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NOTACIÓN METALINGÜÍSTICA ENRIQUE E.

CORRALES GARCÍA

CUESTIONES SOBRE NOTACIÓN METALINGÜÍSTICA

En todo trabajo científico, pero muy especialmente en los de índole


lingüística y filológica, es de la mayor importancia hacer un empleo sistemático
y selectivo de los diferentes recursos orto-tipográficos. En nuestras disciplinas,
algunos de ellos responden a niveles o a hechos concretos del sistema de la
lengua que hallan de esta forma su cauce de expresión en la escritura. Aunque
no es necesario aportar previamente argumentos sobre la importancia
metodológica de cuanto vamos a tratar, piénsese en la impresión (no hablemos
ya de los errores inducidos), que causaría un autor que presentara así sus
descripciones:

«En español, nada puede ser pronombre, y todo puede ser sustantivo».
«En una visión tradicional, la partícula no es adverbio de negación».

En tales formulaciones, aun cuando estemos tratando de pronombres, de


sustantivos y de adverbios, no deja de haber un uso lingüístico de las unidades
nada, todo y no, por lo que el absurdo y la contradicción son manifiestos.
Compárese:

«En español, nada puede ser pronombre, y todo puede ser sustantivo».
«Según la visión tradicional, la partícula no es un adverbio de negación».

El objeto de la ciencia del lenguaje es el signo lingüístico, algo que


primariamente constituye un complejo instrumento de comunicación. Pero
desde el momento en que decidimos estudiar dicho objeto, se da la paradoja
de que estamos ante una realidad que es simultáneamente instrumento y
objeto de análisis. Por ello, en la descripción y análisis lingüísticos se impone
destacar la condición objetual del signo, en toda su complejidad, cada vez que
ello sea necesario, porque si no se hace así, funcionará lingüísticamente, es
decir, como instrumento y no como objeto, según hemos podido apreciar en los
ejemplos precedentes.
Por tanto, el hecho de no proceder así, de forma sistemática y rigurosa, en
trabajos universitarios de índole precisamente lingüística y filológica denota,
desde luego, una evidente carencia de método, pero también sugiere un grave
desconocimiento de la esencia de los hechos lingüísticos.

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De modo general, la letra cursiva se usará siempre que hagamos mención


metalingüística del significante en los niveles gráfico, morfológico o sintáctico.
Ejemplos:

1) Las grafías b y v transcriben en español el fonema bilabial sonoro /b/.

2) El morfo -o puede ser expresión, en función del contorno, bien de un


morfema flexivo de género, gat-o blanc-o, bien de uno verbal, cant-o, teng-o.

3) La tilde en aún ‘todavía’ -frente a aun ‘incluso’- no es diacrítica, ya que,


además de marcar allí un hiato, satisface la regla general de acentuación
gráfica al tratarse de una palabra bisílaba, oxítona y terminada en -n,
mientras que en aun ‘incluso’, la secuencia vocálica constituye diptongo y la
palabra es, consecuentemente, monosílaba.

4) El dicho «La palabra perro no muerde» es como un axioma para el


semantista.

5) En la oración Me preocupa que estés triste, el sujeto es la oración


completiva que estés triste, según pone de manifiesto la sustitución de la
misma por un sintagma nominal: Me preocupa tu tristeza.

Si escribimos a mano, el equivalente de la cursiva será el subrayado,


por lo que es deseable evitar el empleo de este recurso en la escritura
mecanografiada (en principio, es innecesario), y reservarlo para la
sustitución sistemática de la cursiva en el texto manuscrito.

Cuando, dada la complejidad del signo, necesitemos dar cuenta


exclusivamente de hechos fónicos, recurriremos a la transcripción,
normalmente fonológica, entre barras { / / }, según hemos visto en 1). Y si fuera
preciso, fonética, entre corchetes { [ ] }:

6) En español, el fonema bilabial sonoro /b/ (el que es común en


boca, vaca, cubo, nave, cambio, envío), tiene dos alófonos en
distribución complementaria: uno oclusivo, [b] ([bóka], [báka],
[kámbjo], [ẽmbío]), y otro fricativo, [β] ([la βóka], [la βáka], [kúβo],
[náβe]).

Deberemos decidirnos por los símbolos del Alfabeto Fonético Internacional


(AFI), o por los de la Revista de filología española (RFE), pero nunca
mezclarlos. En este sentido, no estará de más indicar de antemano el alfabeto
empleado en las transcripciones. En estas explicaciones estamos usando el
AFI.

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Para notar las unidades morfosintácticas nos bastará, según ya hemos


visto, la cursiva. Ejemplo:

7) Los deícticos este, ese, aquel cumplen, asimismo, una función anafórica.

Y cuando necesitemos hacer referencia a contenidos semánticos,


emplearemos las llamadas comillas de valor o comillas simples { ‘ ’ }, tal como
antes hemos visto en 3):

8) Según la correspondiente entrada del DRAE 22.ª ed., la relación entre


banco ‘asiento’ y banco ‘entidad financiera’ es polisémica.

