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Relato
Relato
Por las ventanas del dormitorio universitario de Plekhanov se ven flotando ya las
diminutas partículas de polen, y a lo lejos, al final de la calle, los jazmines
florecientes se arriman al edificio contiguo.
Tania yace en su habitación. Parece un conejito indefenso; por debajo del
lienzo asoma su cabecita. Es pálida, es rubia, tiene las pestañas largas y, de manera
involuntaria, frunce la nariz cada pocos segundos como lo haría un roedor. Todo el
mundo la ve como una niña adorable. Todavía, a sus veintiún años, su familia la
sigue llamando malyshka, que significa algo así como “bebita”.
Ahora, como si hubiese oído que estoy hablando de ella, ha abierto los ojos,
que parecen dos persianitas cuando se abren así, por la mañana. Hoy no hay clase,
y Tania ha podido excederse en lo que más placer le provoca en el mundo: dormir.
Dormir durante doce horas seguidas es, como ella misma dice, su regalo de Dios.
Pues bien sabe, como buena chica de familia ortodoxa, que Dios ofrece regalos
particulares a aquellos que lo merecen.
La luz del Smartphone se enciende, Tania lo coge de la mesilla de noche. Un
mensaje de Igor Igorevich Shestakov. Tania vuelve a leer el nombre antes de leer el
mensaje. ¿Igor Igorevich Shestakov? ¿Quién usa su nombre completo en VK?, piensa
con desconcierto. Hay tres mensajes, dicen así:
Soy un chico muy práctico y resolutivo, puedo aportar mucho en una relación.