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España: el fracaso de la izquierda para formar

gobierno

Jesús Sánchez Rodríguez1 21/09/2019

En junio pasado ya realicé un análisis de los resultados del ciclo electoral2 que,
iniciado en diciembre de 2018 con las elecciones andaluzas, parecía haberse cerrado en
mayo tras las elecciones legislativas de abril y las posteriores autonómicas, municipales
y europeas. Pero la incapacidad de entendimiento en el campo de la izquierda ha
provocado que dicho ciclo se prolongue hasta noviembre de 2019, cuando vuelvan a
repetirse legislativas con el objetivo de alterar en algún sentido la actual correlación de
fuerzas y facilitar la formación de un gobierno que desde las elecciones de diciembre
de 2015 viene siendo provisional en algún sentido en España.

La grave crisis económica por la que atravesó España desde 2008 y las fuertes
contestaciones sociales que provocó, unido a los graves casos de corrupción política en
el partido en el gobierno, el PP, originó en el sistema político dos importantes
alteraciones, la primera fue una crisis grave territorial con el conflicto catalán , la
segunda fue la ruptura del sistema de partidos, un bipartidismo imperfecto, cuando
terminaron apareciendo hasta tres partidos más de ámbito nacional que disputaron el
anterior cuasi-monopolio electoral al PP y PSOE desde la transición.

Sobre el conflicto catalán y sobre las consecuencias sociales de la crisis he


publicado numerosos artículos que pueden consultarse en mi blog. En éste se hará un
ensayo para analizar las razones que están detrás del fracaso para alcanzar un gobierno
de izquierdas en el verano de 2019, encuadrando dicho análisis en las alteraciones

1
Licenciado y Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la UNED. Se pueden consultar otros
artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/

2
Jesús Sánchez Rodríguez, Análisis del resultado del ciclo electoral en España y de las elecciones
europeas, http://miradacrtica.blogspot.com/2019/06/analisis-del-resultado-del-ciclo.html

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producidas en el sistema de partidos en España y las dificultades para un entendimiento
en el campo de la izquierda que permita un gobierno progresista.

Fuerzas electorales equilibradas entre campos y gobiernos


inestables

La crisis económica desencadenada en 2008, la ola de movilizaciones sociales


que la siguieron, los casos de corrupción que asolaron al PP, o el conflicto catalán
cuyos orígenes pueden rastrearse hasta principios de esta década no alteraron el sistema
de partidos en España, basado en un bipartidismo imperfecto con alternancia entre el
PSOE y el PP (anteriormente la UCD) y algunos apoyos puntuales habitualmente de los
partidos nacionalistas de la periferia. Inicialmente la crisis siguió produciendo
alternancias entre ambos partidos sin dificultades hasta las elecciones de diciembre de
2015. A ellas llegaba desgatado un gobierno del PP que había ganado las elecciones
anteriores por mayoría absoluta. Hasta ese momento, aunque ya habían aparecido en la
escena dos nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, no habían sido capaces de alterar
ese bipartidismo imperfecto.

Así pues, con las elecciones de diciembre de 2015 se abre un período que altera
el esquema anterior y que, a efectos de análisis, podemos dividir en dos ciclos
electorales de diferente temporalidad. Un ciclo largo que comienza en diciembre de
2015, y un ciclo corto que comienza en diciembre de 2018.

Empezando por el ciclo corto electoral, éste se inició con las elecciones andaluza
de diciembre de 2018 y continuó con las elecciones legislativas de abril de 2019 y las
municipales, autonómicas y europeas de mayo de 2019. Todo parecía indicar que el
ciclo corto quedaría cerrado con alguna fórmula de gobierno de izquierdas. Pero la
incapacidad de las dos principales formaciones en este campo, PSOE y UP han
terminado llevando la prolongación de este ciclo hasta noviembre de 2019.Este ciclo se
abrió con una sorpresa, lo que parecía que iba a ser la repetición de la enésima victoria
del PSOE en Andalucía se convirtió en una victoria de la derecha que desalojó a los
socialistas de un poder que habían ejercido en esa comunidad desde la transición,

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igualmente fue un ensayo de acuerdo entre los tres partidos en que se había
fragmentado el campo de la derecha.

