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Alejandro Magno, también conocido como Alejandro III de Macedonia o Alejandro el Grande, nació en

Pela (ubicado al norte de Grecia) en el año 356 a. C.

Su padre, el rey Filipo II de Macedonia, lo preparó para gobernar desde pequeño tanto desde una
vertiente militar como intelectual, esta última delegada al mismísimo filósofo griego Aristóteles.

A los 20 años, tras la muerte de su padre, Alejandro se convirtió en rey de Macedonia. Su reinado,
caracterizado por una brillante y violenta estrategia político-militar, comenzó por el control de las
rebeliones de las ciudades griegas tras la caída de su padre, la conquista del imperio Persa (principal
enemigo histórico) y en última instancia la ampliación de su reino hasta el río Indo (actual India).

En poco más de 10 años, el joven Alejandro no solo había creado uno de los imperios más grandes del
mundo antiguo; además tuvo la lucidez de intentar consolidar la unión de los territorios conquistados a
través de alianzas matrimoniales entre griegos y persas, la inclusión de soldados persas en su ejército y
la unificación de ambas culturas bajo una misma lengua, moneda y comercio.

Alejandro, con su designio de una monarquía universal y divina —que habría reunido no sólo las diversas
ciudades, sino también países y razas diversas— asestó un golpe mortal a la antigua noción de ciudad-
estado.

Desafortunadamente, por motivos que hoy en día se desconocen, Alejandro Magno falleció
prematuramente a los 33 años sin nombrar a un heredero, lo que desembocó en una guerra de sucesión
entre sus generales que acabó por desintegrar el gran imperio macedónico al que había dedicado su
vida.

Los Estados resultantes fueron los llamados reinos helenísticos, que mantuvieron durante los siglos
siguientes el ideal de Alejandro de trasladar la cultura griega a Oriente, al tiempo que insensiblemente
dejaban penetrar las culturas orientales en el Mediterráneo.

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