado y así no
prenda mía para que sintiese mi olor, y así se calmaría. Y magia. Lleva toda la
hecho la comida y hasta he echado una cabezada. Les he dado de mamar no hace
ni cinco minutos, y mira, dormidos que da gloria verlos.
Suspiré. Era una maravilla que al menos algo hoy, saliera bien. Me quité el
el catedrático y el decano.
—Me ha dado una rabia… Te juro que me he sentido como el último mono,
—Tú sabes que eso no es cierto, cielo. Eres el bibliotecario jefe. Tienes en tu
¿A que, para eso, no te pusieron pegas? ¿A que, para la patente del programa, no
les importó que las biblios fueran “tu feudo particular”, eh? — asentí. Irina me
ella. Era lo más agradable que sentía en muchos días, y me dejé mimar, mientras
—Irina, sabes que eso no importa, yo podría decir lo mismo— susurré, pero
me quedé totalmente sin voz cuando mi Irina se sacó el jersey por la cabeza.
Intenté decirle que no hacía falta, y que además estaba cansado, agotado. Pero
mi mujer me sonrió y siseó para acallarme. Se sentó mejor en la cama y me
risa floja, pero mi Irina me sonrió con ternura y me abrazó. Y pensé “al diablo la
“Le han crecido desde que da de mamar” pensé. Qué bien me sentía. Mi
lento. Yo sentía las orejas muy calientes, y el lado de la cara que apoyaba en su
la mejilla. Me froté contra ella y su risa hizo temblar sus pechos, que golpearon
graciosamente mi cara.
—El Cielo tiene que parecerse a esto— musité, con esa voz temblorosa de
tontito que se me pone apenas tengo ganas. Irina sonrió y noté algo húmedo en
mi oreja. Miré. Un rodalón oscuro se extendía por la tela del sostén. Mi mujer
pareció apurada e intentó apartarse para limpiarme, pero me apreté más aún. No
quería que me soltara, el que me tuviese tan abrazadito era justo lo que yo
de leche. Y entonces, me vino a la mente, una idea muy perversa, “¿a qué
la mirada cuando se lo bajé. Oí por lo bajo la risita traviesa de Irina, y eso me dio
valor. Una gotita blanca y tibia cayó de su pezón como una lágrima. Mi corazón
círculos, con los ojos cerrados, oyendo la sonrisa de mi mujer, sintiendo sus
noté más, el sabor se extinguió enseguida, así que muy despacito, acerqué la
boca. Besé el pezón, y pequeñas gotitas de leche cayeron sobre mis labios, que
relamí al instante. Sabía raro, pero sabía bien. Me sentía una especie de
depravado por hacer algo así, pero miré a Irina para ver qué opinaba ella. Mi
mujer estaba sonrojada, guapísima con la cara tan roja, y me dio la impresión de
que era ella quien sentía vergüenza, esa vergüenza agradable que sientes cuando
te hacen algo que te gusta, como cuando ella me acaricia, esas mariposas en el
Irina echó hacia atrás la cabeza y ahogó un gemido de gusto. Yo había oído
que la lactancia puede provocar placer, pero no creía que fuese cierto, hasta ese
líquido calentito derramarse dentro de mi boca. Era más dulce que la leche de
vaca, y también como más espeso. Paladeé y tragué, y sólo en ese momento, me
di cuenta de que era un estúpido celoso; había temido que mis propios hijos me
robasen el afecto de Irina, sólo porque uno de ellos era especialmente protestón.
bueno y dócil, todos los afectos han sido siempre para mí, no estoy
NUNCA podría dejar de quererme, aunque tuviéramos diez hijos. Ella siempre
tendría tiempo para “su primer bebé”. Me sentía tan en la gloria que apenas me
de sus mimos. Mi mujer me soltó el botón del pantalón y bajó la cremallera para
dejar salir mi erección y me acarició con pasión. Tuve que soltarle el pezón para
ganas de llorar de emoción por lo querido que me sentía en aquél momento. Irina
me miró con tanta ternura, que me pareció que ella se sentía igual, y era para
ello; llevábamos más de tres semanas sin ni siquiera tocarnos, sin darnos más
que un besito fugaz. Era tan hermoso disfrutar de nuevo un poco el uno del
otro… Irina se recostó hacia atrás, llevándome con ella, y se bajó las mallas que
llevaba. Mis manos se dirigieron solas a sus caderas, a la suave piel de sus
nalgas, y creí morir de felicidad. El tacto de su piel, tan suave, parecía saludarme
hacia ella, no quería más preliminares, quería que la saciara. Y yo lo iba a hacer
de mil amores.
Me costó Dios y ayuda contener el grito de placer que surgió desde mi bajo
abrazó, gimiendo en voz baja, frotando su cara contra la mía. “Me abraza con los
brazos, con las piernas y con… y con su sexo, me abraza con todo su cuerpo”,
pensé confusamente, apretándola contra mí, mientras mis pies se movían solos y
juntos, que mi pene era aplastado por su cuerpo, que me exprimía, me derretía
con su calor inmenso. Mis caderas daban golpes convulsos, incapaz de hacerlo
de forma más comedida o lenta; las ganas me gritaban en las entrañas y tenía que
saciarlas, y saciar las de Irina, que gemía entre mis brazos, mirándome con los
ojos brillantes de deseo y placer. Pude ver cómo se empezaba a poner roja, roja
hasta el pecho, me miró con los ojos casi desencajados y me apretó con fuerza,
los puños cerrados en mi camisa, mientras su cuerpo temblaba. Se curvó debajo
Gracias a mí.
mujer, que gimió con cariño cuando la notó dentro de ella. Mi cuerpo dio
llevaba sin eyacular, dejándome exhausto, pero satisfecho, con una embriagadora
*************
niños casi por primera vez desde que nacieran. Kostia, sin dejar de ser un
caliente, y a Román no le hacen falta aditivos para ser bueno: come, duerme,
come, duerme… Pero por más que nosotros pasamos una semana tranquila,
parece que en la universidad, no lo fue tanto. Apenas ocho días después de mi
marcha, recibí una llamada de la última persona que hubiera esperado que
—¿Señor Oliver?
opuesto.
—Eso no importa ahora, señor Oliver, tiene usted que venir a la Universidad,
—No, señor Oliver, no está de baja por paternidad, todos sabemos que el Decano
le dio una patada en el culo de mala manera, y no estamos dispuestos a
consentir algo así. Tiene que volver a su puesto. Si se va de baja a jugar a papás
y mamás, váyase, pero con todos los honores, no de extranjis y a escondidas por
algo más, pero Rino elevó un poco la voz —. Si quiere entenderme mejor, ponga
la tele, que lo están retransmitiendo en las noticias en directo.
—¡Su tío, va a lincharla! Oli, tienes que ir allí y parar esa locura— me dijo
visto esto mismo por televisión, y a transmitirle que tome usted, como
responsable máximo que es de la universidad y de las bibliotecas, las medidas
estudiar hasta tarde en un sitio silencioso, dedicado a ello y donde tienes los
que sostenía un cartel que decía “Decano, no seas tigre, permite el estudio libre”.
mandamás le conviene.
—Señor Oliverio. Yo soy el Decano de esta universidad. No puedo ocuparme
allá de las rabietas de cuatro estudiantes revoltosos. Así que le hago a usted
cargo de esto.
no puede asumir. Para hacerme cargo de una situación de crisis como ésta,
necesitaría tener conocimiento exacto de todas las biblios de todas las facultades,
quería que le sacase las castañas del fuego para luego volver a echarme a un lado
por entero.
era “la carrera de la Reina Roja”, pensé. Correr, para conseguir permanecer en el
mismo sitio. Pero los estudiantes ya estaban pegando gritos de júbilo, y dándome
tomó una horquilla del pelo de Arnela y desató las esposas que le encadenaban,
mientras Arnela sacó las llaves de las cadenas de la mochila que tenía a la
tenía que alzar la mano, porque es más alto que yo) —. Oye, por casualidad, tú
la bajó al instante, toda colorada. “No…” Me dije “No, no puede ser que ella…
No la creo tan loca… Dios mío”. Y me reí, recordando una frase que suele decir
escasísima conversación con ella acerca del libro que estaba leyendo, no había
habido más avances. Todos los días me sentaba junto a ella a la hora del
de hablar con ella mucho más que el primer día. Ocaso me toleraba a su lado, me
“soportaba”. Pero una cosa es que me permitiese pasar el tiempo sentado allí, y
otra muy diferente que me diese la mínima confianza. La misma persona, pero
cuando teníamos algún encuentro y el plazo del mes que le había pedido, iba
pasando inexorablemente.
—Te dije que era golpearte la cabeza contra un muro de piedra, Imbécil —
espalda, las tomaba entre las suyas enguantadas, para hacer que me masturbase
siendo ella quien me guiaba— ¿Por qué no lo dejas ya? Abandona ahora que aún
puedes, y olvidaré el trato del castigo. — Había llegado con ella a un acuerdo,
como para que ella me quisiese seguir viendo, ella tendría derecho a imponerme
—No, no puedo, ama, no puedo dejarlo ahora— gemí, sintiendo sus manos
mover las mías muy lentamente. Yo hubiera querido hacerlo más deprisa, pero
despacito. Mi miembro erecto pedía guerra a gritos, pero se tenía que conformar
claro que lo había hecho, y no precisamente dos veces, pero eso, ¿cómo se lo iba
a tomar mi ama? No tenía sentido decirle que no, semejante bola no se la tragaría
—¿Por qué has de sentirlo, Imbécil? La fantasía, no puede hacer ningún daño
muslos.
parecía gritar por que siguiéramos. Intenté mover las caderas para frotarme
contra el hueco de mis manos, y Mariposa me pellizcó el culo para que parase, lo
Eso era jugar sucio, muy sucio. Yo sabía que mi ama había sufrido abusos
sexuales en su adolescencia, por parte de un familiar. Como dómina, como
Mariposa, el sexo le gustaba porque siempre era ella la que llevaba las riendas, la
romper el muro tras el cual se escondía, para lo que era preciso tener infinidad de
tacto. Pero para recordar todo eso, uno tenía que tener libre la cabeza de arriba.
En ese momento, yo sólo podía pensar con la de abajo, y mi ama lo sabía. Ella
quería que fuese mi pene quien hablase y así poder echarme en cara que mi
interés en Ocaso era puramente sexual, que el amor no existía, como ella insistía
siempre. Tenía que contestar o me reventarían las pelotas, pero no podía decir la
—El amor— contesté por fin. Y no era mentira, pero quedaba mejor que si
decía algo como “pegarle un polvo que se le queden tres días las piernas
—Ama… — no sabía cómo expresarle lo que sentía, ¿por qué había tenido
que ser tan desagradable? ¿Tan asqueroso le parecía un beso? Ella me había
besado en ocasiones, habíamos usado la lengua, había habido saliva, desde luego
que sí, pero nada tan asqueroso como lo que ella había descrito. Claro que como
su esclavo que era, no podía decirle algo así. Mi ama miró mi miembro fláccido
—No me gusta lo que estás haciendo. — dijo, con los brazos cruzados sobre
los pechos— ¿Tanto asco te da lo que te digo? Pues no es ni más ni menos, que
la realidad que esconden tus palabras. Puedes ocultar tus deseos bajo todas las
palabras bonitas que quieras, pero tú y yo sabemos que son falsas. No quieres
hacer feliz a Ocaso, quieres tirártela, sin más. Quieres ponerte sobre ella y
bombear hasta hartarte, quieres que tu sudor caiga sobre ella, que se trague los
jadeos de tu aliento pestilente y que te sirva para guardar tu asqueroso semen, en
tratado así.
boqueando como un pez fuera del agua, ¿por qué me hablaba de esa manera tan
cruel, tan retorcida? — ¡Yo no soy vuestro tío! — dije al fin. El rostro de
Mariposa pareció desfigurarse de odio cuando me oyó decir aquélla frase. Sus
ojos despidieron chispas de ira y se levantó hacia mí. Cerré los ojos y volví la
mi ama con la mano alzada, pero no la dejó caer. Ella misma miraba su brazo, y
estaba muy roja. Se relajó y tomó la llave de las esposas para soltarme— ¿Ama?
quitarme el collar del cuello. El collar de púas de acero, de perro, que me había
dado hacía algún tiempo, por ser un buen esclavo… instintivamente, me llevé las
manos al collar, ¡no quería que me lo quitara! No, si aquello significaba lo que
yo temía.
tema… eso sólo quería decir una cosa: que se había terminado. Mi maldita
bocaza. Le había hecho perder el control, mi ama había estado a punto de
estos fuesen negativos. Había admitido que yo tenía razón al echarle en cara que
perrito, a sus pies. Mariposa me ignoró, hizo como si yo no estuviera, pasó por
soy un bocazas. Os lo ruego, no os marchéis, seré muy bueno, seré perfecto, pero
paso, pero Mariposa pasaba por encima de mí, fingiendo no verme ni oírme—
vos?! ¡No me dejéis sin vos, ama…! ¡Sed clemente, vos que sois perfecta!
de los ojos sin que pudiera evitarlo cuando ella abrió la puerta e intentó salir,
tiempo con ella se agotaba mientras el ascensor subía. — Por favor… — rogué,
y sólo yo sé que las palabras me salían del alma —, por favor, ama, os lo suplico,
ama, mi vida sin vos no tiene sentido, no puedo dejar que me abandonéis sin
luchar por vos, ama. Por lo que más queráis en el mundo, que ya sé que no soy
yo, pero dad a vuestro Imbécil una palabra de consuelo— Mariposa meneó la
pierna, pero cuando alcé la vista del suelo, me di cuenta que no lo había hecho
para que la soltase, sino porque el ascensor se había abierto, y mis vecinos, una
adorable pareja de ancianitos, nos miraba con estupor. Y yo seguía desnudo. Por
un lado, me sentía tan ridículo que pensé seriamente en buscarme otra casa a
orgullo, no tengo respeto alguno por mí mismo, porque vos, me importáis mucho
más que todo eso. Delante de terceros, o delante de cualquiera, os ruego una vez
más, que seáis clemente. Por favor, ama, dadme una oportunidad de redimirme.
sólo cuando me sacaba vestido de chica, como Micaela, pero ahora le estaba
dando tema para hablar a todo el bloque. Todo el mundo sabría cómo el joven
encargado del banco, el chico tan formal del sexto piso, era tenido por una
dómina, que le tenía absolutamente bajo su control. Era demasiado tentador para
nuca, donde yo aún llevaba el collar de púas y tiró de mí para llevarme de nuevo
a casa, quise reír a carcajadas del alivio que sentí, y mi pene se volvió a erguir al
instante hasta quedar pegado a mi tripa, mientras mis vecinos casi huían hacia su
—Ama, ¡oh, ama, sois cien veces buena conmigo! — dije, con una sonrisa
bobalicona que me llegaba hasta las orejas, apenas entramos en casa. Mariposa
me miró, y, sin duda recordando las caras que se les habían quedado a los pobres
pensaba deshacerme de ti, sólo irme y dejarte hasta mañana o pasado sin noticias
mías, nada más. Te lo he dicho ya muchas veces: eres el mejor esclavo que he
tenido, ¿piensas que iba a privarme de ti, por tan poca cosa como el que seas un
poco bocazas? Tienes que aprender a tener en ti mismo más seguridad. — Me
acarició el cabello negro y suspiré, ¡qué gustito sentir sus dedos rascando mi
cabeza! Me dejé llevar y me rebocé contra sus manos, besándole los antebrazos.
emoción que sentía, y me daba rabia ser tan sensiblón, pero después de lo mal
que lo había pasado y el alivio que sentía ahora, tenía ganas de reír y llorar al
mismo tiempo. Tímidamente, llevé mis manos a las de mi ama y las puse en mis
sonrisa se ensanchó y me tomó del collar, cómo me gustaba que hiciera eso. La
seguí dócilmente, lamiendo con suavidad el terciopelo del guante, que le llegaba
—Imbécil, hoy quiero tu lengua. Has sido un bocazas, así que vas a usar esa
boca para algo más positivo. — dijo mi ama mientras se quitaba de nuevo el
corto vestido negro que solía llevar cuando venía a verme, dejando ver las típicas
medias sujetas con el liguero que conocía tan bien, el tanga negro y el sostén que
encanta hacerle sexo oral, me maravilla que me permita darle un placer tan
lujurioso, me vuelve loco sentir su sexo dando contracciones y a mi ama
acercó a mi rostro, meneándolo, y yo, como el perrito que era, lo olisqueé, lamí e
intenté morderlo, lo quería para mí. Mi ama se reía y lo apretó contra mi cara, y
yo aspiré hondo… Dios, qué bien olía… un gemido se me escapó y me llevé las
manos a la espalda, porque las estaba acercando sin darme cuenta a mi pene
ansioso.
