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Diplomatura Universitaria en Historia Argentina

y Latinoamericana

Buenos Aires y las provincias: guerras civiles. Los unitarios y su proyecto de coloniaje. La presidencia de
Rivadavia. Los caudillos y el Pacto Federal. Manuel Dorrego. Juan Manuel de Rosas y la Confederación. La
civilización del cuero.

Justo José de Urquiza. Batalla de Caseros. Secesión porteña. La Constitución Nacional de 1853. Condiciones
de Buenos Aires para su incorporación a la Confederación. Formación del Estado oligárquico: presidencias
de Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento y Nicolás Avellaneda. La política británica y la Guerra de la Triple
Alianza. ¿Civilización o barbarie?: el nuevo paradigma del coloniaje. Genocidio e Inmigración. Los orígenes
del movimiento obrero en la Argentina. El proyecto primario exportador.

Trabajos destacados
Eduardo Wilde definía al pueblo como “animal amorfo, bruto y malo”. Con respecto al
sufragio universal sostenía que “era el triunfo de la ignorancia universal. ¿Qué es la democracia?
El gobierno de los más, que es decir el de los menos aptos”.
Escriban un breve texto (hasta cinco páginas) que analice las palabras de Wilde
relacionándolo con la bibliografía de la unidad (texto de Lettieri).

Integrantes: Carranza, Rosana; Meritano, Silvina; Merlos, Mario; Meschini,


Marilina; Monti, Alexis Nicolás; Pituelli, Stella Maris - UNVM

Las palabras de uno de los representantes de la Generación del ’80 aluden directamente a
una democracia restringida en manos de unos pocos. Para Wilde, era considerable la elección por
cualquier medio, antes que la elección por el pueblo, porque éste elige “lo peor de su misma
masa”.
Dos grandes facetas presenta en el campo político la Generación del ’80: la primera es un
notorio escepticismo respecto a la participación popular en el ejercicio de las prácticas cívicas y la
segunda, la adopción de los métodos del maquiavelismo para el logro del ascenso al poder, para
conseguir mantenerse en él y para obtener éxito con las concretas medidas de gobierno tomadas.
Unas décadas antes, durante las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, se había
conformado en nuestro país un Estado nacional oligárquico que se incorporó al comercio mundial
obedeciendo las reglas de la División Internacional del Trabajo. Fuertemente condicionada por las
exigencias británicas, la Argentina adquirió una matriz colonial, dependiente y agroexportadora.
Estas tres presidencias “fundacionales”, aunque con distintas concepciones personales,
contaron con un mismo proyecto de país oligárquico cuyo ejercicio de la dominación se opuso a la
democracia propiamente dicha, porque el poder político se asoció al poder económico, fundidos
en una oligarquía liberal que utilizó el Ejército y la inmigración como instrumentos de coerción e
institucionalización de ese mismo poder.
Mitre decidió institucionalizar la Nación en clave liberal-oligárquica, y para ello, la “alta
política” debía sepultar el debate popular. Dispuso la creación de un diario –La Nación Argentina-
para adoctrinar a la población en los términos de su proyecto nacional. A esto le sumó una
herramienta política fundamental: la invención de un pasado en el cual legitimarlo. Su visión de la
Historia Argentina, una historia oficial e institucional, quedaría fuertemente arraigada hasta

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nuestros días, basada en el sostenimiento de la preexistencia de la Nación y el liderazgo natural de
Buenos Aires.
Al decir de Eric Hobsbawm, inventar un pasado implica legitimar una hegemonía dirigente,
la desigualdad social, y naturalizar la exclusión y la pobreza, en pos de un ideal burgués de vida
capitalista. Tras la caída de Rosas se da una operación cultural consistente en ocultar el pasado,
distorsionándolo y ofreciendo una versión edulcorada del mismo, acorde a una elite asociada al
capital internacional, con el objetivo de garantizar la hegemonía dirigente.
Se trata de la construcción de un imaginario social que justificara la dependencia,
combinando cultura y represión. En definitiva, una sola historia, porque la lucha política pasa por
la apropiación del pasado.
Durante la gestión de Mitre se tejió una compleja trama institucional y social, que sirvió
como base para la formación del Estado nacional y de la sociedad argentina moderna. El Estado
incrementó sus funciones a través de la redacción de los códigos Civil y Penal, confeccionados por
dos juristas del tronco liberal oligárquico: Dalmacio Vélez Sarsfield y Carlos Tejedor,
respectivamente. A esto se le sumó la organización del Ejército nacional sobre la base de las
fuerzas militares de Buenos Aires, que serviría para aplastar las últimas montoneras federales: el
perverso asesinato del caudillo “Chacho” Peñaloza, Felipe Varela y más adelante, López Jordán.
El estallido de la guerra de la triple Alianza implicó para el estado mitrista la ocasión
deseada para poner cepo a la prensa opositora, o directamente clausurarla mediante la aplicación
del estado de sitio, al tiempo que se realizaban razias de simpatizantes del Partido Federal en todo
el país, para ser conducidos engrillados al exterminio en el frente paraguayo –la aristocracia
porteña “donó” su personal doméstico al Ejército nacional, como venganza por su antiguo
respaldo a Rosas-. Entre la llegada de inmigrantes europeos y el genocidio de la población negra, la
Buenos Aires oligárquica fue más blanca a partir de entonces…
La disputa por la sucesión presidencial reveló la debilidad del andamiaje institucional.
Excluido el pueblo, el régimen político sólo expresaba las ambiciones e intereses de actores,
círculos y corporaciones dispuestos a privilegiar sus intereses particulares. Sarmiento era un
presidente que no tenía un partido político propio que le sirviera como respaldo legislativo, por
eso priorizó la alianza con el Ejército nacional, al que confió la tarea de subordinar las fuerzas
políticas provinciales a la autoridad presidencial y de producir resultados electorales favorables.
Esto fue completado con la asignación de subsidios y cargos públicos a cambio de votos
parlamentarios.

