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30 LunesSEP 2019
POSTED BY FERNANDO VÁSQUEZ RODRÍGUEZ IN ENSAYOS
Para comenzar diré que escribir es la forma como mi espíritu elabora lo que acaece
cotidianamente en mi existencia. Mediante la escritura filtro las vicisitudes que a diario me
pasan, con el fin de poderlas comprender o por lo menos darles un sentido. A través de estos
signos, que operan como un fino artefacto de destilación, me explico asuntos que en un primer
momento me aturden o hacen que mi mente entre en desazón. Al fijar mediante la escritura
esas peripecias, al llevarlas a esa “zona de contemplación”, dejo de estar preso de la
inmediatez de lo incomprensible y empiezo a vislumbrar algún mapa de lo eventual o de
aquellas cosas inusitadas o realmente extrañas. Así sucedió con la muerte de mi padre, con
algunas de mis enfermedades, con determinadas renuncias o con las situaciones de dolor
propio o ajeno. Al escribir sobre ello, al darle rostro a todos esos gestos difusos, logré pasar
el vado de la melancolía interminable, pude descifrar algunas claves de la Esfinge, asimilé de
mejor manera cada una de esas diversas experiencias. Al escribir dejé de ser un sujeto pasivo
de los acontecimientos, para convertirme en un genuino actor de mis actuaciones. Así que no
sólo alcancé otro nivel de explicación de lo vivido, sino que pude comprenderlo.
De igual modo, cuando escribo puedo tener un espejo para reconocerme. La escritura hace
las veces de un “espacio reflejo” para observar en detalle mis acciones, mis interacciones,
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mis palabras. Y como he llevado durante muchos años un diario, ya tengo el hábito de
registrar algunas de las situaciones que me pasan para luego, con esa escritura reposada,
verme, descubrirme. A veces ese descubrimiento es inmediato, cuando me releo, y en otras
oportunidades –que son la mayoría– pasados unos días, cuando vuelvo a mirar lo que he
escrito, tengo revelaciones sorprendentes o, por lo menos, valiosas para el sentido de mi
existencia o definitivas para no perder la ruta de mi proyecto vital. La escritura, como bien lo
sabemos, nos permite disociar el sujeto, objetivar el yo, vernos desde fuera, y gracias a ese
distanciamiento nos es posible apreciar a una buena escala nuestros yerros, nuestros logros,
nuestra falta de tino en las relaciones interpersonales o nuestra inexperiencia en tantas
situaciones. Al escribir podemos, a diferencia de la inmediatez del vivir, ralentizar o ver en
cámara lenta los muchos eventos de los que formamos parte. Lejos de la lógica de la prisa,
de la inmediatez de los hechos, la escritura nos permite analizar de manera despaciosa lo que
por naturaleza es fugaz e irrepetible. Buena parte de la formación de mi carácter, de los
soportes de mi desarrollo humano, o de la búsqueda esencial de cierta sabiduría ha brotado
de los signos que al escribir he ido encontrando, como si fueran destellos o pequeños indicios
puestos entre líneas, dejados en las márgenes, o son el resultado de las glosas que hace mi
mente al momento de releer lo que he escrito. La escritura, en esta perspectiva, ha sido una
maestra o una mentora que ha sabido corregirme de mis propios equívocos o advertirme de
todo lo que me falta por acabar de aprender.