—Vas a ponerte de rodillas entre mis piernas, y vas a lamerme con mucha
su… su culo. También me dejaba besarla allí. Era tan perverso, me daba tanto
morbo, que sólo de imaginarme metiendo mi cara entre sus nalgas, estuve a
más bonito, lo más perfecto que podía imaginar hombre alguno. Su sexo era
introducido en ella menos veces de las que hubiera querido, podía atestiguar que
lo era, era tan esponjoso y blandito como parecía. Estaba cerrado sobre sí
siempre depilado por completo. En la penumbra del cuarto, iluminado sólo por
las velas, podía verlo, tan rosado para mí. Y también su culo, aún cerrado, con
unas nalgas de piel suave; las acaricié sin poder contenerme, paseando mis
manos por sus muslos, subiendo y bajando en mis caricias, despacio y con
escalofrío. “Tiene ganas”, me dije, y empecé a lamer sus labios exteriores, muy
pensé que hubiera dado media vida por poderla penetrar y oírla gemir en mis
orejas, pero el mero hecho de saber que estaba haciéndola gozar, ya era
su dulce rajita estaba empezando a segregar jugos, y los recogía con lengua al
inmediato. Mi lengua se paseó a placer por su sexo, hasta llegar al perineo, zona
que acaricié a lamidas muy suaves, y el sexo de mi ama se estremeció, haciendo
que sus piernas temblasen ligeramente. Con las manos, le abrí las nalgas, y vi su
ano. Una estrellita de color rosa. “Y es para mí” me dije, aturdido. “Mi ama me
deja que la bese aquí, me deja jugar con algo tan bonito como esto”. Saqué la
cara entre sus nalgas y lamí, suavemente, como ella quería, pero con ganas. Con
estremecía cada vez que la movía, a cada círculo sobre su ano. Sabía que le
otra vez; me encantaba lamerle el culo, pero yo quería su coñito, quería abrírselo
acariciándole la piel con los labios, y abrí su rajita con los dedos. Un hilillo de
flujo, retenido en la misma, goteó hacia el sofá, y yo, sabiendo que mi ama es
morir de felicidad, pero mi ama tuvo que echar atrás la cabeza para gemir, como
—Así, así… — pidió, bajo su voz podía oír la sonrisa de gustito — Sigue,
sigue, méteme la lengua… — Ah, Dios, era demasiado. El hacerlo tan
excitación, pero en aquél momento, no hubiera parado por nada del mundo.
lamiendo. Ahí estaba la perlita… la lamí, haciendo círculos en ella, y a cada giro
mi ama movía las caderas y gemía para mí. Retrocedí un poco, lamiendo, y
Seguí lamiendo su interior, podía notar mi lengua casi aspirada por su sexo, y no
dejaba de pensar en cómo lo notaría cuando se corriera, al tiempo que llevé una
acariciar, muy despacio, como ella quería. Quería que la hiciera sufrir, quería un
Mariposa se estremecía a cada roce y, por los sonidos ahogados que emitía,
creía poder decir que estaba mordiendo el respaldo del sillón. No aceleré, seguí
haciéndolo igual de despacito, a pesar de que los movimientos de sus caderas
eran un ruego precioso para que la diera sin piedad, ¡era tan divertido torturarla
intentando tan sólo hacerlo con la misma lentitud. Mariposa había cambiado los
gemidos por gritos y quejidos sordos, necesitaba correrse, quería hacerlo, pero
ella misma no me dio órdenes de acelerar, así que se tendría que aguantar hasta
que le viniese, si bien no parecía faltar mucho, pero con esa estimulación en sus
tres zonas, cada segundo de placer era una tortura devoradora. Apreté un poquito
un temblor más fuerte. Ahí estaba, ya no iba a aguantar más, se iba a correr…
seguí, notando cómo Mariposa temblaba y sus gemidos se hacían más agudos,
más cortos y seguidos, y por el rabillo del ojo, vi que sus pies daban una
convulsión, y entonces, estalló.
estaba corriendo! El pensar que podía darle a mi ama más de un orgasmo, había
sido demasiado para mí, e intenté seguir acariciando a pesar de que se me estaba
saliendo el alma. Sabía que no debía, pero no pude evitarlo: aceleré. Mariposa
metí la lengua lo más hondo que pude, y aceleré con los dedos una vez más,
enloquecido, y siendo sólo capaz de pensar que quería otro más, quería que se
corriese otra vez más… Mariposa se rió a gemidos, temblando como si tuviera
tiernamente, lamiendo con suavidad los restos de sus jugos, hasta que Mariposa
se dejó deslizar al sofá, y con esfuerzo se dio la vuelta para mirarme. Tenía una
gran sonrisa en los labios, y las mejillas coloradas como tomates, los ojos
empapado en sus jugos, y me lamía los goterones que había recogido con las
manos, mirándola a los ojos. Había eyaculado sin tocarme, tenía el miembro
sentía satisfecho. Nada me daba más placer que darle placer a ella. Mariposa me
abrió los brazos, como hacía cuando le daba tanto placer que bajaba la guardia.
como un gatito, sintiendo sus pechos cálidos bajo el mío, eran tan blanditos y
calientes…
—Cada vez… cada vez lo haces mejor, Imbécil— admitió mi ama. — Eres
gloria, no iba a poner pegas. La sonrisa me llegaba a las orejas: mi ama me tenía
podía haber nada mejor en todo el mundo que pertenecer a una ama tan buena
como ella. Cómo me gustaría poder sentir algo así, pero con Ocaso, con ella
como persona, no como dómina. ¿Por qué no nos dejaba probarlo? ¿Por qué no
**************
El lunes, no dejaba de mirar a Ocaso. Sabía que lo había visto, TENÍA que
dirección, tenía que haberlo recibido por fuerza, pero no daba ninguna muestra
de la tierra. Pero yo sabía que había recibido mi correo, que sabía que era mío, y
lo habría leído. Y ahora, tenía que darme una respuesta. Lo que había puesto en
el correo, era en realidad, una proposición bastante simple: “Amo busca sumisa.
Cretinas abstenerse”.
acusación particular. Aunque también era un gran defensor, sólo rara vez
aceptaba casos de defensa, lo suyo era acusar y destrozar defensas, y si podía ser,
habían llamado Jean porque su madre era francesa, y él mismo insistía en ser
llamado así fuera de la audiencia, incluso por sus trabajadores, entre los que yo
única cosa que se podía decir a favor de Jean en ese aspecto, era su sinceridad:
daba trato de favor a aquéllas que sí le concedían sus deseos. Lo que le gustaba,
las que tiraba los trastos de forma puramente sexual, sin demasiada cortesía y en
supiera, del trabajo se había acostado sólo con dos o tres, y ninguna de ellas
seguía ya allí. Una se había casado y había decidido dejar de trabajar, otra había
constantemente “señor Fidel” en lugar de Jean, quien le exigía que fuese más
sé ahora, sin duda hubiera usado otra estrategia, pero cuando entré a trabajar con
entregué unos informes y vio que estaba todo perfecto, me despachó dándome
pregunté “¿¡qué hace?!”. —. Siempre trato así a mis chicas. A todas. Soy un
hombre cariñoso.
“Habla de nosotras como si fuera un chulo o cosa así.”, pensé, y salí, o más
bien escapé de su despacho tapándome el culo con la carpeta vacía. En los días
que me hubiera cogido a mí, es que a todas nos trataba igual. A todas nos decía
denunciado por acoso, ése hombre parecía conducirse como si tuviera un harén
—Una intentó denunciarle una vez. Lo hizo, de hecho, contó todo lo que
hacía. Le llevó a juicio. Y Jean logró que la declararan culpable por acoso a ella.
Él, quedó como un hombre sociable y expansivo que simplemente trataba a sus
estás dispuesta a aguantarle tal cual es, mejor búscate otro empleo. No te lo
impedirá y además te dará buenas referencias, pero no intentes nada contra él,
llevas todas las de perder; Jean lograría condenar a la silla eléctrica a la Madre
Teresa.
Y tenían razón. Y por eso había querido trabajar con él, sabía que era de lo
mejorcito del país, trabajar con él era una buena recomendación para cualquiera,
quien me diera la gana. Pero tenía que aguantar un año por lo menos, o dos, para
haber trabajado con él por tres meses. Así que sólo me quedaba aguantar, o
verdad.
había que tener miedo, todo era divertido. Pero cuando llegué a la adolescencia,
las cosas empezaron a cambiar. Entonces, tuve que tener cuidado. No debía… si
las juergas. Cuando salía con mis escasas amigas, la fiesta se terminaba para mí
apenas ellas proponían ir de bailoteo o cosa similar. Mis salidas eran al cine y
hablar, y poco más. Con el tiempo, y por cada vez que fracasaba, me había ido
volviendo más y más introvertida. Había tenido sólo un novio en toda mi vida, y
fui yo quien le dejé, porque no podía salir con él a casi ningún sitio. Él quería ir
siempre, siempre ponía excusas. Que mi madre estaba enferma, que tenía que ir
a la compra, que me iba a llegar un paquete y tenía que estar en casa… Mis
negativas sólo tenían un efecto: cicatear a Jean más y más. Mi reticencia hizo
que se interesase por mí más que por cualquier otra chica, yo me convertí en la
plaza que deseaba tomar por encima de todo; para él era impensable tener una
mujer guapa en la oficina y que ésta se negase taxativamente a reírle las gracias,
cuando se negaban a dejarse tocar, era siempre con una sonrisa, con un
sigue usted alargando las manos.”; “Los ojos, los tengo un poco más arriba,
¿sabe?”, y todo dicho siempre con picardía, con humor. Yo no entraba en ése
con el bloc en las rodillas, las piernas cruzadas para llegar mejor sin doblarme
los tobillos, porque notaba que él me miraba. Por fin dejó de dictar. Yo esperé,
con el boli pegado al papel, hasta que no aguanté más y alcé la mirada. El señor
Fidel me miraba con sus ojos oscuros y pícaros, y me encontré mirándole con
atención sin darme cuenta. Era atractivo. Tenía el pelo negro muy abundante,
peinado ligeramente hacia arriba, dándole aspecto de erizo aseado. Una cara
simpática, donde destacaban los ojos tan negros como su cabello, brillantes y
llenos de malicia, que hacían pensar en chistes verdes. Que, de hecho, parecían
mirada, y me encantaría hacerlo también con las manos”. Una nariz recta y bien
permanente le hacía aparecer graciosos hoyuelos en las mejillas. Era muy alto,
flaco. Además, se vestía bien, solía llevar traje terno y el chaleco le hacía un talle
obsesionado con el sexo. Si un hombre como él podía querer algo de mí, pensé,
sería sólo para apuntarse el tanto o por morbo. Tras unos larguísimos minutos,
es. Lo que quiero decir es que no eres divertida, pero no porque seas aburrida,
sino porque pareces ocultarte. Mírate. Llevas una falda que te llega más abajo de
las rodillas, y aun así no dejas de estirártela. Una blusa gris cerrada hasta el
cuello, y encima un lacito en él, para evitar que se suelte ni un botón y además,
la chaqueta. Llevas unos zapatos planos que parecen barcas, y toda tu ropa es
muchas mujeres que preferían vestir discretamente, pero aún así, se sentían
te sientes bien con esas ropas, ni cómoda, ni nada, sólo las usas para ocultarte.
De algún modo, te sirven como una barrera detrás de la cual puedes esconderte.
Sólo te faltan las gafas, estoy seguro que lamentas no tener que llevar gafas,
porque entonces podrías usar unas lentes enormes que te cubrieran media cara y
que llevases sujetas al cuello con una cadenita. Entonces, seguro que nadie se
Sentí que mi cara ardía. Me hubiera gustado poder decirle que se metiera en
nunca a hablar con nadie. Lo siento, señorita, eso no se puede. Thais — ése era
mi nombre — , si quieres ser abogado algún día, no puedes esperar que la gente
misma. Tienes que salir y plantar cara, como lo hacen las demás. Cuando les doy
que acusan a alguien que tiene razón. No pueden abofetear al contrario, o decir
“señor juez, mire a éste”. Tienen que rebatirle conservando la calma. Te parecerá
una tontería, pero si ya están templadas de tratar con un manos largas como yo,
quiero volver a verte esconder la cabeza como una tortuga, eres una chica
No supe qué decir. La verdad es que casi nunca sabía qué decir. En un
Ahogué un grito.
—¡Por favor! — susurré.
—En un juicio, cuando presenten una prueba que te haga correr peligro, no
podrás decir “por favor”; tendrás que rebatirla. — sonrió, sin mover su mano de
—No, no puedes contestar a un ataque directo con una vaga amenaza que
sabes que no podrás llevar a cabo. Estás permitiendo que mi mano sea quien
piense por ti. Estás tan ocupada pensando en librarte de mi mano, que no piensas
El corazón, está en el otro lado— había tartamudeado y tenía la voz ahogada por
—Un poco burdo, pero no está nada mal para ser la primera vez. — retiró la
mano lentamente— ¿Ya lo ves? Puedes hacerlo. Y DEBES hacerlo. Tienes que
contestarás con el sarcasmo y me harás callar. Thais, sé bien cuándo una chica va
a ser una abogada buena, y cuando va a ser excepcional, y tú eres del segundo
grupo, porque has sacado las mejores notas y porque tienes talento, pero
quiero verte encogida. Si te gusta llevar esas ropas, adelante, pero quiero verte
andar erguida, alzar la cabeza y sacar el pecho. Quiero que cuando pases frente a
buena que estás. Quiero que te convenzas de que eres hermosa y seductora,
estos ven una mujer guapa y segura de sí, les caerás más simpática y serán más
propensos a creerte que si ven a una criatura que no cree en sí misma y se tiene
miedo.
Tenía razón, tenía mucha razón. Asentí. Me sentía sucia por su contacto,
caza, del tonteo, de meter mano a sus chicas, sino de un entrenamiento. Una
puesta a prueba. En los días sucesivos, me fijé que las chicas que llevaban más
señor Fidel fingía que iba a echarles el brazo por los hombros, pero bajaba
aprendido. Sólo las chicas muy nuevas como yo, o las inseguras de sí mismas,
no eran capaces de leerle así las ideas y protegerse antes de que fuese necesario
ponerse colorada y a saltar como un minino asustado cada vez que le viese
acercarse a mí, sino que quería ser segura y capaz como mis compañeras.
cuenta que no me gustaba lo que veía en él, y cambié todo mi vestuario. “Por
usar unas faldas de chica y no de momia, no va a pasar nada malo.”, pensé. Aún
no sabía cuánto me equivocaba, pero usando faldas que dejaban que se vieran
mis rodillas, blusas en las que podía llevar desabrochado el primer botón, y
zapatos coquetos, me sentía mucho mejor, más risueña y atractiva. La mujer que
ahora me devolvía la mirada desde el espejo era una criatura mucho más segura
pudiera suceder si alguien descubría mi debilidad. Pero eso no tenía por qué
suceder, ¿verdad?
sino de montarla en la propia oficina. Ante mis ojos, mis compañeras empezaron
a juntar mesas a una velocidad endiablada, a sacar comida y aperitivos de cajitas
aturdida que apenas podía reaccionar, ¡nadie me había dicho nada! Con
—¡Exacto!
—¡Estoy menstruando!
—¡A verlo!
fastidiaba reconocerlo, pero tenía razón. Qué tipo, cómo sabía acorralar, no me
peste.
—Tengo que quedarme, ¿verdad? — El señor Fidel asintió con la cabeza, sin
semana pasada Jean había logrado aumentar la pena de cinco años a doce,
Carvallo, había tenido la amabilidad de facilitarnos todos los informes que nos
habían hecho falta, y el señor Fidel había destrozado todos los alegatos de la
concejal, pero esa es otra historia. Eso, es lo que yo sabía. ¿Qué razón tenía
nadie para darme una fiesta a mí?
—Hoy hace seis meses que entraste a trabajar para mí. — me explicó. Y no
pude evitarlo, sonreí y noté que mi cara desprendía calor. Me hizo ilusión que se
Fidel, ha sido…
agradezco mucho. — mi jefe sonrió e hizo ademán de darme dos besos. — Pero
debo reconocer que me sentía muy a gusto. No quería que algo así sucediera,
desde luego, no es que quisiese acostarme con él, pero me gustaba su persona, su
trabajo. Aquélla noche noté que me miraba mucho. Hablaba con todas,
bromeaba con todas, incluso con los novios de aquéllas que los habían traído,
Cuando en alguna ocasión me separaba de él, o él mismo iba a hablar con otra
persona, si le miraba de refilón podía ver sus ojos clavados en mí. Me empecé a
sentir incómoda y quise irme, a fin de cuentas ya había pasado un rato
altavoz portátil para conectar a un mp3. Casi grité de pánico e intenté marcharme
en el acto, pero una mano se cerró en torno a mi muñeca y me retuvo. Era Jean.
quieres que te deje ir, vas a tener que ser mucho más convincente.
todo, vergonzosos. Thais no era una mujer normal, desde niña lo había sabido, y
sin apenas darse cuenta, el caso de Thais era mucho más alarmante: ella se veía
tenido sexo con chicas; claro que tampoco se consideraba promiscua, y sin
embargo había tenido sexo con muchos hombres distintos y hasta con grupos.
Había intentado reprimirse durante toda su vida, mantenerse alerta de los sitios
lográndolo, y por tanto, sin practicar sexo, porque, eliminados los riesgos, era
más reciente pasante se estaba soltando la melena. Thais parecía encogerse sobre
Serenade la hacía mecerse, contoneándose entre los brazos de Jean, que parecía
seductora que puede llegar a ser”, pensaba, aprovechando para pegarse más a
detuvo. Parpadeó y ahogó un grito al darse cuenta de qué modo estaba abrazando
pique.
Thais se rio, traviesa, y empezó a moverse entre los brazos de Jean de forma
los que se daban cuenta, era para reírse y animarles a seguir. Sin dejar de
más mínimo que hiciese algo así, pero no estaba dispuesto a que también lo
viesen el resto de tíos presentes, así que la abrazó para impedirle que continuase
gemidos de deseo. Jean la apretó más contra sí, bajando las manos hasta el inicio
de sus nalgas, y la propia joven le agarró de las muñecas y se las hizo bajar para
poca compostura que aún les quedaba con las manos aferradas a las nalgas de
más tranquilo?
con su cálido aliento deseoso la cara de Jean — Preferiría no tener que hacerlo
de pie. — Jean se rio ligeramente con la nariz, sonriendo tanto que se le cerraban
los ojos pícaros. Daba la sensación de que, de haber tenido las manos libres,
habría aplaudido.
puerta con llave, la boca de Thais se pegó a la suya con decisión, dispuesta a no
soltarle, mientras ella misma se abría la blusa, dejando ver un sostén blanco.
Jean caminó hacia atrás hasta una de las librerías, intentando que su boca no se
Sin mirar, alzó la mano y agarró uno de los libros de leyes, tiró del lomo y luego
avanzó de nuevo un par de pasos, hasta descubrir una cama empotrada bajo la
falsa librería.
Al activarse ésta, otra de las librerías se dio la vuelta dejando ver un lujoso
chaqueta y bajándose la cremallera del traje, y todo con una sola mano, para no
aún más secretos en los armarios y cajones del despacho que tenían cerradura, y
en el gemido de satisfacción que emitió éste, y se inclinó hacia delante. Los dos
cayeron sobre la cama, que debía estar preparada para el juego duro, porque ni
modo que sus estómagos giraron. Era una cama de agua. Thais soltó la risa y
montó a su jefe, subiéndose la estrecha falda mientras luchaba contra los botones
de la camisa de él. — Eres una tigresa — susurró Jean, entre risas y lamidas —.
brazos de piel suave, mientras su mano derecha bajaba sin reparos hacia la
bragueta abierta y se introducía para acariciar el miembro enhiesto y ansioso.
medio de su placer y con una sola mano, lo que delataba que, desde luego, tenía
logró pensar la joven mientras se soltaba las cintas de los costados de las bragas
para deshacerse de ellas y empezaba a frotarse contra el pene goteante de Jean,
quien le pellizcaba alternativamente los pezones con una mano, y con la otra
Thais se relamía mirándole, con los ojos entornados, y Jean no podía dejar de
sonreír, qué bien lo estaba pasando, sabía que su pasante escondía una fierecilla
debajo de su timidez, como la mayoría de las tímidas, pero nunca pensó que
pudiera lanzarse con tal decisión. Su polla parecía emitir chispas eléctricas a
cada roce con la suave intimidad húmeda de ella. Thais se abría los gruesos
labios vaginales para dejar al descubierto su perlita y que ésta fuese acariciada
con más intensidad. Jean, con mano temblorosa, agarró una potente lupa que
tenía en la mesilla y la llevó al sexo de su compañera, para poder apreciar mejor
el clítoris.
