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Causa verdadero asombro la rapidez con que aplican la ley estos funcionarios:
enganchan del carro a la grúa con total sigilo y discreción y posteriormente lo escoltan
hacia el patio de Álamos, como si llevasen a un criminal de alta peligrosidad.
En una operación que tarda a lo sumo tres minutos, el auto se esfuma sin que el
conductor haya escuchado siquiera el silbato del policía o una sirena de aviso que alerte
que el carro va a ser remolcado.
Pero las circunstancias cambian cuando el conductor llega antes de que la grúa arranque,
ya que si el vehículo fue enganchado pero la grúa aún continúa en su lugar, el usuario
tiene derecho a exigir que lo bajen y se lo entreguen. En este caso, el uniformado puede
aplicar el comparendo correspondiente, pero el carro continuará en poder de su dueño.
Tipos de inmovilización
Para cumplir con esto, el vehículo es conducido a parqueaderos autorizados ¿hasta que
se subsane o cese la causa que le dio origen, a menos que sea subsanable en el sitio en
que se detectó la infracción
La misma norma establece tres formas de inmovilización para los vehículos infractores: en
el lugar de los hechos, en los patios oficiales y en la vía donde ocurra la irregularidad.
Por ejemplo, si una persona maneja un vehículo sin portar su licencia de conducción, el
vehículo es retenido en el lugar del hecho hasta que otra persona con licencia de
conducción retire el carro en un tiempo prudencial (generalmente 30 minutos).
Igualmente, el comparendo se aplica, pero el auto no va a patios.
Caso contrario ocurre con los conductores en estado de embriaguez o aquellos que
manejan con la restricción de pico y placa por una vía principal; en este caso, el carro es
trasladado en grúa al parqueadero contratado por la autoridad.
La sanción de retener el vehículo puede ser impuesta junto con otras medidas adicionales
tales como multas, suspensión de la licencia de conducción, suspensión o cancelación del
permiso o registro, retención preventiva del vehículo o la cancelación definitiva de la
licencia de conducción.
Al revisar el código de tránsito, pareciera que los vehículos fueran los culpables de las
infracciones y no así los conductores. Es como si los carros tuvieran la culpa de que el
conductor ande sin pase, o como si los autos decidieran llevar menores de 10 años en la
silla delantera.
Así las cosas, de las 95 infracciones estipuladas (sin tener en cuenta las prohibiciones a
peatones y los comparendos educativos) más del 44 por ciento, ¿o sea 42 infracciones?
da lugar a la inmovilización del vehículo, bien sea como sanción principal o accesoria.
Las consecuencias del modelo de transporte nos afectan por vías distintas. Por un lado,
están los problemas relacionados con la congestión, que se materializan en una pérdida
de tiempo a la hora de desplazarse. Por otro, tenemos las afecciones directas a la salud
por la contaminación acústica y del aire, así como por la siniestralidad. Por último, no hay
que olvidar las afecciones indirectas a la salud por las repercusiones psicológicas debidas
a la ocupación y fragmentación del territorio, que limitan o imposibilitan la utilización de las
calles cómo algo más que canales de transporte.
Estos problemas tienen unas características peculiares: afectan a todos los habitantes de
la ciudad, especialmente a los sectores más débiles y desfavorecidos, y en algunos casos
también a poblaciones próximas; en segundo lugar, debido a sus repercusiones directas e
indirectas sobre la calidad de vida son de una gravedad y magnitud bastante
considerable; tercero, repercuten en el día a día de las personas de una forma muy
notoria; y en cuarto lugar, generan una incoherente y escasa crítica, muestra de su
aceptación en una sociedad que, paradójicamente, ante manifestaciones sociales con
repercusiones colectivas de mucho menor impacto –drogas, siniestralidad laboral…–
presenta una clara intolerancia.
La energía empleada para transportar una persona una distancia determinada es la base
que determina la mayor o menor eficiencia de cada sistema de transporte y el grado de
repercusión de muchos de los impactos producidos. Cuanto mayor es la energía total
requerida menor será su eficiencia y mayor su coste económico. Optimizar el consumo de
energía es, por tanto, la forma de limitar y reducir los impactos económicos, sociales y
ambientales que genera su consumo, algo nada despreciable en el caso del transporte.
Los medios de transporte más costosos económicamente son a su vez los que consumen
más energía por viajero en su ciclo global, es decir, no sólo en el consumo de energía de
tracción –para desplazarnos–, sino también considerando la energía necesaria para la
construcción del vehículo, de la infraestructura por donde circula y de su mantenimiento.
El consumo energético por viajero se obtiene dividiendo el consumo total de energía por
el número de viajeros transportados y kilómetros recorridos. Cuanto mayor sea el número
de viajeros desplazados menor será la cantidad de energía consumida por viajero, y
mayor será su rentabilidad energética y económica. Suponiendo tasas de ocupación
máximas, el automóvil es el medio de transporte que más energía total necesita.
El espacio público consumido es mucho menor para los transportes públicos que para los
medios privados motorizados. Por lo que respecta al tiempo de estacionamiento, los
vehículos privados permanecen mucho más tiempo estacionados que los públicos por
tener el acceso limitado a sus propietarios. Así, todo el tiempo que no es utilizado, el
vehículo debe permanecer estacionado ocupando un valioso espacio público. Los
vehículos públicos, por el contrario, se encuentran circulando la mayor parte del día con lo
que apenas compiten en el interior del área urbana por el espacio para aparcar.