Relacionado con el aspecto anterior está el apoyo de la escritura para ayudarme a pensar con
más hondura, a darme alas para hacerme mejores preguntas, a mantener abierta la ventana
de los interrogantes. Cada jornada de escritura es ya de por sí una forma de ponerme en
cuestionamiento, de hacer que mi mente se tense, de darle a mi espíritu maleabilidad y
liberarlo de las respuestas fáciles o de todas aquellas trampas del fanatismo y el
engatusamiento de los medios masivos de información. Escribo para tener un espíritu crítico
conmigo mismo y con el mundo en que vivo, escribo para alejarme de lo que parece obvio y
poco digno de sospecha, escribo para dejar de ser un consumidor de voces foráneas y lograr
tener un encuentro cara a cara con el conocimiento. Gracias a la escritura me he sentido
fuerte para expresar mi propia voz, para dar mi versión de determinados sucesos, para
atreverme a enunciar mi subjetividad. He notado que el mismo ejercicio de escribir va dejando
un aserrín de gran utilidad para que mi entendimiento saque inferencias, teja relaciones,
establezca vínculos entre hechos aparentemente lejanos. Y si bien no todo lo tenemos claro
al momento de empezar a escribir, a pesar del plan provisional que prefiguramos en nuestra
mente, lo que resulta más interesante es lo que va acaeciendo en nuestro pensamiento
cuando vamos trasegando por el mismo desenvolverse del escribir. Cuántas ideas se nos
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ocurren, cuántas asociaciones brotan al emerger una palabra, cuántas aristas se desprenden
de un tópico o un tema. A muchos de esos asuntos jamás hubiera llegado si no es por la
piedra de toque de la escritura, por la chispa que producen estos signos al juntarse unos con
otros. Cuando escribo noto que mi cerebro entra en estado de ebullición, mi atención se hace
más vigilante y, como deseaba Baudelaire, todos mis sentidos convergen en un lúdico juego
de correspondencias.
Además de los anteriores beneficios, la escritura ha sido el medio ideal para darle forma a los
productos de mi fantasía o a esas criaturas aladas de mi imaginación. Mediante la escritura
he podido expresar mi manera particular de crear mundos posibles con palabras y de
concretar una pasión por la poesía, por el relato y la ficción. Al escribir tales “obras” me he
sentido feliz y he logrado –al menos eso creo– darle trascendencia a un origen, a una tierra,
a un micromundo que tiene nombre propio: Capira. Gracias a las variadas manifestaciones
de la escritura, a sus tipologías textuales, a sus géneros tradicionales, me he aventurado a
explorar en los juegos de lenguaje, en la artesanía de la composición, en las potencialidades
de la invención. La escritura me ha permitido sentirme creador y refigurar mis experiencias o
las de otros en cuentos, aforismos, crónicas, fábulas, soliloquios, ensayos o poemas. Este
poder transfigurador de la escritura, ese don de darle nueva piel a lo real, ha hecho que
experimente de primera mano los alcances de la literatura para develar lo medular de la
condición humana.
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Entrevista a un maestro investigador
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23 MartesABR 2019
POSTED BY FERNANDO VÁSQUEZ RODRÍGUEZ IN ENTREVISTAS
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comunicación social, el que en propiedad me acerca a la investigación, entendida como
formular un problema, tener unos objetivos y disponer de un método para alcanzarlos. El
escenario de la semiótica, la de los telenoticieros, la de los objetos, la del consumo cultural,
la de la imagen, se convirtieron para mí en preocupación de enseñanza y de muchísimas
direcciones de trabajo de grado. Ahora que me lo pregunta, las investigaciones semióticas
son las que me dieron aliento para entrar a otro campo fascinante, la educación. Dentro de
ese campo, mis investigaciones se concentraron en los procesos de la lectura y la escritura
que, siguen siendo una veta de mis investigaciones actuales. La experiencia me ayudó a afinar
un método, a cualificar los instrumentos y a saber buscar fuentes pertinentes y oportunas. El
ángulo que asumí y sobre el cual produje varios artículos fue el de la investigación etnográfica,
que algunos rubrican como de orientación cualitativa. Muchos estudios de caso, trabajo a
fondo usando el diario de campo, preferencia por la entrevista en profundidad y la observación
sistemática.
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Hay etapas de duda, de andar como a tientas, sin saber muy bien a dónde se va a llegar. Más
esto, con el tiempo, hace parte del goce de investigar. Hay investigaciones difíciles,
complejas, que exigen paciencia y una persistencia a toda prueba; y otras, que parecen más
cercanas a nuestras manos, salen a nuestro encuentro como si fueran familiares muy
queridos.
Entrevistador: ¿Y a qué atribuye usted eso?, ¿por qué escasearán los maestros
investigadores?