—¡Ooooh, ¿cómo puedes ser tan guarro?! — se rio Thais, abriéndose más y
“Mierda… ¡no vayas tan rápido!” pensó Jean, sintiendo las maravillosas
chispas que se cebaban en su pene, haciéndole saber que las ganas de correrse ya
vez que abría los ojos, veía los pechos redondos y de pezones rojizos de Thais
botando a lo loco frente a él, y su cara ruborizada con los ojos en blanco y
sonrisas de placer tan intensas que parecía estar drogada… no podía resistirlo,
¡era demasiado bueno! Thais se sentía flotar, era increíble, cada roce del
miembro de Jean le activaba sensaciones que ni creía que existieran, y un
travieso picor se hacía cada vez más intenso dentro de ella, sus muslos parecían
—Oye, Thais, escucha — vaciló —. Mira, me gustan los tacos y las palabras
soeces durante el sexo, como a cualquiera, ¡pero hasta YO tengo mis límites!
La joven rio con ganas, y cuando lo hacía, sus pechos temblaban. Consciente
de que Jean los miraba, se meneó, haciéndolos bailar en círculos. Su jefe casi
murmuró, melosa.
llegarle, pero antes el inmenso gusto fue demasiado para Jean. Sintió que sus
marcados los dedos, y su cuerpo fue más fuerte que él mismo, no pudo resistir el
el esperma caliente le recorrió por dentro y le hizo sentir bañado cuando inundó
el sexo de Thais, que abrió los ojos como platos al sentirlo, mientras él se
temblar.
joven, con la boca abierta de sorpresa y placer. Sus saltos se hicieron más
fin estalló, Thais gritó, apretándose los pechos y curvándose hacia atrás, en
dijo Jean contando con los dedos y una estúpida sonrisa en su mofletuda cara.
—¿Perdón? ¿No eres tú la que anoche me gritaste, entre otras muchas cosas,
“te deseo, Jean; hazme tuya, Jean; otra vez, dame más, como te corras ahora te
en…
como si éste fuese un salvavidas, y empecé a recoger mi ropa, tirada por el suelo.
ser blanda; había caído otra vez, y encima con mi jefe, y por lo que parecía,
había sido bastante denigrante. — Nos acostamos, sí, pero no hicimos nada que
No quería recordarlo, pero hice un esfuerzo pese a todo, y eso fue peor aún.
—Eeeh… recuerdo algo de… miel. Y antifaces, y… recuerdo algo de… ¿un
cocodrilo?
—Jeje, eso es una postura que te enseñé — sonrió, divertido. Le miré como
quien mira a un monstruo, y entonces recordé algo más. Negué con la cabeza,
temblar la voz.
eso. De-de hecho, y ahora que lo mencionas, creo que yo… — mi jefe se llevó la
veinticuatro años, mi hija apenas cinco, pero las dos ya sabíamos lo que era el
dolor. Mi esposo acababa de morir. Me había casado muy joven, con diecinueve
más que niños, pero nos queríamos. Es cierto, él era un soñador con muchas
golpe de suerte que nos haría ricos, dejaríamos nuestro miserable cuartito
suerte, había que pagar el alquiler todos los meses, y la comida, y pañales.
Gerardo nunca dejó de buscar, de estudiar, de intentar… pero nunca logró nada.
Finalmente, harto de que sus sueños nunca cuajasen, se había suicidado. Aún no
pequeña hija, Gloria, al principio no dejó de preguntarme por qué se había ido
papá. Dónde se había ido, cuándo volvería. Tuve que explicarle que papá se
había ido para siempre, que nos seguía queriendo, pero que cuando uno se moría,
se iba para no volver. No le era fácil entenderlo, y hacía ya tres días que no
hablaba. En su carita redonda, enmarcada por rizos rubios, como los míos, sólo
había indiferencia.
Ahí estábamos las dos, con ropa vieja teñida de negro, escuchando al cura,
que decía sentirlo mucho. Una parte de mí se lo agradecía, otra estaba hastiada y
mí su pésame, que me quedaba sola en el mundo, con una criatura, sin ninguna
familia de quien tirar para poder salir adelante? ¿Cómo me las iba a apañar para
atenderla y alimentarla? Hasta ahora, desde luego que había trabajado, era
gracias a mi escaso sueldo y mis horas extras que vivíamos los tres, pero podía
confiar en Gerardo para cuidar de ella. Ahora, ¿quién la iba a cuidar mientras yo
estuviera fuera desde las seis de la mañana a las ocho de la tarde? Eso era lo que
me importaba, no que Gerardo hubiera sido un chico excelente que se había ido
demasiado pronto, eso ya lo sabía yo, no hacía falta que nadie me lo recordara.
adolescente yo había estado coladita por él, conforme fui creciendo, me enamoré
por mí. Cuando me quedé en estado, abandonó los estudios para casarse
Por un lado, me chocaba verle allí y que se dirigiese a mí, por otro lado, yo sabía
que aquél caro entierro salía de sus bolsillos. En cierta manera, era yo la que
sobraba allí, según su modo de ver, pero no iba a dejar de asistir al entierro de mi
esposo, por mucho que corriera a cargo de alguien que me detestaba. Por eso en
mi hija, a su padre. Nos unía el mismo dolor. Gualterio era un hombre un poco
anticuado, para él, ciertas cosas eran sagradas: no soportaba que nadie dijese
el funeral de un ser querido. Mientras éste durase, no diría una palabra contra mí.
corazón de piedra.
quería que Gualterio me viera llorar, pero cuando bajaron el féretro al interior de
llevé la mano a los ojos, mis hombros se convulsionaron, y sólo pude tratar de
no gemir en voz alta. Una vez más, la mano de mi suegro se posó en mi hombro.
Me sentía tan miserablemente mal, que quise volver la cara y gritarle que se
tristeza fue más fuerte. Un sollozo mal contenido me quemó el pecho y de forma
maquinal me dejé caer entre sus brazos paternales, que me apretaron. “Maldito
viejo cabezota” pensaba una parte de mí, “¿por qué nunca fuiste capaz de dar tu
Quizá Gualterio lo sabía, quizá era eso lo que se reprochaba, pero sin duda
tenía que sentirse muy mal para abrazarme, o para consentir que yo lo abrazase.
momento a otro, pero que hoy, le hacían parecer un simple hombre abatido.
—No lo sé. Salir adelante. — quizá quedase algo pomposo, pero fue lo
primero que me salió de la boca, ¿qué esperaba que fuésemos a hacer? La dejaría
en el colegio mientras yo trabajaba, por más que supiese que las horas de
guardería durante tanto tiempo, se comerían todo mi sueldo. O tal vez podría
dejarle las llaves y que volviese sola del colegio, y dejarla en guardería sólo por
la mañana. Es cierto que Gloria sólo tenía cinco años, pero ya era bastante mayor
para saber usar una llave, y sabía que no tenía que acercarse al fuego, ni jugar
con cuchillos.
contigo tendría mejor futuro y todo lo que me quieras contar. Pero es mi hija, y
—¿Por qué?
una vida mejor, yo quiero que al menos, tenga paz en eso. — Le miré con
desconfianza. No me creía que Gualterio fuese a cambiar así, de golpe y porrazo,
sus sentimientos hacia mí. Miró hacia mi hija y se agachó frente a ella— Estás
Gloria, que llevaba tres días sin hablar, que no había vertido una sola
lágrima, y que cuando intentabas decirle algo desviaba la mirada, por primera
vez desde la muerte de su padre, miró a los ojos a una persona. La pregunta
con la cabeza.
—No estás triste porque se haya ido papá. Estás furiosa con papá, porque se
misma me encontré asombrada. Ese pedazo de ladrillo que tenía por suegro,
entender: todos nos tenemos que morir algún día. Sería más justo que se muriese
estoy triste, mamá está triste, y todos estamos enfadados porque nos hemos
quedado sin una persona a la que queremos mucho. Pero el que papá se haya ido,
no significa que no nos quisiera. Es sólo, que era su hora. Puedes seguir
enfadada, y sin hablar durante todo el tiempo que quieras. En serio, puedes. O
puedes admitir que estás triste, como mamá y yo, llorar un rato, y luego recordar
los buenos momentos que tuviste con papá, y seguir adelante. Porque, por
mucho rato que estés enfadada, eso no va a servir para que papá vuelva. Nada
puede hacer que papá vuelva, cielo. Ni que estés enfadada, ni que te enrabietes,
ni que seas muy buena, papá no va a volver… pero mamá está aquí, contigo. Y
yo estoy aquí contigo. Y queremos que tú también estés con nosotros, porque
algo así a una criatura de cinco años. Pero Gloria se echó a llorar a berridos
hubiera ocurrido pensar que el viejo corazón de piedra, tuviera tanta mano con
los niños, y conociera tan bien a mi hija. Es obvio que, mientras yo trabajaba, él
pasaba muchas horas con ella, y sabía tratarla. Yo sólo sabía que era una niña
—No es la primera vez que consuelo a un niño por algo así — y era cierto.
Mi marido había perdido a su madre, poco más o menos con la misma edad con
************
La casa de Gualterio era amplia, bonita, de dos pisos, seis habitaciones, y el
“lavados de cara” más o menos regulares. Mi suegro, ya he dicho que tenía ideas
fregar u ordenar, eran tareas que él consideraba femeninas y por lo tanto, no las
hacía. Tres veces por semana le venía una mujer a limpiar y ocuparse de las
coladas, y con frecuencia, cocinaba algo o hacía algún pastel. Que yo supiera, le
pagaba bien, pero no habría dinero en el mundo que pagara el echar cara a
semejante desorden. Era fin de semana, ella no vendría hasta el día siguiente, y
la casa acusaba el haber tenido a Gualterio suelto durante dos días: una enorme
cayó el alma a los pies. Parecía que hubiera pasado un ejército entero por aquélla
casa, y no pude evitar pensar en nuestro cuartito realquilado. Gerardo era igual
que su padre, incapaz de recoger nada, y yo tenía que hacer malabares para que
todo estuviese más o menos presentable. Aquello era nuestro cuarto, elevando a
la enésima potencia.
acostumbrado como está a limpiarse con lo primero que pesca a mano, sean los
una cortina, pero yo fui detrás de él, busqué papel de cocina y corté porciones,
disponiéndolas en montoncitos, uno para cada uno. Comimos casi sin hablar,
sonrisa: Gerardo solía también hacer eso, no podía beber a sorbos, tenía que
preguntó qué le pasaba, y entre las carcajadas y los sollozos, logré entender de
quejarse del calor, se había llenado la boca de agua, y luego se había apretado de
golpe las mejillas con los puños, para soltar el agua como un aspersor y
salpicarla. Yo misma empecé a reír mientras las lágrimas se me caían de los ojos
llevándose los dedos índice y pulgar a los ojos, para que no le viéramos llorar. Y
acabamos los tres abrazados en el sofá, contándonos cosas de Gerardo, riendo
roto, ya todos nos habíamos visto llorar, todos nos habíamos enfrentado a la idea
de lo que había sucedido, y la tarde fue mucho más cómoda. Hablamos, mi hija
jugó en el salón donde estábamos, e incluso jugamos los tres al parchís, hasta
que Gloria tuvo que acostarse, a eso de las ocho. A pesar de saber que habían
sido días agotadores para ella, ya el viernes había faltado al colegio, yo quería
que mañana acudiese ya sin falta; era bueno para ella retomar sus rutinas lo antes
—No pienses en eso ahora, Gloria. Anda, procura pensar en cosas bonitas, y
hija le tomó de las manos y las juntó entre las suyas, cerrando los ojos.
—¿Podemos rezar por papá? — preguntó Gloria con una vocecita ahogada.
—“Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy
para que ella misma decidiese en qué quería creer, si es quería creer en algo. De
nuevo, mi suegro, me demostró que pasaba con ella más tiempo que yo, y se
como una muestra de lo que se preocupaba por ella, aunque fuese pasando por
sonrió, una pequeña sonrisa triste. Mi hija no era nada tonta, me dije. Ella sabía
que era la primera vez que veía juntos a su madre y a su abuelo, e intuía que
alguna razón debía haber para que no nos tratásemos, y fuese la que fuese, ella
quería que dejara de existir, e intentaba hacernos comprender que nos quería a
los dos, y quería tenernos a los dos, y a la vez, no un ratito el uno y un ratito la
otra.
Nos quedamos con ella hasta que el sueño la rindió, mirando cómo se
quedaba dormida. Era algo que yo hacía todas las noches, pues era el único
momento en que estaba con ella, así que la acostaba y permanecía a su lado,
abría los ojos de golpe, sólo para ver si yo seguía allí, y sonreía cuando se daba
cuenta de que no me había ido. Aquella noche, no hizo ningún amago, se durmió
enseguida. La pobrecita tenía que estar rota de cansancio, vaya días había
que me caigo.
día libre que dan, me podía coger todos los demás, porque me echarían a la calle.
—Pues que te echen, que lo intenten. Consuelo, tengo muy buenos abogados,
si intentan echarte, les pediremos una indemnización que les hará pedir
clemencia.
—Eres muy amable — y era sincera, porque lo estaba siendo. Por primera
vez desde que me quedé en estado, era muy amable —, pero debo ir de todos
—¿Perdón?
—Mira a tu hija, Consuelo, te necesita. Y necesita un hogar, no un cuarto
realquilado de una única habitación, con sus padres tras un biombo. Necesita
estabilidad, necesita un sitio para ella sola, donde pueda tener juguetes, poner
libros, tener un sitio para estudiar… y a su madre. Por encima de todo, necesita a
su madre.
—Gualterio, eso lo sé, pero antes que a su madre, necesita comer. Y para
—Si vivís conmigo, no — empecé a negar con la cabeza. Vivir allí unos días,
tenía pase, pero… mudarnos allí… ¿con el hombre que llevaba casi seis años
ni a la niña. Desde luego que puedes seguir trabajando, yo estaré para cuidarla,
nuevo intenté meter baza, pero me tomó de las manos y continuó — Sé que no
he sido la mejor persona del mundo, lo sé. Pero ya he perdido a mi hijo por mi
desde que no eras mucho mayor que tu hija, venías a jugar con Gerardo cuando
aún creías en los Reyes Magos. Sé que me enfadé mucho cuando sucedió
aquello… pero no te odio, créeme. Sé que te dije muchas veces que, de no haber
sido por ti, mi hijo podría haber sido esto o aquello, pero también tú podrías
hecho sentir durante años. Pero no pude. Me estaba pidiendo perdón, me estaba
pidiendo una segunda oportunidad, y yo mejor que nadie sabía que Gualterio no
era hombre que anduviese pidiendo cosas semejantes. Por primera vez desde mi
era bueno. Porque detrás de aquélla cara de perro bull-dog y sus maneras
cascarrabias y gruñonas, había un corazón de oro. Me sentí un poco como debió
haberse sentido mi hija esa misma mañana, y me eché en sus brazos sollozando.
digas que no vais a iros, que tú no te vas a ir, que la vas a despertar por las
mañanas e irás a buscarla al colegio por las tardes, buf, ¡hasta en Cuba oirán sus
estaba contenta, pero cuando volvías a trabajar, se ponía mustia. Decía que sólo
tenía mamá por las noches — Suspiré. Yo también tenía esa sensación con ella,
sólo la veía dormida, sólo algún domingo podía jugar y disfrutar de ella…
apenas podía creer que todo fuese a cambiar. Y todo, gracias a Gualterio.
—Oh, vamos… lo estuve, cuando era niña. Fue hace mucho, mucho tiempo.
sonrisa, recostándome ligeramente sobre él. Me sentía muy a gusto. Esa noche,
qué mas, durante unas doce horas, haciendo el trabajo de cuatro personas, por el
yo no necesitaba a nadie, que podía luchar sola, que podía todo sola. Y tenía
razón, podía sola. Pero no estaba sola, tenía a mi niña, y ella sí necesitaba que
guapo, eso hay que decirlo, o por lo menos, a mí me parecías guapo. Siempre de
para mirarle a los ojos. — No hables de eso. Hoy no. — Quizá mi reacción fue
ya me hacía pensar en perderle, por Dios, todo menos eso. Gualterio me tomó la
cara entre sus manos, anchas y algo ásperas, pero tan cálidas. En sus ojos había
que quería besarme de nuevo la frente, para confortarme, pero sus manos
elevaban mi rostro, sus ojos miraron mi boca, como si lo desease, pero estuviese
pero mi cara avanzó sola, y mi boca se posó sobre la suya. No cerramos los ojos.
