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Los beneficios personales de la escritura

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Visitado 1 de octubre 2019, 9:34 a.m.

30 LunesSEP 2019
POSTED BY FERNANDO VÁSQUEZ RODRÍGUEZ IN ENSAYOS

Ilustración de Craig Frazier.


He pensado en estos días en el significado profundo de la escritura
para mí y en la tristeza que me produce no poder escribir cuando lo
deseo, o imaginar siquiera, como le sucedió al final de sus días a
Ricardo Piglia, el estar imposibilitado para realizar dicha labor. He
reflexionado sobre los beneficios de escribir y su incidencia en mi
bienestar físico y psicológico, especialmente cuando los quebrantos de
salud me constriñen o me asedian hasta el mutismo. Sirvan, entonces,
las líneas que siguen como una confesión y, al mismo tiempo, un intento de desentrañar lo
que ha sido el oficio más gratificante de mi vida.

Para comenzar diré que escribir es la forma como mi espíritu elabora lo que acaece
cotidianamente en mi existencia. Mediante la escritura filtro las vicisitudes que a diario me
pasan, con el fin de poderlas comprender o por lo menos darles un sentido. A través de estos
signos, que operan como un fino artefacto de destilación, me explico asuntos que en un primer
momento me aturden o hacen que mi mente entre en desazón. Al fijar mediante la escritura
esas peripecias, al llevarlas a esa “zona de contemplación”, dejo de estar preso de la
inmediatez de lo incomprensible y empiezo a vislumbrar algún mapa de lo eventual o de
aquellas cosas inusitadas o realmente extrañas. Así sucedió con la muerte de mi padre, con
algunas de mis enfermedades, con determinadas renuncias o con las situaciones de dolor
propio o ajeno. Al escribir sobre ello, al darle rostro a todos esos gestos difusos, logré pasar
el vado de la melancolía interminable, pude descifrar algunas claves de la Esfinge, asimilé de
mejor manera cada una de esas diversas experiencias. Al escribir dejé de ser un sujeto pasivo
de los acontecimientos, para convertirme en un genuino actor de mis actuaciones. Así que no
sólo alcancé otro nivel de explicación de lo vivido, sino que pude comprenderlo.

De igual modo, cuando escribo puedo tener un espejo para reconocerme. La escritura hace
las veces de un “espacio reflejo” para observar en detalle mis acciones, mis interacciones,

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mis palabras. Y como he llevado durante muchos años un diario, ya tengo el hábito de
registrar algunas de las situaciones que me pasan para luego, con esa escritura reposada,
verme, descubrirme. A veces ese descubrimiento es inmediato, cuando me releo, y en otras
oportunidades –que son la mayoría– pasados unos días, cuando vuelvo a mirar lo que he
escrito, tengo revelaciones sorprendentes o, por lo menos, valiosas para el sentido de mi
existencia o definitivas para no perder la ruta de mi proyecto vital. La escritura, como bien lo
sabemos, nos permite disociar el sujeto, objetivar el yo, vernos desde fuera, y gracias a ese
distanciamiento nos es posible apreciar a una buena escala nuestros yerros, nuestros logros,
nuestra falta de tino en las relaciones interpersonales o nuestra inexperiencia en tantas
situaciones. Al escribir podemos, a diferencia de la inmediatez del vivir, ralentizar o ver en
cámara lenta los muchos eventos de los que formamos parte. Lejos de la lógica de la prisa,
de la inmediatez de los hechos, la escritura nos permite analizar de manera despaciosa lo que
por naturaleza es fugaz e irrepetible. Buena parte de la formación de mi carácter, de los
soportes de mi desarrollo humano, o de la búsqueda esencial de cierta sabiduría ha brotado
de los signos que al escribir he ido encontrando, como si fueran destellos o pequeños indicios
puestos entre líneas, dejados en las márgenes, o son el resultado de las glosas que hace mi
mente al momento de releer lo que he escrito. La escritura, en esta perspectiva, ha sido una
maestra o una mentora que ha sabido corregirme de mis propios equívocos o advertirme de
todo lo que me falta por acabar de aprender.