Sería una amarga ironía, nada extraña a la vista del apoyo electoral similar de
ambos campos, que por la incapacidad de acuerdo de la izquierda, el ciclo se cerrase en
noviembre con otra sorpresa, y la triple derecha recuperase el gobierno de España.

El ciclo largo electoral muestra una visión más compleja del sistema político. Se
inicia en diciembre de 2015 y pone fin al sistema de bipartidismo imperfecto con
alternancia entre el PSOE y el PP (antes con UCD) y sin necesidad apenas de pactos
con otros partidos (normalmente nacionalistas periféricos). Los nuevos partidos que
aparecen en el sistema político, primero Podemos, luego Ciudadanos y, finalmente,
Vox, fragmentan el voto, exigen alianzas y apoyos variables, e impiden gobiernos
estables desde entonces, sea el de Rajoy en 2016, sea el de Sánchez tras la moción de
censura de junio de 2018, sea la imposibilitad de gobierno tras las elecciones de abril
de 2019.En esta secuencia la ingobernabilidad ha ido creciendo. Rajoy necesitó la
abstención del PSOE en 2016, lo cual provocó una crisis interna en este último partido.
Sánchez necesitó el apoyo de una heterogénea confluencia de fuerzas, más contra
Rajoy que a favor de Sánchez, que le hizo inestable desde el principio y le terminó
llevando a la convocatoria de elecciones de abril de 2019. Ahora ya ni con abstenciones
ni con confluencia de fuerzas ha sido imposible formar gobierno y ha obligado a
realizar unas nuevas elecciones en noviembre de 2019. Si la amarga ironía del ciclo
corto podría ser la recuperación del gobierno de la nación por la derecha, la amarga
ironía del ciclo largo podría ser el regreso de una variedad del bipartidismo, más
imperfecto que el anterior, para garantizar la gobernabilidad desde un campo o desde
un partido.

Efectivamente, la aparición de tres nuevos partidos de ámbito nacional en estos


últimos años ha provocado una ruptura del bipartidismo imperfecto anterior, basado en
dos partidos dominantes situados en el eje derecha-izquierda, para dar paso, en
realidad, a otro bipartidismo imperfecto pero que en lugar de basarse en partidos se
basa en campos, así la alternancia en el gobierno de partidos parecía que iba a dar lugar
a una alternancia de campos en el gobierno, basados en el mismo eje anterior izquierda-
derecha.

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La formación de gobiernos basados en campos había tenido cierto éxito en el
nivel de municipios o comunidades autónomas, tanto en el campo de la derecha
(Andalucía, Madrid, Murcia) como en el de la izquierda (Valencia, Aragón, Navarra,
Barcelona), pero, sin embargo, ha fracasado en la conformación de un gobierno
nacional en el campo de la izquierda, lo cual crea la duda de si el problema es la
formación de gobiernos nacionales basados en campos de fuerzas políticas o si el
problema solo existe en el campo de la izquierda. Hasta que no se presente la ocasión al
campo de la derecha de poder formar gobierno nacional no podremos saber si el
problema es general. Por tanto, ahora lo que es necesario analizar son las dificultades
existentes en el campo de la izquierda. El objetivo es poder dilucidar si esas
dificultades, que se han mantenido desde diciembre de 2015, con el paréntesis
excepcional de la moción de censura, son estructurales o no, es decir, si esas
dificultades van a impedir siempre la formación de gobiernos nacionales de izquierda
mientras se mantenga como un campo inestable.

En realidad, se puede decir que el campo de la izquierda no ha surgido con la


aparición de Podemos, desde el inicio del actual período democrático en España ese
campo en la izquierda siempre ha existido, formado por dos partidos de ámbito
nacional, el PSOE e IU (antes el PCE). Pero el fuerte desequilibrio a favor del PSOE
hacía que la izquierda funcionase más que en forma de campo en forma de partido
hegemónico y otro partido más o menos marginal, según la coyuntura, pero que no
tenía ningún papel decisivo a la hora de conformar gobiernos nacionales. Una situación
parecida ocurría en el campo de la derecha cuando un partido marginal como UPyD
cedió el lugar a un partido más potente, Ciudadanos, disputando la hegemonía al PP.

