Está en la página 1de 3

Perros de la nave: High Life, por Diego Baridó

Atención: Se revelan detalles del argumento.


En High Life todo son líquidos trasvasándose de un recipiente a otro, materia que se
recicla y energía que se recupera, incluso la masturbatoria. Hay fluidos de todo tipo
que se vierten en jeringas, bidones, tanques, canaletas, mangueras. El film gira
constantemente en torno al dilema continencia/incontinencia, al punto que su
protagonista es apodado "Monje", por contener su instinto sexual. La última película
de Claire Denis toma a este grupo de desheredados del mundo que vaga por el espacio
en el instante en el que, ya bien lejos del continente, sus pulsiones devienen
incontenibles y todo comienza a derramarse. Nadie como Denis para mostrarnos qué
ocurre cuando el sudor, la sangre y el semen se mezclan, en lo que para ella es una
“reconfortante película sobre la ternura en el espacio”. Si todo el cine de la francesa
puede ser entendido como una extensa exploración sobre la tensión que suscita la
proximidad de los cuerpos, en sempiterna danza de atracción-repulsión, una película
sobre la reclusión de un puñado de marginales más allá de la vía láctea no puede ser
menos que un punto de tensión.
Monte (soberbio Robert Pattinson) repara algo en el exterior de una nave espacial
maltrecha y que muestra signos de fatiga. Luego ingresa y se dedica a cuidar de su
única compañera: Willow, su hija bebé. En su gesto se conjugan la contención paterna
y el soliloquio del náufrago, por donde se filtran frases que denotan un pasado
atormentado. Luego de dormir a la niña, en una escena donde el recorrido de los
cuerpos de padre e hija adquieren una belleza y potencia poética inigualable, Monte
arroja cinco cadáveres al espacio y dicta en una computadora un informe de tareas
que desconoce si será alguna vez leído por alguien en la tierra, pero que constituye el
requisito para que el sistema extienda el soporte vital de la nave por otras 24 horas.
Elipsis mediante, seguiremos la intimidad de estos sobrevivientes a lo largo del tiempo,
hasta que aquella niña sea una adolescente y los interrogantes respecto a la fisonomía
de ese amor que se profesan se multipliquen en miradas, caricias, acercamientos y
alejamientos. Entre tanto, un gran flashback nos muestra cómo llegaron las cosas a tal
punto dentro de esa nave old fashioned. Como siempre en Denis, los vaivenes
temporales se suceden, más que en función a su información, en función de una
cadencia sensorial que Denis va sosteniendo de forma intuitiva, con planos que se
justifican a sí mismos en virtud de su pregnancia y carga poética. Para este ensamble,
Denis contó con el fabuloso trabajo de Yorick Le Saux, director de fotografía de
Assayas, Ozon y Jarmusch, entre otros, y con la composición musical de Stuart Staples,
cantante y compositor de Tindersticks, banda británica con la que Denis viene
trabajando hace tiempo. Tanto desde la luz como la música, la película logra transmitir
lo más etéreo, lo más físico y un rango infinito de matices intermedios, donde lo
anodino y lo melancólico logran una misteriosa coexistencia.
La voz en off de Monte nos cuenta que un ambicioso proyecto científico propuso
recoger la energía que producen los agujeros negros en su rotación. Para llevar a cabo
esa riesgosa y lejana empresa, el gobierno convocó a los únicos en condiciones de
aceptarla: criminales condenados a muerte o a reclusión perpetua, a quienes se les
condona la pena a cambio de aquel aporte a la ciencia. Entre esos parias devenidos en
astronautas, se destaca la Dra. Dibs (Juliette Binoche), una bella médica con veleidades
de hechicera que domina al grupo ejerciendo un rol de proveedora, de sedante y de
placer. Dibs, sobre quien pesa el crimen de haber matado a sus hijos, se aparta de su
rol como encargada de la salud del grupo y persigue un objetivo personal. Sirviéndose
del semen y los óvulos de los tripulantes, busca conseguir fetos suficientemente
fuertes como para desarrollarse en el espacio. A diferencia de Monte, Dibs es puro
apetito, materia insaciable, de cuya voracidad no quedan dudas luego de verla utilizar
la fuckbox (casilla para coger). Allí, montada sobre un enorme y peludo dispositivo que
la penetra, Dibs se retuerce y contorsiona, sujetada con cintas de cuero, en una
frenética danza a la que se suma la cámara de Denis para componer un ritual catártico.
Afectados por el hacinamiento, angustiados por un contacto con la tierra que se redujo
a la mera recepción de imágenes aleatorias de películas y programas viejos televisivos
y ante la imposibilidad de dar cause al deseo, el inestable equilibrio de aquel enjambre
va quebrándose hasta que todo en esa Santa María galáctica comience a estallar.
