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Según Dworkin, cada vez que un juez desea identificar cuál es el derecho vigente, primero

debe interpretar dicho derecho y, luego, su interpretación debe mostrarlo en su “mejor luz”.
La metáfora que emplea Dworkin para ilustrar su posición es la de una novela en cadena.
Cada juez recibe un texto de una obra en progreso con varios capítulos precedentes y le
agrega un capítulo propio. Para eso, primero debe entender de qué trata la obra tal como
la recibe él, para después agregar un capítulo que muestre a esa novela en su mejor luz.
Dworkin utiliza asimismo como metáfora explicativa la de un traductor. Todo traductor está
atado a la obra que está vertiendo en otro idioma, pero, mal que le pese, al traducir siente
que goza de bastante libertad para decidir cuál es el término en la otra lengua que hace
justicia al término en el original.
El autor norteamericano sostiene que el razonamiento jurídico utiliza reglas y principios que
la jurisprudencia va desarrollando a través de la resolución de casos concretos. La tesis de
Dworkin expone que la tarea del juez se parece a la de un escritor encargado de redactar
el capítulo de una novela que ha sido comenzada por otro; labor que, por sus
características, exige la realización de una actividad intelectual en serie y prácticamente sin
fin, por lo cual ha sido denominada “la novela encadena”. El ejemplo sirve para mostrar que
la contribución del juez, tal y como ocurre con las buenas novelas, debe ser armoniosa y
coherente. En esta faena se deben tomar en cuenta los principios jurídicos y políticos
propios del ordenamiento constitucional con los que debe producirse la decisión. Esos
valores son importantes porque crean en el operador el sentido de pertenencia a una
comunidad cultural; y de esa manera se imprime legitimidad a la interpretación del Derecho.

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