También van en cursiva los títulos de los libros, así como los de revistas y
diarios:

9) Campos de Castilla; La Celestina; El viejo y el mar

10) Revista de filología española; Diez minutos; El país; ABC

El empleo de mayúsculas dentro de los títulos, más allá de la inicial, debe


hacerse, en mi opinión, con el mismo criterio selectivo con que se hace dentro
de la escritura en general: es decir, restringiéndolo a los usos propiamente
diacríticos; p. ej., Tragicomedia de Calisto y Melibea, porque se trata de
nombres propios, pero Libro de buen amor, pues, por una parte, amor es un
nombre común adjetivado y, por otra, ya el empleo de la cursiva destaca de
forma necesaria los elementos del título. No será infrecuente, de todas formas,
encontrar Libro de Buen Amor, forma que se prefiere en el medio anglosajón.
Los títulos de capítulos de libros, de artículos de revistas, de estudios, de
poemas insertos en poemarios, de poemas sueltos, etc. van entrecomillados
(normativamente, con comillas angulares o latinas):

11) «A un olmo seco» aparece en Campos de Castilla.

12) Fue Fernández de Andrada el autor de la «Epístola moral a Fabio».

13) El ya clásico estudio de Eugenio Coseriu que lleva por título «Sistema,
norma y habla» puede leerse en su libro Teoría del lenguaje y lingüística
general.

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En estudios de lingüística románica (y la historia de la lengua española no


es más que un caso particular de ella), usaremos la cursiva para notar
gráficamente las unidades pertenecientes a las diferentes lenguas, cuya
denominación abreviada precederá a la unidad correspondiente. Ejemplo:

14) lat. CABALLV(M) > esp. caballo; gall.-port. cavalo; fr. cheval;
cat. cavall; prov. caval; it. cavallo; rum. cal.

Si nos limitamos a la gramática histórica del español (o de cualquier otra


lengua) no será necesario notar las formas con la abreviatura del nombre de la
lengua antepuesta, salvo que consideremos estadios diferentes de la misma
lengua:
15) lat. FĬXV(M) /fíksum/ > esp. med. fixo /fíʃo/ > esp. act. fijo /fíxo/.

Siempre que sea preciso indicar algún elemento de contenido, en cualquier


lengua, lo daremos a continuación de la notación metalingüística del
significante, según ya hemos visto en 3) y en 8):

16) EQVVS ‘animal de montura’ / CABALLVS ‘animal de carga’, pero esp.


caballo ‘animal de montura y de carga’.

Dejo para el final la cuestión de la notación de las formas latinas. En


principio, podemos usar la cursiva, como en todas las notaciones de grafía en
general y de palabras extranjeras en particular. De hecho, las citas en latín
suelen ir en cursiva. Sin embargo, en un estudio románico conviene que
hagamos una distinción neta entre étimos latinos y evoluciones posteriores. Un
buen recurso, entonces, es la utilización de versales para las grafías latinas,
como acabamos de ver en 14), 15) y 16):

17) OCVLV(M); OCLV(M); OCLV; etc.

Otra forma, usual en numerosos manuales de lingüística, consiste en


utilizar la letra redonda con un espacio entre caracteres:

18) lat. o c u l u (m) > esp. ant. ojo [óȢo], esp. mod. ojo [óxo],
dial. [óho], ‘órgano de la visión’.

Elegir una u otra es cuestión de preferencias personales.

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Del resto de los recursos ortotipográficos (subrayado, letra negrita, etc.) es


preferible no hacer uso, a no ser que tengamos una necesidad manifiesta de
marcar determinado hecho de lengua que, apareciendo de forma sistemática,
no pueda ser notado con los medios anteriores, o cuando la notación por los
mismos produzca ambigüedad. En todo caso, de la adopción sistemática y no
habitual de cualquier recurso daremos cuenta en el aparato crítico o en el
escrito introductorio.

Un último apunte. Con el asterisco antepuesto { *asterisco }, notamos en


el dominio descriptivo sincrónico las estructuras agramaticales y unidades mal
formadas, p. ej. Mi *veterinario amigo; Lo que pides no es *hacible; *Le se cae
el tenedor; Juan es *completamente arquitecto; etc.
En diacronía, notamos formas no documentadas, ya sean étimos
reconstruidos, p. ej., esp. aguzar < lat. *ACŪTIĀRE, ya sean fases intermedias,
asimismo reconstruidas, p. ej., lat. RĔTĬNA > *redna > esp. rienda, ya
resultados romances a los que se tendría que haber llegado desde las formas
latinas y, por las circunstancias que fuera, no se llegó, p. ej., OLEUM > esp.
*ojo.
Finalmente, de nuevo en el dominio sincrónico, pero ahora ya dentro de
la visión normativa (no meramente descriptiva), podemos notar formas que se
desvían de la norma académica, p. ej., *Me se cae el tenedor; Tú lo *dijistes;
Ha *inflingido la ley; No tengo *perjuicios raciales; etc.

Enrique E. Corrales.-

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