Relacionado con el aspecto anterior está el apoyo de la escritura para ayudarme a pensar con
más hondura, a darme alas para hacerme mejores preguntas, a mantener abierta la ventana
de los interrogantes. Cada jornada de escritura es ya de por sí una forma de ponerme en
cuestionamiento, de hacer que mi mente se tense, de darle a mi espíritu maleabilidad y
liberarlo de las respuestas fáciles o de todas aquellas trampas del fanatismo y el
engatusamiento de los medios masivos de información. Escribo para tener un espíritu crítico
conmigo mismo y con el mundo en que vivo, escribo para alejarme de lo que parece obvio y
poco digno de sospecha, escribo para dejar de ser un consumidor de voces foráneas y lograr
tener un encuentro cara a cara con el conocimiento. Gracias a la escritura me he sentido
fuerte para expresar mi propia voz, para dar mi versión de determinados sucesos, para
atreverme a enunciar mi subjetividad. He notado que el mismo ejercicio de escribir va dejando
un aserrín de gran utilidad para que mi entendimiento saque inferencias, teja relaciones,
establezca vínculos entre hechos aparentemente lejanos. Y si bien no todo lo tenemos claro
al momento de empezar a escribir, a pesar del plan provisional que prefiguramos en nuestra
mente, lo que resulta más interesante es lo que va acaeciendo en nuestro pensamiento
cuando vamos trasegando por el mismo desenvolverse del escribir. Cuántas ideas se nos

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ocurren, cuántas asociaciones brotan al emerger una palabra, cuántas aristas se desprenden
de un tópico o un tema. A muchos de esos asuntos jamás hubiera llegado si no es por la
piedra de toque de la escritura, por la chispa que producen estos signos al juntarse unos con
otros. Cuando escribo noto que mi cerebro entra en estado de ebullición, mi atención se hace
más vigilante y, como deseaba Baudelaire, todos mis sentidos convergen en un lúdico juego
de correspondencias.

Además de los anteriores beneficios, la escritura ha sido el medio ideal para darle forma a los
productos de mi fantasía o a esas criaturas aladas de mi imaginación. Mediante la escritura
he podido expresar mi manera particular de crear mundos posibles con palabras y de
concretar una pasión por la poesía, por el relato y la ficción. Al escribir tales “obras” me he
sentido feliz y he logrado –al menos eso creo– darle trascendencia a un origen, a una tierra,
a un micromundo que tiene nombre propio: Capira. Gracias a las variadas manifestaciones
de la escritura, a sus tipologías textuales, a sus géneros tradicionales, me he aventurado a
explorar en los juegos de lenguaje, en la artesanía de la composición, en las potencialidades
de la invención. La escritura me ha permitido sentirme creador y refigurar mis experiencias o
las de otros en cuentos, aforismos, crónicas, fábulas, soliloquios, ensayos o poemas. Este
poder transfigurador de la escritura, ese don de darle nueva piel a lo real, ha hecho que
experimente de primera mano los alcances de la literatura para develar lo medular de la
condición humana.

Vuelvo sobre mí y mi trato con la escritura: ella es mi aliciente, mi alambique de alquimista,


mi microscopio o mi catalejo, mi consejera en momentos difíciles, mi puente de comunicación
con el mundo y sus circunstancias, mi oráculo casero. Gracias a la escritura, retomando las
palabras de Heráclito, “me he investigado a mí mismo” y con ella, con sus veintinueve signos,
he tratado durante buena parte de mi vida de compartirles a otros lo que pienso, lo que
siento, lo que creo. Confío en que la escritura me siga deparando esta alegría interior y me
permita seguir conversando con quienes generosamente leen lo que escribo en este blog o
publico en mis libros.

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Entrevista a un maestro investigador
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Visitado: 1 de octubre 2019 9:40 a.m.

23 MartesABR 2019
POSTED BY FERNANDO VÁSQUEZ RODRÍGUEZ IN ENTREVISTAS

Ilustración de Craig Frazier.


