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Investigación biográfico-narrativa
Al poco tiempo de iniciar Ingeniería, comprendí varias cosas, entre ellas, que mi
decisión fue impulsada por presiones del medio y que nunca me había detenido a pensar
por mis destrezas, aptitudes y/o talentos; es más, hasta llegué a creer que carecía de eso.
Cabe aclarar que mi vida laboral se daba en los tiempos de vacaciones, justo el día
en que iniciaban las vacaciones para todos mis compañeros de clase, ese día iniciaba mi
“contrato laboral”. Mi padre me enseñó el valor material de las cosas, la responsabilidad del
trabajo, el poder del ahorro y la importancia “según él” de que un hombre siempre debía
tener dinero en el bolsillo, pagar las cuentas y “llevar las riendas del hogar”.
Aún considero como milagroso que me haya convertido en profesor, después del largo y
sinuoso camino recorrido desde mi infancia.
Recuerdo que dentro del listado habían clases de fotografía, deportes, artes y casi al
finalizar decía : Literatura. ¿Literatura?, ¿En una carrera de Ingeniería?
¿Fotografía? Ni idea, no comprendía de qué se trataba.
¿Deportes? Sinónimo de frustración, por esos “maestros ejemplares” que me ridiculizaron
delante de mis compañeros, por lo tanto, no sería mi elección.
¿Artes? La verdad me llamaba mucho la atención, pero…
¿Literatura? Seleccioné esta casilla (en ese entonces se diligenciaba manualmente y se
entregaba). Simplemente un sutil recuerdo de mi profesora de español: María Clara
Ballesteros (de grado sexto de Secundaria) me llevó a tomar esta elección.
Quizá las preguntas de Bain, citadas por Alvarez, Z. Porta, L., & Sarasa, M. (2010):
¿Qué hace grande a un profesor? y ¿Cuáles son los profesores que los estudiantes recuerdan
mucho tiempo después de graduarse? Cobran un sentido y más que un sentido un sabor
especial, una sensación de gratitud, un alegre recuerdo, un sentirme valorado y respetado
como niño: ¿Qué hizo grande a mi profe?
Estoy de acuerdo con Sarasa, al afirmar que “la buena enseñanza emplea métodos
apropiados para la edad de los alumnos”, uno de mis más grandes recuerdos tienen que ver
con las sesiones de lectura en voz alta: libros, historias, poemas, noticias, que me atrapaban,
me emocionaban, me llevaban a otros mundos. Quizá la Lectura en Voz alta sea un buen
método para atrapar niños y jóvenes en el mundo de la lectura y además muy apropiado
para un pre-adolescente de 12 años. Al tiempo que la profesora María Clara seleccionaba
muy bien lo que nos leía, nos recreaba, nos permitía expresarnos en torno a la lectura, pero
no desde el tradicional y aburrido cuestionario de preguntas que siempre se hace al final de
cualquier lectura, sino porque nos hacía sentir la lectura, nos permitía encarnar las palabras:
dibujar, pintar, actuar, disfrazarse, en fin pasar la lectura por todo nuestro ser.
Nunca hubo una clase igual a otra, su primera propuesta fue inscribirnos en el ciclo
de cine de la Cinemateca Distrital de la Ciudad de Bogotá: un centro cultural dedicado a la
difusión del cine “no comercial”, caracterizado por ofrecer continuamente películas y
documentales en torno a temáticas específicas que afectan a la humanidad. Un lugar
inexplorado para mí, hasta ese momento: inexistente. No sabía que mi ciudad contaba con
un espacio tan inmensamente rico a nivel cultural y al mismo tiempo agradable; lleno de
historia y de historias.
Ciclo de cine de guerra: historia, literatura y política: nunca hubiese comprendido de
mejor manera esta relación. Tres disciplinas en torno a un ciclo de cine, lecturas asociadas a
las películas, invitados especiales, un aula: fuera de lo común, un café al terminar; en fin un
sinnúmero de aspectos que mi profesor memorable hacia y aplicaba, quizá sin saber, ni
entender la trascendencia de sus actos.
“En otras palabras, los profesores memorables se destacan por la pasión intelectual,
el compromiso por la enseñanza, el entusiasmo hacia la docencia, la solidez académica”
(Álvarez, Porta & Sarasa, 2010) citados por Porta, Aguirre & Bazán, 2017.
El hecho de tomar las clases en la cinemateca Distrital, fue para mí, una de las experiencias
que más recuerdo e impacto me causaron: El desplazarnos, desde la Universidad hasta la
cinemateca, caminando por el centro histórico de mi ciudad, dialogando con él y con mis
compañeros, haciendo chistes, reflexiones, contando historias, haciendo preguntas,
tomándonos un café; demostraban su compromiso por la enseñanza y su calidez y respeto
hacia nosotros. Bain (2007, p.40) citado por Porta, Aguirre & Bazán 82017) “destaca como
otra característica central en los buenos profesores su interés en escuchar la voz del
estudiante, en establecer un diálogo constructivo (2007, p. 40)”. ¿A qué diálogo
constructivo se refiere Bain? ¿Cuáles son las características de ese diálogo? Quizá mi
profesor de Literatura pueda ser un ejemplo de ese “diálogo constructivo”: Un diálogo,
aparentemente formal, casual, desprevenido; escuchar nuestras historias, indagar por
nuestros gustos, ansiedades, temores, acompañarnos en nuestro proceso de aprendizaje,
enamorarnos de la literatura, reencantarnos por la educación.
Cada introducción a las películas, cada detalle, cada cine-foro con un invitado
especial al final de cada sesión: los debates, las discusiones, la apertura nuestras ideas, sus
reflexiones e invitaciones a “no tragar entero”; fueron despertando poco a poco en mí, una
pasión que siempre había estado allí, pero que quizá faltaba alguien que me inspirara lo
suficiente para tomar la decisión más importante de mi vida: ser educador.
Al finalizar el semestre renuncié a la Ingeniera: ¡Qué sabia decisión¡.
Feldman, D. (1.999. Ayudar a enseñar. Capital Federal, Aique Grupo Editor S.A.
Porta, L., Aguirre, J., Bazán S. (2017). La práctica docente en los profesores memorables.
Reflexividad, narrativa y sentidos vitales. Diálogos Pedagógicos, Año XV, No. 30. Universidad
Católica de Córdoba.