Fue un beso seco, sin lengua, sólo juntamos los labios, mirándonos a los ojos,
los dos podría haber dicho algo. Los dos estábamos tristes, los dos acabábamos
de perder a alguien muy querido, los dos estábamos confusos, era “normal” que
una risa, un “lo siento”, un “no sé qué ha pasado, no volverá a suceder”. Pero no
fuimos capaces. Nos quedamos allí, mirándonos, con las caras a menos de un
centímetro, mis manos temblándome sobre sus hombros, las suyas en mi cintura,
y tan sorprendidos que apenas podíamos respirar, y nos lanzamos el uno contra
el otro.
desabrochar el vestido… el vestido del funeral. Lo saqué por las mangas, y casi
sofá, jadeando como dos animales, frotándonos con ansia, como si en lugar de
Gualterio tiró de mi vestido, mientras chupaba mis pezones y los mordía sin
hija no podía oírnos, no desde el piso de arriba y con su puerta y la del salón y el
pasillo cerradas, pero aún así, no quería gritar fuerte. Nunca había gritado
teniendo sexo, recordé, nunca había podido hasta ahora. Gualterio tiró de su
camisa, haciendo saltar botones para arrancársela, y se dejó caer sobre mí, su
pecho, peludo y ardiente, sobre el mío, me hizo ver las estrellas de gozo, ¡qué
maravilla tener un hombre sobre mí! Hacía más de seis meses que Gerardo ni
apretándome contra él, llorando de pura alegría, agarrando sus hombros hasta
pantalones y se los bajó lo justo para liberar su hombría, haciendo a un lado mis
golpe. Mi grito me vació el pecho de aire y temblé de la cabeza a los pies, a los
dedos de mis pies, que se encogían de gusto, mientras mis piernas se elevaban y
caricias. Llevaba tanto tiempo sin sexo y estaba tan excitada, que me había
corrido nada más metérmela. Mis caderas se movían en círculos, todo mi cuerpo
parecía bailar bajo el suyo, embriagado de placer, mientras gemía en ronroneos,
lleva ni doce horas bajo tierra, y yo me estoy tirando a su padre… aaah, joder,
qué bien lo hace, no pares, Gualterio, no pares”. Quería decírselo, pero no podía,
si abría la boca, gritaría como una loca, ¡nunca me había sentido así! Me acababa
animal encima de mí, mirándome a los ojos, y yo no podía ver en ellos ni una
nuevo le aprisioné contra mí, con brazos y piernas, sintiendo que el orgasmo me
instante no vi nada, mis ojos estaban abiertos, pero no veían, mientras un placer
en mis entrañas.
apresaban. Uno de ellos, bajó hasta las nalgas y las acarició, apretándolas,
intentando introducirse entre ellas y el sofá, para tocar más adentro. Sonreí y me
apretando, sobándome…
****************
—“Ave María, llena eres de gracia, bendita tú eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
Siempre rezaba de corrido, como me había enseñado Granpá— ¿De verdad crees
lado en la barca, observaba su anzuelo con expresión entendida. Tiene una cara
había enseñado siendo muy pequeña, igual que a cazar. Su negocio consiste en
compra y venta a mayoristas de accesorios para esos dos deportes, y estaba bien
situado. A quien no le gustaba mucho el asunto, era a mi madre, por eso nos
esperaba en la orilla, bien abrigada, junto a la fogata, leyendo y echándonos un
ojo de vez en cuando; lista para hacer la comida en cuanto trajésemos algo que
comer, pero decía que no le gustaba ver a los pobres peces asfixiándose en el
fondo del bote. Mi abuelo la miró y la saludó con la mano, y ella devolvió el
él. — Sabes, siempre te digo que tu madre, no sabe lo que se pierde, que es
bueno saber que lo que comemos, y lo que nos da de comer, cuesta un esfuerzo y
—¿Porqué, Granpá?
—Bueno, tengo que contarte algo, hija. Yo sé que quieres mucho a tu madre,
que siempre has hablado con ella de todo lo que has querido… pero sé que los
secretos, me los cuentas a mí. Por eso, yo voy a contarte también un secreto. Tu
madre piensa que eres demasiado joven, pero tienes ya doce años, casi trece. Y
eres una niña lista, siempre lo has sido. Yo creo que ya eres bastante mayor para
saberlo.
—¿Saber… el qué?
—Gloria, cuando tu madre se quedó viuda… era una mujer muy joven, y
—¿Quieres decir?
—Tienes razón, ya tengo edad para saber cosas. Entre ellas, que mi abuelo y
cuando era muy pequeña, mis recuerdos son siempre contigo. Supongo que mi
padre fue muy bueno, porque era hijo tuyo, pero quien ha estado conmigo y con
mamá, has sido tú. Tú nos has cuidado, nos has querido y me has educado a mí,
y eres el novio secreto de mi madre. Creo que eso, hace que seas bastante padre
acostando. No me importa.
Mi abuelo se puso rojo, muy rojo, y no pude evitar reírme, porque nunca se
—¡Que no se te escape, tira con fuerza, recoge sedal… eso es, tira!
caña con la lengua fuera, imitando lo que me veía hacer a mí cuando picaban.
Gerardo nunca había querido venir de pesca conmigo. Nunca había querido
hacer nada conmigo. En vida, le ofrecí mi ayuda muchas veces, pero siempre la
rechazó, y bien sabe Dios que sentía su muerte de todo corazón… pero su
soñado.
Llámame amo
“¿Por qué me mandas ese mensaje a mí?”. Cuando saltó la contestación del
pene se irguió sin que pudiera contenerlo, y todo mi cuerpo parecía gritar “¡ha
situación era delicada, tenía que pensar bien. Ocaso, la personalidad “pública” de
mi ama Mariposa, era una chica tímida hasta el extremo que, por su escabroso
intentado con toda la paciencia del mundo conversar con ella, ser simpático,
lograr que ella tomase confianza, y había sido en vano. Finalmente, recordando
día, Mariposa usó para captarme a mí, sólo que adaptada a su sexo: “Amo busca
Durante varias horas, Ocaso había dado la callada por respuesta. Sabía que el
correo era mío. Sabía que no era broma, porque ella no tenía suficiente confianza
con nadie para propiciar bromas, y menos una picante. Sólo quedaba que
contestase, y por fin lo había hecho. Estuve a punto de contestar de inmediato,
decirle algo como “porque te quiero”, o cosa así, pero me contuve. No podía
hacer algo así; recordé la calma que tenía siempre mi ama, su primera frialdad
“Porque estoy seguro de que te interesa”. Contesté por fin. Y esta vez, la
“Podría denunciarte por acoso sólo con estos dos mensajes”. De nuevo,
estuve a punto de dejar pensar a mis emociones, pero me calmé: “Si de verdad
hombres estúpidos que intentan hacerse los graciosos, o los simpáticos? ¿No
estás harta de charlas insulsas y amistades falsas que sólo persiguen sexo o
meterse donde nadie les llama? Yo puedo terminar con todo eso… ¿o eres una
cretina?”
“No” — contesté enseguida — “Una chica que tiene algo bueno delante y lo
deja escapar, es una cretina. Una chica que está harta de que sus “amigas” le
busquen novios que son retrasados mentales, y tiene el medio de acabar para
siempre con eso, y no lo hace por temor, es una cretina. Una chica que tiene
oficina del banco donde trabajábamos los dos, ella fingía que sólo existía
Miguel, un compañero del trabajo al que toleraba, pero con el que, al igual que
Imbécil no era nadie para ella. Yo actuaba igual, Mariposa y Ocaso, aunque
¡SÍ! ¡Lo había conseguido, Ocaso tenía interés! Ahora, sólo tenía que seguir
“Una sumisa es una persona que vive para mi capricho. Es alguien con quien
alguien de quien cuido, a quien protejo, porque si la pierdo, quien pierde soy yo,
y porque la devoción y el respeto, son cosas que no pueden darse sin más; como
“No creo que me vaya ese rollo” — contestó. “Ya sé lo que es que alguien te
“No” estaba sorprendido, ¿Ocaso veía mal una relación como la que ella
mantenía conmigo? “No eres una cosa, eres una persona. Un esclavo es una
esto, es lo primero que yo aprendí. Si aceptaras, serías mi esclava, sí, pero eso,
“Claro” contesté “Para saber mandar, primero hay que saber obedecer”.
“Si tu obligación como amo sería cuidar de mí, ¿cuál sería la mía como
esclava?”
consideraría esto una falta de respeto increíble, pero es posible que, a Ocaso, le
gustara lo suficiente como para querer probar. Por fin, casi diez minutos más
tarde, contestó:
saber, y serás libre”. Aquello era darle alas a que accediera, se portase mal o
“Supongo que puede ser divertido probar”. Al leer aquello, quise brincar
“En tal caso, sí, quiero ser tu esclava, al menos hasta que veamos si
Después de días y días intentando por todos los medios hablar con ella, de
fin había accedido. Apenas lo podía creer, pero tenía que contestar a su mensaje:
“Sí, amo”. Contestó, y cuando leí esa expresión de ella, me pareció que mi
normal, Ocaso tenía una dirección distinta a la que usaba siendo Mariposa, y
obedeció, me dio su msn. La simple idea de pensar que había conseguido algo
así de ella, me hacía sentirla tan cerca, que mi pene no quería bajar de la alegría.
al baño en ese estado, así que intenté pensar en cosas aburridas y asquerosas para
lograr ponerme en descansen otra vez. “Reserva tus fuerzas, “amo”, que esta
conectara, estaba muy nervioso; de mi pericia podía depender que ella quisiese
seguir, o que se rajase. Por de pronto, ya era un logro el haber conseguido que
mantener ese pensamiento y conservar la frialdad. “De momento, sólo será por
chat” pensé. La verdad que tenía unas ganas terribles de que viniese a mi casa, o
mandaría todo al traste, tenía que ser muy cauto. Finalmente, llegaron las ocho
retiré la mano del ratón con un esfuerzo sobrehumano, y esperé. Conté hasta
pero de nuevo me frené. Ocaso era muy lista, tenía que andarme con cuidado. Su
pregunta no era porque tuviera interés en empezar, sino porque quería llevar la
hacer?”
preocupara. Pero eso, lo diría Miguel. Yo, era otra persona, era su amo, y desde
luego que tenía importancia y que me había ofendido con su burdo intento de
llevar las riendas. Era YO quien llevaba las riendas. Y entonces, se me ocurrió
un nombre para los dos, fue una estúpida asociación de ideas. Recordé el libro
que ella leía, le gustaba Alejandro Dumas, y ella podía tener una apariencia
tímida y frágil, pero en el fondo, era una tigresa, una pantera, como Milady de
pero sí había sido capaz de ser fuerte frente a ella cuando tuvo la ocasión. Fuerte
como la montaña de la que llevaba el nombre. Bien sabía que yo no era así de
fuerte, pero podía jugar a que sí lo era mientras hablaba con ella, igual que,
tiempo atrás, había jugado a que era sexy sólo para complacerla, aunque también
¿entendido, Milady?”
“¿Qué te acabo de decir?” Me sorprendió notar que casi estaba enfadado por
había hecho bien. Ocaso pretendía subvalorarse para que yo la despreciase, y yo,
no se lo había permitido. No sabía ella que llevaba toda la vida oyendo cómo los
eso hubiera sido lo más cómodo para mí; tenía experiencia en reconocer
“Sí, amo”, contestó ella y tardó un ratito en volver a decir algo, supuse que
ventana de video, pero apenas pude ver nada, el cuarto de mi esclava estaba muy
mano y encendió una luz. Ahora la veía mucho mejor, sus cabellos de color
avellana y la forma de su rostro, y sus hombros cubiertos por una tela estampada,
menos. Una parte de mí quería tranquilizarla, pero otra parte era su dueño, y
quedase en dirección a la cámara, pero aún tardó unos segundos más en mirar
“Para mí, eres bonita porque has accedido a obedecerme. Has tomado la
decisión correcta, y eso, no ha sido accidental, sino meditado. Por eso eres
hacia la cámara, y sólo algún parpadeo de vez en cuando me indicaba que seguía
ahí, por lo demás, cualquiera hubiera podido tomarla por una foto. Descubrí que
Me reí, y contesté:
me dio mi primera idea “En lugar de eso, vas a hacerlo tú. Frente a la cámara”.
Mi esclava puso cara de sorpresa y hasta de horror “No hablo de verte el coño,
puedo ver miles por internet. Lo que quiero ver es tu cara”. Pude ver que esa
mal que no tenía conectado el micro y ella no oía nada de lo que decía. ¡¿Ella
“Lo sé. Por eso te lo mando. Quiero verte pasar vergüenza. Quiero ver cómo
tu cara se debate entre el pudor y el placer, quiero verte poner caras de apuro, y
de gusto. Empieza”. Mi esclava desvió la mirada de la cámara, y vi moverse su
que lo hagas acariciándote el clítoris. Puedes tocarte las tetas si quieres, pero no
puedes meterte los dedos. Y conecta el micrófono, si vas a gemir, quiero oírlo”.
estaba pegada a mi tripa, casi me asomaba el capullo por la cinturilla del pijama.
escribí con una sola mano. Mi esclava pareció casi sobresaltada al leerlo, pero
levantó la cara, primero con los ojos cerrados, y casi enseguida los abrió. Tenía
estaba haciendo muy deprisa, y pensé que, o estaba muy excitada, o tenía ganas
desviaban una y otra vez, y ella hacía esfuerzos por mirar de nuevo. Mi polla
daba latigazos de placer al mirarla poner unas caras tan tiernas, no iba a poner
aguantar mucho más, era demasiado excitante, pero aun así, conservé un poco de
—Sí…. ¡sí, amo, me hace temblar cada vez que lo acaricio! — mi esclava
parecía a punto de echarse a llorar de timidez, ¡Dios, qué preciosa estaba así,
toda colorada, con los ojos brillantes y los hombros temblándole! Era más
Tenía tal expresión de súplica, que estuve a punto de ceder, pero me rehíce,
que gimas en voz alta, y que grites que eres una zorrita, ¿quieres que te ordene
eso?”
—¡No… por favor, amo… ooh… mi… mi vecindad está llena de… haa… de
vecinas cotillas!
“Entonces, contesta”
“Vaya, eres una experta, esclava. Qué guarrilla eres, ¿cada cuánto te
masturbas?”
—Pues… depende, amo… a veces una vez por semanaaaa… ¡ah! Otras más
o menos, depende.
“Para”
“Para, y enséñame los dedos, quiero ver si están mojados” Mi esclava bajó
hasta los nudillos… pero la dejé seguir. “Sigue, esclava, date deprisa, quiero ver
cómo terminas”. En realidad, lo que quería era terminar yo, quería darme como
un pistón y derramarme, pero para eso tenía que dejar de escribir. De todos
brazo se movía con rapidez, y yo hice lo propio, me la agarré con las dos manos,
estremecida, cerrando los ojos sin poder contenerse, hasta que se recostó de
golpe otra vez, como si hubiera estallado. Y en realidad, lo había hecho. Y era lo
que estaba a punto de hacer yo. El placer me subía, atacando mi espina dorsal
sentir las olitas previas al orgasmo. Fue como una polución nocturna, un cohete
dejándome rendido, y lo sentí resbalar otra vez, por entre mis piernas, cayendo
mesa estaba manchado de semen, maldita sea. “Te has ganado el nombre,
“Dime”
—¿Sigo castigada?
“¿Te gustan los castigos del amo Athos…?” La pregunta me salió sola, pero
Milady sonrió con timidez, y contestó:
—Pensé que serían dolorosos, o humillantes. Pensé que me haríais daño, que
Mariposa creía que yo iba a ser un amo maltratador, después de cómo ella me
trataba a mí?
dabas gustito en el coño” Milady se tapó la cara con las manos “De momento,
seguiremos hablando por éste medio. Mañana te quiero preparada otra vez, a la
misma hora, pero quiero que estés desnuda, ¿lo has entendido, Milady?”
—¿Por completo? Pero, amo… hace frío en ésta época del año.
me decía lo idiota que era por permitirle hacer algo así, que el ama era yo, la
dómina era yo. Él era sólo un esclavo, sólo era Imbécil… y tenía razón. Pero
sido gracias a Mariposa. Quería ver qué había aprendido, y si sería capaz de
ejercer una verdadera dominación sobre mí, como yo lo era sobre él. De
Cuestión de labia
—No, por favor. Lo que quieres decir es que, en sincero agradecimiento por
instante e hice con mucho gusto, tú me concedes tu amistad, por la cual accedes
por ninguna de las dos partes, más que el de intentar complacernos dulcemente
el uno al otro.
titubeé:
*********
hecho desbocarme y acabar manteniendo sexo durante toda la noche con él. En
realidad, Jean Fidel no tenía ni idea de que a mí podía sucederme eso, ¡pero no
había intentado impedírmelo! Una chica tímida como yo se lanza en sus brazos
de mi vida. No podía ser que hubiera caído otra vez, llevaba casi dos años
Jean era un asqueroso pervertido, al punto que tenía una cama de agua oculta en
juguetitos. Sólo con lo que debía gastar en pilas, la fábrica Duracell ya debía
Pero la pega es que Jean sí insistía en verme a mí. Había intentado llamarme
denunciarle por acoso, pero enseguida recordé que el señor Fidel era uno de los
sólo chasquear los dedos, podía no sólo salir indemne de cualquier acusación,
sino volverla contra mí encima. Me sentía desprotegida ante sus desesperados
sus correos y comprarme una peluca, grandes gafas oscuras y volverme del revés
quería de ti, pero no es así” — decía uno de sus correos. Es cierto, no se los
contestaba, pero alguno que otro, sí los leía. Ya que estaban allí, ¿por qué no? —
“Fue demasiado bueno para dejarlo así. He tenido relaciones con muchas
mujeres, todas siempre muy satisfactorias, debe haber muy pocas filias legales
que yo no haya practicado por lo menos una vez, salvando la coprofilia. Con esto
quiero decir que tú no podrías haber hecho nada que yo no conociera ya, pero
aun así lo hiciste. No esperaba encontrar TODAS las fantasías que había hecho
con chicas distintas, juntas en una sola, y más tan tímida como tú. Necesito
corazón negándome esa misma amistad que me prometiste, yo sólo quiero que
aclaremos lo nuestro, nada más. ¿Tanto miedo te da tomar un café conmigo?
Conozco un sitio donde hacen el mejor café del mundo. De acuerdo, sí, es
también un local de strip-tease mixto donde hasta los clientes pueden practicar la
lucha libre en el barro, pero no hay ningún sitio que sea completamente perfecto.
Y digo esto, porque si luchas, puedes quedarte con lo que los demás clientes te
Con frecuencia, no podía creer lo que leía y me daban ganas de lavarme las
manos y desinfectar el ratón después de leer cosas así. Ya debería saber que, con
pero no quería ni acercarme a él. Y en el fondo, yo sabía que era más por miedo
de mí misma que por el asco que me inspiraba su desmedida afición por el sexo.
Jean Fidel era un hombre atractivo, sabía ser simpático, gracioso, era un gran
podía llegar a ser, me constaba que no era mala persona, aunque también hay que
decir que solía intentar ocultar sus rasgos de humanidad o bondad. Juntando todo
miedo que ese poquito que me gustaba fuese superior a mí. No quería volver a
caer, y menos con alguien tan sexual como él. Si fuese un hombre un poco más
tranquilo, alguien que supiese frenarme cuando me ponía fuera de mí por culpa
de la música, tal vez no me importaría verle de nuevo, pero Jean era un potro
hombre que convenía a una chica como yo, con un problema como el mío.
otro despacho de abogados como abogada de oficio, y tenía que contentarme con
parejas pescadas teniendo sexo en sitios públicos… Desde luego, eso era muy
era mejor que nada. Aquélla mañana de jueves iba tranquilamente por los
pasillos, había ganado un pequeño caso de falta por una pelea aduciendo que el
agredido no había sido golpeado por mi cliente, sino que él se había golpeado a
adolescentes en peleas de borrachos toda mi carrera? Sabía que había hecho bien
alejándome de Jean, pero a veces sentía que había hecho el tonto, o cuando
menos que tenía muy mala suerte. Después de haber logrado ser admitida por
uno de los mejores abogados del país, éste tenía que ser un depravado sexual que
no oí los pasos apresurados a mi espalda hasta que fue demasiado tarde y alguien
—¡Cu—cú!