Entrevistador: Empecemos por lo obvio: ¿cómo empezó usted a
investigar?
Investigador: Debo contestarle que desde muy niño, por haberme
criado en el campo, mis mayores me enseñaron a seguir las huellas de
los animales, a leer el contexto, a diferenciar marcas y signos del entorno.
Ir de cacería con uno de mis tíos, por ejemplo, era de por sí una clase maravillosa de atender
los detalles, de percatarme de sutiles diferencias, de hacer inferencias y estar atento a las
pequeñas variaciones en un camino, en un cultivo, en las ramas de los árboles. El verbo que
mejor resume ese estado de alerta y perspicacia al ambiente era: “atisbar”. Desde luego,
esas no eran investigaciones que pudiéramos llamar académicas, pero ya en ellas estaba el
germen o el gusto por la pesquisa y la curiosidad de desentrañar lo que a primera vista parece
irrelevante. Mi entrada muy joven al periódico El Espectador fue otro punto valioso para
responder su inquietud. Ver a los periodistas cómo buscaban la información, cómo
contrastaban las fuentes y, finalmente, cómo la convertían en una noticia o un reportaje, tuvo
un alto impacto para mí. Los primeros archivos que conocí fueron los de ese periódico, no
solo de fuentes escritas, sino también de fotografías. Creo que después, la investigación se
centró en el lenguaje y en sus posibilidades: mi interés y fascinación por las palabras, me
obligaron a husmear en los diccionarios, en las interrelaciones entre esos signos que se
concretaban en crucigramas, en dameros, en el cifrado mundo de los juegos de lenguaje.
Pero fue al hacer mi carrera de literatura cuando tuve una experiencia investigativa
documental, y más al tener la responsabilidad de hacer los libretos semanales para un
programa de radio llamado “Detrás de la palabra”. Era un investigación intensiva,
multidisciplinar y con una enorme voluntad comunicativa, pues todo lo consultado y leído
debía ser transformado en un lenguaje ágil y fuertemente interpelativo. Más de cien
emisiones, más de cien libretos me ayudaron a hacer habitual lo que parecía excepcional y
lejano. El otro filón importante fue mi relación con la semiótica, con el campo de la

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comunicación social, el que en propiedad me acerca a la investigación, entendida como
formular un problema, tener unos objetivos y disponer de un método para alcanzarlos. El
escenario de la semiótica, la de los telenoticieros, la de los objetos, la del consumo cultural,
la de la imagen, se convirtieron para mí en preocupación de enseñanza y de muchísimas
direcciones de trabajo de grado. Ahora que me lo pregunta, las investigaciones semióticas
son las que me dieron aliento para entrar a otro campo fascinante, la educación. Dentro de
ese campo, mis investigaciones se concentraron en los procesos de la lectura y la escritura
que, siguen siendo una veta de mis investigaciones actuales. La experiencia me ayudó a afinar
un método, a cualificar los instrumentos y a saber buscar fuentes pertinentes y oportunas. El
ángulo que asumí y sobre el cual produje varios artículos fue el de la investigación etnográfica,
que algunos rubrican como de orientación cualitativa. Muchos estudios de caso, trabajo a
fondo usando el diario de campo, preferencia por la entrevista en profundidad y la observación
sistemática.

Entrevistador: ¿Así que son muchas las raíces, y muy diversas?


Investigador: Desde luego que sí. Al menos en mi caso, la investigación ha estado asociada
a mis campos de trabajo, a mis búsquedas profesionales y a mis preocupaciones vitales. ¿Qué
quiero decir con esto? Que, para mencionar solo un aspecto, durante un tiempo estuve
dedicado a enseñar semiótica en la carrera de Diseño industrial de la Universidad Javeriana;
entonces, mis investigaciones buscaron hacer legible ese universo, me sumergí en la sintaxis,
la semántica y la pragmática de los objetos; indagué con mis alumnos en el nacimiento,
evolución y significado de los objetos, me adentré en autores y metodologías propias de este
lugar docente. O, para mencionar otro caso, dado mi interés por los procesos de composición
escrita en autores de larga trayectoria o considerados expertos, por más de 20 años le fue
siguiendo la pista en diarios, cartas, entrevistas a esos escritores con el fin de aprender los
trucos del oficio, las técnicas, los recursos de ese arte de hacer mundos posibles con palabras.
Fruto de ese largo proyecto de investigación está mi libro Escritores en su tinta. Lo que me
interesa subrayar con estos dos ejemplos es que la investigación no ha estado por fuera ni
de mi trabajo, ni de mis inquietudes intelectuales. O para decirlo de otra manera, no soy
investigador porque me lo demande un contrato laboral, sino por una necesidad interior que
me lleva a hacerme preguntas, a someter a prueba algunas conclusiones; porque me produce
felicidad descubrir, conocer más allá de la obvio o lo dado por hecho.

Entrevistador: ¿Siempre hay esa felicidad en usted, cuando investiga?


Investigador: Casi siempre. Por supuesto, también hay incertidumbres. He escrito que uno
investiga, precisamente, porque su zona de incertidumbre es mayor que la de sus certezas.

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Hay etapas de duda, de andar como a tientas, sin saber muy bien a dónde se va a llegar. Más
esto, con el tiempo, hace parte del goce de investigar. Hay investigaciones difíciles,
complejas, que exigen paciencia y una persistencia a toda prueba; y otras, que parecen más
cercanas a nuestras manos, salen a nuestro encuentro como si fueran familiares muy
queridos.

