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Universidad Nacional de La Plata

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación


Secretaría de Posgrado

Seminario
Investigación biográfico-narrativa

Héctor Julio Galeano Rodríguez


Licenciado en filología e idiomas UNIVERSIDAD LIBRE DE COLOMBIA
Magister en Educación PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
Director : Liceo Santa Catalina de Siena (Secciones pre-escolar y primaria).
Coordinador académico de Aulas Virtuales UNAD (Universidad Nacional Abierta y a
Distancia)
Par Académico. Ministerio de Educación Nacional. República de Colombia.
Bogotá – Colombia.

De cómo me encontré con la profesión docente…

Éste escrito relata un momento particular de mi vida: mi encuentro con la profesión


docente, procuro presentar los factores sociales, culturales y humanos que influyeron en mi
decisión de ser maestro. Contemplo algunos aspectos personales de mi infancia y
adolescencia que considero importantes e influyentes en mi formación personal y
profesional. No contempla (por ahora) elementos propios de mi desarrollo profesional.

Llegué a la docencia por accidente, un grato accidente que Dios y el destino me


tenían preparado. ¿Podrá haber un accidente grato? Quizá : ¡si¡, máxime cuando de ese
accidente depende el proyecto de vida de una persona.

Recuerdo aquella mañana de febrero de 1989 cuando ingresé a la Universidad


Central de la ciudad de Bogotá – Colombia a iniciar estudios de Ingeniería de Sistemas:
¡Nunca imaginé que mi encuentro con la educación tuviera lugar en una fría facultad de
Ingeniería¡
Movido por las presiones del medio (social y familiar) opté por esta carrera, con la
convicción que era la carrera del futuro, pero con la falsa y desdibujada imagen del rol
social del Ingeniero; el único referente profesional y laboral en mi familia, lo constituía (y
aún creo que lo constituye) mi padre: ese ser enigmático e influyente que marcó
decididamente muchos aspectos de mi vida.
- ¿Ingeniería de sistemas? – Preguntó mi padre, frunciendo el seño –
- ¡Cuente con mi apoyo, para todo lo bueno¡: Una de las frases que más recuerdo
haber escuchado durante mi infancia y adolescencia, que hizo eco en mi
subconsciente al momento de tomar decisiones y que ahora repito con frecuencia de
manera inconsciente a mis hijos.

Al poco tiempo de iniciar Ingeniería, comprendí varias cosas, entre ellas, que mi
decisión fue impulsada por presiones del medio y que nunca me había detenido a pensar
por mis destrezas, aptitudes y/o talentos; es más, hasta llegué a creer que carecía de eso.

Mi llegada a la Universidad fue el fin de mi desdichada y privilegiada infancia y


adolescencia. Desdichada porque crecí al margen de los juegos y travesuras propios de los
niños de la edad y privilegiada porque andaba con mi padre en todas las empresas que él
visitaba, conocí el mundo empresarial y de los negocios a los 5 años. A los 6 años ya
conducía carro, me relacionaba con muchas personas adultas, viajaba por diversos lugares
de mi país, devengaba un salario y aprendía lo que significa el valor del dinero y la manera
como se obtiene.

Cabe aclarar que mi vida laboral se daba en los tiempos de vacaciones, justo el día
en que iniciaban las vacaciones para todos mis compañeros de clase, ese día iniciaba mi
“contrato laboral”. Mi padre me enseñó el valor material de las cosas, la responsabilidad del
trabajo, el poder del ahorro y la importancia “según él” de que un hombre siempre debía
tener dinero en el bolsillo, pagar las cuentas y “llevar las riendas del hogar”.
Aún considero como milagroso que me haya convertido en profesor, después del largo y
sinuoso camino recorrido desde mi infancia.

Volvamos a la Facultad de Ingeniería… Recuerdo con alegría el día en que


comencé a tomar las clases del seminario lectivo de Literatura. Gracias a Dios y a los
“académicos” – “doctos” – “sabios” – “superiores” , que se les ocurrió incluir en los
currículos universitarios los seminarios lectivos, sino hubiese sido por este seminario, quizá
no estuviera escribiendo estas letras y mi presente estaría marcado por la desdicha que trae
el hacer lo que no nos gusta.

- ¿Seminario lectivo? – Pregunté.


- Si, - Dijo la secretaria académica de la Facultad de Ingeniería.
- ¡Debe seleccionar uno de este listado¡

Recuerdo que dentro del listado habían clases de fotografía, deportes, artes y casi al
finalizar decía : Literatura. ¿Literatura?, ¿En una carrera de Ingeniería?
¿Fotografía? Ni idea, no comprendía de qué se trataba.
¿Deportes? Sinónimo de frustración, por esos “maestros ejemplares” que me ridiculizaron
delante de mis compañeros, por lo tanto, no sería mi elección.
¿Artes? La verdad me llamaba mucho la atención, pero…
¿Literatura? Seleccioné esta casilla (en ese entonces se diligenciaba manualmente y se
entregaba). Simplemente un sutil recuerdo de mi profesora de español: María Clara
Ballesteros (de grado sexto de Secundaria) me llevó a tomar esta elección.