—¡AH! — dejé caer la carpeta que traía en las manos y pegué un bote que
hizo que todo el mundo que había en el pasillo se me quedase mirando con una
sonrisa. Quise que se me tragara la tierra, y no sólo por el ridículo, sino también
por quién había detrás de mí. No me había asustado el ridículo “saludo”, sino él
mismo, su olor a colonia barata le delataba a quince metros. Era Jean, y le faltó
tiempo para agacharse conmigo a ayudarme a recoger mis cosas, no sin dejar de
—Me gusta impresionar a las chicas, pero no sabía que lo hiciese hasta ese
punto — sonrió. Su nariz gordita pareció expandirse al olerme, y sus negros ojos
presencia?
temblor de las mías — ¿Cómo hay que decirte las cosas? ¡Déjame en paz! — Sin
dejar de sonreír, se me quedó mirando unos segundos. Cada vez sonreía más y
me miré, por si acaso tenía una mancha, o, peor aún, algún botón abierto de la
Tienes la cara del mismo color que el pelo, si te pusiese un lacito color verde,
—¡Tonada! ¡Señorita Tonada, qué bien que la haya pescado antes de irse! —
Mi jefe actual me llamaba siempre por el apellido. Era un hombre rubio, de ojos
claros y buen tipo. Era un tipo guapo, sin duda, pero si no se creyese tan guapo,
hubiera resultado más guapo. A mí no me caía ni bien ni mal, sólo deseaba que
me dejaran en paz entre unos y otros, pero estaba claro que el mundo no estaba
brillante, Sin duda sabrá que esto representa mucho para mí, ya que todos sus
méritos son míos, y no sabrá las felicitaciones que recibo por usted. ¡Aprende
una “auto cepillada”, pero aun así sonreí, y estuve a punto de decir una palabrita
de circunstancias y alejarme de aquél engreído cuando Jean tuvo que meter baza.
—Oh, sí, señor Fidel, ¿cómo está usted? — Se dieron la mano, mirándose
con mutua hipocresía. Ni a mí, que soy algo inocentona, se me escapaba — Sí,
recuerdo que trabajó para usted. ¿No dimitió por motivos… muy inconclusos?
lugar echando alguna mentira, pero él fingió no ver el gesto y cogiéndome de los
teme que su respuesta pueda perjudicarme, por eso ella fue la primera en pasar
ligeramente por alto los motivos de su dimisión. Fue por el caso de El Topero
que intentaba robar tenía una marcha puesta y salió disparado chocando contra la
pared del garaje y produciéndole una lesión cervical y heridas leves en la frente
Yo, consciente de mi propia valía, y quizás algo pagado de la misma, pensé que
momento me creí desarmado, hasta que ella me pasó los datos que había
recopilado del caso, cosa que había hecho sin que yo se lo pidiera y me los dio
en mitad de la vista, delante de todo el mundo. Ella, en su respeto hacia mí, sigue
Jean. Yo misma no podía creer que pudiera tener tantísima inventiva (pues su
pero yo sigo insistiendo en que vuelva a trabajar para mí. Usted mismo ha visto
profesión.
Aquello era una puya directa hacia Álvarez, que sólo me daba casos de poca
trabajar con ese maníaco sexual de Jean, pero su manera de sacarme del aprieto
poniéndome por las nubes, bueno, no quería admitirlo, pero la verdad que había
—No lo dudo, aunque sin duda, señor Fidel, usted sabe tan bien como yo lo
importantes que pueden ser las relaciones con las personas adecuadas, y
precisamente venía a informar a Thais que esta noche un concejal amigo mío da
negando con la cabeza, pero de nuevo Jean se me adelantó, echó una de sus más
—¡Oh, desde luego que irá, que iremos, mejor dicho! Yo también estaba
buscando acompañante para esa misma fiesta. Thais es una chica muy tímida y
sé que le daría mucho apuro ir con su jefe, por lo que los demás puedan pensar,
Thais? — mientras hablaba, asentía con la cabeza para que yo le imitara, pero yo
negaba, boqueando como un pez fuera del agua, una fiesta no, ¡y menos con él!
—¿Se ha vuelto usted loco? ¿Más loco de lo que está? — mascullé apenas
—Thais, deberías ser un poco más agradecida. ¿Ni siquiera me tuteas ahora,
después de lo que hemos pasado juntos? — Me dijo cuando ya estábamos lo
bastante lejos y me soltó. Yo creía tener alucinaciones, ¿en serio era tan
caradura?
y con una persona con la que no quiero estar, que va intentar forzarme a que
pierda el control, para que me lance a hacer lo que no deseo repetir, ¡¿y se
—Quiero decir que tienes que ir a esa fiesta. A esa, y a otras, y a reuniones
médico. A todos nos gusta un médico competente, pero también queremos que
sea amable, que sea una persona que nos dé confianza, simpatía. Y para eso,
tienes que alternar. Pero en esa fiesta, y en muchas otras, habrá música. Y estarás
indefensa ante tu debilidad. Salvo si llevas contigo a alguien que esté sobre aviso
y te ayude a controlarte. Y ése soy yo.
Tenía razón. Me daba cien patadas tener que reconocerlo, pero tenía razón.
Lo que no encajaba en ningún sitio, era la música. ¿Podía llevar tapones en los
oídos y hablar con la gente leyendo sus labios? No, aquello era una idiotez.
mí como en alguien obsesionado con una sola cosa e incapaz de pensar en nada
más, y dispuesto a cualquier bajeza para satisfacer sus instintos más primitivos.
frenó el gesto a la vez que intentaba cubrirse — ¡Era broma, mujer, era broma!
mascullé las palabras como si las escupiera — que pensaste que realmente me
atraías de un modo salvaje. Pero eso, no volverá a pasar. Nunca. Si esta noche te
vérselas contigo. Nada le gustaría más que llevar una demanda de acoso contra
ti. Es posible que no le venzas, es posible que le destroces. Pero en el transcurso,
el juicio te costará perder clientes, tiempo y dinero, y yo haré todo lo posible por
manchar tu imagen como la de un violador machista y acosador. ¡E impotente!
— la cara que puso ante esta palabra fue de verdadera ofensa —. Quizá no lo
acercar a ti.
—Te doy mi palabra de honor que seré muy bueno. Intentaré controlarte todo
—Supongo que no tengo más elección. Confío en ti, Jean. — me volví para
irme a casa, y sin duda porque estaba de espaldas a él, pensó que no le veía
existía.
**********
—¿No crees que eso son ya muchas preguntas? Creo que sabes más de mi
algunos bailaban, pero afortunadamente la música era tan suave y lenta que
estaba empezando encontrar demasiado guapo a Jean, pero nada más. Y hay que
decir que el muy guarro tenía buena percha, iba nada menos que de smoking y le
le hacía un tipo que estaba para… intenté moderarme y miré a otro lado, pero
mucho me temía que buena parte de mi atracción por él, no venía motivada por
la música.
especie de obra suya, pero se estaba quedando con las ganas, porque Jean no me
temíamos lo que podía suceder, y quizá ese fue nuestro error. En un momento
que Jean se alejó de mí un par de pasos para coger una copa, Álvarez se acercó
como un rayo.
agarró de la muñeca y tiró de mí. Me volví para mirar a Jean y éste me devolvió
la mirada con expresión de divertida sorpresa. “Ayúdame” articulé con los labios
mientras era arrastrada por mi jefe, y por si no fuese bastante, empezó a sonar
“Esto ha sido aposta” me dije, mientras intentaba por todos los medios
la música, “Por favor, otra vez no, otra vez no”. Las ondas sonoras eran más
fuertes que yo misma, la letra parecía hablar de mí, yo también necesitaba que
alguien viniera en mi rescate por más que eso me reventase, pero alguien tenía
que hacerlo, aunque ese alguien fuera Jean. Estaba empezando a sudar, mi
contonearse entre los brazos de Álvarez, que me miró muy sonriente. Mis
piernas temblaron y mi sexo se empapó sin que yo pudiera hacer nada por
alcanfor y colonia barata, que reconocí al instante. Jean estaba aquí. Sonreí como
una drogada, notaba mis mejillas encendidas como brasas y oí como de muy
Alcé la cara con la boca entreabierta y la lengua por delante, dispuesta a besarle,
pero Jean elevó la suya fingiendo no verme y casi en brazos me sacó de allí.
Me encontré de rodillas bajo la mesa del bufé sin saber ni muy bien cómo.
Me pareció recordar que Jean había dicho que el alcalde no debía verme así, y
atenuada, pero la oía, y me dejé llevar por ella, bamboleándome bajo la mesa de
un lado a otro. Entonces, vi unos zapatos que me eran familiares. Jean estaba
justo frente a mí, y elevé el mantel para mirarle. Le veía desde abajo, qué
divertido era ver su barbilla moverse cuando hablaba. Qué puerco, no tenía nada,
nada de tripa, el único bulto que se apreciaba era su… huy, qué divertido, lo
—¡Hah!
la mesa nos tapaba, le había sacado su pistolita y había empezado a jugar con
radio mal sintonizada, donde mi deseo se mezclaba con voces que me decían
“¡no, estúpida, otra vez no, no lo hagas!”, pero era demasiado divertido para
parar. Me gustaba chuparle y mirar la cara que ponía cuando miraba hacia abajo
suaves y jugué con mis labios, bajando hasta la base, hasta que sentí que mi
entrada de aire quedaba copada y aguanté ahí, presionándole con la lengua, todo
el rato que pude. Veía a Jean apretar el mantel con todas sus fuerzas, y
—¡Estás loca! — me dijo con voz aguda, pero sonriendo de oreja a oreja.
a mí, me bajó las medias y las bragas y estuvo a punto de penetrarme, pero se
tapó
la
boca
con
la
mano.
me
penetró
de
golpe—
¡Mmmmmmmmmmmmffhhh…!
sonido ahogado, pude oír sobre mi cabeza que alguien decía que debía haber un
gato por ahí cerca. Eso fue lo último que me llegó del exterior, a partir de ese
nosotros había personas que no tenían idea de lo que pasaba bajo ellos, me
excitaba de forma increíble, ¡lo nuestro sí que era una fiesta, y no esa murria que
tenía lugar sobre nuestras cabezas! Volví la cabeza para mirar a mi compañero,
que me miraba con deseo y travesura en sus ojos, le estaba gustando tanto como
a mí, y por los mismos motivos. Se inclinó más sobre mí hasta rozar mi oreja
especificó, y me eché a reír bajo su mano, ¿qué perversión no habría probado ese
aliento sobre mi piel me volvía loca de deseo, mis propias caderas se movían al
ritmo de las suyas para conseguir aún más placer, era tan delicioso, tan bueno…
mi sexo hacía chispas cada vez que se movía dentro de mí, notaba mi propia
vagina latir y contraerse de placer, apretándole en mi interior, qué dulce, qué
dulce.
A Jean se le escapaban gemidos cada vez más fuertes y explícitos por más
control, sólo podía continuar, aunque después me despreciase por ello; ahora no
ese dulcísimo picorcito que aparecía en mis paredes vaginales y amenazaba con
descarga. ¡Sí, ahí estaba, qué caliente, se me derramaba dentrooo…! Oooh, qué
gustito tan bueno. Ah, ya llegaba, yo también estaba llegando ya, Jean seguía
punto mágico más de lo que podía soportar, y sentí una maravillosa fuerza
describir.
punto de quedarse frito ahí mismo. Los efectos de la música habían pasado por
iba sintiendo peor. ¿Qué clase de estúpida era yo para confiar en ese cerdo?
suplicases que lo hiciera, y lo has hecho. Y creo que has sido tú quien te has
de intentar idear una manera de salir de aquí sin que nos vean y sospechen, ¿no
sometido.
empezamos a gatear bajo la mesa hasta que pudimos asomarnos por un extremo
mi lado y por fin pudimos irnos a casa. Qué alivio sentí al salir de allí. Lástima
agradecimiento.
he de agradecerte algo?
plenamente consciente de mis actos cuando te hice el amor, en tanto que tú,
que el alcalde te viera cuando parecías una borracha lujuriosa, fue por tu bien. Y
el último momento sacándote del apuro en el que TÚ nos habías metido a los dos
y salvando tu imagen aún antes que la mía propia. No quiero que te sientas
debajo de una mesa me produce un gran estrés y ansiedad. Sin embargo, por ti,
con clientes, y todo eso, por ti; yo no he dudado un segundo en ayudarte, pero,
—¡Basta ya! ¿Qué diablos quieres? ¿Otra sesión de sexo, que vuelva a
antojo?
—No, por favor. Lo que quieres decir es que, en sincero agradecimiento por
instante e hice con mucho gusto, tú me concedes tu amistad, por la cual accedes
por ninguna de las dos partes, más que el de intentar complacernos dulcemente
el uno al otro.
Milady y yo.
—Milady, ¿qué hacen esas dos tazas “ahí”, por favor? — de nuevo había
quedado con mi esclava por chat, y esta vez yo también había conectado mi
cámara, y desnuda. Lo había hecho, pero había puesto dos tazas frente a ella,
justo en el lugar donde estaban sus tetas, de modo que no se le veían. Ocaso,
como mi esclava Milady, me sonreía con apuro. Era la primera vez que veía una
—Muy bien, entonces, sé una niña pulcra, y retira las tazas sucias de la mesa.
esa vergüenza más y más, me parecía tan dulce, tan exótico en ella ese
cara a cara, y yo le hiciese cosas, ella se taparía la cara colorada y diría cosas
como “no, por favor, que me da mucha vergüenza”. Me moría de ganas por que
llegara ese momento, y estuve tentado de conectar mi cámara yo también, para
momento, tenía que guardar las distancias. Sólo así me haría inalcanzable, como
lo era mi ama para mí. Mi esclava retiró las tazas de la mesa, pude medio ver las
el asiento, para presentar ante la cámara sólo su cabeza y cuello. Lo poco que se
veía del pecho, lo tapaba con sus brazos. — Así, no, esclava. Tienes un cuerpo
precioso, ¿por qué te empeñas en esconderlo, y más cuando tu amo te ordena que
se lo muestres?
—¿Por qué? Milady, ya sabes qué pienso y qué hago cuando te miro. No hay
pistolita se pone contenta, y me acaricio hasta que me quedo a gusto, ¿hay algo
que no supieras?
risa floja, por eso nunca miro a los ojos a nadie. Y me da un poco de apuro el
importa, no valen más excusas. Yérguete y quítate los brazos del pecho, quiero
ver tus tetas.
Mi esclava cerró los ojos de timidez, pero irguió la espalda, se retiró los
brazos y echó hacia atrás los hombros, para que yo mirase sus pechos. Me alegré
la cara. Sin poder contenerme, acerqué dos dedos a la pantalla del ordenador,
pongan erectos. — Milady se frotó los pechos con el dorso de las manos, y
para indicarle que no lo había hecho bien. — Así, no, esclava. ¿Así te los tocas
cuando te masturbas?
—Entonces, tendré que enseñarte yo. Primero, acaricia tus pezones con las
palmas de las manos — mi esclava obedeció — Eso es. Ahora, cógete las tetas
con las manos. Así, muy bien, apriétalas un poquito, muévelas. Y ahora,
no para suspirar, sino como si quisiera decir algo más, pero no se atreviera. Y
preguntarle qué era. Ya lo sabía. Quería decirme algo como “me gustaría que me
los tocaseis vos”. Una vez más, Mariposa emergía a la piel de mi esclava. Quería
dominarme, ser ella quien dirigiese la función, y no se lo permití; si le
amo” pensé “Cuando soy Imbécil, me basta con obedecer, dejarme llevar, no
necesito pensar. Cuando soy Athos, tengo que estar alerta todo el rato, porque
Mariposa siempre quiere estar encima”. Pero tenía que seguir. Yo sabía qué me
esclava miró a la cámara con gesto de extrañeza, pero obedeció. Ocaso era una
mujer pulcra hasta el extremo, una de sus primeras órdenes como Mariposa,
cuando nos conocimos, había sido que yo le recibiera siempre limpito y aseado.
Hoy me iba a llevar mi pequeña revancha. Ella me había hecho darme cuenta de
lo desastrado que era, y yo quería hacerle ver que un poco de suciedad, podía ser
muy divertida.
Separa los muslos. ¿Te gusta la leche…? — dejé el final de la frase tan
creerme que vamos a darle muy buen uso. — Me sentía travieso, me sentía
golpe, quiero que te chorree por la cara. — Milady miró el cartón de leche. Miró
a la cámara. Sus ojitos parecían suplicar. Estaba guapísima así, desnuda, con los
muslos abiertos. — Vamos, ¿esperas que te mande una invitación escrita en pan
Mi esclava cerró los ojos con fuerza, echó hacia atrás la cabeza y se volcó la
por el cuello y el pecho, ¡ahora sí que tenía los pezones durísimos, hasta desde la
cámara se veían!
—¡Muy fría, amo, está helada! — Milady sonreía. Y yo conocía esa risa. Era
su risa de niña, su risa alegre, bajo la cual sólo había simple contento, nada más.
Era la risa que se le escapaba cuando se olvidaba de todo, de que era una
dómina, que había sufrido abusos, intentado suicidarse, sus fobias, sus miedos,
—Vierte más leche en tus pechos, empápalos. Algún día, si te portas bien,
quizá sea yo mismo quien te inunde con mi propia leche. ¿Eso te gustaría?