Entrevistador: Hablemos un poco de sus maestros de investigación… ¿Los hubo?, ¿qué


particularidades tenían o tienen?
Investigador: Ahora que me lo pregunta, no tengo en mi memoria un nombre específico. Yo
creo que buena parte de los profesores que tuve en mi formación básica y luego en la
educación superior eran grandes sabedores de contenidos pero no tanto me marcaron en su
personal manera de investigar. Pero obras escritas, testimonios de investigadores, sí han
servido de referente para mi trabajo investigativo. Pienso ahora en el historiador Georges
Duby y su texto autobiográfico, La historia continúa. En ese libro obtuve claves para aprender
a investigador y, muy especialmente, para ser acompañante de esa labor. El otro autor, fue
un Umberto Eco: por su manera de estudiar las prácticas, los objetos o los discursos de la
vida cotidiana. Recuerdo, especialmente, sus estudios sobre los cómics. En esa misma
perspectiva, considero que leer y estudiar los trabajos de investigación de Roland Barthes,
me dieron elementos de análisis y ejemplos de indagar con rigor y sistematicidad: El sistema
de la moda, Sarracine, Mitologías. Un maestro indirecto, que ha sido uno de los más cercanos
a mi sensibilidad intelectual, fue y sigue siendo Paul Ricoeur. Me ofreció muchos rudimentos
para la pesquisa al detalle, me mostró como las disociaciones pueden ayudar a construir
teorías, y cómo ahondar en los textos y cómo interpretarlos. Mucho más adelante, leí a dos
autoras, Goetz y Lecompte, que me adentraron, con claridad y lucidez, en el mundo de la
investigación etnográfica, en sus vericuetos y toda la utilería necesaria para abordar los
espacios y los actores de la escuela, en un inicio, pero también de otras parcelas de la realidad.
Digamos que han sido más los investigadores que he leído y no tanto los maestros
investigadores que he escuchado, los que han contribuido a formarme como investigador.

Entrevistador: ¿Y a qué atribuye usted eso?, ¿por qué escasearán los maestros
investigadores?
Investigador: Por muchas razones. Se me ocurren por ahora dos, que son las más
recurrentes: una, porque muchos de los educadores se concentran en su tarea de transmisión
y descuidan la de la investigación. Se centran en sus clases y van con el tiempo, cubriéndose
de una pátina sobre lo ya sabido, van adquiriendo esa seguridad sobre determinado campo
de saber, que los hace inmunes a los cuestionamientos, a la pregunta, a la incertidumbre,

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que son los que movilizan al investigador. Y si a ese trabajo se le suma la cantidad de horas
de clase y de estudiantes a su cargo o la proliferación de formatos exigidos por la burocracia
administrativa, pues, cada vez se aleja más el dedicarse a una investigación. La otra razón,
muy relacionada con la anterior, es la relación que una gran parte de los maestros establecen
con el conocimiento. Me refiero a ser excelentes replicantes de información ajena, pero poco
productores de saber. Nutren su oficio de lo hecho por otros, con un mínimo aporte personal.
A lo mejor esto corresponde a cierto temor a exponerse, o a mantener en su pensamiento un
“subdesarrollo intelectual” que los hace siempre vicarios de ideas foráneas, débiles para
publicar, tímidos para entrar en discusión con la tradición y leerla creativamente. Aunque
mirando esas dos razones, que en algo explican lo que me pregunta, considero que la que
más pesa en los maestros para no ser investigadores es ese exceso de certeza sobre el
conocimiento, esa actitud de no fisurar o poner en cuestionamiento lo que parece un saber
acabado o definitivo.

Entrevistador: ¿Cuéntenos de sus primeras investigaciones?, ¿cuál podemos considerar su


trabajo pionero?
Investigador: Mis primeras investigaciones, de corto alcance, estuvieron enfocadas a la
lectura de textos literarios, usando a veces instrumentos de la estilística o echando mano del
arsenal estructuralista y semiótico. El símil en la obra narrativa de Juan Rulfo, el mundo de
la imagen en Lezama Lima… Del mismo modo, hubo varios trabajos de investigación
documental: sobre el arte colonial, sobre las novelas de caballería, sobre la mujer en
la Comedia de Dante. Después vinieron trabajos de mayor alcance, como un estudio
semiótico sobre los telenoticieros, el consumo cultural de los jóvenes universitarios, las
particularidades del libreto para radio… Pasados varios años empecé a concentrar mis
investigaciones en el campo de la lectura y la escritura, que siguen siendo vetas inagotables
de mis actuales indagaciones. Mire, usted, no más, el largo trabajo de investigación sobre
cómo escriben los escritores expertos, que me llevó por lo menos diez años de pesquisa. O
ese otro proyecto de investigación sobre la escritura argumentativa o uno más sobre las
particularidades del texto poético.