¿Por qué mi profesora de grado 6to en mi recuerdo?


¿Por qué María Clara Ballesteros, en el inconsciente de un adolescente indeciso,
confundido con su futuro profesional, marcando una lectiva que quizá sería definitiva en su
vida presente y futura?

Quizá las preguntas de Bain, citadas por Alvarez, Z. Porta, L., & Sarasa, M. (2010):
¿Qué hace grande a un profesor? y ¿Cuáles son los profesores que los estudiantes recuerdan
mucho tiempo después de graduarse? Cobran un sentido y más que un sentido un sabor
especial, una sensación de gratitud, un alegre recuerdo, un sentirme valorado y respetado
como niño: ¿Qué hizo grande a mi profe?

No sé si será o no una maestra memorable, no se si cumpla los “estándares” de un


maestro memorable, lo único que me atrevo a afirmar es que su enseñanza marcó mi
ingenua decisión: “La buena enseñanza acuerda con principios de instrucción defendibles y
racionalmente sólidos, cuyo contenido está de acuerdo con los estándares disciplinares de
adecuación e integridad, y emplea métodos apropiados para la edad de los alumnos con la
intención de que éstos mejoren su competencia respecto al contenido enseñado. La buena
enseñanza es sensible al aprendiz, le importa la manera en que los alumnos responden a las
actividades docentes (Sarasa, 2009), citado por Alvarez, Z. Porta, L., & Sarasa, M. (2010).

Estoy de acuerdo con Sarasa, al afirmar que “la buena enseñanza emplea métodos
apropiados para la edad de los alumnos”, uno de mis más grandes recuerdos tienen que ver
con las sesiones de lectura en voz alta: libros, historias, poemas, noticias, que me atrapaban,
me emocionaban, me llevaban a otros mundos. Quizá la Lectura en Voz alta sea un buen
método para atrapar niños y jóvenes en el mundo de la lectura y además muy apropiado
para un pre-adolescente de 12 años. Al tiempo que la profesora María Clara seleccionaba
muy bien lo que nos leía, nos recreaba, nos permitía expresarnos en torno a la lectura, pero
no desde el tradicional y aburrido cuestionario de preguntas que siempre se hace al final de
cualquier lectura, sino porque nos hacía sentir la lectura, nos permitía encarnar las palabras:
dibujar, pintar, actuar, disfrazarse, en fin pasar la lectura por todo nuestro ser.

Recuerdo su presentación personal (impecable), su olor a perfume y a maquillaje


femenino, la sutileza y elegancia de sus movimientos, y por encima de todo, recuerdo sus
clases, en las que con su voz melodiosa, entre gruesa y delgada, nos deleitaba con un
sinnúmero de historias que junto con su presencia física me transportaban a otros mundos,
permitiéndome imaginar, inspirar mis dibujos y pinturas y realmente soñar. Pero…. ¿Por
qué hablar de María Clara, si estaba en la elección de mi electiva Universitaria?... Pues,
porque una situación liga con la otra, porque “Al estudiar a los docentes memorables,
intentamos liberar las experiencias de valor formativas para resignificar en nuevas
propuestas didácticas que resitúen el aprendizaje profundo en el centro de la escena”.
Álvarez, Z., Porta, L., & Sarasa, M. (2010). “La investigación narrativa en la enseñanza: las
buenas prácticas y las biografías de los profesores memorables”.

Esas experiencias de valor de la profe María Clara, las encontré en mi profesor de


Literatura de primer semestre de Ingeniería de sistemas de la Universidad Central.
Aquella fría mañana, en un edificio antiguo del centro de la ciudad de Bogotá, en
la Universidad Central, me recibió el profesor de Literatura, la sola disposición de las sillas
en el aula, de entrada, atrajeron mi atención.

Recuerdo la introducción al seminario, los contenidos a desarrollar, el lugar donde


tomaríamos las clases, la estructura misma de las clases, recuerdo incluso, su presentación
personal: descomplicado pero impecable, su tono de voz, su postura corporal…

“La conceptualización profesores memorables, como categoría natural de las


investigaciones, hace referencia a aquellos docentes que han dejado una huella en nuestra
biografía escolar, o bien, se han convertido en referentes del campo por su trayectoria, sus
valores y su profesionalismo” (Álvarez, Porta & Sarasa, 2010) citados por Porta, Aguirre &
Bazán, 2017.