—¡Oh, amo! ¡Ojalá eso sea pronto! Quiero vuestra leche, vuestro semen…
seguro que estará muy bueno y calentito, y será espeso, no como esto, tan frío y
aguado. Por favor, amo, decidme que nos veremos pronto… — Se había
acercado a gatas hasta la cámara, con los pechos bamboleándole, goteando leche,
y la cara sucia. Mi picha quiso reventar ahí mismo, me puse a frotarme con las
dos manos, y tuve que recordar sacarlo de los calzoncillos, mientras los ojos se
gallumbos, aunque ni siquiera sabía aún dónde vivía. El placer me hizo doblarme
obediente. Venga, vuélcate la leche en las tetas… — saboreé las palabras, estaba
pagafantas! Milady se lamió los labios y sonrió. Una sonrisa cariñosa, llena de
entre sus muslos abiertos… aaaah, Dios, me iba a correr como un burro. —
cada pocos segundos, un temblor de placer me hacía tiritar en la silla. Era como
ella. Milady era tímida, pero la mujer que se acariciaba, que estaba bajando las
ella más de Mariposa que de Ocaso. ¡Pero qué me importaba eso a mí a estas
alturas!
aletear sus dedos, y con la mano libre, se volcó otra vez el cartón de leche, en la
derramaba por su cuello, sus tetas, temblaba y goteaba en sus pezones, y caía
entre sus muslos, formando un charquito, mientras ella me miraba con los ojos
tiritaba, y mi culo se contrajo con tal fuerza que me dolieron las nalgas, y los
con la polla dando espasmos que me hacían sonreír de gustito, y viendo como el
reía, era una risita con un cierto punto de superioridad, pero aun así, amable.
—¡Oh, sí, amo, eso me gustaría mucho! — batió palmas. Y yo reí con
menos que de pies a cabeza cada vez que me corría. La idea de verla lamiendo
lengüetazos, me puso a presentar armas de nuevo, pero decidí que era mejor
despedirme de Milady por esa noche, había que saber ser gradual.
—Bueno, esclava, te has portado muy bien. Te dejo con una sola orden, y es
oyó mis palabras de despedida, me lanzó un beso a toda prisa. Yo tenía la mano
Mariposa, los gestos de cariño los daba con cuentagotas, pero Milady… mi
esclava sabía que su amo tenía una debilidad, y era la necesidad de sentirse
hubiese reprochado como una falta de respeto y me hubiera castigado por ello.
ponerme a pegar gritos de alegría, ¡había sido un éxito! Mis primeras sesiones de
dominación como amo, ¡estaban saliendo bien! Mariposa tenía muchas tablas
como ama, pero cuando era Ocaso, era sólo una mujercita tímida, una chica gris
que se ocultaba tras sus gafas oscuras aún en la oficina porque era fotofóbica,
que apenas hablaba, y en la que nadie se fijaba. Y ahora, era Milady. Mi esclava.
Cuando pensaba en ella de ese modo, tenía muchas ganas de abrazarla, apretarle
daba la impresión de que se trataba de alguien muy pequeño y frágil, alguien que
necesitaba de mi protección y mi cariño. Yo era el primero que sabía que no era
así, tanto como Ocaso como Mariposa, mi ama sabía componérselas muy bien
“¿Será eso lo que siente por mí Mariposa?” Me pregunté al día siguiente, por
movido en el banco al viernes para juntar tres días, así que no trabajaba y podía
pasarme una hora bajo la ducha si quería. Mariposa vendría esta tarde, quería
estar bien presentable. “¿Cuando soy Imbécil, me verá mi ama como a un ser
infelizote, y tiene razón. Tal vez, ella me viese así realmente. Pero Mariposa, sin
dejar de ser también ella, era distinta. No llevaba gafas nunca, era segura de sí
misma, hablaba más que nadie, ponía los brazos en jarras. “Me gustaría hacer
algo que me diese más seguridad. Algo que… me distinguiese. Algo que me dé
pinta de amo, que me haga parecer otra persona más fuerte”, pensé, mientras me
duda, a Mariposa, no le haría demasiada gracia, ella que es tan pulcra. Pero a mi
esclava, tal vez le gustase la idea. “Mariposa me verá así cuando venga esta
tarde. pero Milady tardará más tiempo, cuando ella lo vea, ya tendrá forma”, me
*********
—¿Puede saberse, Imbécil, qué te has hecho en la cara? — No podía evitar
sonreír. Mi esclavo se estaba dejando barba. Se había afeitado las mejillas, pero
juntaba con la perilla. Sólo se veía la silueta, se notaba que la barba era de hoy,
presintiendo que, para esas ocasiones, se regalan otras cosas, pero a sabiendas
que eso, es lo mejor que tiene a su alcance. Acaricié la suave perilla, aún sin
formar, y mi esclavo cerró los ojos de gusto, como siempre que le hago alguna
caricia.
hacer que se ponga erecto sólo con una atención. Pero en esa ocasión, en su
risita de tonto cachondo, había algo más. Un tono que yo no le conocía. Apenas
lo oía, pero estaba ahí, podía intuirlo. Era como si estuviese guardando un
secreto.
menos. Pretendo sólo… bueno, tener otro aspecto menos cándido. Vos siempre
tanto ser su esclava, que no sería capaz de dejarlo pasado el mes, y yo perdería
en su cara, pero otra, me recordó nuestro jueguecito de anoche “Ten calma, eres
siempre TÚ quien manda”, me dije. Eso de fingir que era su obediente esclava,
había sido muy divertido. Bueno, no tanto, había sido curioso, más bien. Eso es.
esclavo negó con la cabeza mientras me besaba los dedos cuando se los ponía a
placer del conejito”, porque hacen cosquillas… ¿Te apetece hacerme cosquillas
sentara enseguida y le dejase darme placer. Es cierto que no era más que un
imbécil, pero era MI Imbécil, y me gustaba que fuera tan solícito. Me senté en su
cama y abrí las piernas, para dejarle sitio entre ellas, y se lanzó a besarme la
cara interior de los muslos, frotando su recién estrenado vello facial en mi piel,
avergonzó.
*************
mientras trabajaba con muchas energías. Había pasado un finde estupendo con
Mariposa. Mi ama había tenido unos altibajos extraños; tan pronto estaba fría
era todo lo que yo precisaba para ser feliz. Ocaso estaba también en su puesto,
pero yo, como el gilipollas irredento que soy, no podía dejar de mirarla
amigo, estaba empezando a sospechar que era ELLA la misteriosa chica por la
que sabía que yo estaba colgado, pero viendo la enfermiza timidez de Ocaso,
tuvo el buen juicio de no hacer ningún comentario. Quien sí lo hizo, fue Nélida,
medio año, sin ser capaz ni de decirme que no, mientras se zumbaba todo lo que
quería, y yo sopitas. Por suerte, su comentario no fue sobre Ocaso, sino sobre mi
cambio de aspecto.
—¿Y esa barba? — me dijo cuando se acercó a mí, para darme unos
certificados que sólo puedo mandar yo. Mi barba había crecido durante los tres
días festivos y, aunque aún distaba mucho de ser tupida y espesa como yo la
quería, ya era mucho más que una sombra, estaba definida y decididamente
arrogante, me encantaba.
—Me apetecía cambiar. — sonreí, tomándole los papelotes que me traía y sin
darle más importancia. Hacía tiempo que Nélida me era tan indiferente como yo
a ella, pero mi reciprocidad era un golpe para su orgullo. Me miró con una
sonrisa paternal.
—No te favorece nada, afeitado estás mejor. — Hace apenas dos años, esa
más claro, y puso cara de princesita ofendida, y de sorpresa. Lo último que podía
¿qué quería que le dijera, que mi vida ya no estaba supeditada a sus caprichos?
Eché una mirada a Ocaso, se sentaba muy cerca, quizá lo había oído. Mi esclava
medio vi sus ojos moverse bajo las gafas oscuras. Al ver que, en efecto la estaba
mirando, de golpe miró de nuevo al monitor, y tomó rápidamente un pañuelo,
Chica a la espera.
Estaba de muy buen humor, hasta silbaba. Le gustaba tener su pequeña casita
brillo hasta que hubiera podido verse reflejado en las superficies, si aún
llamaban “Vladi dos veces” porque solía repetirlo todo, no podía ver su imagen
tenía que servirse de otros objetos para comprobar si los que limpiaba, estaban
como tal, era despreciado por todo el mundo vampírico, como cualquier
miembro de esa casta. Y lo cierto es que tampoco le importaba gran cosa. Sabía
que cualquier vampiro que se cruzase en su camino, le mataría sin más, con la
misma indiferencia que los humanos aplastan cucarachas, pero, ¿qué vampiro
serles de alguna utilidad. Entre los vampiros, alguien como Vladi sería una
divertían, aunque no los veía mucho. Nunca veía mucho a nadie, era otra ventaja
de trabajar de noche, uno pasaba el tiempo muy tranquilo. Es cierto que casi no
hablaba con nadie y se sentía un poco solo, pero siempre había sido bastante
solitario.
Hasta no hacía mucho, Vladi había vivido con su hijo, Bartolomeo, a quien
sino un niño cuya madre había sido infectada por otro vampiro y ésta y su
amante se alimentaron de él y lo abandonaron en casa de Vladimiro después.
Ellos, también eran Chupacabras. Tolo había crecido lentamente, eligiendo cada
puñado de años si quería cumplir uno más, y hacía cosa como de siete u ocho, se
había ido de casa a “buscar su propia independencia”. Vladi sabía qué quería
decir: que quería tener un sitio privado para llevarse a las chicas sin que éstas
Bastante alto, de espaldas anchas y en buena forma, pero ya con sus añitos. Tenía
el abundante cabello todo blanco ya, pero sus ojos verdeazulados seguían
manía de andar repitiéndolo siempre todo, muchos estudiantes decían que estaba
—Venga, tonta.
—Anda… si te va a gustar.
Vladi estaba sacando brillo al sable. A un viejo sable que tenía desde hacía
años, que había comprado en el mercadillo del Instituto y le habían dicho que
Allí estaba otra vez, la chica de los ojos verdes y otro chico, a éste no lo conocía.
La joven siempre se traía a sus novios a la zona de árboles que había cerca de la
vivienda del conserje, porque quedaba oscuro, pero estaba razonablemente cerca
de zonas de luz y gente, no como el bosquecito que había en la zona de la
necesario pegar un grito o salir corriendo. Vladimiro lo sabía, pero eso no hacía
que le molestara menos, ¿qué clase de autoestima tenía esa chica para andar
haciendo cosas así, cada dos días con uno distinto? Y siempre montándoles el
mismo numerito de buena chica tímida “sí, pero no”. ¿Y qué clase de respeto le
tenían los chicos, la misma tarde que se conocían, para meterla mano en un sitio
oscuro? Siempre que los veía, solía darles una voz para que se largaran, pero ya
—¡Ah… mmmh… por ahí, no! ¡No, no toques ahí! — gemía la joven, la
asustado, cuando el chorretón del agua fría le pegó directamente en los riñones,
y se volvió, intentando cubrirse con las manos, empapado de la cabeza a los pies,
—Cuando los perros están muy arrebatados, se hace esto para calmarlos. —
—Qué.
—¿Qué?
—Soy “qué”. Si he de elegir entre ser gilipollas o qué, entonces soy “qué”.
mi casa. Venga.
El joven, chorreando agua del pelo y con rostro iracundo, echó a andar. La chica
de los ojos verdes intentó darle la mano, pero él apartó la suya con un
atrás dos o tres veces, hasta que, sin duda por no mirar el camino, se pegó un
Vladi sabía que volvería. Que mañana mismo, o dentro de un par de días,
estaría allí otra vez, y con otro chico diferente. “Esa chica busca cariño, y sólo
tímidamente.
—¿Va a volver por aquí? No creo que vaya a hacerlo después de lo que pasó,
—Eso me ha dicho. Me dijo que si quería que volviese, le podía esperar aquí
sentada, y es lo que hago. No molesto, ¿verdad?
que le habían dado a la chica no era exactamente una cita, pero, ¿quién era él
buenas noches y ella contestó, con la mirada fija en el camino, esperando ver
—Ya es muy tarde. — dijo— ¿Por qué no te marchas a casa? Es muy tarde
para que una chica se quede aquí bajo la lluvia. — La joven le miró. Tenía la piel
pálida, muy blanca, y le destacaban mucho los ojos tan verdes y grandes, y tan
tristes.
—Lo que yo entiendo, es que tienes hambre. Pasa, y cena algo conmigo,
estaba muy limpia, fruto de las interminables horas que Vladimiro, sin nada
pequeño televisor que casi siempre estaba apagado, una chimenea pequeñita y
una gran librería. Una cocina, un cuarto de baño completo, dos habitaciones, y
una buhardilla, que era donde Vladi solía reparar relojes, algo que le gustaba
mucho. El conserje preparó enseguida otro cubierto para ella, y le sirvió leche y
queso, lo mismo que iba a tomar él. Los vampiros Chupacabras, no sólo se
alimentan de sangre de animal, algo que ya es bastante malo a los ojos de las
otras castas, que se alimentan tan solo de sangre humana o vísceras, sino que
también pueden tomar miel, huevos, o lácteos. La joven sonrió, pero negó con la
cabeza.
—Es usted muy amable, pero soy alérgica a la lactosa. No puedo tomar
leche. — Vladi se dio cuenta un poco tarde que, en realidad, él no tenía gran
cosa en la nevera, salvo leche, huevos y vísceras, pero nada para cocinarlo. Todo
pero nada más. Ni siquiera tenía pan, ¿qué podía darle de cenar?
—Tengo… ¿te gusta el corazón de vaca? — sabía que era una pregunta
tonta, a la mayor parte de los humanos no les gustaban las vísceras, las
momentito.
—No. No se moleste. Verá, soy crudívora, partidaria de los alimentos no
cocinados. Con el fuego, pierden la mayor parte de las vitaminas. A lo mejor le
conserje sonrió, ¿por qué iba a molestarle? Tanto mejor para él. Cortó una
conserje pensó que la chica tenía un estómago bien extraño, cualquier humano
hubiera considerado aquello algo asqueroso, pero apenas le vio llegar con el
atacó los pedazos, dejó escapar un gemido de satisfacción, cerrando los ojos con
hambrienta.
—Es una historia vulgar y demasiado conocida: “chica conoce chico, padres
de chica no lo aceptan, chica se escapa con chico. Chico miente a chica, chico
no estás con ese chico, ¿por qué no vuelves con tus padres? Ellos te acogerán.
casa. Me dijeron que ya era mayor de edad, y que si había querido obrar a mi
antojo, que me las apañara sola. De eso hace ya dos años. He intentado volver, o
hablar con ellos, pero no quieren nada conmigo. Dicen que no tienen hija.
—En el campanario.
—Como de los chicos que traigo aquí. Yo me dejo toquetear, y ellos me dan
comida.
El conserje suspiró.
—¿Cómo te llamas?
—Tatiana.
poco sorprendida.
mientras ella lo hacía. De hecho, ahora que me ha dado de cenar, yo… bueno,
contigo.
pasando a tutearle.
—Sí. ¡No! — se corrigió en el acto — a ver, eres guapa, hija, pero yo soy un
—Yo tampoco soy tan joven como aparento. Ni tan desvalida. Sé bien lo que
hago. Vladimiro, ¿te llamas así, verdad? — éste asintió — Quiero agradecerte lo
que has hecho por mí, y el mejor modo que conozco de dar las gracias, es dando
placer, ¿qué hay de malo en ello? — Tatiana tomó la mano que el conserje tenía
sobre la mesa y la llevó a su boca, metiéndose la punta del dedo índice entre los
labios, sedosos y cálidos y lamiéndolo muy suavemente, mirándole con los ojos
entornados.
razón de peso. Podía decir que era inmoral, pero, ¿qué moralidad tenía un
vampiro? — No, no está bien. para… — Con evidente esfuerzo, sacó su dedo de
entre los labios de Tatiana y negó con la cabeza. — Quédate a dormir aquí esta
noche, el cuarto de mi hijo está libre. Pero cuando digo a dormir, es a dormir. Y
a
dormir tú sola.
Tatiana se le quedó mirando con sus enormes ojos verdes. Y de pronto, esos
—Haces que me sienta como una inútil. Una gorrona que se aprovecha de ti.
—No llores por eso — una parte de sí mismo quería simplemente abrirse el
pantalón y decir “si esto te va a hacer feliz, adelante”, pero otra parte sabía que
a recoger la mesa y fregar cacharros. Eso, me hace más ilusión que me des
—Claro. El orgasmo sólo dura unos segundos, el recoger esto, nos llevará al
menos un cuarto de hora.
mi turno, al amanecer, pero tú, ¿por qué no te vas ya a acostar? Debes estar muy
cansada.
—Yo también duermo sólo de día. Soy fotofóbica, no me gusta la luz solar,
por eso duermo durante el día. — contestó la joven, sonriendo. Vladi se quedó
pensativo. “No toma leche. Come corazón crudo. Su moralidad sexual es casi
inexistente. Y ahora resulta que duerme de día. O realmente, es la chica más rara
que he visto nunca, o… o no es una chica como tal”. Desde luego, si era lo que
pero si pertenecía a otra casta, ¿qué hacía sola, y viva? Un vampiro solo, dado de
lado por su propia casta, era un ser condenado, alguien que no duraría ni dos
noches, su propia casta querría matarlo, y los vampiros de castas rivales (o sea,
todas), se apuntarían a ello, sólo para conseguir méritos o simplemente para
divertirse. El conserje se puso en guardia, ¿y si esa niña bonita no era más que
un cebo para él? Una carnada para engatusarlo y hacerle tener sexo, y cuando se
Dementia, creía que era poco menos que un deber moral acabar con los
Tatiana era realmente un vampiro o no, porque podía ser peligrosa. Y había un
—¡Ay! ¡Qué torpe soy, seré torpe! — dijo Vladi, sujetándose la mano que se
había herido. A propósito, había golpeado las tijeras que había sobre la mesa y,
expresión hambrienta sin que ella misma se diera cuenta. Su boca se abrió, y sus
¡Qué estúpido había sido! Él pensando que se trataba de una pobre chica
creían aprovecharse de ella! Quizá incluso era virgen todavía, lo único que hacía
cachondos para darse cuenta de nada, los atacaba. Quizá ni siquiera estuviese
sola, sino que fuese el cebo de otro vampiro, y les pareciese divertido
—Habla, guapa. ¿Sois una pareja, o perteneces a una casta? Si tu macho está
ahí fuera, que entre a dar la cara, yo no tengo veinte añitos para perder la cabeza
—¿Pretendes que me crea que una vampiresa tan joven, está sola y nadie ha
—Es la verdad, Vladi, debes creerme, pero por favor, no intentes atacarme,
no quiero hacerte daño. Has sido amable conmigo, no te quiero lastimar. Si este
de otras, pero no lo han conseguido, y dudo que lo consigan jamás. Hace ya casi
un año que no viene a por mí nadie. Mira… — La joven buscó con la vista por la
estantes se combaban por el peso. Se dirigió a ella y metió la mano en uno de los
estantes, y, sin aparente esfuerzo, levantó la librería hasta el techo. Vladimiro no
supo ni qué cara poner. Tatiana, con todo cuidado, para no tirar ningún libro, la
dejó de nuevo en el suelo. — Desde niña he tenido esta fuerza. Nadie sabe de
dónde me viene, pero hasta mi padre me tenía miedo. Creo que fue un alivio
para ellos que me escapara de casa. Cuando el chico con el que me fugué,
bueno… él no era…
importante aquello, pero sabía que entre vampiros, liarse con un humano es algo
pasaría, pero no fue así. Y el ver que yo podía levantarle con una mano, le hacía
volver, y desde entonces, vivo sola. Como puedo. Más o menos, como tú. — La
me habían dicho que erais bestias asquerosas, que muchos ni sabíais hablar…
Tatiana, con una tímida sonrisa en los labios, recorrió el cuerpo del conserje
con la mirada, y Vladi no pudo evitar sentirse halagado por la mirada que veía en
los ojos de ella. Entre vampiros ocurre una cosa muy extraña, y es que todas las
castas, por definición, son rivales y se aborrecen entre sí. Hasta los Chupacabras,
tan indiferentes a la mayor parte de las cuestiones vampíricas, coinciden en esto.