Investigador: Por muchas razones. Se me ocurren por ahora dos, que son las más
recurrentes: una, porque muchos de los educadores se concentran en su tarea de transmisión
y descuidan la de la investigación. Se centran en sus clases y van con el tiempo, cubriéndose
de una pátina sobre lo ya sabido, van adquiriendo esa seguridad sobre determinado campo
de saber, que los hace inmunes a los cuestionamientos, a la pregunta, a la incertidumbre,
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que son los que movilizan al investigador. Y si a ese trabajo se le suma la cantidad de horas
de clase y de estudiantes a su cargo o la proliferación de formatos exigidos por la burocracia
administrativa, pues, cada vez se aleja más el dedicarse a una investigación. La otra razón,
muy relacionada con la anterior, es la relación que una gran parte de los maestros establecen
con el conocimiento. Me refiero a ser excelentes replicantes de información ajena, pero poco
productores de saber. Nutren su oficio de lo hecho por otros, con un mínimo aporte personal.
A lo mejor esto corresponde a cierto temor a exponerse, o a mantener en su pensamiento un
“subdesarrollo intelectual” que los hace siempre vicarios de ideas foráneas, débiles para
publicar, tímidos para entrar en discusión con la tradición y leerla creativamente. Aunque
mirando esas dos razones, que en algo explican lo que me pregunta, considero que la que
más pesa en los maestros para no ser investigadores es ese exceso de certeza sobre el
conocimiento, esa actitud de no fisurar o poner en cuestionamiento lo que parece un saber
acabado o definitivo.
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luego puedo analizar o comparar. De igual modo, y esto sí que es fundamental para un
investigador, he adquirido el hábito de escribir –así sean textos pequeños–sobre una
actividad, un proyecto, o sobre asuntos derivados del quehacer educativo. Reflexionar sobre
lo que se hace es, sin lugar a dudas, uno de los secretos para enfilarse como investigador.
De allí que use mi libreta de notas o mi diario de escritor a la manera de un artefacto de
etnógrafo, o parecidas a las bitácoras de quien viaja y se sorprende de lo que observa a su
alrededor. Por lo demás, no dejo de seguirle la pista a determinado problema a lo largo de
varios años; lo coyuntural no logra desviarme de mis búsquedas personales o de mis
preocupaciones más sentidas. Esos pequeños textos, esos mismos productos derivados de
procesos o proyectos de investigación, los hago circular con mis estudiantes y, al dialogarlos
con ellos, los voy validando, enriqueciendo, puliéndolos en su contenido y en su calidad
comunicativa. Puesto de otra forma, mi trabajo cotidiano está atravesado por mis inquietudes
investigativas en una doble vía, tanto al diseñar un syllabus o preparar una tarea, como en
la reflexión continuada sobre las peripecias del mismo oficio de enseñar. En esto, el caso de
un maestro investigador como Vigotsky es digno de imitar.
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primera base para recolectar información. Luego, casi al mismo tiempo de lo anterior, descubrí
los diarios, los diarios de los escritores. En esas páginas obtuve una mina muy valiosa para
mi pesquisa. Una vez más, la lectura concienzuda me llevó a hallar pequeños apartados de
escritores como Virginia Woolf, Cesare Pavese, Ernst Jünger, Franz Kafka, en los que referían
cómo enfrentaban su labor creativa y las minucias del oficio literario. Otra fuente de datos la
obtuve en libros y en revistas –tengo en mi memoria las portadas blancas de la Revista de
Occidente y las de Cuadernos Hispanoamericanos–, en las que pude ubicar ensayos o textos
en los que los propios autores hablaban de su oficio. De igual modo acudí a cartas de los
escritores y a biografías en las que se recuperaban testimonios sobre su tarea de construir
mundos posibles con palabras. Sobra decir que toda esta labor de ubicar y recolectar
información me llevó varios años. Ya con ese material, procedí a analizarlo a partir de unos
criterios: los puntos de partida, los trucos del oficio, las maneras de corregir, los consejos
específicos sobre redacción, las técnicas tanto en la planeación como en la producción… Tomé,
entonces, toda la información que ya tenía pasada en mi máquina de escribir, cita por cita en
hojas independientes, y fui a mano señalando si hacían parte de uno u otro criterio. Fui
haciendo paquetes o carpetas rubricadas con cada uno de estos tópicos. Más adelante,
empecé a discriminar dentro de cada paquete los pormenores o a elaborar un segundo
tamizaje que me permitió descubrir minucias y habilidades específicas de cada autor que, al
mirarlas en conjunto con otras de otros escritores, me permitieron descubrir las recurrencias
y las variantes a determinado aspecto de la artesanía escritural. Un primer fruto de ese trabajo
fue mi artículo “El oficio de escribir. La creación literaria a través del testimonio de escritores
consagrados al oficio”. Proseguí con esa tarea por otros años, recopilando y filtrando,
analizando y agrupando, escudriñando y analizando, haciendo índices analíticos y revisando
la información recolectada… Por fin, toda esa investigación se agrupó en mi libro Escritores
en su tinta. Consejos y técnicas de los escritores expertos.