Entrevistador: ¿Y cómo ha logrado mantener esa producción investigativa al tiempo de tener


clases?
Investigador: La clave ha sido vincular lo que investigo con lo que enseño; o lo que enseño
no desligarlo de lo que investigo. Me esfuerzo para establecer ese vínculo, para poner trabajos
o tareas no desligadas de lo que son mis filones de investigación. Otra cosa que he hecho es
aprender a guardar registros de mi labor como docente, a tener archivos o documentos que

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luego puedo analizar o comparar. De igual modo, y esto sí que es fundamental para un
investigador, he adquirido el hábito de escribir –así sean textos pequeños–sobre una
actividad, un proyecto, o sobre asuntos derivados del quehacer educativo. Reflexionar sobre
lo que se hace es, sin lugar a dudas, uno de los secretos para enfilarse como investigador.
De allí que use mi libreta de notas o mi diario de escritor a la manera de un artefacto de
etnógrafo, o parecidas a las bitácoras de quien viaja y se sorprende de lo que observa a su
alrededor. Por lo demás, no dejo de seguirle la pista a determinado problema a lo largo de
varios años; lo coyuntural no logra desviarme de mis búsquedas personales o de mis
preocupaciones más sentidas. Esos pequeños textos, esos mismos productos derivados de
procesos o proyectos de investigación, los hago circular con mis estudiantes y, al dialogarlos
con ellos, los voy validando, enriqueciendo, puliéndolos en su contenido y en su calidad
comunicativa. Puesto de otra forma, mi trabajo cotidiano está atravesado por mis inquietudes
investigativas en una doble vía, tanto al diseñar un syllabus o preparar una tarea, como en
la reflexión continuada sobre las peripecias del mismo oficio de enseñar. En esto, el caso de
un maestro investigador como Vigotsky es digno de imitar.

Entrevistador: Compártanos un ejemplo de cómo es su proceso de investigación, ¿cómo son


sus rutinas de trabajo, su técnicas, sus estrategias?
Investigador: Voy a echar mano de una de ellas, la que realicé sobre las técnicas de escritura
de los escritores expertos. El motivo empezó con varias preguntas que me rondaban fuerte
en mi cabeza: ¿cómo escriben los escritores expertos?, ¿qué han dicho de ese oficio?, ¿cuáles
son las técnicas que emplean? Esos cuestionamientos estaban asociados, por supuesto, a mis
propias preguntas como incipiente escritor. Quería desentrañar lo que era una vocación pero
aún torpe para manifestarse. Yo había leído el “Manual del perfecto cuentista” de Horacio
Quiroga y algunas cartas de Flaubert a su amada Colet, pero nunca me había propuesto de
manera continuada y sistemática dar alguna respuesta a esas inquietudes. Entonces, lo que
fui haciendo fue recopilar en mis agendas, frases que iba encontrando sobre ese punto. En
esa búsqueda me encontré con un libro para mi pesquisa: El oficio de escritor, en el que se
recopilaban varias entrevistas a escritores literarios de prestigio, publicadas originariamente
en The Paris review. Ese encuentro bibliográfico me llevó a adentrarme, como fuente primaria
de mi investigación, en las entrevistas dadas por escritores. Allí empecé a encontrar que los
entrevistadores, aunque no siempre, les hacían preguntas relativas al mismo objetivo de mi
investigación, es decir, ¿cómo escribían?, ¿qué manías eran las frecuentes en su labor?, ¿qué
técnicas empleaban? Me propuse por lo mismo adquirir la colección Confesiones de escritores,
publicada por editorial El Ateneo, de Buenos Aires, en la que se compilaban dichos testimonios
de autores de novela, de cuento, de poesía, latinoamericanos y europeos… Esa fue una