Cada casta se considera mejor que las demás, y dentro de la rígida escala que las
esquematiza, todas piensan que deberían estar un escalón más arriba, o que las
otras deberían estar más abajo. Cuando dos vampiros de castas distintas se
o aprovecharse del otro. En el mejor de los casos, cada cual seguirá su camino.
sean de la casta que sean y quién sabe si por una extraña afinidad de género, o
por haber estado durante mucho tiempo sin contacto con ningún semejante, pero
Esto Vladi, lo sabía. Hacía más de sesenta años que él no veía a una
demasiada frecuencia. Ahora, por primera vez en mucho tiempo, tenía ganas.
Tatiana lo sabía también. Llevaba más de tres años sin encontrarse con un
vampiro, salvo con los asesinos que le mandaba su propio padre y otras castas;
los chicos humanos eran sosos y estúpidos, sólo pensaban con el pene, eran
el aspecto de ser tan amable… antes de poder darse cuenta, le había tendido los
brazos y el conserje le ofreció los suyos, entrelazando los dedos de las manos,
hasta abrazarse. Vladimiro le miró a los ojos, y vio su propia imagen en el único
acariciaba los hombros y los brazos, tanteando en los enganches que cerraban el
vestido negro, tan fino que podía notar el tacto de la piel que había debajo; él
darse el lote a cambio de sangre. Pero no podía evitarlo. Su miembro pedía sitio
Vladi no recordaba la última vez que había tenido su lengua en la boca de una
Las manos de Tatiana recorrían la espalda desnuda, sólo cruzada por los tirantes
del peto, de Vladi, provocando escalofríos deliciosos a cada roce,
apresurados, hasta que la joven ya no fue capaz de aguantar más y bajó sus
manos a las nalgas de su compañero, apretándolas, y con su increíble fuerza, le
aupó de las mismas. En un movimiento reflejo, Vladi la abrazó con las piernas,
brazos. Y le gustó.
“No le da vergüenza… no le humilla que yo, sea más fuerte que él.” pensó
cabeza. Debajo, sólo llevaba las bragas. Él, nada. Una vez llegaba a casa, no
solía usar ropa interior. Tatiana, de rodillas sobre la cama, a horcajadas sobre él,
miraba su cuerpo. Sus brazos fuertes, a pesar de la edad. Su piel rosada, suave.
joven no era virgen como había pensado Vladi, más de un miembro había visto
ya, pero éste le parecía el más hermoso de todos. Quiso tocarlo, pero el conserje
la abrazó de los hombros y la tumbó sobre la cama, junto a él, para acariciarla de
metiéndose por dentro casi sin querer. Tatiana se estremecía entre sus brazos,
moviendo las caderas, buscándole, gimiendo, pidiendo más con todo su cuerpo.
Vladi sonrió. Lo quería, lo quería de veras, pero llevaba mucho tiempo sin hacer
el amor, temía que nada más entrar, su cuerpo no fuese capaz de resistir el placer
y eyaculara sin remedio, por eso quería retrasarlo, excitarla lo más posible,
dejarla a las mismas puertas del placer, para estar seguro de que no se quedaría a
la había hecho sentir así, ni siquiera su novio, aquél por el que había abandonado
la casa paterna. Cada caricia de los sabios dedos de Vladi le erizaba toda la piel,
notaba su intimidad húmeda y temblorosa, ansiosa de ser atravesada. Le miraba
con ojos suplicantes, mordiéndose los labios de deseo, con los muslos dando
calambres, loca por saber exactamente qué sentiría cuando aquél ariete cálido se
gozo, ¡qué placer…! ¡Qué manos tan cálidas y suaves! Tatiana sonrió, feliz por
deteniéndose en la punta húmeda para mojarse las manos y que las pasadas
fueran suaves y dulces. Ahora era Vladi el que ponía los ojos en blanco y
infinita se expandía por el interior del coño de Tatiana, que parecía suplicar por
ser penetrado. Finalmente, no pudieron más, y Vladi se colocó sobre ella, que
estaba empapada de jugos, era muy suave. La joven le abrazó por la nuca y le
acarició las piernas con las suyas, abriéndose para él. Vladi se dejó caer y
que podía imaginarse. Tatiana se estremeció, abriendo mucho los ojos, y movió
sus caderas, para ayudarle a introducirse en ella. Quería reír, quería llorar, ¡se
quedárselo. Tatiana gimió muy bajito, pero como Vladi estaba sobre ella, gimió
directamente en sus oídos. El vaho cálido del sonido de su placer pareció derretir
el cerebro del conserje, maldito fuese Drácula por siempre. ¿Qué habría hecho
espina dorsal y tirar de sus nalgas. El placer era excesivo, era demasiado bueno,
no iba a poder aguantar mucho más. Pero Tatiana estaba en el mismo punto, roja
como una cereza, mirándole con expresión de desamparo, con una carita en la
que se mezclaban las sonrisas y el terror.
solas, sus muslos ardían, todo su sexo cantaba de gozo, pero éste no se detenía
como otras veces, sino que… crecía. Crecía y crecía, sin parar, cada vez era
mejor, cada vez era más salvaje, más devastador, la joven empezó a creer que iba
a estallar, que iba a morirse, que su cuerpo iba a explotar sin remedio, ¡pero no
Tatiana ahogó un grito hasta quedarse sin aire, y Vladimiro sonrió y siguió
concéntricos, uno tras otro, hasta que la tormenta se fue calmando, y el calor y el
gusto la recorrieron suavemente, dejándola calmada, satisfecha. Y anonadada.
mientras sus caderas daban golpes para soltarlo todo y el coño de su compañera
—¿Qué… qué me has hecho? — preguntó muy bajito, casi con miedo.
conserje, tumbado sobre ella, con la cara vuelta hacia el otro lado, de modo que
ella no podía verle la cara, escuchaba. Bajo la voz de la joven, se adivinaba una
sonrisa —. Yo pensaba que los orgasmos, eran… eran lo que pasaba cuando el
hombre terminaba, nada más. Yo, cuando he tenido sexo, yo lo pasaba bien,
gozaba, sí, pero… pero esto es distinto. Es muy distinto. — lo apretó más contra
ella. El conserje sonrió, y cualquiera que hubiera podido ver su sonrisa, hubiera
sabido que él, sabía más que ella misma de lo que acababa de sucederle, pero
Se calló que él sabía que los vampiros fuertes, al igual que presentar otras
cualidades, como una sensibilidad psíquica muy poco usual, son también muy
preciso saber excitarlos antes, y esos mismos orgasmos, los harán atarse
podrán gozar así con esa persona en concreto. Así, Tatiana, sin duda se habría
lo que sintió, fue capaz de abandonarlo todo por él, pero el estúpido joven no
había sido por fin capaz de satisfacerla, y ella, convencida por su naturaleza de
que los humanos eran los únicos que podían darle el mismo placer que él, había
escapar.
espalda del anciano vampiro y besando muy suavecito sus hombros, mientras su
cerebro luchaba por no llamarle cosas como “mi cuchirritín, bocadito de sangre
él, y en principio, aquélla había sido la idea de la joven pero, al descubrir que se
placer que le había hecho descubrir… es posible incluso que los chicos pagasen
caro su intento de querer reírse de un vampiro tan bueno como él.
Su afición secreta.
Hacía ya mucho tiempo que la escritura manual había sido casi desterrada
por completo. Primero los teclados, y más tarde las órdenes de voz habían hecho
que el escribir a mano fuese un arte arcaica muy poco común, como podía serlo
precios eran prohibitivos. Por eso a Sonya le extrañó tanto encontrar una buena
siesta en el piso de arriba, echó un vistazo por encima y se dio cuenta que, por
más que no le hubiera dicho nada, sí, Víctor escribía y allí había una historia, de
modo que se acomodó en el sofá, y comenzó a leer. La letra manual no era fácil
para ella, acostumbrada a las letras de molde, pero pronto se acostumbró; Víctor
escribía con una bonita cursiva, pero muy clara. El texto, que arrancaba sin
provee de alimentos desde la leche materna hasta los últimos óleos de los
moribundos y las ofrendas a los difuntos; Lait-tuín, cuya luz y calor iluminan
todo el cielo y bajo cuyos rayos crecen fuertes hombres, bestias y cosechas;
Ullu-tin-top, travieso diabillo cuya humedad fertiliza los campos y riega las
flores. A todos vosotros os doy gracias cada vez que mis ancianos ojos se posan
en ella y recuerdo que vuestra combinación ha servido para dar al mundo tan
deliciosa criatura, llena de matices de belleza. Cuando miro sus cabellos, llenos
maíz crudos con los tostados, sus ojos verdes como piedras de jade y su piel
blanca y rosa como la flor del cerezo, no puedo evitar sentirme dichoso por
contemplarla, por más que sepa que estoy de ella tan lejano como la luna. Sus
graciosos movimientos atrapan mis ojos, su risa franca hace campanillas en mis
oídos, y su nombre suena a poesía en mis labios: Tchai Len Mui. El vapor
Hace ya medio año que llegó a la casa del acantilado, en la que vivo junto a
mi sobrino, a quien está destinada. Antes, Len Mui vivía en la casa familiar,
junto a mi hermano mayor, que la compró para su hijo hace ya un año, a pesar
de que éste vivía conmigo, pensando que los estudios de su hijo acabarían
una carta en la que me rogaba acoger a Len Mui en mi casa, a fin de no retrasar
Mi hermano mayor parecía sentir una excesiva simpatía hacia la joven. Toda
su carta era un halago constante a ella y una aseveración hacia mí de que Len
en mi casa e intentar que mi sobrino se desposara con ella. Pocos días más
insípida modestia como son las esposas compradas, que han sido
franqueza de Len Mui me sorprendió desde el primer momento, cuando bajó ella
misma del vehículo sin esperar que nadie le ofreciese ayuda. Dio un gracioso
la casa y a mí. Me miró a los ojos sin vergüenza alguna, y sonrió con
—Buenos días, señor tío de mi esposo. Mi nombre es Tchai Len Mui, ¿cómo
que notar diferencia con la gran casa de mi hermano, mucho más lujosa. Sin
embargo, sólo pude hallar sinceridad en sus palabras y en sus miradas cuando
pareció pues, una criatura de buen contento, lo que sin duda le sería útil si tenía
Pasadas las frases de cortesía, preguntó por él, curiosidad muy natural,
volvería hoy. Le expliqué que mi sobrino era, ante todo, un científico, y con
encerrarse por dentro. Sus preguntas sobre el modo en que se alimentaba allí o
cómo cubría sus necesidades, no hallaron respuesta en mí, pues no lo sabía con
una sorpresa. El transporte que ella había usado para su venida no iba a
regresar hasta el día siguiente, cuando recargase baterías; podía usarlo para ir
Le hice saber que yo había prevenido al joven de que ella, llegaba hoy. Que
él sabía perfectamente, puesto que le había avisado en varias ocasiones, que iba
menos, que volviera para conocerla, pero él no parecía haber prestado oídos a
ninguna de las peticiones. No era esperable que fuese a recibirla con los brazos
abiertos si iba a verle. Ni que tan siquiera se dignase recibirla. Len Mui pareció
entristecida por mi respuesta y se dejó caer sobre uno de los espesos cojines con
consuelo.
tomes como un desprecio lo que es una muestra de lo trabajador que es; sin
enviaré un nuevo mensaje diciendo que ya estás aquí, para que venga cuanto
Len Mui me miró y me sonrió. Había tal gratitud en sus ojos, que me sentí
razón, y que le permitiese ir a las cocinas, pues quería guisar una buena cena
con la que dar la bienvenida a su futuro esposo y que recuperase las fuerzas
La mayor parte de los días, yo solía comer los precocinados que prepara la
cocina automática, a la que tenía programada para servir los platos a unas
horas determinadas. Platos sanos, y desde luego, ricos, pero carentes de todo
toque personal, iguales unos a otros como un chip a otro, producidos en cadena
daba un nuevo color a mi hogar. Cuando Len Mui llevó a la mesa los manjares y
me sirvió un cuenco de sopa con carne de marisco y otro lleno de nimuz frito
sobrino, y sólo deseé que, cuando contrajera matrimonio con ella, siguiesen
viviendo conmigo.
pastelillos de candé y mush, y por fin el té de mirto, pude observar que Len Mui
me servía, pero que no probaba bocado. Al interrogarla por ello, me dijo que
hablando durante horas, le conté que yo era el hijo menor de todos, el menos
importante, y que mis deseos de estudiar y escribir habían hecho que la familia
que escribía a teclado y voz la mayor parte de las ocasiones, pero que adoraba
era mi favorito. Ella me contó que no había nacido esclava, que tenía estudios y
rugió y le rogué que comiese alguna cosa, pero ella se negó, no quería que su
frente a mí; le diremos que me entró hambre y te pedí más. No sospechará nada.
Len Mui aún dudó un poco, pero al fin su estómago vacío le pesó más y
redondos bajo su bata cruzada de color rosa suave, como un pastelillo de mush.
movíamos. Len Mui intentaba no dar cabezadas, pero cada vez le costaba más.
Me senté junto a ella y le pedí que se fuese a la cama, pero ella insistía en seguir
esperando. Como también yo estaba muy cansado, no insistí, y me limité a
los dos dormidos así, la cabeza de Len Mui sobre mi hombro, y la mía sobre la
suya.
A pesar de eso, Len Mui no pareció darse por vencida, y ella misma mandó
un mensaje a su esposo, que se dio por leído un día más tarde, y siguió
vendría. Mi sobrino se dignó a hacer acto de presencia casi una cuarta más
tarde, es decir, diez días después. Len Mui estaba ansiosa por su llegada y le
recibió con una gran sonrisa, pero mi sobrino apenas dio muestras más que de
boda. Después de la comida, pensé que era más adecuado dejarles solos y,
los abandoné durante toda la tarde, pero mis pensamientos iban hacia ellos sin
cesar. O, más sinceramente, iban hacia Len Mui y el trato que le daría su
prometido.
Yo sabía que mi sobrino era despegado y frío, que los asuntos matrimoniales
no le llamaban y que su único amor era su trabajo, pero no imaginaba que fuese
a tratarla con tanta indiferencia. Al día siguiente se marchó de nuevo. Len Mui
di cuenta que la tristeza de su corazón le impedía ver nada más allá de sus
lágrimas. Allí sentada, con los pies descalzos rozando la hierba cada vez que los
movía y con las lágrimas surcando sus mejillas sin que ella se molestase en
—No le importo — dijo, y supe qué quería decir — No le soy útil en ningún
Quise decirle algo, rebatir sus amargas palabras de alguna manera, pero
—Ayer por la tarde hablé con él. Mi deseo era decirle cuánto deseaba
conocerle por fin, cuánto había soñado con… pero él me interrumpió, y me dijo
que era aún peor de lo que había imaginado. “Mi padre podía haber escogido a
debía hacerlo si él así me lo ordenaba. “Tengo que tener una esposa a la fuerza,
no te conozco, sino que no deseo conocerte, para mí no eres más que una
molestia. Eres el precio que debo pagar para que mi padre siga financiando mis
trabajos. Eres como la resaca del vino, o los gases de una comida copiosa; una
No sabía qué decir para consolarla. Mi sobrino había sido tajante y cruel,
sin duda para que ella no le molestase más, para impedir cualquier otro intento
de ella por acercarse a él. No puede negarse que lo había conseguido; cualquier
afecto, la menor simpatía que Len Mui pudiera sentir hacia él, había sido
jardín. Eso era la joven para él: una mala hierba que era preciso desarraigar y
tirar a un lado, para que no volviese a crecer nunca, sin que nos importe cómo
esa hierba se pueda sentir. En un intento de consolarla, quise tomarla por los
hombros, y una lágrima suya cayó sobre el dorso de mi mano, caliente. Recordé
el último verano cálido, hace ya casi tres años. En esos veranos cálidos, los días
son tan bochornosos que la lluvia, cuando aparece, agrava la situación antes
que aliviarla. Apenas caen unas pocas gotas que hacen que el calor que
calor es su dolor, que sufrimos todos. En aquél momento, Len Mui sufría como
verano cálido y sus lágrimas no le ofrecían alivio, sino sólo un mayor dolor.
llorar. Mis manos acariciaron sus cabellos y su brazo, cubierto por el hermoso
vestido de seda rosada que se había puesto para intentar agradar a mi sobrino.
Entre sollozos, me preguntó si acaso era ella tan odiosa, si era tan despreciable,
si merecía ser tratada así. Tuve que contestarle que no. Que era bonita,
a ninguna otra.
Buena Ley, implantada por nuestros antepasados, indica unas normas para la
vida, el matrimonio y las mujeres que, aunque gran parte de la población sigue
rectamente. Tchai Len Mui era una mujer comprada y debía contraer
una mujer rechazada. La única salida sería venderla como sirvienta o camarera,
así.
Len Mui hablaba de sexo sin tapujos y con tanta naturalidad que no era
eres estéril. Ya casada con él, no podrá devolverte. Lo más fácil es que asignen a
una segunda esposa para que tenga hijos, pero si exigen el divorcio, tendrán que
preguntó, dudosa:
para no llorar de nuevo. Sonreí y le pedí que no llorase, que no tenía por qué.
Ella asintió a su vez, una lágrima se escapó de sus ojos cuando se alzó, y movió
la cara con impaciencia para hacerla volar por mi jardín. Sonrió y pidió mi
permiso para retirarse, según me dijo “porque tenía mucho trabajo que hacer”.
cierto que no era algo difícil de fabricar, pero sí muy trabajoso y cansado.