Podemos nació electoralmente con bastante fuerza en las elecciones europeas de


2014, y mantuvo unas expectativas de crecimiento importantes hasta que las elecciones
de diciembre de 2015 certificaron cual era realmente su peso electoral. Entretanto, el
PSOE había declinado electoralmente mientras asistía a un declive europeo de la
socialdemocracia. Dos ejemplos creaban expectativas sobre la posibilidad de que
Podemos terminase desplazando al PSOE como fuerza principal en el campo de la
izquierda. El primero era Grecia, cuando Syriza alcanzó el gobierno en medio de una
debacle del Pasok que le llevaría a la desaparición, en este caso, Syriza se hacía con la
hegemonía absoluta en el campo de la izquierda, pero adoptando un perfil
socialdemócrata tras su claudicación ante la troika. El segundo era Francia, con la
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debacle del PS tras la presidencia de Hollande. Por otro lado, Podemos nació con un
fuerte sesgo anti-PSOE, partido al que consideraba parte de la "casta" política de
España, y con la intención de ocupar inicialmente todo el campo de IU, a la que llevó a
una situación marginal.

Con el inicio del largo ciclo electoral en diciembre de 2015 también se inauguró
un período de fuertes turbulencias en el campo de la izquierda. Los resultados en esas
elecciones dejaron un panorama cercano a la estrategia de Podemos: IU quedó
marginada con solo dos diputados y, aunque Podemos y el PSOE se distanciaron de 69
a 90 diputados por el efecto del sistema electoral, su diferencia en votos fue muy
pequeña, unos 340.000 votos. La diferencia entre el campo de la derecha y la izquierda
se inclinó por poco a favor del primero en diputados, 163 frente a 159, sin embargo la
izquierda ganó en número de votos, 11,6 millones de votos frente a 10,7 millones de la
derecha, pero su división en tres partidos la penalizó en escaños. La iniciativa para
formar gobierno debería haber correspondido al campo de la derecha, pero Ciudadanos
mantenía fuertes diferencias con el PP por el asunto de la corrupción y se abrió a un
pacto gubernamental con el PSOE, aunque insuficiente en número de escaños. Ambos
partidos acordaron 200 medidas para que Ciudadanos apoyase un gobierno del PSOE,
se trataba, pues, de un gobierno "reformista", de centro, que necesitaba otros apoyos
para salir adelante, fundamentalmente los de Podemos, pero este partido rompió las
negociaciones con el PSOE tras el acuerdo firmado por éste con Ciudadanos y fracasó
el intento de gobierno "reformista".

Los resultados de esas elecciones inauguraron el período de empates entre ambos


campos, pero no la conformación clara de estos, porque tanto el PSOE como
Ciudadanos no buscaron un gobierno de sus respectivos campos, sino una ruptura de
estos mediante un acuerdo en el centro. Las fuerzas de repulsión en cada campo eran
más fuertes que las fuerzas de atracción. Esto llevaría a los partidos a un período de
bandazos y turbulencias, más acusadas en la izquierda que en la derecha.

La negativa de Podemos e IU de apoyar el pacto de gobierno PSOE-Ciudadanos


abocó, finalmente, a una repetición electoral en junio de 2016 que provocó un vuelco
electoral entre campos. Podemos hizo la suma de sus votos y los de IU en diciembre,
que eran medio millón más que los de PSOE, y cambió su estrategia respecto a la
coalición de izquierdas con el objetivo de dar el sorpasso definitivo al PSOE. Así pasó

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de intentar marginarla hasta la desaparición a establecer una alianza electoral, Unidos
Podemos (UP), que creó tensiones internas en el partido de Iglesias.

El resultado fue de nuevo favorable al campo de la derecha en votos y diputados,


11 millones de votos y 169 diputados, frente a los de la izquierda, 10,4 millones de
votos y 156 diputados. Los dos componentes del campo de la izquierda habían sido
penalizados, el PSOE porque siguió descendiendo en cinco escaños más, y UP porque
aunque mantuvo los mismos 71 diputados que en 2015, sin embargo, perdió un millón
de votos. A la derecha la faltaban solo 7 diputados para la mayoría absoluta, pero su
aislamiento político la impedía conseguirlos. El empate bloqueante entre campos volvía
a escenificarse. Las diferencias con la investidura fallida unos meses antes, que
permitieron revalidar la presidencia a Rajoy, fueron dos, el funcionamiento, ahora sí, de
los campos y, por tanto el voto favorable de Ciudadanos a Rajoy, y la abstención de 70
de los 85 diputados del PSOE. Este partido había entrado en crisis interna y daba
bandazos peligrosos que podrían llevarle claramente a perder la ventaja que tenía aún
en el campo de la izquierda. Si su crisis se ahondase, y Podemos no cometiese
demasiados errores, era cuestión de tiempo el sorpasso que aún no había logrado pese a
la alianza con IU, éste era el consuelo de UP a su pérdida de un millón de votos.