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primera base para recolectar información. Luego, casi al mismo tiempo de lo anterior, descubrí
los diarios, los diarios de los escritores. En esas páginas obtuve una mina muy valiosa para
mi pesquisa. Una vez más, la lectura concienzuda me llevó a hallar pequeños apartados de
escritores como Virginia Woolf, Cesare Pavese, Ernst Jünger, Franz Kafka, en los que referían
cómo enfrentaban su labor creativa y las minucias del oficio literario. Otra fuente de datos la
obtuve en libros y en revistas –tengo en mi memoria las portadas blancas de la Revista de
Occidente y las de Cuadernos Hispanoamericanos–, en las que pude ubicar ensayos o textos
en los que los propios autores hablaban de su oficio. De igual modo acudí a cartas de los
escritores y a biografías en las que se recuperaban testimonios sobre su tarea de construir
mundos posibles con palabras. Sobra decir que toda esta labor de ubicar y recolectar
información me llevó varios años. Ya con ese material, procedí a analizarlo a partir de unos
criterios: los puntos de partida, los trucos del oficio, las maneras de corregir, los consejos
específicos sobre redacción, las técnicas tanto en la planeación como en la producción… Tomé,
entonces, toda la información que ya tenía pasada en mi máquina de escribir, cita por cita en
hojas independientes, y fui a mano señalando si hacían parte de uno u otro criterio. Fui
haciendo paquetes o carpetas rubricadas con cada uno de estos tópicos. Más adelante,
empecé a discriminar dentro de cada paquete los pormenores o a elaborar un segundo
tamizaje que me permitió descubrir minucias y habilidades específicas de cada autor que, al
mirarlas en conjunto con otras de otros escritores, me permitieron descubrir las recurrencias
y las variantes a determinado aspecto de la artesanía escritural. Un primer fruto de ese trabajo
fue mi artículo “El oficio de escribir. La creación literaria a través del testimonio de escritores
consagrados al oficio”. Proseguí con esa tarea por otros años, recopilando y filtrando,
analizando y agrupando, escudriñando y analizando, haciendo índices analíticos y revisando
la información recolectada… Por fin, toda esa investigación se agrupó en mi libro Escritores
en su tinta. Consejos y técnicas de los escritores expertos.

Entrevistador: Son muchos años dedicados a un mismo asunto, ¿verdad?


Investigador: Sí. La investigación genuina, la que nos convoca desde el fondo de nuestras
preocupaciones, no es algo circunstancial; permanece, se enriquece con el tiempo. Pienso
que esos “nichos” continúan resonando a lo largo de nuestra existencia, independientemente
de las circunstancias o las obligaciones laborales. Si usted quiero saberlo, sigo recolectando
esas citas, esa información de los escritores sobre su propio oficio. A lo mejor ahí se esté
caldeando un nuevo artículo o un nuevo libro. Y si a eso le sumamos la nueva bibliografía
existente, pues las respuestas que obtuve en un momento ya se han convertido en otras
preguntas que aguijonean mi curiosidad y movilizan mi pensamiento.

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Entrevistador: Entiendo que usted le da mucha importancia al análisis de la información
recolectada en una investigación, ¿por qué?
Investigador: De nada sirve recopilar información, si uno no la destila o la pasa por los filtros
del análisis. Creo que ahí es donde realmente uno aporta algo al esclarecimiento de un
problema o ahonda en el conocimiento de una temática. Ahora bien, analizar la información,
que parece una etapa natural para el que investiga, presupone unas habilidades de
pensamiento que desafortunadamente no se enseñan o, lo más grave, se presuponen. Piense
no más en qué es clasificar y qué codificar, sin mencionar la dificultad de categorizar un
conjunto de datos. Considero que si uno no tiene una buena formación en lógica, en semiótica,
los resultados son lamentables. El investigador cuando analiza la información es cuando en
realidad aporta algo a un asunto, es el momento en que construye un campo explicativo o
comprensivo a un problema. Por eso hay que prestarle tanta importancia y por eso, también,
es necesario enseñar a elaborar este tipo de análisis, a partir de criterios, de recurrencias, de
campos semánticos y cuadros categoriales.

Entrevistador: Según leí en un artículo suyo, ha propuesto otras maneras de presentar los
resultados de una investigación diferentes a los formatos ya establecidos, ¿puede ampliarnos
de qué se trata?
Investigador: Lo que sucede es que nos hemos acostumbrado ahora a una única manera de
divulgar o hacer pública nuestras investigaciones. Hay una especie de estandarización que no
ayuda en nada a la riqueza y la diversidad de las investigaciones, en particular de un campo
como las ciencias sociales. No digo que no sean una posibilidad de socializar los resultados;
lo que afirmo es que es terriblemente reductiva y que, al igual que la leyenda del lecho de
Procusto, termina tergiversando o constriñendo lo que en realidad hacen los investigadores.
Piense no más en el uso del diario, al estilo de Darwin, para dar cuenta del proceso y los
hallazgos de un tipo de pesquisa, o el valor de la crónica para narrar la variedad de voces y
de perspectivas de un acontecimiento, como lo hizo de manera excepcional Carlos Monsiváis
en México; o la eficacia del relato para contar, en viva voz, los sentimientos y la experiencia
de vida de unos sujetos. No todo puede expresarse en un único canon, con la excusa de
parecer más objetivos y más científicos. En este mundo globalizado, también hay
transnacionales que con su parafernalia formalista pretende invisibilizar la diferencia y
homogenizar lo que a todas luces reclama su propio orden discursivo.