No recuerdo el nombre de mi profesor de Literatura de primer semestre de


“Ingeniería de Sistemas de la Universidad Central” en la ciudad de Bogotá. Lo único que
recuerdo es que aquel profesor influyó tanto en mi vida, que dejó una huella en mi
biografía escolar: hizo que cambiara mi decisión de estudiar Ingeniería, y me presentó de
una manera muy grata el mundo de la educación y la Literatura, quizá, ni él mismo sabía
que la manera como nos enseñaba, despertó en mí una pasión dormida hasta entonces.

Nunca hubo una clase igual a otra, su primera propuesta fue inscribirnos en el ciclo
de cine de la Cinemateca Distrital de la Ciudad de Bogotá: un centro cultural dedicado a la
difusión del cine “no comercial”, caracterizado por ofrecer continuamente películas y
documentales en torno a temáticas específicas que afectan a la humanidad. Un lugar
inexplorado para mí, hasta ese momento: inexistente. No sabía que mi ciudad contaba con
un espacio tan inmensamente rico a nivel cultural y al mismo tiempo agradable; lleno de
historia y de historias.
Ciclo de cine de guerra: historia, literatura y política: nunca hubiese comprendido de
mejor manera esta relación. Tres disciplinas en torno a un ciclo de cine, lecturas asociadas a
las películas, invitados especiales, un aula: fuera de lo común, un café al terminar; en fin un
sinnúmero de aspectos que mi profesor memorable hacia y aplicaba, quizá sin saber, ni
entender la trascendencia de sus actos.

“En otras palabras, los profesores memorables se destacan por la pasión intelectual,
el compromiso por la enseñanza, el entusiasmo hacia la docencia, la solidez académica”
(Álvarez, Porta & Sarasa, 2010) citados por Porta, Aguirre & Bazán, 2017.

El hecho de tomar las clases en la cinemateca Distrital, fue para mí, una de las experiencias
que más recuerdo e impacto me causaron: El desplazarnos, desde la Universidad hasta la
cinemateca, caminando por el centro histórico de mi ciudad, dialogando con él y con mis
compañeros, haciendo chistes, reflexiones, contando historias, haciendo preguntas,
tomándonos un café; demostraban su compromiso por la enseñanza y su calidez y respeto
hacia nosotros. Bain (2007, p.40) citado por Porta, Aguirre & Bazán 82017) “destaca como
otra característica central en los buenos profesores su interés en escuchar la voz del
estudiante, en establecer un diálogo constructivo (2007, p. 40)”. ¿A qué diálogo
constructivo se refiere Bain? ¿Cuáles son las características de ese diálogo? Quizá mi
profesor de Literatura pueda ser un ejemplo de ese “diálogo constructivo”: Un diálogo,
aparentemente formal, casual, desprevenido; escuchar nuestras historias, indagar por
nuestros gustos, ansiedades, temores, acompañarnos en nuestro proceso de aprendizaje,
enamorarnos de la literatura, reencantarnos por la educación.

Cada introducción a las películas, cada detalle, cada cine-foro con un invitado
especial al final de cada sesión: los debates, las discusiones, la apertura nuestras ideas, sus
reflexiones e invitaciones a “no tragar entero”; fueron despertando poco a poco en mí, una
pasión que siempre había estado allí, pero que quizá faltaba alguien que me inspirara lo
suficiente para tomar la decisión más importante de mi vida: ser educador.
Al finalizar el semestre renuncié a la Ingeniera: ¡Qué sabia decisión¡.

Me hubiese gustado encontrarme de nuevo con mi profesor de literatura para


agradecerle, expresarle mi aprecio, honrarle; porque su ejemplo, motivación y seriedad con
que tomaba la educación y la enseñanza me inspiraron, tocaron las fibras más profundas de
mi ser y cambiaron el rumbo de un adolescente ansioso y preocupado por encontrarle
sentido a la existencia.

Rupturas Al finalizar el semestre renuncié a la Ingeniera. ¡Qué sabia


decisión¡.
Cambio de proyecto de vida.

Continuidades Esas experiencias de valor de la profe María Clara, las


encontré en mi profesor de Literatura de primer semestre de
Ingeniería de sistemas de la Universidad Central.
Influencia de un maestro en la vida de una persona.

Períodos de la vida relatada


Infancia y adolescencia
Bibliografía

Bain, K. (2007). Lo que hacen los mejores profesores universitarios. Barcelona:


Universidad de Valencia.

Feldman, D. (1.999. Ayudar a enseñar. Capital Federal, Aique Grupo Editor S.A.

Porta, L., Aguirre, J., Bazán S. (2017). La práctica docente en los profesores memorables.
Reflexividad, narrativa y sentidos vitales. Diálogos Pedagógicos, Año XV, No. 30. Universidad
Católica de Córdoba.

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