Al PSOE le terminaron salvando dos circunstancias, la primera, la posición de


Pedro Sánchez, que con su negativa a apoyar a Rajoy inicialmente, y con su
enfrentamiento y victoria sobre el aparato del PSOE después, consiguió enderezar el
rumbo del partido, sacarle de la crisis interna, y dotarle de un nuevo discurso de
izquierda. La segunda circunstancia fue la sentencia Gürtel que condenaba
directamente al PP por corrupción y posibilitó una moción de censura por parte de
Pedro Sánchez. Podemos, por el contrario, se vio inmerso en una serie de conflictos
internos y contradicciones que le hicieron perder su crédito y apoyos iniciales.

La investidura de Sánchez, al vencer en la moción de censura contra Rajoy en


mayo de 2018, fue la oportunidad para terminar de reforzar al PSOE y volver a ponerle
en la senda del crecimiento y de recuperación del gobierno. Recuperó una política
socialdemócrata más clásica, y llevó a cabo algunas medidas sociales importantes
pactadas con UP, cuyos réditos electorales terminó cobrando el partido en el gobierno,
el PSOE.

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La convocatoria de nuevas elecciones en 2019 fue debida a la no cesión de
Sánchez a las demandas de los independentistas catalanes, de manera que el PSOE
podía presentarse a las nuevas elecciones con las medidas sociales adoptadas por el
gobierno, la bandera de la no cesión ante los secesionistas, y un partido cohesionado
tras su líder. Todo lo contrario que UP, desde fuera del gobierno no podían rentabilizar
como el PSOE las medidas sociales, mantenía posiciones vistas como de simpatía con
el independentismo, y Podemos estaba sumida en una crisis interna poco edificante.

Las elecciones de abril de 2019 volvieron a dar un vuelco entre campos, y en el


interior de los campos, con un práctico empate en votos. Ahora el campo de la
izquierda obtenía 11.213.684 votos y 166 diputados, y el de la derecha 11.169.796
votos y 147 escaños. Esta diferencia de escaños se debe a la penalización a la derecha
por presentarse dividida en tres partidos, siendo exactamente la situación inversa de
2015.

Así, hay dos factores que se han convertido en claves para la formación de un
gobierno por uno u otro campo: el desplazamiento de unos cientos de miles de votos en
las elecciones, y la división con que se presente a las elecciones cada campo.

A diferencia de lo ocurrido tras las elecciones de 2015, en que los partidos de


cada campo se repelían y buscaron alianzas fuera del propio campo, PSOE-Ciudadanos,
en el actual ciclo corto electoral parecía que los campos se consolidaban y aparecían
alianzas en su interior, y que las alternancias en los gobiernos ya no sería entre partidos
como en el viejo bipartidismo, sino entre campos, como fruto de la mayor
fragmentación del sistema político y el mantenimiento del eje de enfrentamiento
derecha-izquierda, solo alterado temporalmente por el eje identitario del conflicto
catalán. Como ha ocurrido ahora, con el fracaso en construir un gobierno progresista,
también el conflicto catalán al que desestabilizó fue al campo de la izquierda, por lo
cual todo indica que este campo es el más frágil, el más inestable y, por tanto, el que
más difícil tiene conseguir presentarse como alternativa de gobierno.

Si esta situación se prolonga en el tiempo solo podrían darse dos posibles tipos
de gobierno: un gobierno prolongado del campo de la derecha sin alternativa en la
izquierda, o que el campo de la izquierda regresase a la situación anterior a la aparición
de Podemos, con un PSOE claramente hegemónico sirviendo de alternancia de

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gobierno. De esta manera, en lugar de una alternancia entre partidos, o una alternancia
entre campos, se podría producir una alternancia entre un campo y un partido. Esta
última opción parece ser la que ha elegido el PSOE después del fracaso de la
investidura de Sánchez en julio pasado.

