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PUNTOS PERDIDOS

Acababa de llegar de viaje y el buzón estaba abarrotado de cartas, recibos y propaganda.


Una vez separado todo aquel material, empecé con los recibos para poder archivarlos. Al abrir uno
de ellos mi asombro fue tremendo. En ese momento creía estar reviviendo la experiencia del
internado con mi amiga Matilde…
Había perdido todos los puntos. No podía irse de fin de semana a casa. Tenía que hacer planes
para conseguir dos días lo menos aburridos posible.
Lo primero era quedar con alguna externa que le abasteciera de pipas, chicles, chocolate, y algún
refresco. Disponía de 100 pesetas para comprar los billetes del tren y alguna que otra chuchería.
Decía en voz alta:
—Las externas juegan con ventaja: siempre se van a casa independientemente de su
comportamiento a lo largo de la semana. ¡No es justo!
Lo segundo era averiguar quién más se quedaba en el internado y fue repasando interiormente:
—Rocío, Irene y Carmencita seguro que se quedaban pues, al ser sudamericanas, rara vez venía
algún familiar o amigo de sus padres a llevárselas los dos días.
—Clarita, que hacía Cultura General, era posible que hubiera perdido todos los puntos de
comportamiento, pues era una charlatana y no paraba nunca quieta.
Ignoraba que yo también me quedaba —aquel fin de semana no podían venir a buscarme, estaban
en plena campaña del aceite y mi padre debía estar pendiente de todo el proceso— Matilde se
alegró de mi presencia.
Normalmente era una niña tranquila. Rara vez se alteraba, era siempre educada y muy
observadora, a veces resultaba difícil adivinar que pasaba por su cabeza. Tenía un don especial
para expresar por escrito mil y una historias, su lenguaje era muy cuidado y rico en matices. Cada
vez que nuestra profesora le mandaba leer en voz alta alguna de sus composiciones yo me
quedaba embobada.
Aquel día le dió un arrebato: se peleó con una compañera mientras estábamos jugando a
baloncesto. Montse era muy alta y siempre le impedía encestar. Lo hacía a posta para chincharla.
Matilde estaba hasta la coronilla de tal abuso y llegó a las manos en mitad del partido. La profesora
de gimnasia, no tardó en comunicárselo a la Hermana que, sin mediar palabra, les quitó de un
plumazo los 10 puntos de comportamiento de la semana. Montse era externa.
Yo envidiaba a matilde y le admiraba por igual, me alegré sobremanera que se quedara ese fin de
semana, ¡seguro que se le ocurriría algo divertido para esos días! Su ingenio para inventar juegos
también era extraordinario.
Aquel año los reyes nos habían traído patines a muchas de nosotras. A la hora del recreo solíamos
ir a la pista de patinaje y jugábamos a “cortar el hilo”. Matilde era muy veloz, de baja estatura y muy
delgada: se escabullía fácilmente.
Para el domingo nos hizo una proposición
—¿Qué os parece si subimos al corredor de la biblioteca y hacemos carreras de patines?
—Estupendo, Matilde ¿a qué hora vamos? —le pregunté—
—Cuando nos den la merienda vamos subiendo por separado.

Mirengar

Octubre 2016
Así hicimos, primero desfiló Irene —sus padres le habían enviado desde Méjico unos patines botas
de piel blanca con los cordones rojos y un buen taco freno, ¡eran preciosos! A veces me los dejaba
y era una gozada patinar con ellos, se deslizaban suavemente y no se desviaban en absoluto.
Después subieron Carmencita y Rocío y tras ellas fuimos Matilde y yo. Nosotras teníamos los
típicos patines “Sancheski” graduables y adaptables a cualquier número de calzado, mis hermanos
y yo los compartíamos.
Ya estábamos todas en el corredor, era muy largo y muy ancho, las baldosas estaban relucientes,
de ello se encargaba la hermana Martina. Todas las tardes pasaba una gran bayeta tras haber
barrido con sumo cuidado para no levantar polvo.
Era un pasillo muy transitado pues a ambos lados se encontraban los laboratorios y al fondo la
biblioteca de bachillerato. La Hermana Martina cuidaba y mantenía todo con primor.
Empezaríamos las carreras de dos en dos ida y vuelta. La ganadora repetiría con la siguiente hasta
pasar las cinco. Yo había sido vencida en la primera carrera. Rocío y Matilde llegaron a la final.
Matilde se deslizó con tal ímpetu que en vez de girar al llegar a la puerta de la biblioteca se
empotró contra ella. El estruendo de los cristales debió oírse por todo el edificio. Rápidamente
recogimos los patines y conseguimos esconderlos en el cuarto ropero. Al cabo de un momento
apareció la Hermana Martina y le explicamos que Matilde se había tropezado con una de nosotras
y se había caído contra la puerta.
La hermana no hizo comentario alguno, sólo le preguntó si se había hecho daño, nos ayudó a
recoger los cristales y nos mandó bajar a la sala de estudio.
Nos quedamos todas perplejas. Pasó el lunes, el martes…, llegó el viernes y nadie hablaba del
asunto.
Matilde no perdió los puntos esa semana y pudo irse a casa.
Al salir del colegio la Hermana ecónoma le dio una carta.
—Matilde, cuando llegue a casa entregue esta carta a sus
padres
—Si, Hermana Josefa, así lo haré, ¡Buen fin de semana!
Habitualmente llevábamos cartas a nuestros padres con los
recibos del mes, de las excursiones o de cualquier material
que empleábamos en trabajos manuales.
Con su maleta cargada de la ropa sucia, acompañada de
Clarita y su hermana mayor, se fue a coger el tren. En la
estación de Vic le esperaba su padre que la recibió con un par de besos muy cariñosos. Al llegar a
casa se abrazó a su madre y a su hermano, ¡se le había hecho muy largo tanto tiempo sin volver a
casa!
Después de cenar se acordó de la carta. Su sorpresa fue mayúscula al ver su contenido: ¡una
factura de 3000 pesetas por un cristal!
Se quedó lívida y, con un nudo en la garganta, empezó a explicarles lo que había sucedido.
Aún hoy, al cabo de 50 años, recuerda el tiempo que transcurrió hasta poder pagarlo con sus
ahorros. En un rincón del altillo descansan sus patines.

Mirengar

Octubre 2016

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