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Hay algo común a todos los llamados libertadores que, espada en mano y acuciados por

sus ideales de justicia, no dudan en poner su propia vida en juego para luchar por ellos: los
débiles, los marginados. Lo llaman la “miopía del héroe” porque, tan grandes ellos, son
incapaces de ver las consecuencias de sus actos, las miserias latentes tras la lucha, la
auténtica realidad que subyace cuando se disuelve esa pátina de gloria que dejan a su paso.

Él, José Ángel Ballesteros, es el héroe, el hombre que quince años atrás acabó con la vida
de Pascual Quiroga, un negrero que durante décadas esclavizó a las familias de aquel
poblado de la costa oriental de Cuba. Ella es la Flaca, la niña que, tras la muerte del cacique,
fue obligada a vender su cuerpo en los burdeles de la Habana Vieja para así poder dar de
comer a su familia. Ahora el héroe ha vuelto, pues agotada su fama, quiere rememorar los
días de gloria limpiando de proxenetas toda la zona del puerto. Y su primera parada,
evidentemente, es la Tasca.

Los libros de historia tienden a ignorarlo, pero todo héroe necesita sus momentos de
esparcimiento. Tras dos meses de larga travesía marítima, el hombre tiene hambre, el
hombre tiene sed, y su mirada lasciva pasea indiscreta por los cuerpos de las jóvenes
muchachas negras. Finalmente, sus ojos se acaban cruzando con los soles de la Flaca. Ella,
puro fuego y sensualidad, no necesita grandes contoneos para hacerse notar en la pista.
Cuando sus cien libras de piel y hueso comienzan a moverse al compás de la hipnótica
clave africana, él es atraído, irremediablemente, como un mosquito a la luz de una vela. La
música hace vibrar sus cuerpos, que se enlazan al ritmo del son caribeño, y sella la
innegable complicidad entre los bailarines. Cuando sus labios se rozan, el beso, largo y
caliente, es inevitable.

Concluida la canción, ella se gira, sonriendo, y le da la espalda. Con paso grácil se pierde
entre la multitud; ha tenido suficiente. Él no. Oye cómo la llama, cómo la busca,
desesperado, y la persigue. Pero no consigue encontrarla, porque para el héroe, ya con los
labios morados y claros síntomas de asfixia, es demasiado tarde, pues dicen de ella que
tiene veneno en la piel, y que no existe en toda la Habana antídoto para el beso de la Flaca.

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