Razones de la incapacidad del campo de la izquierda para


formar gobierno

El análisis anterior se ha centrado en la inestabilidad del sistema de partidos


desde 2015, la escasa diferencia de apoyos electorales de ambos campos, que no llega
al 5% máximo, y la incapacidad del campo de la izquierda para ser alternativa de
gobierno. En lo que sigue vamos a analizar las razones de esta incapacidad.

El ciclo corto electoral se cerró en mayo de este año con una clara debacle de
UP, no solo por pasar de 71 a 42 diputados y perder otro 1,3 millones de votos más,
sino porque, además, en las municipales, autonómicas y europeas se agravó esa derrota
perdiendo gran parte del poder municipal anterior. En una situación así, y después de
las graves crisis internas en Podemos, en cualquier otro partido el líder responsable de
esa debacle hubiese dimitido o le habrían pedido la dimisión, pero el hiperliderazgo de
Pablo Iglesias no tiene alternativas reales dentro de Podemos, después de haber
acabado con la mayoría de sus críticos. Así, Iglesias se vio incentivado a hacer de la
presencia de Podemos en el consejo de ministros una cuestión innegociable por dos
razones, la suya personal de sentirse un líder debilitado tras la debacle, que necesitaba
ofrecer una compensación de prestigio emocional a sus bases; y una razón organizativa
derivada de una lectura sesgada de esa debacle que atribuía ésta y el ascenso del PSOE
a que UP solo había sido un apoyo externo del gobierno Sánchez, evitando entrar, así a
analizar la gran parte de responsabilidad que los errores y contradicciones de Podemos
y su interminable crisis interna tenían en la debacle.

Del lado del PSOE la explicación se encuentra en el liderazgo de Pedro Sánchez.


Solamente recordando su trayectoria se puede entender su actuación actual. El PSOE
estaba al borde al abismo, con peligro de seguir la senda de marginalidad del Pasok. En
estas circunstancias Sánchez dio un giro brusco, con su primer gesto osado rechazó,

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frente al aparato, abstenerse para investir a Rajoy, y dimitió; se quedó en el vacío y
emprendió una dura lucha contra el aparato del PSOE. Terminó ganando, y desde el
liderazgo del PSOE lanzó su segundo gesto osado y presentó la moción de censura a
Rajoy con solo 82 diputados, logró ser investido presidente de gobierno y poner en
marcha una nueva versión socialdemócrata alejada del social-liberalismo. No cedió a
las presiones de los independentistas, que sostenían su gobierno, y con su tercer gesto
osado convocó elecciones en abril de 2019. Y ahora está ante su cuarto gesto osado,
gobernar sin los condicionantes de Podemos, intentando recuperar definitivamente la
hegemonía para el PSOE y la subalternidad para Podemos (IU es, a su vez, el
subalterno de Podemos).

Resumiendo: primera osadía derrotar al aparato del PSOE; segunda derrotar a


Rajoy; tercera, librarse de los condicionantes de los independentistas; cuarta librarse de
los condicionantes de Podemos. Esta última pasaba o por las cesiones de Podemos o
por una nuevas elecciones. Rechazada por UP la posibilidad de renunciar a un gobierno
de coalición, en las condiciones que Podemos exigía, todo abocó a la repetición de las
elecciones en noviembre.

Pero además de las decisivas razones detrás de cada líder en ambas formaciones
había otros dos grupos de motivaciones para el desencuentro inevitable. El primero
hace referencia a la desconfianza existente entre ambas formaciones, especialmente
expresada por Podemos con sus continuas referencias a que el PSOE no cumple sus
promesas y es necesario estar en el gobierno para controlar y exigir el cumplimiento, es
decir, realizar una función de vigilancia. Desconfianza que se extiende por parte del
PSOE hacia UP globalmente por la inestabilidad que muestra esta coalición, como
demuestra las rupturas en varios territorios entre IU y Podemos, o la ceremonia de la
confusión que fueron las consultas que celebraron sus componentes para decidir sobre
la negociación con el PSOE.3

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Tres de los componentes de UP hicieron consultas internas para saber a qué atenerse en la investidura.
1) Podemos. Participó el 26% de los inscritos, el 70% de los participantes apoyaba la investidura si no
había vetos. El gobierno de coalición con tres ministerios y una vicepresidencia para UP que ofreció el
PSOE fue rechazo en julio por UP, ¿era eso un veto?
2) IU. Participó el 16% de los militantes, el 78% de los participantes apoyan la investidura si hay acuerdo
programático. ¿Hubo acuerdo programático? nadie lo sabe, UP solo quería hablar de ministerios. Las
declaraciones de líderes de Podemos siempre fueron que si se acordaba la coalición que ellos querían no
había ninguna otra dificultad para tener un gobierno progresista, dando a entender que no había
diferencias en el programa. ¿Por qué, entonces, IU no presionó por aceptar la investidura con acuerdo
programático?

