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UNA MADRE CONFORME AL CORAZON DE DIOS

– “Cesen las palabras arrogantes, porque el Dios de todo saber es Jehová. Y a él toca el pesar las acciones”. 1ª
Samuel 2:3 –

La Biblia nos cuenta muchas historias acerca de madres; por medio de éstas (como por todas las demás historias
bíblicas) el Señor va demostrando su revelación, soberanía y autoridad sobre la historia.
En este ocasión presentamos un estudio sobre Ana, la madre del profeta Samuel, cuya vida refleja la fe de una
mujer y madre que alcanzó cabida dentro del corazón de Dios.
Un deseo compartido con Dios 1ª S. 1:1-2
La Biblia cuenta que Elcana tenía dos mujeres; no sabemos el por qué, pero podemos asociar su historia con la
de Abraham, quién tomó a Agar debido a la esterilidad de su esposa Sara.
Penina, la mujer fértil de Elcana, se burlaba de Ana la estéril como lo hacía Agar con Sara; dice el verso 6 que la
irritaba, enojaba y entristecía debido a que Jehová no le había concedido hijos.
Sabemos cuál fue la reacción de Sara frente a las burlas de su rival pero Ana, por el contrario, se muestra paciente
y no responde a la provocación.
Penina se muestra como una mujer y madre carnal, cruelmente provocadora que no parecía mostrar el menor
sentido de responsabilidad por el tormento que provocaba en Ana.
El nombre Ana significa “favor por gracia”. Esta es la única mujer del Antiguo Testamento con ese nombre.
En Lucas 2:36 aparece Ana la profetisa, hija de Fanuel de la tribu de Aser; quien sólo había vivido siete años
casada y era viuda ya hacía ochenta y cuatro años durante los cuales permaneció sirviendo en el templo de
Jerusalén.
Ésta era una mujer de Israel que esperaba la redención de su pueblo por medio del Mesías.
Una similitud entre ambas Anas es que vivieron durante un tiempo de corrupción del sacerdocio, pero aún así
esperaban de Dios la simiente prometida. Cuando Ana vio a los padres de Jesús entrar al templo, reconoció de
inmediato al niño como el Mesías y comenzó a dar gracias a Dios y testimonio a todos los que entraban.
Ambas mujeres llamadas Ana fueron profetisas, ambas oraban fervientemente y ambas esperaban la redención
de Israel.
Madre por fe
Es muy curioso que Ana no esperaba llegar a ser madre solamente, sino madre de un varón (1ª S 1:11). Entonces,
realizó un voto solemne al Señor: si le permitía concebirlo, lo entregaría al Señor por todos los días de su vida.
Quizá sin saberlo claramente, ella oraba por la redención del pueblo y su futuro hijo tendría un papel crucial en
medio de la decadencia espiritual de la nación (1ª S 1:20).
Elcana consintió en el voto de su mujer, aunque hubiera tenido derecho a anularlo (Nm 30:13), eso nos permite
considerar que ambos esposos tenían temor de Dios y compartían su fe y entrega del hogar al Señor.
Es bueno recordar otras mujeres estériles que recibieron la misma bendición y cuyos hijos fueron claves en el
plan de redención del Señor: Sara con Isaac, Rebeca con Jacob y Esaú, Raquel con José y Benjamín; los padres
de Sansón y ahora Ana con Samuel. Los dos últimos jóvenes fueron nazareos desde su concepción pero la
diferencia entre uno y otro fue que Ana lo dedicó desde antes de saberse embarazada y por iniciativa propia.
Mujer de oración y entrega
Luego de tres años de amamantar y criar a Samuel, Ana visitó nuevamente el tabernáculo en Silo y recordó al
sacerdote Elí quién era ella. Debemos recordar que en aquella primera ocasión, en medio del llanto de su oración
recibió de boca de Elí la respuesta del Señor: ve en paz y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.
Inmediatamente luego de oír esas palabras salió tranquila y segura de haber sido escuchada ¡Qué manifestación
de fe! Ahora su reacción es tan segura como en aquella ocasión: venía a entregar al niño en manos del Señor.
¿Sería Elí digno de confianza cuando sus propios hijos eran rebeldes y sin temor de Dios?
¿Cómo una madre dedicada podía dejar a su hijo en esas manos?
En realidad ella no estaba confiando en el sacerdote sino en Jehová mismo ¡Otro ejemplo de su fe madura!
En el carácter de Ana vemos una cualidad que posteriormente reconocemos en el Señor Jesús: cuando era
provocada no contestaba con la misma actitud, su disposición fue similar a la del Señor en su entrega y
sufrimiento. También Ana nos recuerda la cualidad espiritual del amor divino mencionada en 1ª Co 13.
Su actitud de oración también nos recuerda la del Señor: cuando oraba en angustia, también era una oración
insistente como la de la viuda y el juez injusto. Pero también aprendemos que su vida de oración se hizo más
ferviente cuando sus demandas fueron contestadas.
El capítulo 2:1-10 describe la segunda oración de Ana. Ahora regocijada, seguía orando fervientemente y llena de
emoción.
¿Cuán efectiva es nuestra vida de oración?
¿Es la oración el centro de nuestras vidas?
¿Somos oradores habituales, constantes, concientes?
¿Cuántas veces hemos orado por las contestaciones del Señor?
Ana al igual que Jesús se deleitaba en la oración He 5:7

Sospecho que Ana siguió en oración cuando dejó a su hijo bajo la dirección de Elí, ella sabía que estaría rodeado
de corrupción, falsa doctrina, falsa práctica, adoración mal presidida; aún cuando Dios le concedió tener más hijos
(1ª S 2:21), ella recordaba su voto y entrega de Samuel al Señor.
La oración del capítulo 2 es tanto profética como poética y se parece mucho al Magnificat de María (Lc 1:46-55).
Pero referimos que los versos finales en esta oración van más allá de la venida del Mesías y hablan de la
resurrección, el poder del Señor, de un trono en heredad y juicio sobre toda la tierra. Mientras que María glorificó
a Dios por la venida del Mesías, Ana también profetizó la segunda venida del Señor.
Conclusión:
Dios usó a esta mujer como instrumento de su plan de redención.
Su vida de oración fue clave y centro de su fidelidad.
Haremos bien en recordarla y desear que muchas madres cristianas se vean reflejadas en el ejemplo de esta
mujer conforme al corazón de Dios (1 Samuel 2:1-10).

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