Apenas podía creer que hubiera hecho algo así por mí. Esa noche, cuando
cenamos juntos, aún toda ella olía al suave perfume del amburú. Desde
entonces, hago que esté a mi lado todas las horas posibles. Le pido que lea para
mí, y me parece que mis humildes poemas son más hermosos cuando los recita
ella. Len Mui me mira con esos extraños ojos verdes, tan poco comunes y que a
hubiera descrito a una mujer muy distinta de Tchai Len Mui. Para empezar, la
habría descrito con el cabello largo y negro, los ojos oscuros o azules, y la piel
suave y delicada. La habría descrito como una mujer callada y misteriosa, algo
eso y, sin embargo, es muy linda. La más bonita. Sus cabellos son cortos y su
color varía entre el dorado y el marrón, lleno de matices como un atardecer de
otoño. Sus manos denotan lo mucho que ha trabajado y trabaja a diario y, quizá
por eso, me parecen mucho más bellas que unas manos haraganas. Es una
pueda decir de ella que es hermosa, pero sí es… bonita. Es bonita de un modo
práctico y también dulce, es bonita del mismo modo que lo son las cosas útiles
por serlo. Mi vieja pipa quizá no sea tan maravillosa por fuera como una pipa
de espuma de cristal recién comprada y perfecta, sino que está algo quemada
por el borde, ha sido reparada en alguna ocasión y huele mucho a tabaco. Pero
tabaco y vainilla que tiene impregnados, y es cómoda entre mis labios, dándome
bocanadas de humo mientras olvido que está allí, y está empapada de mil
recuerdos hermosos. Ninguna pipa, por bonita que fuese, podría darme tanto
placer como ella. En cierto modo, así es Len Mui. Puede que no sea una belleza
de las que hacen que a un hombre le tiemblen las piernas, pero es una mujer
maravillosa, culta e inteligente con quien se puede hablar como con un hombre,
importante. Tchai Len iba vestida con un kimono de color rosado, con flores de
dos sonrió gran cosa, pero yo no podía dejar de hacerlo, ¡qué guapa estaba Len
Mui! Sus cabellos cortos no permitían grandes arreglos, pero se había colgado
pequeños adornos de cadena, con flores de amburú, y una flor de robaiga junto
bonita que estaba. Ella me dedicó una sonrisa y en voz baja me dijo que, de
niña, no había imaginado su propia boda así. Clavó sus ojos en los míos y
susurró: “Supongo que las cosas serían distintas si el novio hubiera sido otro”.
bebida de un trago. Sabiendo que esa noche tenía que dormir con mi sobrino, le
Durante la noche les oí. No era mi intención ser indiscreto, pero el cuarto de
antigua, según la Buena Ley, y en ella se dice que la mujer debe adoptar un
papel tímido y pasivo. Len Mui, educada de forma mucho más moderna, no se
adaptaba a tenderse sin más, pero, sin duda recordando que el matrimonio
hubiera avergonzado profundamente enterarme de algo así, pero sirva eso como
durante algunos minutos y eso fue todo. Estaba a punto de quedarme dormido
yo también, cuando a través del tabique, oí lo que, sin lugar a dudas, eran los
Hubiera deseado hacer algo. Me hubiera gustado, pero ¿qué podía hacer
yo? Mi sobrino permaneció con nosotros un par de días, durante los cuales la
siempre yo para rogarle que se quedara leyéndome un poco más. “Sólo hasta el
final del capítulo, querido sobrino. Cede al capricho de tu viejo tío, enseguida
irá contigo”. Puesto que mi puesto en la jerarquía familiar es más elevado que
el suyo, no podía insistir, ni tampoco ponía interés en ello. Más bien la orden de
acostarse la daba porque sabía que era su obligación, pero también él parecía
luego hablábamos hasta bien entrada la noche. “Me hizo daño”, me confesó
abiertamente. “No hizo nada para prepararme, pero es que tampoco me dejó
hacer nada a mí. Ni siquiera me besó ni me acarició. Simplemente se frotó hasta
que estuvo listo y luego se tumbó sobre mí, y empujó unas cuantas veces hasta
que acabó. Ni siquiera me miró a los ojos. Me sentí mal después de eso, y creo
que a él también le asqueaba. Intenté hablar con él, pero me dijo que me
relacionarse con las personas. Para él, somos poco más que bestias, así me lo
dijo una vez— Len Mui se quedó pensativa. Ella no odiaba a su esposo, pero
Las manos de Len Mui, pequeñas y cálidas, acariciaron a su vez las mías, y
gentilpluma que trinase gastando todo el aire de su cuerpo. Así me sentí, pues
también yo me quedé sin aliento cuando noté sus dedos deslizándose sobre los
míos y me miré en sus ojos. Fue como caer a un abismo verde, que a la vez me
acercaban de manera inexorable. Sabía que no debía permitir aquello, pero los
agarre y me arrastraban hacia ella con una fuerza irresistible, y por más que yo
quería luchar, esa lucha sólo aumentaba mi deseo de estrecharla entre mis
brazos. Sentí su cálido y perfumado aliento sobre mis labios y la piel de mis
saborear su boca, una tremenda ráfaga de viento golpeó las ventanas y nos
asustó a los dos. Los dioses nos advertían, pensé. Habíamos estado a punto de
cometer un horrible pecado, y habían querido evitarlo con su llamada de
Len Mui parecía tímida por vez primera desde que la conocí. Era indudable
que también ella se sentía incómoda por nuestro desliz, así que le dije que ya
podía acostarse. Se inclinó para darme las buenas noches y se marchó. Cuando
me dedicó la sonrisa más pecaminosa que pueda ver ningún ser humano. Una
Agradecí que la mesita baja tras la que estaba sentado cubriera perfectamente
visto en mi sonrisa lo mismo que yo en la suya. Sin duda, no. Un hombre, y más
siendo casi un anciano como yo, no podía sonreír de esa manera. La mía debía
ser una sonrisa boba de infeliz con pocas luces, pues, ¿quién sino un tal podría
Mi sobrino se marchó pocos días después. De eso hace ya casi dos cuartas,
más de quince días, y mi deseo hacia ella no cesa de aumentar, al igual que el
cariño que me inspira. Los primeros días, tuve miedo de que nos quedásemos a
solas, pensé que la lujuria nos vencería sin remedio, pero lo cierto es que Len
Mui sólo me mira. Se comporta conmigo más cariñosa, es verdad, pero nunca
nadie que nos viera podría pensar mal. Durante el día, nos buscamos el uno al
amburú para hacer papel, que ahora nunca me falta. Al atardecer, me gusta
sentarme con ella a mirar cómo el sol se oculta mientras cena junto a mí. Y
después lee para mí. Ese es mi momento favorito del día. Cuando lee, se sienta a
una niña. Le paso el brazo por los hombros y la cobijo en mi pecho. Me sonríe
con ternura, casi con picardía, y me doy cuenta de lo necesitada que está de
amor. De un hombre. Tanto como lo estoy yo de ella. Me lee durante horas,
cielo, pero con frecuencia pierdo el hilo de lo que me lee, perdido como estoy en
contemplarla, hundido en las sensaciones que me produce sentirla tan cerca de
mí.
recuerdan que está casada, da calor a mi pecho. Con frecuencia llevo sólo la
camisa, porque las tardes aún son cálidas, pero a veces — me pesa reconocerlo
Mui no parece darse cuenta o, si lo hace, no dice nada al respecto. Sólo me mira
y sonríe. Mi corazón grita por igual de alegría y de dolor. Alegría por tenerla
tan cerca, y dolor porque sé que no puedo unirme a ella. Mientras mi mano se
pasea por su brazo, cubierto igualmente por el yukata, puedo sentir el calor de
con su mejilla, o la lleva a su boca para besarme los dedos. Cuando hace eso,
mi corazón me golpea con tanta fuerza que me duele, pero es un dolor delicioso.
A menudo nos quedamos mirándonos el uno al otro, como aquélla noche. Sé que
no puedo besarla, que estamos jugando con fuego pero, para aliviar la tensión
que nos quema mutuamente, deposito un beso suave en su frente o sus mejillas.
Cuando al fin Len Mui se acuesta, siempre me mira desde el panel que da a
su alcoba, como retándome a que vaya con ella. Y cada día me cuesta más
contenerme y continuar sentado sin moverme. Cada día siento que estoy más y
más cerca de levantarme e ir junto a ella, besarla y hacerla mía. Cada vez que
la veo ponerse en pie, tengo que luchar más duro contra mí mismo para no
retenerla un segundo más cerca de mí, para no poseerla allí mismo, en el suelo
pues, aunque sea por casamiento, ahora somos parientes. ¡Y con qué gusto
pecaría con ella! ¡Qué dulce sería dejarnos arrastrar por la lujuria, revolcarnos
por igual en el futón del placer que en el fango del pecado! Con frecuencia,
fantaseo que ella viene a mi alcoba o yo a la suya y, tras unas pequeñas
protestas, nos entregamos el uno al otro. Mis sueños son cada noche más
mucho que cada noche las sacie, al día siguiente vuelven con mayor exigencia.
Por lo que puedo ver, Len Mui pasa los mismos tormentos. A veces veo
tristeza en sus ojos cuando me mira, una pena inmensa que me recuerda aquélla
vez que vi a un hombre que había atrapado viva a una garza azul y había sido
tan ruin de cortarle las alas para que no huyera. El pobre animal miraba los
cielos, que ya nunca más serían suyos, con la misma pena que me mira a mí Len
Mui. Y lo que más me atormenta es saber que, igual que no podía hacer nada
por la garza, que no podía devolverle las alas, tampoco puedo darle yo alas a
Len Mui. Y algo dentro de mí me recuerda que esa garza murió de nostalgia
semanas más tarde, y me horroriza que eso, le pueda ocurrir también a ella.
Atardece lentamente mientras cenamos. O ceno yo, porque ella apenas come.
Una vez más, ha preparado deliciosos platos, pero yo apenas noto el sabor, su
cercanía le hace daño. Tomo sus manos entre las mías y las palabras salen solas
de mi boca:
—Tchai Len Mui. Ojalá todo fuera distinto— Sus mejillas se animan. Todo su
cuerpo parece rogarme, por más que ella no me quiera suplicar— No podemos.
—Mi señor tío… — musita ella, y antes de permitir que vea las lágrimas
obstinan en bajar mucho más de lo que deben. Sé que debo separarla de mí,
mucho que la necesito y la amo, aunque nos sea imposible consumar ese amor.
Noto una caricia húmeda y cálida en mi pecho, y sé qué está haciendo. Está
besando mi pecho.
tráquea, allí donde pasa el aire. El aire que no me llega de lo emocionado que
estoy. De nuevo la oigo susurrar: “Mi señor tío… mi dulce tío”. Me parece que
sangre, e intento mirarla a los ojos para separarnos. ¡Desdichado de mí! Sus
ojos verdes desprenden tanto amor y deseo, que quedo atrapado en ellos al
mi mejilla y la beso sin poder contenerme. Len Mui gime, parece desesperada
pecar y a cometer delito de adulterio e incesto, sabemos todo eso y más aún:
mirada de Len Mui se hace lánguida, seductora, ella también sabe que me tiene
en sus manos, y disfruta asimismo de la dulce espera. Largos segundos hasta
que nuestros alientos se rozan y noto el calor de sus labios en los míos. Jugamos
con nuestro deseo, nos negamos a concedernos el beso que sabemos que llegará,
pero que queremos aplazar aún un poco más, gozando del picor de nuestros
labios ansiosos. Sus labios se abren y cierran, como las alas de una mariposa, y
hacen apenas cosquillas en los míos. Besa mi labio superior y mis ojos se
tumbo sobre el duro suelo de la salita, y nuestras lenguas se juntan por fin.
decidido que no desean esperar más. Voy a hacerla mía aquí mismo, sobre el
suelo de madera, con el mirador abierto para que contemplen nuestra pasión el
anillo y las estrellas. Las manos de Len Mui se pasean a placer bajo mi camisa,
boca suelta la suya para besar su cuello, mientras mis manos acarician su
estremece contra mí. “Su barba me hace cosquillas, señor tío”, me susurra entre
risas y me hace reír también. Froto mi boca y mi barbilla contra su sensible piel
para hacerla reír de nuevo. Podría pasarme toda la vida haciéndola reír. El
yukata de Len Mui está flojo, pero aún cerrado, y ella misma se alza hasta
quedar de rodillas y me lleva las manos al cordón, mientras me acaricia el
Cuando las manos de mi amiga llegan al bulto que hace mi pantalón, tengo
que cerrar los ojos del placer que siento. Alzo las caderas para que ella pueda
erección, que mi compañera mira con arrobo. Acaricia mi bajo vientre mientras
entre sus cálidos labios y a mí me parece que me muero de placer. Una deliciosa
a ella, tiro del cordón de su yukata. El lazo se deshace y la cinta sale con toda
blancos cae sobre mi cuerpo como si fueran lluvia. Canalla… llevas flores de
amburú entre el yukata y tu piel, por eso siempre hueles tan bien.
sus brazos, pero descubriendo por completo sus pechos, ¡qué ganas tenía de
verlos, de ver su cuerpo desnudo! Sólo las finas bragas interrumpen mi visión,
pero sus tetas atraen toda mi atención. Cuando las toco, Len Mui respinga y
parece que le cueste un gran esfuerzo mirarme a los ojos. La luz del atardecer es
más débil cada vez, pero los tonos rojizos de la atmósfera no igualan la belleza
pezones con la punta de los dedos. Tiembla cuando los cosquilleo y sonríe, y ella
misma me lleva las manos para que los apriete por completo. Con un gemido de
deseo, la obedezco y hundo mi cara entre ellos. Len Mui lanza pequeños gritos
placer por entre sus tetas y su cuello, lame sus pezones y los pellizca con los
labios o los dientes, y mi compañera sólo es capaz de pedirme que siga y siga.
Len Mui tiembla entre mis brazos, sus tetas se estremecen contra mi boca y
por el placer de verla reír y temblar, y acaricia su sexo, aún cubierto por las
bragas. Mi amiga pone los ojos en blanco al sentir el cosquilleo de mis dedos, y
la recuesto sobre el piso. Como ella hizo conmigo, la despojo de su ropa interior.
Len Mui parece a punto de cubrirse con las manos, pero no lo hace; en su lugar
se abre la vulva con los dedos. Aún con la baja luz de los globos luminosos, veo
su precioso color rosado y lo húmedo que está. Así, abierto, parece un precioso
nenúfar rosa, cuajado de rocío. La miro a los ojos mientras me acomodo entre
da vergüenza que la mire, pero también le gusta. Beso su pubis, cubierto de fino
y mi lengua hace círculos, sube y baja sobre su indefenso clítoris. Mis labios se
cierran en torno a él, lo abrazan y chupan, y Len Mui me abraza con las piernas
y alza las caderas buscando más sensaciones. La tomo del culo para que
mis ojos, la chispa traviesa que siento mirando su carita de placer, sabiendo que
cueva tórrida y mi bigote frota su perlita sin cesar. Ella emite un gemido
pero necesita más. Len Mui me acerca las caderas, y por un segundo noto la
entrada de su cuerpo, ¡dioses, qué placer! ¡Me quema la punta! Ahora soy yo el
que tiembla entre sus brazos, loco por sentir ese gustito de nuevo. Me hago un
poco hacia atrás y lo encuentro. Haaaaah… qué dulce, qué dulce. Me dejo caer
lentamente hasta que mi pelvis choca con la suya. Me detengo para saborearlo,
Len Mui y yo nos miramos, jadeantes, anhelantes, mientras su coño me abraza y
dulce lo que siento dentro de ella! Sólo una vez más, sólo otra embestida y la
sacaré, lo prometo… Pero Len Mui cruza las piernas a mi espalda y me aprieta
contra ella. La miro casi con terror, no, no, Tchai Len, no me hagas esto, ¡no
detenga:
—¡No pares ahora, por favor… córrete dentro! ¡Por favor, hazlo
y noto su lengua meterse en mi boca con ferocidad, acelero y de nuevo siento los
latidos, esos tirones maravillosos que delatan que ha alcanzado su placer y que
mi garganta. Mal que me pese, tengo que soltar su boca para tomar aire. Mi
justo cuando ella gozaba tanto con él. Las manos de Len Mui acarician mi cara,
como si no pudiera creer que me tiene sobre sí. Beso sus muñecas, sus
antebrazos de color blanco y rosa, y al fin su boca una vez más. Mi compañera
me estrecha contra ella, sus pies acarician mis piernas, y apenas me doy cuenta,
pero mis caderas están volviendo a moverse, en busca de nuevos placeres. Sobre
tonos de azul y plata, y las estrellas parecen mirarnos con traviesa curiosidad.
Han pasado cinco días desde entonces. Ahora, cada día es una tierna
persecución en la que nos buscamos el uno al otro, pero hemos de tener cuidado
sobrino durante la noche y, según me contó, éste se acarició casi hasta el final,
sólo en el último momento se introdujo en ella, lo justo para dejar su semilla.
Cuando al día siguiente se marchó, ella me contó que, después del primer
desprecio, empezó a tomar el té de cierto fruto amargo que impide el embarazo,
cada momento está lleno de caricias, castas sólo en apariencia, de miradas que
dicen más que las palabras y de promesas ardientes susurradas al oído. Por la
diferentes y lúbricas posturas y gozamos de todos los placeres que el amor nos
Chan, las diosas del amor y la naturaleza, tienen a bien ofrecernos. Anoche,
“la entrada prohibida” y que, según La Buena Ley, es un pecado muy grave.
Pero a ella le gustó que lo hiciera, le gustó que mi dedo índice se metiera allí
tan exquisito placer? Así que ahora mismo estoy puliendo para ella un tallo de
por su cara y sus labios, y ella sonríe. Sé que ya se lo imagina, pero aun así, voy
era tan explícita que su cuerpo empezó a humedecerse y a pedir. Ella comenzó a
tocarse, casi a lo tonto, pero enseguida se dio cuenta que no podría parar, y
siguió dándose placer mientras leía con avidez, hasta que gozó de un orgasmo
intenso, eléctrico, casi al mismo tiempo que Len Mui y su señor tío. Vaya con
ignoraba que escribiera tan bien. Haaaaah… qué rico había sido… Miró la hora:
Víctor llevaba dos buenas horas de siesta. Era más que tiempo de ir a
despertarle. Y, ahora que lo pensaba, se le ocurría una manera muy cariñosa de
despertarle.