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Entrevistador: Entiendo que usted le da mucha importancia al análisis de la información
recolectada en una investigación, ¿por qué?
Investigador: De nada sirve recopilar información, si uno no la destila o la pasa por los filtros
del análisis. Creo que ahí es donde realmente uno aporta algo al esclarecimiento de un
problema o ahonda en el conocimiento de una temática. Ahora bien, analizar la información,
que parece una etapa natural para el que investiga, presupone unas habilidades de
pensamiento que desafortunadamente no se enseñan o, lo más grave, se presuponen. Piense
no más en qué es clasificar y qué codificar, sin mencionar la dificultad de categorizar un
conjunto de datos. Considero que si uno no tiene una buena formación en lógica, en semiótica,
los resultados son lamentables. El investigador cuando analiza la información es cuando en
realidad aporta algo a un asunto, es el momento en que construye un campo explicativo o
comprensivo a un problema. Por eso hay que prestarle tanta importancia y por eso, también,
es necesario enseñar a elaborar este tipo de análisis, a partir de criterios, de recurrencias, de
campos semánticos y cuadros categoriales.
Entrevistador: Según leí en un artículo suyo, ha propuesto otras maneras de presentar los
resultados de una investigación diferentes a los formatos ya establecidos, ¿puede ampliarnos
de qué se trata?
Investigador: Lo que sucede es que nos hemos acostumbrado ahora a una única manera de
divulgar o hacer pública nuestras investigaciones. Hay una especie de estandarización que no
ayuda en nada a la riqueza y la diversidad de las investigaciones, en particular de un campo
como las ciencias sociales. No digo que no sean una posibilidad de socializar los resultados;
lo que afirmo es que es terriblemente reductiva y que, al igual que la leyenda del lecho de
Procusto, termina tergiversando o constriñendo lo que en realidad hacen los investigadores.
Piense no más en el uso del diario, al estilo de Darwin, para dar cuenta del proceso y los
hallazgos de un tipo de pesquisa, o el valor de la crónica para narrar la variedad de voces y
de perspectivas de un acontecimiento, como lo hizo de manera excepcional Carlos Monsiváis
en México; o la eficacia del relato para contar, en viva voz, los sentimientos y la experiencia
de vida de unos sujetos. No todo puede expresarse en un único canon, con la excusa de
parecer más objetivos y más científicos. En este mundo globalizado, también hay
transnacionales que con su parafernalia formalista pretende invisibilizar la diferencia y
homogenizar lo que a todas luces reclama su propio orden discursivo.
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Investigador: Es muy amplia la bibliografía disponible y muy diversos los campos de trabajo.