Doble debut de Denis: ciencia ficción e idioma inglés (“Los idiomas que se hablan en el
espacio son el inglés y el ruso. El ruso no lo hablo, así que debía ser en inglés”, dirá
una y otra vez en entrevistas). Pero el idioma será la única concesión que la directora
le dará al canon del género. A partir de allí, nada de mobiliario futurista blanco,
tecnología de avanzada ni efectos especiales colosales. Tal como Andrei Tarkovsky en
Solaris y Stalker, Denis se sirve de una historia de ciencia ficción afincada en el espacio,
para reflexionar sobre los misterios de la existencia humana y su problemático
presente. No cabe duda que en el aspecto ruinoso de la nave, la brumosa vegetación
del jardín, o los anegados bosques recordados por Monte se erige el reconocimiento
de Denis al antecedente instaurado por el director ruso.
Cual Moisés a su barca, Denis sube a bordo de la nave los ejes que sobrevuelan toda su
obra: el viaje perpetuo, el conflicto interior-exterior, el vínculo entre el sexo y la
violencia, la poesía de lo tangible, el cuerpo como territorio y como frontera. Asoman,
así también, sus preocupaciones políticas y sociales. “Incluso acá arriba, los negros son
los primeros en irse”, dice Cherny (interpretado por André Benjamin, el André 3000 del
dúo hiphopero Outkast), ante el cuerpo abatido de una de las primeras bajas en la
tripulación. Más allá de cualquier odisea científica, la nave es ante todo una cárcel
flotante que escupe bien lejos “la escoria, el desperdicio, refugiados sin cabida en el
sistema”, como el propio Monte se define. Denis, siempre atenta al deseo, aquí
escenifica el que atesoran los sectores más conservadores de la sociedad.
Por eso, si hay una cualidad que distancia a esta película de la representación clásica
de la ciencia ficción, es la ausencia de la peripecia. No hay nada más lejos en este viaje
interestelar, que la aventura. Los personajes se encuentran reducidos a una
supervivencia hostil, alienante y aletargada, más parecida a la mísera vida que llevaban
en tierra firme que a su trascendencia. Por eso, Monte, mientras trabaja la tierra de la
pequeña huerta, le dice a Cherny, el tripulante menos atormentado: “Me gusta estar
aquí, me recuerda al reformatorio, a la cárcel. Es como en el ejército”.
Es este lastre de los personajes, su equipaje, el que ordena la dinámica interna de la
nave, crea sus condiciones iniciales de existencia y niega la posibilidad de pensarla
como un grado cero, como tabla rasa sobre la que los tripulantes escriben su nueva
historia. Para estos desgraciados, el viaje espacial no resulta un vértice, sino la
prolongación de sus padecimientos ad infinitum. Aunque cierta voluntad de resistencia
y superación suele asomar en los personajes de Denis al filo del final, no cabe dudas
aquí que para la directora las posibilidades de revertir las tendencias en curso asoman
escasas, algo por demás comprensible en alguien cuyas raíces se extienden en ambos
márgenes del mediterráneo. Los cuerpos flotan en el espacio en su película como
flotan en aquel mar los de los refugiados.
Las imágenes del espacio operan en el film de Denis como las panorámicas del resto de
su cine, en las que un lejano horizonte disimula el límite entre la tierra y el cielo,
transformando a todo en parte de lo mismo, como en Chocolat, White Material, o
Bella tarea. “Para mi era como estar en el cerebro del mundo”, dijo hace tiempo Denis
al mencionar una escena de El intruso en la que el protagonista navega hacia Corea y el
cielo y el océano azules se fundían a lo lejos. Seguramente la misma impresión le cause
la imagen del agujero negro al que la nave se dirige. Una imagen que genera tanta
fascinación como angustia. Imagen de un abismo que es especular al que el sujeto
siente en su interior.
Monte está agobiado, pero no declina. “Nunca me di por vencido. Voy a aguantar. Ella
es mía. Yo soy de ella”. ¿Puede el amor crecer con las raíces en el aire, puede
sostenerse en esa deriva existencial? Mira a su hija, pensativo. Hay algo ahí que es
verdadero, pero no sabe dónde anclarlo. “Willow, ¿estamos corriendo hacia delante?
Willow, ¿este amor tiene un destino?”, le pregunta el padre a su hija en la canción de
cuna. Monte duda, pero al final del día no dejará de elevar su informe para obtener
otras 24 horas de vida.
High Life (Francia/Reino Unido/Polonia/Alemania/Estados Unidos, 2018). Dirección:
Claire Denis. Guion: Claire Denis y Jean-Pol Fargeau. Fotografía: Yorick Le Saux. Música:
Stuart A. Staples. Edición: Guy Lecorne. Elenco: Robert Pattinson, Juliette Binoche,
André Benjamin, Mia Goth, Agata Buzek, Lars Eidinger y Claire Tran. Duración: 113
minutos.

También podría gustarte