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Cuenta una leyenda que los dragones eran bestias despiadadas que recorrían el mundo

engullendo vidas, y arrasando con fuego y sangre ciudades y pueblos. Cuando nadie lo
esperaba, aparecían sembrando el pánico y llevándose toda esperanza con ellos.

El poblado de Villam estaba habitado por animales de muchas especies que vivían en
paz y armonía, en aquel frondoso valle flanqueado por montañas rocosas. Una paz
monótona que esa misma mañana tornaba en angustia con la veloz llegada del vecino
Halcón:

- ¡Habitantes de Villam, escuchadme! ¡Un gran peligro se acerca! ¡No eran leyendas ni
fábulas, viene un enorme dragón arrasando todo a su paso!

Los habitantes del poblado se congregaron en la plaza principal y decidieron plantar


batalla al enemigo que venía en ciernes.

El primero en alzar la voz fue el Búho:

-Yo, con mis conocimientos y mi sabiduría, calmaré la furia de la bestia.

El siguiente en ofrecerse fue el Gato negro:

-Si me permitís, creo que es cuestión de magia. Le echaré una maldición y caerá
derrotado.

-¡Falacias! –gritó el León adelantándose- ¡Palabrería todo! Seré yo quien lo tumbe,


usaré mis dientes y mis garras y lo degollaré.

Y así discurría el tiempo, que no se decidían sobre quién sería el más apropiado para
hacerle frente. Viendo que la prisa apremiaba y que no había consenso, se decretó que
irían los tres.

Acto seguido los vecinos del pueblo se escondieron en sus casas, cerraron las puertas y
ventanas, y vigilaban la llegada del dragón por las rendijas y visillos.

La bestia era inmensa y roja, con unas alas tan grandes que podían envolver el poblado
entero. Los tres héroes, asustados, intentaron disimular su temor.

-¿Qué hacéis vosotros que no os escondéis con los vuestros? –dijo el dragón, con una
profunda y terrible voz.

El león, envalentonado, apretó los dientes y sacó sus garras. Emitió un gran rugido que
hizo temblar el suelo bajo sus pies y se lanzó corriendo a la cara del dragón. Sin
embargo, bastó un soplo de la bestia, para que saliera volando perdiéndose en el
horizonte. Dejó de soplar y se rió a carcajadas:

-¿En serio? ¿Fuerza bruta? ¿Contra mí? ¿El más poderoso de todos los seres? ¿Quién es
el siguiente que se atreverá a oponerse a mí?
-¡Yo! –maulló el gato, temblando- ¡Óyeme bien, monstruo terrible! ¡En el día de hoy!
¡Yo te maldigo! ¡Todo el mal que nos hagas lo pagarás! Pues esa es la ley de la
naturaleza y del cosmos.

El dragón volvió a reír:

-¿Magia? ¿Karma? ¿Suerte? No me vengas con pamplinas, mi padre engulló pueblos y


ciudades, y murió entre montañas de oro y lujos, y mi abuelo antes que él. Todos fueron
maldecidos por magos y hechiceros, pero ninguno ha pagado por sus males ¡Este
mundo es nuestro reino!

El gato, viendo sus creencias destrozadas, corrió despavorido. El dragón, esperando a la


última víctima, miró al búho con los ojos bien abiertos. Entonces, el ave, alzando la
cabeza con orgullo, habló:

-Yo no uso de falacias ni de golpes, sino de esta gran sabiduría con la que fui dotado.
Así pues, te vengo a ofrecer un trato. Te entregaremos una cantidad de cerdos cada mes,
como pago por nuestras vidas, y así, tendrás abastecimiento de comida por la eternidad.

Hubo un largo silencio, en el que el búho sonreía ante la elocuencia y poder de su


discurso, y el dragón hacía creer que pensaba, pero sonreía en su interior, antes de
contestar:

-En este mundo, he engullido reinos e imperios, y siguen habiendo una infinitud de
deliciosos manjares vivos que comer ¿Por qué me tendría que interesar tu oferta? ¡Os
comeré a todos e iré a la ciudad de al lado y al otro y al de más allá! Rechazo tu oferta y
te ofrezco otra, entra en mi boca ¡Y déjate comer de una vez!

El búho, asustado, voló huyendo de allí. La gente del pueblo comenzó a implorar a los
cielos por su vida, mientras el dragón reía a carcajadas.

Entonces, por una callejuela del pueblo, apareció un cordero. Se acercó a la bestia y se
comió de un mordisco una flor que había frente a él. El monstruo enarcó una ceja:

-¿Qué es esto? ¿Acaso no me tienes miedo? ¡Pagarás tu osadía! –y, frente a la mirada
atónita de los pueblerinos, el dragón se comió al cordero de un bocado. Se relamió y se
acarició la panza con una sonrisa de oreja a oreja- ¡Ah! ¡Qué primer plato tan delicioso!
¿Quién será el siguiente…? –de repente, sus ojos se tornaron en blanco, empezó a
temblar y, de un gruñido, se desplomó, expulsando al cordero por la boca.

Hubo un gran silencio, que se convirtió en vítores y alabanzas. Llevaron al cordero a los
hombros y celebraron una gran fiesta cantando y bailando. Al cordero, manchado de la
sangre del dragón, le vistieron con una túnica blanca y le preguntaban una y otra vez
cómo lo venció, a lo que siempre respondía:

-Puse en mi paladar un lirio que encontré frente a él y lo solté en su estómago cuando


me comió. Ni la fuerza, ni la magia, ni la inteligencia… Nada más letal contra un
dragón que un lirio. Un sencillo y humilde lirio que se deja comer y escupir.

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