Pero para echar mano de mi propia experiencia como maestro, voy a centrarme únicamente
en la investigación en ciencias sociales, advirtiendo que esta ruta es una de las posibles. Un
libro que recomendaría, como caldo de cultivo para motivar a los futuros investigadores,
es Los descubridores de Daniel Boorstin (Crítica, Barcelona, 2000). Esta obra contribuye
enormemente a entender qué es eso de investigar, cómo se lleva a cabo una pesquisa de
largo aliento y, lo más importante, cuáles son las particularidades o las condiciones de esos
seres que pueden dedicar toda una vida para descubrir la tabla periódica, las leyes de la
herencia o la circulación de la sangre. Me parecen útiles, y eso es un gusto personal, los
textos: Cómo se hace una investigación de Loraine Blaxter, Cristina Hughes y Malcolm Tigh
(Gedisa, Barcelona, 2000); Metodología de las Ciencias humanas de Sylvain Giroux y Ginette
Tremblay (Fondo de Cultura Económica, México, 2004) y Más allá del dilema de los métodos.
La investigación en Ciencias sociales de Elsy Bonilla-Castro y Penélope Rodríguez Sehk
(Uniandes-Norma, Bogotá, 1997), por su manera didáctica de expresar y mostrar con
ejemplos los diferentes aspectos de un trabajo de investigación. Finalmente, le daría un lugar
destacado a dos libros: La escuela por dentro. La etnografía en la investigación educativa de
Peter Wood (Paidós, Barcelona, 1998) y Trucos del oficio. Cómo conducir su investigación en
Ciencias sociales del sociólogo Howard Becker (Siglo XXI, Buenos Aires, 2009), que más allá
de ser manuales sistemáticos de investigación, son un repertorio de pistas, alternativas y
recomendaciones para el quehacer cotidiano del investigador.
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confirmado con los años, un buen tutor de investigación empieza por contagiar a otros de un
problema, invitarlos a meterse de lleno en el asunto y, luego, apenas toman vuelo, ayudarles
a que dominen un método para alcanzar de la mejor manera lo que se condensa en una
pregunta de investigación. He escrito que esa tarea implica, a la vez, cercanía y lejanía,
presencia continua y actos de manumisión, entrega de una ruta prefijada y posibilidad de
experimentar desvíos… Mi forma de ser tutor trata de cumplir eso que le vengo diciendo,
aunque también depende mucho de quién es el tutorado y qué tanto está comprometido con
una investigación.
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Entrevistador: ¿Y qué recomendaciones le haría a quien empieza su tarea de tutor de
investigación?
Investigador: Lo primero, y quizá lo más importante, que lea concienzudamente lo que sus
tutorados producen; que no devuelva informes de avance sin haberlos analizado y glosado.
Esto es vital para ganar en el tutorado un compromiso y lograr reconocimiento al rol de tutor.
Lo segundo, que no trate de que sus pupilos dominen una información para la que él ha
necesitado años para lograrlo. La dosificación en lecturas es una de las cualidades de un tutor
experimentado; aprender a seleccionar esas lecturas puntuales, ofrecerlas en el tiempo
adecuado, saber ubicar la información pertinente y precisa, constituye parte de la experticia
del que guía un proyecto y que luego repercutirá en los avances del mismo. Tercero, que sea
paciente pero al mismo tiempo exigente; que no sea tan laxo como para dejar que los
tutorados hagan cualquier cosa, ni tan autoritario para no permitirles tomar sus iniciativas.
De otra parte, le diría que lleve registros constantes de las sesiones de tutoría realizadas tanto
para evitar la dispersión como para concretar las tareas y las responsabilidades; es sabido
que la oralidad, por su fugacidad, tiende a la desmemoria y si no pasa por el filtro de la
escritura, se termina repitiendo lo ya dicho o empantanados en la confusión de los
malentendidos. Y un consejo adicional, que ayuda a favorecer el dominio teórico o la
fundamentación conceptual: que los proyectos que dirija estén vinculados a una línea de
investigación en la que él mismo haya hecho pesquisas, o sobre la cual tenga conocimientos
consistentes y con suficiente apropiación. En suma, que no se disperse tutoreando cuanto
tema le propongan, creyendo que le serán suficientes los generales saberes de metodología
de investigación. Ese es un engaño que a la final repercute en la credibilidad del tutor y en
los alcances reales de un proyecto investigativo.
Entrevistador: No quisiera terminar esta entrevista sin preguntarle ¿en qué proyecto de
investigación anda ahora?, ¿qué problema ocupa sus reflexiones y su días?
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