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La resistencia a esta política generó varias revoluciones y naturalmente se reiteraron las
intervenciones federales. Como consecuencia de esta grave conflictividad interna, el Estado
nacional abandonó la Triple Alianza en 1870, para concentrarse en el disciplinamiento interno.
Mitre, alejado de la presidencia, adoptó un cambio de estrategia en su periódico, más
sereno y reflexivo. Su diario debía ser una “tribuna de doctrina”, que se constituyese en brújula de
las políticas del Estado nacional.
Durante el gobierno de Sarmiento, el tejido institucional no cesó de expandirse: primer
censo nacional, creación de las primeras escuelas normales, subsidios a las provincias, impulso a
las escuelas de oficios y la educación primaria.
El abandono de la guerra de la Triple Alianza dejó al Paraguay a merced de Brasil, que
incrementó su territorio. Poco después, el liberalismo chileno exigió la devolución de la Patagonia
y del estrecho de Magallanes, presentando como elementos probatorios de sus pretensiones, los
editoriales publicados por el presidente argentino durante su desempeño en la prensa trasandina,
en los que justificaba las ínfulas chilenas.
Para la cuestión de la sucesión presidencial, el sanjuanino insistió en ejercer la función de
gran elector: su candidato era su ministro de Educación, el tucumano Nicolás Avellaneda. En 1874,
un nuevo fraude electoral permitió la victoria de la fórmula Avellaneda- Acosta. Como
consecuencia de su derrota en las elecciones, Mitre arengó a sus seguidores, instándolos a una
revolución. Así, el gestor del Estado liberal oligárquico reconocía que su obra se le había escapado
de las manos. Sin embargo, la Revolución de Septiembre fue derrotada con facilidad.
Se dio entonces impulso a un entendimiento político entre Alsina, Mitre, Avellaneda y el
gobernador porteño, Carlos Casares; este acuerdo electoral permitió la reinserción del mitrismo
en las instituciones legislativas, y dejaba afuera a los jóvenes autonomistas –Miguel Cané, Carlos
Pellegrini y Lucio Vicente López, discípulos de Vicente Fidel López- que propiciaban el
proteccionismo y denunciaron el contubernio.
Al asumir como gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor le recordó al presidente
Avellaneda su condición de “huésped” porteño. La federalización de Buenos Aires y el inminente
recambio presidencial alentaron un nuevo levantamiento porteño, encabezado por el gobernador
Tejedor. Sería en vano, por la superioridad de un Ejército nacional profesionalizado; quedaba claro
que en el proceso de creación del Estado nacional la institución más fortalecida había sido el
Ejército.

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Durante la gestión de Avellaneda se sancionaron dos leyes significativas para la
consolidación del proyecto liberal-oligárquico dependiente: de Inmigración y de Universidades. En
el gobierno del tucumano se produjo la conclusión del proceso de apropiación oligopólica de la
tierra por parte de la oligarquía pampeana. Para esto se intentó resolver la “cuestión indígena”
mediante dos estrategias: el levantamiento de fortines y el cavado de la Zanja de Alsina. El
proyecto fue un fracaso; entonces se aprobó el plan del general Julio Argentino Roca: el
exterminio de las comunidades afincadas en el sur argentino en la “Campaña del Desierto”. Se
habla de alrededor de 20.000 nativos muertos, en tanto el resto fue reducido a reservas, o
reubicado fuera de sus tierras.
Ante la gravedad de la situación producida por las crisis de 1873 y 1876, Avellaneda lanzó
el primer plan de brutal ajuste de la historia argentina: se debía ahorrar con el hambre y la sed de
los argentinos.
Eduardo Wilde afirmaba durante la sucesión presidencial de Roca: “será presidente el
candidato que designe el general Roca. El general se ha hecho acreedor de esa conducta y debe
aceptar el honor con serena conciencia: lo ha ganado legítimamente”.
A partir de Caseros no hubo calificación del sufragio pero se apeló al fraude, en general
rodeado de violencia, como método electoral corriente, y los afectados de turno –a veces
victimarios antes de haber sido víctimas- protestaban ruidosamente o se alzaban
revolucionariamente. En cambio, a partir del ’80 el fraude fue admitido silenciosamente por gran
parte de la dirigencia, e incluso descaradamente justificado por otros.
No sólo fue la violación de la voluntad popular para arribar al poder, sino la maniobra, el
disimulo, la mentira, la dureza o la blandura en el tratamiento de las circunstancias según
conviniera, la infidelidad. En una palabra, todo el arsenal del más estudiado maquiavelismo.

BIBLIOGRAFÍA
Lettieri, A. (2013). La historia argentina en clave nacional, federalista y popular. Cap. 3, 4, 5
y 6. Edit. Kapelusz Norma, Buenos Aires.
argentinahistórica.com.ar Historia constitucional argentina. El Régimen.

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