Entrevistador: Usted nos habló antes de su aprendizaje en investigación leyendo libros,


¿cuáles serían esos textos recomendados para alguien que desea aprender a investigar?

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Investigador: Es muy amplia la bibliografía disponible y muy diversos los campos de trabajo.
Pero para echar mano de mi propia experiencia como maestro, voy a centrarme únicamente
en la investigación en ciencias sociales, advirtiendo que esta ruta es una de las posibles. Un
libro que recomendaría, como caldo de cultivo para motivar a los futuros investigadores,
es Los descubridores de Daniel Boorstin (Crítica, Barcelona, 2000). Esta obra contribuye
enormemente a entender qué es eso de investigar, cómo se lleva a cabo una pesquisa de
largo aliento y, lo más importante, cuáles son las particularidades o las condiciones de esos
seres que pueden dedicar toda una vida para descubrir la tabla periódica, las leyes de la
herencia o la circulación de la sangre. Me parecen útiles, y eso es un gusto personal, los
textos: Cómo se hace una investigación de Loraine Blaxter, Cristina Hughes y Malcolm Tigh
(Gedisa, Barcelona, 2000); Metodología de las Ciencias humanas de Sylvain Giroux y Ginette
Tremblay (Fondo de Cultura Económica, México, 2004) y Más allá del dilema de los métodos.
La investigación en Ciencias sociales de Elsy Bonilla-Castro y Penélope Rodríguez Sehk
(Uniandes-Norma, Bogotá, 1997), por su manera didáctica de expresar y mostrar con
ejemplos los diferentes aspectos de un trabajo de investigación. Finalmente, le daría un lugar
destacado a dos libros: La escuela por dentro. La etnografía en la investigación educativa de
Peter Wood (Paidós, Barcelona, 1998) y Trucos del oficio. Cómo conducir su investigación en
Ciencias sociales del sociólogo Howard Becker (Siglo XXI, Buenos Aires, 2009), que más allá
de ser manuales sistemáticos de investigación, son un repertorio de pistas, alternativas y
recomendaciones para el quehacer cotidiano del investigador.

Entrevistador: Conversemos ahora, un poco, de su experiencia como tutor de investigación,


¿cómo es su manera de hacerlo?
Investigador: Mire que este tema es uno de los que más me ha interesado en los últimos
años, entre otras cosas porque nace de muchas presuposiciones o sobreentendidos. A qué
me refiero: a que las personas dedicadas a tutorear investigación, en gran parte, no han
hecho investigaciones; son tutores de metodología de la investigación pero sin pruebas
concretas de lo mismo que demandan o reclaman en sus tutorados. Sumado a una indefinición
o línea de operatividad sobre cómo investigar. De allí el fracaso o los tiempos indefinidos a
los que someten a sus pupilos. Me he dado cuenta de que tutorear es una destreza que
demanda experiencia, contención en el saber, claridad en las tareas, corrección y
acompañamiento permanente, y una habilidad especial para motivar y fomentar la confianza.
No es una actividad como la docencia en la que sea suficiente el dominio de un área del
conocimiento. Aquí se trata más bien de una labor hombro a hombro en la que la confianza
se junta con la prodigalidad académica para logar que alguien inexperto e inseguro en sus
búsquedas, pueda abrirse camino y alcanzar unos objetivos. Para mí, y eso lo que he

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confirmado con los años, un buen tutor de investigación empieza por contagiar a otros de un
problema, invitarlos a meterse de lleno en el asunto y, luego, apenas toman vuelo, ayudarles
a que dominen un método para alcanzar de la mejor manera lo que se condensa en una
pregunta de investigación. He escrito que esa tarea implica, a la vez, cercanía y lejanía,
presencia continua y actos de manumisión, entrega de una ruta prefijada y posibilidad de
experimentar desvíos… Mi forma de ser tutor trata de cumplir eso que le vengo diciendo,
aunque también depende mucho de quién es el tutorado y qué tanto está comprometido con
una investigación.