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El segundo grupo de motivaciones también es muy importante, se refiere a las
diferencias de fondo entre Podemos y el PSOE. Es verdad que existe cierta sintonía en
los temas sociales, que sus diferencias en este terreno no son insalvables, capaces de ser
negociadas, pero existen diferencias más profundas en otros terrenos - se han
expresado durante el propio período de negociaciones con la crisis de los emigrantes, la
política de acogidas y los barcos de rescate de la ONGs - sobre todo en uno muy
sensible en esta coyuntura histórica en España, el conflicto catalán.

Por no extendernos mucho en este aspecto basta con mencionar la postura


diametralmente opuesta seguida por ambas formaciones cuando en el otoño de 2017 el
conflicto alcanzó el climax, y a la declaración unilateral de independencia por parte del
govern catalán le siguió la aplicación del artículo 155 de la Constitución apoyada por el
PSOE. UP no solo no apoyó la aplicación de este artículo, sino que su actitud crítica les
llevó a recurrir esa decisión ante el Tribunal Constitucional, apareciendo como
intermediarios de los secesionistas, ya que estos no disponían de los 50 diputados
necesarios para llevar a cabo dicho recurso, y el recurso de la Generalitat ante el mismo
tribunal fue rechazado.

Las diferencias entre UP y PSOE son, pues, de gran calado, afectando a la


estructura estatal y a la defensa de la propia Constitución. En las agrias discusiones
sobre la investidura Sánchez llegó a reprochar a UP su falta de lealtad democrática,
pues al reconocer como presos políticos a los dirigentes independentistas encarcelados
y pendientes de sentencia estaban, implícitamente, negando que España pudiese
considerarse una democracia.

Formar un gobierno con dos socios en estas condiciones realmente era


arriesgado, suponía el riesgo de que fuese un gobierno corto y caótico que terminase
con una penalización fuerte para ambos y cediese definitivamente, y por mucho tiempo,
el poder a la derecha. De hecho esta situación debía entrar en los cálculos del campo de
la derecha cuando desde estos partidos y medios de comunicación afines se alentaba a
que el PSOE formase el gobierno con sus socios de Podemos. Dado el deterioro de las
relaciones entre PSOE y UP, el campo de la derecha era un claro beneficiario de

3) Equo. Sin conocer la participación, el 70% votó a favor de la investidura, y el 25% votar lo mismo que
el grupo parlamentario de UP. ¿Porqué López de Uralde se negó, entonces, a apoyar la investidura?

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cualquiera de las dos salidas, un posible gobierno corto y caótico, o una repetición
electoral.

Hacer un pronóstico de lo que puede pasar en las elecciones de noviembre es


complicado. Tenemos algunos datos obtenidos de la experiencia anterior como son el
similar apoyo electoral del campo de la derecha y la izquierda, las tendencias
favorables de las encuestas a un mayor crecimiento del PSOE y un retroceso de UP, o
las diferencias casi insalvables que hay entre ambos partidos. Pero también hay
importantes incertidumbres que pueden alterar sustancialmente el panorama, como la
aparición de una nueva fuerza en el campo de la izquierda, la de los seguidores de
Errejón, las reacciones ante la sentencia del juicio a los dirigentes del ensayo de
secesión en Cataluña, o la capacidad de la derecha para levantar candidaturas conjuntas
como propone el PP.

De momento, solamente se puede constatar que el ensayo por alcanzar un terreno


de entendimiento gubernamental entre la socialdemocracia y la nueva expresión de la
izquierda surgida con la aparición de Podemos se ha saldado en un grave fracaso que ha
dejado un profundo abismo difícil de cerrar en el corto plazo. Fracaso que contrata con
la experiencia portuguesa, dónde si ha sido posible un gobierno progresista de la
socialdemocracia apoyado exteriormente por dos partidos a su izquierda, el PCP y el
Bloco.

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