Entrevistador: A partir de esa larga experiencia investigativa, ¿qué consejos le daría a


alguien que está empezando a hacer una investigación?
Investigador: Lo primordial, que más allá de cumplir unos requisitos académicos, considere
su trabajo de grado o su tesis como una oportunidad para responderse esos cuestionamientos
que lo acucian o que son esenciales en su trayectoria formativa. Así, pues, antes de las teorías
y los métodos, está la actitud y la disposición para investigar. Que no se desespere o se
desanime cuando empiece su proyecto; serán muchas las dudas, las inquietudes que
aparecerán en el camino. En la labor investigativa a veces se avanza un poco y, pasos
adelante, hay que volver atrás para corregir o tomar una vía más idónea. Por eso hay que
persistir, insistir y no claudicar al primer escollo o dificultad. De igual modo le recomendaría
leer fuentes primarias o, en su defecto, consultar editoriales confiables. Que lea siempre
atendiendo los otros textos mencionados y a la letra menuda citada en las notas a pie de
página o referenciada en la bibliografía. Que haga lecturas de estudio, con notas a la mano,
sacando en limpio preguntas, inferencias, desarrollos derivados de su pesquisa inicial. Le diría,
además, que lea bien un texto de técnicas de investigación, acorde al campo de su interés.
Pero que lo haga con intención de dominarlo, de aprender en serio dicho repertorio de
instrumentos. Desde luego, le sugeriría que atienda lo que dice su tutor, que se deje guiar,
pero no asumiendo un comportamiento pasivo y acrítico, sino llegando preparado a cada
sesión, para que se dé una conversación productiva, interesante y con enorme ganancia para
su proyecto. No sobraría advertirle a ese aprendiz de investigador que tenga presente una
ética en los datos que obtenga y en la confidencialidad de los mismos, que respete a sus
informantes y que no adultere o saque conclusiones apresuradas de la información
recolectada. No sobrará insistirle a esa persona que piense bien en el impacto social de su
pesquisa y cómo, desde su proyecto de investigación, contribuye a la solución de un problema
o a la mejora de cualquiera de las dimensiones del ser humano.

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Entrevistador: ¿Y qué recomendaciones le haría a quien empieza su tarea de tutor de
investigación?
Investigador: Lo primero, y quizá lo más importante, que lea concienzudamente lo que sus
tutorados producen; que no devuelva informes de avance sin haberlos analizado y glosado.
Esto es vital para ganar en el tutorado un compromiso y lograr reconocimiento al rol de tutor.
Lo segundo, que no trate de que sus pupilos dominen una información para la que él ha
necesitado años para lograrlo. La dosificación en lecturas es una de las cualidades de un tutor
experimentado; aprender a seleccionar esas lecturas puntuales, ofrecerlas en el tiempo
adecuado, saber ubicar la información pertinente y precisa, constituye parte de la experticia
del que guía un proyecto y que luego repercutirá en los avances del mismo. Tercero, que sea
paciente pero al mismo tiempo exigente; que no sea tan laxo como para dejar que los
tutorados hagan cualquier cosa, ni tan autoritario para no permitirles tomar sus iniciativas.
De otra parte, le diría que lleve registros constantes de las sesiones de tutoría realizadas tanto
para evitar la dispersión como para concretar las tareas y las responsabilidades; es sabido
que la oralidad, por su fugacidad, tiende a la desmemoria y si no pasa por el filtro de la
escritura, se termina repitiendo lo ya dicho o empantanados en la confusión de los
malentendidos. Y un consejo adicional, que ayuda a favorecer el dominio teórico o la
fundamentación conceptual: que los proyectos que dirija estén vinculados a una línea de
investigación en la que él mismo haya hecho pesquisas, o sobre la cual tenga conocimientos
consistentes y con suficiente apropiación. En suma, que no se disperse tutoreando cuanto
tema le propongan, creyendo que le serán suficientes los generales saberes de metodología
de investigación. Ese es un engaño que a la final repercute en la credibilidad del tutor y en
los alcances reales de un proyecto investigativo.

Entrevistador: No quisiera terminar esta entrevista sin preguntarle ¿en qué proyecto de
investigación anda ahora?, ¿qué problema ocupa sus reflexiones y su días?

Investigador: Lo que ocupa mayormente mi tiempo, en estos meses, es una investigación


para una novela. Por ahora le adelanto que ya tengo una pregunta que condensa el problema:
¿cuál es la causa determinante para que alguien tome la decisión de quitarse la vida? Como
podrá suponer, esta investigación me ocupará varios años.

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